Introducción al catolicismo - Lawrence S. Cunningham - E-Book

Introducción al catolicismo E-Book

Lawrence S. Cunningham

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Beschreibung

El Vaticano, la Inquisición, la anticoncepción, el celibato, las apariciones y milagros, tramas y escándalos: la Iglesia católica suele ocupar un lugar en los noticiarios. Pero, ¿en qué creen realmente los mil millones de católicos del mundo entero y cómo ponen en práctica sus creencias en el culto o en el seno de la familia y la sociedad? Esta amena e ilustrativa Introducción al catolicismo pretende ser un retrato realista, que parte del primitivo credo cristiano para llegar hasta las raíces del pensamiento católico moderno. No se exponen en esta obra tecnicismos teológicos, sino que se intenta explicar de forma clara y concisa tanto la estructura institucional de la Iglesia como sus prácticas litúrgicas –prácticas que, hasta los mismos católicos, encuentran a veces desconcertantes– y la religiosidad católica. ¿Cuál es el papel de las escrituras en el catolicismo? ¿Para qué sirven los sacramentos y la oración? ¿Cuál es la misión de la Iglesia? ¿Qué dicta la moral social y personal en el catolicismo? ¿Por qué el católico debe confesarse? ¿Qué hace santa a una persona? ¿Es "infalible" el Papa? Todas estas preguntas, y muchas otras, encuentran su respuesta en esta guía introductoria, carente de toda intención doctrinal interesada.

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Akal / Universitaria / 350

Lawrence S. Cunningham

El catolicismo

Una introducción

Traducción: Sandra Chaparro Martínez

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

An Introduction to Catholicism

© Lawrence S. Cunningham, 2009

© Ediciones Akal, S. A., 2014

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-3990-7

Prefacio

Cuando los editores de Cambridge University Press me pidieron que contribuyera con un volumen sobre el catolicismo romano a una colección sobre las tradiciones religiosas cristianas, me sentí sumamente honrado y acepté encantado. Tras trabajar en el libro durante algún tiempo, me di cuenta, no sin pesar, de que era una tarea bastante más complicada de lo que había imaginado en un principio. No es nada fácil escribir sobre el catolicismo, su historia, su(s) práctica(s) y creencias, en el marco de un único volumen que sea manejable, sobre todo cuando no se quiere convertir el libro en una deprimente letanía de personas e ideas o en un catálogo de prácticas piadosas, costumbres o movimientos. Pensemos en un término tan común como «Vaticano», ubicuo en el catolicismo romano. El Vaticano es un lugar concreto en Roma cuya historia se remonta a los tiempos anteriores al cristianismo. Es la sede de la mayor basílica del mundo, construida sobre la supuesta tumba de san Pedro, y su historia se remonta al siglo iv. Además, ha sido la residencia de los papas desde la Baja Edad Media. Pero, geografía al margen, también designa al cuerpo administrativo que asiste al papa (por ejemplo, cuando decimos: «El Vaticano afirmó ayer…»), así como a ciertos cargos a los que se suele identificar erróneamente con la Ciudad-Estado del Vaticano, un Estado soberano fundado en 1929 por medio de un tratado internacional, denominado Tratado de Letrán, tras largas negociaciones con el Estado italiano.

El significado polivalente de la palabra «Vaticano» solo es un ejemplo de entre toda una serie de términos e imágenes que cuentan con una larga historia acumulada de significados, matices y depuraciones. Si algún católico o católica del siglo iv pudiera volver a la vida y entrar en una iglesia católica de hoy o leer nuestros catecismos, reconocería muchas cosas y otras no. Le extrañaría que sus correligionarios honraran siete sacramentos, consideraran infalible al papa, recitaran una serie de oraciones con ayuda de un rosario y solo permitieran ejercer el sacerdocio a los solteros. Palabras como «cardenal», «transustanciación», «encíclica papal», etc., carecerían de sentido para él/ella. Lo cierto es que a muchos católicos de hoy, poco familiarizados con la historia de su Tradición, les admiraría el asombro de su correligionario del siglo iv.

Sin embargo, estos ancestros religiosos nuestros se sentirían a gusto con la idea de que el obispo o sacerdote presidiera la liturgia, reconocerían las lecturas de las Escrituras, entenderían que la ofrenda de pan y vino es un símbolo de la presencia real de Cristo y sabrían que los sacerdotes se convierten en tales por medio de la imposición de manos. Sabrían que para comulgar hay que estar bautizado, probablemente conocerían los diferentes elementos de los que consta el credo y reconocerían su formulación general.

Uno de los propósitos de este libro es explicar cómo han evolucionado las creencias y prácticas católicas a lo largo de los siglos. No es una historia del catolicismo, pero la historia desempeñará un importante papel en mi descripción del núcleo esencial de unas creencias y prácticas que implican tanto lealtad a ciertos elementos esenciales (lo que denominamos la Tradición apostólica) como la necesidad de buscar una comprensión más profunda de lo que es la tradición y la forma en que hay que vivirla. De manera que el presente volumen no versa sobre teología teórica, pero tampoco es historia pura. Intento fundir ambos aspectos para explicar el culto, las devociones populares y, por supuesto, la forma en que los católicos entienden la moral personal y social.

Reflexioné bastante y decidí no analizar los temas teológicos, sobre todo los más controvertidos, en excesiva profundidad. No es que me sean indiferentes; después de todo me gano la vida estudiando estas cuestiones. Puedo explicar fácilmente mi decisión: las doctrinas teológicas fundamentales tienen una historia tan larga y complicada que no es fácil describirlas sin infinitas cualificaciones, definiciones y salvedades. Todo el mundo entiende que Dios nos dispensa Su favor, pero la forma en que se debe entender teóricamente ese favor bajo el nombre de «Gracia» ha sido objeto de voluminosos libros y de muchos y agrios debates. Que Dios nos salva a través de Jesucristo es una de las verdades esenciales del cristianismo, pero la dinámica de salvación en sí requeriría una monografía propia. Lo que he hecho ha sido explicar esas creencias, a ser posible, sin rastrear su justificación o su historia.

También me parecía importante hablar de la piedad popular y de los usos comunes de la tradición católica que forman parte de la percepción pública de la Iglesia. Por ejemplo, los católicos rezan el rosario y peregrinan hacia ciertos altares. Estas prácticas no constituyen la esencia del catolicismo pero, cuando se las comprende correctamente, arrojan cierta luz sobre la experiencia del católico. Son tradiciones, aunque no formen parte de la Tradición.

Para dotar al conjunto de algún orden, he dividido el libro en 11 temas. Puede que parezca una cifra algo absurda, pero mis años como docente me han enseñado que cada semestre consta de 11 semanas (al menos a este lado del Atlántico) lectivas a las que se suman las dedicadas a exámenes y la semana de vacaciones. Este libro no está pensado para mis colegas especialistas, sino para lectores interesados y razonablemente competentes. De ahí que haya pocas notas a pie de página y que se añada una lista de lecturas recomendadas, tras cada capítulo, para guiar a los lectores más curiosos. El breve capítulo XII es en realidad una bibliografía. Debo reconocer que la mayor parte de los libros citados fueron escritos en lengua inglesa. Cada capítulo contiene asimismo recuadros con pequeñas propuestas sobre cuestiones concretas a las que solo se alude tangencialmente en el texto pero que cabe analizar en mayor profundidad. El lector también encontrará recuadros sobre un fondo de color diferente que me han permitido descargar el texto principal de un exceso de información fáctica.

Agradecimientos

Este libro se ha beneficiado directa e indirectamente del saber de muchas personas. Gran parte de lo que aparece en sus páginas fue dicho en las aulas a lo largo de los últimos 30 años. Como temo olvidar algún nombre, quisiera expresar mi gratitud a mis colegas del Departamento de Teología de la Universidad de Notre Dame en su conjunto, tanto por su ayuda en mis tareas de investigación, como por constituir una comunidad de trabajo tan cálida. Debo mencionar especialmente a mi vecino de despacho, Cyril O’Reagan, así como al decano, John Cavadini.

