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Contratada por conveniencia… Comprometida para asegurar su legado… Luca Ross tenía el mundo a sus pies. Sin embargo, cuando tuvo que cuidar de su ahijado huérfano, heredero de su inimaginable riqueza, se encontró totalmente perdido. Entonces, la alegre e inocente Ellie Edwards entró de repente en su vida. Ella era exactamente lo que Luca estaba buscando. Contratarla para cuidar de su ahijado le resultó fácil. Negar la intensa atracción que sentía por ella, un desafío.
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Seitenzahl: 212
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Cathy Williams
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Increíble amor, n.º 2870 - agosto 2021
Título original: Contracted for the Spaniard’s Heir
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-913-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
HAGO pasar ahora a la señorita, señor?
Desde la butaca en la que estaba sentado, Luca Ross miró a la señora Muller, su ama de llaves, que esperaba sus órdenes junto a la puerta.
En poco tiempo, había tenido que despedir a la niñera, había hablado con su ahijado para descubrir qué era lo que estaba ocurriendo y, por último, el punto número tres de su lista era la joven que esperaba en la cocina. Resultaba justo decir que su día había sido hecho pedazos.
Asintió secamente al ama de llaves.
–Y asegúrese que esos perros no entran con ella –añadió–. Enciérrelos si es necesario. Si está lloviendo, que se mojen. Son perros. Están preparados para eso. Y compruebe que no destruyen más mi casa.
En el despacho que tenía en su casa, que estaba mejor equipado que la mayoría de los despachos en edificios de oficinas y contaba con todo lo necesario para que pudiera controlar sus innumerables empresas, que se extendían por numerosas franjas horarias, Luca Ross se reclinó sobre su butaca y pensó en la última desgracia que le acababa de ocurrir.
Había fracasado. Tan sencillo como eso. Hacía seis meses, inesperadamente, había tenido que ocuparse de un niño de seis años, primo segundo, al que había conocido brevemente cuando aceptó con una cierta despreocupación el papel de padrino.
Luca tenía pocos parientes y ciertamente ninguno con el que mantuviera un contacto activo, por lo que la petición de su primo le había parecido perfectamente aceptable. Incluso un cumplido.
Después, su primo se había marchado al extranjero en busca de fortuna. Luca no había tardado en perder el contacto.
La vida era muy ajetreada. Los correos electrónicos entre ambos habían sido escasos y no le había resultado difícil aliviar su conciencia en lo que se refería a su papel como padrino ingresando de vez en cuando dinero en la cuenta que había abierto para su ahijado.
Había creído que había cumplido con su deber. No había contado con que tuviera que hacerse cargo de nadie, y mucho menos de un niño de seis años. Desgraciadamente, el destino tenía otros planes.
Los padres de Jake fallecieron trágicamente en un accidente y Luca tuvo que hacerse cargo de un niño que no tenía cabida alguna en su frenética vida.
Por supuesto, Luca había pensado que con el dinero podría solucionar aquel inesperado problema. Sin embargo, en aquellos momentos, sentado en el despacho mientras esperaba que la mujer menuda y de cabello oscuro que le había devuelto a su sobrino dos horas antes, tuvo que admitir que había fracasado.
Aquel fracaso era un insulto a su dignidad, a su orgullo. Más que eso, indicaba negligencia en el cumplimiento del deber que había asumido cuando aceptó ser padrino.
Cuando aquel caos terminara, tendría que volver a considerar toda la situación porque, si no lo hacía, corría el riesgo de que ocurriera algo peor en un futuro no muy lejano.
Luca no tenía ni idea de cuál sería la solución al problema, pero confiaba en que se le ocurriera algo. Siempre lo hacía.
De pie frente a la puerta, hasta donde la había llevado el ama de llaves, Ellie no sabía si llamar, empujar la puerta entornada o salir corriendo, su opción favorita.
Descartó con pena la opción de salir huyendo porque, en aquellos momentos, bajo una lluvia torrencial, los perros que estaba cuidando estaban en el jardín trasero de aquella fabulosa mansión de Chelsea. No podía abandonarlos. En el caso de que lo hiciera, ni siquiera quería pensar en cuál sería su destino. Ni la adusta ama de llaves ni el jefe de esta, que era frío como el hielo, parecían ser personas que tuvieran tiempo para unos perros. Seguramente no les supondría ningún problema llevarlos a la perrera en menos tiempo de lo que se tarda en pronunciar la palabra.
