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Un texto 4×4 en los terrenos de la temporalidad: adopción de posturas cuadrúpedas que trepan símbolos, aferro a raíces cuadradas que no revierten lo irreversible, asunción de un cuarto gesticular de colapsos para deshacerse, o cuatro… y muchas otras maneras de estar atiempo.
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Gulluver
Inhalando tics, bombeando tacs / Gulluver. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0982-6
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Todas las ilustraciones se discutieron y resolvieron con el albo.
La corrección se realizó junto a Gabriela Berajá.
Correo del autor: [email protected]
Fanpage: gulluver
Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
Dejemos de decirlo que somosy hagámonos cargo de que solo estamos.El ser es un misterio por su eternidad.El estar es una certeza por su temporalidad.
Nacer en invierno. El frío es quien más nos alecciona en nuestro ingreso a la vida oficial: la de los nombres, las fotos carnet y las huellas digitales.
Luego la conciencia se monta sobre nosotros: nos afilian a la biblioteca de las normas y valores, y nos construyen el almacén de la memoria.
Los primeros recuerdos del amor materno se combinarán con los últimos acuerdos del mandato paterno, que si no se retiene con palabras, se grabará en el cuerpo con mayor eficacia.
Emergerán las recomendaciones tendenciosas, las sugerencias imperativas, los carteles de neón indicando una dirección a tomar, siempre por caminos llanos.
No conformes con planificar nacimientos, también harán programas con el crecimiento.
Ordenarán estar derecho, andar firme, mirar lejos, llegar pronto.
Nos insertarán un brazalete en una muñeca con doce números que guiarán las piernas y dos manecillas que esposarán los brazos.
Querremos detenernos, o al menos ralentar la marcha, sentirnos a gusto con el propio trajinar, pero no será fácil si se multiplican las espaldas en el frente y se apilan críticas en la nuca.
En dos cuotas de noventa grados giraremos la cabeza hacia atrás, para luego volver hacia delante, combinando con regulares avistajes hacia la pulsera.
Y se plantearán cuatro direcciones cardinales…
Si nos convencen apuntaremos hacia adelante…mas nunca daremos en el blanco.¡Cómo aturden las partituras del mundo burgués!
El reloj era la brújula
Los recuerdos del futuro
Una niña gatea por el comedor del hogar,su arrastre hace estela en el parquet encerado.Impulsa una curiosidad cada avance,advierte un aprendizaje cada caída.
Entre las manos pequeñas y suavespellizca un ositoque tiene el perfume de sus padres,huele la presencia de esas caricias.
Entre dos bracitos que se arrebatany dos rodillas que se incorporangarabatea sus primeros pasos…y el piso parte sus labios de un beso.
¿Qué sucede con el tiempo?¿Trastabilló en el suelo? ¿Se hará parte de un remordimiento?La irreversibilidad tiende su palma,la pérdida la tatúa.
Contiene el llantono por falta de dolor, sino por ausencia de oyentes.Siente en su cuerpo las ganas de reintentar,percibe en su mente la cautela de esperar.
Su inocencia la abandona.Ahora solloza, muge.Desdichada… Se alistapara el mundo próximo.
Deshonran las deshoras (adagio)
Una sinfonía se finge perfecta. El adelante se despliega como alfombra indesenrollable. No existe fondo ni pared.
Desde joven recuerda la vida fácil y alegre. Su escolarización no fue mancillada por dificultades de integración, de “ser parte de”. Los desafíos entre sus compañeros del “grupo socializador originario” se apostaron en el papi de quien tenía más, intentando formar subcírculos exclusivísimos dentro del círculo exclusivo en el que de por sí deambulaban.
Su último año en el colegio secundario holgó en test vocacionales y conversaciones con los pares respecto de los estudios a seguir en el nivel superior... No había necesidad. La educación no es sinónimo de dinero. Puertas adentro de su casa estaba claro para su familia cuál era el destino que debía transitar su hijo mayor, o mejor dicho, el primer heredero. Y Franquito sonreía ante la propuesta y agradecía la confianza depositada en él por sus señores padres. No era muy difícil. Solo se trataba de escuchar con atención las enseñanzas y los consejos paternos para seguir manejando el curso de ese inmenso laboratorio que expulsaba cuantiosas ganancias a costa de patentes y licencias que lucraban con la salud psicofísica de la población. Casi que bastaba con mantener el piloto automático para que todo prosiguiera de manera exitosa.