El tiempo que pasé en el Spring College de Mobile, Alabama, en Saint John’s University de Collegeville, Minnesota, y en el Saint Elizabeth College de Covent Station, Nueva Jersey, fue muy instructivo. Durante esas estancias cortas, aprendí mucho sobre la diversidad interna del catolicismo. Las comunidades monásticas cistercienses de la abadía de Getsemaní y Santa Rita me depararon la tranquilidad y el ocio necesarios para reflexionar; mi agradecimiento a los superiores de estas casas, Dom Damien Thompson y Miriam Pollard. Quisiera mencionar asimismo a mi esposa Cecilia y a mis dos hijas, Sarah Mary y Julia Clare, por depararme una vida tan maravillosa e interesarse con todo cariño por la marcha del libro. Por último, muchas gracias a Kate Brett, de Cambridge University Press, por aceptarme como autor y por su gran paciencia mientras completaba el presente volumen.

Quisiera dedicar esta obra a todos mis estudiantes de la universidad, pasados, presentes y futuros, que estudian y rezan a la sombra de Notre Dame.

I. Los múltiples significados del catolicismo

Introducción

Mucha gente suele creer que la palabra «catolicismo» es una denominación que sirve para diferenciarlo, en el ámbito del cristianismo, de otras ramas como el «protestantismo» o la «ortodoxia». Se sabe, por ejemplo, que los católicos rezan el rosario, veneran al papa, van a misa los domingos y que sus sacerdotes son célibes. Se supone que son estos rasgos, entre otros, los que distinguen al catolicismo del protestantismo. También se dice que los católicos tienen un origen étnico concreto: los irlandeses son católicos mientras que los escoceses son presbiterianos; los italianos son católicos y los noruegos, luteranos. En ciertos lugares se asocia a los católicos a una clase social determinada. Hace un siglo, en los Estados Unidos, los católicos eran casi exclusivamente de clase trabajadora y los protestantes conformaban la clase empresarial. Lo mismo ocurría en Inglaterra hasta hace muy poco. Aunque estos y otros estereotipos formen parte de la cultura popular, no dejan de ser estereotipos. Son diferencias que tienden a separar a personas unidas por su educación religiosa: ser irlandés es ser católico. Esta tendencia a entender la confesión religiosa como categoría sociológica no es privativa del catolicismo, la comparten la mayoría de las tradiciones religiosas. Pertenecer a una religión u otra depende mucho del lugar donde se reside y de cómo se percibe uno a sí mismo en el seno de la cultura en su conjunto.

De manera que, en sentido general, podemos decir que el catolicismo es una confesión cristiana entre otras, con su cultura distintiva y un carácter propio, que a veces depende de la tradición religiosa de los antepasados o el lugar de residencia. Si no hilamos demasiado fino, podemos decir que el catolicismo es una agrupación social identificable. Sin embargo, en este libro no queremos hablar del catolicismo en tanto que grupo sociológico aunque, por supuesto, dedicaremos atención a sus manifestaciones sociales en el mundo, sin olvidar su carácter cultural. El presente volumen no ofrece una descripción social del catolicismo, sino más bien de las creencias y prácticas que le son propias. Puesto que el autor es miembro de la Iglesia católica, se trata de una visión «desde dentro».

Quisiera señalar de pasada (aunque volveremos sobre ello en este capítulo) que en el seno del catolicismo existe más de una tradición (hay católicos romanos y bizantinos, por ejemplo, y todos forman parte de la Iglesia católica). No debemos olvidar que términos como «católico», «protestante» u «ortodoxo» son abstracciones. Los presbiterianos no son luteranos y la ortodoxia rusa no es igual a la griega.

Lo más difícil de este capítulo no es ver más allá de ese fenómeno increíblemente complejo que es el catolicismo, ni describir todos los elementos que componen su estructura, su sistema de creencias, o su culto (temas de los que trataremos más adelante), sino dar respuesta a una pregunta mucho más fundamental: ¿Qué significa histórica, sociológica y teológicamente la palabra «católico»?

Para responder a esta cuestión, debemos averiguar en qué sentido se utilizaba en el vocabulario cristiano primitivo, cómo ha ido evolucionando a lo largo de la historia del cristianismo y qué significado se le da en el seno de la Iglesia que se autodenomina «católica». No es una tarea tan sencilla como pudiera parecer a primera vista porque muchas personas, que no se sienten católicas, afirman que la Iglesia es católica cuando recitan el credo histórico y dicen creer en «la Iglesia que es una, apostólica y romana».

Solo tras un breve análisis histórico podremos definir los rasgos esenciales que atribuyen los católicos al catolicismo. De modo que en el presente capítulo hablaremos de la evolución de la palabra «católico» y del significado que adquiere en el seno de la tradición y la teología católicas. Después podremos reflexionar sobre la evolución de sus creencias y prácticas. Solo en ese contexto podremos entender plenamente el significado de aquellas partes del credo en las que se afirma que creemos en «la Iglesia que es una, apostólica y romana». Analizaremos asimismo cómo entienden esta afirmación quienes se consideran católicos.

Deberíamos decir, desde el principio, que lo que sigue son aclaraciones realizadas desde dentro de la Tradición católica romana. Es una descripción muy simplificada que puede leerse de forma diferente desde otras perspectivas. Habrá quien no esté de acuerdo con lo que se afirma en este libro. Es una descripción católica del catolicismo tradicional y no me disculpo por ello. Nadie sabe mejor que el autor que muchos (incluidos algunos católicos) no estarán de acuerdo con la idea de catolicismo que defendemos aquí. Pedimos tolerancia a los lectores con nuestra forma de entender el catolicismo aunque no compartan las premisas en las que nos basamos.

Historia de una palabra

La palabra «católico» proviene de dos vocablos griegos, kath holou, que designan algo así como «la totalidad». Cuando utilizamos la palabra en un contexto no-religioso (por ejemplo, «sus gustos literarios son muy católicos») queremos decir «amplio» o «muy variado». En este sentido, lo contrario de católico es «pobre» o «limitado». En el Nuevo Testamento no aparece la palabra «católico» aunque, como veremos, ya se utilizaba en los primeros tiempos del cristianismo. Para entender el término debemos hacer unas observaciones preliminares sobre la difusión del cristianismo primitivo.

El término «iglesia» que se menciona en el Nuevo Testamento (y que usa san Pablo) proviene de la palabra griega ekklesia (la raíz etimológica de eclesiástico) que significa «asamblea», «comunidad» o «congregación». En los escritos de san Pablo, se hace referencia a los grupos primitivos de creyentes reunidos para el culto y el magisterio. La palabra ekklesia no designaba un edificio o estructura, sino a la comunidad misma. De hecho, Pablo distingue claramente entre la asamblea y su lugar de reunión en una frase del epílogo de su carta a los romanos en la que desea se salude de su parte a Prisca y Aquila así como a la iglesia (ekklesia) que se reúne en su casa (oikos). Hay que señalar que en esa misma sección de la carta Pablo no solo habla de la iglesia en singular, sino también en plural: «Saludaos con un beso santo. Todas las Iglesias de Cristo os envían saludos» (Rom 16, 16). De manera que, al igual que Pablo, podemos hablar de la asamblea y las asambleas cristianas.