Se humedeció los labios. No sabía qué hacer. Se retorció las manos y trató de no pensar en el altísimo e intimidante hombre con el que había hablado brevemente hacía una hora y media cuando tocó el timbre para devolver al niño a su casa. No había sabido a quién pertenecía aquel niño rubio tan pequeño, pero ciertamente no se había imaginado que sería al impresionante hombre que le había abierto la puerta con una expresión tan gélida en el rostro que podría haber congelado el agua con solo una mirada. La miró a ella y a los perros y entonces se hizo cargo de la situación de un modo que no daba opción a debate alguno. Le ordenó que se fuera a esperar a la cocina y le informó que hablaría con ella en breve.
Con mucho cuidado, llamó a la puerta, respiró profundamente y entró en el despacho con más valentía de la que realmente sentía. Tal y como ocurría con el resto de la casa, aquella sala gritaba lujo desde todos los rincones.
–Mis disculpas por la espera –le dijo Luca mientras le indicaba la butaca que quedaba frente a la suya al otro lado del escritorio.
Miró fijamente el rostro de Ellie. Cuando ella se presentó en la puerta de su casa, con Jake de la mano y un montón de correas de perro en la otra, Luca pensó que nunca había visto una mujer más desharrapada en toda su vida. Menuda, esbelta, con el cabello corto y ropas que él asociaba con la clase de personas con las que él mantenía un mínimo contacto: paseantes, personas callejeras y amantes de los espacios abiertos.
Casi no había podido ver la clase de figura que ella tenía, porque había estado oculta bajo un enorme jersey que estaba totalmente manchado de barro en la forma de huellas de perro. Llevaba los vaqueros metidos por dentro de unas botas de goma igualmente manchadas de barro. Ella había obviado la necesidad de un paraguas que la protegiera de la tormenta de verano en favor de un sombrero de tela vaquera, bajo el que lo observaba con abierta desaprobación.
En resumen, aquella mujer no era su tipo.
–Siéntese, por favor.
–No sé lo que estoy haciendo aquí, señor Ross. ¿Por qué se me ha hecho esperar hasta poder hablar con usted? ¡Me ha descabalado todo el día!
–Y me lo dice a mí. Estoy seguro de que su día descabalado es mucho menos catastrófico que el mío, señorita… Edwards, ¿verdad? Cuando me marché a trabajar esta mañana, lo último que me imaginé sería que me llamarían para que volviera aquí porque mi ahijado se había escapado.
–¡Menos mal que yo andaba cerca para traerlo de nuevo a casa!
Ellie levantó la barbilla con gesto desafiante. Estaba realmente furiosa con aquel hombre, que, evidentemente, no sabía llevar muy bien su casa porque su ahijado se había escapado, había cruzado varias calles con mucho tráfico y había puesto su vida en peligro para llegar al parque donde le podría haber ocurrido cualquier cosa. Aquello era Londres.
La ira le sentaba bien, porque la alternativa era una turbadora sensación en la boca del estómago. Aquel hombre que la estaba mirando fijamente con el rostro impertérrito de un verdugo, era también uno de los hombres más guapos que Ellie había visto en toda su vida.
Era poseedor de una genética exótica, tal y como se adivinaba del dorado bronceado de su piel y de la profunda oscuridad de sus maravillosos ojos. Sus rasgos parecían haber sido tallados con la máxima perfección. Una mirada había bastado para dejarla sin respiración y, en aquellos momentos, sentada frente a él, el efecto de aquellos ojos enmarcados por negras pestañas amenazaba con volverlo a hacer.
–No tiene ni idea de lo peligroso que puede ser Londres –añadió, apartando la mirada de la de él con visible dificultad–. Un niño solo en un parque es un peligro seguro.
–Sí, de eso no hay ninguna duda –respondió él mientras seguía escrutándola con la mirada–. Ha sido una suerte que usted anduviera cerca, dispuesta para devolverlo a casa.
–Sí, sí que lo ha sido.
–¿Debería decirle en este momento la suerte que tiene usted de que no la esté interrogando la policía en estos momentos?
Ellie lo miró sin comprender.
–¿Policía?
–Cuando mi ama de llaves me llamó para decirme que no podía encontrar a Jake, mi reacción inicial fue pensar en un secuestro.
–¿Cómo dice?
–Mire a su alrededor, señorita Edwards –dijo él mientras hacía un gesto con la mano señalando el lujo que les rodeaba–. Nunca he considerado la necesidad de guardaespaldas, pero tampoco había estado nunca a cargo de un niño tan pequeño e imprevisible. Si usted no se hubiera presentado cuando lo hizo, mi siguiente llamada de teléfono habría sido a la policía y usted estaría aquí ahora, siendo interrogada por ellos. Sin embargo, está usted en circunstancias muy diferentes y, en respuesta a su pregunta, la razón por la que la he tenido esperando era porque necesitaba establecer qué papel ha representado usted en la desaparición de mi ahijado, si es que ha representado alguno.
–Lo siento, pero no le entiendo.
–En ese caso, le daré unos minutos para digerir lo que acabo de decir. Creo que, cuando lo haya hecho, se dará cuenta de adónde quiero llegar con todo esto.
–¿Usted cree… cree que yo…?
–No soy hombre que corra riesgos. Siempre he pensado que es mejor tomarme con escepticismo todo lo que la gente me cuenta –comentó él encogiéndose de hombros–. Por lo que yo sé, usted podría haber hecho salir al niño de la casa con esos tres perros como cebo.
–¿Cómo dice? ¿Y por qué demonios iba yo a hacer algo así?
–Vamos, señorita Edwards, supongo que se da cuenta de que una persona que viva en una casa así podría pagar todo el dinero que se le pidiera por la devolución de un niño sano y salvo. No voy a ir tan lejos como para decir que usted ha secuestrado al niño. Tal vez se le presentó la oportunidad y decidió aprovecharla. Tal vez vio alguna vez a Jake de paseo con la niñera, se fijó en dónde vivía y… A menudo, la tentación y la oportunidad tienden a encontrarse.
–¡Eso es lo más descabellado que he oído en toda mi vida! –exclamó ella con las mejillas rojas por la ira. Hizo ademán de levantarse y luego se quedó inmóvil cuando él le dijo que volviera a sentarse.
–Cuando uno es poseedor de una fortuna, encuentra que la gente hace todo lo posible por llevarse un pedazo. Créame si le digo que, si hubiéramos llamado a la policía, el interrogatorio al que ellos le habrían sometido habría sido más agresivo.
–Tal vez en su mundo, señor Ross, la gente hace todo lo que puede por robarle su dinero. Tal vez está usted rodeado de personas sin escrúpulos, pero le aseguro que no tengo intención alguna de apropiarme de nada que le pertenezca a usted. No tenía ni idea de que Jake vivía en un lugar así. Gracias a Dios –añadió con sarcasmo–, que él llevaba una chapa como la de un perrito en la que ponía su dirección.
Luca se sonrojó.
–Tiene seis años y solo lleva unos meses aquí. Me pareció importante que llevara alguna forma de poder identificarse por si acaso se perdía por alguna razón. Su niñera tenía órdenes estrictas de no perderlo nunca de vista, pero, como ha visto usted por sí misma, ella ignoró totalmente mis instrucciones. Jake es un niño inteligente, pero no se puede esperar de él que recuerde una dirección con la que no está familiarizado.
–¿Me cree cuando le digo que lo encontré por casualidad en el parque, señor Ross? –le preguntó Ellie con voz tensa–. Porque no pienso quedarme aquí y escuchar cómo se me acusa de ser… una secuestradora.
–Sí –suspiró Luca mientras hacía girar un bolígrafo sobre el escritorio antes de volver a mirarla a ella–. He hablado con mi ahijado y parece que se aburrió. Alicia, la niñera, estaba hablando por teléfono, sin duda una llamada personal que va en contra de las reglas, y él pensó que podría marcharse a explorar un poco.
Luca prefirió no pensar mucho en la conversación, que, como todas las que tenía con su ahijado, resultaban monosilábicas y poco satisfactorias.
Se había sentado con él en la cama, mientras que Jake evitaba por todos los medios posibles todo contacto visual con él, y había hecho todo lo posible por sacarle información.
–¿Qué pensabas que estabas haciendo cuando se te ocurrió salir de la casa sin la niñera? –le había preguntado Luca, mientras trataba de contener su inclinación a mostrarse airado e impaciente.
Jake se había limitado a encogerse de hombros.
–No me parece una respuesta adecuada.
Jake le había respondido encogiéndose de hombros una vez más. Al final, consiguió sacarle que se aburría en casa y se había marchado a la calle a jugar.
–Desgraciadamente, eso es lo que suelen hacer los niños de seis años. Exploran, en especial cuando el exterior parece ser mucho más divertido que el interior –dijo Ellie con voz fría, devolviéndolo al presente.
Aún le escocía la insinuación que él había hecho, cuando le sugirió que podría haber tenido algo que ver con la escapada del niño al parque. Fuera cual fuera el mundo en el que Luca Ross vivía, ¿de verdad creía que todo el mundo tenía motivos ocultos para tratar de acceder a su cuenta bancaria, que no había ni una sola persona que no fuera capaz de hacer cualquier cosa para echarle mano a todo lo que él tenía?
Sin embargo, Ellie precisamente debería saber mejor que nadie lo que el dinero y el poder podían provocar en la gente.
Ella había crecido con las desastrosas consecuencias de una hermosa madre que había sido una de esas personas sobre las que Luca Ross hablaba, una de las personas que habría sido capaz de hacer cualquier cosa por dinero.
Su madre había anhelado aquello que Luca Ross aceptaba con tanta normalidad y ese anhelo había creado una zona de guerra en el hogar de los Edwards. Andrea se había casado con alguien muy inferior a ella, tal y como había dejado muy claro a lo largo de los años. Había contraído matrimonio con un simple administrativo que no había podido llegar a donde ella había esperado en un principio, cuando los dos eran jóvenes y tenían grandes esperanzas en el futuro. Llena de amargura y desilusión, había centrado todas sus energías en asegurarse de que su hija pequeña, Lily, una belleza como ella, pudiera hacer realidad sus sueños y aspiraciones.
Ellie había sido todo lo contrario. Estudiosa y trabajadora, un patito feo comparado con el maravilloso pavo real que era su hermana.
Sí, Ellie sabía muy bien lo dañina que podía ser la constante búsqueda de dinero. Había crecido odiando el modo en el que las personas son capaces de comportarse para conseguirlo. Su padre había tenido una firme moralidad y ella había seguido su ejemplo desde su más tierna infancia.
El arrogante multimillonario que estaba sentado frente a ella era precisamente la clase de hombre que más odiaba. El hecho de que pudiera estar sentado allí, acusándola de haber tratado deliberadamente de sacarle dinero secuestrando a su ahijado para luego devolverlo con la pretensión de ser una buena samaritana lo decía todo.
–Si eso es todo, señor Ross… Tengo que devolver los perros a sus dueños. Les he enviado mensajes a todos ellos para explicarles la situación, pero no puedo permitir que se enfaden conmigo.
–Deme las direcciones de esas personas. Yo me aseguraré de que se les devuelvan sus mascotas.
–Ya llevo aquí una hora y media. Tengo cosas que hacer. Dijo que quería hablar conmigo y ahora que ha visto que no soy ninguna delincuente, quiero marcharme y llevarles yo misma los perros a sus dueños. Están cansados y necesitan comer.
–Hay un par de cosas que me gustaría aclarar. Puedo asegurarle que los perros regresarán sin novedad a sus domicilios.
–¿Y va a ser su ama de llaves quien los lleve? –le preguntó ella, sonriendo sin calidez alguna–. Creo que perdió la oportunidad de llevarse bien con ellos cuando los echó al jardín a pesar de que estaba lloviendo y luego cerró la puerta con llave.
–Seguía mis órdenes. Yo no tenía intención alguna de permitir que esos perros llenaran mi casa de barro más de lo que ya lo han hecho. Son perros. Disfrutan estando al aire libre. Mi chófer tiene dos perros. Él los llevará, a menos que usted quiera retenerlos aquí otra hora más. Usted elige.
–¿Y qué más hay que decir, señor Ross? Ya le he dicho todo lo que ocurrió. Vi a Jake jugando con los perros y, cuando me acerqué, él me dijo que estaba solo. Al principio no le creí, porque los niños son muy astutos cuando tienen que tergiversar la verdad para conseguir lo que quieren, y pensé que tal vez quería jugar un poco más con los perros. Entonces, rápidamente, me di cuenta de que me estaba diciendo la verdad. Estaba solo en ese parque. Naturalmente, me quedé horrorizada.
–Naturalmente.
–Lo traje aquí tan rápidamente como pude. Y no, no quiero dinero alguno por haberlo traído a casa. Simplemente me siento aliviada de que…
–Sí, eso ya lo sé. En cuanto a lo del dinero, ¿por qué no volvemos a ese punto más tarde?
–No hay nada a lo que volver.
–Usted ha rescatado a mi ahijado. Creo que podemos dejarnos de formalidades. ¿Por qué no me llamas Luca? Y tú eres Ellie, según me parece que dijiste antes…
Ellie se sonrojó. Luca. Un nombre fuerte y agresivo para un hombre fuerte y agresivo. Apartó rápidamente aquel pensamiento y se encogió de hombros.
–Pareces sugerir que conoces a los niños –prosiguió él mirándola con cautela y especulación–. ¿Tienes hijos?
–Tengo veinticinco años. Tendría que haber empezado muy joven.
–Y no estás casada…
–¿Cómo lo sabes?
–No llevas anillo en el dedo. Jake se sintió atraído por ti, igual que le pasó con los perros. Si no hubiera sido así, jamás te habría permitido que lo acompañaras a casa. Se habría escapado. Evidentemente, confiaba en ti. También venía de tu mano cuando regresasteis. Seguramente nada de todo esto te parece a ti de importancia, Ellie, pero te aseguro que la tiene. Desde que vino aquí, le ha resultado difícil… sentirse a gusto.
–¿Te puedo preguntar qué es lo que ocurrió?
La primera reacción de Luca fue negarse a decirle nada. Responder las preguntas de otras personas no era algo a lo que él se sometía, a menos que las preguntas estuvieran relacionadas con el trabajo. Las preguntas personales estaban vedadas y aquella era una pregunta muy personal. Sin embargo, por una vez, vio que debía contestar. Estaba metido en un lío y estaba empezando a pensar que parte de la solución podría estar sentada justo delante de él.
–Sus padres murieron en un accidente de coche –dijo–. Jake se quedó huérfano. Yo era el pariente más cercano de Johnny, su primo para ser exactos, y soy el padrino de Jake. Además, Ruby, la madre de Jake, no tenía parientes cercanos, por lo que yo me tuve que quedar con el niño.
–Entonces, eres primo segundo de Jake además de su padrino.
–Eso es lo que he dicho –replicó él frunciendo el ceño.
–Y, sin embargo, a pesar de todo esto, las cosas deben de estar un poco tensas entre vosotros para que se escapara.
–¿Un poco tensas? –repitió él con una voz que hubiera hecho que cualquiera de sus rivales se echara a temblar, una voz que había perfeccionado a lo largo de los años y que le venía muy bien para poder controlar a cualquiera que tuviera la temeridad de romper sus defensas.
Sin embargo, la mujer que estaba sentada frente a él no temblaba.
–Suele ocurrir –repuso ella–. Solo porque se es familia no significa que la relación sea buena –añadió. Pensó en su propia relación con su hermana, que distaba mucho de ser afectuosa a pesar de que, en el pasado, habían estado muy unidas.
–Jake y sus padres se marcharon a vivir a los Estados Unidos. Era difícil mantener el contacto –comentó Luca.
–Claro.
–Soy un hombre muy ocupado –comentó él con irritación. Se sentía molesto consigo mismo por estar dando explicaciones que, sinceramente, consideraba innecesarias.
–No lo decía a modo de crítica –murmuró Ellie bajando los ojos y pensando que esa era precisamente la intención con la que lo había dicho. Había deducido que Luca habría estado demasiado ocupado ganando dinero como para acordarse del primo que tenía al otro lado del mundo.
–El hecho es que los dos nos hemos encontrado en una situación en la que hemos tenido que hacer ajustes, unos ajustes que a Jake le está costando aceptar.
–Pobrecito… No es de extrañar que le esté costando acostumbrarse. Me he encontrado un par de veces esta situación, normalmente en niños que vienen a Londres de otros países y tienen que quedarse con un pariente lejano al que no conocen muy bien. Supongo –añadió. No tenía nada que perder diciendo exactamente lo que pensaba–, que no ha ayudado el hecho de que se ha visto en manos de una niñera y de un ama de llaves y solo Dios sabe quién más, cuando lo único que necesita es estar contigo a solas y establecer un vínculo con el adulto que es responsable de su bienestar.
–¿Es eso una crítica? –le preguntó Luca fríamente–. He estado notando esa implicación en tus respuestas y en tus preguntas.
–Veo que no te gusta, pero solo te estoy diciendo lo que pienso –afirmó ella–. Soy maestra y tengo bastante experiencia en lo que se refiere a niños pequeños.
–Maestra… Muy interesante…
–¿Sí? ¿Por qué?
–Creo que habría terminado deduciéndolo –musitó él. Ellie se sonrojó.
–¿Y por qué, señor Ross?
–Luca.
Ellie lo miró fijamente. Luca sonrió. La expresión de desaprobación con la que ella le observaba, a través de aquellos enormes ojos verdes, no conseguía estropear unos labios perfectos. Cuanto más lo desafiaba ella, más se divertía Luca.
–No veo el chiste por ninguna parte –le espetó ella.
La sonrisa de Luca era tan sexy que, de repente, ella vio a otro hombre aparte del gélido multimillonario que representaba todo para lo que ella no tenía tiempo alguno. Aquel otro hombre era peligroso. No solo era guapo, sino también sexy, con la clase de sensualidad que debería ir con una advertencia sanitaria.
–Deberías verte la cara –comentó él–. Labios apretados, boca fruncida, mirada con desaprobación… Maestra de escuela. ¿Qué podrías ser si no?
Ellie se sintió ofendida por la sorna con la que pronunció aquellas palabras.
–Me importa un comino el hecho de que te parezca bien estar ahí sentado riéndote de mí. Soy maestra sí, una maestra excelente. Si te da risa que te diga lo que pienso, pues te aguantas.
–No me da risa –admitió él–. Me resulta refrescante.
En ese instante, su móvil empezó a vibrar. Luca contestó la llamada, que duró tan solo unos segundos. Sin embargo, no dejó de mirarla en ningún momento.
Ellie experimentó una sensación de incomodidad. Fue como si su cuerpo estuviera totalmente alerta, sensible de un modo que no era capaz de comprender. Se sentía inquieta y, sin embargo, no podía moverse. Casi no podía respirar.
–Los perros ya no están. Estoy seguro de que sus dueños estarán encantados de tenerlos en casa. ¿Te puedo hacer una pregunta, Ellie? –le dijo mientras volvía a reclinarse sobre el respaldo de su butaca. Ellie guardó silencio–. ¿Por qué paseas perros cuando tienes un trabajo?
Aquello no era lo que Ellie había estado esperando. Se sonrojó.
–No veo qué tiene eso que ver con todo esto.
–No tengo niñera. Es la segunda en seis meses.
–Pues eso no es bueno. El pobre niño necesita continuidad. Los niños necesitan límites concretos y, en especial en la situación de Jake, la estabilidad es muy importante.
–Estoy totalmente de acuerdo contigo, pero, ¿qué puedo hacer? La primera niñera era una mujer de mediana edad que, evidentemente, no sabía cómo tratar a Jake. Él es muy inteligente y tiene mucho carácter, aunque no lo parezca. Simplemente se niega a hacer todo con lo que no esté de acuerdo. También empezó a protestar sobre lo de ir al colegio y, luego supe que la mujer le había dejado quedarse en casa en un par de ocasiones, algo que, naturalmente, no estuvo bien.
–¿Tampoco se siente a gusto en el colegio?
–Ha sido un periodo difícil…