Inocencia y placer - Rachael Thomas - E-Book

Inocencia y placer E-Book

Rachael Thomas

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Beschreibung

Lysandros Drakakis siempre conseguía lo que quería y en esos momentos deseaba a la bella pianista Rio Armstrong. Con la excusa de complacer a su familia, a él se le ocurrió que un falso compromiso entre ambos lo ayudaría a averiguar el motivo por el que Rio había roto su incipiente relación… y le permitiría disfrutar del deseo que seguía existiendo entre ambos bajo el sol del Mediterráneo, pero la impactante confesión de Rio lo cambiaría todo y Lysandros, que le había dado su anillo, terminaría queriendo dárselo todo.

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Seitenzahl: 166

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Rachael Thomas

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Inocencia y placer, n.º 2731 - septiembre 2019

Título original: Seducing His Convenient Innocent

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-691-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Primavera en Londres

 

Lysandros Drakakis vio cómo Rio Armstrong, la mujer a la que deseaba más que a ninguna otra en el mundo, se sentaba delante del piano. Toda la sala esperaba expectante el recital que él había organizado para sus clientes en uno de los mejores hoteles de Londres.

Rio era preciosa. Alta, esbelta y elegante. Y mientras todo el mundo esperaba que empezase a tocar, Lysandros se la estaba imaginando entre sus brazos, besándolo con una pasión que, hasta el momento, había sido capaz de resistir. No obstante, ella le había dejado entrever su deseo cada vez que se habían besado.

Los había presentado la hermana pequeña de Lysandros, Xena, asegurando que estaban hechos el uno para el otro, y él llevaba dos meses comportándose como todo un caballero con aquella belleza. Había tenido paciencia y había permitido que fuese Rio la que impusiese el ritmo de su relación. Aunque aquel no fuese su estilo, después del desastre ocurrido diez años antes con Kyra, prefería no dejarse llevar únicamente por la pasión.

Pero el control que había tenido que ejercer sobre sí mismo desde que había empezado a salir con Rio estaba empezando a tener serios efectos colaterales. Solo la había besado y no podía dejar de imaginar sus cuerpos desnudos entrelazados, y mientras Rio empezaba a tocar las primeras notas al piano, Lysandros cerró los ojos y se obligó a tranquilizarse para intentar no imaginársela acariciándolo a él.

Rio le había advertido desde el principio que tenía compromisos profesionales y que dedicaba muchas horas al día a tocar el piano, y había utilizado aquella excusa para no profundizar en su relación, pero el verano se acercaba y la temporada de conciertos pronto terminaría, así que Lysandros estaba decidido a llevársela a la casa que tenía en Grecia, donde pretendía que floreciese la atracción que existía entre ambos.

El sonido de los aplausos inundó la habitación, haciéndolo volver al presente. Lysandros se preguntó cuánto tiempo habría estado perdido en sus pensamientos. Rio se puso en pie y se inclinó ante el público, sonriente. Era una estrella naciente en el mundo de la música clásica y aquellas actuaciones eran su manera de llegar a un nuevo público.

Mientras todo el mundo se marchaba en dirección al restaurante o al bar del hotel, Lysandros se acercó al piano. Rio lo miró y sonrió, y él casi pudo sentir que, tal y como Xena le había adelantado, aquella mujer le haría volver a creer en el amor.

–Excelente actuación, Lysandros –comentó Samuel Andrews con voz ronca.

Lysandros acababa de firmar un contrato con él para venderle diez yates de lujo.

–Sí –le respondió, mirando al otro hombre y dándose cuenta de que Rio estaba a punto de marcharse.

No podía dejarla escapar sin decirle lo maravillosamente que había tocado, y quedar con ella para cenar.

–Si me disculpa –le dijo a Andrews.

No esperó su respuesta. En esos momentos lo único que le importaba era estar con Rio. En un par de días tendría que volver a Grecia, donde pasaría las siguientes semanas trabajando, y sabía que iba a echarla mucho de menos.