En las primeras fases del cristianismo había una laxa red de pequeñas comunidades en diversas zonas del mundo mediterráneo, unidas entre sí gracias a apóstoles, evangelistas y otros misioneros que viajaban de una a otra. También contribuían a su unidad las cartas que circulaban entre ellas, por ejemplo las de Pablo a los gálatas, corintios o filipenses. Así, al final de su carta a los corintios, Pablo habla de pasada de las Iglesias de Galacia (I Co 16,1) y las Iglesias de Asia (I Co 16, 19). De tener esta red un centro, este sería Jerusalén, el lugar donde transcurrió la vida de Cristo en este mundo y donde los apóstoles emprendieron su vida pública. El cristianismo se difundió desde Jerusalén pero, en un sentido estrictamente organizativo, Jerusalén tampoco era el centro de la cristiandad.

La palabra católico aparece en el contexto de esta amplia red de pequeñas comunidades cristianas. Se suele asumir que el primer cristiano que la usó fue un converso de nombre Ignatius (¿35-107?), líder de la Iglesia de Antioquía, aunque tal vez hubiera nacido en Siria. Condenado a muerte por el emperador Trajano, fue trasladado a Roma bajo custodia para perecer en la arena en torno al año 107. Ignatius vivió la etapa final de los apóstoles. Durante su viaje, escribió siete cartas a diversas Iglesias. En una dirigida a la comunidad de Esmirna (en la Turquía actual), afirma: «Allí donde está el obispo, está el pueblo, igual que donde Cristo está presente, está la Iglesia católica». En este pasaje, obviamente, «católico» significa toda la Iglesia, no una congregación concreta. En definitiva, Ignatius pensaba en todo el cuerpo de la cristiandad, no en una comunidad concreta que formara parte de ese todo. De manera que, en un principio, «católico» designaba el todo (el cuerpo de los creyentes cristianos) por contraposición a una u otra comunidad de cristianos. No era un sustantivo sino un adjetivo utilizado para describir a la totalidad del cuerpo de creyentes como algo distinto a su encarnación concreta en un lugar específico.

A finales del siglo ii, la palabra «católico» pasó a designar el testimonio y el magisterio de la totalidad, o Iglesia «católica», frente a las exigencias de los grupos disidentes. Este nuevo uso del que se dotó a la palabra añadió algo a la noción de catolicidad. En este sentido la utiliza Ireneo de Lyon (¿130-200?) en Francia. Ireneo procedía de Asia Menor, probablemente de Esmirna pero, tras haber estudiado y trabajado en Roma, fue a vivir a la ciudad de Lyon en la Francia actual. Fue ordenado sacerdote y se convirtió en obispo de esa ciudad en torno al año 178. En una famosa obra escrita para refutar a aquellos que sostenían ideas erróneas sobre el cristianismo, daba por sentada la unidad de la Iglesia cristiana que, según él, defendía una fe y un mensaje:

Aunque la Iglesia esté dispersa por el mundo entero, defiende su fe diligentemente, como si ocupara una única casa, cree, como si tuviera una mente única y predica las enseñanzas como si contara con una sola boca. Y aunque haya muchos dialectos en el mundo, la Tradición significa lo mismo en todo lugar. Pues se sostiene y difunde la misma fe a través de las Iglesias de Alemania, las Españas, las tribus celtas, el Este, Libia y las partes centrales del mundo. Al igual que el sol, la Creación de Dios es una y la misma en el mundo entero, de manera que la luz que propaga la predicación de la verdad, alumbra a todos aquellos que deseen conocer esa verdad (Adversus haereses, I.10, 1-2).

Debemos señalar dos cosas en relación al pasaje anterior. En primer lugar, Ireneo distingue claramente entre la Iglesia y las Iglesias. El adjetivo católico siempre hace referencia a la primera (a la Iglesia mundial). La Iglesia católica es aquella que custodia la verdad difundida por los apóstoles de Cristo.

Al utilizarla en este sentido, Ireneo amplía el alcance de la palabra «católico», que pasa a denominar a aquellos que defienden la auténtica fe de los apóstoles llamados a custodiar las enseñanzas de Jesús; un uso que adquiriría una gran popularidad. De manera que «católico» pasó a significar «ortodoxo», un vocablo que, a su vez, tiene dos posibles significados: 1) fe verdadera y/o 2) culto correcto. Así, «católico» y «ortodoxo» pasaron a designar a «la Iglesia en su conjunto» frente a las sectas cismáticas o heréticas que se atrevían a autodenominarse «cristianas». El obispo (y posterior mártir) del norte del África romana, Cipriano de Cartago (m. 258), utiliza a mediados del siglo iii una metáfora para explicarlo:

Aunque la Iglesia es una, cada cual considera que su parte es el todo. Solo hay un sol, pero de él emanan muchos rayos de luz. Un árbol tiene muchas ramas, pero lo sostienen las raíces de su único tronco, y los riachuelos brotan de una única fuente aunque a veces la corriente sea difusa debido a la superabundancia de caudal que mana de esa fuente (De unitate ecclesiae, capítulo 5).

Así, a partir del siglo iv, la palabra «católica» pasó a significar Iglesia «verdadera» (a menudo denominada «Gran Iglesia») frente a los grupos cismáticos o heréticos.

Podemos hacer una interesante distinción entre los grupos cismáticos y la Iglesia católica con la ayuda del relato del martirio del sacerdote Pionio y sus compañeros durante el reinado del emperador Decio, en torno al año 250 d.C. Cuando llevaron a Pionio ante el tribunal, tuvo lugar el siguiente intercambio de palabras:

—¿Cómo te llamas?

—Pionio.

—¿Eres cristiano?

—Sí.

—¿A qué Iglesia perteneces?

—A la Iglesia católica; Cristo no tiene otra.

Lo que hace tan interesante esta conversación es que, cuando finalmente condenaron a muerte a Pionio, fue quemado en la estaca junto al seguidor de una secta cismática fundada por Marción, en Roma, a mediados del siglo ii. Este texto demuestra que Pionio distinguía entre la Iglesia católica y otros movimientos sectarios del mundo de entonces1.

Encontramos la mejor expresión de la idea de que la catolicidad implica el consenso universal en torno a la fe en un famoso pasaje del siglo v, escrito por el monje-teólogo Vincent de Lerins (m. ca. 450), que decía lo siguiente:

Debemos tener cuidado en el seno de la Iglesia católica para no desviarnos de lo que ha creído todo el mundo en todo lugar. Solo esto es lo propiamente católico, como demuestran su fuerza y la etimología de su nombre, que indica que incluye todo lo que es realmente universal. Aplicaremos la regla general adecuadamente si respetamos los principios de universalidad, antigüedad y consenso (Commonitorium, capítulo 2).

Vincent prosigue afirmando que, cuando habla de universalidad, se refiere a la fe que la Iglesia profesa en el mundo entero. Antigüedad significa que la fe no debe estar en disonancia con las creencias profesadas por la Iglesia desde las épocas más antiguas, y consenso, que «adoptamos las definiciones y propuestas de todos, o casi todos los doctores y obispos» (Commonitorium, capítulo 2). De modo que, para Vincent, el catolicismo implica la aceptación de todas las verdades universales difundidas por la autoridad apostólica tal como las percibe la cristiandad en su conjunto.

En las fases tempranas de la historia del cristianismo, catolicismo significaba, por lo tanto, dos cosas: 1) la unidad de las Iglesias locales y 2) una fe común profesada a través del culto, las creencias y otras formas de articulación de la tradición antigua. De manera que cuando los obispos se reunían en un concilio universal (ecuménico), expresaban su fe común y reafirmaban su unidad frente a los grupos de disidentes desunidos que no profesaban la fe «católica».

