Melodía para dos - Enemigos íntimos - Un romance de película - Kathleen Eagle - E-Book

Melodía para dos - Enemigos íntimos - Un romance de película E-Book

Kathleen Eagle

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Beschreibung

Melodía para dos Kathleen Eagle Sally estaba muy ocupada manteniendo el equilibrio entre su salud, su hogar y sus caballos. Y, aunque afrontaba cada desafío con la cabeza alta y un insuperable buen humor, podía llegar a sentirse muy sola. Entonces apareció Hank entonando su misma melodía. Hank no pudo evitar reparar en la irresistible hermana de la novia durante la boda de su mejor amigo, pero podía sentir que algo en el interior de Sally estaba roto. Enemigos íntimos Christyne Butler Después de una noche loca en Las Vegas, Racy y Gage se convirtieron en marido y mujer; un secreto difícil de mantener… Racy se había llevado al altar al sheriff más sexy de todo el estado de Nevada… Pero la verdad no podía salir a la luz, al menos hasta conseguir la nulidad. Gage, por su parte, no iba a ponerle las cosas difíciles a la camarera más hermosa de todo Wyoming. Un romance de película Amanda Berry Natalie Collins prefería una vida lejos de los focos y de la fama, pero el hombre que la volvía loca era una estrella de cine. La bella e inteligente Natalie era la única persona en quien Chase Booker podía confiar. Su pasión era tan intensa y cegadora que estaba dispuesto a olvidar que pertenecían a mundos distintos...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 442 - marzo 2022

 

© 2010 Kathleen Eagle

Melodía para dos

Título original: Cool Hand Hank

 

© 2010 Christyne Butilier

Enemigos Íntimos

Título original: The Sheriff’s Secret Wife

 

© 2010 Amanda Berry

Un romance de película

Título original: L.A. Cinderella

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-515-4

Índice

 

Créditos

Índice

 

Melodía para dos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

 

Enemigos íntimos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

 

Un romance de película

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HANK Caballo Oscuro prefería ocuparse de sus propios asuntos, salvo que algo mejor se cruzara en su camino. Y una mujer desnuda era algo mejor.

Técnicamente, era él quien estaba cruzándose en su camino. Se disponía a pasar del bosque a la orilla del lago cuando, al verla salir del agua al final del muelle, ella se había convertido en asunto suyo. Era enérgica y hermosa, como todo al aire libre, y se sentía como en su casa. Tal vez no había reparado en la luna y en cómo la luz plateada hacía brillar su piel.

Phoebe, aunque también la había visto, se mantenía junto a él sin delatar su posición.

Con tanta piel desnuda, aquella mujer resultaba muy apetitosa. Phoebe intentaba decidir si señalarla o abalanzarse sobre ella. Hank conocía a su perra. No pudo evitar sonreír conforme la mujer se giró para alcanzar una toalla colgada de uno de los pilotes: era delgada pero voluptuosa, con una bella espalda y un trasero delicioso. Si él se movía, si hacía el menor ruido, acabaría con un momento perfecto. Sería una pena verla…

… tropezarse, sacudir los brazos y caerse. De grácil a torpe en un suspiro, la mujer se hundió de cabeza en el lago sin un solo grito. Hank estaba atónito.

Phoebe salió disparada, poniendo fin a su ocultamiento.

La mujer tenía el agua y él tenía a Phoebe. «Disculpe a mi perra, no tiene maneras», pensó en disculparse. Pero la mujer… debería haber salido a la superficie ya. «Tal vez se ha ahogado».

Phoebe chapoteaba como una loca. Él se apresuró pendiente abajo por el camino cubierto de agujas de pino hasta que sus botas se toparon con el muelle, recordándole que, en lo que fuera a hacer, las botas tenían que acompañarle.

¿Y entonces qué? Él poseía muchos talentos, pero nadar no era uno de ellos. Si la gente del albergue de animales le hubiera advertido de que a Phoebe le encantaba el agua, ni se hubiera fijado en ella y se habría quedado con el chihuahua de la jaula de al lado. En lugar de eso, se había cargado con una enorme perra rubia que se creía una foca. O un delfín. Los delfines podían rescatar nadadores, ¿cierto?

«Bucea, grandullona, bucea».

De pronto, la mujer sacó la cabeza a la superficie. Phoebe comenzó a chapotear en círculos alrededor de ella, ladrando alegremente como si aquello fuera un nuevo juego.

—¿Pero qué…? —pronunció la mujer escupiendo agua mientras veía a Phoebe rodearla—. ¿De dónde has salido tú?

—Está conmigo —respondió Hank y vio cómo la mujer se giraba hacia él—. ¿Te encuentras bien?

—Sí. ¿Y tú de dónde has salido?

Hank señaló con la barbilla por encima de su hombro hacia el bosque de pinos.

—Mi perra… ¡Phoebe, ven aquí! …creyó que te había disparado.

La mujer se rió. Fue una carcajada espontánea, inesperada y llena de gozo que Phoebe acompañó con sus ladridos graves.

—¿Tú también vas a bañarte?

A él ni se le había ocurrido. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba sentado al final del muelle con una bota medio quitada.

—No, si no es imprescindible. Pareció que te habías caído.

—Y así ha sido.

Ella se le acercó de una brazada, mirándolo con tranquilidad. Su pálida piel brillaba bajo el agua.

—Tengo aletas en lugar de brazos y dos pies izquierdos a los que les gustaría ser una cola.

Miró a la perra chapoteando a su lado.

—No soy un cadáver en el agua. Lo siento, Phoebe.

—Creyó que estabas batiendo las alas. Si hubieras tenido aletas, a ella no le habría importado.

—¿Y a ti?

Él se calzó bien la bota.

—Por la manera en que te has caído, creí que habías sufrido un ataque al corazón o algo parecido.

—Más bien un ataque de torpeza.

Ella se mantenía en el agua, moviendo los brazos justo debajo de la superficie e impidiendo la visión por debajo de ellos.

—El agua está bien una vez que te acostumbras a ella. Ahora que estoy otra vez dentro, no me importaría compañía.

—Ya la tienes —afirmó él mirando sus pies colgando sobre el agua.

Maldición. Se sentía como si fuera él a quien habían sorprendido desnudo. Tenía que ponerse en pie. Recuperaría su dignidad una vez que volviera a sentir tierra firme bajo sus pies. Necesitaba algo a lo que sujetarse, y las palabras eran todo lo que tenía. «Sigue hablando».

—Esta perra no sabe cazar, pero le encanta nadar.

—¿Y a ti?

Él se dirigió hacia el poste tan rápido como podía.

—Yo prefiero mirar el agua desde lejos.

«O al menos, agarrado al pilote».

—Así que eres uno de esos tipos que prefiere mirar a tirarse a la piscina.

—Soy uno de esos tipos que prefiere mirar a ahogarse.

De nuevo aquella carcajada, cálida y brillante, como un instrumento tocado bien y a menudo.

—¿Y cómo ibas a salvarme, exactamente?

—Lanzándote una bota salvavidas —respondió él sonriendo, tras haber alcanzado el poste.

—No hacía falta —afirmó ella—. Toco el fondo con los pies.

—¿En serio?

—Si me pusiera de pie, el agua me llegaría sólo hasta la cintura.

—Por lo que he visto, entonces debe de haber unos sesenta centímetros de profundidad.

—Compruébalo tú mismo —lo desafió ella con una risa traviesa—. Trae tu medidor de profundidad.

Menuda estampa. Aquella extraña mujer y la perra a la que él alimentaba todos los días se habían aliado contra él, pensó Hank. Phoebe debería ser más lista.

—Tengo algo con lo que podría medirlo —comenzó él con una sonrisa—. Pero con el frío se encoge.

—Hablando de frío… —dijo ella pasando su brazo sobre la cruz de Phoebe—. Si no vas a unirte a nosotras, me gustaría intentar salir de nuevo.

Sin soltarse del poste, él se puso en pie y agarró la toalla que ella había colgado allí.

—Ven hasta aquí y te ayudaré a secarte.