El día de su graduación del nivel medio se organizó en la quinta una gran celebración desbordada de alimentos, bebidas y bailes. Tampoco faltó la vedette de renombre contratada para convertir a Franquito en Franco. No se trató de su debut sexual, aunque sí de la primera ocasión que lo trataron como adulto. Y al día siguiente, el padre ordenó al mucamo que junto con el desayuno le llevara a su hijo un mensaje: lo esperaba a las nueve en el estacionamiento para partir hacia la empresa. Desnudo, con sus dieciocho años y sus dieciocho quilates en el reloj, se tomó unos segundos en contemplar el techo antes de salir.
En el camino le hizo saber que por lo pronto no le harían falta vacaciones estivales ni períodos sabáticos. El tiempo era un recurso agotable que había que aprovechar al máximo. Cuando entendiera el funcionamiento, podría descansar donde y como quisiera.
Soberbio hacia el personal, exigente en el rendimiento, implacable en los mandatos, austero en el reconocimiento salarial, sordo en los despidos, con una foto familiar sobre el escritorio para no olvidar qué es lo importante en este mundo y así convencerse y estar dispuesto a todo para sostener el bienestar del linaje, estricto y mutante con respecto a bienes y servicios. Cada una de estas máximas ingresaba por los oídos de Franco y se incrustaba en su planisferio cerebral; no se estaban sembrando nuevos idearios, sino que se regaban los principios ya consagrados. Y como casi todo hijo mayor que quiere consolidarse a imagen y semejanza de su padre para luego profundizar la conducta y sentir una supuesta autorrealización; Franco fue más duro y extremista como director de la firma.
Los conocimientos técnicos los aprendió en el transcurso de sus veintitantos. Si el objetivo final es el beneficio financiero, era cuestión de concentrar ahí la atención, en un tablero donde todos los casilleros daban premio. Quien gana es el que tiene huevos en muchos gallineros.
Su mirada generacional le permitió a Franco implementar ciertas innovaciones en cuanto a estrategias de marketing y comercialización que produjeron un hacinamiento monetario en las cajas fuertes de la familia. En este cambio de política le recalcaba a su padre que mucha gente aún desconocía lo que producía el laboratorio porque no le importaba. Y lo que no importa es aquello que no se cree necesario para la vida de uno. Entonces, la empresa debe “camelear” sobre la indispensabilidad del producto en la cotidianeidad consumista, con el valor agregado de la promesa de satisfacción. Y ahí es donde entran en juego la publicidad y las maniobras de persuasión, acusando de infeliz a cualquier oyente/vidente massmediáticoo transeúnte de la vía pública, para luego mostrarle un espejo cuya imagen distorsionada aparenta la felicidad de quien toma contacto con el producto o prestación. Su papá se conmovía ante el tiburón bursátil que había gestado, ávido de divisar nuevos puertos de éxito económico.
Un día don Franco pasó a convertirse en el antepasado de Franco, quien a la vez perdió el mote de Junior. Este no demoró en ramificar el clan para cosechar a su despuefuturo.1 En familia adinerada es imprescindible garantizar la sucesión para que la fortuna no termine en manos de parientes miserables ni mucho menos a los pies de un Estado con gobernadores insaciables.
Le contó a su hijo muchas cosas de su abuelo, subrayándole que todo en la vida lo había aprendido de él y que estaba muy agradecido por eso. Por ende, como nieto y próxima locomotora de la casta, debía esforzarse para poder continuar ese camino de responsabilidad y riqueza.
La doctrina se transmitió intacta, flexible a los aggiornamientos propios de la época, siempre con los ojos puestos en el porvenir, respirando el presente millonario y proyectando el futuro billonario.
Con las décadas Franco empezó a aburrirse de esta empresa constante de hacer crecer la empresa. ¿Existía un límite al desarrollo o solo la creencia en él: producto de la resignación por falta de paciencia o fruto de la rendición por ausencia de voluntad o resultado de la simple holgazanería? Sabía que desde algún punto del cielo su padre lo observaba atento con todo el tiempo de la eternidad. Jamás le permitiría resignarse, rendirse ni aletargarse.
