Un amor valiente - La pasión de la princesa - Kathleen Eagle - E-Book

Un amor valiente - La pasión de la princesa E-Book

Kathleen Eagle

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Beschreibung

Ómnibus Julia 463 Una amor valiente Kathleen Eagle Cal Cougar caminaba herido en busca de respuestas. Necesitaba construir una nueva vida, e iba a empezar con lo que más amaba: Los caballos. Eso lo llevó al Santuario para Caballos Salvajes Doble D. Y lo situó en la órbita de una voluntaria del rancho, Celia Banyon, y de su especial hijo. El niño había sufrido un accidente innombrable, y su madre sentía una culpabilidad innombrable también. Pero algo que vio en Cougar hizo que volviera del abismo. Él representaba su oportunidad de volver a sentirse mujer... La pasión de una princesa Leanne Banks Valentina Devereaux todavía estaba muy impresionada. Siempre había sido una chica buena, una princesa modelo… no una que salía en la prensa rosa. Pero la apasionada noche que había pasado con el texano Zachary Logan lo había cambiado todo. Su mayor responsabilidad ya no era el trono… sino su futuro hijo, así como llegar a conocer al padre de éste. Con Zach sentía que podía dejar atrás su pose de princesa y ser ella misma. Pero el ranchero tenía un oscuro secreto, uno que amenazaba cualquier posibilidad de que fueran felices.

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división de HarperCollins Ibérica, S.A. Avenida de Burgos, 8B - Planta 18 28036 Madrid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. N.º 463 - diciembre 2023

© 2011 Kathleen Eagle Un amor valiente Título original: One Brave Cowboy

© 2010 Leanne Banks La pasión de la princesa Título original: Royal Holiday Baby Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012 y 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1180-510-0

Capítulo 1

EL conductor de la camioneta negra mantenía la vista fija en la gran casa blanca de dos plantas que había al final de la carretera. Era una casa vieja que necesitaba una mano de pintura. Había un cartel recién pintado en la barandilla del porche.

Oficina

Santuario de caballos salvajes Doble D

Ese era el tipo de incongruencia que automáticamente le llamaba la atención y despertaba la ira que tanto había luchado por controlar. Estaba de vuelta en los Estados Unidos, por Dios santo. En Dakota del sur. Tierra de efigies de presidentes talladas en granito y hogar de los indomables. Que algo estuviera ligeramente fuera de lugar en un sitio demasiado silencioso no significaba que Cougar tuviera que acuclillarse y prepararse para atacar como el puma al que hacía honor su nombre. Estaba allí por consejo de un soldado. Esos días sólo confiaba en la gente con la que había servido en el ejército, y la sargento Mary Tutan era de los mejores «soldados» que conocía.

Aunque ya no podía hacer valer su rango con él, lo había localizado, telefoneado y hablado como si pudiera. «¡Mueve el culo, soldado! Ve a echarle un vistazo al concurso de doma de caballos salvajes que ha organizado mi amiga Sally Drexler. Es justo lo que recomendaron los médicos de Virginia». Se había corregido, diciéndole que Sally se había casado con un indio y su nuevo nombre era Sally Caballo Nocturno. Le preguntó si conocía a Hank Caballo Nocturno o a Logan Huella de Lobo.

Como si las tierras indias fueran tan pequeñas.

Cougar no estaba interesado en la vida social de la sargento, pero le interesó que hablara de caballos. «Concurso de doma» y «premio en metálico», sonaba bastante atractivo. Llevaba demasiado tiempo alejado de los caballos. El que veía trotando por un prado, a un kilómetro de distancia, le hizo sonreír. Un bonito bayo seguido por un potro pinto. Casi podía oler su sudor en el viento caliente que azotaba la cabina de la camioneta.

Su nariz agradeció el olor a sudor equino, a grama dulce y al polvo de arcilla que levantaban las enormes ruedas de su automóvil, «tuneado» por cortesía de su hermano Eddie. Se habría apañado bien sin las ruedas. Se habría apañado sin ninguna de las sorpresas que había encontrado a su vuelta, pero no quería apañarse sin su hermano, y Eddie habría estado eternamente de morros si Cougar le hubiera echado en cara cuánto había incrementado el kilometraje del vehículo en su ausencia.

La casa parecía muy tranquila para ser la sede de lo que, según decían, era la reserva de caballos salvajes privada más grande de las dos Dakotas. A Cougar no le importaba su tamaño, siempre que fuera legítima. Últimamente se había encontrado con demasiados callejones sin salida. Ese también podría serlo en lo referente a actividad humana, pero los caballos iban materializándose uno a uno, en silencio, entre el fluir y refluir de la alta hierba. Mantenían las distancias pero observaban, conscientes de todo lo que se movía.

Igual que Cougar. Su instinto de supervivencia no era tan agudo como el de los caballos, pero superaba el de cualquier hombre, mujer, o… niño.

Cougar pisó el freno. No había visto ni oído nada, pero los ojos y los oídos eran limitados. Cougar sabía cosas. Los hombres y las mujeres se defendían solos, pero los niños eran como potrillos. Siempre vulnerables. Emitían señales y Cougar era un receptor visceral. Lo cual era una bendición. Si no hubiera sido por ese instinto, no habría hecho nada.

Y si no hubiera sido por la gorra de béisbol roja, habría pensado que estaba volviéndose loco otra vez y quizás habría pisado el acelerador. Pero la gorra roja salvó al niño y al conductor.

Y a la cabra.

El pulso de Cougar tronaba tras sus globos oculares. La cabra echó a andar y una pequeña mano se estiró hacia ella, apenas visible tras un guardabarros provisto con camuflaje de desierto.

«No se detenga por nada, sargento. Ese niño viene a por nosotros. Si baja la velocidad, nos destroza: No. Se. Detenga».

Cougar tomó aire y volvió la cabeza. Con cuidado para no chocar contra su propio remolque, metió la marcha atrás y aceleró el motor. Cuando volvió a mirar al frente, no había ninguna cabra. Vio a un niño de pelo claro, con vaqueros y boca abajo, sobre el vientre. Vio la parte delantera de su furgoneta negra. Vio un establo rojo y blanco, una carretera con escasez de gravilla y tierra. Echó el freno de mano al tiempo que abría la puerta de la furgoneta. Sus botas tocaron el suelo justo cuando el niño se apoyaba en manos y rodillas. Miró a Cougar con ojos aterrorizados, pero sin lágrimas.

«Gracias, Jesús». La sombra de Cougar cayó sobre el niño como una manta de calor.

—¿Estás bien? —preguntó, tenso.

El niño lo miró.

