Intuiciones del corazón - Kathleen Eagle - E-Book

Intuiciones del corazón E-Book

Kathleen Eagle

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Beschreibung

Los caballos eran parte de la vida de Logan, así que cuando le ofrecieron participar en una competición de doma de caballos salvajes con una joven sargento, aceptó sin dudarlo. Mary Tutan era una mujer fuerte, pero vulnerable, que también parecía tener una conexión especial tanto con los caballos como con él. Pero aunque ambos soñaban con tener una familia y amor en su vida, Mary iba a descubrir algo que iba a cambiar su vida para siempre, algo que pondría en peligro la pasión que empezaban a compartir.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Kathleen Eagle. Todos los derechos reservados. INTUICIONES DEL CORAZÓN, N.º 1879 - enero 2011 Título original: Once a Father Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9743-3 Editor responsable: Luis Pugni

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Intuiciones del corazón

KATHLEEN EAGLE

Capítulo 1

La mujer atrajo la atención de Logan Rastro de Lobo de inmediato. Le pareció solitaria, directa y poco charlatana. No llevaba maquillaje y tenía cuerpo de atleta. Era una mujer distinta a las demás. Se fijó también en su larga melena castaña. Le gustó nada más verla.

Imaginó que cambiaría de opinión tarde o temprano, pero confiaba en las primeras impresiones, pocas veces le habían fallado sus instintos. Supo desde el primer instante que esa mujer era muy parecida a él, una especie de alma gemela. Lo que no tenía tan claro era si podría llegar a trabajar con ella.

Estaba allí por los caballos y por el premio de veinte mil dólares y sabía que debía concentrarse por completo en su objetivo.

En el refugio de caballos salvajes Doble D, situado en Dakota del Sur, no había capacidad para acoger a un solo caballo más. Las hermanas Sally Drexler y Ann Drexler Beaudry dirigían el refugio y cuidaban de los animales que les entregaba la Oficina de Gestión Agropecuaria.

Pero en el refugio había demasiados animales esperando ser adoptados y muy pocas personas dispuestas a acoger a esos caballos salvajes si no tenían para ellos una finalidad concreta.

Las dos mujeres habían tenido la gran idea de organizar una competición con el fin de atraer la atención de la gente y demostrar además a los ganaderos que era posible adiestrar a los caballos salvajes.

Logan estaba deseando intervenir en el concurso. Ann tenía un cuñado con posibles que se había ofrecido a patrocinar el reto de doma de Mustangs.

Los participantes tenían tres meses para demostrar que un caballo salvaje podía convertirse en una excelente montura.

El premio era muy suculento y estaba seguro de poder conseguirlo. El dinero le iba a venir muy bien y también el prestigio que le otorgaría ganar un concurso como ése. Tenía un método de doma distinto y propio. Había llegado incluso a escribir un libro sobre el tema. No había vendido demasiadas copias, pero estaba orgulloso de él. Creía que lo único que necesitaba era un poco de publicidad y ese concurso le proporcionaba la oportunidad perfecta para promocionarse.

Por desgracia, Sally le había puesto demasiadas condiciones. Y la que más le preocupaba era la que tenía delante en esos momentos.

Se acercó a la mujer. Estaba de espaldas a él, observando una docena de caballos correteando dentro de una zona vallada.

—¿La han rechazado? —le preguntó.

Sabía cómo se llamaba, pero no quería que ella lo supiera hasta que se presentara. La mujer se giró y lo taladró con la mirada. Tenía una mirada intensa y seductora. Frunció el ceño para darle a entender que le disgustaba que acabara de interrumpirla.

Después bajó la mirada y vio que tenía un papel arrugado entre las manos.

—Sally tiene razón, no estoy cualificada para domar a un caballo salvaje —le confesó la mujer.

Lo miró de nuevo y vio que sus ojos azules ya no eran tan fríos como antes.

—Me atrajo mucho la idea, pero la verdad es que no tengo tiempo para hacerlo —le dijo ella—. ¿Y usted?

—Mi problema es el contrario. Yo estoy demasiado cualificado —repuso con una sonrisa.

