Intercambio de saberes entre América y Europa. Siglos XVII-XIX - Susana María Ramírez Martín - E-Book

Intercambio de saberes entre América y Europa. Siglos XVII-XIX E-Book

Susana María Ramírez Martín

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El cultivo de la ciencia entre los siglos XVII y XIX se dio a los dos lados del Atlántico, con lo que se creó un intercambio de espacios culturales. La generación y apropiación de conocimientos, en particular en el campo de las ciencias de la salud, la medicina, la cirugía, la botánica, la farmacia y la química, requirieron de figuras epistémicas, de instituciones, expediciones, cátedras, asociaciones, publicaciones y otras estrategias que permitieran una interacción de saberes. Interacción con altas y bajas según los diferentes contextos que quedaron enmarcados en los siglos señalados, entre ellos los movimientos culturales, como la filosofía ilustrada o las reformas educativas y los movimientos revolucionarios o los independentistas, entre otros. Por tanto, el eje del presente volumen, integrado por siete capítulos desarrollados cronológicamente, consiste en reflexionar sobre la circulación del conocimiento; ubicar las rutas que han recorrido las ciencias de la salud entre Europa y América y, de manera particular, identificar a las élites letradas, a los actores científicos; analizar el conocimiento generado y los modelos epistémicos aceptados, así como señalar el valor de la historia institucional.

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Universidad de Guadalajara

Dr. Ricardo Villanueva Lomelí

Rector General

Dr. Héctor Raúl Solís Gadea

Vicerrector Ejecutivo

Mtro. Guillermo Arturo Gómez Mata

Secretario General

Dra. Gloria Angélica Hernández Obledo

Rectora del Centro Universitario de los Lagos

Dra. Karla Noemí Padilla Martínez

Secretaria Académica

Mtra. Yamile F. Arrieta Rodríguez

Jefa de la Unidad Editorial

Primera edición, 2022

© Susana María Ramírez Martín

Martha Eugenia Rodríguez Pérez

ISBN 978-607-571-682-4

D. R. © Universidad de Guadalajara

Centro Universitario de los Lagos

Av. Enrique Díaz de León 1144, Col. Paseos de la Montaña, C.P. 47460

Lagos de Moreno, Jalisco, México

Teléfono: +52 (474) 742 4314, 742 3678 Fax Ext. 66527

http://www.lagos.udg.mx/

Se prohíbe la reproducción, el registro o la transmisión parcial o total de esta obra por cualquier sistema de recuperación de información, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, existente o por existir, sin el permiso previo por escrito del titular de los derechos correspondientes.

Editado y hecho en México / Edited and made in Mexico

Intercambio de saberes entre América y Europa. Siglos xvii-xix se editó para publicación electrónica en octubre de 2022 enCULagos EdicionesAv. Enrique Díaz de León 1144, Col. Paseos de la Montaña, C.P. 47460Lagos de Moreno, Jalisco, MéxicoTeléfono: +52 (474) 742 4314, 742 3678http://www.lagos.udg.mx/

Comité editorial: Mtra. Yamile F. Arrieta RodríguezCuidado del texto: Jazmín Aurora Lorenzo GarcíaDiseño cubierta: Mateo García ContrerasDiagramación: Ana Carolina Cabrera Almeida Imagen de cubierta: La descripción más reciente y más precisa de América,Jacob van Meurs. Biblioteca Nacional de Brasil

INTRODUCCIÓN

Susana María Ramírez MartínMartha Eugenia Rodríguez Pérez

El cultivo de la ciencia entre los siglos XVII y XIX se dio a los dos lados del Atlántico, con lo que se creó un intercambio de espacios culturales. La generación y apropiación de conocimientos, en particular en el campo de las ciencias de la salud, la medicina, la cirugía, la botánica, la farmacia y la química, requirieron de figuras epistémicas, de instituciones, expediciones, cátedras, asociaciones, publicaciones y otras estrategias que permitieran una interacción de saberes. Interacción con altas y bajas según los diferentes contextos que quedaron enmarcados en los siglos señalados, entre ellos los movimientos culturales, como la filosofía ilustrada o las reformas educativas y los movimientos revolucionarios o los independentistas, entre otros. Por tanto, el eje del presente volumen, integrado por siete capítulos desarrollados cronológicamente, consiste en reflexionar sobre la circulación del conocimiento; ubicar las rutas que han recorrido las ciencias de la salud entre Europa y América y, de manera particular, identificar a las élites letradas, a los actores científicos; analizar el conocimiento generado y los modelos epistémicos aceptados, así como señalar el valor de la historia institucional.

La primera contribución, a cargo de Ismael Iriarte Ramírez, lleva por título La circulación de saberes a través de bibliotecas privadas en América, durante los siglos XVII y XVIII. Para aproximarse a esta cuestión se estudió el caso de la biblioteca del religioso Fernando de Castro y Vargas, una de las colecciones privadas más importantes de Santa Fe, capital del Nuevo Reino de Granada, cuyo extenso inventario incluye 1060 cuerpos de las más diversas áreas de conocimiento y orígenes. Lo anterior permite establecer el canon de los libros que conforman la biblioteca de una persona de letras y ciencias, así como la posible justificación de la presencia o ausencia de determinados volúmenes.

