Introducción a una ciencia del lenguaje - Jean-Claude Milner - E-Book

Introducción a una ciencia del lenguaje E-Book

Jean-Claude Milner

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Beschreibung

Decir que la lingüística es la ciencia del lenguaje es un truismo. Sin embargo, todo aquí es oscuro y factor de confusión, comenzando por la multiplicidad de escuelas de lingüística. Pero se puede y se debe suponer que más allá de las diferencias que separan a unas de otras, existe un programa general: construir una ciencia del lenguaje. Falta exponer ese programa en detalle y presentar las proposiciones que lo hacen legítimo.   La primera tarea es retomar la pregunta desde su fundamento: si se entiende la ciencia en el sentido estricto que le da Galileo, ¿la lingüística puede referirse a ella, y distinguirse así de las prácticas muy antiguas que se reagrupan bajo el nombre de gramática? ¿Qué tipo de objeto se designa cuando se habla de lenguaje?   Sobre la ciencia, sobre el lenguaje, sobre la lingüística, sobre la gramática, el autor se ha propuesto entonces tomar en serio todas las interrogaciones legítimas, y mostrar cómo ellas se articulan.

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Índice de contenido

NOTA PRELIMINAR

NOTAS

PREFACIO

NOTAS

1

LA LINGÜÍSTICA Y LA CIENCIA

1. ALGUNAS DEFINICIONES

2. EL OBJETO DE LA LINGÜÍSTICA

3. EL FACTUM GRAMMATICAE

3.1. La expresión: “Esto se dice”

3.2. La actividad gramatical

3.3. La hipótesis gramatical

3.4. La posibilidad de la gramática y la objetividad del lenguaje

4. LINGÜÍSTICA Y GRAMÁTICA

5. EL SOLIDO DE REFERENCIA

NOTAS

2

LA CIENCIA DEL LENGUAJE

1. LA LINGÜÍSTICA COMO CIENCIA LITERALIZADA

2. LA LINGÜÍSTICA COMO CIENCIA EXPERIMENTAL

2.1. Ejemplo y experimentación

2.2. El utillaje

3. LA EPISTEMOLOGÍA DEL DISPOSITIVO

3.1. El dispositivo

3.2. La ciencia lingüística y el dispositivo: algunos recordatorios

3.3. La ciencia lingüística y el dispositivo: el problema

3.3.1. Los caracteres generales de un dispositivo

3.3.2. La diversidad de los dispositivos

3.3.3. Algunas confusiones

3.3.4. Algunas referencias históricas

3.4. ¿Dispositivo lingüístico o novela?

3.5. Los riesgos del dispositivo

3.5.1. Dispositivo y fantasmagoría

3.5.2. La teleología insidiosa

NOTAS

3

LA CIENCIA DEL LENGUAJE Y LAS OTRAS CIENCIAS

1. EL HORIZONTE ENCICLOPÉDICO

2. LA CIENCIA DEL LENGUAJE Y LA CULTURA

3. LA CIENCIA DEL LENGUAJE Y LAS CIENCIAS DE LA NATURALEZA

3.1. La ciencia del lenguaje y el neodarwinismo

3.1.1. La noción de órgano mental

3.1.2. Lo innato

3.1.3. Lo específico

3.2. La cognición

3.2.2.

3.2.3.

3.2.4. Crítica del cognitivismo en materia de lenguaje

3.2.4.3.

4. Conclusión

NOTAS

OBRAS CITADAS

Hitos

Índice de contenido

Portada

Título original: Introduction à une science du langage Éditions du Seuil, París © Éditions du Seuil, 1989, febrero de 1995 Versión abreviada de Introduction à une science du langage de la edición de 1989, colección “Des Travaux” de Éditions du Seuil

Milner, Jean-Claude

Introducción a una ciencia del lenguaje

1a. edición impresa - Buenos Aires: Manantial, 2000

1a. edición digital - Buenos Aires: Manantial, 2022

ISBN edición impresa: 978-987-500-047-6

ISBN edición digital: 978-987-500-242-5

Traducción de Irene Miriam Agoff.

1. Filosofía del Lenguaje. Lenguaje. I. Agoff, Irene Miriam, trad. II. Título.

CDD 150.195

Diseño de tapa: Eduardo Ruiz

Edición ebook: Sebastián Santillán

© 2000, Ediciones Manantial SRL

Avda. de Mayo 1365, 6º piso

(1085) Buenos Aires, Argentina

Tel: (54-11) 4383-7350 / 4383-6059

[email protected]

www.emanantial.com.ar

Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler,la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

NOTA PRELIMINAR

El lector encontrará en este volumen la primera parte de una obra publicada en 1989. Se trata, pues, de una reedición parcial.

La práctica de las versiones abreviadas no es, en sí misma, excepcional; las reediciones parciales, en cambio, son más infrecuentes. El proyecto es, en efecto, paradójico. ¿No se señala acaso la buena composición de un libro en la dificultad, cuando no en la imposibilidad, de sacarle alguna parte? Digamos más: si tal o cual capítulo puede ser tomado con independencia de los otros, ¿no prueba esto que la articulación lógica del conjunto era defectuosa?

Conviene volver de manera concisa al proyecto que me había trazado al escribir la Introducción. Habiendo comprobado, como todo el mundo, la multiplicidad de las escuelas de lingüística, supuse que, más allá de las diferencias que las separan, existe un programa general: construir una ciencia del lenguaje; restaba exponer este programa en sus pormenores y revelar las proposiciones que lo legitiman. Este había sido justamente el objeto de la primera parte, que aquí se encuentra reproducida.

Pero la ciencia del lenguaje, si existe, es una ciencia empírica, y nada se ha hecho si no se empieza por articular algunas de las proposiciones empíricas que esta ciencia debe emitir. La Introducción, entonces, para ser exhaustiva, debía combinar dos movimientos: uno, generalizador, había de hacer inteligibles las condiciones por las que la palabra “ciencia” y la palabra “lenguaje” cobran un sentido en la expresión “ciencia del lenguaje”; el otro, empírico, iniciaba una puesta en práctica descriptiva. Este comienzo de puesta en práctica era el objeto de las partes segunda y tercera, que quedaron totalmente de lado.

El movimiento generalizador y el movimiento empírico están ligados entre sí, pero a la vez se distinguen. El primero no se cumple por entero sino gracias al segundo; el segundo se apoya sobre el primero. Ahora bien, la diferencia de sus estatutos autoriza a separarlos. Con que se atenga a las generalidades de la primera parte, el lector podrá hacerse una idea razonablemente clara de lo que puede ser una lingüística que quiera presentarse como ciencia. Este es, al menos, el fin perseguido. Si se lo alcanzara, la empresa habría encontrado plena justificación.

Ahora bien, el lector no dispondrá de información sobre los procedimientos empíricos de la ciencia lingüística ni sobre las propiedades casi materiales de ese objeto singular que es el lenguaje. Si desea saber algo más sobre estas cuestiones deberá consultar la versión completa.*

Se realizaron muy pocas modificaciones al texto de la edición de 1989, que se limitan a algunos reordenamientos estrictamente técnicos exigidos por la ausencia de las partes segunda y tercera. Se practicó un único corte; afecta a un parágrafo del Prefacio y aparece señalado con puntos suspensivos.

NOTAS

*. La versión completa, Introduction à une science du langage fue publicada en 1989 en la colección “Des Travaux” de Seuil.

PREFACIO

La lingüística desea ser una ciencia. Fuera de este deseo, no posee ningún estatuto y no le queda sino confundirse con las prácticas, al fin y al cabo muy antiguas y muy valiosas, agrupadas bajo el nombre de gramática. Salta a la vista que el nombre de ciencia no reviste ninguna evidencia por sí mismo; se sabe que es tarea de la epistemología determinar su contenido, se sabe también que son diversas las doctrinas epistemológicas. De manera que la lingüística se encuentra afectada por todos los equívocos y vacilaciones que caracterizan al problema de la ciencia. Sería muy fácil demostrar que, a lo largo del tiempo, los giros y rodeos que caracterizan la marcha de la lingüística tuvieron por causa parcial esos equívocos y esas vacilaciones.

