Humor: recurso privilegiado - Ana María Giner - E-Book

Humor: recurso privilegiado E-Book

Ana María Giner

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Beschreibung

Sigmund Freud describe al humor como proceso que esencialmente consiste en el ahorro de afectos que conlleva el sufrimiento, sin abandonar el terreno de la salud psíquica. Un primer aspecto que se considera en este libro es diferenciar el genuino humor respecto al chiste, la manía, la burla y la ironía. Define al genuino humor como producto de un proceso psíquico que genera la transformación simbólica de las emociones. En palabras de Felisa Waksman de Fisch, autora del Prólogo, este texto ensayístico se destaca por "la claridad y fidelidad con que se desarrolla el pensamiento de autores que provienen de diferentes campos del conocimiento para conducirnos a los escritos freudianos sobre un tema poco frecuentado después de Freud hasta años recientes, pese a que constituye un componente del trabajo de elaboración y al mismo tiempo un indicador relevante de la marcha del proceso psicoanalítico."

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Ana María Giner

Humor: recurso privilegiado

Ensayo psicoanalítico

PRIMERA EDICIÓN

Agradecimientos

 

 

A mis pacientes y alumnos, supervisores y supervisados, y a mis analistas y profesores.

 

A mi familia y amigos.

 

A mi marido, a mis hijos, a mi nuera y yerno, a mis nietos, sobrinos e hijos del corazón…

 

A todos ellos les agradezco la tolerancia, el apoyo y el ánimo para llegar a concretar este libro.

Prólogo

por Felisa Waksman de Fisch

La lectura de un texto ensayístico atrae por lo que informa y retiene por las emociones que evoca. En este sentido, es deleitable encontrar un texto psicoanalítico que despierte no sólo el interés de conocimiento sino un cierto “suspenso”, el deseo de saber qué sigue en el desarrollo del tema central y cuáles son sus conclusiones.

El libro de Ana María Giner genera este anhelo debido a la pertinencia del desenvolvimiento de los temas y a los autores que elige para conducirnos al motivo central: la investigación psicoanalítica del humor. Son destacables la claridad y fidelidad con que desarrolla el pensamiento de autores que provienen de diferentes campos del conocimiento para conducirnos a los escritos freudianos sobre un tema poco frecuentado después de Freud hasta años recientes, pese a que constituye un componente del trabajo de elaboración y al mismo tiempo un indicador relevante de la marcha del proceso psicoanalítico.

Giner comienza el recorrido con la investigación de campos diversos como la literatura, la filosofía, el espectáculo y una revisión epistemológica actual acerca del viejo debate de la verdad científica y el estatus científico del psicoanálisis. Basada en esta revisión, propone que a partir de la dinámica interacción entre la investigación empírica y la conceptual se concluye el carácter conjetural y provisorio de las teorías, ligadas a sus contextos y en continua evolución y cambio. La fijeza de la teorías detienen su enriquecimiento y conlleva a creencias fanáticas.

Este repensar epistemológico que la autora ejercita provee fundamentos a su propuesta de investigación, sus objetivos y alcances, que son la delimitación conceptual del humor, su diferenciación de estados similares –como el chiste, la manía, la ironía o la burla–, sus manifestaciones y estructuras profundas.

En los capítulos subsiguientes explora con elegancia las contribuciones de diversas escuelas de la psicología, de las que emerge un hilo conductor alrededor de los siguientes ejes: la diferencia entre el humor y manifestaciones similares; el establecimiento de una relación recíproca con el terreno orgánico, tanto en su génesis como en sus efectos; la búsqueda de una forma de cuantificar el humor; la consideración del humor como una evidencia de un yo maduro y su potencial para producir una óptica benévola en la apreciación de sí mismo y del mundo.

En algunas de los trabajos citados se indica como prescripción voluntaria el uso del humor como actitud terapéutica o su inducción en el paciente. Prescripciones de este tipo son ajenas al enfoque psicoanalítico.

