Introducción a la psicología de Jean Piaget - Rafael E. López-Corvo - E-Book

Introducción a la psicología de Jean Piaget E-Book

Rafael E. López Corvo

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Beschreibung

Es difícil concebir una imagen de la psicología contemporánea sin incluir en un lugar relevante la personalidad y obra de Jean Piaget. Su aporte en el terreno de la psicología evolutiva es de capital importancia, no solo en el propio campo de su especialidad, sino también en el de la educación. En este sentido, la obra de Piaget ha abierto insospechables caminos a la psicología infantil moderna.  Consciente de todo esto, Rafael E. Lopez-Corvo, médico, psiquiatra y psicoanalista, autor de numerosas obras de investigación y divulgación sobre el funcionamiento de la mente, sigue paso a paso en este volumen las líneas de pensamiento de Jean Piaget, exponiendo de manera ordenada y concisa todo el contenido de su impresionante investigación.  Las diversas etapas y aspectos de la evolución psicomotriz del niño se despliegan así a través de las sucesivas edades, en un amplio arco que comprende desde la más temprana infancia hasta la adolescencia. Un texto sin duda indispensable, cuya lectura resulta imprescindible para todos aquellos que desean estudiar y desarrollar su conocimiento sobre la psicología evolutiva infantil.

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Rafael E. López-Corvo

Introducción a la psicología de Jean Piaget

PRIMERA EDICIÓN

Agradecimiento

Mi más profundo agradecimiento para mi esposa Ana Milagros López-Corvo, por su magnífica ayuda en la corrección del manuscrito, así como a mi nieta Isabel Helena López-Bryce por gentilmente permitirme el uso de su foto para la portada; finalmente, a mi editora en Ediciones Biebel, Norma Cerrudo, por su consecuente y gentil disposición en la publicación de este libro.

 

Miami, 2022

Prólogo

I.

Siempre hay una primera vez: para acercarse a la psicología de Jean Piaget bien que valen las páginas de la Introducción a la psicología de Jean Piaget de Rafael E. López-Corvo. Concebido como manual, este libro introduce directamente al lector en los conceptos y aportes fundamentales de la obra del psicólogo suizo. Los términos de adaptación, acomodación, inteligencia, estructura, junto a los períodos y estadios del desarrollo cognitivo, son explicados con un objetivo pedagógico explícito para estudiantes. El autor trabaja en los estadios del primer período, período sensorio motor y en las transformaciones que sufre el juego, la imitación y la noción de objeto a lo largo de la siguiente etapa, período pre-operacional. Analiza el período de las operaciones concretas y sus subperíodos, para luego concluir con el siguiente nivel, el de las operaciones formales de la inteligencia representativa, donde es posible la abstracción y la resolución lógica de las operaciones.

López-Corvo intenta con este libro, como él mismo lo expresa, “resumir los aportes de Piaget dentro de la psicología evolutiva, de forma tal de facilitar al lector –ante todo estudiantes– la comprensión de la teoría y al mismo tiempo apreciar su lógica y estilo”.

II.

Resulta interesante observar las circunstancias en las que una persona elige su campo de investigación y elabora sus teorías. Mucho más cuando estas, luego, llegan ocupar un lugar destacado dentro de una disciplina o cuando revolucionan las creencias que de ella se han concebido hasta el momento. Tal parece que Piaget comenzó a interesarse por el desarrollo infantil a raíz de ocupar un cargo (quién sabe por qué íntimas razones) en el que se le exigía utilizar test psicológicos en niños. El contacto con estos y su gran agudeza para la observación, permitieron que elaborara lo que hoy conocemos como la teoría más importante acerca del desarrollo cognitivo.

El afán investigativo de Piaget no parece haber encontrado límites en el hogar y lo cotidiano. Los sujetos con los que también trabajó no fueron pacientes, gente ajena a él. Su teoría cuenta con la peculiaridad de haber sido construida, principalmente, sobre observaciones realizadas en sus propios hijos. Ellos son los protagonistas de las notas descriptivas que encontramos en sus libros, y qué resaltan por la exactitud con la que se detallan acciones infantiles, que en otra mirada pudieran parecer tontas, por la periodicidad controlada de las mismas y por la precisión con la que es anotada la edad del niño para el momento (año, mes y día desde el nacimiento).