Sin embargo, es posible y necesario ir más allá de la historia. Es posible y necesario interrogarse sobre la manera como la cuestión de la ciencia es pertinente para la lingüística. Más aún cuando, por razones que será esencial explicar, la lingüística, como disciplina, revela una fuerte preocupación epistemológica. Más que ninguna otra generó proposiciones acerca de su método, acerca de la naturaleza de sus razonamientos, de sus datos, etc. Hasta el punto de que los clásicos de la lingüística son o deberían ser también clásicos de la epistemología. Hasta el punto de que en la década de 1960 se llegó a pensar que la lingüística bastaba por sí sola para fundar un nuevo tipo de racionalidad y una figura específica de la cientificidad, independiente de la que trazan las ciencias de la naturaleza. Poco importa, al fin y al cabo, que el estructuralismo en sí mismo sea cosa del pasado: el hecho de que fuera posible, de que la lingüística haya sido, de manera fundamental, su primera y última justificación, de que a partir de él se hayan construido modelos de inteligibilidad supuestamente válidos para cualquier objeto (recordemos, por lo demás, la fecundidad de que dieron pruebas algunos de estos modelos), todo esto indica una articulación particular entre la cuestión de la lingüística y la cuestión de la ciencia.

Es indudable que estamos ya en otra cosa; por cierto, ya no pensamos que la lingüística puede y debe desarrollar por sí sola una epistemología absolutamente nueva y enteramente original que habría de legar al conjunto de las llamadas ciencias humanas.

En realidad, hoy en día es difícil pensar que las ciencias humanas puedan recurrir a una epistemología propia. Se impone una alternativa insoslayable: o bien las ciencias humanas son ciencias, y entonces lo son en el mismo sentido en que lo son las ciencias de la naturaleza y corresponden a la misma epistemología (de modo que el calificativo de “humanas” no supondría más que una especificidad mundana), o bien son efectivamente humanas (o sociales, u otra cosa), y entonces no son ciencias y no tienen epistemología. Esta alternativa se les propone a todas ellas y en particular a la lingüística.

Examinaremos aquí la hipótesis según la cual la lingüística es una ciencia en el mismo sentido en que puede serlo una ciencia de la naturaleza. Esto implica que le sean aplicables los mismos conceptos que se aplican a las ciencias de la naturaleza. Como no es cuestión de fundar aquí una epistemología general, empezaremos apoyándonos en nociones recibidas: dado que, en lo que atañe a ciertas ciencias de la naturaleza, nociones como las de refutación, programa de investigaciones, thémata, experimentación, test, etc., son aplicables de manera razonablemente plausible y rigurosa, las aplicaremos a la lingüística. Evidentemente, este movimiento mismo es problemático: será tarea nuestra mostrar de qué manera estas nociones revelan ser aplicables a un discurso que no pertenece de entrada y sin discusión al conjunto de las ciencias positivas. Podrá ser que haya que redefinirlas, bien porque la lingüística lo requiera, bien porque los epistemólogos de profesión hayan utilizado malas definiciones: esto también es posible.

Así pues, la empresa se pretende decididamente cientificista. O, para ser más exactos, consiste, tratándose de la lingüística, en tomar en serio el momento cientificista. Puede ser que en verdad sólo se trate de un momento, pero tomar este momento en serio significa justamente hacer como si fuera el único. Dicho de otra manera, todo habrá de presentarse como si la lingüística fuese aquí estricta e íntegramente una ciencia positiva. [...]

Una empresa semejante no dejará de cruzarse con el programa de investigaciones conocido con el nombre de gramática generativa y que se desarrolló bajo el impulso constante de Noam Chomsky. No es, por cierto, que este programa fuera el único de importancia en el campo de la ciencia del lenguaje en general, o el único en proponerse articular la lingüística con las ciencias positivas: si nos propusiésemos ser exhaustivos, deberíamos mencionar la escuela de Harris, la de Montague, la de Saumjan, la de Culioli, y aun otras. De hecho, existen numerosos modelos que se distinguen del programa generativo o que hasta se le oponen; algunos de estos modelos tienen una importancia sociológica superior a la de aquél; algunos (no forzosamente los mismos) poseen un valor teórico y empírico similar al suyo. Sin embargo, sólo en relación con él pueden, aún en la actualidad, situarse unos y otros. No es exagerado considerar que el programa generativo, por la extensión y profundidad de sus análisis empíricos y por la atención que presta a los problemas de teorización, ha dominado los estudios lingüísticos de una manera tal que aun aquellos que no adscribían a él en forma directa recibieron su impronta aunque sólo se propusiesen diferenciarse de él u oponérsele. La existencia de tales programas dominantes no es nada novedosa en lingüística. Desde los años veinte hasta los sesenta la lingüística estructural ocupó una posición comparable y, en ciertos aspectos, lo mismo había pasado en el siglo anterior con la gramática comparada. Cuando se presenta una configuración de este tipo, una de las vías que se abren a las ciencias del lenguaje para sustentar su avance consiste en proceder de manera crítica: evaluar el programa dominante, refutarlo en ciertos puntos, legitimarlo en otros.1 Podrá así una teoría, por diferencia y semejanza con lo ya dicho, hacer oír lo que le importa y que no se ha dicho todavía.

Pero a esta circunstancia general que encontramos en diversas etapas de la ciencia se le añade, a nuestro juicio, una más específica y más importante: a lo largo de su evolución, el programa generativo mantuvo firme, como eje de su proyecto, el cientificismo explícito y asumido que aquí nos interesa. Hasta parece que Chomsky fue el único lingüista que lo reivindicó de manera consecuente, no sin remitirse a Galileo; bastará una sola cita: “Cuando se encara el estudio de los seres humanos y de la sociedad, no hay ninguna razón para abandonar el método de enfoque general de las ciencias naturales. Cualquier enfoque serio de estas cuestiones procurará adoptar ‘el estilo galileano’”.2

¿Hasta qué punto el programa generativo realizó acabadamente ese proyecto? ¿Lo interpretó acaso de manera correcta? ¿Deben tomarse en serio las nociones de “ciencia”, de “naturaleza” que constan en él, así como la referencia a Galileo? ¿En qué medida contribuyen a cumplir dicho proyecto las proposiciones sostenidas por quienes lo reivindican? Al fin y al cabo, bien podría ocurrir que, en el afán de realizar un programa, se lo haga de tal modo que se termine obstaculizándolo.

Se comprende que fuese necesario examinar todas estas cuestiones.

Salta a la vista que dicho examen encuentra en sí mismo su propia justificación. Sin embargo, tiene también una justificación de coyuntura.

Porque un programa de investigaciones es todo, menos eterno; éste es incluso uno de sus atributos fundamentales. El programa generativo fue formulado en 1956: tiene, pues, unos treinta años. Edad respetable, si no avanzada. Y, aunque sólo fuese por esta razón, es legítimo que nos preguntemos por lo que queda hoy de él.

Si nos atenemos a un punto de vista sociológico la respuesta es, indudablemente, sencilla: la continuidad institucional, la constitución progresiva de redes de poder, la presencia constante de ciertos individuos, todo esto indica que la escuela de lingüística formada a finales de la década de 1950 en torno del MIT continúa existiendo y funcionando. Pero también sabemos que esto no alcanza para probar la subsistencia de un programa. Para no incurrir en prejuzgamientos, será mejor emplear una terminología diferenciada: por la palabra generativo, entenderemos un programa de investigaciones especificable, caracterizado por un conjunto de hipótesis, conceptos, conclusiones; y, para designar el movimiento sociológico al que este programa dio nacimiento, emplearemos el nombre puramente descriptivo de escuela de Cambridge.