He aquí la definición de la palabra «católica» que ofrece san Cirilo de Jerusalén a los nuevos conversos bautizados a finales del siglo iv:

«Se denomina católica a la Iglesia porque se ha ido difundiendo por el mundo entero, de una punta a otra de la tierra; también porque enseña de forma universal y en su totalidad las doctrinas sobre lo visible y lo invisible, lo celeste y lo terreno, que los hombres han de conocer. Enseña el culto verdadero a toda la humanidad, a los gobernantes y los sabios, a los letrados y los analfabetos. Además se ocupa universalmente de perdonar cualquier forma de pecado cometido con el cuerpo o el alma y posee en sí misma toda virtud concebible que expresa en actos, palabras o dones espirituales de todo tipo (Lecturas catequéticas, n.o 18).

Por razones demasiado complejas como para describirlas aquí, la unidad general de la Gran Iglesia o Iglesia católica se rompió en la Edad Media cuando se separaron las Iglesias de Oriente y Occidente. A partir de ese momento, se adoptó la costumbre de describir algo confusamente a la Iglesia de Oriente como «ortodoxa» y a la cristiandad occidental como «católica», aunque cada una de ellas insistiría en que era la ortodoxa (la que defendía la ver­dadera fe y el culto auténtico) y católica (universal). Sin embargo, en el lenguaje coloquial, se utilizaba ortodoxo y católico para distinguir entre las Iglesias de Oriente y de Occidente. Aún hoy sigue siendo la distinción estándar.

En el siglo xvi surgió una nueva división en el seno de la Iglesia occidental, cuando muchos cristianos se separaron de la Iglesia católica. Este cisma se conoce habitualmente como Reforma Protestante, término que describía en el lenguaje común a aquellos cuerpos de cristianos que se habían separado de la Iglesia católica en protesta por lo que consideraban desviaciones de las enseñanzas evangélicas. Desde entonces, se suele denominar a la Iglesia católica «Iglesia católica romana», puesto que la unidad del catolicismo depende del obispo de Roma, conocido como papa. Como tendremos ocasión de ver, el término «católico romano» puede inducir a engaño. Es mucho más correcto hablar de la Iglesia católica de Roma. Quien aludía con mayor frecuencia al término «católica romana» era la Iglesia de Inglaterra (los anglicanos) para diferenciarse, tanto de la Iglesia ortodoxa como de las Iglesias católico-romanas. Esta teoría de las «ramas» (es decir, una Iglesia católica con tres ramas, la anglicana, la ortodoxa y la católica romana) no ha sido del todo bien acogida, ni siquiera en el seno de la confesión anglicana.

En definitiva: el término católico cuenta con una larga historia, pero lo cierto es que aún hoy hablamos de católico, ortodoxo y protestante en términos genéricos para describir, de forma general, las tres grandes divisiones existentes en el seno de la cristiandad. A menos que se señale otra cosa, en este libro optamos por su significado más común y utilizamos «católico» de esta forma genérica (es decir, por contraposición a las Iglesias ortodoxas, protestantes o anglicanas).

La forma en que entienden el catolicismo los católicos

Según el Catecismo autorizado de la Iglesia católica (n.o 830), sus elementos esenciales son tres: 1) la comunión total y completa en la fe preservada por la Tradición a partir de las enseñanzas de los apóstoles, 2) la comunión en una vida sacramental plena de culto y liturgia y 3) la ordenación de los obispos en sucesión apostólica, unidos entre sí y con el obispo de Roma (el papa). Vamos a aclarar estos tres elementos básicos:

1) La comunión total y completa en la fe implica la posesión y enseñanza de todo lo que Cristo nos ha dado, que, como consta en los testimonios bíblicos, se ha articulado en el magisterio ininterrumpido de la Iglesia y se expresa en sus credos. Hablaremos más sobre este tema en el capítulo V, donde trataremos la cuestión de la denominada Regla de Fe.

2) La vida sacramental plena: en la Iglesia católica hay ritos instaurados por Cristo y aceptados por los fieles para incorporar a nuevos creyentes, alimentar su vida espiritual a través del culto y hacerles llegar los dones de Cristo. Dedicaremos un capítulo entero a este elemento esencial: el carácter litúrgico y sacramental de la Iglesia católica.

3) Ordenación de los obispos en sucesión apostólica: según la fe católica, los obispos son los legítimos sucesores de los apóstoles de Jesucristo. La Iglesia católica se hace presente siempre que cada obispo de las Iglesias locales está en comunión con todos los demás obispos, unión que resulta especialmente importante cuando se trata de la comunión con el obispo de Roma, el sucesor de Pedro.

En el Catecismo (n.o 832) se prosigue afirmando que la Iglesia de Cristo está verdaderamente presente donde se predican los Evangelios, se dispone de los sacramentos y el obispo local está en comunión con el resto de los obispos y el obispo de Roma. De manera que la Iglesia católica no es solo la suma total de las Iglesias: el catolicismo está realmente presente en toda Iglesia local que reúna las tres características mencionadas. De manera que podemos hablar de la Iglesia católica de Londres, Yakarta, París, Dublín, Roma, Los Ángeles, etc. Como ya hemos señalado, técnicamente sería más correcto hablar de la Iglesia católica de Roma, en vez de aludir a la Iglesia católica romana, pues los católicos insisten en que la Iglesia católica es una realidad visible; siempre que se den los elementos señalados, está realmente presente.

Teniendo en cuenta lo anterior, debemos añadir que, desde el punto de vista de la Iglesia católica, cualquier otra Iglesia que rompiera la unión de los obispos entre sí y con el papa de Roma sería cismática (del griego skisma: romper o dividir). En su opinión, es lo que ocurrió con la Iglesia ortodoxa. Formalmente, negar alguno de los dogmas de la tradición del credo o la legitimidad de algún sacramento de la Iglesia, sería una herejía. En la medida en que la Iglesia católica suele poner el acento en los puntos en común, en vez de en las divergencias, intenta mantener un diálogo abierto con el resto de los cuerpos cristianos en busca de una mayor unidad.

El catolicismo visto de cerca

Hace una generación, un teólogo jesuita estadounidense, Avery Dulles (hoy cardenal Avery Dulles), pronunció las conferencias Martin D’Arcy en la Universidad de Oxford, cuyo texto se publicaría más tarde bajo el título The Catholicity of the Church. Hasta el día de hoy, sigue siendo su mejor obra, el estudio más completo en lengua inglesa sobre el significado de la catolicidad desde el punto de vista de un pensador católico. El libro contiene mucha información y no pretendemos resumirlo aquí. Quisiéramos, sin embargo, resaltar algunas de sus tesis porque habremos de analizarlas en mayor profundidad más adelante. Por lo pronto, bastará con señalar algunos de los puntos más pertinentes para mejorar nuestra comprensión del término «católico». Me refiero a los elementos más característicos de la catolicidad.

En primer lugar, el catolicismo parte de la creencia bíblica en que todo lo creado proviene de Dios y que, de alguna forma, cabe detectar la presencia de Dios en este mundo, aunque no a Dios mismo. Es decir, el catolicismo propugna tanto la trascendencia de Dios (Dios y el mundo no son lo mismo) como su inmanencia (cabe detectar a Dios a través del mundo). La tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios se aprecia en la forma en que la Iglesia católica entiende la figura de Jesucristo. Según la fe católica, Jesús es tanto divino como humano: es la Palabra hecha carne (Jn 1, 14), de manera que su humanidad y divinidad se manifiestan en una única persona. Además, Jesús dejó tras de sí una comunidad de humanos para que fueran los portadores tanto de su mensaje como de su poder. Esta comunidad es el signo más visible de todos los signos visibles que expresan y ofrecen el poder de Jesús.