Esta rigurosidad en los registros observacionales contrasta con su producción literaria. Cuando enfrentamos la tarea de estudiar los desarrollos teóricos en los libros del psicólogo suizo –que fueron ampliados y complejizados progresivamente, desde su elaboración del desarrollo cognitivo del niño, la consideración del juego, la imitación y la lógica, por citar algunos– no siguen los cambios sistemáticos y regulares de sus observaciones. En estos casos, tenemos que recurrir a varios textos a la vez, leer cronológicamente, buscar aquí y allá, avanzar y retroceder hasta entender plenamente cierta conceptualización o la evolución de un término dentro de la teoría. Este método, muy atinado y correcto, requiere, sin embargo, de tiempo, paciencia y dedicación. De allí proviene su fama de autor complejo y difícil de entender. Tal vez esta sea la justificación última de la Introducción a la psicología de Jean Piaget.

III.

El objetivo didáctico, evidente desde un principio e hilo conductor de este libro, atraviesa sus páginas junto con una segunda intención, no tan manifiesta, pero sí interesante. López-Corvo, marcado por una formación eminentemente psicoanalítica, relaciona en su exposición los aportes de la teoría del inconsciente con los conceptos expuestos por Piaget. Esta segunda intención, que bien podría constituir el germen de otro libro más extenso, sobrepasa en complejidad a la primera1. No solo porque el psicoanálisis y la psicología genética son dos de los aportes más coherentes en la explicación del desarrollo psicológico, sino también porque a menudo se los entiende abordando fenómenos distintos y separados: como lo cognitivo y lo emocional.

A pesar de la ignorancia mutua que mantienen los seguidores de ambas corrientes, han surgido autores que comparan las dos teorías. Algunos optan por la confrontación o la conciliación y otros respetan la particularidad de sus desarrollos al mostrar su complementariedad en la práctica. López-Corvo hace referencia a los trabajos que sobre el tema han desarrollado Bion, Décarie, Wolf y otros psicoanalistas, al presentar sus propios criterios sobre el tópico.

A primera vista, el psicoanálisis y la psicología genética siguen vías paralelas y contrarias. El primero surge con el estudio de adultos enfermos. Piaget trabaja exclusivamente con niños sanos. El primero se interesa en la comprensión de los fenómenos patológicos, desprendiendo de allí su concepción y el funcionamiento del aparato psíquico; además se enfoca en la determinación de los factores inconscientes y de la vida afectiva. Piaget estudia la formación de la estructura cognitiva y las formas características del pensamiento. Esto último, desde la óptica psicoanalítica, constituiría la instancia consciente o aspectos del yo, en el aparato psíquico.

Cobliner y Décarie, entre otros, abordan en sus escritos, elementos básicos de las teorías en los que se entiende el interés por la comparación. En principio, las etapas o estadios que siguen una secuencia cronológica fija se encuentran en la explicación del desarrollo en ambas. Las etapas orales, anal, fálica y genital descritos en el psicoanálisis y los períodos sensorio-motor de las operaciones concretas y de las operaciones formales, son presentados como momentos evolutivos inalterables, aunque de aparición a edades distintas. La concepción de equilibrio, la noción y construcción del objeto, la formación del yo y el reconocimiento del mundo externo son algunos de los puntos considerados por ellos.

Junto a esto abundan las referencias sobre la posible influencia que Piaget pudo haber recibido del psicoanálisis (Cobliner, 1969; Bringuier, 1977). Se menciona, por ejemplo, el análisis al cual Piaget se sometió con una discípula de Freud (analizada por Jung); también su ponencia sobre “el pensamiento simbólico y el pensamiento del niño”, presentada en el Congreso Psicoanalítico Internacional de Berlín en 1922, el cual contó con la asistencia de Freud. Esto demuestra que la obra de Piaget no se desarrolló en el desconocimiento de la teoría psicoanalítica. Piaget respetó las contribuciones de la obra de Freud y se sirvió de algunas de sus hipótesis, tal como lo expresa W. G. Cobliner: “esta proposición (la de la satisfacción alucinatoria) y otras, estrechamente vinculadas a ella (la omnipotencia) influyeron sin duda en Piaget, en cuanto a la formulación de su concepto de la egocentricidad del niño”.

IV.

Introducción a la psicología de Jean Piaget se relaciona, básicamente, con el tema del reconocimiento del objeto en el niño y las motivaciones iniciales a la acción. López-Corvo asume la postura comparativa a través de la revisión casi exclusiva de estos puntos.

La manera en que muestra el encuentro entre psicoanálisis y psicología genética recuerda el fenómeno del insight (justamente la unión del afecto y el pensamiento). Por momentos, en el texto, aparecen aportes de Freud (u otros freudianos) y Piaget, que hasta el momento habían estado disociados.