Rio lo miró y su sonrisa, tímida, pero sensual, lo convenció todavía más de que necesitaba llevársela a Grecia.

–Has estado espectacular –le dijo–. Tocas como los ángeles.

Admiró su gracia y elegancia con aquel vestido negro que llevaba puesto, que dejaba un hombro al descubierto y se pegaba a sus pechos. Llevaba el pelo recogido en un sensual moño y él se imaginó deshaciéndoselo antes de hacerle el amor.

Ella recogió las partituras y se las apretó contra el pecho.

–Gracias –le dijo, feliz, con los ojos brillantes.

Lysandros se dijo que por fin estaba consiguiendo traspasar su coraza y pronto sería suya.

–¿Significa eso que vas a invitarme a cenar esta noche? –le preguntó ella.

Él se acercó más e, incapaz de resistirse a tocarla, le apartó un mechón de pelo de la cara mientras la miraba fijamente a los ojos.

–Por supuesto, en especial, teniendo en cuenta que voy a tener que volver a Grecia al final de la semana.

–¿Tan pronto? –inquirió Rio con voz ronca.

–Sí, agape mou, tan pronto.

Lysandros solo podía pensar en tomarla entre sus brazos y besarla apasionadamente.

–Tengo que ir un momento a hablar con Hans, el director de la orquesta. Quiere que repasemos unas piezas, pero después estaré libre –le dijo ella–. Libre para disfrutar de las últimas noches que nos quedan juntos.

–¿Las últimas? –repitió Lysandros, fijándose en que Rio se había ruborizado de repente.

–Sí –susurró ella en tono sensual, acercándose más a él, mirándolo a los ojos–. Quiero pasar esta noche contigo.

–¿Estás segura? –le preguntó él, que estaba dispuesto a esperar y quería que ella lo supiese.

–Completamente.

Él la besó con suavidad y tuvo que obligarse a retroceder para no continuar.

–En ese caso, me aseguraré de que sea una noche muy especial, agape mou.

–Lo será porque estaré contigo –le dijo ella ruborizándose de nuevo–, pero antes tengo que terminar con esto. Ya sabes lo mucho que nos hace trabajar Hans. Además, tú tienes que ir a atender a tus invitados.

Lysandros la vio alejarse y vio cómo se giraba a mirarlo, sonriente. Él también estaba feliz, era un hombre diferente desde que salía con Rio, con la que su hermana Xena estaba convencida de que acabaría prometiéndose.

 

 

Rio estaba exultante y se sentía aturdida al saber lo que iba a hacer aquella noche. Iba a entregarse, iba a regalarle su virginidad al hombre de sus sueños. Era hermano de su mejor amiga, había estado prometido antes, pero era el hombre que la hacía sentirse viva. A pesar de saber que él no buscaba una relación seria ni un compromiso, quería estar con él.

Abrió la puerta del salón en el que ensayaban y se acercó al piano. Hans había insistido en repasar algunas obras que iban a tocar durante los últimos conciertos de la temporada. Era temprano, así que Rio tenía tiempo de ponerse a tocar solo por placer.

No se había entretenido cambiándose porque quería terminar con aquello cuanto antes y volver con Lysandros. De hecho, por primera vez en su vida no quería estar allí, sino en otra parte. Quería estar con Lysandros aunque supiese que el único objetivo de él era llevársela a la cama.

Se sentó frente al piano y pensó en sus besos. Empezó a tocar con el corazón acelerado y expresó toda la emoción que sentía en esos momentos con sus dedos.

Cerró los ojos y disfrutó del momento.

–Qué bonito –dijo Hans a sus espaldas, muy cerca de ella.

Rio dio un grito ahogado y se giró, molesta por aquella invasión de su intimidad. Se sintió vulnerable y expuesta.

–Tenías que haberme avisado de que estabas aquí –le dijo en tono molesto.

–¿Y estropear semejante momento? –preguntó él, recorriendo su cuerpo con la mirada–. Estabas preciosa, tan apasionada.