Al no estar seguro de la existencia o no de ese tope ya que su ascendiente nunca le había hablado de dicho asunto, se le asomaba la duda… ¿hasta cuándo? Si no había fin espacial, ¿cuándo sería el fin temporal de este proyecto?
Con la misma dedicación que ponía en saborear el bocado final de cada comida, algo similar le fue sucediendo con la vida: buscando un provecho a cada jornada luego de la cena y antes de la medianoche. Valoraría hasta su último día las enseñanzas de su padre pero a las puertas de su adultez final no quería que su existencia fuera una copia de la de aquel. Tenía que haber un momento donde uno pudiera delegar la dirección del laboratorio en alguien de confianza para poder dedicarse a disfrutar de lo obtenido, dejar de postergar el goce del ahora y aplacar la proyección del después. Quizá su padre quiso hacerlo pero la muerte lo sorprendió distraído.
Se puso como plazo su onomástico de seis decenas para dejar la empresa a cargo de su hijo, que de por sí muy bien la llevaba con la profundización publicitaria acompañada de la sistematización de ritmos laborales rígidos en la producción y flexibilizados en la contratación.
Franco se instaló con su mujer en una cabaña de la Patagonia, con ríos y montañas escriturados a su nombre. Ahí pasó los años correlativos.
“La vida se ve demasiado gris sin deseo”, melodiaba por internet la voz de un indio que no era un mapuche de la zona.
Los pensamientos de Franco se fueron haciendo pausados y contundentes. La idea rayaba una línea en el aire que se iba arqueando hasta convertirse en una bella y perfecta circunferencia, la cual duraba unas milésimas para luego explotar y dejar esparcidos los restos de lo que simuló cerrarse; burbujas que atacan cuando estallan. La reflexión le empapaba los dos apellidos.
Si el punto máximo de una empresa es dominar el mercado del producto que fabrica, la de Franco y su familia no estaba lejos de constituirse en un monopolio. Sin embargo, tal posibilidad podría quitar emotividad al trabajo y terminar atrofiando el crecimiento de la corporación al no tener referente frente al cual superarse. Enarbolaba que la perfección solo se da en situaciones de competencia, el confort es una trampa que tiende un adversario agazapado.
Los años de retiro transcurrían y Franco percibió que sus meditaciones necesitarían un proceso de maduración más amplio del que aguantaría su organismo. Por lo tanto, ¿para qué invertir tiempo en algo que no prometía una ganancia próxima?
Le pareció mejor regresar a su rueda financiera, desinvirtiendo en divagues borrascosos y apostando a seguir superando la marca; que cada minuto tuviera peso propio equivalente a cientos de pesos. Su hijo lo recibió con orgullo.
Franco volvió a tomar contacto con las cuentas para disparar el contador de aquellas otras cuentas progresivas que auguraban futuros cuantiosos. Invertir un billete para contar hasta diez y obtener una veintena de papeles monedas. Se incomodaba cuando se quedaba sin pilas en su reloj, necesitaba cambiarlas urgente para no sentirse a gatas, no podía permitirse perder el cálculo de lo que estaba aconteciendo. Su reloj pulsera construido con un mineral noble codiciado por innobles le permitía organizarse y administrar con finura. Cuando algo no salía como quería, rápido se quejaba del contratiempo, olvidando todas las veces que los hechos le representaron contiempos.2
Todos los estadios temporales tienen un importe, en algunos casos asociado a lo afectivo y en otros al efectivo (monetario).
El pasado es lo que se presenta con mayor diversidad en la bolsa de valores según la historia que atesora cada uno y cómo la concibe, y en especial cómo es su actitud frente a la vida. Es posible que los nostálgicos sobrevaloren el pasado mientras que los alegres le asignen una valía más sincera, y a los escépticos les resulte indiferente. El pasado puede ser un legado que cimentó la actual fortuna, o puede representar la vacancia que catapultó la construcción de una riqueza.