—No te he visto —dijo Cougar, deseando que el niño se pusiera de pie, que fuera capaz de erguirse solo—. ¿Estás herido?

El niño estiró un brazo, señaló al otro lado de la carretera y sonrió. Cougar volvió la cabeza y vio un gato gris.

—¿Eso era? —miró al niño—. ¿Un maldito gato? Durante un segundo pensé que… —empezaron a temblarle las piernas y se acuclilló—. Jesús —apoyó el codo en la rodilla y la cabeza en la mano. El corazón le golpeteaba contra las costillas. No se atrevía a mirar al niño a los ojos aún, podría asustarlo más. Ambos podrían asustarse más.

Una mano pequeña se posó en su hombro como un pajarillo. Consiguió no apartarse. Veía la gorra roja por el rabillo del ojo, sentía el viento alborotándole el pelo, olía la hierba y oía el ronroneo de la furgoneta a su espalda. Era su vehículo, no el del ejército. Aferrándose al «aquí y ahora», alzó la cabeza y echó un vistazo al niño, todo menos los ojos. Aún no se sentía capaz de mirarlo a los ojos. No estaba lo bastante fuerte.

—Ha estado cerca, ¿no? Me he llevado un susto de…

El niño no decía palabra.

Cougar se arriesgó a dar una palmadita a la mano que tenía sobre el hombro. Lo alegró comprobar que tenía el pulso firme.

—Pero estás bien, ¿no? ¿No te ha pasado nada?

No hubo respuesta. O el niño estaba mudo de terror, o era sordo.

O ciego. De un ojo, en cualquier caso. El otro ojo no se movía. Cougar volvió a mirarlo de arriba abajo, pero solo se veía sangre en una rodilla despellejada, que asomaba por un agujero de los vaqueros.

Sin decir palabra, el niño se dio la vuelta y se alejó como un pez que acabara de chocar con una pared de cristal. Cougar se puso en pie lentamente y miró el destino hacia el que corría el niño.

La puerta del establo se abrió. Allí estaba la mamá, puro sonido y agitación.

—¡Mark! —gritó.

«¡En marcha!», oyó Cougar dentro de su cabeza. Subió a la camioneta y recorrió lentamente el resto del camino. Dejó la casa atrás y siguió hacia el establo donde, al menos, podría hablar con la mujer, pequeña, delicada, bonita y, sin duda, disgustada. No parecía tener otra opción.

Aparcó e inspiró larga y profundamente, recordándose que ese día no había matado a nadie. Luego soltó el aire muy despacio, dando las gracias a cualquier poder superior que pudiera estar escuchándolo. El truco de las respiraciones largas y profundas, recomendado por el médico, parecía estar funcionando.

—¿Está bien el niño? —preguntó Cougar bajando de la camioneta. Cerró la puerta.

La mujer tomó el rostro del niño en las manos, buscando daños. Cougar observó el movimiento de su cabello, recogido en una cola de caballo, mientras examinaba al niño. Osciló de un hombro al otro cuando ella clavó sus enormes, brillantes y bellos ojos marrones en Cougar.

—¿Qué ha ocurrido?

—Lo que él haya dicho —deseó tener una respuesta mejor para complacer a esos increíbles ojos—. Aún no estoy seguro.

—No me ha dicho nada. No habla.

Cougar miró al niño, que parecía estar evaluándolo.

—Así que no era que no quisieras contestarme. Te marchaste antes de que pudiera decirte que… —le ofreció la mano—. Lo siento. No te vi.

—¿Qué ha ocurrido? —insistió la mujer.

—Diría que surgió de la nada, pero sonaría a excusa. Solo sé que pisé el freno, y… —movió la cabeza—. Luego vi la gorra, después una mano y pensé que había… —miró al niño y se le hizo un nudo en el estómago— atropellado a alguien.

—¿Paraste antes de ver nada?

—Sí. Bueno, yo… —decidió decirle la verdad, como él la recordaba—. Tuve una sensación. Es difícil de explicar. Supongo que estaba admirando el paisaje —se ajustó el Stetson marrón, nuevo, y desplazó algo de gravilla con las botas—. No lo vi. No toqué el claxon ni nada.

—Yo estaba… —ella señaló la puerta que había dejado abierta—. Oh, Dios, no estaba prestando atención. Le dejé escap… —sacudió la cabeza—. Yo escapé. Un minuto. Más de un minuto —atrajo la cabeza del niño hacia su cuerpo, apoyándola entre sus senos. Él le dio un abrazo rápido y luego se escabulló—. Oh Markie-B, creí que estabas jugando con los gatitos —dijo ella, con los brazos vacíos.

—Creo que la mamá se fue. Él la perseguía —Cougar buscó la mirada del niño—. ¿Verdad, Mark? Solo intentabas traer a mamá gata de vuelta con sus bebés.

—¿Ha estado cerca? —preguntó la mujer, con un hilo de voz.

—Debe de haber tropezado. Estaba de bruces en el suelo. Tiene un agujero en los vaqueros —se volvió hacia la mujer—. ¿Tampoco oye?

—No que sepamos —negó con la cabeza.

—¿No hay pruebas para comprobarlo? —Cougar pensó que se estaba metiendo en lo que no le importaba.

—Sí, claro. Pruebas. Todo tipo de pruebas —le ofreció la mano—. Soy Celia Banyon. Mi hijo, Mark, es un misterio. No sabemos qué le ocurre.

—Sí, estuvo cerca —admitió él. Desvió la mirada—. Muy cerca.

—Estoy… —ella se aclaró la garganta y dio un paso atrás, liberando su mano—. ¿Vienes a ver a Sally?

Cougar recordó que estaba allí con una misión que no tenía nada que ver con el niño.

—Vengo por el concurso de doma. Soy Cougar.

—¿Eso es nombre o apellido?

—Es todo. Nada supera a Cougar —sonrió y miró hacia la casa—. ¿Está aquí?

—No, hoy solo estamos Mark y yo. Los demás están en el campo u ocupados con otras cosas. ¿Eres domador?

—He domado a mis propios caballos, sí. Alguien me habló de este concurso, así que vine a echar un vistazo y ver si puedo participar.

–«Concurso de Doma de Caballos Salvajes de Sally Mustang». No estoy involucrada. Mark y yo somos voluntarios en el santuario —tocó el hombro del niño, que la miró—. Ayudamos a Sally con los caballos, ¿verdad, Mark? —volvió a centrar su atención en Cougar—. Sally y su marido tenían una cita. Los demás están trabajando. Puedo traerte un folleto informativo de la oficina —miró al niño—. De todas formas, tenemos que entrar a curarte la rodilla, ¿eh?

