Pensamientos salvajes en busca de un pensador - Rafael E. López-Corvo - E-Book

Pensamientos salvajes en busca de un pensador E-Book

Rafael E. López Corvo

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Beschreibung

Freud, Klein y Bion nos han proporcionado la más relevante y sustancial contribución a la teoría y práctica del psicoanálisis. Hay indudablemente una progresiva epistemología evolutiva en la creatividad de los tres: sería similar a observar un objeto, en la medida que cambiamos sucesivamente los objetivos de un microscopio, desde el lente más pequeño hasta el de mayor poder de resolución. Esta analogía nos permite tener una mejor comprensión sobre la fisiología de la mente, en la medida que la comprensión de sus abstracciones y la revelación de sus secretos se ha ido revelando. Si pensáramos, por otra parte, que el psicoanálisis, al igual que la religión, encarnase diferentes creencias, de que existen los freudianos, los kleinianos y los bionianos, como doctrinas completamente diferentes, tendríamos entonces una visión completamente errada. Por cuanto en realidad solo existe "una mente única" aunque diferentes observadores, similar a como nos lo muestra la conocida parábola de los ciegos y el elefante.  Pensamientos salvajes en busca de un pensador es esencialmente un libro sobre clínica, que explora las conexiones entre las teorías de Bion y el psicoanálisis clásico, ante todo contribuciones de Freud, Klein y Winnicott. También muestra un esfuerzo substancial para hacer los conceptos de Bion más accesibles al lector y además –y muy importante–, para observar el uso de las teorías de Bion durante la sesión psicoanalítica. Clínicos y teóricos interesados en las contribuciones de Bion, además de psicoanalistas y terapeutas en general, encontrarán extremadamente valiosas las ideas expuestas en este libro.

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Rafael E. López-Corvo

PENSAMIENTOS SALVAJES EN BUSCA DE UN PENSADOR

Una aplicación clínica de las teorías de Wilfred Bion

PRIMERA EDICIÓN

Agradecimientos

Mi más sincero agradecimiento para mi esposa, Anamilagros López-Corvo, por su incondicional ayuda en la traducción de este libro; así como a Norma Cerrudo, mi editora en Ediciones Biebel, siempre amable y dispuesta en el proceso de la publicación de mis libros.

Miami, septiembre de 2021

CAPÍTULO I El asesinato de la mente Desde el punto de vista de la teoría de lo animado-inanimado

Para ellos, digo yo, la verdad sería literalmente, nada más que sombras de las imágenes [...] Cuando se acerquen a la luz sus ojos serán encandilados, y ellos no serán capaces de ver nada en absoluto de lo que ahora se llamarían realidades.

Platón: La alegoría de la caverna

La República, Libro VII

La ciencia […] se suicida cuando adopta un dogma

Huxley, 1907

Introducción

Un vacío en la autonomía del yo es una limitación que continuamente se enfrenta en toda empresa analítica, es obvio que el inicio del logro de tal autonomía representa también el inicio del fin del análisis. Con frecuencia encontramos durante el tratamiento psicoanalítico, tanto de neuróticos como pacientes limítrofes, lo que considero una serie de confusiones relacionadas con el encuadre, las cuales actúan como verdaderas resistencias contratransferenciales, presentes muchas de ellas desde los orígenes mismos del psicoanálisis, las cuales interfieren con la posibilidad de pensar racionalmente, dañan el crecimiento positivo de la mente y obstruyen la capacidad de discriminar entre la fantasía y la realidad. Me refiero a la confusión entre psicoanálisis y el resto de la medicina, entre mente y cuerpo, seres vivos y cosas inanimadas; junto a la necesidad de una idealización narcisista del psicoanálisis y, en consecuencia, una falta de objetividad de su verdadero alcance.

Una fórmula que me he planteado para comprender y evitar tales confusiones, es la de concebir al psicoanalista como un traductor que desea enseñar el arte de la auto-traducción o auto-análisis. El yo del analizando, con el fin de aprender, logra un nivel de disociación saludable, al convertirse al mismo tiempo en conferencista y audiencia. Gracias a esta disociación voluntaria del yo –diferente de la fragmentación patológica– ambas partes son capaces de interactuar entre sí con el propósito de alcanzar un nivel analítico productivo. El elemento “conferencista” intenta el uso de asociaciones libres, mientras la parte “audiencia” escucha y procura comprender todo lo que el “analista-traductor” ha interpretado. Esta perspectiva de concebir al analista como un traductor puede explicarnos el planteamiento de Bion de establecer la escucha “sin memoria, deseo o comprensión”, por cuanto nada podría saber o cambiar el traductor simultáneo del texto particular que intenta traducir.

Al intentar este proceso de traducción encontramos que una serie significativa de efectos secundarios tienen lugar, debido ante todo a la complejidad de las manifestaciones simbólicas del inconsciente de ambos participantes. Tales complicaciones derivan principalmente de dos condiciones: a) la sintaxis utilizada por el inconsciente para expresar sus mensajes, basada ante todo en figuras metafóricas (desplazamiento) o metonímicas (condensaciones), que resulta imprecisa, y por lo general utiliza códigos o pictogramas de oscura arquitectura. b) La cualidad humana, y ante todo la parte emocional de la pareja psicoanalítica, inducirá mutuas complicaciones, proyecciones o contaminaciones indeseadas –aunque irremediablemente inevitables– en el propósito principal de traducir lo inconsciente. El material inconsciente y proyectado del analizando (transferencia) afecta al analista (contratransferencia), y la presencia ineludible del analista afecta el flujo natural del discurso del paciente. Esto implica que la clínica psicoanalítica sería secundaria al propósito inicial didáctico de aprender el auto-análisis, por cuanto la patología siempre va a sobrepasar tal intención. Además, nada podrá impedir que, al final, muchos aspectos del analista sean incorporados y se constituyan en elementos de identificación por parte del paciente.

¿Es el psicoanálisis una ciencia?

Con frecuencia muchos psicoanalistas reaccionan a la acusación de que el psicoanálisis carece de los requerimientos necesarios para constituir un cuerpo científico de investigación, mientras otros intentan seriamente probar lo contrario, o piden disculpas por no lograrlo. Ricoeur (1970), por ejemplo, ha dicho lo siguiente:

El estatus científico del psicoanálisis ha estado sujeto a críticas severas, especialmente en las culturas inglesas o norteamericana. Los epistemólogos, lógicos, semánticos, filósofos del lenguaje, han examinado de cerca sus conceptos, proposiciones, argumentos y estructura como teoría, y generalmente llegan a la conclusión de que el psicoanálisis no satisface los más elementales requerimientos de una teoría científica [p. 345]

Al igual que el estructuralismo, el psicoanálisis es un método utilizado para la investigación y comprensión del funcionamiento mental, y como tal intenta adaptarse a las características específicas del fenómeno que explora. Es justamente la imprecisión y apertura que presenta la mente, lo que ha permitido al hombre cambiar y progresar a través de la historia. Es precisamente en la mente y no en su cuerpo, donde radican las grandes diferencias entre el hombre primitivo y el actual. El cuerpo ha sido y será absolutamente el mismo desde los inicios de la historia del hombre hasta el momento actual. Acusar al psicoanálisis de carecer de la precisión y exactitud de una metodología científica es un barbarismo, un pleonasmo; por cuanto presume una confusión entre el método y “aquello” de lo cual se ocupa, llegando a ser tan injusto –para no decir absurdo– como sugerir que la cirugía es muy sangrienta, nadar muy húmedo o la proctología muy sucia. Ricoeur agrega:

... No, psicoanálisis no es una ciencia de observación; es más bien una interpretación mejor comparable con la historia que con la psicología [Ibid].

Y Bion (1990) en un diálogo consigo mismo en Memorias del futuro, dice:

ROLAND: Pensé que los psicoanalistas toman la religión en serio.

P.A. [Psicoanalista]: Cómo podría yo tomar en serio a las personas si no tomo en serio una de sus inclinaciones más importantes [...] debemos estar conscientes de la distinción entre “hablar de algo” y el “algo” mismo [...] [p. 303]

Es decir, una cosa es el noúmeno o “la-cosa-en-sí-misma” –para usar un acercamiento kantiano– y otra cosa es el psicoanálisis, que como fenómeno intenta revelar la naturaleza del nóumeno. En otras palabras, si el psicoanálisis fuese un instrumento preciso, no podría nunca seguir con puntualidad los infinitos dobleces abstractos, imprecisos y variables de la mente; sería como intentar alcanzar un cohete montados en un asno.

¿Es el psicoanálisis un procedimiento médico?

Es muy factible que el entrenamiento médico de Freud, que al comienzo de su carrera le permitió la gran mayoría de sus descubrimientos, también le impidiese, posteriormente, delinear el verdadero propósito y futuro alcance del psicoanálisis; después de todo, el psicoanálisis para Freud fue un accidente, porque originalmente su intención era crear la especialidad de Neurología, y en esta búsqueda se aventuró a Francia interesado en la fama de Charcot, y allí se tropezó con el oscuro desafío de la histeria y posteriormente del inconsciente. En 1913 expresó lo siguiente:

El psicoanálisis es un procedimiento médico que intenta la cura de ciertas formas de enfermedades nerviosas [las neurosis] mediante una técnica psicológica [SE, 13, p. 165]

Pero la verdad es que nunca se podrá mensurar la mente con los mismos parámetros con que medimos el cuerpo, por cuanto sus perspectivas son absolutamente opuestas. El cuerpo, por lo general, nos será siempre hasta cierto punto extraño, y el médico tendrá una perspectiva más privilegiada y un mejor conocimiento sobre nuestros órganos, que el que alguna vez pudiese tener el neófito. Pero este argumento cambia diametralmente cuando nos referimos a la mente, por cuanto diferente del cuerpo, nadie podrá en última instancia lograr un mejor conocimiento de nuestra mente, como el que podamos alcanzar nosotros mismos, salvo el psicoanalista, aunque siempre con la ayuda del paciente. El hecho de que el cuerpo, en comparación con la mente, permanezca siempre alienado, ajeno, determina el grado de regresión, idealización y dependencia que los pacientes lógicamente experimentan hacia sus médicos; diferente del psicoanálisis, el cual tiene como objetivo resolver la dependencia infantil y lograr la autonomía. De otra parte, nunca consideraremos como una solución el que los pacientes estudien medicina para curarse a sí mismos, porque no solo resultaría imposible, sino que además nadie podrá lograr jamás un grado total control sobre su cuerpo, por lo cual, ¡los médicos siempre necesitarán de otros médicos para tratarse! Sin embargo, este razonamiento cambia completamente cuando lidiamos con la realidad psíquica, donde la autonomía del yo es absolutamente indispensable para todo ser humano, si es que se desea lograr un grado razonable de tranquilidad y bien-estar. Por esto el propósito real del psicoanálisis es el auto-análisis o la capacidad de adquirir la mejor autonomía del yo sobre el self. La dificultad de tal logro durante la vida de una persona, es producto, como lo sabemos, de la división natural entre la consciencia y el inconsciente, así como la tendencia de la primera a mentir; es decir, no poder contener la compulsiva repetición de las fijaciones infantiles, o “trauma pre-conceptual” como yo le he llamado; o la “adhesividad de la libido y la agresión”, las resistencias, y finalmente las características crípticas y simbólicas del lenguaje inconsciente, además del analfabetismo que naturalmente tenemos para su lectura.

Aunque las soluciones a los males del cuerpo y de la mente1 se logran por caminos diferentes, existe una obstinada tendencia a tratar de forma similar a ambas condiciones, tanto por los pacientes como por los terapeutas. En tiempos antiguos, en el intento de diferenciar la medicina de las artes espirituales, se consideraba a la primera como muta art, o arte muda. En la Eneida, Virgilio por boca de Iapix, quien estaba tratando de curar las heridas de su padre, dice: “Él prefiere aprender los poderes de las hierbas, la forma como un curandero practica sin gloria las artes mudas” (1964, pp. 542-543). El self corporal siempre será desconocido, salvo que el paciente sea un médico. Esto significa que tal ignorancia sobre la fisiología corporal hará siempre de la visita al médico algo muy similar a la consulta que podríamos hacer a un mecánico sobre el funcionamiento de nuestro automóvil. La mente, por otra parte, representa el propio lugar del self, el sitio donde se encuentra la verdadera esencia de lo que somos. Es el lugar donde nadie más puede estar, aun cuando debido a la represión decidiéramos no saber algo y prefiriésemos, mediante la proyección, que otros lo supiesen, como una forma de dependencia o de disposición epistemofóbica.

Los psicoanalistas, por lo tanto, están continuamente expuestos a la misma forma de exigencia que los médicos generales, y los pacientes esperan ser cuidados, guiados y aconsejados por estos. Los pacientes responden a su propia cultura somática, o como ya lo he expresado, a la necesidad de satisfacer sus núcleos de dependencia, junto a la idealización de los procesos de curación, la resistencia al cambio y la ignorancia acerca de los logros reales del psicoanálisis. En otras palabras, la única persona capaz de resolver nuestros problemas mentales es uno mismo; el terapeuta puede mostrar las razones de un conflicto, aquello que lleva a un individuo a la depresión o niveles altos de ansiedad, pero el resolverlo tiene que ser siempre el producto del esfuerzo de la propia persona. Del lado del analista podría existir la herencia freudiana sobre la concepción del psicoanálisis como “un procedimiento médico”, así como la identificación proyectiva ejercida por los pacientes conteniendo núcleos infantiles de dependencia, los cuales inducen sentimientos contratransferenciales de responsabilidad hacia el tratamiento, el deseo de curar o furor curandis, como lo expresó Freud, así como una necesidad narcisista hacia la idealización. Kohut se ha referido a esto último, aunque indirectamente, en su concepto de la “idealización de la transferencia”, mientras Lacan, en forma más específica, le ha calificado como el “lugar del supuesto saber”.

Freud nunca intentó defender al psicoanálisis como una ciencia exacta; por el contrario, como podremos ver, él estuvo mucho más interesado en lo opuesto, y en casi todos sus escritos evadió la precisión de la medicina y escogió, por lo tanto, la vaguedad de la psicología y la sociología. Sin embargo, si fuéramos más meticulosos, podríamos inferir que, en el lineamiento básico del psicoanálisis, Freud mantuvo, a pesar de sus esfuerzos, algunas ataduras significativas con aquellas teorías neurofisiológicas presentes en el Proyecto; como por ejemplo, la teoría de los instintos. Quizás algunos de sus artículos publicados en la cercanía de su muerte, tales como “Moisés y el monoteísmo” (1938), o su artículo póstumo “Fragmentación del yo al servicio de la defensa” (1940), apuntaron a un posible distanciamiento de la orientación biológica.

Acerca de la defensa de Theodore Reik –un prominente miembro no médico de la sociedad de psicoanálisis– sobre el curanderismo, en las Cortes de Viena en el año de 1926, Freud produjo el muy conocido panfleto de “la cuestión del análisis laico”. Teniendo la posibilidad de escoger entre la precisión de la biología y la aproximación de la psicología, sociología y campos vecinos, Freud favoreció a esta última y abiertamente proclamó su resistencia a restringir la práctica psicoanalítica solamente a la mano de los médicos. Así dijo:

Lo que conocemos como la educación médica, creo que es una forma ardua y tortuosa para llegar a un acercamiento de la profesión psicoanalítica. No hay duda que ofrece al analista mucho más de lo que es indispensable para él. Más bien le sobrecarga demasiado de cosas que nunca va a necesitar usar, además del peligro de distraer su interés y de impedir que su pensamiento pueda dirigirse hacia la comprensión del fenómeno psicoanalítico […]. El psicoanálisis es una parte de la psicología; no de la psicología médica como antes se creía, no de la fisiología de los procesos mórbidos, sino simplemente de la psicología. [Freud, S., 1926, p. 252]

No creo que el énfasis puesto por Freud sobre la defensa del análisis laico pueda haber sido únicamente una consecuencia de la acusación a Reik. La intensidad y la pasión invertida por Freud en esta defensa habla de algo más. Peter Gay (1988) cita a Freud diciendo en una carta escrita a Ferdern en 1926, lo siguiente: “La lucha por el análisis laico debe pelearse en algún momento. Mejor ahora que más tarde. Mientras yo viva, haré todo lo posible para evitar que la medicina devore al psicoanálisis” (p. 491). Y un año más tarde, Freud expresó algo que sigue muy presente en algunas asociaciones: “los médicos analistas se muestran muy inclinados a envolverse en investigaciones muy cercanas con lo orgánico, en lugar de hacer investigaciones psicológicas” (p. 497).

Esta actitud de Freud no era nueva: 13 años antes, en su introducción al libro El método psicoanalítico de Oskar Pfister, Freud expresó lo siguiente:

La práctica del psicoanálisis necesita mucho menos del entrenamiento médico que de la instrucción psicológica y el de un panorama humano libre. La mayoría de los doctores no están equipados para practicar psicoanálisis y totalmente fallan en captar el valor del proceso terapéutico. Los educadores y los trabajadores pastorales están unidos por el estándar de sus profesiones que le permiten hacer uso de las mismas consideraciones, cuidado y contención, en igual forma a como usualmente los doctores lo hacen en su práctica… [1913a, pp. 330-331]

¿Qué hizo que Freud desarrollara tal animosidad en contra de los médicos, cuando la gran mayoría de sus seguidores eran doctores? Más aún, en 1895, en la época de su bien conocido sueño sobre la inyección de Irma, Freud lo enfatizó en otra forma, al resaltar la necesidad de una evaluación de cualquier padecimiento físico, previo al comienzo de la terapia psicoanalítica. Sin embargo, su mayor diferencia y crítica fue con la asociación norteamericana, quienes hasta hace poco habían limitado el psicoanálisis al personal médico únicamente, como una forma de lidiar con varios casos de charlatanismo de individuos no médicos, envueltos en “conductas inapropiadas” mientras practicaban alguna forma de psicoterapia. Como consecuencia, en 1927, Eitingon y Jones organizaron un simposio internacional sobre el tema del análisis laico, donde se dieron opiniones totalmente discordantes y en el cual los norteamericanos, dirigidos por A. A. Brill, plantearon un punto de vista más radical, sosteniendo que los médicos deberían ser las únicas personas certificadas para practicar el psicoanálisis, una proposición que produjo una gran fricción, al punto de que Freud decidió romper con la Asociación Psicoanalítica Internacional:

Tan temprano como 1929, como la controversia se mantenía en pie, Freud se preguntó si quizás pudiese tener sentido separarse pacíficamente de los analistas norteamericanos y permanecer firme en la cuestión del análisis laico. El desagradable sentimiento de Brill, de que Freud pudiese desear deshacerse de los norteamericanos, no era una fantasía sin fundamento. [Gay, 1988, p. 500]