Tenía un rostro atractivo. Sin maquillajes ni adornos. Le pareció una cara fácil de interpretar. Su piel estaba bronceada, pero sabía que no había conseguido ese color tomando el sol en la playa. Estaba claro que se cuidaba, pero sin mimarse.

—Sally no me deja participar. Dice que hay un conflicto de intereses, pero eso son tonterías —le dijo él.

La mujer inclinó a un lado la cabeza, con curiosidad. Él llevaba su sombrero bien calado, ocultando parte de su mirada, sabía que tenía al menos esa ventaja sobre ella.

—¿Qué conflicto de intereses?

—Yo domo caballos —repuso—. Soy indio y formo parte del Consejo Tribal de los indios Lakota. Apoyamos la labor del refugio Doble D y del concurso. De hecho, acabamos de decidir arrendar algunas tierras para uso del refugio. Y es verdad que yo defendí que se hiciera así y voté a favor de la moción, pero no creo que haya ningún conflicto de intereses. No hay miembros del consejo entre el jurado —añadió mientras se quedaba mirando los caballos.

—Si Sally va a seguir siendo tan quisquillosa, no va a encontrar a nadie para competir —le dijo ella observando también los caballos—. Yo adiestro perros.

Ya lo sabía. Imaginó que eso también le daba cierta ventaja. Sally, después de rechazar su solicitud, le había señalado a esa mujer desde la ventana de la oficina y le había hablado de ella.

—Si es buena adiestradora de perros, ya tiene bastante experiencia con animales. Creo que podría domar también caballos —le dijo Logan—. ¿Cuál le gusta?

—Ése —repuso ella mientras señalaba a uno color tierra. Tenía la crin negra y una franja más oscura en el lomo. Era un Mustang de pura raza.

—Él tampoco quiere estar aquí, como le pasa al resto, pero sabe que no puede escapar. Es inteligente, puedo verlo en sus ojos.

—¿Cree que es inteligente? —le preguntó él.

—Sí. Sé que aceptará órdenes de alguien que sepa lo que hace —le dijo ella.

—¿Para qué lo usaría? Sabe que de eso se trata el concurso, de conseguir que el caballo pueda ser usado para algo de utilidad, ¿no?

—Para montarlo. Me gustaría domesticarlo y hacerlo tan dócil que hasta un niño podría montarlo.

—¿Tiene a algún niño en mente? —preguntó él apartando la mirada—. ¿Algún niño que pueda mostrar al final de la competición que lo ha conseguido?

—No, sólo era una forma de hablar. Quiero hacerlo tan dócil que cualquiera podría montarlo —le confesó la joven.

—¿Dónde está su perro?

—Al otro lado del mundo —repuso ella mientras se giraba hacia él y cuadraba sus hombros—. Soy Mary Tutan. La sargento Mary Tutan, del Ejército de los Estados Unidos. Estoy de permiso.

—Logan Rastro de Lobo —le dijo él ofreciéndole la mano—. Yo no estoy de permiso, yo vivo aquí.

—Tiene suerte —repuso ella apartando deprisa su mano—. Conozco a Sally desde que éramos pequeñas y me encanta la labor que está haciendo en el refugio con la ayuda de su hermana —añadió mientras volvía a fijarse en los caballos—. También me gusta el pinto. Y el castaño es muy bonito...

—¿Quiere ganar la competición o no?

Mary Tutan se echó a reír.

—Si pudiera participar, lo haría para ganar.

—El pinto es demasiado estrecho de hombros y el castaño tiene ojos de loco.

—¿Ojos de loco?

—Sí. Se le ve demasiado el blanco de los ojos. Como pasa con los perros, lo mejor es que se les vea sólo el iris. Prefiero el primero que eligió.

Vio que ella lo miraba atentamente, como si tratara de aprender todo lo que le estaba diciendo.

—Yo también. Si los deseos fueran caballos, ése es el que me gustaría conseguir —susurró ella.

—Puedo conseguir que lo logre —repuso él—. Si habla en serio, puedo ayudarla. Su amiga Sally se guardaba algo en la manga, puede que ya lo supiera.

—¿Además de su brazo? —repuso sonriendo—. Sally es muy estricta con las normas y le gusta ser justa. No creo que esté tratando de engañarle. Seguro que le encantaría que...