Se acercó más y Rio se sintió amenazada. Hans olía a alcohol y no le gustaba cómo la estaba mirando.

–¿Quieres que repasemos las últimas obras?

–Toca para mí –le pidió él, como si hubiese sabido que la pieza anterior la había tocado para otro.

Ella tragó saliva e intentó tranquilizarse. Volvió a girarse hacia el piano.

–Esta –le dijo Hans, inclinándose sobre su hombro y pasando las páginas de la partitura.

«Toca», pensó ella. «Toca y se apartará».

Tomó aire y colocó los dedos delicadamente sobre las teclas del piano para empezar a tocar. Al principio seguía tensa, pero poco a poco se fue relajando y la música fluyó de forma natural en la enorme habitación.

Terminó y se quedó mirando las teclas, sin atreverse a mirar a Hans. Notó su mano en el hombro desnudo y se puso tensa. ¿Qué estaba haciendo?

Se giró y miró la mano de Hans, incapaz de moverse más. Se dijo que debía levantarse y marcharse, pero estaba paralizada por el miedo.

Y él bajó la mano a su pecho.

Rio retrocedió.

–No –le dijo, agarrándole la mano que ya tocaba su pecho–. ¿Qué estás haciendo?

Su grito retumbó en el salón mientras Hans le agarraba con fuerza el otro pecho.

–Te estoy dando lo que quieres –le dijo él en tono duro, amenazador.

–No, no. No quiero –protestó ella, intentando zafarse de él.

–No seas tímida, Rio. Sé que quieres –insistió él, haciéndole daño en el pecho.

Ella se apretó contra el piano y un sonido discordante emanó de él. Consiguió ponerse en pie y, por fin, separarse de Hans, pero estaba tan sorprendida por lo que acababa de ocurrir que lo único que consiguió hacer fue quedarse inmóvil, respirando con dificultad.

Cuando se dio cuenta de su error ya era demasiado tarde. Hans se había movido con rapidez y estaba atrapando su cuerpo contra el piano.

Rio oyó cómo se rasgaba su vestido y lo empujó.

–Suéltame.

Pero era demasiado fuerte para ella.

–Me gusta que te pongas dura –le dijo él, intentando besarla en el cuello.

–¡No! –gritó Rio, presa del pánico, incapaz de creer que Hans le estuviese haciendo aquello–. No. Para.

–¿Qué demonios está pasando aquí? –inquirió otra voz masculina.

Y Hans la soltó.

Ella intentó recuperar la respiración, aliviada al notar que Hans se apartaba.

Dos miembros masculinos de la orquesta agarraron al director y ella se dejó caer al suelo y se aferró al taburete que había delante del piano como a un salvavidas en medio del mar.

Apoyó la cabeza en los brazos mientras oía cómo Hans decía que había sido ella la que le había dado pie.

Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

–¿Estás bien? –le preguntó una voz de mujer en tono amable, pero enfadado.

Rio miró a su alrededor como un conejillo asustado.

–Ya se ha ido –le dijo la otra mujer.

–Gracias a Dios –respondió ella, temblando–. No sé qué habría pasado si no hubieseis llegado.

–Qué cerdo –dijo la otra mujer–. Menos mal que la sala estaba reservada por partida doble y que he llegado con Philip y Josh.

–¿Cómo que había dos reservas? –preguntó Rio confundida.

La otra mujer le puso su chaqueta por encima de los hombros.

–No te preocupes por eso. Solo tienes que saber que la policía no tardará en llegar para llevárselo, pronto estará entre rejas y no podrá hacerle eso a nadie más.

–¿Qué quieres decir? –le preguntó Rio con los ojos llenos de lágrimas.

–Tendrás que declarar ante la policía, por supuesto.

–¿La policía?

–Sí, los he llamado yo mientras Philip y Josh te lo quitaban de encima.

Fue entonces cuando Rio la reconoció. Era Judith Jones, que había llegado recientemente a la compañía, era una excelente directora y, en esos momentos, también su salvadora.