La idea teológica de que lo invisible puede hacerse presente en lo visible se denomina principio sacramental, en la medida en que los signos (sacramentos) encarnan un significado. De ahí que la tradición católica califique de sacramento a la Creación, pues es un signo de Dios el Creador, y que denomine a Jesucristo el Gran Sacramento, ya que Dios se nos hace visible en su vida. Cristo es un signo visible en el mundo que nos dispensa el favor (la Gracia) de Dios. La Iglesia también es un sacramento que se manifiesta a través de otros sacramentos o signos visibles como el agua del bautismo, el pan y el vino de la Eucaristía, etc. La firme creencia en que lo invisible se manifiesta en lo visible explica asimismo por qué la Iglesia católica se centra tanto en el ritual, el arte, la escultura, las vestiduras rituales, etcétera.

Por lo tanto, lo que caracteriza al catolicismo es, sobre todo, su fe en el principio sacramental.

En segundo lugar, la Iglesia católica dice ser «católica» por desear que los Evangelios se prediquen de forma universal, en el mundo entero. En este sentido, la Iglesia católica es una empresa misionera. Teóricamente limitarse a una etnia, clase, lengua o estrato social es contrario al catolicismo. De manera que la catolicidad es un ideal, no una realidad. Pero como la compleción de la tarea solo se logrará al final de los tiempos, la Iglesia católica ha de pensar continuamente en nuevas formas de predicar los Evangelios para que el mensaje llegue a todos los pueblos, sean cuales fueren sus características.

El hecho de que se quiera llevar el Evangelio a todas las naciones, explica la increíble variedad y complejidad de las instituciones, escuelas, textos literarios, música, arte, medios, formas de ministerio, etc., que caben en la Iglesia: son medios para invitar al mundo entero a escuchar la Buena Nueva de Jesús y abrazar su ideal de vida.

Este aspecto de la catolicidad implica que la Iglesia católica es tanto inclusiva (todo el mundo es bienvenido) como expansiva y misionera, en la medida en que quiere hacer extensiva su invitación a todos los pueblos. Para hacerlo, la Iglesia se ve compelida a mantener una tensión constante. Por un lado, debe ser fiel al Evangelio de Jesucristo, por otro, debe hallar medios para hacer comprensible su mensaje sin desvirtuarlo.

Este proceso de predicar el Evangelio manteniendo su pureza pero haciéndolo comprensible se suele denominar inculturación. Los católicos creen que así pueden preservar las enseñanzas esenciales de Cristo, los ritos básicos (los sacramentos) y la unidad fundamental de la Iglesia sin dejar de tener en cuenta otras formas de expresión de esas enseñanzas, ritos y unidad en otros lugares, épocas y culturas en las que también está presente la Iglesia católica. Es evidente que el catolicismo irlandés, italiano, hindú, etc., pueden tener un tono y acento diferentes, pero en todos esos lugares se mantendrá la unidad católica mientras los obispos locales estén en comunión entre sí y con el obispo de Roma.

Por último, la Iglesia católica no se concibe a sí misma solo como una extensión histórica hacia todos los pueblos, sino que afirma que consta de todos aquellos que han vivido y actualmente están con Dios. Esta doctrina denominada «doctrina de la comunión de los santos» se suele invocar en las oraciones en las que se reza en comunión con la Madre de Jesucristo, todos los santos y los que nos han precedido en la muerte. El énfasis que la Iglesia pone en la veneración de la Virgen María y los santos se basa en la creencia de que pueden orar por nosotros en presencia de Dios, al igual que nosotros rezamos por las necesidades de los demás aquí en la tierra. Por lo tanto, el catolicismo se caracteriza por su universalidad, tanto real como ideal, y no adopta la idea perfeccionista de que solo cuentan los miembros puros y serviles: cree firmemente que la perfección únicamente se alcanzará al final de los tiempos.

En tercer lugar, el catolicismo da un gran valor a la Tradición. La Tradición es un «legado» y, cuando la escriben con mayúscula, los católicos se refieren a los Evangelios y el culto heredados, preservados y predicados desde los inicios de la vida pública de Jesús hasta el presente. Los católicos entienden que este legado se ha encomendado sobre todo a los obispos de la Iglesia, considerados los legítimos sucesores de los apóstoles. De manera que el catolicismo da una gran importancia a la continuidad de la Iglesia, a sus enseñanzas y al culto. El Catecismo de la Iglesia católica consagra en tres breves afirmaciones la convicción de que el punto de partida es el testimonio de los apóstoles de Jesús (n.o 857): 1) La Iglesia católica se funda por los apóstoles; 2) guarda y transmite sus enseñanzas con ayuda del Espíritu Santo; 3) los apóstoles enseñan, la santifican y la dirigen hasta la vuelta de Cristo a través de sus sucesores en el ministerio pastoral: el Colegio Episcopal.

En este punto debemos señalar que hay que distinguir entre la Tradición y las tradiciones. Tradición con «T» mayúscula es el testimonio invariable y la proclamación de los Evangelios por parte de los apóstoles y sus sucesores, el Colegio Episcopal, mientras que las tradiciones, con «t» minúscula, son las costumbres, leyes y prácticas variables que la Iglesia ha adoptado a lo largo de los siglos para facilitar y continuar su misión. Por ejemplo, la Iglesia afirma desde su Tradición irreformable que los obispos son sucesores de los apóstoles, ordenados para guiar, enseñar y santificar a la Iglesia, mientras que el hecho de que los obispos sean célibes es una tradición antigua que podría cambiarse. No hay nada en la Tradición que impida a los obispos (incluido el papa) y a sus sacerdotes contraer matrimonio. De forma similar, la Tradición católica enseña que la Virgen María es la madre de Dios y ha de ser venerada como tal. Esta doctrina fue proclamada por el Concilio de Éfeso en el año 431 y es común tanto a la Iglesia católica como a la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, ciertas prácticas tradicionales relacionadas con la erección de altares, el uso del rosario, presuntas apariciones de la Virgen en lugares como Lourdes, Fátima, etc., no forman parte de la Tradición católica aunque deriven de la verdad esencial del lugar que ocupa María en las enseñanzas. Es una distinción crucial sobre la que volveremos a lo largo de este libro.

De ahí que la Iglesia católica sea apostólica y que su carácter apostólico garantice la autenticidad de la Tradición que fundamenta la fe y las prácticas. En otras palabras: la Tradición del catolicismo se basa en la fe en Jesucristo y en las enseñanzas que transmitió a través de los apóstoles y sus sucesores hasta hoy.

Descripción del catolicismo

Haremos una síntesis, a modo de resumen, de todo el material analizado hasta el momento. Podemos decir que el catolicismo, entendido como un cuerpo específico en el seno del mundo cristiano, ostenta las siguientes características:

1) Posee la plenitud del mensaje de Cristo tal como fue legado a los primeros apóstoles. De ahí que el catolicismo se defina como apostólico.

2) Cree conocer los signos y gestos por medio de los cuales Cristo otorga su favor a todas las generaciones que ponen en práctica la vida sacramental. De ahí que la Iglesia católica sea plenamente sacramental.

3) Afirma que todos los obispos, sucesores de los apóstoles, deben estar en comunión entre sí, y que el núcleo de esa unidad reside en el obispo de Roma (vulgarmente denominado papa). De ahí que la Iglesia católica diga ser Una.

4) Los católicos creen que las enseñanzas y el culto católicos contienen la plenitud de las enseñanzas de Cristo y son el medio para santificarse en esta vida a través de una unión más estrecha con Cristo que es el Camino, la Verdad y la Vida. Es más, en cada época, el pueblo de Dios descubre a Cristo y las formas de vida auténticas que nos ayudan a unirnos a Él. De ahí que digamos que la Iglesia católica es santa aunque los individuos o las instituciones de la Iglesia estén marcados por el pecado y la imperfección.

5) La Iglesia católica afirma que Cristo no abandonará a su Iglesia ni dejará que pierda su capacidad para enseñar la verdad y ejercer su ministerio. La promesa de que Cristo estará con la Iglesia hasta el fin de la historia, protegiéndola junto a su verdad y santidad, expresa la convicción católica de la indefectibilidad, que no implica que la Iglesia sea «perfecta», sino que nunca perderá la esperanza ni hará dejación o se alejará de las enseñanzas que le han sido legadas por Jesús.