—De eso se trata. Creo que quiere que compita, pero sólo si acepto hacerlo con alguien más. Y me sugirió que lo hiciera con usted.

Vio que se sorprendía y que su reacción era sincera.

—Tiene que apuntarse para participar en la competición. Adiestrará al caballo y yo a usted.

—¿Eso es lo que le dijo Sally?

Se echó a reír al recordar cuánto le habían irritado las condiciones de Sally.

—Creo que está inventándose las reglas del concurso sobre la marcha. Pero la verdad es que la aprecio mucho y estoy dispuesto a seguirle la corriente. ¿Qué le parece?

Mary se quedó muy seria.

—Sólo tengo treinta días.

—Yo tengo el tiempo que sea necesario y algo más.

—Eso lo convierte en un hombre muy interesante, señor Rastro de Lobo.

—Llámame Logan —le pidió él tuteándola por vez primera.

—Es una proposición muy interesante. Pero ¿por qué querrías hacerlo? ¿Qué ganarías con ello?

—Lo haría cobrándote mi tarifa de domador profesional o parte del premio, lo que prefieras tú.

—No creo que pueda permitirte tus honorarios, pero tampoco me interesa el dinero, no lo haría por eso —repuso ella observando el animal—. Amo los caballos.

—Perfecto, hazlo entonces por amor. Yo lo haré por dinero.

Mary Tutan se echó a reír.

—Hablo en serio —añadió él sin sonreír.

—Bueno, yo no...

—Sargento Mary Tutan, me has dicho que tu sueño sería poder montar ese caballo. Acabo de decirte que puedo conseguir que tu sueño se haga realidad. Sólo tienes que jugarte el premio si lo conseguimos —le dijo con una sonrisa—. Y puedo lograrlo en treinta días.

—¿Y qué pasa con los otros sesenta días?

—Ésos son para el niño.

Mary frunció el ceño, parecía confusa.

—Para el niño que va a montar el caballo al final y demostrar así que hemos conseguido hacerlo dócil.

—No puedo —repuso Mary Tutan bajando la mirada—. Me encantaría, pero... La verdad es que estoy aquí para ver a mi madre, nada más. No puedo quedarme y no entiendo por qué Sally te sugirió que trabajáramos juntos. Me pregunto si tendrá algo que ver con mi padre...

—No conozco a tu padre.

—¿Dan Tutan? Tiene un rancho cerca de aquí. Son tierras indias que lleva muchos años arrendando.

—¿Crees que conozco a todos los granjeros que viven en tierras indias?

Se arrepintió enseguida de haber sido poco sincero con ella. Sabía quién era Dan Tutan. Algunas de sus tierras iban a pasar a manos del refugio de caballos Doble D.

—Sé quién es —confesó—. Pero no lo conozco personalmente. Todo lo que sé de la sugerencia de Sally es que confía en ti. Sabe que te encantaría participar en el concurso, pero cree que necesitas un domador de caballos. Y yo soy el mejor.

Mary miró hacia la casa y sacudió la cabeza.

—Esta Sally...

—Bueno —repuso él—. Entonces, ¿qué te parece si rellenas la matrícula y nos ponemos manos a la obra?

—¿Así? ¿Sin más?

—Bueno, yo tengo tiempo de sobra, eres tú la que tiene sólo treinta días para conseguirlo.

Mary no parecía muy convencida.

—Me encantaría exhibirlo yo cuando consigamos domarlo, pero no soy muy buena montando...

—Lo adiestraremos para que sea dócil. No importa quién vaya a exhibirlo en la final.

—¿Quieres ganar la competición o no? —repitió ella imitándole.

—Si no ganamos, no consigo nada. Pero si ganamos, tendrás que darme el dinero, cariño —le dijo él.

—¿Y dónde queda el amor? —preguntó ella con tono burlón.

—Eso es cosa tuya, no puedo ayudarte.

—No tienes que hacerlo. Amo los caballos, me va a encantar hacerlo —repuso ella con una dulce sonrisa—. Va a ser tan emocionante...

—Genial. Venga, pongámonos en marcha.

—¿Adónde? ¿Qué quieres decir? —preguntó confusa—. Y, por cierto, ¿dónde vamos a...?

—Tú entra a la oficina y apúntate —la interrumpió Logan—. El resto, déjamelo a mí.