Al comienzo del libro, traduce la impresión general sobre el tema de la siguiente manera: “mientras la teoría psicoanalítica expuesta por Freud y sus seguidores ha dado énfasis a la motivación instintiva como eje esencial de sus descubrimientos, los aportes de Piaget sobre este mismo aspecto de la motivación, parecieran estar específicamente orientados en términos de una necesidad o motivación intelectual de adaptación”.

Más adelante salva las contradicciones que pudieran presentarse entre ambas, al asomar el argumento según el cual la motivación a la acción (y el reconocimiento de los objetos), vista como el producto de un desequilibrio entre los procesos de asimilación y acomodación, encontraría su correlato en la teoría psicoanalítica de los instintos. “Aunque el psicoanálisis ha expresado que la motivación máxima es el resultado de una necesidad hereditaria que pulsa por satisfacer un deseo (agresión-sexo), no ha explicado satisfactoriamente cómo se realiza tal deseo, o más bien qué motoriza íntimamente tal necesidad de satisfacción. La explicación de Piaget, por tanto, no se opone –como lo deja saber Wolf– a la concepción psicoanalítica; por el contrario, la enriquece”.

En torno al lenguaje preconceptual, cuando Piaget se pregunta sobre el carácter objetivo y comunicativo de las primeras verbalizaciones infantiles, López-Corvo agrega: “Piaget lo interpreta como el resultado de otro aspecto esencial presente en esta edad: la incapacidad de poder diferenciar el yo del no yo, lo que correspondería al concepto freudiano del narcisismo primario o indiferenciación de los mundos internos y externos”.

Las muestras de estos puntos álgidos indican, en todo caso, que el trabajo conceptual que implica reunir los desarrollos de ambas teorías no es tarea fácil ni productiva, en términos de la posible creación de una tercera contribución. Quizás lo importante de ello sea el reconocimiento que se le brinda a los aportes de ambas teorías y la constatación que lo cognitivo y lo emocional, la razón y el sentimiento, son siempre dimensiones de lo humano.

Aunque a veces se olvida, Freud (y los post-freudianos) otorgan un lugar fundamental a la instancia consciente, el yo. Piaget, a su vez, en algún momento expresó: “no se produce nunca una acción totalmente intelectual, los sentimientos intervienen, por ejemplo, incluso en la solución de un problema matemático: intereses, valores, impresiones de armonía, etcétera, ni tampoco actos puramente afectivos (el amor supone comprensión) sino que siempre y en todas las conductas relativas a los objetos, al igual que en las relativas a las personas, ambos elementos intervienen debido a que se superponen entre sí”.

Introducción a la psicología de Jean Piaget es un libro en el que este pensamiento se mantiene presente. En sus páginas se acorta el camino que significa el temido pasaje por la obra de ambos autores.

María del Carmen Míguez

1. En Símbolo y mutación, una visión estructuralista del psicoanálisis, López-Corvo aborda esta temática (Monte Ávila editores, 1980).

Introducción

De cómo lo cognitivo y lo emocional interactúan

Desde hace varios años he experimentado inmensa atracción por la lógica implícita en los descubrimientos y en la filosofía de Jean Piaget. Desde un comienzo, influido quizás por la enseñanza que recibí de la muy estimada y admirada profesora Thérèse Décarie, en la Universidad de McGill, mi interés se orientó hacia la posibilidad de establecer un paralelismo entre el desarrollo afectivo y el desarrollo cognoscitivo. Esta idea no es original: E. J. Anthony2 publicó dos artículos en 1956 y 1957, de un espíritu más crítico que integrador, catalogando las contribuciones de Piaget como una “psicología sin emociones”. Tampoco fue Anthony el primer psicoanalista que se interesó en Piaget. En 1922 Freud mismo, después de escuchar una disertación de Piaget sobre “el pensamiento simbólico”, en un Congreso de Psicoanálisis en Berlín, se había interesado en sus conclusiones por la relación que mostraba con sus teorías sobre los procesos inconscientes3.

También P. H. Wolf (1960) publicó un trabajo comparativo entre el sistema psicoanalítico y el cognoscitivo, mucho menos crítico que el de Anthony, en el cual se limitó a establecer un paralelismo entre ambos sistemas, aunque sin llegar a mayores compromisos. Por último, Thérèse Décarie (1965) de la Universidad de Montreal, realizó una cuidadosa investigación comparativa entre la relación objetal de acuerdo con la teoría psicoanalítica y la evolución del objeto según los estudios de Piaget. Esta contribución, entonces única en su planteamiento, dejó entrever la enorme brecha existente entre los componentes afectivos y cognoscitivos del objeto. Es factible preguntarse si tal disociación entre ambos componentes no representa más bien una consecuencia del poco interés que ha existido en comprender que el objeto es único, y que su aparente disociación constituye el artificio de una posición atomista, tanto de los que estudian el afecto como de los investigadores del conocimiento.