6) El catolicismo insiste en que su mensaje está destinado a toda persona, independientemente de su clase, género o estatus social. No se identifica con ninguna cultura, época o escenario social concretos. Su misión se dirige al mundo entero y a todas las personas. Desde este punto de vista, es una religión misionera que intenta hablar y enseñar de diversas formas, sin olvidar que ha de preservar su unidad esencial. Esta expansión misionera, basada en la convicción de que la enseñanza y la práctica han de extenderse a todas las naciones, es un elemento esencial de la catolicidad.

7) El catolicismo es, básicamente, la puesta en práctica de la Buena Nueva de Jesucristo. Todo su sentido moral y las normas éticas de las que parte derivan de la enseñanza apostólica. En otras palabras, la moralidad católica parte de su comprensión de la doctrina bíblica de la Creación y Redención y, por supuesto, del valor paradigmático de la vida de Jesucristo.

Otra precisión

Por muy extendida que esté la costumbre de identificar a la Iglesia católica con la tradición romana, es un error. Hay otras Iglesias que presentan rasgos litúrgicos, canónicos y administrativos diferentes pero, no obstante, están en comunión con el obispo de Roma. De hecho, son 21 las Iglesias particulares en comunión con el obispo de Roma que practican 9 ritos diferentes al romano (el que mejor conocen la mayoría de los católicos). Me refiero al rito bizantino (utilizado, por ejemplo, en las Iglesias de Ucrania y Rutenia), el armenio, el copto (practicado sobre todo en Egipto), el etíope, el maronita (muy común en el Líbano), el siriooriental, el caldeo, el siro-malabar, el sirio occidental y el siro-malankar.

La cosa se complica cuando constatamos que algunas de estas Iglesias están en comunión con el obispo de Roma y otras, que practican el mismo rito, no (por ejemplo los coptos y los armenios están, en algunos casos, en comunión con el obispo de Roma). En otros casos, como el de los maronitas libaneses, todos están en comunión con el obispo de Roma. Se suele denominar a las Iglesias que siguen estos ritos «Iglesias de rito católico oriental», pero el término induce a confusión ya que solo algunas están en el Este, otras forman parte de Oriente Medio y aun otras, como la siro-malabar, proceden del sur de la India.

Cada uno de estos ritos cuenta con sus propias costumbres y leyes recogidas en el Código de Cánones de las Iglesias Orientales, promulgado en 1990: una puesta al día de leyes más antiguas. Sin embargo, en él solo aparecen los cánones compartidos por todas las Iglesias, ya que cada una de ellas practica las costumbres antiguas y jurisprudencia derivadas de su propia tradición. El Código de Cánones es para las Iglesias orientales lo que el Código de Derecho Canónico de 1983 para los practicantes del rito romano. Contiene los cánones disciplinarios adoptados en los primeros siglos por concilios ecuménicos y sínodos regionales, y refleja las ideas del decreto promulgado en el Concilio Vaticano II sobre las Iglesias católicas orientales.

A pesar de su complicada historia y de las relaciones, no siempre buenas, que han mantenido con sus homólogas ortodoxas (a las que a menudo se refieren peyorativamente con la expresión «uniatas»), estas Iglesias dan vida a los tres pilares del catolicismo en un sentido crucial. Todas enseñan la fe recogida en la Tradición apostólica, su vida litúrgica es sacramentalmente plena y sus obispos están en comunión con los demás obispos y con el obispo de Roma.

Las Iglesias orientales también reflejan la diversidad en el seno de la unidad: el modelo ideal del catolicismo. Se rigen por cánones disciplinarios diferentes (por ejemplo, sus sacerdotes pueden contraer matrimonio siempre y cuando no sean monjes), suscriben diversas tradiciones de reflexión teológica, tienen otra espiritualidad y sus propias formas de organización interna. Simbólicamente, encarnan una metáfora a la que el difunto Juan Pablo II recurría con frecuencia: decía que la Iglesia respiraba gracias a «dos pulmones», el Este y el Oeste. Si bien aún hoy la Iglesia romana es la mayor de las iglesias conviene recordar, en palabras del Decreto sobre las Iglesias Orientales, que «estas Iglesias son iguales en rango, de manera que ninguna está por encima de las demás a causa de su rito. Tienen los mismos derechos y obligaciones, incluido el deber de predicar los Evangelios por todo el mundo [véase Mc 16, 15] bajo la dirección del Romano Pontífice» (n.o 3).

Como muchas de las Iglesias mencionadas en este epígrafe son minoritarias en gran parte del mundo, es crucial que recordemos su presencia, pues nos brindan una forma diferente de entender la distinción fundamental entre la Tradición y las tradiciones. Son Iglesias que tienen su propia integridad y realizan un ministerio a partir de su valor intrínseco recordándonos que, a menudo, tenemos una idea demasiado limitada de lo que significa ser católico. Muchas conservan formas muy antiguas. Habitualmente, se olvida su impacto sobre la Iglesia de Roma, pero si logramos entenderlas correctamente, obtendremos una comprensión mucho más sofisticada del significado de la catolicidad.

Lo que distingue al catolicismo

Parece obvio que el catolicismo romano es una tradición cristiana diferente a la imperante en el mundo oriental ortodoxo y a las muchas confesiones asociadas a la Reforma Protestante. Explicaremos más detalladamente cómo surgieron estas divisiones y distinciones. Por ahora haremos un par de generalizaciones.

En primer lugar, el catolicismo acepta que la ortodoxia es un testimonio histórico de la Iglesia apostólica que se alejó del catolicismo por cuestiones de gobierno, ciertas prácticas y algunas formulaciones teológicas. La Iglesia católica reconoce la legitimidad del episcopado y sacerdocio ortodoxos, así como la autenticidad de sus sacramentos y la veracidad de su credo histórico. El catolicismo y la ortodoxia se distanciaron por una serie de complejas razones históricas y culturales, pero tienen mucho en común tanto en sus creencias como en sus prácticas. La Iglesia católica acepta que la Iglesia ortodoxa es apostólica, posee un sistema sacramental pleno y auténtico y es fiel custodia de la Tradición. Considera lamentable el hecho de que se separara del catolicismo e intenta salvar las diferencias por medio del diálogo constante. Existe un cisma entre católicos y ortodoxos aunque, tanto antes como ahora, se realizan serios esfuerzos para salvar la brecha.

En relación al protestantismo, la situación es mucho más complicada. Ciertas Iglesias de las familias protestantes se asemejan a la católica en términos de culto y credo, aunque se conciban a sí mismas de forma muy diferente al catolicismo. En general, podemos afirmar que las Iglesias protestantes que hacen hincapié en una vida litúrgica muy estructurada aceptan el credo histórico y mantienen la figura del obispo (por ejemplo, anglicanos y luteranos) parecen más similares a la católica, mientras que las Iglesias que carecen de estructura episcopal (por ejemplo, los presbiterianos) y no tienen un fuerte sentido de la adoración litúrgica (por ejemplo, los baptistas) se diferencian más claramente del catolicismo. Uno de los rasgos más característicos del protestantismo es la existencia en su seno de estilos eclesiásticos muy diversos entre las diferentes confesiones. Esta diversidad dificulta enormemente la comparación entre catolicismo y protestantismo, a menos que se especifique a qué forma de protestantismo nos referimos, aunque siempre se pueda decir que es protestante aquel que no es ni católico ni ortodoxo.