En cambio, el presente tiene mucho menos valor ya que todos lo poseemos. Tiende a revalorizarse o devaluarse de acuerdo con las relaciones de causa y consecuencia que se establezcan con el futuro y el pasado respectivamente.
El futuro es lo que más valor tiene porque nadie lo tiene. En él se despliega el riesgo y las trampas, se invita a invertir plata y cariños para momentos aún inexistentes, cuya conquista solo es hipotética.
El valor del tiempo no se traduce en dinero: este se puede perder y también multiplicar; el tiempo siempre es menos.
Y las horas utilizadas para planificar ahorros en el futuro, son las mismas que se pierden en el presente al desatenderlas.
1Lo contrario de “antepasado”.
2Cuando acontece algo que acelera un proceso que se viene desarrollando y cualifica el tiempo.
Estándar - Estar y andar (allegro ma non troppo)
La melodía puede condimentarse de matices. A ciertos pasos la alfombra se conmueve y desvanece. Avanzar es una escalinata en ascenso.
Florencia escuchaba de rebote aquellas lejanas cavilaciones de su primo mayor, distante y ajeno. Le llegaban mediatizadas por algún familiar cercano. Pocas veces había tratado con él, en el marco de algún evento consanguíneo destacado aunque intrascendente.
Esa vida de aquel pariente era para ella un ejemplo del camino erróneo, a pesar de lo mucho que se promocionara desde la vida pública.
El dinero se compite, el conocimiento se comparte. Había que estudiar..., y enriquecerse sí, priorizando espíritu e intelecto antes que bolsillos y alcancías. Ganar plata te obliga a ser veloz; en cambio educarse es un proceso lento que entrena la paciencia, no pierde de vista el horizonte e intenta valorar rítmicas vivenciales sosegadas.
Sus padres, profesionales de las ciencias pseudoexactas, celebraron la convicción de su pequeña de continuar con estudios universitarios desde mucho antes de que terminara la escuela secundaria, mejor aún si se trataba de un disciplina “dura”… como ellos. Ambos hicieron un segundo brindis a solas por la profecía autocumplida, el constante proselitismo académico hacia la hija mostraba su resultado. Ya tenía elegida la carrera donde pensaba seguir corriendo, confiando en que había nacido para eso, ignorando la impronta cultural tan silenciosa como determinante de cualquiera de nuestros obrajes. ¿Cómo será dar el paso inédito? ¿Hacia dónde? ¿Con qué calzado?
Como la gota de café que oscurece la leche, ella sería la que cambiaría algo la tonalidad sexual de la facultad de ingeniería. Una flor entre el yuyal masculino.
Cursó con destacada rapidez y obtuvo muy buenas calificaciones. En cada nuevo nueve o diez estampado en su libreta se fortalecía su creencia de que la ingeniería corría por sus venas. Si la fe mueve montañas, la confianza mueve planetas.
El día que juró por su título desfilaron detrás de sus ojos aquellos intensos años de estudio, a los que pudo sintetizar en diarias asistencias a clases, centenas de horas leyendo sentada frente al escritorio y reuniones con los compañeros en el bar de la esquina para los repasos. También pasó unas cuantas tardes en la biblioteca; y su nariz recuerda ese olor a humedad de los libros y los muebles de madera; y sus oídos recuerdan ese ruido a silencio que ahí rondaba.
Ejerció la docencia en los niveles medio y superior solo un par de años, luego continuó con estudios de posgrado en el extranjero y terminó radicándose en un país bursátilmente más próspero que el suyo natal; no por tratarse de un terreno fértil ni de un gobierno idóneo, sino por las maquiavélicas políticas extractivas hacia otras regiones, de cuyas monumentales obras ingenieriles Florencia fue partícipe en su diseño e implementación. Una flor trasplantada hacia otros campos, soltando sus raíces, volviéndose de plástico en el escritorio de una corporación. Más que una fuga de cerebros es una fuga de intereses individualistas.
Omitió cualquier acto de reciprocidad hacia la sociedad que apostó por y financió su educación.
Con sus manos maquinó enormes acueductos y suntuosos puentes, entre otras fastuosas infraestructuras superestructuradas, brindando modesta comodidad a sus habitantes y grandes beneficios a sus inversores, siempre bajo el guiño de los administradores del Estado, que firmaban con una mano y guardaban dinero con la otra: cruzándose, saludándose y levantando pulgares hacia arriba.