—Verme gratis una vez es todo lo que vas a conseguir, vaquero. Una segunda vez te costará.

—¿Cuánto?

Ella le salpicó agua en la cara. Él se tambaleó hacia atrás mientras Phoebe alcanzaba la orilla.

—¡Por todos los…! Debes de tener hielo en las venas, mujer.

—Soy de manos calientes y corazón frío. Regresa allí de donde procedes, por favor —conminó ella en tono travieso—. Y tu perrita también.

«Si pudiera, lo haría», pensó él. Regresaría a la casa en las montañas de Dakota del Norte donde se había criado, donde su hermano vivía con su mujer y sus hijos, y donde el único agua por la que había que preocuparse era la escorrentía de primavera. Aunque a él le gustaban las Black Hills, en Dakota del Sur, no le entusiasmaban las bodas ni las mujeres alocadas. Pero Hank Caballo Oscuro era un hombre que mantenía su palabra.

Se tocó el ala del sombrero.

—Encantado de conocerte.

 

 

Conque así era una auténtica boda…

Hank ojeó el programa que le había sido entregado en la recepción del hotel Hilltop junto con la llave de su habitación «con fabulosas vistas al lago». Él le había dicho a Scott, el empleado, que ya había tenido unas fabulosas vistas desde el lago. Scott le había prometido unas aún mejores al atardecer y él había dicho que no se las perdería. Pero una boda era algo especial. Él había asistido a unos cuantos enlaces a caballo, como parte de los eventos de los rodeos, y había actuado como testigo de uno de sus primos en su enlace civil. Pero nunca había visto a ningún hombre atravesar tantos obstáculos sólo para intercambiar unas promesas.

¿Tres días de celebraciones? Su amigo aseguraba que, una vez colgadas las espuelas, había terminado con sus ajetreados horarios los fines de semana. Pero no parecía así a juzgar por la lista que Hank contemplaba. Recepción, ensayo de la boda, ensayo de la cena. Le entró risa al imaginarse a un vaquero de rodeos ensayando su paseo hasta el altar, con sus botas texanas resonando sobre el suelo de madera.

—¿Qué te resulta tan divertido, Caballo? —preguntó Zach Beaudry dándole una palmada en el hombro—. ¿Estás riéndote de mí? Espera a que te llegue el turno.

—¿El turno de esto? —preguntó Hank sonriente, blandiendo el programa bajo la nariz de su amigo—. Si no pides número, no te llega el turno.

—¿Mi consejo? Pide número —dijo Zach cambiándole el programa por un apretón de manos—. No querrás perderte la experiencia de tu vida.

—Pues te diré dos cosas. Primera: me gano la vida curando a vaqueros de rodeo. Me lo sé todo acerca de «la experiencia de tu vida» —aseguró y palmoteó a su resplandeciente amigo en el pecho.

Ningún hombre demostraba tanto sus sentimientos como un vaquero enamorado.

—Y segundo: nadie te ha pedido consejo este fin de semana, Beaudry. Es como preguntar al tipo que sostiene el trofeo qué le parece haber ganado.

—Serás sabelotodo… Pues ten cuidado, no vayas a pasarte de listo. Ven a conocer a mi familia.

Hank siguió a Zach por un vestíbulo repleto de muebles de pino rústicos, tapicería de cuero y trofeos de caza disecados. Gruesas vigas soportaban el techo y una chimenea de piedra ocupaba una de las paredes. Atravesaron un dintel de madera y llegaron a un enorme salón de fiestas, con el bar en un extremo, la pista de baile en el otro, mesas repartidas entre ambos, y amplios ventanales con vistas al lago.

—Ésta es mi prometida —anunció Zach tomándola de la mano—. Annie, éste es Hank Caballo Oscuro.

Ella era menuda y bonita, y su sonrisa le resultó familiar a Hank. Pero ella no pareció reconocerlo. Y su coleta rubia estaba completamente seca. Hank contuvo el aliento y alargó la mano.

—El cantante de nuestra boda —señaló la novia tímidamente—. Gracias por venir, Hank.

—Encantado —respondió él aliviado.

Estaba seguro de no haber oído esa voz antes, así que miró a su amigo a los ojos y sonrió.

—Lo has hecho bien, Beaudry.

—¿Verdad que sí? —señaló Zach abrazándola por la cintura—. Tiene una hermana.

—No sigas —dijo Hank elevando un hombro—. Estaré encantado de cantar a cambio de un trozo de pastel de boda, pero nada más.

—Sólo digo que cantas unos solos magníficos, amigo, pero un dúo también puede ser muy interesante.

—Apuesto a que sí. No me gusta ir a ningún lado sin Phoebe.

—¿Phoebe está aquí? —inquirió Zach, y se le iluminó el rostro—. Annie, ya que no podemos casarnos a caballo, ¿qué tal si incluimos a Phoebe en el cortejo nupcial? Podría llevar los anillos. Es la asistente del asistente médico. Hank es muy bueno con las manos, pero Phoebe tiene corazón. Mientras él cose las heridas a un vaquero, ella le da el cariño que sólo el mejor amigo del hombre sabe dar. Te ayuda a salir de allí deseando subirte a otro toro.

—Él ya no puede —le aseguró Ann a Hank—. Lo hemos escrito en el contrato prenupcial.

—Me alegro, porque estoy cansado de coserlo y observar cómo se arranca los puntos en la siguiente ronda.

—¿Dónde tienes a Phoebe? —insistió Zach—. Apuesto a que no se ha cansado de mí.

—Está fuera. Me ha dado algunos problemas, así que la he dejado en la caseta.

—De ninguna manera. Dile a Phoebe que puede… —comenzó Zach, vio algo a espaldas de Hank y elevó la mano—. ¡Sally, ven aquí! Quiero que conozcas a alguien.

—¿Sabe nadar?

Aquélla sí era la voz.

—Me veo con el agua al cuello otra vez.

Hank se giró y la recorrió con la mirada, desde las uñas de los pies pintadas de rojo hasta el pronunciado escote azul entre sus pálidos senos. Se detuvo, sonrió y la miró a los ojos, también azules pero más vivos que los de su hermana, y la saludó de nuevo tocándose el ala del sombrero. El pelo rubio y corto de ella aún estaba húmedo.

—Me gusta tu vestido.

—¿No querrás decir que te gusto vestida?

—Eso también. Pero el hábito no hace al monje.

Él ya había visto su elegante desnudez.

—Ciertamente. No he oído tu nombre.

—Hank Caballo Oscuro.

Ann miró a Zach.

—Tengo la impresión de que nos hemos perdido algo.

—Y yo tengo la impresión de que tú eres la hermana —señaló Hank extendiendo su mano.

La de ella era delgada, y más fría de lo que ella se había jactado. La retuvo unos segundos extra para calentarla. A él le sobraba calor.

—Y tú eres el músico —dijo ella con frialdad y sosteniéndole la mirada.

A pesar de que se había reído de él hacía menos de una hora, ella no estaba mostrándose muy clemente.

—Hank, ésta es Sally Drexler, mi cuñada dentro de poco. ¿Vosotros dos ya…?

—Llevé a Phoebe a dar un paseo nada más llegar. Intentó rescatar a Sally del lago.

—Phoebe te va a encantar —dijo Zach alegremente—. Hank forma parte del equipo médico que trabaja en el circuito de los rodeos, y Phoebe contribuye a su buen trato con los pacientes.

A Sally le brillaron los ojos.

—Yo he pasado mucho tiempo en los rodeos. Solía proveerlos de ganado. Zach proporcionaba las emociones y yo posibilitaba las caídas. Pero seguramente fue antes de que tú anduvieras por ahí.

—Yo sólo dispenso las medicinas.

—Hace mucho más que eso —intervino Zach—. Coloca en su sitio los huesos que se salen, pone escayolas, da los mejores puntos que puedas imaginar… Y además, hierra caballos.

Sally desafió las credenciales de Hank con una sonrisa altanera.

—¿Todo eso, y además cantas en las bodas?

