Iñaki, una luz en la oscuridad - María Eugenia Muñiz - E-Book

Iñaki, una luz en la oscuridad E-Book

María Eugenia Muñiz

0,0

Beschreibung

Este libro testimonial evidencia cómo durante un proceso de duelo, lo terrenal se entrelaza perfectamente con lo divino. Demuestra también que todas las personas estamos conectadas de una forma providencial, por o para un propósito concreto. Un tipo de conexión que, una vez iniciada, no podemos ni queremos evitar. Simplemente sucede para poder percibir, en definitiva, la luz de Dios, que es quien ilumina nuestras vidas motivándonos a seguir nuestro camino. Iñaki, junto a sus nuevos amigos, se manifiestan dejando en claro que la realidad casi siempre, supera a la ficción.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 327

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Iñaki, una luz en la oscuridad

©María Eugenia Muñiz

Publicado por la editorial Santidad

Primera edición 2022

Colaboración en la edición:

Antonio Gargallo Gil

Edición y diseño de cubierta:

Damaris Torres y María Eugenia Muñiz

Fotografía de portada: ©Gabriel Hernández

Fotografía de la última página: ©Gabriel Hernández

Fotografías de contraportada: ©María Eugenia Muñiz

ISBN: 978-84-18631-41-2

Depósito legal:

Impreso en España

Testimonios de Fe

Testimonios de amor

Testimonios de luz

Dedicado a esas madres, padres, hijos, y a esos ángeles…

Luz ~Clara~

Claudia ~Yoel~

Celeste ~Manuel~

Carina ~Ignacio~

Gabriela ~Giani~

Karina ~Valentina~

Julieta ~Humberto~

Juan Pablo - Mariana ~Matilde~

Aldana ~Leopoldo~

Beatriz ~Arturo~

Verónica ~Benjamín~

María Pía - María Sol ~Eduardo~

Daniela ~Ana María~

Mayte - Santiago ~Santi~

Dedicado a Silvia Blanca y a Manuel Antonio, mis padres, porque sin ellos no habría nada que contar. A ella por entender mi proceso y a él por colaborar en mi misión.

Dedicado a mi hija María Sol por ser ahora mismo mi amiga, mi compañera y, desde siempre, mi gran maestra.

Dedicado a Alfredo, el padre de mis hijos, deseando que la luz de Iñaki sea un faro a la vera de su camino.

Dedicado a Iñaki, por su sabiduría a la hora de lograr ser inspiración, consuelo o motivación, en todos aquellos que de algún modo logramos conectar con su alma iluminada.

Dedicado a los que quieren creer, pero que por algún motivo no lo pueden hacer.

Dedicado a los que sienten estar en la oscuridad, pero anhelan poder percibir un rayito de luz.

Dedicado a todos los que en algún momento de su vida se vieron atravesados por el dolor, abriendo de forma sincera su corazón a la luz, al amor y a la verdad.

Agradezco de todo corazón a las personas que después de leer Iñaki, el ángel y/o Diosidencias hacia la luz, me hicieron llegar su testimonio, ya que sin sus aportes este libro no tendría razón de ser. También agradezco a todos aquellos que sin haber leído ninguno de los anteriores no dudaron en contactar conmigo para compartir sus vivencias. Ayudaron a poner en palabras los pequeños milagros que fueron sucediendo, convirtiendo estas nuevas páginas en un nuevo e inesperado libro. Uno testimonial que, aunque fue soñado hace muchos años de una forma muy diferente, Iñaki junto a sus nuevos amigos, conspiraron para que hoy se haga realidad. Gracias a ustedes y a ellos también.

Agradezco a mi ángel de la guarda y al Espíritu Santo porque, sin sus soplos divinos, sería difícil escribir tanto, tan rápido y con tanta inspiración.

Agradezco de todo corazón a mi hija por su paciente acompañamiento a la hora de escribir, y por su valiosa ayuda a la hora de hacer las primeras correcciones de mis últimos tres libros.

Desde lo más profundo de mi alma agradezco a Iñaki por ser, estar y permanecer siempre a mi lado. Sentir que caminamos juntos hace que el recorrido sea algo más fácil, un poco menos doloroso y, por siempre, mucho más alentador.

A la Virgen María por seguir guiándome hacia Jesús y a Jesús por ayudarme con el peso de mi cruz hacia el tan anhelado final del camino.

Un GRACIAS en mayúsculas a Dios por la paz, la perseverancia y la voluntad que me infunda todos los días para que pueda seguir adelante sin casi flaquear, ejecutando la misión que desde el primer día de mi conversión siento que me encomendó.

~Prólogo~

María Eugenia se cruzó en mi camino, o yo en el de ella, de una forma providencial. Fue en la iglesia Inmaculada Concepción de la ciudad de Santa Fe —Argentina—, al atardecer del día en que se consagró al Sagrado Corazón de Jesús, junto a dos amigas suyas de la infancia. Tiempo después volvimos a coincidir en la Basílica de Guadalupe, donde al verla, le comenté de un retiro espiritual que se haría en las próximas semanas: «El retiro de Emaús». Ella insistió en que la inscriba, y desde aquel entonces nuestros encuentros estuvieron marcados por la fe y la espiritualidad. Euge ya había comenzado cuatro años antes, un camino de autoconocimiento interior, de perdón y de sanación de recuerdos dolorosos. Desde su conversión sintió la imperiosa necesidad de expresar sus emociones y la escritura fue su vía de escape o, más bien, su cable a tierra. Es así que, en sus comienzos como escritora, redacta lo que podríamos llamar sus tres primeros ensayos generales.