El catolicismo de abajo arriba

Hasta aquí, nuestro debate sobre el catolicismo ha tenido cierto nivel de abstracción. Sería interesante cerrar esta exploración inicial preguntándonos lo siguiente: ¿Cómo experimentaría el catolicismo un católico mítico al que pudiéramos describir como «una persona practicante»? Para contestar, nos olvidaremos de las monjas, monjes, misioneros, teólogos y funcionarios del Vaticano, así como de todo aquel que realiza un ministerio específico en el seno de la Iglesia, y nos referiremos al «católico corriente».

La mayoría de los católicos viven su vida religiosa en el seno de una típica parroquia o comunidad local. Una parroquia es un territorio bajo la dirección de un sacerdote ordenado que hace las veces de «pastor». Sus funciones son una extensión del ministerio episcopal y participa de las órdenes y jurisdicción del obispo. Los católicos se bautizan en su parroquia, reciben las enseñanzas de su fe e instrucción religiosa desde el púlpito, van a misa los domingos, contraen matrimonio y celebran los funerales en ella. En ciertas partes del mundo, pueden incluso recibir educación primaria y secundaria en las escuelas parroquiales, centros de enseñanza regionales costeados por la Iglesia local. Es probable (aunque no imprescindible) que el alcance de la parroquia se vea limitado geográficamente.

Muchos católicos se identifican con su parroquia local y su(s) sacer­dote(s), pero no tiene nada de raro que el obispo local realice visitas por las parroquias de su diócesis, puesto que es quien nombra a los sacerdotes. El obispo suele administrar el sacramento de la Confirmación a aquellos que están a punto de alcanzar la pubertad y participa en otras fiestas señaladas. Los sacerdotes extienden el ministerio pastoral de los obispos.

El obispo, a su vez, realiza una visita (denominadas en latín visitas ad limina, es decir, «al umbral») al Vaticano cada cinco años para informar a las autoridades de Roma sobre el estado de su diócesis, el área geográfica sobre la que ejerce su jurisdicción. Como se puede apreciar, el miembro de la parroquia local solo está a unos pasos del centro de la unidad católica a través del párroco y su conexión con el obispo local ante el que este responde y que, a su vez, está en comunión con el obispo de Roma, el papa. En la práctica, la Iglesia se experimenta mucho más intensamente a nivel local, en la parroquia.

El entorno parroquial refleja la larga historia del catolicismo. El núcleo de una parroquia es el altar ante el que se celebra la misa. A su izquierda, se encuentra el púlpito desde el que se proclaman las Escrituras y se pronuncian los sermones que explican las lecturas. En algún lugar cercano, se guarda la santa Eucaristía en un tabernáculo y también habrá un espacio sagrado que alojará un icono o estatua de la Virgen María. Probablemente, las vidrieras de las ventanas representen alguna historia sagrada o imágenes de los santos. Sobre el altar mayor penderá un crucifijo, es decir, una imagen de Cristo crucificado. De las paredes colgarán (probablemente) 14 tablas que representan las estaciones recorridas durante la Pasión, una muestra de devoción generalizada en el Renacimiento. Lo que suele diferenciar a las Iglesias católicas de las protestantes es que las primeras son mucho más visuales e icónicas. Lo fundamental es el altar y el púlpito; todo lo demás son añadidos incorporados a lo largo de los siglos de cuya evolución hablaremos más adelante.

Aunque la parroquia «típica» tenga carácter local (en algunos casos hasta tribal), la congregación es consciente de pertenecer a una realidad más amplia, a la Iglesia mundial. Puede que los feligreses de algunas parroquias pertenezcan todos a la misma etnia o clase social, pero siempre se deja claro que todos los fieles forman parte de una realidad más extensa. En la misa, el sacerdote oficiante reza siempre por el obispo local y el obispo de Roma, el papa, llamándoles por su nombre. Las cartas del obispo se leen desde el púlpito y se realizan colectas periódicas para subvenir a las necesidades de la Iglesia más allá del ámbito local. Hay misioneros que amplían la visión de la Iglesia y piden ayuda para gentes que viven fuera de los confines de la parroquia. Las enseñanzas de la Iglesia y los rasgos de la cultura católica se transmiten a través de las escuelas parroquiales o regionales y las escuelas dominicales.

Evidentemente, nuestras parroquias presuponen una vida sedentaria, en la que los ritmos vitales son lentos y las generaciones viven en un contexto de estabilidad social. En Occidente, eso está cambiando. La gente suele trasladarse a otras zonas del mundo porque se ve obligada a emigrar en busca de mejores oportunidades económicas, porque las explotaciones agrarias pequeñas ya no resultan rentables, etc. Los grandes complejos de edificios (por no hablar de los barrios marginales, las favelas, las barriadas, etc.) de la mayoría de las grandes ciudades del mundo son un nuevo reto para las parroquias y requieren de enfoques más imaginativos. Bien pudiera ser que el reciente surgimiento de «pequeñas comunidades cristianas» sea un modelo para las congregaciones cristianas del futuro. Mientras se enseñe la fe apostólica, se administren los sacramentos y las comunidades estén unidas, la Iglesia católica estará presente. Estos son elementos esenciales, mientras que las formas de ser católico puestas en práctica en las parroquias tradicionales, resultado de la larga historia de la Iglesia católica, no lo son.

Lo que acabamos de describir, parroquia, diócesis, Roma, es una forma idealizada y abstracta de unir lo local a lo universal. En realidad, los católicos celebran su culto en capillas asociadas a órdenes religiosas, iglesias urbanas que atienden a una población en constante movimiento, pequeñas capillas de hospitales y de campus universitarios o erigidas para convertirse en extensiones de parroquias grandes con la ayuda de capellanes castrenses, etc. Lo esencial es que, al margen del lugar donde se reúna la gente para el culto, exista un vínculo entre el lugar y la congregación con el obispo que, a su vez, está en comunión con el obispo de Roma. Es esta complejísima red de interrelaciones la que hace de la Iglesia católica una realidad visible.

La esencia del catolicismo

Hace algunas generaciones, el teólogo protestante Paul Tillich distinguía entre la esencia del catolicismo y el principio del protestantismo. Al hablar de «esencia», Tillich pensaba en la gran importancia que da el catolicismo a una Tradición que el protestantismo niega por considerar que no es fiel a la Palabra de Dios. Hoy diríamos que el catolicismo se basa en el principio de la «confianza», mientras que el protestantismo se inclina por la «sospecha».

Recientemente, algunos autores católicos han intentado describir las líneas maestras del catolicismo: aquellas características que hacen católico al catolicismo. En su obra Catholicism, Richard McBrien menciona tres núcleos teológicos fundamentales:

1) La importancia dada a la sacramentalidad. La realidad material es buena al haber sido creada por Dios, redimida por Jesucristo y renovada en el Espíritu. Todo lo cual es un signo de la Gracia de Dios en el mundo.

2) Los signos no son solo símbolos, son asimismo la causa de lo que significan. De ahí que los católicos tengan un sentido fortísimo de la mediación. La Gracia de Dios llega hasta nosotros por medio de Jesucristo, la Iglesia, los símbolos utilizados por la Iglesia y los actos y sucesos que tienen lugar en su seno. Nuestro encuentro con Dios en Cristo siempre es una experiencia mediada pero real.

3) La comunión. Aunque vivamos como individuos bajo el amparo de Dios, tendemos a la comunión por naturaleza. De ahí que los católicos se consideren el Pueblo de Dios: somos seres radicalmente sociables y relacionales. De ahí que la Iglesia haga mucho hincapié en la comunión de todos bajo el amparo de Dios y ocupe un lugar de honor en el esquema teológico general del pensamiento católico.