De acuerdo al psicoanálisis, se dice que los sentimientos elementales que el hombre solicita continuamente en su desarrollo, son el placer, la tranquilidad, la satisfacción, etcétera; después de todo, pienso que el propósito mayor de la existencia es el bienestar interno. Estos sentimientos derivan de la relación adecuada, estable y productiva con el objeto, bien sea el pecho en los primeros meses, la madre, la escuela, el sexo y/o el trabajo constructivo a posteriori.

Cuando la relación de placer entre el sujeto y el objeto se rompe, se desatan una serie de reacciones automáticas que tratan de restablecer la relación fracturada. La primera de ellas es la angustia. Cuando esta conducta resulta infructuosa y no logra restablecer la relación con el “objeto gratificante”, se desata una nueva reacción: la rabia. De igual manera, el fracaso de esta conducta da paso a una tercera: la depresión. En esta última se visualizan los vestigios de un no retorno del objeto que gratifica.

Tenemos entonces las siguientes conductas afectivas: la sensación de placer producido por una relación equilibrada y productiva con un objeto de cualidades especiales que nos gratifica, por un lado. Por el otro, la tríada de angustia, rabia y depresión, como resultado de la pérdida de la relación placentera y el intento de restablecerla nuevamente. Este balance circular entre un estado y otro se mantiene con pocas variantes, desde la existencia de los reflejos en los primeros meses hasta los comportamientos más complejos en edades posteriores. En realidad, lo que cambia con la edad no es tanto la reacción afectiva en sí, sino la cualidad del “objeto gratificante”, cuya pérdida origina los sentimientos antes expuestos. Cuando el bebé pierde el techo o cuando el adulto pierde al ser amado, los sentimientos básicos son muy similares: primero angustia, luego rabia, tanto hacia el objeto como hacia uno mismo y, por último, depresión.

¿Qué es lo que cambia progresivamente entre los primeros años de vida y la adultez? Cuando una madre se separa de su hijo de 8 meses, este reacciona con angustia por cuanto no es capaz de mantener en su mente la imagen de la madre durante su ausencia. La separación es experimentada como una muerte. El objeto se va transformando de acuerdo con la evolución de nuestros procesos cognoscitivos: antes de los 8 meses, lo importante para el niño es el pecho, pues no distingue la cara de la madre. A partir de entonces, la pérdida depende de los perfiles que el objeto va adquiriendo, de acuerdo con la evolución cognoscitiva del sujeto: el bebé no puede perder la cara de la madre hasta que no la reconoce. De la misma manera, cuando el niño internaliza la imagen de la madre, es capaz de sostenerla internamente, aunque esta se encuentre ausente. Pero a estas alturas, el sujeto no puede unificar dentro de él las transformaciones que la madre sufre externamente: o sea, no puede reconocer que la madre brava que rechaza y la madre amorosa que protege son la misma.

La gran contribución de Piaget dentro de la Psicología Evolutiva ha sido mostrar cómo el objeto se va transformando con el desarrollo mental del niño, hasta alcanzar las cualidades propias de la concepción del adulto. Tales aseveraciones nos permiten afirmar que las estructuras cognoscitivas constituyen el molde donde las conductas afectivas se van ejercitando.

La psicología evolutiva ha de convertirse en una ciencia que consiga el desarrollo de la relación con el objeto, como un proceso único de transacciones indisolubles, tanto afectivas como cognoscitivas.

Lo que nos dice Bion sobre la interacción entre lo cognoscitivo y lo afectivo

El primer esbozo que podemos considerar fue la experiencia de Bion en la dinámica de grupos sin líderes, cuando discriminó sobre los llamados grupos de trabajo, representando la parte cognitiva del grupo, que al mismo tiempo y con frecuencia, era “contenido” por brotes emocionales importantes, a los cuales se refirió como los “supuestos básicos”, o complicaciones emocionales, que surgen en un momento dado dentro del grupo. Posteriormente, una vez que terminó su formación psicoanalítica, Bion utilizó estas experiencias para comprender la dinámica del aparato mental del individuo, discriminando entonces en lo que llamó “la parte psicótica (emocional) y la no-psicótica (cognitiva) de la personalidad”, una denominación que produjo desconcierto entre muchos psicoterapeutas y psicoanalistas, al ser confundidas –como muy bien lo expresó Meltzer– con las psicosis clínicas, algo sobre lo que me he referido anteriormente:

En una investigación similar, Meltzer (1978) señaló que Bion no había discriminado entre la parte psicótica de la personalidad y la psicosis clínica, debido a la influencia ejercida por Klein en aquellos que consideraron a la posición esquizo-paranoide como representante del punto de fijación de la esquizofrenia. Añadió que no estaba claro si Bion pensaba “que esta parte de la personalidad es ubicua o sólo existe en la persona que presenta una esquizofrenia” [López-Corvo, 2017, p. 26)]

Una confusión similar la hubo anteriormente con el concepto de Klein sobre la posición esquizo-paranoide, que muchos creyeron que se refería específicamente a las psicosis (Grosskurth, 1986, p.429), en lugar de considerarla una dinámica universal presente en todas las mentes.

Basándome en estos argumentos, decidí denominar lo que Bion se había referido como Partes Psicótica y No-psicótica de la Personalidad, como Estados Traumatizado y No-traumatizado de la Personalidad, intentando en esta forma evitar mas confusiones. De todas maneras, al referirme al estado traumatizado, intenté seguir lo que Freud anunció sobre la etiología de la psicopatología en 1938, en Moisés y el monoteísmo, cuando expresó los siguiente: “Debemos dejar a un lado la cuestión de si la etiología de las neurosis en general podrían ser consideradas como traumáticas”. Una expresión con la cual estoy completamente de acuerdo, aunque desafortunadamente para nosotros, pocos meses más tarde Freud murió.

Siguiendo esta revelación de Freud, he descrito la existencia de un trauma ubicuo presente en la mente de todo individuo, el cual se estructura en los primeros años de nuestra vida, como producto, ante todo, de por lo menos dos condiciones: en primer lugar, el que ningún adulto pueda recordar la forma como pensaba cuando niño, y en segundo lugar, el que tal ignorancia de los padres sobre la dinámica del pensamiento infantil impide una comunicación lógica con sus hijos, algo que quizás pudo haber inspirado a Piaget a realizar su impresionante investigación sobre la epistemología infantil. Esta ignorancia de los adultos hacia los niños induce en estos un sentimiento de soledad, de incomprensión, terror sin nombre, que se convierte en un trauma ubicuo, presente en todo ser humano, al cual me he referido como el trauma pre-conceptual, por cuanto acontece en una época cuando no existe aún la capacidad para digerir tal realidad mentalmente. Este trauma pre-conceptual divide la mente de toda persona en dos estados, el traumatizado y el no-traumatizado. El estado traumatizado representa lo emocional infantil, a lo que Bion se ha referido como elementos beta, los cuales solo sirven para ser proyectados continuamente mediante la compulsión a la repetición, que utilizan en forma inconsciente mecanismos de identificaciones proyectivas e introyectivas, que en esta forma reproducen sin cesar al trauma original. El estado no-traumatizado, por otra parte, utilizando un mecanismo al que Bion ha designado como función alfa, “digiere” a los elementos beta y los transforma en pensamientos lógicos o elementos alfa. Existen por lo tanto, en todo ser humano, dos formas diferentes de emociones: una ligadas a la realidad externa, como son el temor, la rabia y el placer; así como emociones de origen intra-psíquico, que corresponden a sentimientos infantiles presentes en el estado traumatizado, como consecuencia del trauma pre-conceptual, cuyo origen es por lo general inconsciente y que se repiten compulsivamente.

Sobre el presente trabajo

Este libro contiene un resumen de la contribución de Piaget a la psicología evolutiva. Se han escrito otros con propósito similar, alguno de los cuales como el de J. H. Flavell o el de A. M. Battro, constituyen un magnífico resumen de todo el trabajo de Piaget. En esta publicación intento resumir solamente los aportes de Piaget dentro de la psicología evolutiva, pero manteniéndole cerca, en tal forma que al lector pueda facilitársele su comprensión; al mismo tiempo que recrearse en su lógica y estilo.

No es fácil leer a Piaget directamente, especialmente en relación con la psicología evolutiva; primero porque sus publicaciones sobre este tema se encuentran dispersas en más de un libro y en numerosos artículos, mezclados con otros conceptos con los cuales no guardan una secuencia ordenada. Además, Piaget ha introducido un nuevo vocabulario, el cual es necesario manejar con comodidad, para comprender el sentido de sus contribuciones.