La vieja casa de los Drexler había sido como un segundo hogar para Mary. Y, de niña, solía incluso imaginar que era allí donde vivía.

Había pasado mucho tiempo desde entonces, pero seguía sintiéndose igual. Al entrar en la casa, la recibió un amigable perro.

—Pasen, por favor —dijo alguien desde dentro.

—Soy yo otra vez —repuso ella al reconocer la voz de su querida amiga.

—Estoy en la oficina.

Atravesó la luminosa cocina, el confortable salón y el recibidor. No tardó en llegar a la oficina de Sally.

—Muy bien, amiga, ¿se puede saber qué normas tienes en este concurso tuyo y por qué las cambias a tu antojo? —le preguntó nada más entrar.

Sally hizo girar su silla de escritorio y la miró con una gran sonrisa.

—Veo que ya os habéis conocido.

—¡Qué sorpresa! —exclamó con cinismo—. Me aseguras que no estoy cualificada para participar y luego le dices a...

—A Logan —terminó Sally por ella—. Le dije que no podía tener un caballo porque es miembro del Consejo Tribal. Les estamos muy agradecidos. Nos permiten arrendar gran parte de sus tierras. Le conté a Logan que tú estarías interesada en participar y que podrías conseguir un caballo, pero que necesitabas trabajar con alguien que supiera de caballos. Me pareció una solución perfecta para los dos, ¿no te parece?

—Tengo que volver al fuerte Hood en treinta días.

—Bueno, pero al menos estarás en Texas. No es como si tuvieras que irte a la luna, ¿no? De hecho, ha venido gente de más lejos para participar en el reto. Tengo una solicitud de una mujer de Nueva York. Eso sí que es otro mundo. Me dijo que vivía en una reserva. ¿Hay indios de verdad en Nueva York?

—De muchos tipos —repuso ella.

—Muy bien, cuanta más diversidad haya en el concurso, mucho mejor. Quiero variedad cultural, económica, geográfica... Estos caballos salvajes han conseguido atraer a gente de todo tipo. Puede que consigan incluso que vuelvas desde Texas los fines de semana.

—Eso no tendría mucho sentido —le dijo entonces.

No estaba muy convencida de lo que decía, creía que no podía permitirse un capricho como aquél.

—Queríamos hablarte sobre todo de esas normas... —intervino Logan entrando en el despacho.

—Bueno, hay normas y excepciones —se defendió Sally—. Trabajo con Max Becker, de la Oficina de Gestión Agropecuaria de Wyoming. Él es el especialista en caballos salvajes de esa administración. Hemos estudiado vuestras solicitudes y no queremos que nadie pueda acusar al concurso de no estar jugando limpio. No contamos con muchas ayudas estatales y lo último que necesitamos es un escándalo que ponga en peligro lo poco que recibimos para mantener este refugio.

—Bueno, si no podemos participar, no pasa nada —le dijo Mary.

—Por separado, no podría aceptar vuestras solicitudes. Pero estaría dispuesta a aceptar la tuya, Mary, si cuentas con la ayuda de un domador con experiencia como Logan. Así, el hecho de que forme parte del consejo tribal tampoco sería un impedimento porque no estaría participando activamente en el concurso.

—¿Te estás inventando estas reglas sobre la marcha? —preguntó Logan con una sonrisa.

—Cuando hay alguna duda, soy yo la que tomo las decisiones. Max tiene demasiado trabajo para ocuparse de ello. Además, no contamos por el momento con demasiados participantes.

Mary les mostró las solicitudes que había aprobado. Había muy pocas. Al lado tenía las que estaban pendientes de aprobar.

—¿Dónde están las que has tenido que rechazar? —preguntó Mary.

Sally les señaló la papelera.

—¿Ni siquiera les envías una carta para informarles?

—Sí, de eso se encarga Annie. Escribe unas cartas con tanto tacto que hemos llegado incluso a recibir donaciones de algunas de las personas a las que no hemos permitido participar.

—Yo no he recibido ninguna carta —le dijo Mary a Logan—. ¿Y tú?

—Yo tampoco —repuso él—. Puede que aún no hayan decidido qué hacer con nosotros.