Florencia mantuvo su afán de no descuidar su permanente formación y profesionalización. Fue notable su acumulación de capital cultural, que muchas veces es un pretexto para atraer capital económico. Es frecuente empuñar la misión cultural para disimular el objetivo dinerario, más visible que unos cuantos libros en las estanterías y más sencillo de atesorar que los saberes que se retienen en la memoria.
Asentada su residencia en la ciudad gringo-latina, Flor hizo florecer una pequeña empresa a su nombre y se independizó de las grandes firmas solo con fines de autonomía ganancial, y por eso repitió las metodologías laboristas.
Una tarde de lunes, donde había emprendido una nueva semana a todo carbón, desde el sur su primo se inmortalizaba en sus facturaciones. Tal vez hizo carne su deseo de no seguir trabajando en el mismísimo día del trabajo por excelencia, el umbral de un jornal extensivo a cinco o seis fechas subsiguientes.
Ella se permitió pensar en él solo un poco. Al cabo de unos minutos, lo cremó en su cabeza.
Empero esa muerte dio vuelta la espalda y se quedó mirando a Florencia. La medianoche se metamorfoseó en cuarenta y seis campanadas… habían pasado los años. ¿Y qué tenía para compartir de otros logros que no se vincularan con la profesión y el dinero? El hecho de que la vida se pase rápido no necesariamente se debe a que uno esté entretenido haciendo las cosas que le gustan.
No es que Florencia se disgustara con su educación y su trabajo, aunque entre parpadeos empezaba a notar fisuras en la ingeniería de su vida. Podía llevar a cabo grandes obras que dejaban satisfechos a contratistas y público usuario, no obstante sentía el subdesarrollo de su labor existencial. No podía seguir ingeniando labores nuevas sin ingenio sobre ella misma. La jovial creencia de que su profesión era la esencia de su ser se destiñó y aquellas tonalidades invasoras mostraban los contra-rostros de su supuesto. Estos atisbos de inducción a un cambio solían desconcentrarse ante la omnipresente secuenciación productiva.
Se le anunciaba una necesidad de repaso, por lo que fue rechazando las propuestas laborales que emergían tras el teléfono o le llegaban por correo. Delegó en el personal las funciones mínimas para el mantenimiento de su empresa (más mediana que pequeña) y durante las semanas siguientes; bajo el efecto de una “emoción lenta”, se dispuso a reencontrarse con cada una de sus obras para hallar las omisiones, descubrir un descuido para realzarlo a futuro e invertir su negatividad.
En cada uno de esos trabajos había proyectado una perfección que le devolvía su imperfección humana en otros aspectos. ¿Cómo es posible que de unas manos imperfectas puedan nacer mejores cosas? ¿O será que es más fácil encontrar la perfección en el ejercicio profesional que en la hacienda espiritual?
Con los días fijados en observar sus emplazamientos de hormigón, se impacientó al agudizar su percepción en aquellos torrentes humanos que correteaban por su carretera, que se escondían en su túnel... Un cosquilleo interno la retorcía, como si esas obras fueran extensiones de su cuerpo y esas huestes, una marabunta. Se sintió invadida en su privacidad. Temía que la reconocieran.
La operatividad con que ese puente unía dos barrios era proporcionalmente contraria a su incapacidad de intermediar de manera positiva en su grupo de afectos para evitar la desintegración. La pista de ese aeropuerto expulsaba y acogía aviones cuando ella se veía imposibilitada de sostener si quiera un mínimo dolor de algún ser querido. Su eficaz ingeniería urbana era la contrapartida de su ineficiente ingeniería humana.
Depositó en el concreto de la esfera pública lo que en su círculo privado solo pudo esbozar en abstracto. Preocuparse en lo que sería el objeto la hizo despreocuparse en lo que era como persona. Las semanas sucedieron, la incomodidad devino disconformidad.
Su recurrencia en observar cómo sus obras eran utilizadas por la ciudadanía empezó a irritarla. Donde ella veía un medio, sus cohabitantes solo apreciaban un fin.