Por su parte, Verónica Ramírez Ortega analiza la figura de Domingo Russi, cirujano de origen italiano asentado en Nueva España en la segunda mitad del siglo XVIII. Este facultativo fue un hombre de su tiempo y a través de su profesión lo refleja. Participó en la renovación de la cirugía en el virreinato, defendió la observación y la investigación, así como la utilidad de disciplinas como la física, la química y la botánica como herramientas para lograr avances en la medicina. Todo ello se ve reflejado en los manuscritos que nos legó y que son resultado de su trabajo profesional a lo largo de su vida en México.

En el tercer capítulo, Topografía Médica de Cuba, por don Ramón de La Sagra, académico corresponsal de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz en 1829, Paloma Ruiz Vega analiza el documento que La Sagra remitió desde La Habana a la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz. Dicha academia fue fundada el 30 de septiembre de 1815, siendo socio fundador el cirujano de la Armada Francisco Javier Laso de la Vega, quien se encargó de la difusión de la topografía a través de un periódico especializado. Las relaciones entre la Academia Gaditana y el Jardín Botánico de La Habana surgen en 1823, cuando Ramón de La Sagra (1793-1871) es nombrado por el rey para ocupar la primera cátedra de Historia Natural establecida en La Habana, con lo que se promueve un intercambio de saberes entre España y Cuba concentrados en la historia natural, climatología, población y medicina, significando una importante información para el personal de salud.

El siguiente apartado, el de Susana María Ramírez Martín, titulado Una “rara enfermedad” del siglo XIX publicada en el Noticioso General de México y difusión, narra que, en el inicio del siglo XIX novohispano, en los periódicos mexicanos se muestran todo tipo de informaciones. Las noticias médicas, científicas y sanitarias no quedan al margen. El motivo de la publicación de estas noticias varía en función del editor o de la naturaleza o singularidad de la noticia, o bien, del impacto de su conocimiento en la sociedad de referencia. En el año 1816, en el periódico Noticioso General, aparece una noticia médica que mantendrá vigencia hasta mediados del siglo XIX. Es el caso clínico de Pablo Rodríguez Sandobal. En el capítulo se responderá a las siguientes interrogantes: ¿por qué se publica en el Noticioso General el caso de un enfermo ingresado en el Hospital de San Andrés de la Ciudad de México en abril de 1816? ¿Cómo se cuenta la noticia y cómo se propaga la información a otros periódicos, tanto novohispanos como peninsulares y extranjeros? ¿Cuáles son las rutas de distribución de las noticias?

En el capítulo quinto, Ensayo, esperanza y error; prácticas científicas emergentes en la batalla antileprosa en México, siglo XIX, escrito por Jimena Perezblas Pérez, se establece que el Hospital de San Lázaro de la Nueva España sirvió durante el periodo colonial como institución de caridad y como medida profiláctica para contener la lepra, enfermedad crónico-

infecciosa, producida por el Mycobacterium leprae. Durante el siglo XIX, la llegada al leprosario de dos figuras epistémicas, los doctores Ladislao de la Pascua y Rafael Lucio Nájera, producto de las reformas educativas de la primera mitad del siglo en México, inauguró un periodo de generación de conocimiento médico moderno en el campo de la leprología. Fue durante la dirección médica de estos facultativos, que se introdujeron en el Hospital de San Lázaro teorías y métodos novedosos como el anatomopatológico, así como la experimentación científica de variedad de recursos terapéuticos, ya fueran los tradicionales, los de origen local, o incluso las herramientas proporcionadas por el campo de la química que culminaron en la redacción de los primeros tratados de leprología mexicana, Elefantiásis de los Griegos (1844), del Dr. Ladislao de la Pascua, y Opúsculo sobre el mal de San Lázaro (1851), de Rafael Lucio e Ignacio Alvarado.

La colaboración de Martha Eugenia Rodríguez Pérez, El estudio del tifo y la fiebre tifoidea en el primer tomo de la Gaceta Médica de México,se enfoca en las disertaciones que llevaron a cabo los médicos afiliados a la Sección Médica de la Comisión Científica en la Ciudad de México durante los años 1864-1865. En el marco de la etapa premicrobiana se analiza el saber e incertidumbre de cinco médicos respecto a la naturaleza del tifo y la fiebre tifoidea, si eran dos entidades morbosas independientes o una sola con variantes. Los médicos seleccionados para el presente estudio son tres mexicanos y dos franceses que exponen sus métodos de trabajo y opinan sobre los agentes causales y la terapéutica aplicada. Manuel Carmona y Valle, Luis Hidalgo y Carpio, Miguel F. Jiménez, Julio Claudel y Carlos Alberto Ehrmann participaban del continuo progreso de la medicina, reconocían los alcances de la ciencia, dialogaron entre sí en el foro académico y externaban el resultado de sus investigaciones en la publicación periódica mencionada, evidenciando a la asociación y a la gaceta como espacios para favorecer el intercambio entre especialistas nacionales y extranjeros.