La continuidad histórica de esta escuela se halla fuera de dudas: la acreditan sólidas pruebas sociológicas (nombres de personas e instituciones, redes de poder académico, luchas intestinas con derrotas de unos y victorias de otros, servidumbres, odios, grandezas y pequeñeces, etc.); prosigue hasta la actualidad y no está de ninguna manera terminada. Pero nada dice que a esa continuidad puramente material le responda una continuidad intelectual, es decir, una continuidad programática. En síntesis, si es verdad que el programa generativo (en el sentido estricto mencionado –pero no definido– más arriba) dio cabalmente nacimiento a la escuela de Cambridge, nada dice que siga estando vigente en la escuela que, en términos de continuidad sociohistórica, merece llevar hoy ese nombre. A decir verdad, cabe plantear dos eventualidades: pudiera ser que dicha escuela ya no tuviese ningún programa consistente; pudiera ser también que tuviese un programa, pero que ya no fuese generativo.

Sin embargo, esta problemática, normal y corriente en sí, pone de manifiesto, apenas formulada, unas peculiares circunstancias. En muchos aspectos parecería que, a los ojos del público, el desarrollo del programa generativo por un lado y el de la escuela de Cambridge por el otro se confundieran con la aventura personal de un individuo: Noam Chomsky. Es patente, en efecto, que, con el paso de los años, tuvieron lugar ciertos cambios en el seno de lo que se presentaba como un programa, y algunos hasta se asemejan a cambios totales. Desde un punto de vista descriptivo, no podemos sino tomar nota de la realidad: las modificaciones admitidas no lo fueron nunca sino con la sanción de Noam Chomsky. Algunas –y de las más importantes– fueron propuestas por él; otras conocieron un destino un tanto caricaturesco: propuestas en contra de Noam Chomsky fueron vivamente combatidas por éste; se demostró incluso que eran en esencia incompatibles con una sana doctrina y luego ocurrió que, mediando unas pocas rectificaciones de estilo, el propio Noam Chomsky las recogió. En un solo instante revelaron ser no sólo compatibles con la doctrina, sino las únicas verdaderamente exigidas por ésta. En síntesis, no sólo el programa generativo fue dominante sino que, en el interior de este programa, fue dominante una individualidad, a un tiempo fundadora, innovadora y gestionaria de la red ejecutora del programa.

No se debe minimizar la novedad del fenómeno. Ni en la ciencia lingüística se puede citar un ejemplo exactamente comparable. Esta ciencia ha conocido, es verdad –y esto es normal–, otros fenómenos de dominación individual. Podemos citar, entre diez ejemplos, el de la gramática comparada de la lengua francesa: durante medio siglo fue dominada de manera casi exclusiva por la figura de Meillet, a la vez cabeza de grupo, inspirador intelectual y hacedor de carreras; por razones históricas que consisten esencialmente en la derrota alemana y en la victoria francesa de 1918, a partir de los años veinte esta dominación se extendió más allá de la frontera francesa, a los países de Europa central y Escandinavia; desde allí alcanzó después, por vías indirectas, los Estados Unidos, aunque en forma esporádica. Dicho esto, en el seno de la gramática comparada considerada en su conjunto, la dominación individual de Meillet nunca fue completa: en particular, los centros de formación alemana no desaparecieron en 1918 ni tampoco en 1933; ahora bien, siempre escaparon a esa red de poder. Por otra parte, y desde un punto de vista estrictamente intelectual, Meillet no se presentaba como un fundador: el proyecto inicial de la gramática comparada se remontaba a principios del siglo XIX y había sido formulado principalmente por F. Bopp; en cuanto al programa específico en el que Meillet se inscribía, su autor era, según decía él mismo, Ferdinand de Saussure. Esto posibilitaba ciertas “libertades”, en el sentido estrictamente mecánico del término, que en la red de la escuela de Cambridge revelaron ser imposibles.

La posición de Chomsky, sin embargo, por excepcional que sea, responde a una característica general de las así llamadas ciencias humanas. Aparte de algunos detalles anecdóticos, ilustra sólo la conexión entre individualidad y programa de investigaciones, que en este campo parece ser la regla. Porque bien es preciso admitir lo siguiente: en la ciencias humanas los programas más interesantes están ligados a individuos, a hombres, y tal vez ésta sea la única justificación del nombre que llevan. Esto debería ser fácil de comprender; ciencias como son, se plantean la literalización de su objeto, pero justamente resulta que, por lo que se refiere a este objeto, todo conduce a suponer que no se presta a la literalidad: porque es social, o humano, o histórico, etc. De modo que estas ciencias, en cuanto ciencias, están condenadas a contrariar la imaginación: a herirla, hubiera dicho Freud. De parte de quienes en este campo inauguran un programa o lo renuevan, el asunto exige por lo menos audacia y, tal vez, en ciertas circunstancias, coraje. En todo caso, opuestamente a la cháchara bien pensante, todo, menos modestia y moderación. Para decirlo con claridad, las formas de la individualidad fuerte, del hombre excepcional, del nombre propio, en una palabra, son aquí recurrentes y se combinan de manera un tanto extraña con la epistemología común de la ciencia normal.3

La lingüística no es la excepción, y la escuela de Cambridge tampoco. Si hubiera que reconocerles algunos rasgos singulares, podrían deberse a algo que los lingüistas de profesión se empeñan en negar, pero que no deja de ser verdadero: que en la ciencia lingüística los movimientos pasionales son más vivos que en otros campos y que, en su organización, los fenómenos de servidumbre y capricho están más acentuados. Hay para este exceso razones que se pueden dar: véase El amor por la lengua y, aquí mismo, en un estilo diferente, capítulo II, parágrafo 2.2.

Nos encontramos con lo que Valéry llamaba profesiones delirantes. Que, por su condición de profesiones académicas, todas las ciencias las integren, no debería dejar lugar a dudas; que lo hagan las ciencias humanas, no sólo por su condición de profesiones sino también por la de ciencias –y que la lingüística las integre más que ninguna otra–, tampoco debería dejar lugar a dudas. Nada se debe concluir de ello que descalifique ni a las ciencias llamadas humanas ni a la lingüística. A lo sumo, podría esperarse que se conocieran mejor y que establecieran, en cada momento, el punto de la coyuntura: lo que en ellas no depende de tal o cual individuo (dicho de otra manera, lo que tienen de transmisible), y lo que en ellas depende de las singularidades, geniales o no (dicho de otra manera, lo que tienen de no transmisible, como no sea por las oscuras vías de la devoción). Pero puede que éste sea un vano anhelo; en cualquier caso, parece que, en lo referido a todos estos puntos, la inconsciencia se encuentra por doquier y es siempre la regla.

De ahí que no sea para satisfacer un ideal de clarificación y honestidad angélica por lo que pretendemos examinar la estructura del llamado programa generativo y su relación con un nombre propio.

Está en juego una cuestión de fondo.

Podemos articularla así: el nombre de Chomsky y la individualidad que designa, ¿constituyen de hecho el único factor de unidad que subsiste a través de las variaciones del programa? Sería como decir que dicho programa no existe –o que ya no existe– y que la escuela de Cambridge no tiene más sustancia que su realidad social, la cual se reduciría, además, a una pura y simple fidelidad de partido. El problema se plantea cuando se mide la profundidad de las modificaciones sufridas: entre Syntactic Structures y Aspects hay diferencias, pero no incompatibilidad; en cambio, la sospecha de incompatibilidad nace cuando se compara directamente Syntactic Structures con las presentaciones recientes (expuestas sobre todo en Lectures on Government and Binding, Dordrecht, Foris, 1981, y Some Concepts and Consequences of the Theory of Government and Binding, Cambridge, MIT Press, 1982, trad. en N. Chomsky, La Nouvelle Syntaxe, París, Seuil, 1987, presentación y comentario de A. Rouveret). Cabe preguntarse en especial si una teoría del tipo de Some Concepts merece aún el nombre de generativa. Siempre y cuando, es evidente, uno sepa lo que quiere decir cuando emplea este término.