Después de la muerte repentina de su hijo —con dieciocho años recién cumplidos—, vuelve a escribir, publicando pocos meses después su libro: Iñaki, el ángel. Fue así, que sintiendo la necesidad de encontrar alivio en su dolor y convencida de su sentir, decide dar testimonio de cómo su hijo se manifiesta de formas claras, diversas, pero sobre todo de un modo constante, desde allí donde está… ¡desde el Cielo!

Luego vivió un año muy intenso, que fue algo así, como un paréntesis en su vida. Un período de tiempo en el cual ella pudo reacomodar su cuerpo, pero sobre todo su alma. Decidió comenzar un peregrinar muy particular, visitando varios lugares santos. Cuando todo parece volver a la calma comienza el año 2020, tan marcado por la pandemia y la cuarentena mundial. Lejos de venirse abajo, comienza para ella un tiempo de introspección que le permite mirar todo el camino recorrido desde su fuerte conversión, con distancia y perspectiva. Siempre pudo percibir que Dios había dirigido sus pasos desde aquella etapa tan crucial que marcó su vida, hace ya más de ocho años, por lo que sintió una vez más, y en muy poco tiempo, una nueva motivación divina para escribir su nuevo libro Diosidencias hacia la luz. Eso aún la llevó a profundizar más en su fe.

La búsqueda del ser humano sigue siendo aprender a hacer algo eficaz con sus emociones, pero para poder contar las emociones, y así llegar al corazón o al alma del lector, es condición sine qua non, tener la experiencia de vida y, sobre todo, un deseo ardiente de transmitir todo aquello que le ahoga.

Su propósito e intención con estas nuevas páginas no son otros que los de volcar nuevos testimonios de la presencia de Iñaki, que a la vez conectan de una manera maravillosa entre ellos y, en muchas ocasiones, con relatos de los libros anteriores. Queda demostrado a través de sus palabras e imágenes, que todo es parte de un plan perfecto, de un plan divino.

Este libro recorre y sigue subiendo peldaños de una escalera en el camino de autorrealización de Euge. Se aferra a su luz interior para poder seguir iluminando nuevos recovecos de su alma, a la vez que la expande con generosidad a los demás.

Agradezco de forma sincera a mi amiga la oportunidad que me ha dado de poder volcar estas palabras, que fueron escritas con mucho cariño y admiración.

María Lucila de la Torre

~Introducción~

Mi hijo Iñaki, desde que partiera el 6 de octubre de 2018, se muestra incesante e inquieto en la vida de muchos de nosotros. Mientras me acomodo en este nuevo lugar donde ahora mismo decidí seguir mi peculiar camino, Girona, él me hizo saber que debo volver a escribir.

Si no fuera porque tengo la convicción profunda de que estos libros son «misioneros» y que son inspirados por una fuerza superior, no estaría una vez más sentada delante de la pantalla de mi ordenador.

Siempre tengo una vaga idea de cómo empezar, un bosquejo de la hoja de ruta a seguir, pero ¿cómo termina? ¿Cuál es el mensaje a transmitir? ¿Qué atajos tendré que recorrer? ¡Solo Dios sabe! Pero estoy segura de que me irá sorprendiendo con lo que vea, con lo que sienta, con lo que escriba. Siempre sucedió así mientras iba escribiendo mis libros anteriores, por lo que no tengo dudas de que este no será una excepción.

No estoy sola en esta misión que me encomiendan, ya que se han ido sumando varios «pasajeros inesperados» a este viaje de última hora que, al menos en mi mente, no estaba programado. Tengo la dulce impresión de que Iñaki conduce siendo yo su copiloto. Soy la que va escribiendo lo que él va soplando en mis oídos, siendo nosotros unos simples y humildes instrumentos del Espíritu Santo, para poder hacerles llegar palabras de esperanza en la vida eterna, a todos aquellos que estén dispuestos a recorrer este tramo del camino con nosotros.

¡Bienvenidos! Pongamos primera porque las alas están desplegadas y dispuestas a iniciar este viaje hacia lo desconocido. ¿Te lo vas a perder?

~2020, año inolvidable~

Es casi imposible comenzar este libro sin hacer una pequeña reseña sobre este peculiar año que ha cambiado tanto el rumbo del mundo, como el de nuestras vidas. Creo que nadie en el planeta sería capaz de llevarme la contraria: «para lo bueno o para lo malo, será por siempre, inolvidable».

Lejos de ser un año de esos que quisiera olvidar, puedo decir que en lo personal fue un período de tiempo donde mi corazón se debatía entre dónde quería o debía estar.

