Indomables - Yaiza Santos - E-Book

Indomables E-Book

Yaiza Santos

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Beschreibung

Una decena de mujeres unen sus voces en este volumen con un único objetivo: promover que el feminismo regrese a la senda de la razón. España es uno de los mejores países del mundo para nacer mujer, pero el feminismo hegemónico quiere imponer un relato tenebroso, maniqueo, de mujeres víctimas eternas y menores de edad que necesitan ser tuteladas desde el poder. Los postulados de esta ideología no sólo no resuelven los viejos problemas de desigualdad y violencia entre hombres y mujeres, sino que crean nuevos. El más grave, la imposición de un discurso único, irracional y a menudo de espaldas a la ciencia, con ramificaciones en la academia, los medios de comunicación, la empresa y la política. Frente a esta situación, diez mujeres libres, de diversas generaciones y sensibilidades políticas, con estilos de vida y profesiones distintas, rompen el silencio impuesto y, sin miedo a la cancelación, alzan la voz para abogar por la plena igualdad ante la ley. Sin obviar tramposamente las diferencias biológicas entre los sexos, proponen un caleidoscopio de visiones y vivencias que nos ayuda a entender la condición de la mujer española de hoy y sus desafíos reales.

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Indomables

Diez mujeres frente alfeminismo hegemónico

 

 

 

ColecciónLa espuma de los días2

 

 

 

 

Título: Indomables. Diez mujeres frente al feminismo hegemónico

© De esta edición, Ladera Norte, 2024

© «Aceptar nuestras propias sombras», Miriam Tey, 2024

© «El populismo feminista», Guadalupe Sánchez, 2024

© «Follow the money», Rebeca Argudo, 2024

© «El feminismo que debe ser defendido», Paula Fraga, 2024

© «La hipocresía del feminismo político», Marta Martín Llaguno, 2024

© «La riqueza es la llave de la cárcel», María Blanco, 2024

© «Dopo della rivoluzione», Teresa Giménez Barbat, 2024

© «En defensa de las madres», María Calvo Charro, 2024

© «Los chicos no están bien y no importa», Berta González de Vega, 2024

© «No tengan miedo», Yaiza Santos, 2024

Primera edición: febrero de 2024

Diseño de cubierta y colección: ZAC diseño gráfico

© Detalle fotográfico de cubierta, cartel publicitario de Westinghouse We can do it! (Podemos hacerlo), J. Howard Miller, dominio público

Publicado por Ladera Norte, sello editorial de Estudio Zac, S.L. Calle Zenit, 13 · 28023, Madrid

Forma parte de la comunidad Ladera Norte:

www.laderanorte.es

Correspondencia por correo electrónico a: [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, salvo las excepciones que marca la ley. Para fotocopiar o escanear fragmentos de esta obra, diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos), en el siguiente enlace: www.conlicencia.com

ISBN: 978-84-128095-9-6

Producción del ePub: booqlab

Nota de las coordinadorasDiez mujeres libres

España es uno de los mejores países del mundo para nacer mujer. Sin embargo, un feminismo irracional, revanchista y de trincheras, que se ha constituido en hegemónico, quiere imponer un relato tenebroso y maniqueo, de mujeres víctimas eternas, infantiloides, que necesitan ser tuteladas desde el poder.

Los postulados de esta ideología, basada en conceptos fantasmales, de espaldas a la ciencia y al mero sentido común, no sólo no han resuelto los viejos problemas de desigualdad y violencia entre hombres y mujeres —que persisten—, sino que han creado otros nuevos. El más grave, la imposición de un discurso único, creciente como mala hierba en las universidades, los medios de comunicación, la empresa y la política. Como consecuencia, además, se está produciendo una reacción, desvelada en cada vez más encuestas, en un sector creciente de la juventud que abomina del feminismo sin entrar en matices. Si el feminismo es esto —una ideología que no admite debate, que se impone como una religión y no como un corpus de evidencias—, me borro, nos dicen. Es tal la reacción que han olvidado el concepto de feminismo de la Real Academia Española, a buen seguro compartido por casi el 100 % de la población.

Frente a aquel feminismo oficial y necesitado de víctimas, nos rebelamos estas diez mujeres libres. De distintas generaciones y sensibilidades políticas, con estilos de vida y profesiones diversas, queremos romper el silencio impuesto y alzar la voz para abogar por la plena igualdad ante la ley. Sin obviar tramposamente las diferencias biológicas entre los sexos, proponemos un caleidoscopio de visiones que ayude a entender la condición de la mujer española de hoy y sus desafíos reales.

Cada una de nosotras, desde nuestra especialidad, nuestra experiencia o nuestra curiosidad, cubre un aspecto diferente de esta guerra cultural que nos parece imprescindible dar. Sobre el peligro que suponen las leyes aprobadas al calor de esta nueva ideología de tintes totalitarios, no podía escribir otra que Guadalupe Sánchez Baena, quien se ha ocupado con detalle del tema en libros como Populismo punitivo (Deusto, 2020) o el más reciente Crónica de la degradación democrática española (Deusto, 2023). Rebeca Argudo explica la estafa de los «cursos de género» y el oscuro derroche de dinero que suponen. Paula Fraga se expresa desde el feminismo que debería ser y que la izquierda gobernante ha traicionado, rindiéndose ante un transgenerismo que, en realidad, borra a las mujeres. Marta Martín Llaguno habla de la hipocresía de los partidos —especialmente de izquierda pero no sólo— al ofrecer «políticas de género» que simplemente sirven para lavar su imagen. María Blanco desgrana la importancia de la riqueza y de que las mujeres puedan ser empresarias. Teresa Giménez Barbat, que acaba de publicar un libro cuyo título habla por sí mismo, Contra el feminismo (Pinolia, 2023), ofrece una mirada fría y realista, basada en la ciencia y la evolución, sobre la revolución sexual. En un país cuya pirámide poblacional es dramática, María Calvo Charro hace una defensa entusiasta de la maternidad. Sobre los hombres, los padres, los niños, con fragilidades preocupantes, ofrece su visión, basada en numerosos datos, Berta González de Vega, y Yaiza Santos, por último, se manifiesta contra la era de la víctima. (Ambas, además, coordinamos este volumen).

Escribimos a contracorriente, lo sabemos. Alguna ha sufrido en carne propia el repudio y la censura. La primera que lo constató fue la editora Miriam Tey, hace veinte años, mientras era directora del Instituto de la Mujer, denostada por haber publicado un libro ¡de ficción! llamado Todas putas, que —decía aquella moderna inquisición— hacía «apología de la violación». (Su autor, Hernán Migoya, vive hoy en Perú, habiendo renegado de la república de las letras patria). «Pionera» de lo que hoy se llamaría «cancelación», su ensayo abre, por eso mismo, este libro.

Nuestra batalla no es solamente por nosotras, sino por los valores que tanto costó conseguir a lo largo de los siglos: libertad, igualdad, prosperidad. Por la sociedad actual y por las mujeres y los hombres del futuro.

No tenemos miedo. Sabemos defendernos. Somos indomables.

Berta González de Vega y Yaiza Santos

Índice

Miriam Tey: Aceptar nuestras propias sombras

Guadalupe Sánchez: El populismo feminista

Rebeca Argudo: Follow the money

Paula Fraga: El feminismo que debe ser defendido

Marta Martín Llaguno: La hipocresía del feminismo político

María Blanco: La riqueza es la llave de la cárcel

Teresa Giménez Barbat: Dopo della rivoluzione

María Calvo Charro: En defensa de las madres

Berta González de Vega: Los chicos no están bien y no importa

Yaiza Santos: No tengan miedo

Aceptar nuestras propias sombras

Miriam Tey

Miriam Tey (Barcelona, 1960), editora, ha sido columnista en distintos medios de comunicación, exdirectora del Instituto de la Mujer de España y exvicepresidenta de Sociedad Civil Catalana. Actualmente ejerce como promotora de actividades culturales y colabora con asociaciones como el grupo de periodistas Pi i Margall. Es patrona del Instituto Hermes y vicepresidenta de Citizens pro Europe y de la Fundación Cultura Libre, además de presidenta del centro cultural CLAC, que ella misma fundó y que se dedica a la promoción del conocimiento y el arte, libre de cualquier tipo de doctrina política.

Cuando hace 20 años se organizó un escándalo porque, siendo directora del Instituto de la Mujer, se descubrió que había publicado un libro de cuentos titulado Todas putas, los periódicos se llenaron de titulares del tipo «la directora del Instituto de la Mujer hace apología de la violación». Los medios querían quemar en la hoguera, de forma casi unánime, el libro y de paso al autor, Hernán Migoya, y a mí misma, por un texto de ficción, transgresor y provocativo, en el que como en tanta buena literatura se trataba de descubrir, en ese caso mediante la risa y de forma esperpéntica, el dolor que permite desvelar a los ángeles y demonios que todos llevamos dentro.

La respuesta censora, moralista y reaccionaria me sorprendió, sobre todo porque fue orquestada fundamentalmente por la izquierda, aunque la inmensa mayoría se sumó. Cuando esa respuesta pasó a ser además una auténtica lapidación mediática, dirigida a mí y a su autor, para lograr algo que ahora se llamaría cancelación, la sorpresa se convirtió en indignación. Demostraban que pervivía esa posición inquisitorial, puritana, castradora y gregaria, que parecía que había pasado a la historia, pues se había logrado la aconfesionalidad y la libertad de pensamiento y la cultura y el arte se desarrollaban en una sociedad que celebraba la diversidad.

Lo que al principio algunos habían interpretado como una respuesta coyuntural relacionada con intereses partidistas en tiempos de elecciones, algo que se había puesto en marcha desde la oposición y ante lo que la derecha no había sabido reaccionar más que sumándose —cosa habitual por otra parte—, se vio, con el tiempo, que tenía un origen mucho más profundo. Desplegado en toda su extensión hoy, lo sufrimos como una gran dictadura: el pensamiento único. La gran diferencia entre la antigua forma de represión y la que vivimos ahora es que la anterior la practicaba fundamentalmente el sector conservador de la sociedad, asumiendo que se trataba efectivamente de represión, mostrada como el único camino posible para lograr el bien. Hoy, en cambio, la lleva a cabo principalmente una nueva izquierda, que, sin asumir que lo que aplica es represión, pervierte los conceptos y la llama libertad.

En la misma línea de corrección política, una nueva forma de represión que, en nombre de la libertad, se arroga toda la autoridad moral para ejercer su poder desde cualquier posición y fundamentalmente desde la perspectiva de cualquier minoría, es la inspiración de la actual interpretación del feminismo. Desde la teología que impone esta nueva izquierda se definen los sexos, los géneros y las relaciones afectivas y sexuales. Los términos hasta ahora consensuados por las lenguas o las aproximaciones científicas para obtener definiciones ya no resultan adecuados, ya no son útiles para entenderse, para convivir o generar leyes. No hay consenso en lo que se define como sexo, género, incluso mujer y hombre, y los únicos análisis, reflexiones y definiciones aceptables son los que se fundamentan en los sentimientos, los deseos o las autopercepciones. Más aún: esos sentimientos, deseos y autopercepciones, incluso aunque sean cambiantes en el tiempo, generan derechos automáticamente.

Todo esto, a pesar de tener un origen comprensible por el vacío, la persecución y el ostracismo al que se han visto sometidas las minorías, incluidas las mujeres, que han estado en situaciones de debilidad durante siglos, se ha convertido en una doctrina infestada de símbolos y trampas que ya no nos permite avanzar en la mejora de ninguna situación injusta. Al contrario, parece estar provocando enfrentamientos, miedos y reacciones de oposición cada vez más extendidas, además de una pérdida de libertad. Creo que las mujeres que vivimos en sociedades desarrolladas, en situaciones privilegiadas, deberíamos emprender un análisis crítico, revisar los principios y la actual situación de esta lucha por la igualdad de los sexos que comenzó hace ya muchos años, y ofrecer nuevas perspectivas para seguir avanzando, ajustando de manera compleja y adecuada los análisis a las situaciones, los momentos y los lugares. Y, sobre todo, aplicando una mirada más severa y exigente sobre las propias mujeres.

Las mujeres, como parte de los eslabones más débiles de la sociedad, hemos estado históricamente sometidas a leyes, no siempre escritas, que respondían a una hegemonía moral, y hemos sido víctimas de lapidaciones y linchamientos con la finalidad correctiva de indicarnos cuál era nuestro papel y cuál la única forma de ser mujer, cuáles eran los pecados que no se podían cometer y cómo iban a ser castigados. Es horrible saber que todavía hoy se llevan a cabo estas prácticas contra mujeres, prácticas reales, no metafóricas o mediáticas, y lo poco que hacemos para ayudar a erradicarlas. No quiero ni puedo hacer una exposición extensa ni precisa sobre las necesidades que aún tiene la mujer, ni en nuestra sociedad, ni en otros lugares del mundo donde su situación es de extrema urgencia, ni cómo se debería definir realmente lo que es una mujer hoy, algo que se ha demostrado muy difícil, por las razones ya expuestas, ni pretendo abordar el vasto tema de las necesidades y definiciones de otras minorías que no quieren ser clasificadas de forma binaria. Hay ya muchos estudios que giran alrededor de estos temas y muchos especialistas trabajando de forma seria en ellos. Mi intención es únicamente la de compartir una mirada personal, basada en la propia experiencia y la autocrítica, que trate de desvelar nuestras sombras, las que actúan como un impedimento más para llegar a un desarrollo pleno.

Creo que esta mirada a nuestra propia oscuridad es absolutamente necesaria para seguir avanzando respecto a nuestro papel en el mundo, un papel íntimamente ligado al poder. Es evidente que no hemos tenido el poder político, económico, religioso o moral, tampoco hemos liderado el mundo del arte, ni la ciencia. Consideradas durante siglos como menores de edad, se nos ha tratado como a niñas en todos los ámbitos de la vida. La metáfora utilizada es válida porque refleja la falta de libertad que hemos sufrido, viviendo sin independencia económica, o mejor dicho, con dependencia económica incluso en los casos en los que la mujer poseía bienes y fortuna, sin formación ni conocimientos, sometidas por siglos a padres y tutores y a la vigilancia estricta de la sociedad entera, de la que era prácticamente imposible escapar. Prisioneras como lo son los niños, incapaces de huir de casa de los padres, como tan bien representa por contraposición Tom Sawyer, la historia excepcional de un niño libre que vive solo, sin vigilancia ni protección. Los niños, al igual que las mujeres, han sido maltratados y humillados, han sido prisioneros y explotados, han pasado todo tipo de carencias y penurias, miedos y soledad, pero, también como los niños, ha habido mujeres mimadas, hiperprotegidas y consentidas hasta la náusea. Ha habido algunos que han vivido una niñez feliz, con la pureza que da estar preservados de la realidad y con inocencia, que es el origen de toda virtud, niños puros y virginales, pero algunos también llenos de mañas y resabiados que, para poder escapar a sus circunstancias, han desarrollado una astucia inusitada, incluso una crueldad inesperada. El engaño ha sido un arma imprescindible para la supervivencia de los más débiles. Cuando no se tiene el poder se tiene que saber al menos cómo zafarse. Cuando no puedes enfrentarte estás obligado a mentir, el miedo te obliga y en ocasiones también el deseo de lo que no te está permitido. Los deseos y el poder no han podido establecer un diálogo justo para aquellos que han vivido sometidos, no hay pactos posibles en esas circunstancias, el otro manda, tú obedeces. Así han pasado las mujeres por la historia, como reinas o como esclavas, como vírgenes o como putas, intentando forjar o escapar a un destino que, casi siempre, como en la infancia, estaba en manos de otros. Pero no puede ignorarse que la falta de libertad es sinónimo de irresponsabilidad, sin libertad no hay obligaciones frente a la vida, los otros responden por ti. Puede ser muy triste sobre todo cuando en la pobreza la no responsabilidad no te libera del trabajo, pero en entornos menos carentes cabía la posibilidad de cobijarse, de esconderse, de dejarse llevar, de hacerse con un espacio propio y seguro. Cuando eres niño, o mujer a la que se le ha obligado a adoptar ese rol, el mundo es algo pequeño, te rodea, puede asfixiarte, incluso aplastarte, el horizonte no está a tu alcance, pero los peligros del mundo muchas veces quedan fuera.

Si seguimos con este símil, que puede ayudarnos aunque sólo sea de forma aproximada a desvelar algunos secretos que sólo en ocasiones compartimos, o algunas trampas que si somos honestos reconocemos todos, la mujer ha salido de esta etapa de niñez para entrar de lleno en algo parecido a una adolescencia. Parece que se admite como lugar común que todo lo que le ocurre es culpa del otro, parece que el mundo está en su contra, que nadie la entiende, que no se la valora, y las protestas se convierten en indignación permanente, movidas más por una voluntad de revancha que de justicia. El otro, el que está cerca, el que comparte tiempos, o convive con ella, no sabe cómo hablar para no ofenderla, tiene miedo de sus reacciones no siempre razonables, porque el dolor guardado durante tanto tiempo tiende a salir mal canalizado y ante todas sus quejas prefiere darle la razón, evitar cuestionarla o enfrentarse a ella. Salir de ese modo victimista y autocomplaciente, que explotan organizaciones que quieren por su propia supervivencia a las mujeres sometidas a otro tipo de poder, pero sometidas finalmente, sólo puede lograrse con una mirada limpia y exigente que no se contente con las concesiones complacientes de los hombres con las que pretenden desactivarnos. «Las mujeres sois mucho más inteligentes que los hombres», dicen, añadiendo «lo creo de verdad», y eso solo debería bastarnos para reflexionar con honestidad sobre sus valores, los de los hombres, o digamos, masculinos, frente a los de las mujeres, o más precisamente femeninos, para que la comparación, si se hace, sea en pie de igualdad, frente a la realidad objetiva, sin edulcorantes, ni versiones para infantes.

Ya no más valoraciones complacientes ni condescendientes por parte de los hombres, ya no más exigencias compensatorias por parte de las mujeres. Es necesario pasar a otra fase.

Parece que se vive un tiempo en el que pueden convivir las diferentes etapas por las que ha pasado o pasa la mujer, aplicando sólo los parámetros que la benefician. Así, se reconoce débil cuando se trata de poner cuotas o aplicar distintas leyes ante la supremacía física del hombre; o igual si se trata de salarios aunque no se lleve siempre bien la cuenta de horarios y rendimientos; deseada, cuando se quiere manipular la voluntad de un hombre; o como mero individuo asexuado, si nuestras armas se han visto desactivadas o mermadas por la edad, por ejemplo, o se quieren hacer valer otros talentos.

De alguna forma, se logra la perspectiva correcta para abordar la manera de alcanzar la igualdad deseada, que a mi entender debe residir fundamentalmente en una igualdad ante la ley y en una igualdad ante las posibilidades de desarrollar los propios talentos y de abordar el propio destino, aceptando la realidad. Una realidad llena de contradicciones en las que nuestros derechos y obligaciones no siempre conviven de forma armónica con nuestros sueños o nuestros deseos, una realidad contextualizada por la ciencia, la biología y la genética, cuestionada por la filosofía y no construida en torno a autopercepciones, sentimientos y sensaciones. Un análisis exigente y riguroso de la situación real de cualquier individuo en el mundo nos permitirá a todos un crecimiento, un desarrollo y la ocupación de un lugar más justo en la sociedad en la que vivimos.

El ser humano carga con un dolor por el hecho de serlo, por el hecho de haber rozado el paraíso en algún momento para luego sucumbir derrotado ante la conciencia de su finitud. La mujer comparte ese dolor, independientemente de ser mujer, y el feminismo sectario no ha querido asumirlo, para tratar aunque sea infructuosamente de liberarse de este dolor, sino que ha considerado al hombre como el único culpable. Mientras consideremos al hombre como un verdugo estaremos recluidas en el papel de víctimas, prisioneras del otro. Ha llegado la hora de hacer compatible ese dolor con el poder, y el deseo con la inalienable asunción de nuestra dictadura genética, que, mucho más allá de nuestra libertad particular, nos somete al mandato de la supervivencia de la especie.

Ese mandato que tenemos que acatar como seres humanos —lo que no impide que queden excluidos individuos de forma particular— es el que dispone al hombre a una inseminación indiscriminada y aboca a la mujer a escoger al mejor fecundador posible. Alrededor de ese dictado se ha ido conformando la moral que contempla a la vez la necesidad del máximo número de fecundaciones, para aumentar el porcentaje de concepciones, la selección del mejor para lograr la mejor descendencia posible y el cuidado de la prole durante su crecimiento y desarrollo. La moral ha estado sujeta a este dictado inalienable, obligada a contemplar y guiar las actitudes de los individuos en las distintas circunstancias históricas y cambiando con ellas.

Esta forma de supervivencia de los humanos, en la que los vástagos dependen de los progenitores durante mucho tiempo, ha determinado que la mujer, necesitada de ayuda para la crianza, haya logrado imponer la monogamia sobre el impulso vital más primario del hombre. Una fórmula que la sociedad ha acatado como hegemónica, que ha otorgado a la mujer un gran poder y que, ni con la aparición de la píldora, ni con la incorporación de la mujer al trabajo remunerado y a la vida pública, se ha modificado un ápice.

La rebelión contra el abuso de poder que el hombre ha ejercido sobre la mujer ha sido justa, y aunque todavía queda camino por recorrer, creo que los abusos de poder que comete la mujer son todavía susceptibles de ser señalados y que contra ellos los hombres aún deben ejercer su derecho de rebelión. Hay todo un mundo de ficción sobre las relaciones afectivas, familiares y sexuales en el que el relato está dominado por la mujer. Ese relato tenía su razón de ser en circunstancias pasadas, pero a raíz de los cambios que se han dado en nuestra sociedad, merece una revisión.

Por ejemplo, se podría decir que el hombre tiene prisionero su deseo, porque éste está dirigido, como concepto mismo, a aquello que no tiene y se alimenta de la renovación del objeto, pues su deseo está dictado por el instinto primigenio, el de reproducirse cuanto sea posible en beneficio de la supervivencia de la especie. La mujer fundamenta su satisfacción en ser deseada y escoge entre los que la desean al mejor fecundador posible. Si el deseo de él se renovase, no necesitaría cambiar de «deseador». Mientras que a la mujer se la valora y moralmente se la premia por el cumplimiento de esa llamada de la especie para escoger al mejor y mantenerlo atado en beneficio de la prole, al hombre, en cambio, se le castiga en el seguimiento de su propio mandato, y debe doblegarse al relato que se impuso por necesidad en el pasado, pero que hoy podría alterarse porque las necesidades son otras. Como apuntábamos, la píldora y el ingreso de la mujer en el mundo laboral fuera del hogar, por ejemplo, son dos nuevos parámetros desde los que se abren nuevas perspectivas.

A mi juicio, las revisiones pendientes en las relaciones entre hombres y mujeres deben emprenderse desde una actitud valiente, sabiendo que si exigimos unas realidades debemos prescindir de unos sueños y que si, por el contrario, elegimos ciertas ficciones, habrá que asumir unos costes. Ciertos deseos románticos no pueden convivir con las nuevas exigencias de uniformar los roles entre hombres y mujeres; la pretensión de que el hombre responda a un ideal y a su contrario no es factible, y aún hoy así sigue siendo un anhelo de gran parte del imaginario femenino. La vida no es una postal en blanco y negro y la complejidad de la información a la que vamos accediendo sobre la realidad nos obliga a adaptarnos de forma inteligente y responsable a nuestro entorno, a nuestra identidad y a las relaciones. Las contradicciones son intrínsecas a nuestra esencia, el dolor puede ser placentero, la sumisión liberadora de la responsabilidad del propio destino, el deseo motor de la vida amorosa y en su evolución natural ejecutor de la sexual. Aquello que odiamos nos puede atraer y lo que admiramos a la vez aburrirnos. Sólo a través de una conciencia abierta de nuestros objetivos verdaderos, de nuestras posibilidades y de nuestras carencias y limitaciones, pueden crearse relaciones más justas para todos. Si nos limitamos a replicar un talante frentista, excluyente y abusivo con el control del poder, no habrá avances, ni en la posición de la mujer en el mundo, ni en el logro de los propios sueños, e incluso empañaremos las relaciones afectivas, sexuales, amorosas o familiares hasta desvirtuarlas.

De alguna forma vivimos una especie de esquizofrenia, entre voluntaria e impuesta, donde por un lado se expone la teoría y por debajo va discurriendo la realidad, como si la teoría contemplase sólo lo que debería ser, y lo que es nadie quisiera asumirlo o se atreviese a reconocerlo. Esto llega hasta el punto de convertir la seducción en un auténtico juego sucio, porque por un lado no se reconoce su existencia y por otro se considera una práctica casi delictiva. La obligada reconciliación sólo se pude lograr a través del reconocimiento de lo que hay, lo que debería haber y lo que nos gustaría que hubiera, asumiendo y repartiendo responsabilidades con mayor equidad. De lo contrario, estamos abocados a la frustración y el resentimiento.

Creo que la famosa frase de Sócrates «el conocimiento os hará libres» resulta la más adecuada para ilustrar la idea que he querido trasmitir en estas pocas líneas. Conocernos nos liberará y como individuos libres seremos más capaces de relacionarnos mejor.

El populismo feminista

Guadalupe Sánchez

Guadalupe Sánchez es licenciada en Derecho por la Universidad de Alicante y abogada ejerciente que interviene ante los tribunales de justicia. Tras compaginar sus estudios con las prácticas en despachos multidisciplinares, en 2004 fundó su propio bufete de abogados, Novalex Spain, que sigue dirigiendo en la actualidad y con el que ha alcanzado prestigio a nivel nacional. Conocida activista en las redes sociales (@Proserpinasb) por su defensa de la presunción de inocencia, las garantías procesales y la independencia judicial, compagina su labor como abogada y directora del bufete con la colaboración en distintos programas, como Herrera en Cope, y la publicación de columnas de opinión en el periódico digital The Objective. Es autora de los libros Populismo punitivo (Deusto, 2020) y Crónica de la degradación democrática española (Deusto, 2023).

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