A partir de esta amplia revisión la autora se enfoca en el escrito de Freud sobre la interpretación de los sueños de 1905 y en el de 1927 sobre el humor. Durante ese intervalo de más de veinte años se produjo una evolución del pensamiento psicoanalítico y una notable extensión de su práctica. El enfoque freudiano inicial, predominantemente económico, se enriqueció con el aporte de la segunda tópica, la teoría estructural. Desde el punto de vista económico, el placer del humor está vinculado al ahorro de sentimientos negativos como contenidos del preconciente, lo que lo diferencia del sueño, el síntoma y el lapsus, expresiones pulsionales inconscientes que emergen modificadas, ahorrando un gasto en el proceso defensivo del yo. El humor es así una defensa contra el sufrimiento, un movimiento psíquico privilegiado sin carácter de síntoma.

Cuando Freud incluye la segunda tópica, la modificación estructural está dada por un aumento de la investidura del superyó que se erige como instancia protectora del yo, desempeñando una función paternal cariñosa que consuela al yo sufriente y lo enaltece con benevolencia. La autora destaca la diferencia entre la dependencia del yo de un superyó benévolo y la confusión entre yo y superyó en la manía, en la que el yo asume como propias las funciones y poderes paternos, diferencia entre dependencia e identificación.

Por otro lado el chiste, los sueños y la ironía vinculan al yo con pulsiones del ello, por lo tanto incluye tendencias agresivas; como fenómeno opuesto, el humor es un clima mental que facilita la comunicación y los vínculos.

La autora presenta una cuidadosa síntesis del pensamiento freudiano, manteniendo su complejidad, que según Morin –a quien cita– genera un halo de incertidumbre y de azar del que carece el pensamiento simple, lineal. Como fenómeno complejo, el humor es un proceso creativo cercano al insight y vinculado a la “experiencia emocional” que define la escuela inglesa.

Umberto Eco, citado por Giner, señala la diferencia entre las intenciones del autor de una obra y el texto generado por el lector. En el viaje que nos propone este libro –que abarca la filosofía de la antigüedad clásica, la epistemología actual, los enfoques de la psicología general y los escritos freudianos– es importante marcar un lugar de encuentro entre autora y lector, un acortamiento de la distancia producido por la compleja intervención del contexto mental de ambos participantes. Este lugar de encuentro es la clínica psicoanalítica.

Quisiera finalizar estas reflexiones que prologan el trabajo de Ana María Giner aportando una viñeta de mi propia práctica clínica. Hace dos años comenzó tratamiento un paciente de 92 años a quien yo había analizado más de treinta años atrás. Este pedido de reanálisis estaba motivado su deseo de liberarse de auto-reproches y sentimientos de culpa que surgían en relación a su evaluación de cómo había transcurrido su vida familiar, si bien su desarrollo profesional había sido altamente exitoso. Luego de un trabajo analítico sostenido e interesante su sufrimiento se alivió, pero con el transcurso del tiempo comenzaron a aparecer preocupaciones por sus crecientes fallas de memoria. Durante las sesiones el paciente se interrumpía, perdía la continuidad de su discurso. En una sesión que había comenzado hablando con fluidez súbitamente su relato se cortó y entró en un largo silencio que nos angustió a ambos. En respuesta a la situación yo comencé a hablar. Me respondió que había olvidado lo que estaba por decir pero estaba a punto de recuperarlo, y fue claro para ambos, que aún en el contexto de un largo silencio yo lo había interrumpido. Con una sonrisa suave comentó: “La próxima vez me buscaré una analista muda”. Evidente paradoja, en este caso el humor surgió de un deseo benévolo de aliviarme la culpa, tema que lo había conducido a regresar al análisis. No detecté ninguna intención agresiva ni burlona, al contrario, se generó un clima de humor y alivio para ambos. Según el enfoque freudiano, se dramatizó una identificación paterna donde la analista representaba al yo sufriente, al niño que se autorreprocha, y que él quiso aliviar.

Agradezco a Ana María Giner el haberme invitado a escribir este prólogo. El recorrido que este libro propone, naturalmente, queda abierto a muchas y nuevas creaciones y asociaciones cada vez que sea leído, y también re-leído por mí.

 

 

Introducción

El humor es un tema que despierta interés y siempre ha recibido la atención de escritores, artistas, filósofos, poetas y psicoanalistas. Si bien éste ha sido objeto de valoraciones diversas, hay cierta coincidencia respecto a sus efectos benéficos en el desarrollo de los seres humanos.

Los primeros en afirmarlo son los actores cómicos. Charles Chaplin (1889-1977) señala que “el humor nos permite ver lo irracional, refuerza nuestro instinto de conservación y preserva nuestra salud espiritual. Gracias al humor las vicisitudes de la existencia se tornan más llevaderas”1. Por su parte, Groucho Marx (1890-1977), comediante y escritor estadounidense, miembro de la familia cómica conocida como los Hermanos Marx y famoso por su ingenio popular, citado por Walker (1999, p. 53), expresa: “un humorista es como una aspirina, sólo que funciona mucho más rápido”.

Asimismo, hay pensadores que comparten esa opinión. Por ejemplo, el sociólogo, ensayista e historiador de la literatura francesa, Robert Escarpit (1918-2000), citado por Yampey (1987, p. 134), refiere que “el humor es lo único que, en este nuestro mundo, tenso hasta el punto de romperse, distiende sus nervios sin adormecerlos”. Esta salvedad representa toda una situación en sí misma.

Entre los filósofos se destaca Baruch Spinoza (1677), quien cuestiona el axioma, tradicionalmente admitido como verdadero, acerca de la relación entre la seriedad y la profundidad de pensamiento, y las emociones de melancolía y tristeza. Dos siglos después, el filósofo alemán Federico Nietzsche (1844-1900) escribe un libro llamado Gaya Ciencia, en sintonía con las ideas de Spinoza. Este autor introduce al humor y a la sonrisa en la ciencia. Y también, sobre la vida de los hombres sabios, dice:

«Cuántas cosas son posibles aún ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír! Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros, hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he santificado el reír; vosotros hombres superiores, aprendedme –¡a reír!»2.

Para muchos de los pensadores citados, el mayor problema reside en las constantes confusiones del humor con otras manifestaciones propias del ingenio, las cuales a veces causan gracia o risa. En relación a esto, cabe citar el comentario del escritor peruano, Alfredo Bryce Echenique, al iniciar una conferencia ofrecida en el marco de la entrega del premio Casa de las Américas, en el año 1992: “Detesto la carcajada sonora y puntual. Esa que nos cierra los ojos a la observación y a la reflexión”.3

El escritor David García Walker, en el año 1999 publica su libro Los efectos terapéuticos del humor y de la risa. Allí el autor afirma que el humor es la conducta más significativa de la mente de los seres humanos debido a que señala la posibilidad de lograr cambios en la percepción. Dichos cambios, a su vez, pueden modificar las emociones. Más adelante, agrega: “en nuestra mano no está el controlar los sucesos ni el mundo exterior, pero sí es posible controlar el modo en que los vemos y también nuestra respuesta emocional ante ellos” (Ibídem, pp.14 y 27).

Para García Walker, el peor enemigo del humor es la seriedad y no el dolor ni las desgracias, ni la mala suerte. Así como no todas las risas tienen efectos terapéuticos, hay algunas que sólo son respuestas a estímulos o formas de huir de la realidad, como lo plantea Echenique.

Por su parte, Jonathan Pollock, docente francés y autor de numerosos trabajos sobre el tema, publica en el año 2001 su libro ¿Qué es el humor? Este título sugiere las innumerables dificultades que preexisten cuando se intenta definirlo. Afirma: “Toda definición del humor decepciona” aunque al menos, continúa el autor, uno aprende a reconocerlo porque ante todo es una sensación, una experiencia (Ibídem, p. 111).

Sigmund Freud (1856-1939), es el primero en describir y explicar el humor en términos psicoanalíticos. Su preocupación por ayudar a sus pacientes con síntomas histéricos lo conduce a diversas conclusiones de ruptura, las que dan lugar al surgimiento del psicoanálisis: primero, un desplazamiento del objeto de la psicología, de la consciencia al inconsciente; en segundo lugar, confronta al saber de su época cuando se les niega a los hombres de ciencia la posibilidad de investigar ciertos problemas que no ameritan constituirse en objeto de una causa científica, por ser parte de la cultura popular. En la lista ingresan, entre otros, los sueños, los chistes, la sexualidad, el humor.

La vida de Freud está signada por la lucha contra los rígidos prejuicios de una sociedad moralista, correspondiente a la segunda mitad del siglo XIX, llamada: Era Victoriana, pues coincide con el reinado de Victoria en Inglaterra. Este período constituye un momento de gran expansión de poder, riqueza y cultura para el país, aunque predominan las grandes diferencias de clases. La época está caracterizada por una rígida estructura social y una doble moral con enormes prejuicios en los hábitos cotidianos, religiosos y de alcoba.

Tal vez, como señala Jaques Lacan (1901-1981), el fundador de la École Freudienne de Paris, hay en esa época un imperio político y cultural, un contexto propicio para la emergencia del psicoanálisis: “no nos hubiéramos dado cuenta de hasta qué punto era necesario, era necesario esta especie de estrago para que hubiera al respecto lo que yo llamo un despertar”4. Esta referencia desenfadada, típica del famoso psicoanalista francés —posiblemente a modo de broma—, nos sugiere que sin la reina Victoria el psicoanálisis no hubiera existido. Sin dudas, Lacan nos deja entrever su verdad, su interpretación respecto a la emergencia del psicoanálisis desde el punto de vista de lo cultural.

En aquella coyuntura del Siglo XIX, las mujeres son las que más cuestionan los límites del saber de los neurólogos de la época, no tanto guiadas por un espíritu de libertad sino condicionadas por sus propias dolencias físicas y del alma. Luego, algunos de los conceptos que Freud construye para desarrollar sus propias teorías llevan, sin dudas, el sello de ese tiempo de represión, censura y división, entre lo manifiesto y lo oculto.

Freud, al crear el psicoanálisis establece la importancia del inconsciente en la vida psíquica humana y en el desarrollo de la personalidad. Los contenidos inconscientes que no pueden llegar a la consciencia debido a la represión —por ser socialmente poco aceptables— son estudiados por medio de distintas formas sustitutivas manifiestas. Éstas expresan de un modo indirecto aquellos aspectos inconscientes reprimidos. Entre esas formas sustitutivas se encuentran los sueños, los chistes, los actos fallidos o lapsus y los olvidos casuales. Y, en particular, los síntomas neuróticos: fobias, obsesiones, asuntos pendientes, etc. Para poder llegar a los contenidos inconscientes a partir de los manifiestos, se requiere de un método y de una técnica, de esto se encarga Freud, «hacer consciente lo inconsciente» a través de la interpretación psicoanalítica.

De ahí surgen los primeros desarrollos de Freud, La interpretación de los sueños (1900), Tres ensayos de teoría sexual (1905a), y respecto al parentesco entre lo cómico y el humor escribe El chiste y su relación con lo inconsciente (1905b). Una obra sumamente útil para comprender los mecanismos del humor y la comicidad, aunque su centro de atención es otro.

En dicho libro afirma que “el humor es la más elevada operación defensiva”. Desde entonces al psicoanálisis le interesa el humor no sólo como un proceso, sino también porque su manifestación, dentro del proceso psicoanalítico, indica una modificación sustancial en la economía y estructuras psíquicas.

Tras un intervalo de veinte años, Freud retoma el tema que había examinado en su libro sobre el chiste. En ocasión del décimo Congreso Psicoanalítico Internacional realizado en septiembre de 1927 en la ciudad austríaca de Innsbruck, el trabajo “El humor” (Freud 1927a), fue leído en ese congreso por su propia hija, Anna. Este artículo es muy breve, pero en él se enfoca el tema de otra manera.

En primer lugar, lo describe como “un proceso que en su esencia consiste en ahorrarse afectos que conllevan sufrimiento”. Esto le permite ubicarlo entre los métodos de los que la vida anímica dispone para evitar el dolor frente a los conflictos, sin abandonar el terreno de la salud psíquica (Ibídem, AE, 21:158). Postula al humor como un don precioso que diferencia a los seres humanos… “no todos los hombres son capaces de la actitud humorística”, y continúa, “es un don precioso y raro, muchos son hasta incapaces de gozar de la actitud del placer humorístico que se les ofrece” (Ibídem, AE, 21:162).

Simultáneamente, en el citado artículo, Freud vuelve a señalar que el espacio de su trabajo es la patología de la vida psíquica y su articulación con el desarrollo de los procesos normales. De este modo le adjudica al humor un peculiar estatus de recurso sano que se diferencia de otras manifestaciones emocionales similares, pero ligadas a procesos patológicos.

Como es sabido el psicoanálisis nace con Freud, pero no termina con él. Aún hoy se sigue desarrollando. Esto mismo sucede con el estudio del humor dentro de ese marco teórico. Autores posteriores como Melanie Klein (1882-1960), Wilfred Bion (1897-1979) y Donald Meltzer (1922-2004), generan un nuevo cuerpo conceptual para comprender el funcionamiento mental, son parte de lo que se conoce como «Escuela inglesa». Esta rama del psicoanálisis abarca diversas teorías y varios autores. Tiene una unidad histórica y geográfica en correspondencia con la localización y pertenencia institucional en la que los autores elaboran sus conclusiones, la British Psychoanalytic Association (BPA).

De la misma manera, cabe citar a tres autores argentinos que prestan atención al tema del humor dentro del terreno psicoanalítico y de algún modo constituyen un antecedente de este estudio. Algunos ya citados, como Nasim Yampey (1920-1987), con varios estudios sobre el humor, Luis Alberto Spilzinger (1934-2003), autor del artículo “El uso del humor en la terapia” y Víctor Korman, quien también escribió acerca del tema. Los tres confirman que la inclusión del humor en las interpretaciones del analista, —en momentos de correcta captación del mismo—, resulta muy útil y agiliza la comunicación entre el profesional y su paciente.

Existe un acuerdo, entre los referentes previamente mencionados, en destacar que el analista debe mantenerse atento y cuidadoso para detectar si se trata de una emergencia de humor en señal de un recurso sano o si se trata de las otras formas de expresión que en la vida cotidiana se confunden con el humor, pero que desde la perspectiva psicoanalítica pueden ser vinculadas a otras conductas (reactivas, defensivas, patológicas, etc.). También es necesario que el paciente se encuentre en sintonía con un estado mental que capte la situación de esta manera. Al mismo tiempo, refieren que en la tarea del análisis es complejo interpretar las manifestaciones de odio, ironía, perversidad, como también lo es comprender expresiones como el mismo humor, la ternura o la bondad. No obstante, dicha dificultad, proponen que el entendimiento del humor tiene que ser considerado en el contexto de lo relacional y situacional de la tarea analítica.