Rio intentó ponerse en pie y se dio cuenta de que tenía el vestido roto.

–Mi vestido –balbució.

Judith la abrazó.

–El vestido no importa, Rio. Lo único que importa es que hemos llegado a tiempo.

–En caso contrario…

–Hemos llegado –repitió Judith para tranquilizarla–. Y ahora solo tienes que contárselo a la policía.

–Sí.

–Después, vendrás conmigo a casa. Esta noche yo cuidaré de ti, salvo que prefieras estar con otra persona, por supuesto.

–No –susurró Rio con tristeza.

Ya no podía pasar la noche con Lysandros y sabía que Xena estaba ocupada.

–No tengo a nadie más esta noche –añadió.

–Entonces, decidido, te quedarás conmigo –repitió Judith con firmeza.

Rio sonrió débilmente. Sabía que tenía que haber estado con Lysandros, descubriendo por fin lo que era estar con un hombre, pero no podía hacerlo. No podía soportar la idea de que ningún hombre la tocase, ni siquiera el hombre del que se había empezado a enamorar.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HABÍAN PASADO seis semanas desde que Rio había visto a Lysandros. Seis semanas desde que le había dicho que quería pasar la noche con él. Y seis semanas desde que todo su mundo se había venido abajo.

Lo ocurrido aquella noche después del recital había hecho que tuviese que dejar al hombre que era dueño de su corazón.

Y en esos momentos estaba viviendo otra circunstancia impactante de la vida. Xena había sufrido un accidente de tráfico la noche anterior y estaba en el hospital y Lysandros estaba a punto de llegar.

–Xena.

La voz de Lysandros sacó a Rio de sus pensamientos mientras este aparecía por la puerta de la habitación, con la vista clavada en su hermana, que estaba dormida.

A Rio se le aceleró el corazón al ver que Lysandros volvía en entrar en su vida. Se sintió paralizada y vio, desde el sillón en el que estaba sentada, cómo Lysandros se acercaba a la cama y estudiaba con la mirada a su hermana.

Entonces, como si hubiese sentido su presencia, se giró hacia ella y la miró con tal frialdad que a Rio se le rompió el corazón.

–¿Rio? –dijo él–. ¿Cuándo has llegado?

–Temprano, esta mañana –respondió ella, sin saber qué más decirle.

–¿Sabes cuánto tiempo más va a estar dormida?

–Ha llegado muy nerviosa y no se acordaba de nada, así que los médicos la han sedado –respondió Rio, intentando centrar su atención en Xena y no mirar a Lysandros a los ojos–. Han dicho que estará un tiempo aturdida y les preocupa que el golpe que se ha dado en la cabeza le afecte a la memoria.

–¿La memoria?

–No se acordaba del accidente, ni de ningún otro acontecimiento reciente, solo sabía quién era.

–¿Y cómo ocurrió? –le preguntó Lysandros en tono firme, intentando comprender.

Rio se preguntó cómo iba a contarle aquello sin que se enterase de la nueva relación de Xena, relación que había terminado la noche anterior. Aquel podía ser el motivo por el que estaba en el hospital, pero eso daba igual.

A pesar de no recordarlo, Xena le había pedido a Rio que le prometiese que no contaría a Lysandros que salía con Ricardo, un hombre casado. Pero Xena ya no se acordaba de nada, ni siquiera de Ricardo. Los médicos habían dicho que era probable que la amnesia fuese temporal, pero en cualquier caso Rio solo quería ayudar a su amiga, y si eso implicaba volver a mentirle a su hermano, lo tendría que hacer.

Rio se sintió frustrada. Si hubiese conseguido convencer a Xena de que su amante había puesto fin a su relación para intentar salvar su matrimonio, de que no iba a dejar a su esposa, tal vez el accidente jamás habría ocurrido y Xena no estaría allí en esos momentos. Pero no había logrado convencerla y Xena se había marchado de casa después de que ella se hubiese dormido y en esos momentos Rio se sentía culpable por lo ocurrido.