Se trata de un problema epistemológico importante: si estos diversos conjuntos teóricos deben ser tenidos por versiones sucesivas de un mismo modelo, ello supone que este último contiene proposiciones que permanecen intactas a lo largo de su evolución, y supone que, en una medida definible, sus versiones sucesivas son mutuamente traducibles. Decir que existe todavía una gramática generativa es suponer que el término generativo designa precisamente ese núcleo permanente, ese conjunto de proposiciones que subsiste, llegado el caso, bajo formas estilísticas diferentes, pero siempre traducibles. Aun admitiendo que tal suposición se confirme, todavía son posibles dos variantes. O bien este núcleo es propio del conjunto estrictamente delimitado de las gramáticas que se dicen generativas (todas, y solamente ellas), en cuyo caso el programa generativo habrá sido caracterizado; ahora bien, no se puede decir que lo esté en la actualidad. O bien este núcleo reaparece en otras formas de lingüística, y en este caso el programa generativo se disuelve en un programa científico más vasto: en una lingüística general. De todas maneras, de él podrá extraerse una información referida a la teoría lingüística.

Hay que tener presente que no se puede razonar únicamente en función de parentescos locales. La epistemología del programa de investigaciones aquí adoptada tiene, en efecto, una consecuencia: todo concepto debe ser tomado como el estenograma de las cuestiones a las que da acceso. Se comprende con ello que conceptos del mismo nombre en realidad pueden ser por completo diferentes, por resumir conjuntos de cuestiones distintas; a la inversa, conceptos de nombres diversos pueden ser estrictamente equivalentes, por resultar que las cuestiones que resumen son en realidad las mismas. De manera más específica, el hecho de que el término transformación aparezca en Aspects y en Some Concepts no hace que el programa sea el mismo. Si el programa ha dejado de ser generativo no es porque la noción de generatividad haya desaparecido de los textos. En verdad, la regla es simple: hay que discutir, no las palabras, sino los programas que las palabras resumen. ¿Qué programa resumía en un principio el término generativo? ¿Qué lugar ocupaba en él la noción de transformación? ¿Sigue siendo válido ese programa? Quienes dicen pertenecer hoy a la escuela de Cambridge, ¿se inscriben todavía en un programa generativo? He aquí una serie de preguntas que es legítimo formular. Verdad es que, por derecho estricto, siempre fueron legítimas, pero debe añadirse que se tornan también cada vez más urgentes.

Las modificaciones interiores del modelo desarrollado por la escuela de Cambridge hubiesen debido abrir algunos interrogantes, y con bastante rapidez. Pero hoy debemos ser claros: el programa de Cambridge está en crisis y presenta ya todas las características de la degeneración.

Sabemos que estas cosas suceden; se dejan reconocer por algunos rasgos:

- conceder la primacía a los criterios sociológicos: una proposición recibirá cierto peso en función del origen académico de su autor (cuando no de su nacionalidad) y no en función de su contenido científico;

- suplir la fecundidad empírica por la fecundidad sistémica: se entiende que una proposición vale no por su fecundidad en cuanto a los datos, sino por la mayor o menor comodidad que permite en la gestión intelectual del modelo;

- reemplazar la concepción por la ejecución. El monopolio de la concepción se deja a algunos individuos. El cuidado de la ejecución pasa a ser la única misión reconocida a los demás miembros del grupo. Al mismo tiempo, pasa a ser el único criterio que permite juzgar a estos últimos. Supongamos entonces un sujeto que, debido a ciertas contingencias históricas, no pertenece al grupo institucionalizado de los concebidores. No tendrá más que un solo derecho: dar a la ejecución de las concepciones propuestas por otros (esencialmente uno solo y siempre el mismo) el remate necesario. Si por ventura se sale de estos límites, de todas maneras el nuevo concepto por él propuesto no será reconocido como tal y, si es verdaderamente nuevo, se lo juzgará por lo que es de hecho: una falta de fidelidad al grupo de los concebidores.

Aparte de estos datos descriptivos podemos destacar algunos signos todavía más inquietantes, pues son intrínsecos al modelo mismo. Si se consideran las mejores contribuciones, entre las cuales hay que citar evidentemente las del propio Chomsky, se advierten que están marcadas por la contradicción entre un esfuerzo hacia la simplicidad de los principios, y la necesidad de incesantes complicaciones y acomodamientos requeridos por la adecuación empírica. Todo indicaría que no se pueden salvar los fenómenos como no sea multiplicando los ardides técnicos: pensamos en las versiones finales del modelo astronómico de Ptolomeo, donde no era posible salvar los fenómenos más que multiplicando los epiciclos. Como por otra parte los acontecimientos estrictamente teóricos, internos al modelo dominante, resultan corresponder a episodios sociológicos dependientes del correlato organizacional de este modelo dominante, el epiciclo nuevo se parece mucho a una directiva nueva, hasta el punto de que sujetos familiarizados con las metodologías partidistas reconocerían aquí sin esfuerzo la figura de “la directiva más reciente”, tan constante en las organizaciones cerradas.

La combinación de esta situación interna del modelo con los factores sociológicos externos deja la impresión de un profundo desorden y de una radical opacidad: como todo descansa supuestamente sobre el último epiciclo y este último epiciclo no es accesible más que en la disciplina del arcano, el resultado es muy distinto de lo que debería esperarse de un funcionamiento basado en la transmisibilidad. Esto no es patrimonio, en verdad, de la gramática generativa: Rorty propuso una descripción similar de los círculos filosóficos norteamericanos. Observadores bien informados sostienen que lo mismo sucede en las llamadas ciencias duras: hay que ver aquí el precio del mito del laboratorio, gracias al cual se disimularon, bajo las gloriosas denominaciones de equipo de investigación y de colaboración científica, las formas más feudales del poder; hay que ver también en ello el precio de la organización del sistema universitario norteamericano, probablemente uno de los más propicios para favorecer los fenómenos de secta. Pero, aun cuando podamos prever que las consecuencias serán malas para la física y las matemáticas, también se puede pensar que, apoyadas en formalismos constrictivos, en utillajes imponentes o simplemente en créditos costosos, estas disciplinas tendrán recursos para resistir más. En cuanto a lo que los anglosajones llaman humanidades, el riesgo es mayor. Pese a los esfuerzos de los adulones, se empieza a saber que su situación en Estados Unidos no es apenas satisfactoria; en cualquier caso, la situación es grave para la lingüística, porque ella está afectada además por factores intrínsecos y específicos: propiedades de la ciencia lingüística misma que hemos de volver a tratar. Por lo demás, se barrunta ya lo que promete el futuro en lo concerniente a las doctrinas del lenguaje y de la lengua: por un lado, la apelación a las tecnicidades obtusas; por el otro, el resurgimiento de las chácharas novelescas. En cualquier caso, el hilo de la ciencia está muy próximo a romperse.

NOTAS

1. La epistemología de la lingüística estructural se instituyó primero, en lo mejor que tiene, con el solo fin de determinar el fundamento conceptual y empírico de la gramática comparada. Asimismo, la gramática generativa pudo hacer comprensible su propósito encarando el examen crítico del estructuralismo (más allá de lo que se ha dicho al respecto, esa crítica no fue totalmente polémica). Veremos después por qué razón la ciencia del lenguaje se ve llevada casi de modo inevitable a proceder de esta manera. Ello se debe a razones estructurales que inciden en su relación con los datos de observación.