Al considerar al humor en el proceso terapéutico, se le adjudica el mismo sentido que Bion y Meltzer le dan a la experiencia emocional. Inclusive, Bion le otorga un lugar de privilegio, describiéndola como el primer paso hacia los procesos del pensamiento humano. Para este autor es importante tener pensamientos, analizarlos y dejarlos evolucionar. Propone un sistema de contención mental de sentimientos y emociones con la intención de experimentarlos y dejarlos evolucionar hacia una «experiencia emocional» (Bion, 1962). El humor se asocia a esta construcción.

La expresión psíquica del humor —compleja en tanto revela el movimiento emocional y la conexión con diversos procesos anímicos— constituye un tema de importancia que plantea numerosos interrogantes, los cuales han motivado este estudio con la intención de precisar detalladamente su consideración en psicoanálisis y en el decurso del tratamiento psicoanalítico. Se entiende entonces, que resulta válido realizar una indagación sobre los mecanismos psíquicos que intervienen en la emergencia del humor en dicho tratamiento terapéutico, para intentar llegar a determinar su alcance y significación.

El supuesto es considerar el «genuino humor» y el valor de su emergencia5 durante el proceso psicoanalítico. Se define al «genuino humor» como una de las experiencias emocionales, producto de un procesamiento psíquico, en el que se generan transformaciones simbólicas de las emociones.

Uno de los primeros aspectos que se considera en este estudio es la diferencia entre el «genuino humor» respecto al chiste, la manía, la ironía y la burla. El chiste guarda relación con lo reprimido; en la manía interviene el superyó en su aspecto prohibitivo; la ironía es un ataque disfrazado; la burla tiende a poner en ridículo, mientras que el genuino humor se localiza en el preconsciente, el superyó aparece en su aspecto benigno, no tiende a poner en ridículo y no instrumenta el mecanismo de la represión.

A partir de esta caracterización se afirma que el chiste, la manía, la ironía y la burla, como expresiones emocionales, pueden confundirse con el «genuino humor» —específicamente durante el proceso psicoanalítico— y requieren de una diferenciación tanto en su apariencia como en cuanto a su elaboración psíquica.

La bibliografía básica son los textos de Freud.

La teoría de las relaciones objetales planteadas por M. Klein, y otros autores de la escuela inglesa será el objetivo de un próximo trabajo.

Desde de dicho marco teórico, el humor dentro del proceso analítico de implicar cambios emocionales y cognitivos puede llegar a indicar la marcha del mismo, ya que involucra una manera de pensar, de comprender al mundo y a sí mismo. Esto ratifica la necesidad de diferenciarlo de aquellas manifestaciones similares ya mencionadas, y despejar las confusiones que pueden observarse en el uso cotidiano, en trabajos científicos y/o en diálogo entre colegas.

Como en toda investigación, la motivación del investigador tiene circunstancias históricas. En este caso fueron las manifestaciones de humor de mis pacientes que despertaron el interés dentro de la actividad clínica. Preguntas tales como: ¿en qué consiste el humor?, ¿de qué depende?, ¿guarda relación con otros procesos psíquicos?, ¿puede llegar a manifestarse a través de un proceso analítico?, ¿cuáles son los conflictos que obstaculizan el desarrollo del humor?, ¿es posible diferenciarlo?, han sido el principio de la búsqueda bibliográfica y del presente estudio.

El itinerario que se sigue está marcado por dichos interrogantes, teniendo siempre presente la complejidad de los procesos psíquicos.

En ese sentido, el humor como expresión psíquica tiene una profunda significación en la vida mental, admite la concurrencia solidaria de varias dimensiones de lo psíquico: triunfo del narcisismo; un yo indoblegable que logra mantener el triunfo del principio del placer con el consentimiento del principio de realidad debido a una elaboración preconsciente; un superyó condescendiente que ampara y consuela al yo (Freud, 1927a); identificaciones que logran sostener la identidad (Klein, 1928); transformaciones psíquicas que contribuyen a una mayor creatividad y simbolización (Yampey, 1987 y Spilzinger, 2002).