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Dormir es un fenómeno realmente extraño, lo hacemos sin que nos enseñen, en realidad nadie sabe bien cómo o por qué duerme. Sufrí de insomnio durante muchos meses hasta que me di cuenta de que tenía un problema, entonces decidí que necesitaba información y no píldoras para dormir. Así que puse manos a la obra y dediqué gran parte de mi tiempo a reunir todos los datos relevantes sobre el tema. Esta obra refleja la investigación que me llevó a descubrir que una buena calidad de sueño se traduce siempre en una mejor calidad de vida.
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Seitenzahl: 45
Veröffentlichungsjahr: 2016
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Introducción
Esa tarde, me desperté al final del recorrido. Tomé el autobús que en 15 minutos me dejaría justo frente al edificio en el que debía asistir a una importante reunión de trabajo pero, en lugar de eso, abrí los ojos tres horas más tarde en un sitio totalmente desconocido. Cuando el conductor del ómnibus palmeó mi hombro y volví del sueño profundo en que me hallaba sumergido di vueltas con la cabeza mirando hacia todos lados, estaba desorientado. Supe en aquel instante que había llegado el momento de hacer algo contra mi insomnio. Por una cuestión de principios decidí que lo que necesitaba era información y no píldoras para dormir. Así que puse manos a la obra y dediqué los siguientes nueve meses a reunir todos los datos relevantes sobre el tema. Una de las primeras cosas que descubrí es que mi cerebro trataba por todos los medios de compensar la falta de descanso con breves “micro-sueños”. En ciertas oportunidades –aquella tarde, por ejemplo– no eran tan “micro” ni tan breves. Esto me hizo reflexionar, pensé cómo se hubieran desarrollado los sucesos si en lugar de dirigirme a la reunión en autobús hubiera intentado llegar conduciendo mi automóvil. La respuesta surgió en cuanto comencé a reunir información: más del 30% de los conductores se duermen al volante al menos una vez en su vida. Miles de accidentes de tránsito se generan por esta causa, pero aún me impactó más descubrir que desastres como Chernobyl o tragedias como la del transbordador espacial Challenger se debieron a fallas humanas provocadas por falta de sueño, la mayoría de las veces por turnos extendidos de trabajo. Mi investigación arrojó muchos otros datos importantes, me alegra compartir a continuación algunas de las conclusiones más destacadas.
Una sana costumbre innata
Dormir es un fenómeno realmente extraño, lo hacemos sin que nos enseñen, en realidad nadie sabe bien cómo o por qué duerme. Descubrí rápidamente que el insomnio es más común de lo que suponía, se trata de uno de los males más antiguos y frecuentes de la historia de la humanidad. Los estudios indican que hoy, el 30 por ciento de las personas padece este trastorno, pero no todos los que tienen problemas para dormir son iguales. Algunos duermen pocas horas y viven su vida de vigilia en condiciones aceptables, con buen rendimiento intelectual y buena salud. Éstos ni siquiera buscan tratamiento. De hecho, la medida de ocho horas de sueño como parámetro saludable es considerada por muchos científicos como relativa, la cantidad de tiempo que cada persona debe dormir por noche depende de diversos factores que van desde la carga genética que uno lleva desde su nacimiento hasta la edad cronológica en que se encuentra. Los niños de hasta diez años necesitan nueve horas de sueño, mientras que los adultos a partir de los 30, deberían dormir siete horas en promedio. Otros –entre los que me incluyo–, se transforman en zombis por la falta de sueño y enfrentan todo tipo de inconvenientes. Depresión, ansiedad, hipertensión, diabetes, insuficiencia cardíaca, infecciones, cáncer y una alta incidencia de accidentes son sólo algunas de las consecuencias que pueden sufrir quienes padecen insomnio. De hecho, las personas que duermen entre cuatro o cinco horas por noche tienen un 50 por ciento de probabilidad de ser obesos. ¿Por qué? La razón debe buscarse en dos hormonas, una es la leptina –producida por los adipocitos– que actúa como un supresor del apetito al señalar que el depósito de grasa es suficiente. La otra, llamada grelina, es una hormona liberada por el estómago para promover la sensación de hambre. Cuando esta hormona llega al cerebro provoca una intensa necesidad de carbohidratos, en especial de azúcares. La falta de sueño disminuye los niveles de leptina y aumenta los niveles de grelina. Por lo tanto, el cerebro recibe una doble señal indicando que tiene un déficit de energía y genera una respuesta coherente que induce un apetito cada vez mayor. Un estudio de la Universidad Case Western Reserve demostró que los que duermen cinco horas por noche engordan más que aquellos que duermen siete horas. Esto indica que hay un vínculo entre el insomnio y la predisposición metabólica al aumento de peso.
En el siglo XVIII, el famoso Benjamin Franklin recomendaba ir a la cama temprano para estar lúcido y saludable, pero claro, en aquella época –a la luz de las candelas–, las noches eran muy oscuras y casi todas las actividades se extendían solamente hasta la caída del sol. A diferencia de Franklin, Thomas Edison –otro prestigioso inventor– aseguró a principios del siglo XX que “el sueño es una pérdida criminal de tiempo y una herencia de nuestro pasado cavernícola”. Quizás el objetivo de doblegar este terrible despilfarro de horas fue lo que llevó a Edison a pergeñar el foco eléctrico, un artefacto tecnológico que invadiría la noche en una carrera sinfín y nos ubicaría en el siglo XXI frente a cientos de estímulos externos (computadoras, tabletas, televisores, teléfonos) que atentan contra el normal funcionamiento del ciclo interno que regula el sueño de las personas.