Más recientemente, en 2003, los padres Gerald O’Collins y Mario Ferrugia han retomado este punto y dan su perfil del catolicismo en su obra Catholicism: The Story of Catholic Christianity. Sus afirmaciones se superponen en algunos aspectos a las de McBrien, pero ellos empiezan por explicar la centralidad de Jesucristo y su madre: la Virgen María. En su opinión, la larga historia del catolicismo se ha basado en las posibles formas de imitar a Cristo y enseñar a otros a hacerlo. Pero el camino de Cristo no se entiende sin tener en cuenta el papel desempeñado por la Virgen María en la vida litúrgica, devocional y teológica del catolicismo.

Al igual que McBrien, ellos también señalan la importancia de la sacramentalidad: la Gracia llega a nosotros por mediación del mundo creado. Por último, señalan que el catolicismo siempre ha puesto el acento sobre la Gracia y la libertad, la fe y la razón, la unidad y la diversidad, lo local y lo universal.

Obviamente, ambas descripciones son repetitivas y generalizan en exceso, pero nuestro objetivo es captar, con la ayuda de unas pocas observaciones muy generales, lo que subyace a ese complejo fenómeno denominado catolicismo.

Una de las mejores formas de aproximarse al catolicismo es escuchando atentamente las oraciones pronunciadas durante el culto, sobre todo si se trata del ritual romano que conforma el núcleo de la adoración semanal. Existen cuatro oraciones fundamentales que se pronuncian de forma rotativa. Si nos fijamos en la primera de las oraciones, denominada Canon Romano, obtendremos un atisbo de cómo se ve la Iglesia católica a sí misma.

El sacerdote oficiante habla en plural, en nombre de toda la comunidad cultual. Afirma ofrecer dones (pan y vino) como sacrificio «de Tu santa Iglesia católica». Más concretamente, ofrece esos dones al papa del momento y al obispo local, a los que menciona por sus nombres. Pide a Dios que recuerde que «todos los presentes están en comunión con la Iglesia». Y prosigue «honrando» (no adorando) a María, José, los apóstolos y mártires y a todos los santos, a los que denomina «toda tu familia». En otras palabras, esta oración refleja el hecho de que la Iglesia católica consta, no solo de los vivos, sino también de todos aquellos que han vivido en la fe cristiana, sobre todo de aquellos, como la Virgen María, relacionados con la encarnación de Cristo. De hecho, en una fase posterior de la oración, el sacerdote compara sus ofrendas con las ofrecidas por personajes del Antiguo Testamento: Abel, Abraham y el antiguo sacerdote Melquisedec. Además, no deja de recordar a los que han muerto y «duermen en Cristo». Esta gran panoplia es la descripción más rica que podemos dar del significado esencial de la catolicidad: comprende a todos los cristianos desde el principio de los tiempos y hasta el día del Juicio Final. De ahí que recemos para formar parte de la hermandad de los apóstoles, mártires y santos que nos han precedido. En oraciones tan ricas como estas, el catolicismo expresa una realidad teológica que va más allá de cualquier descripción sociológica que podamos dar.

Evidentemente, la descripción de la catolicidad que se da en la liturgia de la Iglesia es muy refinada y puede parecer en desacuerdo con las realidades cotidianas de la Iglesia católica de las que tanto se habla actualmente. Forma parte de la fe la idea de que la Iglesia constituye un misterio, no en el sentido de que sea un rompecabezas (aunque pueda serlo para algunos), sino en el de que existe algo oculto tras sus manifestaciones humanas. Es lo que creen los católicos que suelen aludir a la metáfora de san Pablo, según la cual formamos parte de un cuerpo cuya «cabeza es Cristo»; en este sentido, el significado profundo del catolicismo radica en la fe.

Recuadro 1: La demografía del catolicismo contemporáneo

Si contemplamos al mundo en su conjunto, veremos que el catolicismo está muy presente en ciertas partes del mundo y es débil o inexistente en otras. En Europa, tiene más fuerza en aquellas zonas que no se hicieron protestantes durante la Reforma del siglo xvi: países mediterráneos como Malta, España, Portugal, Francia e Italia, partes de Alemania, Austria, Bélgica, Polonia, Hungría y Lituania. Irlanda ha permanecido católica mientras que la mayor parte de Gran Bretaña, no.

La actividad misionera llevada a cabo por parte de estas naciones en tiempos de la Reforma y después, en época colonial, llevó el catolicismo hasta Filipinas y América Central y del Sur en el hemisferio sur, así como hasta el Canadá francófono en el norte. El catolicismo empezó a ganar terreno en los Estados Unidos a partir de mediados del siglo xix debido a la influencia ejercida por los inmigrantes. Fue el colonialismo el que introdujo el catolicismo en África sobre todo, aunque no exclusivamente, en las áreas francófonas del continente.

Ha habido pequeñas minorías de católicos desde hace siglos en aquellos países donde hoy el islam es la religión mayoritaria (Líbano, la Palestina histórica, Siria, Iraq, etc.), así como en países del norte de África, objeto de expansión colonial, como Argelia o Marruecos. En el Lejano Oriente existen pequeñas comunidades católicas, tanto en el subcontinente hindú (Kerala, al sur de la India tiene una larga tradición católica) como en países como Tailandia, Laos y Vietnam, donde forma parte de la Iglesia católica una minoría significativa de la población. China cuenta con un reducido número de católicos al igual que Corea del Sur y, en menor medida, Japón.

Resulta muy difícil recabar estadísticas fiables sobre la población católica, pero he aquí algunas cifras más o menos fiables correspondientes al año 2000:

África: 130 millones

Américas: 519.391.000

Asia: 107.302.000

Europa: 280.144.200

Oceanía: 8.202.200

Total en el mundo: 1.405.058.100

Evidentemente, se trata de cifras aproximadas (extraídas de Froehle y Gautier, Global Catholicism, 2003). Tampoco nos informan sobre la difusión o declive del catolicismo a lo largo de los siglos. Pensemos, por ejemplo, que la población católica de África creció un 728 por 100 entre 1950 y 2000, mientras que la población católica de Europa aumentó un 55 por 100 en el peiodo que va de 1900 a 1950, pero solo un 32 por 100 entre 1950 y 2000. Como han demostrado investigaciones recientes, el mayor incremento de católicos corresponde a África y ha sido mucho más rápido que, digamos, en Europa occidental (debido a los descensos en las tasas de natalidad y la secularización). El número de católicos de América Latina y Centroamérica está en perpetuo cambio debido a la agresiva irrupción del protestantismo. A su debido tiempo, analizaremos el impacto que tienen estos cambios. Por ahora, baste con decir que el catolicismo tiene un número significativo de adeptos entre la población mundial, si bien resulta extremadamente difícil determinar los porcentajes con exactitud. La población católica también está desigualmente repartida: en Asia vive el 61 por 100 de la población mundial, pero solo el 10 por 100 de los católicos del mundo, mientras que América Latina alberga tan solo al 14 por 100 de la población mundial, pero casi al 50 por 100 de los católicos del mundo.

Puede que los católicos se consideren minorías en ciertas áreas geográficas (por ejemplo, en Oriente Medio) y mayorías en otras (como en Polonia o Brasil), pero no siempre tienen presente que forman parte de un todo mucho mayor: la Iglesia católica en su conjunto. En los Estados Unidos, por ejemplo, uno de cada cuatro habitantes es católico y hay un total de 65 millones de católicos en el país. De ahí que los católicos estadounidenses consideren que su presencia es significativa y siempre se sorprendan cuando se les explica que constituyen solo el 6 por 100 de la población de los católicos del mundo.

Bibliografía

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O’Collins S. J., G. y Farrugia S. J., M., Catholicism: The Story of Catholic Christianity, Oxford, Oxford University Press, 2003; un excelente repaso en un único volumen.

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1 El texto completo, en Acts of the Christian Martyrs, H. Musurillo, S. J. (ed.), Oxford, Clarendon Press, 1983, pp. 136-167 [ed. cast.: Las actas de los mártires, BAC, 2012]. En mi versión, acorto la conversación.