Mark estaba mirando a Cougar, que se sentía obligado a mantener el contacto ocular, dadas las aparentes carencias sensoriales del niño.

—¿Dónde estaba? —preguntó Celia—. No puede haber sido lejos. Estaba conmigo y, de repente…

—Es bastante rápido.

—Lo sé —suspiró ella—. Vaya si lo sé.

—Volveré más tarde —Cougar retrocedió. Los problemas de la mujer no eran asunto suyo. El niño estaba bien.

—Si quieres dejar tu número para Sally…

—La llamaré después. Creo que volveré a Sinte y me quedaré unos días.

—Se lo diré a Sally —al ver que se iba, añadió—: ¿De dónde eres?

—Wyoming. De la zona del río Wind.

—Pues es un viaje —atrajo al niño—. La próxima vez…

—Sí —Cougar le guiñó un ojo a Mark—. Tendremos cuidado. No volveremos a tropezar.

Ya en la carretera, Cougar vio a la gata gris. Estaba sentada exactamente en el mismo lugar, como si esperase que alguien la recogiera. Detuvo el coche y la recogió. La gata no puso ninguna objeción. No sin dificultad, hizo girar la furgoneta y el remolque y volvió a la finca.

Celia, en el umbral, se puso la mano a modo de visera, y lo contempló con aire intranquilo. Tal vez pensara que pretendía causar problemas.

—He encontrado a la gata —dijo él, bajando con el animal sujeto contra el pecho—. He pensado que podría servirle de consuelo a Mark.

—Gracias —no estiró los brazos hacia la gata y él no se la ofreció.

Tenía el rostro ceniciento y Cougar pensó que se debía a los efectos retrasados del shock.

—Habría vuelto sola —dijo Celia, poniendo rumbo hacia el establo.

La gata empezó a ronronear. A él le gustó la sensación junto al pecho.

—Soy como el niño —dijo él—. No quiero que se aleje demasiado de su camada.

—Mark está jugando con los gatitos. Creo que no se da cuenta de las cosas. No he conseguido hacerle entender que debe… que no puede…

Cougar se acuclilló junto al niño y puso a la gata en la caja forrada de periódico.

—Mira cómo le dan la bienvenida —dijo Celia.

Los gatitos, ansiosos, se engancharon a mamá en busca de su almuerzo. Mark comprobó que los siete conseguían su objetivo. No parecía ser consciente de lo que cerca que había estado del desastre; Cougar en cambio, aún sentía el amargo sabor del miedo en la boca. Deseó que el niño hubiera aprendido la lección y no volviera a cometer un error similar. Se volvió buscando los grandes y magnéticos ojos marrones de la madre del niño, pero ya no estaba allí.

Cougar se preguntó cómo podía saber que él no era un delincuente. Le había dicho que estaban los dos solos. Tal vez convendría recomendarle que fuera un poco más cautelosa…

Oyó unos suaves gemidos, de origen humano, que provenían de una habitación oscura. Se aseguró de que el niño estaba ocupado y se acercó.

—¿Celia? —el nombre se deslizó en su lengua como si llevara años diciéndolo.

—Yo… —hipó—. Estoy bien.

—Pues no suenas bien —aventuró él.

—Es que no quiero que él me vea —susurró ella.

Cougar cruzó el umbral. Era el cuarto de arreos, y la mujer estaba de pie entre las bridas. Era tan delgada y pequeña que casi la ocultaban.

—¿Cómo de cerca estuvo en realidad? —preguntó ella con voz aflautada.

—Cerca.

—No lo viste, ¿pero paraste el coche?

—Así es —Cougar no sabía cómo explicarse. Acababa de conocer a la mujer pero se sentía como si la estuviera viendo desnuda—. Algunas personas tienen ojos en la nuca. Yo tengo algo dentro de la cabeza. Algo que va más allá de los ojos y los oídos –«a veces», pensó—. No, no siempre …

—Sea lo que sea, necesito un poco.

—No siempre funciona tan bien —rio él.

—Esta vez funcionó. Mark está en su mundo y yo estoy afuera, intentando mirar adentro. Parpadeo y se aleja de mí —inspiró temblorosa—. No está herido, ¿por qué estoy lloriqueando?

—Yo aún estoy temblando. Sabemos lo que podría haber ocurrido. Mark no, y por eso no se preocupa ahora. Ya lo hacemos nosotros por él.

—Sí sabe lo que podría haber ocurrido. En algún recóndito lugar de su mente, lo sabe mejor que nosotros —tragó con tanta fuerza que Cougar casi saboreó el sabor de sus lágrimas—. Tuvo un accidente terrible.

Perdió un ojo.

—¿Un accidente de coche?

—No. Ocurrió… —calló de repente. Él supo que no iba a dar detalles—. No es la primera vez que parpadeo.

—Ni será la última. ¿Hay otro par de ojos en la familia?

—El padre de Mark y yo estamos divorciados —hizo una pausa—. Quiero lo que tú tienes. El instinto maternal no basta con un niño como Mark.

—Normalmente te diría «quédate con el mío», pero me alegro de haberlo tenido hoy.

—Yo también —se limpió los ojos con el dorso de la mano—. ¿Solo te llamas Cougar, sin más?

—Nada supera a Cougar. Significa puma, es un nombre grande.

—Un nombre enorme —salió de entre las bridas—. El ganador del concurso de doma se llevará veinte mil dólares, ¿lo sabías?

—Sí, eso dijo la sargento Tutan —la siguió afuera del cuarto de aperos—. Mary Tutan. Ella fue quien me contó lo del concurso.

—Ah, sí, Mary —su voz se animó—. Acaba de casarse.

—Pasé por su casa y conocí a su marido justo antes de venir aquí. Ella está …

–… de vuelta en Texas.

—Me dijo que ha pedido la baja. Eso me sorprendió. La sargento Tutan tenía escrito «a perpetuidad» en el rostro. Es muy buena soldado. El tío Sam la echará de menos, pero sirvió bien.

—¿Tú también? —ella lo miró de arriba abajo.

—Llevo fuera dos meses. Oficialmente —pensó que eso era como decirle que su hijo había tenido un accidente. Había mucho más que decir, pero no quería hacerlo—. Dile a Sally que estaré en casa de Logan. Volveré a contactar —se inclinó y tocó el hombro de Mark—. Es una familia muy bonita —le dijo. El niño le ofreció un gatito. Cougar le acarició la cabeza con el índice y asintió—. Son demasiado pequeños para dejar a su mamá.

—Tal vez te veamos cuando vuelvas a por el caballo —le dijo Celia—. Te dejarán elegir uno.