—Es mi primera vez —contestó él y sonrió a Ann con indulgencia—. He oído que las novias pueden ser difíciles de agradar, y yo soy un hombre muy sencillo y directo. No me importa cantar en un entierro. Ahí el protagonista nunca se queja.

—En el programa aparece tu nombre, pero no el de tu canción, la cual me gustaría… —señaló Ann y miró a Zach.

Los dos estaban desarrollando su propio código. «Buen comienzo», pensó Hank. Él y su anterior esposa no lo habían logrado.

—Pero accedimos a que la decidieras tú —comentó Zach.

—Es mi regalo. Quiero que sea una sorpresa.

Ann se encogió de hombros.

—Prometo no quejarme.

—Y yo prometo no cantar una canción triste —aseguró él y contempló la sala.

Unas cuantas personas estaban reunidas en el bar. Dos mujeres colocaban cuencos con flores sobre mesas de manteles blancos.

Se giró hacia Sally.

—¿Y tú de qué te encargas en la boda?

—Soy la dama de honor, por supuesto. Es un papel fabuloso —aseguró y se dirigió a su hermana—. Por cierto, hoy han llegado más regalos. He hecho que el de recepción los guarde bajo llave. Uno de ellos es de Dan Tutan.

Tutan. Hank frunció el ceño. No había vuelto a oír ese nombre desde su infancia, cuando se susurraba con respeto, algunas veces con inquietud, y ocasionalmente con desprecio, en la casa de Caballo Oscuro.

—Será de su esposa —dijo Ann—. Se toma muy en serio la hospitalidad entre vecinos.

—¿Dan Tutan es vuestro vecino? —inquirió Hank.

Sally suspiró.

—Vive unos cuantos kilómetros más abajo. No tan cerca como para encontrárnoslo todos los días. Pero, antes de decir «afortunadamente», ¿es amigo tuyo?

—No.

—Bien, porque le gustaría convertir nuestro refugio de caballos salvajes en una fábrica de comida para perros.

—¿Y eso por qué?

—A los caballos les gusta sacarlo de quicio —comentó Zach—. Saben que él enseguida se enfada.

—Tutan ha disfrutado durante tanto tiempo de permisos de pastoreo gracias a sus contactos que ha olvidado que son un contrato —señaló Sally—. Estamos pujando por el usufructo de algunas tierras y por algunos permisos de pastoreo que él ha disfrutado durante años, y ahora tenemos una buena oportunidad gracias al refugio. Somos un lugar de retiro para caballos salvajes que nadie quiere adoptar. Les ofrecemos pastos en lugar del pienso que proporciona el programa estatal para mantener a los caballos salvajes. Así que Tutan no nos tiene en mucha estima últimamente. ¿De qué lo conoces?

—Mi padre lo conocía —respondió Hank desviando la mirada—. Tutan no me distinguiría de un centavo «cabeza de indio».

Sally se acordó de los antiguos centavos con la imagen de la estatua de la libertad y un tocado de hojas, a los que todo el mundo confundió con un indio.

—Sí que distinguiría el centavo —comentó—. Ese «maldito Tutan» nunca dice que no cuando se trata de dinero. ¿Tu padre y mi vecino eran amigos?

—Mi padre trabajó para Tutan un tiempo. Hace mucho. No, no eran amigos.

—Mejor. No se me da bien cuidar lo que digo respecto de gente a la que detesto —dijo Sally colgándose del brazo de su hermana—. Si yo fuera tú, llamaría a un equipo antibombas antes de abrir su regalo. Y luego lo pondría en el montón para regalar a otros.

—No nos queda claro lo que sientes hacia él, Sally —bromeó Zach y le guiñó un ojo a Hank—. Me alegro de que nos regales tu música. Es algo de lo que ella no puede deshacerse.

—Voy a grabarlo todo —informó Sally—. Si vuestro cantante es tan bueno, compraré unos cuantos CD como regalo de Navidad. Ya conocéis las normas del ranchero frugal: regalar los regalos, replantearse los planes y reciclar.

Dio un golpecito a Zach en el pecho.

—Pero no podemos darle a nadie el viaje que os ha regalado tu hermano, así que tendréis que aprovecharlo.

—Ya lo haremos. No hay prisa.

—¿Que no tenéis prisa en iros de luna de miel? —preguntó ella y sonrió radiante a Hank—. ¿Qué le pasa a este hombre, doctor?

—No puedo decirlo.

—Así que te escudas en tu promesa de confidencialidad… —dijo ella y se giró hacia Zach—. Tu millonario hermano te regala una luna de miel de ensueño, la que siempre habíais deseado tu prometida y tú, ¿y me dices que ya la haréis, como si la luna de miel pudiera hacerse en cualquier momento?

—¿Y no es así? —respondió Zach—. Además, no tan rápido. Aún no he dado el «sí, quiero». Necesito trabajar esos votos un poco más, asegurarme de que ambos los decimos para siempre. Llueva o haga sol.

La novia se ruborizó. La dama de honor se echó a reír.

—Di lo que quieras, vaquero. Supongo que una luna de miel larga y romántica me garantizará un sobrino o sobrina nueve meses después. Si no pasas un tiempo lejos del rancho, seguirás haciendo lo mismo que todo este tiempo: destrozarte los pantalones de montar.

—Quitármelos es el primer paso, Sally —apuntó Zach—. No es un gran esfuerzo ni tampoco una garantía, pero es un comienzo. ¿Verdad, Hank?

Hank contestó a su amigo con una mirada. La conversación había derivado hacia un terreno donde sobraban los comentarios.

—Yo puedo ocuparme del Doble D —aseguró Sally mirando alternativamente a Zach y Ann—. Estoy bien.

—Nos hemos reunido aquí para una boda —dijo Ann, cortando la discusión—. Es algo que sucede una vez en la vida, y nos va a salir muy bien. Vivamos el aquí y ahora. Vamos a ensayar. ¿Hank?

Extendió su mano al vaquero indio.

—Quieres comprobar que lo mío no son sólo palabras —dijo él agarrándola de la mano con una sonrisa—. Pero yo no ensayo mis canciones en público. Trae mala suerte.

—Entonces, sólo caminemos y hablemos. Ayúdame a hacer una lista de motivos por los cuales Zach debería montar caballos en lugar de toros.

 

 

Sally contempló a su hermana alejarse entre dos atractivos hombres. Dos vaqueros. Qué suerte. Ella había tratado a muchos y a la mayoría se les calaba fácilmente. Sólo había que fijarse en su camisa. Todo vaquero era directo en sus sentimientos y su vida era la competición. Vivía al día y viajaba de rodeo en rodeo, acumulando dinero y consecuencias. Era adicto a la adrenalina y pagaba caro sus momentos de gloria con dolorosas caídas. Para cuando lograba llenar su permiso de la Asociación de Vaqueros de Rodeo Profesionales con suficientes victorias para ganarse el derecho a llamarse un vaquero de rodeo profesional, lo había pagado con una combinación de moretones, sangre derramada y huesos rotos.

Ésa era la historia de Zach Beaudry. Había sido un vaquero de toros con mucho futuro hasta que se había encontrado con una desafortunada cornada. Igual que los demás como él, no había cedido. Se había recuperado y había vuelto al ruedo. Y así había conocido a Annie.

Hank Caballo Oscuro tenía el aspecto de un vaquero. Era alto y delgado, fuerte y directo. Pero todo buen servicio de mesa necesitaba una cuchara. Sally sonrió para sí al imaginarse las posibilidades de él. Mientras se alejaba, él resultaba muy atractivo. Ella podría pegarse a su grande y fibrosa espalda, apretar sus muslos bajo los de él, acoger aquellos glúteos firmes en su cálido regazo y sentirse fortificada; invitarse a rodear su cuerpo menudo con el suyo grande y fuerte y abrazarla. Podría suceder. En sus sueños, al menos.

Hank se giró para decirle algo a Annie, quien se giró para decirle algo a Zach y de vuelta a Hank. Estaban conspirando. Sally sabía lo que tramaban y no le importaba, siempre y cuando su loco cuerpo funcionara como debía. Haberse caído en el muelle no había sido una buena señal, pero ella ya había recuperado el control. Y Hank Caballo Oscuro estaba girándose y ofreciéndole otra de aquellas excitantes miradas rápidas. «Tú y yo, mujer». Él empezó a acercarse en su busca y ella supo lo rápida y felizmente que alcanzaría el éxtasis una y otra vez si el servicio de mesa lo compusiera Hank Caballo Oscuro. No importaría que fuera mucho tiempo, siempre y cuando fuera tiempo de calidad. La remisión de su enfermedad era como un poco de cielo azul entre nubes. O bien lo aprovechaba al máximo o se quedaba en su encierro.

—¿Te importa sentarte conmigo en la última fila? —invitó él.

—¿Te han hecho responsable de mí? —dijo ella y elevó la voz hasta imitar la de su hermana—. «Si no vas a ensayar tu canción, ¿podrías vigilar a Sally?»

—No me he enterado bien de lo que han dicho —aseguró él guiñándole un ojo—. Algo acerca de las copas. Se supone que voy a traerte una o a evitar que te desmayes. En cualquier caso, podría verme en un aprieto. ¿Eres una alborotadora, Sally?

—Hago todo lo que puedo. Y sé que mientes porque no me está permitido beber.

—¿Nada?

—Nada que contenga alcohol.

—¿Y quién ha hablado de alcohol?

Él la miró desafiante, con los ojos cada vez más oscuros y entrecerrados, y sus carnosos labios sonriendo levemente, sin desear sonreír.

—¿Y quién dicta las reglas?

—La Sally juiciosa —respondió ella ofreciéndole la sonrisa que él le negaba—. En el lago estuvo su alter ego, la Sally desvergonzada.

—Ella piensa acertadamente. Aunque la vergüenza tampoco debería permitirse —dijo él enganchando sus pulgares en los bolsillos delanteros del pantalón—. ¿Qué va a ser?

Ella miró su reloj.

—Ensayo en cinco minutos. No puedo causar muchos problemas en ese tiempo. La Sally juiciosa bebe té verde con hielo y unas gotas de limón.

Hank dijo que él tomaría lo mismo y abandonaron el comedor, con sus vasos en la mano y sin prisa. Sally sentía una creciente reticencia a regresar a la pequeña reunión por la boda en la biblioteca del complejo hotelero. El escenario para la ceremonia junto al lago se montaría al día siguiente, así que el ensayo dentro del edificio de aquella noche era un mero simulacro. Sally conocía su papel. Lo había visto muchas veces en las películas y leído en docenas de libros. La Sally juiciosa se quedaba mucho tiempo en casa. La Sally alocada no podía salir a jugar hasta que su inestable cuerpo alcanzaba a su servicial espíritu. Y, ya que ambos se encontraban trabajando en tándem últimamente, ella iría donde su espíritu la impulsara.

—¡Mira!

Señaló una ventana, agarró a Hank del brazo y lo sacó al enorme porche. Una hilera de jinetes estaba pasando bajo las farolas del jardín, de camino a los pastos más abajo del hotel.

—¿Qué tal fue el paseo? —gritó Sally.

—¡Precioso! —respondió uno de los jinetes—. Hemos ido hasta lo alto de Pico Harney.

—Subamos mañana —le sugirió Sally a Hank—. Montas, ¿verdad?

Se giró hacia los jinetes.

—¿Dónde habéis conseguido los caballos?

—Los traemos nosotros. Somos un club.

—Pero hay un establo cerca que los alquila —dijo la última jinete de la fila—. Pregunta en recepción.

Sally miró a Hank.

—Podríamos ir muy temprano —dijo y se volvió hacia los jinetes—. ¿Cuánto tiempo se tarda?

—Todo el día.

Sally frunció el ceño.

—Apuesto a que podría hacerme con los programas y cambiar la hora. El lago está precioso a esta hora del día. Vaya, de la noche —dijo y señaló a la luna sobre los pinos—. Mañana estará llena. Imagínate a Annie con su vestido blanco, y a Zach… bueno, él irá de negro, pero ¿puedes verlo? ¿La luz de la luna sobre el lago?

—Sí. Es muy bonito.

—Ellos no nos necesitan. Ni siquiera se darían cuenta. Mira.

Lo agarró de la mano, le llevó al final del porche y señaló los ventanales que dejaban ver el ensayo en la biblioteca.

Sally vio a los sobrinos de Zach examinando las estanterías que flanqueaban la chimenea de piedra. Zach estaba charlando con su hermano, Sam. Annie y el pastor estaban repasando unos papeles.

—Mi hermana pequeña se casa mañana —susurró Sally.

Le resultaba difícil de creer. La ventana bien podría ser una pantalla de cine, excepto que ella conocía a aquellas personas y que estaban haciendo algo de lo que llevaban meses hablando. Estaba sucediendo: la hermana pequeña de Sally iba a casarse.

—Mañana no repararán en nadie más que en ellos dos —dijo ella dando un apretón a la mano de Hank—. Hagámoslo.

—¿El qué?

—Mañana. Subamos a caballo a lo alto de Pico Harney.

—Zach es un buen hombre. No hay muchos como él.

—Ya lo sé —dijo ella riendo—. Pero me encanta el olor a caballo por la mañana.

Él se rió también y fue muy agradable. Y todavía mejor cuando fue él quien la tomó de la mano y la condujo al interior del hotel como si estuvieran juntos en aquello, una unidad compuesta por dos partes uniéndose a un grupo de otras unidades compuestas por dos partes. A ella podía llegar a gustarle aquel hombre mucho más de lo que la Sally juiciosa permitiría normalmente.

La primera persona con la que se encontraron al entrar en la biblioteca fue el arrugado vaquero que conduciría a Annie al altar. Hoolie estaba apoyado en sus muletas, cerca de la puerta, y Sally le preguntó cariñosamente si el tobillo le molestaba de nuevo y si salía o entraba.

—Estaba pensando quitarme de en medio hasta que decidan lo que quieren que haga. Uno de los críos se ha tropezado con mi escayola y casi me la rompe.

—Ha sido un accidente, Henry —señaló un niño rubio bajando el libro que estaba leyendo.

—Qué bien oyen cuando quieren, ¿verdad? —murmuró el fibroso vaquero mirando a Hank y se giró hacia el niño—. Ya sé que lo sientes, Jim. No pasa nada. Todavía puedo cojear.

—Hank, éste es Henry Hoolihan, nuestro capataz.

—Llámame Hoolie —dijo estrechándole la mano a Hank—. Nadie me llamaba Henry desde que yo tenía la edad de Jim. ¿Quién lo ha sabido?

—Lo desconozco, pero está en el programa —contestó Sally—. Jim y Star son los hijos del hermano de Zach. Decid hola a Hank Caballo Oscuro, el médico de Zach.

Los niños saludaron y Hoolie se volvió hacia él.

—¿Médico?

Hank miró la escayola de Hoolie.

—Trabajo en el circuito de rodeos como asistente del médico. Zach ha sido un cliente bastante fijo las últimas temporadas.

Los tres a la vez, fijaron su atención en la pareja que ensayaba su boda al otro extremo de la sala.

—Es un buen jinete.

—Lo era —apuntó Sally—. Dice que va a retirarse.

—El cuerpo tiene un límite. Algunos no saben cuándo dejarlo. Me alegro de que Zach no sea uno de ellos —dijo Hank y miró a Sally—. Sigue siendo un buen jinete.

—Zach nos encanta —dijo Sally con una sonrisa—. ¿Verdad, Hoolie? Me llaman. Acabemos con esto cuanto antes para que podamos comer. Y luego, a divertirnos.

Posó su mano en el brazo de Hank.

—Mantén el programa a mano. Teníamos planeada una aburrida tarde, pero entonces has llegado tú y lo has alegrado. Muchas gracias.

—El placer ha sido mío.

Él miró la mano de ella en su brazo y luego la miró a los ojos y le susurró al oído:

—Tú sí que me has alegrado el día.

Sally sintió un cosquilleo en el cuello y acto seguido un glorioso escalofrío ardiente le recorrió el cuerpo. Se quedó inmóvil, a la espera de otro cálido aliento.

—¡Sally, te necesitamos!

Deslizó su mano hasta el puño de la camisa de Hank donde pudo sentir su piel curtida por el trabajo.

—Mantén ese pensamiento —le pidió.

 

 

Durante la cena, Sally desempeñó su labor de dama de honor paseándose entre la familia y los amigos. Sally y Ann llevaban toda su vida en el rancho Drexler, Dakota del Sur. Pero la familia se había reducido hasta ellas dos, junto con Hoolie, quien había ido a trabajar para su padre antes de que ellas nacieran, le había sobrevivido y se había ganado el privilegio de conducir a la novia al altar.

Y después había llegado Zach, quien había llevado a su madre, Hilda, y a su hermano, Sam, al terreno Drexler junto con la nueva esposa de éste, Maggie, y sus dos hijos. Pero los Beaudry habían construido su hogar en Montana y Zach había ido dando tumbos hasta que se había detenido en el rancho Doble D. La boda suponía la reunión de Zach con su familia así como su iniciación formal en el clan Drexler. Los Beaudry no ocultaban su alegría, ¿por qué iban a hacerlo?

Terminada su notoria labor, Sally se retiró a un lateral, donde Hank se había hecho con el puesto de observador, puesto que ella había llegado a conocer muy bien en los últimos años. Había tenido que acostumbrarse a eso, mientras que Hank parecía bastante a gusto allí. Tal vez él podría enseñarle algo. Había pasado de la mesa donde había cenado junto a Hoolie y Hilda a una zona para conversar cerca del bar. Cuando vio acercarse a Sally, se movió de un sillón de cuero a un sofá de dos plazas. Ella estaba invitada.

—Todos van a dar un paseo nocturno en camioneta —anunció ella sentándose—. Se supone que debo llevarte.

Él sonrió.

—Buena suerte.

—¿Estás preparado para otro momento aburrido?

—Estoy deseando que llegue —respondió él colocando su brazo en el respaldo del sofá—. ¿Y tú?

—No me apetece cambiarme de ropa. Cuando me quite ésta, será al final de la noche.

—Mañana es el gran día.

—Sí —dijo ella reposando su cabeza en el brazo de él—. Son buena gente, ¿verdad? ¿Por qué Zach ha estado tanto tiempo alejado de su hogar?

—No lo sé.

—Pero sí lo conoces lo suficiente como para dar fe de él.

—Así es —dijo él acercándosele un poco—. Cuéntame más sobre tu refugio de caballos. ¿Cómo lo mantienes?

—Recibimos algo de apoyo de programas federales. Antes de que mi padre muriera, el Doble D era uno de los ranchos de ganado más grandes del Estado y todavía mantenemos un pequeño negocio de vacas y terneros. También nos está permitido vender algunos de los potros de las yeguas salvajes.

—¿Hay mucho mercado estos días?

—Se venden muy bien si están por lo menos amansados. Y mejor aún si están domados. Pero el mercado fluctúa con el resto de la economía y ahora mismo es duro. Tengo un plan, pero lo he dejado en suspenso durante la boda.

—¿Por eso ellos no quieren irse aún de luna de miel?

Ella le lanzó una mirada de advertencia.

—No. Ellos no saben que estoy tramando un plan nuevo. Intentan retrasar su luna de miel porque no quieren dejarme… —dijo enarcando una ceja y sonriendo traviesa— para que me las apañe yo sola.

—Parece que tienes cierta reputación…

—Así era, pero no la he mantenido. Una reputación es algo que hay que cuidar, como un jardín. Quieres que crezca lo suficiente para precederte.

—Excepto cuando te sorprenden con los pantalones bajados.

—Eso depende de la perspectiva de cada uno —dijo ella con una sonrisa traviesa—. No puedo hablar de la tuya, pero desde la mía, antes o después lograrás mi atención. Es mejor si no es antes. Los que la obtienen después suelen durar más.

Él sacudió la cabeza, recompensándola con una sonrisa.

—Eres una pequeña sabelotodo.

—Pero voy gustándote poco a poco.

—Ya lo veremos —dijo él cruzando la pierna más cercana a ella sobre la otra—. ¿No puedes contratar a alguien para ayudarte mientras ellos están de luna de miel?

—¿Estás buscando trabajo?

—Ya tengo dos —le recordó él—. Soy herrador y asistente de médico. Mis servicios están muy demandados en el circuito del rodeo.

—También serían muy útiles en el Doble D. Si tuviéramos a alguien como tú entre nuestro personal, Zach y Annie se marcharían de viaje mañana. O a más tardar, pasado mañana.

—¿De cuánta gente se compone tu personal?

—Cuatro personas contando a Hoolie. Tenemos voluntarios que trabajan con algunos de los caballos, pero muchos de ellos son adolescentes. La mayoría son de la reserva. Annie da clases en el instituto.

—¿Cuánto tiempo tenían planeado estar de viaje?

—Unas tres semanas. Pero entonces Hoolie se enganchó en una alambrada de púas y se rompió el tobillo —comentó ella incorporándose y con interés renovado—. No tendrías que estar aquí todo el tiempo. De veras. Podrías estar de guardia, localizable por teléfono.

—Por eso no pertenezco a ningún personal. Ya he estado ahí, he hecho eso y he descubierto que no me gusta estar de guardia. Cuando trabajas en un rodeo, estás ahí el fin de semana y punto. La paga es buena y puedes tener una vida.

—¿Haciendo qué? ¿Tienes familia?

«No he pasado nada por alto, ¿verdad?», se preguntó Sally.

—Estuve casado. Tuve un hijo. Murió.

—Lo siento mucho.

—Sí, yo también. Pero recuperé mi vida y no me faltan cosas que hacer.

—Tampoco a mí. El problema es el tiempo, ¿verdad?

—Seguramente no concibo el tiempo de la misma manera que tú.

«Y que lo digas».

—No mucha gente lo hace.

—Un día es un día. Lo llenas con cómo te sientes.

—Eso es interesante. Yo no podría haberlo dicho mejor. Justamente ahora, esta noche… —dijo ella estirando los brazos—. Me siento muy bien. Oye, estás sonriendo.

—Vas gustándome poco a poco.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ANNIE, qué guapa…

La hermana de Sally se apartó del espejo con los ojos brillantes como estrellas. Llevaba el pelo rubio peinado en un moño y recogido con una peineta incrustada de perlas y un velo que caía en cascada. El escote palabra de honor y el favorecedor corte del elegante vestido color marfil realzaban la belleza de la mujer que estaba allí de pie, superando los sueños que las dos hermanas habían imaginado durante años.

La fotógrafa hizo las fotos tranquilamente, permitiendo que el momento se desarrollara por sí mismo. Sally estaba anonadada. ¿Cuántas veces se habían vestido juntas y se habían dado el último visto bueno? Sally había ayudado a Annie a escoger cada una de las prendas del conjunto nupcial, había supervisado los arreglos y se había reído con ella recordando vestidos y fechas, medidas nuevas y gustos antiguos, los sueños infantiles. Y por fin todas las piezas se habían unido, dando como resultado una estampa que le llenaba los ojos de lágrimas. Ahí estaba: Annie era una novia de cuento de hadas.

Parpadeando furiosa, Sally le tendió el ramo con calas blancas, inspiró hondo y emitió un tembloroso silbido.

—Estás preciosa… Hoolie cree que puede ir a tu lado sin muletas, pero yo sé lo que es caerse de bruces delante de una multitud, así que creo que deberíamos ponerle mi bastón en su mano derecha cuando comience la música.

—Sólo son unos pasos. Y el más importante estoy a punto de darle—dijo Annie agarrándola de la mano y provocando un aluvión de fotos—. ¿Por qué estoy temblando así?

—Son unos pasos muy importantes.

La hermana pequeña estaba dando unos pasos fundamentales y Sally era la única Drexler que quedaba para apoyarla. Quería abrazarla, quedarse junto a ella un poco más, pero se conformó con apretarle la mano en lugar de echarse a llorar. Annie no iba a marcharse, pero la vida sería distinta una vez que estuviera casada.

—Me pregunto si él está nervioso. ¿Crees que estará temblando como yo? —dijo Annie y soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza—. Probablemente no. Él es un vaquero. Monta… solía montar toros para ganarse la vida. ¿Qué es una pequeña boda?

—No hay bodas pequeñas —dijo Sally, hablando desde su experiencia viendo la televisión—. Según el número de invitados, es una boda pequeña. Pero para mí es muy grande.

—Lo sé. Es culpa de Sam.

—No estoy pensando en dólares. La fortuna del hermano de Zach pertenece sin duda a la categoría del dinero que, tan rápido como llega, se va. Y, ya que hay tanto, ¿por qué no disfrutarlo? Yo me refiero a algo grande, importante. Ésta es tu boda y para mí significa un mundo.

Sally tocó la sencilla gargantilla de perlas de su hermana. Había sido de su madre, a quien Sally veía claramente en los ojos grandes y dulces de Annie, en su boca de piñón y en su delicada barbilla. Sally se parecía más a su padre, pero era quien recordaba mejor a su madre. Sally era quien conservaba los recuerdos de los Drexler.

—Me alegraré cuando todo haya… —comenzó Annie y ladeó la cabeza—. No, ya estoy contenta. Estoy lista. Me siento muy guapa. Y tú también lo estás, Sally.

Annie hizo girarse a su hermana para que el espejo les mostrara un retrato diferente a cualquiera que se habían hecho antes. Eran una grande y enérgica, otra menuda y dulce. Una, lista para ir la primera y la otra, contenta de seguirla.

—Te quiero mucho —susurró Annie y Sally no lo dudó.

Sally no estaba resentida de que su hermana se le adelantara al casarse. Se sentía muy guapa con su vestido azul de gasa, un conjunto de collar y pendientes con ópalos regalo de Annie, y fragantes gardenias en el cabello. Pero se sentía insegura: Annie iba a dar un gran paso, ¿dónde la dejaba eso a ella?

—Y yo a ti —dijo mientras le apretaba de nuevo la mano—. Para no estropearnos el maquillaje, considérate besada.

—Sabes que no vas a perder una hermana, ¿verdad? Estás ganando un hermano. Y no vamos a irnos a ningún sitio. Somos socios y somos familia. Y vamos a…

—Llegar tarde a tu boda. De veras, estoy bien —aseguró ella enfática—. Mírame: sin bastón y sin dolor.

«Disfrútalo conmigo mientras dure», pensó mientras ahuecaba el velo de Annie.

—Hoy es tu día, cariño. Respira hondo. Tu hombre está ahí fuera esperando y sí, seguramente temblando tanto como tú. Cuando os toméis de la mano… dime lo que se siente, ¿de acuerdo?

Sally sonrió mientras parpadeaba rápidamente porque no quería llorar.

Annie asintió al tiempo que retiraba su mano, la acercaba a un ojo de Sally y le enjugaba una lágrima.

 

 

Unas columnas de granito cerraban el extremo más alejado del lago azul cristalino, el fondo perfecto para un arco hecho a mano con ramas de sauce y adornado con una profusión de flores. Los invitados estaban sentados en sillas blancas de tijera. La sobrina de Zach abría el cortejo, lanzando puñados de pétalos de rosa blanca sobre un camino de agujas de pino frescas. Sally la seguía, marchando al paso dede la música del cuarteto de cuerda. Tan guapo y relajado en su esmoquin negro como cuando llevaba sus vaqueros gastados, Zach esperaba a la novia. Su hermano, Sam, un poco más alto, un poco más moreno, un poco menos tranquilo, parecía un centinela supervisando sus labores. Hija, hijo, esposa, madre, hermano… Sam observaba a todos y cada uno. Claramente, era quien cuidaba del clan Beaudry. «Qué gracioso», pensó Sally. «Ésa es Annie, no yo».

Antes de que le diagnosticaran esclerosis múltiple, Sally había sido la que buscaba, la que hacía, la que asumía riesgos. Se preocupaba apasionadamente, pero nunca había tenido cuidado. Ése era el papel de Annie. La cuidadosa, generosa, desinteresada Annie.

Sally se detuvo ante el pastor y miró al novio a los ojos. «Sé bueno con ella, Zach. Sé el hombre que ella se merece», pensó y se retiró a su asiento. Sintió cómo Annie daba un paso adelante y llenaba el espacio que Zach y ella habían dejado para ella, pero no pudo girarse para ser testigo de cómo Hoolie le entregaba su mano a Zach. Le bastó con ver el movimiento por el rabillo del ojo.

Estaba sucediendo. Annie estaba entrelazando su vida con alguien nuevo, convirtiéndose en pariente de alguien más. Sally sujetó dos puñados de flores en sus manos mientras escuchaba cómo se intercambiaban promesas idénticas con voces que se complementaban la una a la otra de una manera que ella no había oído antes. Era un sonido puro y una verdad simple. Annie y Zach estaban hechos el uno para el otro.

Y se pusieron en pie a la vez, agarrados de la mano, mientras Hank tocaba la guitarra acústica y cantaba una canción country de amor con una voz grave y envolvente que parecía hecha para ello. Había dicho que su regalo era su canción, y cantó para la pareja como si nadie más estuviera allí y cada nota, cada palabra, hubieran sido escritas sólo para ellos. Sally estaba encantada. Su bella hermana, su nuevo hermano, la música y el hombre que la creaba… quería absorberlo todo y mantenerlo vivo en su interior de una manera que una cámara de vídeo nunca podría hacer.

Al final de la canción, Hank dijo:

—Bésala, Zach.

Y eso hizo, entre gritos de alegría de amigos y familia, que los rociaron de pétalos de rosa blanca conforme recorrían el pasillo central. Los invitados les siguieron cuesta arriba entre pinos y los violinistas tocaron música alegre al final de la fila. Cuando la comitiva alcanzó el camino de entrada al hotel, Zach subió a la novia en brazos y la llevó hasta el porche principal, donde la dejó en el suelo y la besó de nuevo. Las mujeres suspiraron. Los hombres vitorearon. Los sombreros vaqueros volaron por el aire.

Annie y Zach estaban casados.

 

 

—Eres un hombre con suerte —dijo Sally elevando su vaso de agua con gas a modo de brindis.

—Lo sé —respondió Sam rodeando con el brazo a su nueva mujer, Maggie—. Hace tiempo que gané la lotería.

Maggie lo miró.

—¿Hace tiempo?

—Confié en ti y gané una familia al completo.

—Creo que Sally se refiere a que te ha tocado la lotería de verdad —señaló Maggie—. Es una locura. A la gente normal no le pasa.

—Bueno, fue complicado —comentó Sam—. Era el boleto de la madre de Star, nuestra hija, pero falleció antes de poder cobrarlo. De hecho, creímos que se había perdido en el accidente de tráfico, pero apareció, como si…

Hizo un gesto con la mano como si le faltaran las palabras.

—Milagrosamente —intervino Maggie.

—Por decirlo suavemente —dijo Sam—. Ya ha transcurrido un año, pero todavía no me parece real. Estamos intentando gestionarlo juiciosamente. Sin volvernos loco. Queremos usar una parte para vivir, regalar algo y asegurarnos de que queda suficiente para los hijos. Nunca he conocido a gente rica, ni he creído que me gustarían demasiado.

—No va a dejar su empleo —señaló Maggie.

Sam rió.

—Ni ella tampoco.

—Ahora estoy a tiempo parcial, pero nuestra pequeña clínica necesita enfermeras y yo soy buena. Acabamos de trasladarnos a una casa que hemos construido en tierras de Sam. Es un lugar fabuloso —dijo Maggie haciendo un amplio gesto con la mano—. Parecido a esto, pero el lago es más pequeño y las montañas más grandes. Tienes que venir a visitarnos.

—¿Dónde está Hank? —inquirió Sam, buscándole por encima de las cabezas de los invitados—. Ese hombre sabe cantar. Casi ha matado a mi hermano con esa canción.

Sonrió a Zach.

—No se habrá marchado todavía, ¿verdad?

«¿Verdad?». Sally abrazó a su nuevo cuñado.

—¿Dónde está Hank?

—Os contaré un secreto acerca de él: no le gustan los cumplidos. Hace lo que tiene que hacer y luego desaparece durante un rato. Una vez cantó en un funeral de un jinete de toros cuyo coche se había estrellado. Hank conmovió a todos y luego desapareció. Lo encontré jugando con Phoebe —comentó y miró hacia la balaustrada del balcón—. Está por aquí.

—Hola, vaquero.

Annie se unió al grupo entrelazando su brazo con el de su nuevo marido y sonriéndole henchida de felicidad.

—Llévame lejos de aquí.

Una mirada al cielo ayudó a Sally a comprobar que la luna aún no había salido. El sol se había escondido tras los árboles, pero todavía había luz de sobra para buscar en los jardines. No tuvo que ir muy lejos. Encontró primero a Phoebe. La perra la saludó con un amigable ladrido, y el hombre la siguió, emergiendo de un pinar cerca de una mesa de picnic. Llevaba la chaqueta sobre un hombro, las mangas de su camisa blanca enrolladas hasta el codo del antebrazo, el sombrero negro bien calado hasta la frente.

Sally rascó a Phoebe detrás de las orejas y en el proceso se manchó un poco de babas. Hank se palmeó en el muslo y la perra se inclinó. Y tras una señal de la mano, él logró que se sentara.

—Impresionante —dijo Sally.

—Está deseosa de obedecerme porque tú no estás tan atractiva como anoche. Si estuvieras chapoteando en el lago, no se despegaría de ti.

—¿Y tú?

—Lo único que no me parecía atractivo anoche era el agua.

—Has estado fabuloso —alabó ella y vio la mirada inquisitiva de él—. Hoy. Tu música. Tocas de maravilla y cantas como…

—Gracias —le cortó él y se quitó la chaqueta del hombro—. Es una bonita canción.

—Es una canción adorable. Perfecta. Creo que no la había oído nunca.

—Venga ya, seguro que te gustan las Dixie Chicks. He tenido que cambiar un par de palabras para que funcionara.

—La has hecho tuya. Y de Annie y Zach. Será su canción a partir de ahora. Qué buen regalo, Hank.

Sintió un repentino frío, y se abrazó y frotó los brazos desnudos.

—Creo que le estás dando demasiada importancia, Sally —bromeó él mientras le ponía su chaqueta sobre los hombros.

—En absoluto. Yo no soy ninguna exagerada. En todo caso, me estaba quedando corta. Mi hermana pequeña acaba de casarse, Hank. Si yo pudiera cantar, habría…

Se colocó bien la chaqueta y comenzó a balancearse.

—¿Sabes qué? Puedo bailar.

Dio un par de pequeños pasos, añadió un giro lento y luego un par de pasos más entusiastas y otro giro rápido.

—Puedo bailar. Puedo…

Perdió el equilibrio, se tropezó y aterrizó sobre dos fuertes brazos.

—Tiendo a volverme torpe cuando me emociono. Tan sólo necesito un compañero fuerte.

Pudo apreciar los bíceps de hombre trabajador de él conforme se sujetaba para ponerse en pie y captaba la mirada de él, quien se había dado cuenta de lo que ocurría. Él creía que había sido un batacazo.

Ella sonrió.

—¿Qué te ha parecido?

Él se tomó su tiempo en ayudarla a erguirse, sonriendo de medio lado.

—¿Qué tal si yo canto y tú bailas?

—No han preparado esto muy bien. El padrino está casado. ¿Qué diversión supone eso para la dama de honor?

Él se inclinó para recoger su chaqueta del césped.

—¿Qué tipo de diversión estás buscando?

—Del tipo «suéltate la corbata y quítate los zapatos». ¿Y tú?

—Si empiezo a quitarme más prendas, la fiesta habrá terminado —dijo él poniéndole de nuevo su chaqueta sobre los hombros—. Me bastaría con una buena comida y un poco de música.

—Del tipo tranquilo… Un desafío siempre es divertido —dijo ella, y se colgó de su brazo e hizo un amplio gesto hacia el hotel—. ¿Vamos? Van a servir la cena enseguida. Ahora mismo el bar está abierto y las copas son gratis.

—La barra libre acabaría con cualquier desafío si no tuviera a esta pesada huele alcohol conmigo.

La perra gimió e irguió las orejas.

—¿Lo ves? A Phoebe no se le escapa ni una. De ninguna manera voy a acercarme a una barra, así que guárdame un sitio en la mesa para cenar.

—Ya he redispuesto las tarjetas con los nombres. Igual que yo, tú tampoco bebes alcohol.

Ella le hizo caminar, tranquilamente. No tenía ninguna prisa.

—¿Te has planteado mi sugerencia?

—¿Qué sugerencia?

—Considéralo una especie de vacaciones trabajando. La tarea no es dura, es más bien un apoyo. Que estés por aquí con Hoolie y conmigo. Podemos ser muy divertidos. Y, según Zach, no tienes ataduras y en cierta forma tu horario es flexible.

Lo miró y sonrió brevemente.

—He estado preguntando.

—¿Por qué lo has hecho?

—Estaba completando tu currículum. A él no le he dicho que estabas pensando solicitar el puesto. Esto es algo entre tú y yo.

—Lo dices en serio.

—Por supuesto que sí. Quiero que la boda de mi hermana sea perfecta, y eso supone una fabulosa luna de miel —dijo y le apretó el brazo con intención de animarlo—. No sé cómo tienes tu horario flexible durante las próximas semanas, pero no tendrías que perderte ningún rodeo. Entra y sal cuando quieras, pero quédate con nosotros durante un tiempo. De esa forma habrá otro hombre por aquí y los recién casados no tendrán que preocuparse por nada.

—¿Es importante que haya otro hombre? ¿Debería preocuparme?

—No me pareces alguien que se pase el día preocupado.

—Siempre y cuando no me junte con alborotadores, no hay nada que me preocupe.

—Entonces, fuera preocupaciones —dijo ella y se echó a reír—. Yo no causo problemas. A veces me los encuentro, pero ¿quién no? ¿Tú?

—Últimamente, no.

—A lo mejor necesitas un poco de aventura en tu vida, Hank. Salir, probar cosas nuevas, conocer a gente. Me gusta abrirme mientras lo que hay fuera es bueno, pero siempre tengo cuidado. Hay que tener cuidado con lo bueno, ¿verdad? Buena gente, buenas ideas, buenos tiempos… hay un cierto equilibrio —dijo y agitó un dedo—. Si tuviéramos una emergencia, te llamaríamos.

—No hay nadie más loco que Zach Beaudry a la hora de arriesgarse el cuello, y puedes decirle que lo he dicho yo.

—Y él dirá que ha cambiado.

Ella se detuvo, se giró y le impidió el paso.

—¿Te lo pensarás? ¿Qué son tres semanas?

—¿Cuánto tiempo tengo para pensármelo?

—Unas tres horas —dijo ella abrigándose más con su chaqueta—. ¿Tienes caballos? Podría pagarte con ellos. A la manera india, ya sabes.

—Sí, conozco la manera india. Pero tú estás hablando a la manera de Sally y yo me muevo a la manera de Hank. Buen intento —dijo él y sonrió—. Me gusta tu forma de nadar.

—Baila conmigo esta noche y nadaré contigo después.

—Eso me parece muy atrevido y no demasiado cuidadoso —señaló él rodeándole los hombros con un brazo—. Admito que me siento tentado a lanzarme a ello.

 

 

Por lo general, a Hank no le gustaban las grandes fiestas, pero la boda de los Beaudry estaba resultando muy agradable. Con ternera para cenar y la perspectiva de Sally como postre, accedía alegremente a soltarse un poco el cinturón primero y dejar sus botas bajo la cama de ella después.

Ella había dicho en serio lo de cambiar su asiento. Había renunciado a su lugar en la mesa de los recién casados, supuestamente para que el padrino pudiera sentarse con su mujer. Luego, había agarrado a Hilda Beaudry y había asentido hacia Hoolie y Hank, que estaban sentados en una mesa lateral y habían empezado a comerse el pan. Era un buen escenario. Hank no se atrevería a decir dónde se imaginaba Hoolie que dormiría aquella noche, pero en secreto le deseaba lo mejor que pudiera conseguir. Hilda desde luego estaba disfrutando de su compañía.

—Es una pena que no puedas bailar esta noche, Hoolie —dijo la mujer, sinceramente apenada.

Hoolie rebuscó en todos sus bolsillos.

—Este traje tiene demasiados escondrijos. No sé adónde ha ido a parar mi navaja. ¿Tú tienes una, Hank? Voy a cortarme esta maldita cosa.

—Nada de desnudarse aquí, Hoolie —dijo Sally, guiñándole un ojo a Hank—. Espera a que estemos de nuevo en casa.

—¿Es ahí donde escondéis a todos los del Doble D? —inquirió Hank observando la sala—. Porque no he visto a ninguno entre esta multitud.

—Yo me refería a la bota de momia que llevo en el pie —gruñó Hoolie.

—¿Cuánto tiempo hace que la llevas? —preguntó Hank.

—Cerca de un mes.

—Cerca de una semana —intervino Sally.

—Lo siento, Hoolie. Aún te queda mucho.

—Me he roto un ala antes. Dos veces —dijo Hoolie batiendo su brazo doblado—. Pero nunca una pierna. Eso sí que le corta el vuelo a cualquiera.

—Pediré la canción Pajaritos por aquí, pajaritos por allá —prometió Hilda—. Cuando la madre del novio y el padre de la novia están solteros, se les concede uno de esos bailes estrella. ¿Verdad, Sally?

—Por supuesto. Nosotros creamos nuestras propias reglas. ¿A que sí, Hoolie? Creo que he encontrado a nuestro canguro —le dijo y sonrió a Hank—. Casi he convencido a Hank.

—¿Qué tipo de canguro? —preguntó Hoolie frunciendo el ceño.

—Del tipo que parece que puede mantener a los ratones a raya mientras los gatos se van a jugar. Hank es perfecto, así que ayúdame a que diga que sí.

Sally apoyó su mano en el hombro de Hank y dijo con voz suave:

—Vente al gran Doble D, donde los caballos corren salvajes y los vaqueros viven libres.

Hank soltó una carcajada.

—Así lo vas a conseguir…

—Claro que sí, queremos que esos chicos tengan su luna de miel —dijo Hoolie acercándose a Hank—. ¿Te gustan los caballos?

—Es herrador —dijo Sally.

—Creí que tenías algún tipo de título como médico junior.

—Soy ATS —respondió Hank—. Asistente de médico.

—Para gente, ¿verdad? ¿Y además puedes herrar caballos? —dijo Hoolie con una sonrisa—. Sin duda, tienes que venir a ver nuestro rancho. ¿Tienes algo de tiempo? Digamos…

—¿Tres semanas? ¿Ellos tampoco confían en ti para cuidar del rancho, Hoolie? —inquirió Hank.

—Lo harían si no me hubiera…

Sally palmeó a Hoolie en el pecho e indicó con la cabeza una figura panzuda con un enorme gorro de paja, apoyada en la puerta del comedor.

—¿Qué está haciendo él aquí?

Hoolie miró y dio un respingo.

—No lo sé.

—Annie pensó en invitar a los Tutan. Diplomacia del Doble D, dijo, pero después de lo último que él nos hizo, porque sé que fue él, yo dije que, o él o yo.

La mano de Sally volvió a posarse en el antebrazo de Hank, pero igual que Hoolie, ella estaba atenta sólo al invitado no deseado.

—Cortó nuestra verja —explicó—. Guardamos a los caballos viejos en un prado separado, y Tutan cortó la alambrada. Dijo que no lo había hecho, pero estaba claramente cortada, y así fue como Hoolie se rompió el tobillo.

—Eso fue culpa mía.

—Usamos unas verjas especiales para separar a los caballos jóvenes de los jubilados y los convalecientes. Esos caballos no rompen una alambrada de cuatro hilos sin ayuda —comentó Sally alejando su silla de la mesa—. Estoy segura de que fue una trampa. No sé si el objetivo eran los caballos o tú, pero sé que lo hizo para causarnos problemas. Y está a punto de conseguir uno.

—Contrólate, muchacha.

Las patas de la silla de Hoolie chirriaron en el suelo.

—Ahora no —añadió.

—No lo quiero cerca en la boda de Annie.

—Vamos —dijo Hank, poniéndose en pie—. Éste es el tipo de diversión que me gusta. No te preocupes, Hoolie. Seremos civilizados.

Sonrió mientras ayudaba a Sally con su silla.

—Pero no hay nada de malo en enseñar un poco las garras.

Tutan. El nombre retumbó en la mente de Hank cuando vio su rostro por primera vez. Se acercó a él al ritmo de Sally, que caminaba resuelta. «No hay prisa. Yo estoy al mando aquí». Su admiración por el estilo de aquella mujer crecía a cada momento que pasaba junto a ella. Y de pronto, allí estaba Dan Tutan. Para ella, su oponente en los permisos para las tierras. Para él, quien había sujetado a su padre de la correa. El señor Tutan.

—Vamos camino de Rapid City y hemos querido pasar a presentaros nuestros mejores deseos. ¿Os llegó nuestro regalo?

—Sí. Gracias, pero no deberías haberte molestado.

Nada de «hola» ni de «vete al infierno», pensó Hank decepcionado. Él había esperado cierto enfrentamiento.

—Llevamos mucho tiempo siendo vecinos, Sally.

El hombre con el rostro redondo y colorado se ajustó el sombrero, se subió los pantalones y se cruzó de brazos sobre su ancho pecho.

—Supusimos que nuestra invitación se había perdido en el correo.

—Annie quería que fuera algo reducido. Sólo la familia y los amigos más cercanos.

El hombre miró a Hank.

—¿Sólo amigos cercanos?

—Soy Hank Caballo Oscuro.

Nada de apretón de manos. Un breve asentimiento y su nombre eran más que suficiente.

—Conozco a Zach desde hace mucho.

—Caballo Oscuro… —dijo Tutan entrecerrando los ojos—. Tuve a un tipo con ese nombre trabajando para mí hace años. ¿Estaba relacionado contigo?

«Siga mirando, señor Tutan».

—¿De dónde era?

—No creo que de por aquí. Podría ser de Montana. ¿No es de ahí de donde proviene Beaudry?

—Así es.

—Me gustan aquellas tierras de los indios Crow. Muy bonitas. ¿Es usted de allí?

—No.

«No se bromea con la tierra Crow».

—Pero Caballo Oscuro es un apellido común. Como Drexler y Tutan.

—Ese tipo que trabajó para mí… hay algo…

Seguía mirándolo, ese maleducado bastardo. Pero sacudió la cabeza.

—No, si no recuerdo mal, él se parecía más a mí —dijo palmeándose la panza y riendo—. Y era un buen peón. Excepto cuando se dio a la bebida y acabó muerto no se sabe cómo. Era difícil de decir para cuando se encontró su cuerpo, pero dijeron que debía de haber salido a cazar. Es un deporte que no se debe de combinar con demasiado aguardiente. Qué tragedia.

Sacudió la cabeza de nuevo.

—Eso parece.

Hank lo miró sin apasionamiento, mantuvo un tono neutro y los brazos cruzados con los puños apretados.

—Tal vez ése no era su nombre. Pero sí que era algún tipo de Caballo —dijo Tutan y se giró hacia Sally—. Tienes buen aspecto. ¿Algún nuevo tipo de…?

—Estoy bien, gracias. Muy bien.