Lejos de aburrirme, deprimirme o quedarme anclada en la queja, aproveché para hacer lo que más me gusta. Durante la cuarentena, pinté y restauré, a «gusto e piacere».

A mí el 2020 me pilló en Argentina, creyendo que estaba retomando una «vida normal». Nada es como parece, y por todos es bien sabido que el hombre propone y Dios dispone.

Fue al terminar el período de aislamiento obligatorio, al que todos en Argentina nos vimos obligados, cuando el día en el que volvía a mi trabajo inicié mi quinto libro que en un principio se llamó: El camino hacia la luz, pero que, luego y después de un largo tiempo de edición, pasó a llamarse Diosidencias hacia la luz. Un libro que se escribió en un abrir y cerrar de ojos, porque en tan solo veintitrés días ya me encontraba escribiendo sus últimos párrafos.

El cambio forzoso de horario que se impuso en mi lugar de trabajo por la pandemia permitía que, un rato después de llegar a mi casa, me dispusiera a escribir casi sin parar hasta la medianoche de cada día.

Mirando hacia atrás me doy cuenta, una vez más, de que estar viviendo sola en Argentina durante casi diez meses no fue una tortura sino, más bien, una bendición.

Es ahora cuando me viene a la mente un cuento chino que se aplica a lo que aquí quiero hacer referencia. ¡Que sea chino, es una mera coincidencia!

¿Suerte o desgracia?

Había una vez un pobre campesino chino muy sabio, que trabajaba la tierra duramente con su hijo.

Un día el hijo le dijo:

—¡Padre, qué desgracia! Se nos ha ido el caballo.

—¿Por qué le llamas desgracia? —respondió el padre—. Veremos lo que trae el tiempo.

A los pocos días el caballo regresó acompañado de otro caballo.

—¡Padre, qué suerte! —exclamó esta vez el muchacho—. Nuestro caballo ha traído otro caballo.

—¿Por qué le llamas suerte? —repuso el padre—. Veamos qué nos trae el tiempo.

En unos cuantos días más el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y este, no acostumbrado al jinete, se encabritó y lo arrojó al suelo. El muchacho se quebró una pierna.

—¡Padre, qué desgracia! —exclamó ahora el muchacho— ¡Me he quebrado la pierna!

Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció:

—¿Por qué le llamas desgracia? ¡Veamos lo que trae el tiempo!

El muchacho no se convencía de la filosofía del padre, solo se quejaba en su cama.

Pocos días después, pasaron por la aldea los enviados del rey buscando jóvenes para llevarlos a la guerra.

Fueron a la casa del anciano, pero cómo vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo.

Con el tiempo se enteró de que todos esos soldados murieron en la guerra.

El joven comprendió entonces, que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver que lo malo no era tan malo, y que siempre hay algo bueno esperando.

Gandhi dijo: «Lo importante es la acción, no el resultado de la acción. Debes hacer lo correcto. Tal vez no esté dentro de tu capacidad, tal vez no esté dentro de tu tiempo, que haya algún resultado».

Este cuento lo leí por primera vez hace muchos años, después de mi fuerte conversión.

Creo que, en situaciones difíciles recordarlo me ayudó a relativizar, esas circunstancias que creía dramáticas o insuperables. Después de todo lo vivido, no siento que esas experiencias complicadas fueran ni una suerte, ni una desgracia.

Puedo decir que la partida de Iñaki fue una desgracia en sí misma porque ninguna madre espera o desea que su hijo trascienda antes que ella misma. Ningún padre debería sufrir este doloroso y desgarrador trance. Pero uno no puede cambiar los hechos, por lo que siento que es mejor buscarle, pero sobre todo encontrarle un significado positivo a lo vivido. O al menos eso es lo que creo que mi hijo Iñaki, quisiera que yo hiciera.

Si no hubiese estado ese tiempo en Argentina, y de esa forma tan especial, «léase cuarentena», es probable que ese libro no existiera, ni hubiese pintado ni restaurado tantas cosas. Tampoco hubiese sabido que puedo estar sola, entera y bien, en cualquier sitio del mundo mientras me cuide, me apoye y me sostenga en mi lado espiritual, que es el que me aporta la tan ansiada y, a veces, tan poco valorada paz interior. Lo demás, ¡viene por añadidura!

~Testimonio de alguien que vive

en una ciudad llamada: «Esperanza» ~

Lo que transcribo es un mensaje que me envió una amiga cuando terminó de leer Iñaki, el ángel, a finales de abril del año 2019:

«¡Hola! Perdón por la hora. Terminé de leer el libro. Hoy, sin llegar a conocerlo, tuve muy presente a Iñaki, ¡juro que lo sentí aquí! Me he emocionado muchísimas veces durante su lectura. No sé expresar muy bien lo que te quiero decir porque no me sale en palabras. Euge, sos realmente muy valiente. Voy a compartir este libro.

Te abrazo con el corazón. Gracias por este libro».

Se lo prestó a una amiga como me dijo, porque en marzo del 2020, lo que sería casi un año después y ya en cuarentena, me reenvía el siguiente comentario que, por lo que dice en uno de los audios posteriores que me hizo llegar, pude saber que también había perdido a una hija:

«Hola amiga. Hace mucho tiempo fuimos un día a visitarte, creo que fue antes de Semana Santa, o sea, hace más o menos un año. Ese día me prestaste un libro que, en un momento dado, empecé a leer, pero del cual tan solo leí ocho hojas, y por las corridas de la vida diaria quedó sin que lo terminara. Un día me cansé de verlo dando vueltas y lo guardé en un mueble que hay debajo de mi altar.

Hoy, ya un poco aburrida de tanto encierro y después de haber escuchado al papa, me quedé haciendo un poco de meditación. Luego me acordé de un libro que también había quedado empezado, por lo que comencé a leerlo, pero después de la segunda hoja me acordé del libro que me habías prestado.

Lo busqué y no me pude detener más. Voy por la página sesenta y dos, todo leído hoy. No sé si lo leíste…

La primera parte es tal cual como se vive el dejar volar a un hijo a los brazos de María. Y después, coincido en todo lo que dice hasta donde voy leyendo. Recibimos señales de las que no nos damos cuenta en el momento, o que muchas veces nos las guardamos y no las contamos, porque sentimos que nos van a mirar diferente, como si fuéramos raros.

¡Cómo lo que cuenta acerca del colibrí! Nosotros también encontramos un colibrí arriba de la cama de mi hija y nunca entendimos por dónde había entrado, ya que las ventanas tienen telas metálicas, que impiden que pudiera entrar por ellas. Muchas cosas de las que narra en este libro nos han pasado a nosotros. Algún día nos vamos a sentar y, mate de por medio y tal vez sin lágrimas en los ojos, pueda llegar a contarte todo lo que vivimos.

Hasta esta parte del libro te digo que es maravilloso y lleno de amor. ¡Muy, muy lindo!».

Después en un audio agregó: «Esta misión no tiene que terminar acá para ella. Estos mensajes tienen que llegar a más personas. Los mensajes que percibe de su hijo como señales, es importante que los siga compartiendo, porque no todos nos sabemos abrir para poder transmitir lo que nuestros ángeles nos quieren decir. Ella es especial, es elegida para poder hacer llegar estos mensajes que los ángeles nos dejan como enseñanzas. Ellos nos eligen como mamás y María nos elige para que seamos madres de estos ángeles, por lo que tu amiga tiene que seguir adelante, que no baje los brazos, porque son muchas las personas a las que puede ayudar con este libro. ¡Es hermoso, hermoso, hermoso!».

Más allá de las palabras que puedan ser halagadoras y que solo endulzan por un instante mi ego poco desarrollado, me quedo con esa idea clara que transmite el mensaje de esta mamá lectora que de un modo precoz perdió a su hija: que somos muchos padres los que percibimos a nuestros hijos, o seres queridos que se nos adelantaron en el vuelo hacia la eternidad. Además, me quedo con aquello de que debo ser canal de comunicación entre lo que percibo, siento y vivo, para tocar o ayudar a despertar almas dormidas, como estuvo durante tantos años la mía. Eso sí, debo procurar hacerlo con más sutileza de la que pusieron en práctica conmigo para conseguir que por fin creyera en todo el séquito celestial.

~Revivir momentos que parecieron de película~

Fue en ese tiempo, en esos primeros meses de cuarentena que nos ha tocado vivir en el 2020, cuando comencé a ver una serie. El título me gustó ya que resultaba esperanzador: Algo en qué creer, aunque en verdad luego no pude avanzar más allá del segundo capítulo. El protagonista me pareció de entrada muy intenso en su papel y yo sentía que estaba para ver algo un poco más relajado. Por lo que la serie allí quedó inconclusa, casi desde un principio.

Unos cuantos días después, una de mis amigas, Mariana, que en esos días había terminado de leer mi libro anterior, me escribe un mensaje solo para comentarme que estaba mirando esta serie en cuestión y haciendo un especial énfasis en que le estaba gustando mucho. En ese instante no relacioné el título de la que ella me estaba recomendando, con la que yo había comenzado y abandonado poco después. La cuestión es que se acercaba un fin de semana largo y no tenía nada previsto para ver, ni ninguna otra buena recomendación entre manos.

Algo me decía que tenía que mirar la que ella me recomendaba. Con Mariana hemos compartido largas caminatas teniendo siempre como destino final la Basílica de Guadalupe de mi ciudad — Santa Fe —, o bien caminábamos hasta llegar a un parador que ahora han construido y donde hay una figura de la Virgen de Salta —una advocación muy conocida en Argentina—.

Mariana es un ser muy luminoso, muy alegre y optimista. La Fe es algo que nos unió en la amistad que hoy tenemos y mantenemos. También fue «instrumento de Dios» en mi vida para ayudarme a terminar de concretar algo con lo que había soñado durante mucho tiempo. El «milagro» lo pude vivir porque en ese entonces tuve y mantuve la Fe creyendo de corazón que podía suceder. Por esa razón, el nombre de la serie que ella me sugirió fue para mí, muy sugestivo: «Algo en que creer».

También comenta el título de la canción que es parte de su banda sonora: Ride upon the storm, que significa: «Cabalga sobre la tormenta». También comenta: «Es hermosa, y va en concordancia con tu libro».

Decidí hacer el esfuerzo de comenzar de nuevo tan solo por la insistencia de mi amiga en que no me la perdiera. La verdad es que me costó terminar la primera temporada, ya que el papel del protagonista se me hacía cada vez más insoportable. Se trataba de un sacerdote protestante, déspota, egocéntrico, tirano y manipulador con su mujer y sus hijos.

Al empezar la segunda temporada y sin intención de hacer spoiler de la serie, uno de los hijos muere atropellado en una carretera. Allí empezó a tocarme la trama un poco más de cerca, ya que la madre comienza a tener una conexión especial con su hijo a partir de su partida.

No podría afirmar si fue esa situación de la trama o el ya casi habitual bajón anímico de los domingos, lo que hizo que me empezara a sentir triste y angustiada. Fue en algún instante de ese día cuando en un grito silencioso le había pedido a Iñaki que necesitaba percibir su inmortalidad de alguna forma fuerte e inequívoca. Lo que sucedió un rato después no decepcionó mi pedido, ya que una vez más me dejó perpleja y con el llanto atravesado en la garganta.

Mientras pintaba iba mirando la serie, o mejor dicho, escuchando los diálogos; mientras que de vez en cuando miraba lo que iba sucediendo por el rabillo del ojo. En una de las escenas dijeron la palabra Jerusalén. Entonces mi intuición se activó haciendo que dejara todo lo que tenía entre manos para sentarme en el sofá, y poder mirarla con más atención.

Comenzaron a mostrar unas imágenes de un viaje que había hecho tiempo atrás a Jerusalén, el hermano fallecido.

Luego de varias imágenes panorámicas de la ciudad, el relato se centra en su visita a la Basílica del Santo Sepulcro —lugar clave y sagrado que visité hasta tres veces en seis días, la primera semana de abril del año 2019—.

Lo muestran arrodillado en la lápida donde José de Arimatea y Nicodemo ungieron con aceites y perfumes el cuerpo de Jesús, haciendo casi el mismo comentario que el guía nos hizo aquel día: «Jesús fue lavado y ungido aquí, después de morir».

Luego, encendió una vela y nos lanzó dos preguntas: «¿En qué creo yo? ¿Qué ocurre con nosotros al morir?».

Preguntas que, a veces, nos hacemos en tiempos de dudas, no encontrándoles respuestas si todavía no creemos en la vida eterna.

En una de las siguientes escenas traspasa un gran portal verde que hay en uno de los patios internos de la Basílica del Santo Sepulcro. Un portal al cual también, en mi tercera visita a ese lugar, le había sacado una fotografía, ya que había llamado mi atención. Las puertas atrajeron mi mirada en varios instantes del paseo por ese patio. Tal es así que, diseñando la portada y la contraportada del libro anterior, dudé casi hasta el último instante, en elegir precisamente aquella imagen.

Parece mentira que ese día —6 de abril— a solo seis meses exactos de la partida de Iñaki, sacara una fotografía que, trece meses después, sería la contraportada de un nuevo libro, que en ese entonces era impensado.

Es innegable que los caminos de Dios son muy misteriosos, hasta que un día se revelan y los comenzamos a comprender.

De las tres, la imagen central fue la elegida para la contraportada del libro.

En otra de las escenas se dirige hacia un lugar que también llamó mi atención cuando estuve allí. A pesar de encontrarse un poco descuidado, se puede percibir el paso del tiempo y la historia del lugar. Ver a aquellos monjes, aquel día 6 de abril, fue como transportarse a otro mundo, a otra época o dimensión. Es en ese lugar donde este joven pastor en crisis de Fe percibe la presencia clara de Dios. Allí logró vivir algo que él consideró un milagro y que sin más esfuerzo le otorgó la paz que tanto buscaba.

Podría decir que la Basílica del Santo Sepulcro a mí también me marcó para siempre. Vivencias que relato en el capítulo: Miradas que resucitan el alma, en la página 178 del libro Diosidencias hacia la luz.

Otro instante vivido de gran similitud con ese capítulo de la serie fue la escena en la que alguien llevaba la cruz personificando a Jesús, de camino al lugar donde luego sería crucificado.

Si fue emocionante estar en la Basílica del Santo Sepulcro pisando el suelo que alguna vez Jesús pisó, también lo sería volver a ver en la serie esas escenas tan parecidas a las originales. Mientras veía las imágenes, la piel se me erizaba sin poder evitar algunas lágrimas de asombro, de nostalgia y de mucha tristeza contenida.

Algo que terminó de convencerme, de que era Iñaki tratando de consolarme o levantarme el ánimo en esos días, fue el ver a la esposa atea de este pastor protestante, cuando con el hermano de él, están sacando las cenizas de su tumba para cumplir con la última voluntad que había dejado escrita en un diario donde contaba sus vivencias en Jerusalén.

Al verla sentí frío. No sé si por pensar en el frío que hace en Dinamarca como para estar vestida como ella, o por sentir que Iñaki me hacía un guiño más —después de tantos ya narrados en los dos libros anteriores— con algo tan relacionado a él. La joven viuda vestía una chaqueta tejana y sudadera rosa, tal y como estaba vestido Iñaki en la imagen que elegimos para la tarjeta recordatoria de su funeral. Una fotografía que fue bendecida dos veces por un sacerdote, y que Iñaki dejó sostenida con un imán en la nevera, antes de salir de la puerta de su piso —donde vivía con su hermana— por última vez.

Un poco más avanzada la serie, el hermano viajó por fin a Jerusalén a cumplir la última voluntad del fallecido. Al entrar en la ciudad antigua, tal y como me pasó a mí también, se perdió sin saber muy bien a dónde dirigirse.

Ver la escena del hermano, mapa en mano, me hizo retroceder en el tiempo, como si lo que viera en la pantalla de la televisión fuera una réplica de lo vivido en aquellos días.

Dentro de un bar, parte del diálogo con el camarero es:

—Vengo a una misión.

—¿De Dios? Los turistas suelen venir a cumplir una misión que Dios les mandó.

En ese momento le explica que buscaba un lugar donde el hermano tuvo una especie de visión, como un milagro…

El camarero le responde:

—¡Muchos milagros en esta ciudad!

—Es como un patio cerrado, como con un edificio en medio, y cubierto con un domo.

Él no sabía que el lugar que buscaba era la Basílica del Santo Sepulcro, lugar donde llegó un rato más tarde por obra y gracia de la providencia…

Providencial como fue también mi llegada aquel día a ese santo lugar, unos pocos minutos después de irme de un bar donde había almorzado y dejado olvidado mi recién estrenado mapa.

Los que leyeron Diosidencias hacia la luz recordarán que aquel día me había detenido a almorzar en un bar, en cuanto crucé los portales de la ciudad antigua. Hacía tan solo un rato que había llegado a Jerusalén y quería hacerlo antes de empezar a recorrer ese laberíntico lugar, donde estaba segura que Dios lograría sorprenderme.

Después de almorzar recorrí muy tranquila y expectante las primeras callejuelas sin tener ni idea de adónde me dirigía. Mi fotografía en el interior del bar y la primera que saqué de la puerta de la Basílica del Santo Sepulcro nos permiten calcular que, entre una y otra, no había pasado mucho tiempo si tenemos en cuenta los minutos que puede llevar el elegir la comida, esperarla, comerla, pagarla, mirar las primeras tiendas, sacar bastantes fotografías…

Hacer el recorrido desde el bar hasta la Basílica sin el mapa en mis manos fue cómo seguir sin miedo los pasos invisibles de un ángel, a la vez que sentía una confianza ciega en que todo pasaba por algo.

Dios no defrauda. Logró sorprenderme, no una, sino varias veces en esos días, porque si bien habían pasado pocos meses de la partida de Iñaki, una vez más logró tocar las fibras de mi alma para que no se me ocurriese bajar los brazos. Siento que me propone seguir sin temor las huellas que Él me marca en el camino. Ese pequeño, pero sin saberlo yo, gran gesto de caminar con confianza por un lugar que no conocía y que, a simple vista, se percibe como un gran laberinto, tuvo su inmediata recompensa: llegar al lugar donde padeció, murió, y resucitó por nosotros. Me llevó hasta allí para recordarme que tuvo que morir para así resucitar. Me hizo recordar que, cuando por fin golpeé su puerta, Él me abrió para dejarme entrar a su humilde morada.

El que a Dios busca, a veces hasta sin querer, lo encuentra.

Luego del impacto que causaron en mí todas esas escenas le pregunté a Mariana si ella había podido terminar de ver la serie. Aunque no lo había hecho, sí se había percatado de algo que de inmediato asoció a Iñaki y a nuestra particular conexión. Lo repite hasta tres veces: «Una rosa». Esa flor que siempre había menospreciado, hasta que se dio mi conversión, para comenzar a asociarla por distintos motivos con la Virgen.

Es innegable que mi amiga fue instrumento para que yo la viera en el día y en la hora en que Dios quisiera. Tenía que ser ese y no otro.

Cuando me recomendó la serie también mencionó el nombre de la canción principal. Pero tanto la letra como uno de los vídeos tienen muchos puntos en «concordancia» —como dijera ella— con mi particular historia.

La canción que da título a esta serie danesa conocida en inglés como Ride upon the storm, es del grupo The Doors —Las puertas—. El cantante principal es Jim Morrisson, y nació un 8 de diciembre, día de la Virgen de la Inmaculada Concepción.

Como bien se puede leer en el chat, Mariana iba por el capítulo nueve de la serie, por lo que no había llegado a las escenas donde el protagonista en crisis de Fe se encontraba visitando la Basílica del Santo Sepulcro. Fue en el capítulo final de la segunda temporada llamado Ahí me encontrarás, donde se narran momentos muy parecidos a los que yo viviera en aquel milagroso lugar, el día en el que se cumplían seis meses de la partida de Iñaki y donde retraté aquellas «puertas» que tanto llamaron mi atención como para usar una de mis fotografías como contraportada del libro Diosidencias hacia la luz.

La Virgen nos abre puertas a lo largo del camino y nos esperará junto a nuestros seres queridos cuando por fin nos abra el portal final. Si crees que hay «algo en que creer» sigue leyendo con atención porque Dios se mueve de manera misteriosa y estoy segura de que logrará sorprenderte a lo largo de estas páginas.

El que quiera creer que crea…

Todo muy relacionado a Él, a los libros, a Iñaki y a la misión que siento debemos cumplir: ser semillas para que germinen en el corazón del otro; ser chispas que logren encender la luz de la esperanza en las almas de quienes los lean; que alguna palabra se transforme en disparador de pequeños milagros en sus vidas, de esos que mantienen ardiendo las llamas inapagables de la Fe y de la paz y que, una vez que iluminan nuestros días, resulta imposible desear volver atrás.

¿Coincidencias? ¿Causalidades? ¿Grandes y celestiales casualidades que parecen entretejidas siempre entre sí? ¿Imaginaciones diversas y recurrentes? ¿Delirios? ¿Diosidencias?

¿Tal vez locura? Sí lo es, tengo una locura divina.

~La luz de la santidad~

La certeza de que mi hijo Iñaki fue recibido entre los brazos de la Virgen nada más llegar al Cielo quedó reconfirmada una vez más.

En uno de esos días largos y solitarios de cuarentena había comenzado a pintar una Virgen de Guadalupe que había comprado hacía unas semanas atrás. Estaba decidiendo si la pintaba con los colores originales o si hacía una versión libre cuando, unos minutos más tarde, otra vez y sin imaginarlo, la providencia volvía a sorprenderme. Fue cuando me dispuse a buscar en Google imágenes de esa advocación tan ignorada por años y tan especial, ahora mismo por tantas razones, para terminar de elegir sus colores.

Al escribir las cinco primeras letras de la palabra virgen en el buscador, veo que Google sugiere varios resultados. Al leer que el primero en aparecer era «La Virgen de la luz», decido hacer clic por curiosidad, ya que no sabía de la existencia de esa advocación y porque su nombre estaba muy relacionado con el título y contenido del libro anterior.

La festividad de La Virgen de la Luz coincide con el día en que se celebra San Iñaki: «1º de junio».

El día que terminé de escribir el libro anterior Diosidencias hacia la luz, fue, nada más ni nada menos, que el 1º de junio de 2020.

Como digo siempre, 365 días tiene el año y que otra vez La Virgen se relacione en algo tan especial como esto con Iñaki, si bien ya no me sorprende, sí me emociona hasta las lágrimas.

Dicen que todos estamos llamados a la santidad, pero yo estoy convencida de que Iñaki corrió siempre con un poquito más de ventaja… Él ya nació con alas, solo tuvieron que hacerse grandes y veloces para poder levantar vuelo en un día y en una hora que ya estabas señaladas, y que nada ni nadie hubiesen podido cambiar.

«La Virgen está con Iñaki.

Iñaki ya es para mí un santito.

Iñaki es luz».

Testimonio de Victoria Gómez

~Tía de Clara~

10/12/2010 ~ 18/11/2020

Santa Fe - Argentina

Con respecto a este testimonio querría comentar que es lo más duro que he escrito hasta ahora, después de haber contado muchos detalles puntuales y muy dolorosos de mi vida.

Mi intención es hacerlo con el gran respeto que merece, y con toda la delicadeza que me sea posible. La situación así lo amerita por lo que trataré de ser muy concreta en la transcripción de los mensajes escritos y audios que hemos ido intercambiando con Victoria, pues sus palabras cobraron gran importancia después del tiempo transcurrido y de los hechos acontecidos. Además, cuento con su autorización para hacerlo y espero que el Espíritu Santo me ilumine más que nunca para ir añadiendo al relato únicamente lo que proviene de Él.

Tal y como se puede leer en la captura de pantalla de las imágenes de la página 34, esa situación de divina coincidencia, entre lo del día de San Iñaki y el día de la festividad de la Virgen de la Luz, ocurrió el 24 de agosto de 2020.

En días anteriores —treinta y seis días antes para ser exactos—, el domingo 19 de julio, recibí un mensaje de una chica llamada Victoria. Contactó conmigo para ver cómo podía conseguir Iñaki, el ángel.

En la captura que he hecho de WhatsApp Web se puede leer su mensaje completo. En el audio que le envié para responderle, le comenté que dos días antes me habían entregado de imprenta algunos ejemplares del nuevo libro Diosidencias hacia la luz. Es por esa razón que contestó: «¡Ay, sí, quiero los dos!».

Fue al decidir seguir escribiendo todo lo que sucede alrededor de la presencia divina de Iñaki, que busco y encuentro este primer mensaje de Victoria.

Si bien veía que había muchas situaciones especiales con evidente presencia de las alas de mi hijo revoloteando de distintas maneras, lo que sucedió con Victoria fue lo que me decidió a volver a poner en letras, con orden y tiempo, todos estos hechos concretos que no dejan dudas de que vienen directo desde el Cielo, sin atajos y en línea recta.