—Mark tal vez pueda ayudarme en eso —seguía teniendo la atención del niño, que incluso parecía entenderlo. Cougar sintió cierta conexión. Los sustos a veces tenían ese efecto. Había experimentado los suficientes para saberlo—. Seguro que conoces bien a los mustang de por aquí. Me vendrá bien tu consejo —le dijo al niño.

—Eso le gustaría —dijo Celia—. Gracias. Yo… —puso la mano en su hombro. Él se volvió y vio el corazón de la mujer en sus ojos—. Gracias.

Deseó salir de allí cuanto antes. No sabía manejar ese tipo de gratitud. No se debía a algo que hubiera hecho, si no a no haber hecho lo impensable. Como mucho era por un accidente que no había ocurrido; él necesitaba poner distancia entre la imagen de lo que podría haber sido y los rostros de las personas que tenía delante.

Al mismo tiempo, le apetecía quedarse por allí, lo que era sorprendente. E incómodo como un par de botas nuevas.

Logan Huella de Lobo vivía en una cabaña de madera en las afueras de Sinte, donde trabajaba como concejal tribal para su gente, los lakota. La madre de Cougar había sido lakota, pero él estaba enrolado con los shoshone, la tribu de su padre. Cougar había conocido a Logan la noche anterior, cuando llamó a su puerta. La sargento Mary Tutan Huella de Lobo era la única persona que tenían en común. Una mujer blanca, sorprendentemente.

O tal vez no fuera tan extraño. Las tierras indias estaban más abiertas al exterior que nunca, gracias a los casinos y a los programas educativos que ofrecían oportunidades a la gente de ambos lados de lo que, durante mucho tiempo, había sido una frontera insalvable. Pero antes de esos cambios, había estado el ejército. La gente de Cougar llevaba generaciones alistándose, cada vez en mayor número.

Cougar había sido oficial de policía del ejército, policía militar, y Mary había sido adiestradora de perros. Se habían conocido en Afganistán y, en opinión de Cougar, era la mejor adiestradora uniformada. Ella lo había visitado en el hospital de Kandahar, y le había escrito cuando lo transfirieron. Más recientemente, habían hablado por teléfono. Compartían el interés por los animales, y cuando Mary le había mencionado el concurso de doma de caballos, había captado toda su atención. Había plantado la semilla de una idea que consiguió sacarlo de la reclusión que había buscado desde su salida del hospital de veteranos.

A Cougar lo alegró ver la furgoneta de Logan aparcada ante la casa. Aunque Cougar remolcaba su hogar tras él, Logan Huella de Lobo era un hombre que hacía que se sintiera como en casa. Camarada indio, camarada vaquero y esposo de una soldado camarada suya. Logan abrió la puerta antes de que los nudillos de Cougar tocaran la madera.

—¿Te has apuntado? —preguntó Logan, ofreciéndole una taza de café como bienvenida.

—Aún no —Cougar se sentó en la silla que Logan le ofreció con un gesto—. La jefa no estaba.

—¿No había nadie allí? —preguntó Logan, como si eso fuera difícil de creer.

—Una mujer. Dijo que era voluntaria. Y su hijo —Cougar tomó un sorbo del café, espeso como alquitrán. Cerró los ojos e inspiró con fuerza—. Estuve a punto de atropellar al niño.

Cougar revivió mentalmente las imágenes. Eran rápidas, como las de una vieja película muda, hasta que llegaba a la mujer. Veía su rostro con toda claridad, y su voz se derramaba sobre las imágenes como lenta música de baile.

—Está bien —dijo Cougar por fin—. Salió de mitad de la nada, pero pisé el freno a tiempo. Me dio un susto mortal, y creo que yo se lo di a su madre. El niño… —movió la cabeza—. Diablos, pareció no darse cuenta. No habla, no oye y está medio ciego. No lo vi —otro sorbo de café lo reconfortó—. Se salvó por un pelo.

—Tu camioneta tiene mucha altura —Logan puso un plato de sopaipa en la mesa y se sentó frente a su invitado.

—Tengo que cambiar esas ruedas gigantes. Mi hermano utilizó la camioneta mientras yo estaba fuera, y pensó que me hacía un favor con el arreglo. Un regalo de vuelta a casa, ¿sabes?

—¿Qué tal van?

—Es como ir en tractor. De alguna manera tengo que decirle a Eddie que mis días de camioneta monstruo quedaron atrás.

—Eso será difícil. Un regalo es un regalo.

—Y la camioneta monstruo fue el sueño de un niño —Cougar alzó la taza—. Muy bueno. Sabe como el café Green Beans, uno de mis mejores recuerdos del tiempo que pasé en Oriente Medio.

—¿Mary y tú estabais en la misma unidad? —preguntó Logan con una sonrisa.

—No, pero ella trabajaba mucho con nosotros. Es una auténtica especialista. Yo soy el tipo a quien nadie invita a las fiestas.

—Pero cuando la fiesta se pone fea, el que lleva la insignia de policía militar es quien la monta bien montada.

—De eso se trata, sí. Las he montado infernales —agarró un trozo de sopaipa—. ¿Has estado allí?

—En la guerra del Golfo —Logan partió un trozo de sopaipa en dos—. Era un niño cuando fui. Regresé desesperado por volver a algo normal. Encontré a una mujer ardiente y me casé, pero ella se enfrió bien rápido. Se marchó y me dejó a sus dos hijos, que se convirtieron en los míos —dio un mordisco a la correosa masa frita—. ¿Te ha dicho Mary que vamos a tener un bebé?

—¿Ya?

—Diablos, sí. ¿Sabes otra cosa? Normal es el nombre de una ciudad que hay por ahí. ¿Quién necesita Normal teniendo Sinte, Dakota del Sur? O… Wyoming, ¿no? ¿En qué parte de Wyoming dijiste que vivías?

—Probablemente no lo dije. Ahora mismo mi hogar es donde aparco el remolque —señaló la puerta con la cabeza—. Sitio para dos caballos y cama para dos.

—¿Qué más necesita un hombre? —preguntó Logan con una sonrisa.

—No mucho —Cougar miró por la puerta que daba al porche, desde donde se veían los corrales y el establo. No eran de lujo, pero sí compactos y convenientes—. Mi hermano y yo tenemos sesenta y cuatro hectáreas de tierra al oeste del fuerte Washakie. También arrendábamos tierra de pasto, pero canceló el contrato mientras estuve fuera —alzó un hombro—. No lo culpo. Yo no estaba.

—¿Os dedicabais al ganado?

—Yo tenía caballos. Eddie tuvo que venderlos —dijo. No quería pensar en eso, así que cambió de tema—. ¿Conoces bien a la gente del Doble D?

—Conozco a Sally. Mary y ella son amigas desde hace mucho tiempo. Toda una mujer, esa Sally Caballo Nocturno. Tiene esclerosis múltiple, pero no permite que eso baje mucho su ritmo —Logan lo miró—. Muchos voluntarios van a ayudar. ¿Cómo se llama la mujer a la que conociste?

—Celia Banyon. El niño se llama Mark.

—Ah, claro. Celia es profesora —Logan sonrió—. Una mujercita muy linda.

—Bastante linda —aunque lo irritaba la sonrisa de Logan, Cougar se descubrió sonriendo también.

—Cuidado —dijo Logan—. Si se te agrieta la cara, te dolerá.

—Ay —Cougar soltó una risotada—. Maldición, eso ha escocido.

—Te sienta bien la sonrisa. Como dijiste antes, el accidente no tuvo consecuencias. Anímate, vaquero —Logan rellenó la taza de café de Cougar—. ¿Qué tipo de caballo estás buscando?

—Un poni de guerra. Uno que aguante todo el día sin quejarse. Alta resistencia.

—Sabes que es un concurso, ¿no?

—Mary dijo que se puede adiestrar al caballo para lo que uno quiera.

—Hay que entregar un caballo útil. No hay mucha necesidad de ponis de guerra hoy en día.

—Es lo que yo busco. Preparar un poni de guerra —Cougar se recostó en la silla y estiró las piernas bajo la mesa—. Participé en algunas carreras de Endurance antes de alistarme. Desde mi punto de vista, los mustang y los árabes son los mejores caballos para alta resistencia.

—¿Adiestrarías al caballo para eso?

—Si no les importa para qué adiestres al caballo, creo que sí. La Endurance es un buen deporte. Bueno para el caballo, fantástico para el jinete. Por lo que he leído, ahora es aún más popular que cuando yo lo probé. ¿Crees que me aprobaran para que adiestre a un poni de guerra?

—Creo que redondearás la lista de concursantes de Sally de maravilla —Logan sonrió—. Sobre todo ahora que yo ya no participo.

—¿Necesita un sustituto indio?

—Un indio vaquero —Logan soltó una risita—. Una raza en extinción, ¿eh? Los vaqueros ya escasean, pero los indios vaqueros…

—¿Por qué te has retirado?

—Subastarán los caballos después del concurso, y mi esposa y yo… —sonrió, claramente complacido por el título—. Decidimos que Adobe nos importaba más que ganar, así que lo adoptamos y lo retiramos del concurso.

—Encantador. El caballo está fuera de concurso. Y el propietario ya no está disponible.

—Ni el propietario, ni la propietaria.

—La sargento Tutan se merece lo mejor —Cougar volvió a mirar por la puerta del patio—. Ahí fuera tienes un corral redondo. ¿Qué tal funciona?

—Cuando consigas tu caballo, ven a probarlo. Yo no sabría vivir sin uno.

—En el Doble D no me esperaban —admitió Cougar—. Les dije que iba a venir, pero no cuándo exactamente. Me decidí hoy al amanecer. Me pareció buen momento para empezar a conducir.

—Y ya has llegado —dijo Logan—. Así que tómate tu tiempo. Pasa la noche aquí y mañana te acompañaré. Nunca desperdicio una oportunidad de ver caballos.

—Solo necesito un sitio donde aparcar.

—Hay sitio a montones, pero también hay un dormitorio vacío —Logan señaló el pasillo con la barbilla—. Es tuyo si lo quieres.

Cougar quería paz e intimidad. Necesitaba construirse una nueva vida y empezaría con lo que más amaba en el mundo.

Caballos.

Capítulo 2

COUGAR pasó la noche en su remolque. Las necesidades básicas estaban cubiertas y la cómoda cama tenía un fantástico colchón de viscoelástica, porque uno de sus compañeros de hospital lo había alabado tanto que le había prometido comprarse uno si se callaba. Lo mejor era la soledad. Había sido difícil tener intimidad en el ejército, pero los hospitales eran aún peores. No solo había gente alrededor cada minuto de cada día y cada noche interminable, encima te agujereaban el cuerpo y hurgaban en tu mente.

El remolque había sido otra de las sorpresas de bienvenida a casa de Eddie. «Lo conseguí a muy buen precio», había dicho. Eddie había utilizado el dinero conseguido por la venta de los caballos para comprar un remolque equino. La historia le recordó un relato que había leído en clase de Literatura Inglesa, en el instituto; la diferencia era que en la historia no era la misma persona la que vendía dos cosas que iban juntas. Le habría cortado la cabeza a su hermano pequeño si el asunto no lo hubiera emocionado. Aunque habían sido socios, el remolque estaba a nombre de Cougar. En cierto modo, había sido un alivio saber que aún podían tocarle el corazón, dado que todos sabían que tenía la cabeza tocada. ¿Quién era él para acusar a «Eddie Machete» de estar loco?

Logan le había ofrecido que utilizara la ducha de la casa, y Cougar pensaba hacerlo, pero no iba a llamar a la puerta sin llevar provisiones para el desayuno. Tras honrar el amanecer con una canción, desenganchó el remolque y condujo a Sinte. Aparcó ante el supermercado y esperó a que abriera.

Cuando llegó a la caja con beicon, huevos y zumo de naranja, la cajera lo miró de arriba abajo. Él interpretó correctamente el breve ritual de pueblo pequeño: no era un lugareño.

—¿Algo más? —preguntó ella, inexpresiva. A él se le ocurrieron media docena de respuestas descaradas, pero se limitó a una simple negativa.

Agarró la bolsa de la compra, metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves y se volvió hacia la puerta. Dos grandes ojos marrones se alzaron hacia él, uno amistoso, el otro de cristal.

—Eh, Mark, ¿cómo te va la mañana? —Cougar sonrió—. ¿Mejor que ayer?

—¿Ayer? —un hombre del tamaño de Cougar se situó detrás del niño y puso una mano en su hombro. La perilla y el bigote de color caoba humanizaban sus ojos pálidos, casi incoloros—. ¿Qué ocurrió ayer?

«Así que este es el exmarido», pensó Cougar.

—Tuvimos un pequeño tropiezo —Cougar le guiñó un ojo al niño—. Casi un tropiezo. Mark estaba buscando a su gata y yo iba a ver caballos.

—¿Sí? —el hombre se ajustó la gorra de béisbol de color blanco del «Horno Pan y Mantequilla» con una mano. Apretó la otra sobre el hombro de Mark y dio un par de pasos—. ¿Dónde ocurrió eso?

—En el santuario de caballos salvajes. ¿Eres…?

—El padre de Mark.

Cougar inspiró profundamente y le ofreció un apretón de manos.

—Me llamo Cougar.

—¿Qué quieres decir con «tropiezo»? ¿Ibas andando? ¿A caballo?

—En coche. No lo vi. Conduzco un…

—¿Dónde estaba su madre?

—Cerca —Cougar miró la mano que había sobre el hombro del niño. Los dedos se clavaban en la carne. «Relájate, padre de Mark», pensó–. Fue una de esas cosas que ocurren tan rápido que nadie puede…

—En el caso de Mark, es fundamental que todo el mundo pueda.

El hombre tenía ojos fríos, gélidos.

—Lo sé. Ella me lo dijo. Supongo que por eso me asusté más que él —sonrió a Mark, enviándole un silencioso mensaje positivo—. Pero nadie salió herido, encontramos a la gata y fue un buen entrenamiento.

—¿Entrenamiento? ¿Así lo llama ella?

—Yo lo llamo buen entrenamiento —Cougar agitó la mano derecha y las llaves tintinearon—. ¿Has estado en el ejército? Si nadie muere, se denomina buen entrenamiento.

—No, nunca he estado en el ejército —se tocó la visera de la gorra—. Pero, bueno… gracias por tu servicio. ¿Has dicho que te llamabas Cougar?

—Así es.

—¿Podrías darme tu información de contacto? Tal vez quiera algunos detalles más.

—¿Sobre qué? —preguntó Cougar.

En realidad, le importaba poco la respuesta. Estaba harto de cortesía. Se habría ido ya si no fuera porque el niño no dejaba de mirarlo, como si le estuviera pidiendo algo. Pero no quería saber qué le pedía, no lo tenía para darlo.

—Mark es un niño con «necesidades especiales» —dijo Barba Roja lentamente, como si estuviera utilizando un término técnico—. Soy su padre, tengo derechos. Aparte de la responsabilidad de asegurarme de que recibe la atención y cuidados debidos.

Nunca se sabe lo que uno podrá utilizar como prueba para defender su caso.

—¿El caso en contra de quién?

—En contra de nadie. A favor de Mark. Y pruebas de que sus necesidades son especiales.

—Su madre sabe cómo localizarme —dijo Cougar. Luego se dirigió al niño—. Mira a ambos lados de la carretera, Mark. Nos veremos por ahí.

Olía a beicon. Cougar adoraba ese olor. No echaba en falta estar destinado en Oriente Medio, pero en el campamento se había comido bastante bien, y el desayuno había sido la mejor comida del día aunque, eso sí, acompañada de una buena dosis de arena.

Logan se había adelantado al plan de Cougar de hacer el desayuno. Así que este guardó sus compras en la nevera, puso el pan en la mesa y se sirvió café.

—En el supermercado me topé con el niño del que te hablé. Estaba con su padre.

Logan sacó el beicon de la sartén, se dio la vuelta y enarcó una ceja.

—Cuando dices «topé»…

—Quiero decir me «encontré», tranquilo —aclaró Cougar—. Su madre me dijo que había perdido el ojo en un accidente. ¿Sabes algo de eso?

—No mucho. Creo que ocurrió en una zona en obras. Antes de que viniera aquí como profesora. Su exmarido empezó a venir hace unos meses —Logan apagó el fuego—. Lo único que sé con seguridad es que es buena maestra.

—Quería saber cómo ponerse en contacto conmigo si necesitaba un testigo o algo así. No sé por qué. Estuvo cerca, pero el niño no resultó herido —Cougar tomó aire y miró por la ventana—. Estoy seguro de que no sufrió ningún daño.

—¿Su madre lo examinó?

—Se raspó la rodilla, pero eso… —la imagen del niño alzándose sobre rodillas y manos le hizo recordar el péndulo «pánico-alivio». Se le aceleró el corazón—. No habla. No puede decir lo que…

—A esa edad, si se hacen daño, la mayoría de los niños te lo hacen saber de todas las formas posibles.

Sangre, aullidos, sollozos, tal vez silencio huraño, pero no te enteras de la historia hasta después de evaluar todos los daños.

—Se rompen con facilidad —dijo Cougar con voz queda.

—Cuando ya han crecido, recuerdas todo lo que podría haberles ocurrido y decides que un ser superior debía de estar protegiéndolos.

Le dio un plato lleno a Cougar y le indicó que se sentara a la mesa.

—Mi hijo mayor, Trace, participa en rodeos —puso su plato en la mesa y se sentó—. Se ha roto un montón de huesos montando caballos y toros. Tienes que aprender a doblarte, le digo. Mira los árboles que sobreviven aquí, con el viento que hace. Somos supervivientes.

—Aprende a doblarte —repitió Cougar.

No conocía a Logan desde hacía mucho, pero lo conocía bastante bien. Habían usado el mismo tipo de calzado: botas de vaquero para montar, botas militares de punta redonda, desgastadas deportivas altas que por la noche dejaban bajo la cama de un internado indio, zapatos de bebé bordados con cuentas. Suponía que ambos habían sufrido estrecheces similares y se habían rebelado de vez en cuando.

Teniendo todo eso en cuenta, Cougar miró a Logan con ironía por encima del borde de la taza.

—¿Profundo, eh? —Logan se rio—. Cuando se dedican unos cuantos años a la política tribal, se aprende a conseguir el respeto de todos diciendo algunas palabras sabias en el momento adecuado. Todos los presentes dicen Ohan, y sabes que te has ganado el voto de los que aún estaban dubitativos.

—Así es como funciona, ¿eh? —Cougar dejó la taza en la mesa con cuidado exagerado—. Lo que quiera que se considere sabiduría.

—Ayuda si es verdad.

—Eso me está dando problemas últimamente. Pensé que lo vería todo claro en cuanto regresara a Estados Unidos, a casa. Pero no ha ocurrido aún. Verdad, justicia y la forma de vida americana —soltó una risa—. ¿Qué diablos es eso?

—Superman —contestó Logan sonriente—. Oí que falleció. Dijeron que nunca aprendió a doblarse.

—Los superhéroes ya no son lo que eran.

—No, pero ese álamo de Virginia sigue esparciendo su semilla al viento —Logan señaló el árbol que daba sombra al porche—. No sé qué pensaréis los shoshone, pero los lakota tenemos gran estima por el álamo. Es un árbol increíblemente adaptable.

—No hay muchos árboles en el lugar del que vengo —Cougar dejó los cubiertos—. Podría escucharte parlotear todo el día, Logan, pero eso no me ayudará a registrarme en el concurso de doma. ¿Vamos a ir a ver a esta Mustang Sally de la que tanto he oído hablar, o no?

—Amigo mío, vamos a conseguirte un caballo —Logan apartó la silla de la mesa y se levantó.

Celia, desde la puerta del establo, reconoció la camioneta blanca cuando estaba tan lejos que parecía de juguete. Traía a la mayor alegría de su corazón y al peor problema de su mente. Una parte de ella deseaba que redujera la velocidad y girara por el camino que llevaba al Doble D, y otra parte quería que pasara de largo.

Giró.

Era demasiado pronto. Su exmarido había estado allí la noche anterior, cuando había ido a recoger a Mark para el fin de semana. Había sido cortés, pero eso no hacía que le fuese más fácil estar cerca de él. Sabía que el segundo encuentro sería descortés. O se había inventado un nuevo motivo de disputa, o había ideado otra manera de desequilibrarla.

O tal vez había surgido algo y tenía que renunciar al resto de su tiempo con Mark. Eso no sería problema. Sobraban las explicaciones. «Devuélveme a mi hijo y no digas más».

Eso sería un milagro, que no dijera más.

Terminó de vaciar el contenido de la carretilla en el montón de estiércol y puso rumbo al establo. No quería ver a Greg al aire libre. Si existía la posibilidad de tener audiencia, se encendía. Hablaba con un tono de voz bastante más alto que el de cualquier otra persona presente. Y a Greg le encantaban las escenas.

Deseó tener tiempo de ducharse. Era una tontería, pero sentirse segura de su olor siempre le parecía una gran ventaja. Greg, por asqueroso que fuera, rara vez se manchaba las manos.

Mark corrió hacia su madre en cuanto entró al establo.

Celia captó el mensaje de su abrazo rápido y fuerte: «Preferiría estar contigo». Después, el niño corrió a ver a los gatos.

—Vamos hacia el Jardín de Reptiles —anunció Greg—. Supusimos que estarías aquí y decidimos parar a verte.

—Esto no está de camino al Jardín de Reptiles —se quitó los guantes de trabajo mientras observaba a Mark agarrar un gatito gris con cada mano y llevárselos al cuello. Deseó dar las gracias a los gatitos y a su paciente mamá por la risa que se dibujaba en la boca de su niño—. Pero es obvio que Mark necesitaba ver cómo estaban los gatitos.

—El horno ha cambiado mi ruta. Ahora reparto en el supermercado de Sinte y esta mañana hice una entrega especial. Me encontré con tu nuevo amigo —Greg le dedicó una sonrisa fría—. ¿Uno que se llama Cougar?

Celia metió los guantes en los bolsillos de atrás de los pantalones vaqueros. Había aprendido a ignorar los inevitables preámbulos y seguir a lo suyo hasta que Greg llegaba al meollo de la cuestión. Así, él se desviaba menos del asunto.

—Dijo que casi atropelló a Mark ayer. Podría haberlo matado.

Celia decidió que eso no era una cita textual. Apenas conocía a Cougar, pero estaba segura de que no había dicho eso. Greg le estaba echando el anzuelo. Si mantenía la boca cerrada, al final se iría. Tal vez incluso sin Mark, si se le ocurría alguna excusa que darle. Por ejemplo que las serpiente cascabel se habían escapado del Jardín de Reptiles, o que había cuarentena de tortugas.

—¿Por qué no estabas vigilándolo?

Ella no se había preparado para esa pregunta. Era justa y había estado obsesionándola desde que tuvo lugar el incidente. Su sarcasmo se evaporó. ¿Quién era ella para criticar, incluso en silencio, cuando había fallado de forma tan lamentable?

—Estábamos haciendo tareas —dijo con voz queda—. Pensé que estaba…

—Pensaste. ¿Ves?, ese es tu problema, Cecilia. Siempre estás pensando. Entretanto, él está en marcha, varios pasos por delante de ti. ¿Y quién demonios sabe qué está pensando?

—Estaba jugando con los gatitos.

—¿Y con qué jugabas tú? ¿Eh? ¿Con qué jugabas, Cecilia? —le agarró el brazo—. ¿O debería preguntar con quién?

Celia se zafó, pero solo dio un paso atrás, rechazándolo con una mirada desafiante.

—Puedes preguntar sobre Mark. Es obvio que no estaba jugando con Mark. Estaba haciendo tareas, y, sí, es mi…

—No es tu trabajo. Tu trabajo es ese niño que…

—Eh, Mark —Cougar entró en el establo y le dedicó a Celia una mirada tranquilizadora cuando pasó a su lado, de camino a la caja de los gatos. Se acuclilló, tocó a Mark en el hombro y luego acarició a un par de gatitos—. ¿Están todos? ¿Has hecho un recuento de cabezas?

Mark puso un gatito bajo la barbilla de Cougar.

—¿Has descubierto cuántos chicos y cuántas chicas hay? Creo que el manchado es una chica —se puso de pie, tranquilo por el silencio que había provocado su aparición. Sin moverse de donde estaba, miró a Celia y le ofreció un «hola» íntimo y suave.

—Hola —ella sintió que la calma la acariciaba como seda—. Creo que ya os habéis conocido.

—Sí, Mark nos presentó —Cougar se inclinó para revolverle el pelo a Mark. El niño alzó la mirada y sonrió—. Me alegro de que estés aquí. Puedes ayudarme a elegir un caballo.

—Mi hijo y yo tenemos planes —dijo Greg—. Solo he parado para ver qué tenía ella que decir sobre lo sucedido ayer. De momento…

—He venido con Logan —le dijo Cougar a Celia—. Esta vez he llamado antes.

—Será por eso que los chicos han traído a algunos caballos —dijo ella.

—Mark y yo podemos ir a echarles un vistazo si vosotros tenéis que hablar —ofreció él, mirando a Greg como si fuera una imagen de un programa televisivo que nadie estuviera viendo.

—Mark está conmigo —Greg se situó de modo que Celia solo pudiera verlo a él—. Es mi fin de semana.

Ya que los dos estáis aquí, tal vez podáis explicar exactamente por qué mi hijo salió a la carretera y por qué nadie lo vio hasta que estuvo a centímetros de…

—Porque es rápido y pequeño —dijo Cougar—. El destino nos sonrió. Agradécelo.

—No me digas que lo agradezca —Greg giró sobre los talones y colocó las manos en las caderas—. No estás al tanto del caso que tenemos entre manos.

Pero lo estarás si descubro más evidencias de trauma emocional o psicológico.

—¿Quieres demandarme por algo que no ocurrió? —Cougar soltó una risotada—. ¿Qué eres? ¿Abogado?

—No, pero tengo uno.

—Pues inténtalo entonces. Si le hice algún daño al niño, me aseguraré de…

—No sufrió ningún daño —declaró Celia con voz queda—. Está bien y no tiene por qué oír esto.

—No oye, ¿recuerdas? —Greg volvió a enfrentarse a Celia—. Los médicos no saben por qué, pero yo sí. Es porque su madre le dejó que…

—Greg, por favor. Deja esto ahora. Ya sabes lo que va a ocurrir —continuó hablando en voz baja, mientras Mark seguía concentrado en los gatitos. El niño se protegía con técnicas propias, a las que ella no tenía acceso, pero seguía protegiéndolo en la medida en que podía. Tal vez no oyera, pero ella creía que podía hacerlo, y que oiría cuando estuviera listo. Hasta entonces no estaba dispuesta a permitir que lo trataran como si no fuera un niño perceptivo y con agudeza sensorial.

—Vamos a ver a los mustang —le dijo a Mark, tras sortear a Greg.

—Al diablo con los mustang —rugió Greg—. Es lo que me queda por ver, que dejes que acabe arrollado por una manada de caballos salvajes —agarró el codo de Mark y tiró de él—. Deja los gatos, Mark. Vamos a Rapid City. Llegaremos a tiempo para el espectáculo de las serpientes —su enorme mano se tragó la del niño—. Como he dicho, tengo abogado. No hemos acabado aún, Cecilia. Ni por asomo.

Cougar, desde el umbral, observó al niño seguir a su padre arrastrando los pies y permitiendo que tirara del brazo que le agarraba. Dominó el impulso de ir tras ellos y liberar al niño. Se preguntó por qué no había una ley que evitara que los adultos utilizaran a los niños en sus cuitas. Tal vez Cougar debería crearla, y hacer que se cumpliera.

«Vamos, padre de Mark, demándame».

—Siento lo ocurrido —la suave voz de Celia le hizo regresar al presente; su ira empezó a calmarse—. Supongo que habrás notado que nuestra relación no es demasiado amistosa. Procuro no decir mucho cuando se pone así. No sirve de nada intentar hablar con él —le tocó el brazo—. Gracias por entenderlo.

—El tipo ya me había puesto de mal humor una vez hoy, así que entenderlo es fácil. Lo difícil es ver a Mark. No quiere ir con él.

—Lo sé. Pero Greg tiene una nueva orden del juzgado —sonó disgustada—. Y tiene abogado.

—No es asunto mío —se recordó Cougar en voz alta—. A no ser que él quiera que lo sea. Si es el caso, adelante, me enfrentaré a él.

—Espero que no —suspiró—. Estoy harta de pelear. Es una distracción cuando debería estar averiguando qué es lo mejor para Mark.

Sonaba cansada y él lo lamentó; pero estaba seguro de que su intervención había sido positiva, incluso si suponía una distracción. Lo cierto era que cuando había visto la camioneta de reparto del pan aparcada junto al pequeño Chevy azul, había ido directo al establo. Tenía la costumbre de archivar mentalmente los detalles de los vehículos que veía, dónde los veía y las posibilidades que había de que explotaran en la carretera. Teniendo en mente su conversación con el padre de Mark en la tienda, había echado cuentas, «ex más ex», y había decidido intervenir. No había tardado ni dos minutos en desarrollar un intenso desagrado hacia el hombre y convertirse en aliado natural de Celia.

«Eso podría haber aumentado sus dificultades, tonto. No sabes qué está ocurriendo entre esas dos personas. ¿Cuándo te convertiste en el salvavidas de esta playa?».

«Ayer salvé una vida, ¿no?».

«Estuviste a centímetros de acabar con una. O con dos, si cuentas la tuya».

—No hace falta que elija un caballo hoy —dijo Cougar, tras su reflexión—. Puedo esperar a Mark.

—Los adora a todos. Elijas el que elijas, dile que lo compartirás. Ven a ver —Celia señaló la parte trasera del establo. Emprendió la marcha y él la siguió.

Rodearon la esquina del edificio, se encaramaron a la alta cerca de madera y miraron más allá de un grupo de corrales. Había al menos una docena de caballos jóvenes en un pequeño prado.

—Te dejarán elegir como quieras. Puedes conducirlos a los corrales para verlos de cerca, soltar los que no te interesen y hacer tus propias pruebas con los demás —se colocó un mechón de pelo rojizo tras la oreja—. Es divertido contemplar a la gente hacer su elección. Algunas veces quieren al más salvaje del grupo. Otras, se nota que buscan uno que dé la impresión de estar medio dormido.

—Yo quiero uno que sea casi tan listo como yo —le sonrió—. Pero no tanto.

—¿Has dicho que Logan estaba aquí? Él es con quien tendrías que hablar. ¿Has leído su libro?

—¿Su libro?

—Uno sobre cómo adiestra a los caballos —dijo Celia—. Nunca recuerdo los títulos, pero lo que importa es el nombre del autor, y Logan Huella de Lobo es lo más auténtico.

—Lo más auténtico, ¿eh? —Cougar sonrió. «Así que lo auténtico tiene ese aspecto»–. Ya suponía que era un buen adiestrador. Pero no sabía que había escrito un libro.

—Es maravilloso —Celia bajó de la cerca y Cougar la siguió de un salto—. Yo no sabía nada de caballos cuando empecé a venir como voluntaria; mi amiga, Ann, me dio el libro de Logan. Ann es la hermana de Sally. También es maestra. Las dos enseñamos en… —agitó la mano, llamando la atención de alguien que había a espaldas de Cougar—. ¡Está aquí!

Cougar se dio la vuelta y vio a «lo auténtico» encaminarse hacia él. Logan había aparcado delante de la casa y Cougar le había prometido reunirse con él pasados unos minutos. No había habido preguntas ni comentarios al respecto.

—Sally te espera para rellenar unos documentos, vaquero —anunció Logan—. No te conviene hacer esperar a esa mujer.

—¿Por qué no? Ella me hizo esperar a mí.

—Eso fue ayer. Si hoy haces que espere ella, le darás tiempo para que piense en algo que el santuario necesita y que solo tú puedes proporcionar —Logan puso la mano sobre el hombro de Cougar—. Simplemente porque eres así de especial.

—¿Cuál es tu especialidad? —le preguntó Cougar a Celia.

—Bueno, considerando que estoy diplomada en Educación, hemos descubierto que se me da de maravilla diferenciar entre el estiércol de caballo y el betún para botas.

Los hombres se miraron entre sí. Ambos sonrieron.