En el último capítulo del libro Rodrigo Antonio Vega y Ortega Báez despliega una investigación sobre la coproducción de conocimiento botánico, zoológico y mineralógico entre científicos españoles y uruguayos presente en elÁlbum de la República O. del Uruguay (1882). El capítulo examina cómo este libro fue un instrumento científico que visibilizó los recursos naturales del país tras la celebración de la Exposición Continental de Buenos Aires del mismo año a manera de un compendio de la flora, la fauna y la mineralia con utilidad económica para atraer inversionistas y emigrantes en un periodo de modernización nacional.

Los capítulos que integran el presente volumen, apoyados en fuentes primarias, dan a conocer las inquietudes y trabajos realizados por actores epistémicos que, pese a sus diversos contextos, europeos y americanos, en conjunto contribuyen al devenir de la ciencia, destacando la coproducción y circulación del conocimiento.

Bibliotecas particulares y circulación de saberes en la América hispana de los siglos XVII y XVIII: el caso de Fernando de Castro y Vargas en Santa Fe, capital del Nuevo Reino de Granada

Ismael Iriarte Ramírez

El concepto de circulación de saberes sobre el que se estructura este trabajo está vinculado a la transmisión de conocimientos, ideas y doctrinas, que en el caso del Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVII estaba gobernado casi en su totalidad por las influencias europeas que llegaban a la Colonia desde la metrópoli, marcada por los reinados de Felipe III y Felipe IV. Este influjo no sólo se manifestaba en la gestión gubernamental de las instituciones coloniales sino también en otros aspectos como la imposición del idioma castellano y la fe católica como elementos determinantes de la vida cotidiana, cultural e intelectual en el nuevo mundo, lo que se veía reflejado con la presencia en bibliotecas, de particulares y de instituciones educativas, de autores como Santo Tomás, San Agustín, Francisco Suárez, León Castro o Antonio Nebrija, además de lo más selecto del pensamiento clásico.

Aun cuando la transmisión de saberes en una época marcada por relaciones informales de comunicación de las ideas humanistas, no se circunscribe de forma exclusiva a la circulación de los libros, resulta innegable la relevancia que estos cobraban como bienes culturales, en especial si se tienen en cuenta las restricciones para acceder por otra vía al conocimiento, cuya administración en este periodo estaba concentrada por las instituciones religiosas. Esta concentración se materializó en principio a través de la enseñanza de la lengua castellana y la evangelización y, posteriormente, con la fundación de los primeros colegios y universidades en el territorio neogranadino. No resulta entonces coincidencia que tanto algunos clérigos, como las comunidades a las que pertenecían, fueran los propietarios de las bibliotecas privadas e institucionales más numerosas en esta época. De esta forma, la comercialización, adquisición de volúmenes mediante compraventa, préstamo o intercambio, así como la colección y conformación de bibliotecas, era de vital importancia para la formación intelectual, pero también para la autopromoción, dentro de un contexto en que la apropiación de saberes era restringida.

Con el propósito de aproximarse a la noción de circulación de saberes en la América hispánica del siglo XVII, este trabajo se desarrolla a partir del estudio de la biblioteca de Fernando de Castro y Vargas, canónigo de la Catedral de Santa Fe, reconocido por su gran erudición y, sobre todo, por ser el poseedor de una de las colecciones privadas más numerosas y abarcadoras de las que se tenga noticias en el Nuevo Reino de Granadaen el siglo XVII. El catálogo de libros del religioso encuentra su origen en el inventario de bienes realizado tras su muerte en 1664 y cuyo documento original reposa en el Archivo General de la Nación, ubicado en Bogotá. No obstante, no existe registro alguno del destino de los 1060 cuerpos que conformaban la biblioteca, razón por la cual el acercamiento a esta colección se genera de forma indirecta, a través de dos artículos publicados a mediados del siglo XX en la revista Thesaurus del Instituto Caro y Cuervo, por Guillermo Hernández de Alba y Rafael Martínez Briceño, cuyos aportes de orden historiográfico sirven de punto de partida para el análisis de la posesión de bibliotecas particulares, dentro de un sistema de circulación de saberes.

La caracterización del catálogo que se plantea supera la transcripción y reseña y se concentra en la información que este ofrece sobre las ideas que daban forma al pensamiento de la sociedad que nos ocupa, así como sobre el tipo de saberes a los que era posible acceder en el territorio neogranadino, por lo menos para el reducto de la población que estaba en capacidad de adquirir y coleccionar libros y para los que resultaban inteligibles lecturas que iban desde los autores de la antigüedad clásica hasta modernos tratados científicos, pasando por una amplia gama de saberes como se verá en el curso de esta investigación. De lo anterior se desprende que el análisis detallado de los volúmenes, autores y áreas de conocimiento incluidos en el inventario propicia un acercamiento a una propuesta del canon de biblioteca de un hombre de ciencias y letras de la época.