2. “There is no reason to abandon the general approach of natural sciences when we turn to the study of human beings and society. Any serious approach to such topics will attempt [...] to adopt ‘the Galilean style’”, Rules and Representations, Nueva York, Columbia University Press, 1980, pág. 219.

3. Es verdad que para las llamadas ciencias duras podrían y deberían darse descripciones equivalentes de las revoluciones científicas según las define T. Kuhn. Quizá deba decirse que en las ciencias llamadas humanas las revoluciones científicas tienen una frecuencia más elevada, y esto a causa de la tensión que se instaura entre la voluntad de literalización y la sustancia “humana” (es decir, esencialmente imaginaria) de los objetos a transliterar. ¿Llegaremos a admitir que la revolución científica es aquí la coyuntura constante, y que no existe un análogo verdadero a lo que Kuhn denomina ciencia normal?

1

LA LINGÜÍSTICA Y LA CIENCIA

1. ALGUNAS DEFINICIONES

No nos corresponde proponer una epistemología. Incumbe a otras competencias, no a la nuestra. Sin embargo, conviene que se sepa lo que queremos decir cuando hablamos de la ciencia. Debemos dar entonces algunas precisiones sobre este punto, pero de las que sólo cabe esperar una plausibilidad mínima. No serán objeto, pues, de demostraciones propias, ni históricas ni teóricas. Es verdad que muchos epistemólogos de profesión no hacen más que eso.

1.1. Por ciencia, se entenderá aquí una configuración discursiva que tomó forma con Galileo y que no ha cesado de funcionar desde entonces. De A. Koyré en adelante, se la caracteriza por la combinación de dos rasgos: (I) la matematización de lo empírico (la física matemática debería ser llamada, en rigor, física matematizada), y (II) el establecimiento de una relación con la técnica, de modo que la técnica se defina como la aplicación práctica de la ciencia (de ahí el tema de la ciencia aplicada) y que la ciencia se defina como la teoría de la técnica (de ahí el tema de la ciencia fundamental).

1.2. Estos dos rasgos extrínsecos se combinan con un rasgo intrínseco: para pertenecer a la ciencia, una configuración discursiva debe emitir proposiciones falsables. Esta caracterización, debida a K. Popper, es necesaria pero no suficiente, porque la ciencia no tiene el monopolio de las proposiciones falsables; es distinta e independiente de la que precede, siendo, por lo tanto, perfectamente compatible con ella.

1.3. Por configuración discursiva, entenderemos un conjunto de proposiciones. Así pues, una ciencia particular está constituida por proposiciones, entre las cuales el mayor número posible reunirá las tres características de estar matematizadas, de mantener una relación con lo empírico y de ser falsables. Si la lingüística es una ciencia, sus proposiciones deben presentar los caracteres requeridos.

1.4. Por matematización, entenderemos lo siguiente: no se trata de la cuantificación (medida), sino de lo que podríamos llamar el carácter literal de la matemática: el que se usen símbolos que se pueden y deben tomar literalmente, sin prestar atención a lo que eventualmente designen; el que se use de estos símbolos sólo en virtud de sus reglas propias: suele hablarse entonces de funcionamiento ciego. Este carácter ciego y sólo él asegura la transmisibilidad integral, apoyada en el hecho de que cualquiera, informado de las reglas de manejo de las letras, las utilizará de la misma manera: esto es lo que podemos llamar reproductibilidad de las demostraciones.1

Nos separamos, pues, de un criterio ampliamente difundido según el cual sólo hay ciencia de lo cuantificable. Preferiremos decir: sólo hay ciencia de lo matematizable, y hay matematización desde el momento en que hay literalización y funcionamiento ciego. Salta a la vista que los formalismos de la lógica matemática ilustran en el más alto grado una matematización semejante, diferenciada de lo cuantificable. Por lo demás, ellos no agotan el campo de las matematizaciones posibles más de cuanto lo hacen los cálculos de medición.

Puede suceder que los conceptos y proposiciones así explicitados, vistos desde el ángulo de la matemática stricto sensu, resulten elementales. Puede suceder que sean más sofisticados. Esto no afecta a lo esencial.2

Los conceptos y proposiciones matemáticos que rigen la literalidad de una ciencia dada son siempre, en rigor, explicitables; es posible que, por razones contingentes, de hecho no estén explícitamente presentes en la mente de todos los practicantes de una ciencia dada. Esto tampoco afecta a lo esencial, pero contribuye a determinar la situación de una ciencia. Deberá plantearse una cuestión con respecto a la lingüística: ¿en qué sus proposiciones son matematizadas? ¿En qué son literales? ¿En qué su funcionamiento es ciego? ¿En qué medida sus proposiciones matematizadas son explícitas?

1.5. Por empírico, entendemos el conjunto de lo que es representable en el espacio y en el tiempo. Por proposición empírica, entenderemos una proposición cuyo referente es directamente representable en el espacio y en el tiempo. Por proposición falsable, entenderemos una proposición tal que se pueda construir a priori una conjunción finita de proposiciones empíricas que la contradigan.

Por extensión, consideraremos que una ciencia es empírica en la exacta medida en que emita proposiciones falsables. De manera recíproca, una proposición falsable de la ciencia tendrá dos características. Por un lado, la posibilidad de enumerar aquellas condiciones que la harían falsa. En consecuencia, una proposición de la ciencia es tal que su negación no resulta contradictoria en los términos. Por el otro, las condiciones que harían falsa a esta proposición deben, en rigor, poder ser construidas en el espacio y en el tiempo como configuraciones materiales observables. En consecuencia, esta construcción no puede darse sino a priori, ya que, por hipótesis, todavía no se sabe si las circunstancias falsabilizantes se encuentran realizadas o no. Resulta comprensible que a este respecto se pueda hablar, por comodidad, de predicción.3

La construcción de una configuración semejante constituye un test. Establecer si las circunstancias falsabilizantes construidas a priori se encuentran efectivamente realizadas es lo que permite elegir entre una proposición y su negación. Por otra parte, la tradición llama experimentación a una manipulación activa de los datos que hace posible justamente tal elección. Una experimentación es, entonces, en esencia un test; en cambio, no todo test es necesariamente una experimentación. La ciencia en la que hay tests por experimentación será llamada ciencia experimental.

Preguntaremos en qué son empíricas las proposiciones lingüísticas y en particular si son falsables por configuraciones representables en el espacio y en el tiempo. Preguntaremos, por otra parte, si la lingüística es una ciencia experimental.

1.6. No hay experimentación bruta, sólo hay experimentaciones construidas. Ahora bien, toda construcción de experimentación supone una teoría mínima previa; de ahí que la falsación sea más bien una refutación, es decir, una demostración construida de la falsedad.4 En este aspecto no hay por qué distinguir la lingüística de las demás ciencias. Preguntaremos, pues, de qué teoría mínima hace uso la lingüística.

1.7. Por realidad empírica, entenderemos aquí lo empírico en cuanto funciona en una ciencia; ahora bien, lo empírico no funciona en relación con las proposiciones de una ciencia dada sino bajo la forma de la falsación; la realidad empírica es, pues, una función de falsación, cuyos functores revelan pertenecer a un conjunto material representable: digamos, para simplificar, espacio-temporal. De manera recíproca, la función de falsación en una ciencia empírica toma exclusivamente la forma de la realidad empírica.