—Los dos estáis en la zona gris, pero podría daros luz verde ahora mismo si aceptáis mi proposición.

Notó que algo cambiaba en los ojos de Sally y se giró para ver qué pasaba. Logan también hizo lo mismo y vieron a Hank Caballo Oscuro en la puerta.

—¿Cómo estás, Rastro de Lobo? —saludó a Logan el recién llegado.

—Aquí estamos, intentando entender a tu novia —repuso Logan con una gran sonrisa—. ¿Tú estás entre los aprobados para el concurso o en la papelera?

Hank y Sally se miraron con cariño.

—Seguro que con él no tiene ningún conflicto de intereses —comentó Logan con ironía.

—Claro, seguro que aprobó la solicitud de inmediato —añadió Mary.

—No, no. Yo no compito —se defendió Hank de buen humor—. Sally, tienes que saber que Logan es el mejor. Antes de que te des cuenta conseguirá que el caballo esté cantando y bailando en el escenario.

—Exageras un poco, ¿no? —protestó Logan—. Lo único que espero de un caballo es que se comporte como un caballo, nada más. No me van los trucos de circo.

—Lo sabemos —intervino Sally con entusiasmo—. Sólo queremos que puedas hacer aquello para lo que estás tan capacitado. Vuestra participación sería una gran aportación para este concurso, ya estoy imaginando vuestra historia en los periódicos. Hablarán durante mucho tiempo del domador Lakota y la guerrera.

—¿Guerrera? ¿Eso es lo que sería yo? —protestó Mary—. Bueno, supongo que es mejor que «perrera» o algo así. Aunque yo prefiero que me llamen especialista canina, suena mucho mejor.

Mary vio las miradas que se dedicaban Sally y Hank y se dio cuenta de que allí estaban de más.

—Bueno, será mejor que nos vayamos, Logan.

—Nos iremos en cuanto solucionemos lo que tenemos entre manos —repuso Logan—. Apúntate al concurso y te ayudaré a conseguir el primer premio.

Mary miró a Sally. Su amiga parecía encantada con la idea. Desde que se alistara en el Ejército, no se habían visto con demasiada frecuencia, pero habían sido amigas desde niñas y se entendían con sólo mirarse a los ojos.

Se dio cuenta de que no tenía escapatoria, no iba a poder salir de esa situación. No iba a quedarle más remedio que aceptar la propuesta.

—¿Qué gano yo con esto?

—Una parte del premio.

—¿Cuánto?

—Eso depende de cuánto tiempo y esfuerzo estés dispuesta a aportar. ¿Aceptas o no, sargento?

Le gustaban los retos y la competición y era algo que había ido a más durante su tiempo en el Ejército.

—La mitad —le ofreció a Logan—. Creo que la mitad del premio es lo más justo. Y también nos repartiremos los gastos independientemente del resultado que consigamos.

—El resultado lo tengo claro —repuso Logan—. Vamos a hacernos con el premio. Los dos saldremos ganando. Sólo falta un detalle por concretar. ¿Quién va a escribir la historia?

—¿Qué historia? —preguntó Sally sin poder contenerse.

Miraron a la vez a Sally. Los observaba con atención, como si fuera una admiradora frente a sus estrellas de cine favoritas. Estaba claro que le entusiasmaba la idea de que participaran en el concurso.

—Sé que habrá montones de historias y anécdotas que contar —agregó Sally—. Me encargaré de convencer a Annie para que se encargue de ello,

—¿Qué es lo que me vas a...?

Ann entró en ese momento en el despacho. Pero no terminó la frase al verla allí.

—¡Mary!

Las dos mujeres se abrazaron.

—¿Has vuelto para quedarte? Dime al menos que no tendrás que salir del país —le dijo Annie—. ¡Tienes un aspecto estupendo!

—Y tú también —repuso Mary con sinceridad.

La mujer había adelgazado mucho y parecía muy feliz. Recordó todos los apodos que Sally y ella le habían dedicado durante su infancia. Siempre se habían burlado de sus regordetas mejillas. Detrás de Annie entró un atractivo vaquero. Sin duda el responsable de que su amiga pareciera tan feliz.

—Y éste debe de ser tu nuevo marido —adivinó ella—. Felicidades a los dos. Soy Mary Tutan —le dijo al recién llegado.

—¿Tutan? ¿Eres la hija de Dan Tutan? —repuso Zach Beaudry.

—Eso es —repuso Sally—. Pero Mary es sobre todo mi mejor amiga. No es sólo la hija de Dan Tutan.

—La verdad es que no me extraña que me recuerden quién es mi padre. Es un hombre difícil, soy la primera en reconocerlo. Nadie lo sabe mejor que yo —les dijo ella—. Sólo mi madre, mi hermano y nuestros amigos más cercanos.

—Fue una boda muy pequeña —comentó Ann—. La celebramos en el hotel de Black Hills con muy pocos invitados. Casi todos eran familiares —añadió mientras la abrazaba con cariño—. Pero si hubieras estado aquí...

—Entiendo perfectamente que no lo invitaras —le dijo Mary para tranquilizarla—. Si fuera yo la que me casara, creo que tampoco invitaría a mi padre. Como os he dicho, soy la primera en reconocer que es un hombre muy difícil.

—Y ya sabes lo que piensa de los caballos y de este refugio —le recordó Sally—. Ése es el principal problema.

—Lo único que le importa a mi padre es salirse con la suya y llevar la voz cantante en todo. Sin él, no habría comida sobre la mesa cada día, creo que por eso nunca nos hemos quejado. Aunque haya que soportar además que elija lo que se come en mi casa.

Todos se quedaron en silencio. No quiso añadir nada más. Era un alivio poder hablar con confianza en casa de las hermanas Drexler, pero no tenía fuerzas para dar más explicaciones sobre la complicada relación que tenía con su padre.

Miró a Logan. Cada vez le atraía más la idea de participar en ese concurso. Era un reto irresistible.

—¿Qué te parece entonces la mitad del premio?

—¿Qué estás dispuesta a hacer para conseguir tu mitad?

—Estoy dispuesta a aprender. Si eres tan bueno como dicen, seré tu aprendiz —le dijo ella con una sonrisa—. Se me da bien aceptar órdenes.

—Yo no doy órdenes. Tendrás que observarme y escuchar. Puede que aprendas de mí y puede que no —le dijo Logan—. ¿Qué más tenemos que hacer? —preguntó a Sally.

—Nada más.

—Entonces, grápanos juntos y danos un caballo —le dijo Logan a Sally mientras señalaba las dos solicitudes.

Capítulo 2

Madre, ¿qué estás haciendo? —preguntó Mary mientras corría en su ayuda.

Su madre acababa de subir las escaleras con la pesada máquina de hacer helados.

—Esto pesa mucho. Recuerda lo que te dijo el médico. Tienes que obedecerlo —le recordó.

—¿No me dijiste que durante un tiempo no íbamos a obedecer las órdenes de nadie? —repuso su madre—. Además, no pesa tanto y a tu padre le apetece mucho que le haga helado casero.

—No me refería a las órdenes del médico —le recordó—. Recuerdo muy bien lo que te dijo y no puedes levantar nada pesado. ¿Te dijo papá que le hicieras helado?

—No, lo mencionó. Me recordó cuánto te gustaba el helado casero. No había usado esta heladera desde que te fuiste de casa.

Levantó con esfuerzo la pesada máquina para ponerla en la mesa de la cocina. Era una antigualla de los años sesenta, le parecía imposible que siguiera funcionando.

—¿Sabes que ahora las venden eléctricas y mucho más ligeras? No me digas que has estado moviendo cajas en el sótano hasta encontrar la heladera...

—No, no me hizo falta. Sabía muy bien dónde estaba —la interrumpió su madre—. Además, el sótano es fresco y agradable. Se está mucho mejor abajo que en la casa. Creo que haré helado de fresa.

Se quedó mirando la heladera. Funcionaba con una pesada manivela. El aparato había sido de su abuela, pero apenas la recordaba. Había muerto cuando ella tenía ocho años de edad. La recordaban cada vez que su madre preparaba alguna de las recetas que había heredado de la abuela. Imaginó que su madre aún soñaba con que a ella le diera por aprender a cocinar.

Levantó la tapa para ver si estaba sucio el recipiente, pero estaba bastante bien. Dentro sólo estaba la pala que removía el helado.

—Las hacen mucho más pequeñas, madre... —murmuró de nuevo mientras pensaba en otra cosa—. ¿De verdad te dijo papá que hicieras helado para mí?

—No con esas palabras, pero sé lo que piensa sin que tenga que decírmelo.

Decidió no rebatir lo que Audrey Tutan acababa de decirle. Desde que sus hijos se emanciparan, su madre se había vuelto una especie de reclusa y apenas salía de casa.

Su madre sabía lo que pensaba de su padre, pero nunca hacía comentarios al respecto. Su principal objetivo era promover un ambiente cordial en esa casa y en esa familia. Había sido siempre leal a su padre y siempre lo había defendido.

Echaba de menos no poder hablar con más libertad con su propia madre sin que ésta metiera a su padre en cada conversación y en cada decisión que se tomaba en ese hogar.

—¿Cómo está Sally? —le preguntó Audrey mientras abría la puerta de la nevera.

—Parece que ha encontrado a su media naranja. Nunca la había visto tan feliz.

—Lo he conocido. Me pareció un hombre agradable, pero él... ¿Cómo está Sally?

—Ya sabes que la esclerosis múltiple es una enfermedad incurable, madre.

Le costaba mantener una conversación normal con su madre. Sobre todo cuando sabía que se estaba conteniendo, que todo era medido y artificial. Le habría encantado tener una madre que dijera lo que pensara, que fuera más libre y feliz.

Se levantó y colocó su mano sobre la de su madre. Tenía la piel fría y parecía muy frágil.

Cuando le avisaron de que su madre estaba en el hospital. Hizo lo que se esperaba de ella. Pidió un permiso, volvió a Estados Unidos y estuvo a su lado hasta que le dieron el alta.

Le había costado mucho darse cuenta de que su madre era mortal. Algo en lo que, por obvio que fuera, no había pensado hasta entonces.

—Sally tenía el bastón a su lado. Ya lo necesita para caminar, pero está llena de entusiasmo y energía. Ahora mismo está concentrada en el concurso de doma de caballos salvajes. Tratan de conseguir que la gente se interese por esos Mustang —le explicó a su madre—. Basta con apuntarse y elegir un caballo. Hay que domarlo para que pueda ser utilizado después como caballo de carga, de paseo o cualquier otra cosa.

Y hay un premio importante para los ganadores. O el ganador.

Abrió un armario y sacó la jarra medidora. Ella solía hacer de ayudante en la cocina. Era mucho más cómodo dejarse llevar y evitar conversaciones incómodas.

Pero había demasiados silencios entre las dos. Cosas que una necesitaba decir y la otra necesitaba escuchar.

«¿Qué les está pasando a nuestros cuerpos, madre? Si tú no lo sabes, ¿quién va a saberlo?».

Nada le molestaba tanto como el desorden y le parecía que eso era lo que les estaba pasando. Una parte dejaba de funcionar y hacía que el resto del sistema se viera también afectado.

Por eso le gustaba tanto el Ejército. Allí todo era orden, todos los engranajes funcionaban a la perfección y con claridad. Lamentaba no poder trasladar esa claridad a su propio hogar.

Aunque el principal problema era que ya no sentía siquiera que tuviera un hogar o que aquella casa lo fuera.

Decidió que debía empezar poco a poco, con lo más simple.

—Creo que voy a probarlo —le dijo a su madre.

—¿De qué hablas? ¿Quieres domar caballos? —preguntó su madre mientras calentaba la leche—. ¿Cuánto se tarda?

—Dan tres meses a los participantes.

—Entonces... ¿No vas a volver?

Se preguntó si era esperanza o temor lo que había escuchado en el tono de su madre. Era difícil saber qué estaría pensando.

—Voy a tener ayuda en la doma. No tendré que hacerlo sola.

—¿De qué estás hablando? —preguntó su padre entrando en la cocina—. ¿De ese refugio lleno de caballos que pronto se convertirán en comida para perros?

Dan Tutan siempre aparecía de esa manera, de repente y como un elefante en una cacharrería. No estaba acostumbrado a pedir permiso ni a llamar a las puertas.

Le gustaba pillar a la gente con la guardia baja.

—Estaba hablando con mi madre —repuso ella.