–¿Qué pasó? –insistió Lysandros.

–Un coche se saltó el semáforo y chocó contra el de Xena, haciéndolo volcar –le explicó, cerrando los ojos.

Estaba cansada y disgustada. Y, para colmo, allí estaba él.

–¿Tú estás bien? –le preguntó Lysandros.

Ella abrió los ojos y lo vio de cuclillas, justo delante, agarrado a los brazos del sillón y atrapándola entre ellos. Entonces pensó en Hans, pero se dijo que no podía dejar que aquello siguiese marcando su vida. Necesitaba superarlo.

–¿Rio? –la llamó Lysandros preocupado, apoyando una mano en su regazo.

El calor de su piel hizo que Rio se sintiese curiosamente segura.

Lo miró y tuvo que recordarse que estaban allí por Xena.

–Preocúpate por tu hermana, no por mí –le dijo en tono frío.

Él se incorporó y ella lo miró a los ojos oscuros. No pudo apartar la vista. Se preguntó si el deseo que habían sentido en el pasado se habría apagado para siempre.

Se obligó a mirar a Xena, desesperada por retomar las riendas de sus emociones. Después miró a Lysandros otra vez.

–He hablado con el médico y no debería tardar en despertar. Tiene el brazo y la muñeca rotos, pero esperan que se curen bien, aunque no pueda tocar el violín durante bastante tiempo.

Aunque ella sabía que lo que más le iba a preocupar a Xena no era poder tocar el violín, sino la pérdida del hombre al que había amado. Si se acordaba de él. A Rio se le llenaron los ojos de lágrimas y parpadeó con rapidez para contenerlas. Se puso en pie y se acercó a la ventana. Era primavera y fuera brillaba el sol.

–¿Por qué? –le preguntó Lysandros, mirando a su hermana.

–Porque, incluso sin tener en cuenta la amnesia, tardará un tiempo en recuperarse. Tal vez no esté curada ni siquiera para el otoño, cuando empiece la temporada.

Rio sabía que aquel no sería el motivo por el que Xena no querría volver a unirse a la orquesta. Ricardo formaba parte de ella.

–En ese caso lo mejor será que Xena vuelva a Grecia –comentó Lysandros, mirando a su hermana y después a ella.

Rio no tenía intención alguna de llevarle la contraria. De hecho, se sintió aliviada al oír aquello. Si Xena se marchaba de Londres los rumores acerca de su relación con Ricardo probablemente se acallarían.

–Sí, estoy de acuerdo en que es lo que necesita, dadas las circunstancias –dijo Rio, consciente de que Lysandros seguía estudiándola con la mirada.

Este se acercó también a la ventana y miró hacia fuera antes de girarse hacia ella. Rio se sintió atrapada, temerosa de que Lysandros le pidiese una explicación, le preguntase por qué lo había dejado plantado aquella noche.

–¿Y tú? –le preguntó este en tono amable, con gesto de preocupación–. Es evidente que todo esto también te afecta a ti.

–Yo me quedaré en Londres –respondió ella en un susurro, hipnotizada por su mirada.

Lysandros levantó la mano y le apartó un mechón del rostro como había hecho la última vez que se habían visto. Antes de besarla.

Rio contuvo la respiración. Tenía el corazón tan acelerado que no podía ni hablar. Solo podía perderse en aquellos ojos negros.

–Tú también estás en shock. No deberías estar sola –continuó él.

Rio se apartó de él.

–Estaré bien aquí.

–Seguro que Xena quiere tenerte cerca –insistió él.

–No, tengo que quedarme aquí.

 

 

Lysandros se fijó en el rostro de Rio, que iba sin maquillar y vestida con pantalones vaqueros y un jersey. Su aspecto era completamente inocente. Se preguntó qué le pasaba con aquella mujer y por qué quería intentar conquistarla a pesar de que ella le hubiese dejado.