So pena de circularidad, los functores de falsación tienen que poder hacerse al menos localmente independientes de las proposiciones sometidas a falsación. Puesto que son representables en el espacio-tiempo e independientes de las proposiciones testadas, se dirá que poseen una sustancia.5

Sea cual fuere el nombre que se dé al objeto de la lingüística –recordemos que determinar este nombre no es una empresa trivial–, convendrá examinar si tiene una realidad empírica y si tiene una sustancia; ahora se comprende en qué condiciones estas cuestiones tienen un sentido. Muchas cosas, lo sabemos, se han dicho sobre este punto en el que se entrechocan los términos de lenguaje, lengua, órgano, código genético, etc. Ahora se demuestra que en la mayoría de los casos esas manifestaciones no tienen ningún sentido, pues descuidan el hecho de que realidad empírica y sustancia no tienen significación sino por sus efectos de falsación. Convendrá reevaluar tales términos y plantear lo más claramente posible la cuestión de la sustancia del objeto de la lingüística.6 Dicho de otra manera, tendremos que examinar si la ciencia del lenguaje admite una interpretación realista o si está condenada al convencionalismo.7

1.8. Por proposición, entenderemos una aserción completa y autonomizable captada en la oposición de lo verdadero y lo falso. Una aserción que no sea bipolar no será, pues, una proposición. Por ser bipolar, pero en tanto no se ha elegido entre lo verdadero y lo falso, la proposición es una hipótesis. Ahora bien, la elección entre lo verdadero y lo falso se cumple en términos de refutación empírica; por lo mismo que permite, en rigor, elegir entre lo verdadero y lo falso de una hipótesis o de una combinación de hipótesis, pero por lo mismo que la elección no fue efectuada todavía, la configuración empírica constituye un problema.

Así pues, una proposición separada no es otra cosa que una molécula autonomizable de refutabilidad. Aun siendo autonomizable, puede ser compleja a su vez y analizarse en subsistemas de refutabilidad. En forma tal que, idealmente, se llegue a sistemas mínimos; dicho de otra manera, a átomos de refutabilidad. Se entenderá por concepto de la ciencia un tal átomo de refutabilidad.

Como una ciencia se expresa en lengua natural, cabe esperar que las formas de expresión de la ciencia tornen lo más manifiesta posible su estructura epistemológica. En particular, cabe esperar que las unidades de refutabilidad adopten la forma de unidades de lengua; así, las proposiciones de la ciencia serán proposiciones de lengua (frases); los problemas tomarán la forma de frases interrogativas; los átomos de refutabilidad serán átomos de lengua: es decir, partes del discurso y, de hecho, en esencia sustantivos. Sin embargo, la relación no es necesariamente biunívoca: hay conceptos que se disimulan bajo la apariencia de un adjetivo anodino; hay frases teóricas que no significan ninguna proposición; hay problemas que adoptan la forma de una afirmación, etcétera.

De manera más general, para entender bien un concepto en una ciencia conviene remitirlo sistemáticamente a la proposición refutable que lo constituye; además, para evaluar correctamente este concepto, es preciso que esa proposición sea examinada como si pudiera ser falsa; dicho en otros términos, es preciso que sea examinada como una hipótesis; por último, es preciso que sea examinada en relación con las configuraciones empíricas que la refutan o no; dicho en otros términos, es preciso que sea puesta en correlación distintiva con problemas. Se puede expresar esto al decir que todo concepto debe ser remitido a la frase interrogativa que lo constituye.

Veremos que, desde este punto de vista, en la ciencia del lenguaje todo está por hacerse: el propio nombre lenguaje debe ser remitido a una o varias interrogaciones, ninguna de las cuales llama a una respuesta absolutamente evidente. A fortiori, los nombres gramática y lingüística, lo mismo que todos aquellos términos, más o menos familiares o más o menos técnicos, que pudieron ser desarrollados a lo largo de los tiempos.

1.9. De manera general, una proposición permite siempre construir otras. Por una parte, merced a los procedimientos usuales del razonamiento, se obtendrán proposiciones que son necesariamente verdaderas o necesariamente falsas, si determinada proposición P es verdadera: se trata entonces de lógica. Pero, por otro lado, una proposición permite construir esquemas de proposiciones de dos valores, entre los que, en rigor, sólo la experiencia permite determinar cuál es el valor verdadero.

Dicho de otra manera, una proposición dada no determina siempre de antemano si determinada proposición Q es verdadera o falsa, pero determina la posibilidad de que la elección entre Q y no-Q tenga un sentido. Ahora bien, hay proposiciones que por naturaleza excluyen ciertos esquemas de proposición; en este caso es imposible, dada una proposición P, construir determinado esquema de proposición Q/no-Q. En consecuencia, hay proposiciones que excluyen de entrada el que ciertos problemas sean formulables. Una consecuencia particular: los átomos de refutabilidad o conceptos limitan las proposiciones que pueden ser construidas por la teoría; recíprocamente, estas proposiciones determinan de entrada ciertos problemas como inaccesibles a la teoría considerada.

1.10. Esta relación de restricción entre conceptos y problemas accesibles puede describirse en términos de programa: al delimitar por anticipado el conjunto de las proposiciones problemáticas que le son accesibles o inaccesibles, la ciencia predice que los problemas que le son inaccesibles están desprovistos de significación o interés. Esta predicción es en general implícita o incluso inconsciente: puede ocurrir que los problemas inaccesibles lo sean hasta tal punto que en verdad sean propiamente inconcebibles en el momento en que la ciencia considerada se construye. La historia de las ciencias abunda en ejemplos de este género, y la estructura de los cortes diversos o de las revoluciones que la jalonan se deja describir a menudo en la siguiente forma: una proposición P, que era propiamente impensable para una teoría T, se revela central para la teoría T’, pero si la proposición P era impensable, es porque la proposición no-P también lo era. En verdad, lo inaccesible era el problema de elegir entre P y no-P.

Las diversas teorías lingüísticas ilustran bien este tipo de relaciones. Ha ocurrido en muchas ocasiones, en efecto, que proposiciones empíricas cambien totalmente de situación al ritmo de las coyunturas: de impensables se han vuelto pensables, de centrales se han vuelto literalmente desprovistas de sentido, etc. Importará en el más alto grado tener en cuenta estas evoluciones.

De lo que precede se puede extraer, según parece, un principio de individuación de las teorías. Dos teorías se asemejan o se distinguen según los problemas que les son accesibles; esto depende directamente de las propiedades de sus conceptos pero, inversamente, las propiedades de los conceptos no se revelan sino mediante el examen de los problemas que se manifiestan accesibles en la teoría considerada. Se describe esta situación diciendo que una teoría determinada elige un programa de investigaciones antes que otro.8

Se deriva de ello que elegir entre dos teorías es optar entre dos programas; ahora bien, lo que distingue a un programa de otro no es que en el programa A determinada proposición P sea verdadera y que en el programa B la misma proposición P sea falsa. Lo que distingue a los dos programas es que, en lo fundamental, no se pueda hablar de la misma proposición P.

Ahora bien, la ciencia del lenguaje parece haber conocido múltiples programas. ¿Es sólo una apariencia, o hay un núcleo permanente de proposiciones que caracterizan a esta ciencia en sí misma y para sí misma?

1.11. Idealmente, cada dato es el falsabilizador de por lo menos una proposición P, cuya negación es una proposición de la teoría; se puede decir esto de otra manera: idealmente, cada dato es pertinente para al menos una proposición de la teoría. De manera recíproca, un dato no existe para una teoría más que si es pertinente para al menos una proposición de ésta. Ahora bien, cada versión particular de una ciencia define un tipo de proposición posible: es una matriz de proposiciones accesibles o inaccesibles. Por lo tanto, ella define también el tipo de datos que le será pertinente y esto de una manera que podrá variar de una teoría a la otra. Para ser comprendido, cada término de la teoría debe ser remitido al conjunto de proposiciones que él permite construir y al conjunto de datos empíricos de los que predice que serán pertinentes. Cada dato empírico debe ser remitido al conjunto de proposiciones que este dato refuta o no.