La naturaleza enciclopédica del catálogo analizado sugiere la presencia de un pensamiento humanista de origen europeo en la naciente élite intelectual en América. El estudio de este concepto está vinculado con autores como Karl Kohut1 y José Manuel Rivas Sacconi2 a la tradición clasicista de la aproximación al saber, lo que en el caso neogranadino se veía reforzado con aspectos como la enseñanza obligatoria del latín en los colegios y el estudio de los autores clásicos más representativos, lo que en los siglos XVI y XVII alcanzaba las proporciones de una imposición total para los estudiantesque eran obligados a pensar e incluso jugar en esta lengua, como lo afirma Rivas Sacconi en El latín en Colombia. Bosquejo histórico del humanismo colombiano.

El diálogo con esta herencia antigua y renacentista es posible a partir de la transmisión del bagaje formativo y la vocación multidisciplinar por parte de conquistadores, colonizadores y comunidades religiosas, así como a través de los libros de diferentes materias, presentes en mayor o menor medida. Lo anterior plantea la reflexión acerca de la pertinencia de hablar de un humanismo americano, que encontró su origen en el legado del viejo continente, pero que fue tomando forma en medio de las particularidades americanas, o, por el contrario, sobre la conveniencia de considerar esta corriente como exclusivamente europea.

La existencia de este tipo de bibliotecas cobra especial relevancia si se tienen en cuenta los factores que pudieron condicionar la circulación de saberes en el periodo estudiado. Tal es el caso del aislamiento geográfico de Santa Fe, capital ubicada a 2600 metros sobre el nivel del mar y a una distancia superior a los mil kilómetros de las costas del mar Caribe, y las consecuentes dificultades de comunicación y transporte de mercancías desde la Península, así como desde los grandes centros económicos y culturales de la región. A esta circunstancia se suma la tardía llegada de la imprenta con respecto a otras capitales americanas. Esta, como muchos de los factores relacionados a la circulación de saberes, estuvo vinculada a la actividad de las órdenes religiosas y se dio en Colombia por intermedio de la Compañía de Jesús en 1738, dos siglos después de su aparición en México, registrada en 1539, mientras que en otros centros relevantes como Perú se produjo en 1580 y en Guatemala en 1660.

Otro de los factores condicionantes está relacionado con la censura. Si bien en Los libros del conquistador el hispanista estadounidense Irving Leonard3 señala que la Inquisición no tenía jurisdicción sobre la literatura de ficción española y se empeñaba mucho más en perseguir volúmenes en francés o alemán, en los que se pudiera advertir la inminencia del peligro de ideas y planteamientos heréticos, sí se ejercían los controles por parte de las autoridades religiosas, tanto en los diferentes eslabones de la cadena de producción editorial, mediante las concesiones, aprobaciones y privilegios otorgados a los impresores, como frente a la adquisición de libros provenientes de España y a las colecciones de particulares e instituciones, así como otras acciones inquisitoriales como la censura y el expurgo.

Es preciso señalar que en la América hispana esta institución adquirió además una connotación de dominación cultural, que sumada a la evangelización y la imposición del idioma castellano contribuyó a la reproducción de la mentalidad católica. Al respecto, el investigador colombiano Alberto Campillo señala en Censura, expurgo y control en la biblioteca colonial neogranadina, que no estaba relacionada sólo con la represión, sino que debe ser abordada como un fenómeno social capaz de producir un discurso, en este caso la generación de una sociedad homogénea y el control de la vida social, cultural y religiosa de los pueblos americanos.4

Todos estos elementos planteados convergen en un sistema de apropiación de saberes en el que la posesión de libros y bibliotecas ocupaba un lugar fundamental, no sólo para la circulación del conocimiento, sino también como elemento propiciador de su secularización. No puede dejarse de lado la importancia de estas colecciones como vínculo cultural con el continente europeo y en definitiva como aspecto que confería estatus social e intelectual a sus poseedores. En esta confluencia se materializa el concepto de humanismo en América que se aborda en esta investigación.

Biblioteca del canónigo Fernando de Castro y Vargas

A pesar de ser un personaje relevante en la historia de la cultura neogranadina, no sólo por su impresionante biblioteca, sino también por sus profundos conocimientos en gramática, latín y otras áreas, pocos datos biográficos se conservan sobre Fernando de Castro y Vargas, que de forma escueta figura en el primer tomo de la Genealogía del Nuevo Reino de Granada, en el que su autor, Juan Flórez de Ocáriz, se refiere al religioso en los siguientes términos:

El doctor don Fernando de Castro y Vargas, natural de la ciudad de Tunja, hijo fuera de matrimonio de Juan Delgado de Vargas Matajudíos, escribano de Cabildo de aquella ciudad, y de María de San Juan Salazar, soltera; formó sus estudios en Santafé en el colegio de la Compañía, donde para graduarse tuvo conclusiones de toda la teología; padeció rudeza en los principios, usando contra ella de tener en agua los pies, de que le resultó ronquera; fue preceptor de gramática en la ciudad de Mariquita, doctrinero en Turmequé, cura de la Catedral de Santafé, su Racionero y Canónigo; púsosele obstáculo en la dispensación de ilegitimidad para serlo, y siendo Canónigo murió a 2 de agosto del año de 1664.5

Su inclinación por las letras y la ciencia puede encontrar su origen en el legado de su padre, quien, como señala Flórez de Ocáriz, ostentó el título de escribano de Tunja durante décadas, periodo en el cuál ordenó la construcción de su casa, cuya decoración de resonancias manieristas se convirtió desde entonces en una de las muestras pictóricas más destacadas del país. La “casa del escribano”, que hoy en día se conserva como sede del Museo Colonial de la capital del departamento de Boyacá, parece haber sido el lugar idóneo para incubar las inquietudes humanistas de Castro y Vargas.

Tampoco es de extrañar que a pesar del impedimento que representaba para la época ser un hijo ilegítimo decidiera abrazar la carrera religiosa que, sin menoscabo de su fe o su vocación, le confería estatus en la estructura social y se constituía en una de las pocas fórmulas que facilitaban el acceso al conocimiento. Esto pareció ratificarse con su llegada a la capital para formarse en el Colegio de la Compañía y su posterior regreso en 1648, año en el que fue nombrado como cura rector de la Catedral por parte de Fray Cristóbal de Torres, uno de los personajes más destacados en la historia de la educación en el actual territorio colombiano y fundador del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.6

Esto le permitió a Fernando Castro y Vargas tener la posibilidad de ponerse en contacto con personajes que compartían su interés por la cultura y el saber y convertirse en parte de la élite intelectual santafereña. Su aporte a este selecto grupo podría considerarse evidente, no sólo por el bagaje cultural que le confería su educación y la erudición que se intuye en su vocación bibliófila, sino también por su colección particular que se erigía como un patrimonio cultural para su beneficio y el de una creciente sociedad del conocimiento.

La colección

Al momento de su muerte en 1664, la colección de libros de Fernando de Castro y Vargas alcanzaba un total de 1060 cuerpos, de los cuales la mayor parte estaba destinada a la gramática y tratados religiosos y científicos de autores de diferentes periodos y orígenes, así como a las letras clásicas, griegas y romanas.7 También se destacan volúmenes de poesía de diferentes periodos y muestras representativas de otros géneros como la novela picaresca, como se verá más adelante.

Esta cifra resulta sorprendente para la época y el medio neogranadino, que apenas alcanzaba un grado mediano de relevancia en la región, no sólo para el comercio, sino también para la cultura. Cobra aún mayor relevancia que su propietario podía considerarse un anodino religioso de provincia, que empezó sus días en el sacerdocio en el municipio boyacense de Turmequé.8 A pesar de todas estas salvedades, lo cierto es que esta biblioteca, constituida a lo largo de toda su vida, puede considerarse como la gran obra del religioso y un elemento de autopromoción que le permitió acreditar los atributos que justificaban su presencia en el reducido grupo de las élites santafereñas.

El catálogo completo de esta colección se conserva hasta nuestros días gracias a la labor de levantamiento del inventario realizada tras el fallecimiento de su propietario con más esmero y minuciosidad que con un profundo conocimiento literario y científico. Esto se pone de manifiesto con la referenciación en muchos casos sólo del autor y el número de cuerpos presentes sin incluir detalles de los títulos asociados, mientras que en otras ocasiones se conoce sólo el nombre de la obra, de la que no siempre llega a inferirse la autoría. También se destacan imprecisiones como las ya descritas, lo que en modo alguno desvirtúa el valor de este documento.

La importancia de este catálogo radica, además de su valor histórico y documental, en la posibilidad de arrojar luces sobre las lecturas e ideas que circulaban en la capital neogranadina, en un periodo tradicionalmente considerado como poco prolífico en esta materia. El inventario, no sólo certifica la existencia de la colección, sino también de un grupo de personas con inquietudes intelectuales que se satisfacían gracias a diferentes estrategias que permitían superar las dificultades descritas de forma detallada a lo largo de este trabajo.

A diferencia del listado de libros, no existe registro de la circulación de estos volúmenes; sin embargo, a juzgar por la relación de Castro y Vargas con los círculos religiosos y académicos, resulta plausible imaginar a una comunidad intelectual reunida alrededor del calor proporcionado por lecturas estimulantes de los más diversos temas, así como por el descubrimiento de las últimas novedades de los autores más representativos del Siglo de Oro español. Ganar el derecho de participación en esta hipotética sociedad no debió resultar una tarea fácil, pues además del hecho de estar en capacidad de leer, que para la época no era un logro menor, se requería un conocimiento, si bien no enciclopédico, sí suficiente para aproximarse a avanzados tratados de ciencia o doctrina cristiana, así como de latín y griego antiguo para sumergirse en los clásicos.

Llama poderosamente la atención que, a pesar de conocerse de forma detallada el contenido de la biblioteca del canónigo, no exista registro alguno del destino que corrieron los libros que durante décadas propiciaron la circulación de saberes en Santa Fe. Esto constituye una gran pérdida por su valor como bien cultural, así como por su relevancia para la reconstrucción de la historia intelectual y cultural de la capital del Nuevo Reino de Granada.

Las materias de la colecciónDoctrina y teología

Como resulta apenas entendible por tratarse de un religioso, el catálogo de la biblioteca analizada cuenta con una amplia muestra de textos dedicados a la doctrina cristiana. En el caso particular de los tratados de teología dogmática, moral y mística se incluyen títulos de los autores más notables, siendo el más prolífico Santo Tomás de Aquino, de cuyo legado doctrinal y filosófico se conserva la obra completa, en la que resaltan ediciones latinas de títulos como Suma teológica y Doctrina cristiana, además deotros volúmenes consignados en el inventario como Méthodo de las matemáticas o Disputaciones y otros de los cuales no se especifica el título.

En lo que podría interpretarse como una ratificación del origen peninsular de la formación eclesiástica de Castro y Vargas, se destaca la presencia de tratadistas españoles en la materia, cuyos principales datos biográficos presentados a continuación son tomados del archivo digital de la Real Academia de la Historia.9 Tal es el caso de Francisco Suárez, destacado escolástico y representante de la Escuela de Salamanca, de cuya producción de doctrina y retórica se incluyen en el listado nueve cuerpos, cuyos títulos no se especifican en el inventario. Resulta inevitable mencionar a León de Castro, teólogo y crítico vallisoletano, célebre además de su obra, por su rivalidad con Fray Luis de León, este último también presente en la colección de Castro, como se verá posteriormente.

Monarquía mística de la iglesia, deLorenzo de Zamora (referenciada por el amanuense en el inventario sólo con el título, como sucede en muchos otros casos), publicada presumiblemente a principios del siglo XVIIy de gran difusión en el continente americano, es otro de los volúmenes dignos de mención en este apartado. Ocupa también un lugar preponderante en este listado la Summa del teólogo filósofo y catedrático dominico Pedro de Ledesma. Resulta inevitable nombrar a algunos religiosos españoles cuya obra tuvo una gran incidencia en el desarrollo de la cultura y la educación en América. Su presencia en el catálogo sugiere que además del consabido vínculo con España se mantenía también en Santa Fe un grado de conocimiento de la producción intelectual o cuando menos doctrinal que se generaba en la época en las principales capitales americanas como México y Lima.

En este sentido es muy diciente, aunque no se determine el nombre de la obra que se incluye en el inventario, la presencia de Alonso Gutiérrez, conocido como Alonso de la Vera Cruz, teólogo y filósofo reconocido como un prolífico escritor que desarrolló en México la mayor parte de su obra sobre materias como filosofía, teología, estudios bíblicos, moral y derecho. Además de su producción se destacó como experto en asuntos indianos y fundador de instituciones educativas.

Con cuatro cuerpos resulta más completa la muestra de la obra de Juan de Palafox, contemporáneo de Castro y Vargas y arzobispo de México, que además de su labor eclesiástica desempeñó varios cargos administrativos, lo que le permitió conocer de primera mano y denunciar la precaria situación de los pueblos indígenas. Destaca también su carácter bibliófilo, que lo asemejaba al canónigo tunjano y que lo llevó a tener una colección particular que superaba la cifra de cinco mil volúmenes, que aún se conservan en la Biblioteca Palafoxiana de Puebla.

Concluye la revisión de este apartado con la mención de Bartolomé Escobar, experto en temas teológicos, filosóficos y legislativos, recordado por su obra litúrgica desarrollada en el Virreinato del Perú y por su dominio del quechua. Este último aspecto del sevillano es un atributo compartido con Castro y Vargas, quien por su calidad de sacerdote rural llegó a desarrollar el conocimiento de algunas lenguas indígenas como se consignará en este trabajo más adelante.

Además de los tratados teológicos y los estudios bíblicos, ocupan un lugar relevante los misales, catecismos y libros de sermones, estos últimos se cuentan en el inventario por docenas. Sobresale la presencia de los sermones del papa León I, que desde el lejano siglo V advertía sobre el peligro de la herejía. Se encuentran otros nombres como Santa Teresa de Jesús, Pedro Rodríguez Guillén, el italiano Antonio de Bitonto y Antonio Viera, religioso portugués de la Compañía de Jesús, recordado por la crítica a su obra escrita por Sor Juana Inés de la Cruz, considerado como uno de los factores que motivó el silencio de la religiosa mexicana.

Los relatos biográficos de santos y personajes religiosos también están presentes en esta colección. Entre los nombres más notorios se cuentan la vida y obra de San Juan de Dios, Job, San Ignacio y el padre Marcelo Francisco Mastrilli, a las que se suma una versión de la historia de la Virgen María.

Gramática y filosofía

Aunque no en la misma proporción que los textos de carácter religioso, también resulta generosa la presencia de volúmenes relacionados con gramática, área principal de formación de Castro y Vargas. Es precisamente en el periodo como estudiante del Colegio Mayor de San Bartolomé en el que podría encontrar su origen la mayor parte de los 58 cuerpos manuscritos que fueron registrados en el inventario original en los siguientes términos:

Materias que oyó el dicho señor doctor; libros de mano desde gramática, retórica, artes y Theología. Desde gramática asta la Theología, ay de mano sinquenta y ocho libros.10

No se limita su colección en esta materia a los documentos anteriormente citados y pueden apreciarse en el listado, además de una Introducción a lagramática, de autor desconocido, al menos cuatro volúmenes más que refuerzan su condición de estudioso del latín: el Diccionario de Calepino y los Dísticos de Catón, así como dos gramáticas. La primera de ellas del flamenco Jean Despautère, mientras que la segunda es del franciscano Maturino Gilberti que llevó a cabo su labor evangelizadora y lingüística en México.11 Su conocimiento en lenguas clásicas también se pone en evidencia con la inclusión de varias gramáticas griegas y un vocabulario que, según el investigador Rafael Martínez Briceño, podría tratarse del de Theodorus Schrevelius. Cabe mencionar también los tratados sobre retórica, entre los que se destacan la de Cipriano Suárez y el Arte retórica en cuatro diálogos de Francisco de Castro.

En cuanto a la muestra de tratados filosóficos sobresalen además de Santo Tomás y San Agustín, la extensa lista de autores clásicos como Aristóteles, Plutarco, Isócrates, Diógenes Laercio, Cicerón y Apuleyo, a lo que se suman documentos biográficos de personajes como Jenofonte y el historiador Tito Livio. Lo anterior reafirma que la formación humanista de Castro y Vargas superaba el legado español y encontraba sus raíces en los orígenes mismos del pensamiento occidental.

Jurisprudencia

Aunque no se constituye como una de las áreas mejor representadas en el listado de libros analizado, la presencia de algunos tratados de jurisprudencia, política, derechos y libertades sugiere que las nociones básicas en estas materias no resultaban del todo ajenas al bibliófilo tunjano. A las predecibles obras de derecho canónico se suman otras, como De justitia et jure,deDomingo de Soto, fraile dominico fundador de la escuela de Salamanca y confesor del emperador Carlos V.12 Cabe destacar que la presencia de autores relacionados con esta escuela puede considerarse como una tendencia relacionada con la voluntad de actualización y autopromoción de Castro y Vargas, lo que arroja luces sobre los criterios de conformación de su biblioteca.

En este rubro resulta pertinente señalar otros tratados como Tractatus de iure patronatus de Caesaris Lambertini y De Jure Patronatus. Llama la atención en este punto la ausencia de leyes, códigos y otros textos de orden normativo. De igual manera se echan de menos los volúmenes relacionados con asuntos indianos y en particular con los aspectos regulatorios de la protección y los derechos de los pueblos indígenas, cuyo marco se desarrolla en documentos como las Leyes de Burgos o las Leyes Nuevas, promulgadas en la primera mitad del siglo XVI.

Ciencias

La simple enumeración de los títulos del catálogo pone de manifiesto la naturaleza humanista que determinó su conformación, no obstante, no son pocos los volúmenes listados que se relacionan con diferentes áreas del conocimiento. Vale la pena nombrar en este rubro los tratados de matemáticas, como el de Juan Pérez Moya matemático y mitólogo español del que además figura su obra insigne Filosofía secreta.13

Otra de las áreas de estudio abordada de forma recurrente es la agricultura, como prueba de ello podemos mencionar el tratado de agricultura que podría referirse al escrito por el agrónomo español Gabriel Alonso de Herrera, según se indica en “La biblioteca del Canónigo Fernando de Castro y Vargas”.14 Sobresale también en esta sección de disciplinas científicas el autor flamenco Antonij Merindoli, aunque se echan en falta libros sobre enfermedades o recetas medicinales, así como estudios relacionados con la anatomía y otras materias asociadas.

No obstante, el aspecto más relevante de la muestra de volúmenes científicos está vinculado a la cosmografía y la astronomía. Esto además de arrojar información sobre las inquietudes intelectuales del canónigo Castro y Vargas, llama poderosamente la atención por tratarse de disciplinas que durante siglos se encontraron bajo la lupa de la maquinaria de la censura. Cronología y repertorio de la razón de los tiempos, del cosmógrafo Rodrigo de Zamorano, en el que entre muchos otros aspectos se trata la influencia de los astros en la medicina y en la actividad agrícola, es uno de los títulos destacados.15 Figura igualmente un tratado de planetas de autor desconocido, cuya simple posesión se consideraba como sospechosa de astrología judiciaria.16

En este mismo sentido es necesario mencionar El tratado de las esferas de Johannes de Sacrobosco, quien, según Navarro Lodi, había sido incluido en listados expurgatorios de algunas instituciones educativas.17 A pesar de que esta obra era comúnmente aceptada por las comunidades eclesiásticas para su enseñanza en las universidades, estuvo durante muchos años amenazado por la acción de la censura, lo que se evidencia, por ejemplo, en la inclusión en el Índice de libros prohibidos de 1583 de los comentarios hechos al texto por el filólogo italiano Mauro.18

Es imprescindible reseñar entre lo más destacado de esta categoría, la aparición de Plaza universal de todas las ciencias y artes, de Tomaso Garzoni, traducida al castellano por Cristóbal Suárez de Figueroa.19 Esta obra de dimensiones abarcadoras y enciclopédicas es un compendio de las más diversas profesiones, de gran difusión en España y América durante el siglo XVII.20 Completan el apartado científico tratados de economía y navegación, esta última especialidad representada por Andrés García de Céspedes y su Regimiento de navegación.

Literatura

Uno de los mayores atractivos de este catálogo es la presencia de muestras de creación literaria de las más diversas índoles y orígenes. Si bien la amplia colección de letras clásicas podría encontrar su explicación en la afición de Castro y Vargas al latín y el griego antiguo, es mucho más llamativa la presencia de decenas de autores vinculados al Siglo de Oro español, cuya obra se desarrolló en su mayoría en vida del religioso tunjano y abarca géneros como el teatro y la novela. Esto podría considerarse no sólo como una prueba más del carácter humanista, que en el sentido más amplio de la expresión se atribuye al personaje que nos ocupa, sino también como un indicio del grado de actualidad que ostentaban las lecturas a las que estaba expuesto Castro y Vargas y su entorno más cercano, aun cuando se tratase de volúmenes de divertimento, que bien podrían considerarse prescindibles.

Resultaría interminable enumerar el listado completo de poetas clásicos referenciados en la biblioteca del canónigo. Sobresalen los nombres de Horacio, uno de los más grandes exponentes de la lírica y la satírica latina, de quien se incluyen cinco volúmenes. También resulta numerosa la presencia del legado de Lucano, del que se cuentan tres tomos entre los que figura Farsalia, poemaconsignado en el documento original con su nombre primitivo, Bellum civile. Como resulta apenas natural figuran otros nombres ilustres como Terencio, de quien se cuentan dos textos que recogen sus poemas y comedias, Ovidio, Valerio Máximo, Cayo Valerio Flaco, Catulo y Virgilio, de este último se identifican dos volúmenes, uno de ellos con la anotación de muy maltratado, lo que podría sugerir una lectura frecuente por parte de Castro y Vargas.21 Se cierra este listado con la imprescindible mención de las Fábulas de Esopo.

Capítulo aparte merece la inmortal figura de Dante Alighieri, cuyo nombre resalta en el listado asociado a un cuerpo del que no se especifica el título, pero que bien podría tratarse de La divina comedia. Junto al “sumo poeta” se encuentran otros notables escritores italianos como Torquato Tasso, de quien se incluye en la colección su obra más representativa, el poema épico La Jerusalén liberada.

Entrando en materia del Siglo de Oro encontramos a varios de los más destacados poetas místicos, entre los que se cuenta Fray Luis de León con una de sus obras más representativas, en este caso particular, de su prosa: De los nombres de Cristo. Por su parte, la mención a San Juan de la Cruz podría estar relacionada con Cántico espiritual, excelsa pieza de su creación poética. Como se ha señalado anteriormente el catálogo incluye a Santa Teresa de Jesús, de quien aparecen reseñados sus sermones y su obra autobiográfica.

Entre los autores de mayor renombre de este periodo se encuentra Lope de Vega, el “fénix de los ingenios”, con dos magistrales muestras de su poesía, Rimas y Laurel de Apolo. También se reseña en el inventario un volumen con las obras de Luis de Góngora y Argote y la producción de Juan de Tasis y Peralta, conde de Villamediana; la Fama póstuma a la vida y muerte del doctor Fray Lope Félix de Vega y Carpio, de Juan Pérez de Montalbán; y Alonso de Castillo Solórzano con Donaires del Parnaso.

Entre las novelas sobresalen títulos como La vida del buscón, polémica picaresca de Francisco de Quevedo, que se incluyó en el Índice de libros prohibidos de 1623. Los trabajos de Persiles y Sigismunda, obra de Miguel de Cervantes Saavedra, publicada de forma póstuma, valga señalar en este punto que una de las ausencias más notables del catálogo la constituye Don Quijote,