Buscándolo, leí que la mamá de la niña de diez años enferma, se llamaba «Luz». Detalle que entonces se me pasó por alto, pero que después de todo lo contado en el libro anterior, el cual tiene que ver con diosidencias relacionadas con nombres concretos y en situaciones muy especiales, hizo una vez más que mi alma se estremeciese de emoción.

Victoria no había leído ninguno de los dos libros, pero muchas de las cosas que me contó en esos días confirman que nada pasa por casualidad, ni que me he vuelto loca de remate.

Mi deseo es ser ordenada en el relato, por lo que quiero seguir contándoles, en un orden casi cronológico, este duro e impactante testimonio.

Después de intercambiar varios mensajes acordamos que ella pasaría por casa para que le entregase los dos libros. Por supuesto, el día que vino a buscarlos, nos pusimos a hablar y la charla se extendió un buen rato. Conectamos de una manera genuina, dándome la sensación de que nos conocíamos desde hacía mucho tiempo. Fue casi al final de su visita, cuando le regalé un rosario del Espíritu Santo. Unos rosarios que había hecho yo misma con medallas de la Virgen de Medjugorje y unas cruces que había comprado y hecho bendecir en aquella ciudad, cuando estuve allí en octubre del 2019. A medida que los hacía, los iba regalando a mis amigas o a personas que estuvieran pasando por situaciones difíciles. Algunas lo habrán rezado, otras no, pero como dice el dicho: «La intención es lo que cuenta».

Es un rosario que llegó a mis manos en uno de los Retiros de Emaús. En esa oportunidad fue en la ciudad de Concordia ––Argentina–– llevándose a cabo el primer fin de semana de junio de 2017, y terminando el domingo 4, que justo era el día del Espíritu Santo.

Desde entonces lo rezo, ya que siento que, haciéndolo, es el Espíritu quien me puede llegar a otorgar sus dones de: «Sabiduría, Entendimiento, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Don de Temor de Dios», además de la paz que, hoy por hoy, percibo y gozo.

Lo cierto es que nos despedimos, diciéndome antes Victoria que, alguno de esos días, me alcanzaría una figura del Sagrado Corazón de Jesús que se encontraba muy deteriorada, para que yo se la restaurase.

El 7 de agosto volví a contactar con ella. Me contestó con un audio:

«Todavía no he podido leer ninguno de los dos libros porque se los llevé a mi cuñada. Ella los devoró: ¡le encantaron! Le gustaron porque le dieron mucha esperanza. Y le dije: «¡Cuando puedas me los pasas que los quiero leer!». Pero sé que los quiere releer y todavía no me he hecho con ellos. Supongo que pronto me los prestará. Por ahora está muy aferrada a los libros, los lee y los vuelve a leer…

»En cuanto a mi sobrina, cada día está peor, pero por suerte sin dolores. Ella sabe que se va a morir y esa angustia es tremenda… ¡tremenda!, porque tiene solo diez añitos. ¡Es muy chiquita! Ella pregunta: “¿Para qué pasa esto? ¿Por qué Dios no me lleva ahora? ¡Ya no tiene sentido hacer nada!”. Está muy angustiada, así que te pido que reces por ella.

»Te cuento también que rezo todos los días el rosario del Espíritu Santo. Me acuerdo y rezo por vos todos los días. En breve te llevaré el Corazón de Jesús para que lo restaures.

»Sí, ¡la situación es terrible!, pero los libros le dieron mucha paz y no es casualidad. Creo que el Corazón de Jesús me ha guiado hacia vos y me diste un gran regalo: ¡el Rosario del Espíritu Santo! Dios escribe recto en renglones torcidos —concluyó con angustia en la voz, aunque con una ferviente Fe.

Después de trece días —el 20 de agosto— le pregunté a Victoria cómo seguía su sobrina. Dada la contundencia de sus palabras en nuestro último intercambio de mensajes, sentí la necesidad de saber sobre su evolución.

«Está muy desmejorada —me dijo—. El tumor le da vómitos y vértigo. Ahora empieza rayos para ver si mejora un poco porque no puede estar ni siquiera sentada. ¡Solo queda rezar!».

El día 26 de agosto, dos días después de que ocurriera aquella serendipia* —la de descubrir que el día de San Iñaki coincide con el de la festividad de La Virgen de la Luz—, escribí lo que ustedes pudieron leer en páginas anteriores con respecto a ese hecho en concreto, como también lo ocurrido con la serie Algo en que creer. Cuando lo terminé de corregir, se lo envié a Victoria para que se lo hiciera llegar a su cuñada, ya que, al haber leído los dos libros, este hecho en concreto le podía aportar algo de luz y de esperanza a los días tan tristes que les estaban tocando vivir.

*Serendipia: Circunstancia de encontrar por casualidad algo que no se buscaba. Descubrimiento que se realiza gracias a una combinación de accidentes y sagacidad.

Cuando Victoria recibió el archivo PDF y mi audio donde le pedía que se lo hiciese llegar a su cuñada, me contestó:

«¡Hola! ¡Qué lindo escucharte! Qué bendición haberte conocido. Ahora se lo envío. Mi sobrina está tranquila, con mucha paz gracias a Dios».