Recordamos que la refutación se construye, y que descansa sobre un conjunto de hipótesis y decisiones previas constitutivas de una teoría mínima. Reclamar que esta teoría mínima esté sometida a su vez a la exigencia de refutabilidad es, con certeza, internarse en una regresión al infinito. De ahí que, para juzgar la teoría mínima, sean necesarios criterios de otro orden: la fecundidad, opuesta a la esterilidad o a la degeneración (según el término de Lakatos).9

Por lo pronto, suele reclamarse que la teoría mínima sea lo más explícita posible y que contenga sólo principios y conjeturas íntegramente racionales. Pero esta situación ideal no se presenta nunca. El ejemplo de la física, estudiado por G. Holton,10 es esclarecedor: en cada etapa notoria de su progreso intervienen preferencias no solamente independientes de una experiencia posible, sino independientes incluso de cualquier proyecto científico. Así, el que una teoría física dada prefiera leyes fundadas en el atomismo a leyes fundadas en la continuidad, que prefiera leyes fundadas en la simetría, que prefiera leyes fundadas en la simplicidad a leyes fundadas en la diversidad, esto, es evidente, no puede depender de una demostración empírica; muy por el contrario, tales elecciones son las que determinarán por anticipado lo que la teoría admitirá como demostración empírica válida, como indicio concluyente, como hipótesis plausible; o lo que rechazará como sofisma, como excepción marginal, como fantasía desbocada. Además, la preferencia que dicta estas elecciones depende de algo que no tiene nada que ver con la idea de ciencia en general; puede volver a encontrarse, semejante a sí misma, en una literatura, en una estética y, con mucha más frecuencia de lo que se dice, en ciertos delirios.

Holton, refiriéndose explícitamente a la imaginación y a la crítica estética, habla aquí de thémata.

Sin que ello implique adoptar de manera global la epistemología holtoniana, es lícito recoger este término cuya justificación parece bastante asegurada por el análisis estrictamente histórico de varias grandes controversias entre físicos. Holton compuso una lista de thémata para la ciencia física. Algunos de ellos son propios de esta ciencia; otros son más generales. Todas las ciencias de la naturaleza podrían y deberían ser examinadas desde un punto de vista temático. En todo caso, debe serlo la ciencia lingüística: a ello nos abocaremos.

1.12. Justamente porque una ciencia es empírica, y sólo en esta medida, de sus proposiciones pueden extraerse consecuencias representables en el espacio y en el tiempo. Ahora bien, el tratamiento social de los fenómenos representables en el espacio y en el tiempo ha adoptado la forma de la técnica. Esta es la razón por la que una ciencia empírica funciona normalmente en una relación con la técnica. Si la ciencia lingüística existe como tal, debe funcionar, pues, como la teoría de una o varias técnicas que serían su versión aplicada. Puesto que, por otra parte, la técnica se ha constituido hoy como técnica industrial, debe existir una lingüística industrial por las mismas razones por las que existe una química industrial, una biología industrial, una física industrial, etcétera. Sin embargo, la opinión común no acepta esto fácilmente ni entre los lingüistas ni entre los técnicos ni entre los empresarios ni entre el público. La mayoría no advierte, en efecto, cuáles serían las técnicas particulares y socialmente importantes en las que la ciencia lingüística aparecería como su teoría.

Sin embargo, hay muchas circunstancias para las cuales la existencia de las lenguas constituye un factor objetivamente determinante. En verdad, el conjunto entero de lo que se da en llamar gestión, desde la toma de decisiones hasta su puesta en práctica, reposa, en el arranque, en la llegada y en cada una de las etapas intermedias, sobre intervenciones en lengua natural. Cabría esperar, pues, que sobre todos estos puntos la ciencia del lenguaje, al menos en algunas de sus partes, cumpliera el mismo papel que desempeñan usualmente las ciencias en el universo moderno. Ahora bien, se pueden constatar dos cosas: por un lado, los agentes sociales se persuaden con facilidad de que las lenguas son transparentes y de que sólo en casos excepcionales debe prestárseles atención; por el otro, si por ventura se ven forzados a tropezar con la opacidad real de las lenguas, se dan por satisfechos apelando a los procedimientos más groseros. De hecho, podemos afirmar sin equivocarnos demasiado que, a sus ojos, cuando procede tomar en consideración el lenguaje, el publicitario representa hoy la primera y última palabra de todas las cosas. Los mismos que no se atreverían a pronunciarse sobre los hombres y las cosas sin sentirse obligados a movilizar todos los recursos de la ciencia, de la metafísica y de las religiones occidentales, cuando se trata de las palabras recurren al puro y simple chamanismo. Y como, tarde o temprano, el momento de las palabras siempre llega, bien cabe colegir que el del chamán llega siempre, también tarde o temprano.

Es verdad que pocos años atrás, en el mismo momento en que ciertos buenos espíritus ensalzaban la cultura de la imagen, se produjo una revolución técnica que parece comprometer directamente las teorías de las lenguas formales. La informática no se concibe, en efecto, sin estas teorías, sea que las utilice o que las modifique y enriquezca. La misma ciencia del lenguaje, por otra parte, puesto que literaliza las lenguas naturales, no deja de encontrarse a su vez con las teorías de las lenguas formales. Además, la informática, al extender incesantemente su campo de intervención, no deja de encontrarse con las lenguas naturales como un objeto que tratar o como un obstáculo que superar. Se podría concebir entonces una articulación entre técnicas de base informática y teoría lingüística que respondiera a los criterios recibidos en la ciencia moderna.

De eso estamos lejos. Pues la cuestión de las técnicas referidas a las lenguas no es de las más simples. No sería conveniente que, impulsado por la legítima exasperación que suscita la intervención repetida de los charlatanes, el lingüista entonara sin prudencia el cántico de las aplicaciones.

En primer lugar, la relación de una proposición de lingüística con un procedimiento técnico no puede ser establecida en forma directa y simple. Y esto por una razón general: la relación de la ciencia moderna con la técnica no es directa ni simple; es verdad, sin duda, que la única validación admitida de un procedimiento técnico cualquiera debe ser tomada en última instancia de una parte de la ciencia, pero se trata cabalmente de una última instancia y no de una aplicación inmediata. No se dirá, por ejemplo, que la física de Einstein tenga una relación de aplicación con el motor de explosión, y, sin embargo, la técnica del motor de explosión sólo resulta por entero validada cuando se la puede presentar como deducible, por vías eventualmente prolongadas, de la teoría de Einstein. Por otra parte, el técnico no tiene apenas necesidad de esta validación integral; le basta con que sea posible de derecho; hasta puede decidir ignorarla por completo. En la realidad corriente nos contentamos con un término medio: se construye, por ejemplo, una ciencia física parcial (una física para ingenieros), que desgaja algunas partes del cuerpo de la ciencia física más o menos extensas y detalladas.

De manera similar, existen por cierto prácticas técnicas relativas a las lenguas naturales que deberían dejarse deducir, por cadenas de razones y teoremas más o menos largas o directas, de las proposiciones de la ciencia lingüística. Pero esto no significa que los técnicos conozcan las proposiciones en cuestión; esto no significa que los lingüistas conozcan las prácticas. Se pueden observar incluso, entre lingüistas y técnicos de la lengua, una indiferencia y una ignorancia recíprocas más acentuadas que las que son corrientes en otros ámbitos. En cualquier caso, en la actualidad se construye una “lingüística para ingenieros” que supuestamente debería dispensar, a los técnicos que trabajan sobre las lenguas naturales, de toda curiosidad desplazada. Durante mucho tiempo esta “lingüística para ingenieros” no excedió en profundidad y extensión a los manuales de gramática del curso preparatorio; se pretende que recientemente se han abierto paso ambiciones más elevadas. No estaría mal.

Una segunda observación: cuando se habla de aplicación industrial, pronto se piensa en la industria pesada. Ahora bien, las cuestiones suscitadas por la ciencia del lenguaje, en todas sus versiones, son sutiles; en cuanto deja atrás la trivialidad, una proposición de lingüística involucra pocos datos a la vez y en general hace resaltar en ellos lo que la opinión corriente tendría por meros detalles. Parece poco probable, en suma, que sobre la base de la ciencia del lenguaje se pueda generar el equivalente de una siderurgia o una aeronáutica. Pueden adivinarse las consecuencias en un país que no imagine la industria de otro modo que bajo la forma de tamañas catedrales.

En tercer lugar, se admite en general que las técnicas transforman sus objetos; ahora bien, es legítimo preguntarse si en verdad existen técnicas que transformen las lenguas. Existen, de manera indudable, numerosas prácticas en las que la lengua parece una materia prima (retóricas diversas, tratamientos de texto11 en el sentido más amplio, etc.); ¿merecen por ello el nombre de técnicas en sentido estricto? ¿Es decir, en el sentido en que se entiende que las técnicas permiten convertirse en amo y poseedor de la naturaleza? Se comprende la dificultad; reside en una pregunta: ¿en qué sentido puede decirse que uno puede convertirse en amo y poseedor de una lengua en particular o del lenguaje en general? Respuestas llenas de imágenes no faltan, tanto positivas como negativas. Pero en este caso no es posible contentarse con imágenes. Ahora bien, mientras no dispongamos de una respuesta certera, la pertinencia misma de la noción de técnica aplicada a la lengua quedará en suspenso.

En realidad, el problema debe ser planteado de otra manera: en su captación por la ciencia, las lenguas y el lenguaje no son materias realizadas; son más bien las leyes que rigen estas “materias”. Inversamente, las técnicas de lengua no tienen la finalidad de producir entidades nuevas de lengua (nuevas palabras, nuevas estructuras, nuevas lenguas, etc.), sino nuevos objetos en los que las lenguas naturales intervengan tal como son: la mira no está puesta, entonces, en las lenguas propiamente dichas, sino en las realizaciones de lengua, textos, mensajes, eslóganes, discursos, etc. En síntesis, las técnicas referidas a las lenguas postulan que las leyes de las lenguas son constantes y cognoscibles y que, respetándolas, se pueden producir nuevas realizaciones de lengua. De este mismo modo las técnicas químicas (biológicas, atómicas, etc.) postulan que las leyes de la química (de la biología, de la física atómica, etc.) son constantes y cognoscibles y que, respetándolas, se pueden producir realizaciones químicas (biológicas, atómicas, etc.) nuevas. Sólo queda por saber quién descubre las leyes de las lenguas. En lo que respecta a la química, la biología, la física atómica, nadie duda. En cuanto a las lenguas, hasta ahora, a menudo, los técnicos han parecido creer que podía uno dirigirse a cualquiera.

1.13. La epistemología que se acaba de exponer no se distingue apenas de lo que admiten hoy en general quienes se interesan por estas cuestiones. Podemos considerarla entonces como una epistemología estándar, sin perjuicio de no concederle más privilegio que el coyuntural: aunque no se la pueda considerar como ciertamente verdadera, hoy en día parece la menos inapropiada para aprehender los rasgos distintivos de lo que se presenta bajo el título de ciencia moderna. El hecho de hallarse en general admitida no impide, sin embargo, que se oponga a epistemologías a su vez altamente autorizadas.

En particular, se opone a la epistemología nacida de Aristóteles.

Según esta última, una teoría será validada sólo por sus propiedades intrínsecas: especificidad del objeto, evidencia de los axiomas (que son indemostrables), inteligibilidad inmediata de los términos primitivos (que son indefinibles), rigor formal de la deducción (cf. H. Scholz, “Die Axiomatik der Alten”, Mathesis Universalis, Darmstadt, 1969, págs. 27-44). En realidad, es preciso y suficiente con construir la teoría más ajustada a estas exigencias intrínsecas para tener la seguridad de haber erigido una teoría que merezca el nombre de ciencia.

Es indudable que con el correr de los siglos, esta epistemología antigua se modificó profundamente. Sobre todo en lo que concierne al número de axiomas y de términos primitivos; es de suponer que Aristóteles requería que este número fuese escaso (aunque tal exigencia no aparezca explícitamente formulada); con el paso de los siglos esta exigencia se reforzó en una exigencia de mínimo absoluto: los axiomas y términos primitivos no deben ser solamente poco numerosos, sino que deben ser lo menos numerosos posible (mínimo absoluto).12 Se podrían mencionar otras modificaciones; sin embargo, parece legítimo reconocer, a lo largo de la evolución, el mantenimiento de un determinado punto de vista que podemos llamar punto de vista griego, y que funda la definición de la ciencia sobre caracteres estrictamente intrínsecos.

Por contraposición, sabemos que, en la epistemología estándar, la validación es estrictamente extrínseca: prueba de ello son las nociones de hipótesis,13 test y refutación. No es que los criterios intrínsecos no cumplan ningún papel, pero sólo subsisten como principio suplementario de elección: entre dos teorías que fueran equivalentes en cuanto al filtro de las falsaciones y refutaciones, se preferirá la que tenga el número más pequeño de axiomas, el número más pequeño de definiciones, las deducciones más directas.14 Puede ocurrir incluso que, en aras de una mayor claridad en la estructura de la teoría, interese acudir a una presentación euclidiana por axiomas, definiciones y teoremas. Ahora bien, se trata aquí de un uso instrumental del euclidianismo, no de un uso estructural de la epistemología del mínimo.

La epistemología griega fue importante, se sabe, en la historia de las ciencias. Lo que se sabe menos es que ha dominado la lingüística moderna: en verdad, el estructuralismo europeo consiste esencialmente en un renacimiento de la epistemología de los criterios intrínsecos y en especial del mínimo absoluto.15

Sería fácil mostrar que el Curso de Saussure supone una epistemología de este género. Sería fácil mostrar también que la glosemática de Hjelmslev, con el pretexto de imitar las axiomáticas matemáticas, coincidía con Euclides mucho más que con Hilbert.

Se sigue de esto una consecuencia: un resurgimiento histórico extraño hizo que los numerosos textos que aún en fechas recientes se respaldaban en el estructuralismo y especialmente en el estructuralismo lingüístico, y que en los años sesenta representaban la esencia misma de la modernidad, al ser examinados, se revelen tributarios de una representación muy antigua de la ciencia. La situación resulta particularmente flagrante en lo que Roland Barthes había denominado aventura semiológica. Pero también es verdad del conjunto de las ciencias humanas: la propia noción de ciencia humana supone que, cuando se trata del hombre, la noción de ciencia debe cambiar. Ahora bien, el punto del cambio consistió en lo siguiente: frente a las ciencias de la naturaleza, dominadas por el galileísmo, retornar a Euclides y a las validaciones estrictamente internas.16 Retorno, es verdad, desconocido e inconsciente.

La escuela de Cambridge, por contraste, devolvió la lingüística a la dependencia de la epistemología comúnmente admitida. Dicho de otra manera, la epistemología de la falsación. Pero esto no alcanza para saldar la cuestión. Por una parte, aunque no volveremos sobre ello, esta misma epistemología no es seguramente la última palabra posible en la teoría de las ciencias en general. Por otra parte, y sobre todo, su aplicación a la teoría lingüística suscita tantos problemas como los que resuelve. Así pues, conviene retomar el examen en forma pormenorizada.

2. EL OBJETO DE LA LINGÜÍSTICA

La intervención de la escuela de Cambridge tuvo una consecuencia que podemos considerar definitiva, independientemente de todas las objeciones que pudieran elevarse contra su programa. Al aclimatar el popperismo en la lingüística, puso en el centro de cualquier discurso referido a una eventual ciencia del lenguaje la proposición siguiente: