Invalidados por la cordura - Alfonso Espín Mosquera - E-Book

Invalidados por la cordura E-Book

Alfonso Espín Mosquera

0,0

Beschreibung

Ricardo Piglia ha escrito en Nuevas tesis sobre el cuento: «Todas las historias del mundo se tejen con la trama de nuestra propia vida. Lejanas, oscuras, son mundos paralelos, vidas posibles, laboratorios donde se experimenta con las pasiones personales» (2000, 124). Definen tales historias la cotidianidad, la vivencia, la experiencia; funcionan como mundos paralelos con respecto a la misma realidad, a la par que son ámbitos donde se puede apreciar lo que falta o lo que se ha perdido. ¿De qué manera los cuentos de Alfonso Espín Mosquera, reunidos en Invalidados por la cordura, enuncian lo dicho? Ante todo, abordamos un nuevo libro de cuentos de Espín Mosquera, tras diez años del primero, La corteza del tiempo (2011), por el que conocimos su trabajo literario, su estilo y su mirada sensible sobre la realidad ecuatoriana. Invalidados por la cordura es una nueva propuesta que contiene 31 cuentos de variado enfoque, de renovado brío, muchos de ellos conectados con lo que él conoce: la literatura costumbrista, esa que pinta el color de lo local, haciéndonos aparecer acaso personajes anónimos, ignorados por cualquier discurso establecido. En principio, lo que leemos son historias que reflejan mucho de su vivencia personal gracias a sus trajines por los pueblos y rincones de un Ecuador rural, campestre y, en cierto sentido, presente y a la par utópico, sin descontar, claro está, el mundo urbano, pero reflejado desde el lado de la soledad o del abandono.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 170

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



INVALIDADOS POR LA CORDURA

©Alfonso Espín Mosquera

ESTUDIO INTRODUCTORIO

©Iván Rodrigo Mendizábal

© Universidad de Las Américas

Facultad de Comunicación y Artes Visuales

Campus UDLA Park

Vía a Nayón

www.udla.edu.ec

Facebook: @udlaQuito

Quito, Ecuador

PRIMERA EDICIÓN: julio, 2022.

EDICIÓN

Susana Salvador Crespo

Coordinadora Editorial UDLA

CUIDADO DE LA EDICIÓN

Fabricio C. Rivas

Analista editorial UDLA

CORRECCIÓN Y ESTILO

Editorial El Conejo

ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA

Edgar Castellanos

DIAGRAMACIÓN

Editorial El Conejo

IMPRESIÓN

ISBN: 978-9942-779-56-4

Gracias por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra, sin la debida autorización. Al hacerlo está respetando a los autores y permitiendo que la UDLA continúe con la difusión del conocimiento.

Reservados todos los derechos. El contenido de este libro se encuentra protegido por la ley.

Previa a su publicación, esta obra fue evaluada bajo la modalidad de revisión por pares anónimos.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Estudio introductorio

Alzheimer

Pandemia

Manos de aire

Involución

Pisa de agua

Muñecos

Las judichas

Colonos condenados

Los desaparecidos

Finados

Los hijos de la música

Julián Pérez

Tumbado sabio

Viaje

Secuestro

El Martín

El cura Valle

Cafecito pasado

El reino de los ciegos

El maestro de capilla

El yumbo mayor

Vida coja

Los diáconos

Muerte súbita

La loca Duque

Los cazadores de Piñán

El pan de ayer

Los catzos

Mala cabeza

Monólogo

Motilón

ESTUDIO INTRODUCTORIO

Ricardo Piglia ha escrito en Nuevas tesis sobre el cuento: «Todas las historias del mundo se tejen con la trama de nuestra propia vida. Lejanas, oscuras, son mundos paralelos, vidas posibles, laboratorios donde se experimenta con las pasiones personales» (2000, 124). Definen tales historias la cotidianidad, la vivencia, la experiencia; funcionan como mundos paralelos con respecto a la misma realidad, a la par que son ámbitos donde se puede apreciar lo que falta o lo que se ha perdido. ¿De qué manera los cuentos de Alfonso Espín Mosquera, reunidos en Invalidados por la cordura, enuncian lo dicho?

Ante todo, abordamos un nuevo libro de cuentos de Espín Mosquera, tras diez años del primero, La corteza del tiempo (2011), por el que conocimos su trabajo literario, su estilo y su mirada sensible sobre la realidad ecuatoriana. Invalidados por la cordura es una nueva propuesta que contiene 31 cuentos de variado enfoque, de renovado brío, muchos de ellos conectados con lo que él conoce: la literatura costumbrista, esa que pinta el color de lo local, haciéndonos aparecer acaso personajes anónimos, ignorados por cualquier discurso establecido. En principio, lo que leemos son historias que reflejan mucho de su vivencia personal gracias a sus trajines por los pueblos y rincones de un Ecuador rural, campestre y, en cierto sentido, presente y a la par utópico, sin descontar, claro está, el mundo urbano, pero reflejado desde el lado de la soledad o del abandono. De este modo, pronto caemos en cuenta de que cuentos son un reflejo de una cotidianidad que presentimos va transformándose o acabándose inexorablemente. La voz narrativa es de quien, queriendo tomar distancia, al mismo tiempo parece conocer con detalle lo que dice: es la voz de alguien que evoca, aunque lo que narra no es necesariamente algo propio, sino lo que ha presenciado. Quizá se podría decir es una voz testimonial con un dejo de familiaridad que hace que los cuentos tengan un color muy particular.

El volumen, en efecto, tiene un variopinto vitral en el que hay rostros, voces, paisajes, incluso cosas tan nimias que al lector le ponen en el plano del deseo de conocerlas o tan siquiera de mirarlas por su simpleza. Invalidados por la cordura es un inventario de la realidad que, considerando la actual pandemia que nos avasalla, nos pone a recordar eso de lo que probablemente no éramos conscientes. Así, los cuentos que están contenidos en el volumen nos colocan ante algo distinto que, por causa de nuestra acelerada vida urbana, por la intensa rutina que tenemos frente al mundo moderno, hemos ido olvidando o soslayando: un mundo paralelo y las vidas posibles –tomando en cuenta la cita de Piglia– de lo externo con relación a las grandes ciudades, es decir, el campo o los pueblitos con sus personajes enigmáticos y hasta cierto punto familiares.

Consideremos, de este modo, inicialmente al tópico rural, el que no tiene que ver con el de la gran urbe. Allá está el relato, Pisa de agua que confronta el quehacer campesino con la fuerza de la naturaleza que todo lo inunda; o Colonos condenados, el cual expone hasta qué punto la tarea colonizadora de la selva puede tener consecuencias en el deterioro medioambiental, peor para los que se han quedado viviendo en las que antes eran tierras pobladas de naturaleza plena. Espín Mosquera comienza mostrando sus preocupaciones respecto a la vida con la naturaleza y cuánto ésta transforma al ser humano, lo que es distinto a la idea de que el ser humano domina el ecosistema.

Pero más allá de estas primeras impresiones, hay otros cuentos de temática rural o de ambientación en pueblos remotos, los que a la par transmiten la idea de que hay algo precioso y que se va olvidando allá, como es el caso de la comida, de las imágenes de personas pintorescas y de situaciones que ellas vivencian. Es el caso de Finados, que bien puede ser también un cuento que puede estar ubicado en el entorno de algún barrio suburbano y popular, cuento que es una mirada nostálgica al arte de hacer el pan en horno, más aún cuando en dicho contexto se piensa en una madre que sabe elaborarlo con gran gusto y paciencia. Otro es El pan de ayer, relato que nos ubica en Gonzanamá, allá en Loja, donde en algún momento vivió un panadero de quien se desea hasta hoy su pan. Y qué decir de Los catzos, el cual nos recuerda el ritual madrugador de cazar estos escarabajos para comerlos. Para quien no haya degustado estos insectos, probablemente el cuento sea misterioso, y para quien haya vivido tal ritual, seguramente disfrutará la sutileza de la narración.

Y siguiendo los senderos que trazan los relatos sobre la vida rural, pensemos en El reino de los ciegos –que quizá hace honor a ese ya clásico cuento de H.G. Wells, El país de los ciegos (2004) que además está ubicado en algún lugar de Ecuador–, el cual muestra que la vida de los invidentes puede ser tan buena como la de cualquier otro que tenga vista. Pero fuera de aquella vida, en Motilón se expone la relación entre campesinos de distinta nacionalidad; a la final, en el campo, ¿acaso todos no son iguales y comparten sin aspavientos sus experiencias? En El Martín, hay algo de extraño, porque la historia va más allá de una simple relación entre un niño y su borrego; el autor hace que pensemos sobre ese mundo de seres distintos y solitarios. Y en Los cazadores de Piñán, en referencia a una población de Imbabura, el autor nos recuerda que antes hubo cazadores y guerreros y que hoy son solo memoria. Pienso igualmente en Viaje, que muestra la fortuna de alguien que, de la nada, signado por el destino, termina siendo rico cuidando una finca.

Los personajes, quizá interesantes de la vida pueblerina o del entorno popular, para Espín Mosquera sean también los sacerdotes, los típicos curas. En El cura Valle el autor trata sobre la soledad, pese a que el protagonista puede tener una vida con su comunidad. En El yumbo mayor está la figura de otro clérigo, relegado por su carácter, quizá no querido porque es símbolo de un mundo cuyo ritmo es otro: hacer vibrar la vida. Los diáconos, por su parte, hace memoria de las tradicionales misas diaconadas, musicales y pueblerinas, las cuales hoy quizá sean solo algo de la fantasía. Nótese que un sesgo singular es la música.

Y con relación a este subtópico, Los hijos de la música es el recuerdo sobre un músico de banda de pueblo, el cual, pese a su sordera, sigue creando y haciendo que los tonos y los ritmos sigan vibrando en la atmósfera pueblerina. En El maestro de capilla se cuenta la historia de otro músico, incomprendido, lo cual no impide recordarlo.

Pero la cuestión de la vida rural, la vida no ligada a las dinámicas de la gran urbe nos lleva en el libro de cuentos, Invalidados por la cordura, a reflexionar sobre la vida misma, su naturaleza, su determinación. En Vida coja, por ejemplo, el autor hace que miremos en perspectiva el devenir de la vida. Y lo mismo con Muerte súbita donde se nos hace pensar que la vida siempre es efímera.

Cuando leemos estos cuentos pronto sabemos que otra de las preocupaciones de Espín Mosquera es eso: la vida transitoria, fugitiva, a la que tratamos de aferrarnos consciente o inconscientemente. Quizá el título del libro, Invalidados por la cordura, tiene esa intención de lograr que uno se cuestione qué es lo que la razón ha hecho que olvidemos, o que ignoremos. Cuando el autor postula a través de semejante título que la razón ha invalidado, ha cancelado, es eso que hasta acá he ido esbozando: nuestra conciencia respecto a hechos, a tópicos tal vez ordinarios, sin importancia. Para muchos el deterioro medioambiental es cuestión de los grandes poderes y de las transnacionales; pero ¿cómo cada ciudadano, cada persona, está contribuyendo para bien o para mal en tal situación? Y si eso no es un hecho que aún altere el sueño de muchos, quizá Espín Mosquera hurga algunas cosas nimias, aunque no por ello sin importancia: qué del pan que nos servimos, qué de la memoria de quien lo hace, qué de los que hacen música, qué de los que oran por nosotros… Qué de los mismos pueblos que se han transformado por distintas causas. Pero la gran pregunta es ¿qué de la vida misma?

En la gran urbe, en ese entorno donde vivimos y donde seguramente leeremos Invalidados por la cordura, es donde también tal pregunta se torna acaso misteriosa o terrible.

Digamos que fuera de los personajes urbanos que se perfilan siniestros hay otros que llaman la atención en Invalidados por la cordura. Con relación a tales personajes urbanos, están los ladrones que compiten en desgraciar la vida de los pasajeros en el transporte público –Manos de aire–; o unas mujeres que tienen el sino de las gorgonas y su maldición puede ser contagiosa –Las judichas–; o de matriarcas que aún creen viven en la época de la colonia –Secuestro–; o quizá de personajes que podrían ser entrañables, aunque no del todo, como esa mujer que le gusta conversar y conversar… –El cafecito pasado–; o ese peluquero y zapatero tan peculiar –Mala cabeza–. En el cuento Involución, la cuestión de la remembranza incluso es más importante cuando se visita la tumba de los seres queridos.

Y desde este último horizonte, el de la memoria o del recuerdo, aquellos cuentos que tienen una cierta peculiaridad, dados sus personajes que se deben comentar, están los que Espín Mosquera describe para hacernos conscientes de los que sufren algún trastorno; con ellos se trataría de mostrar justamente las aristas de la vida.

Es así como en Alzheimer estamos ante la evocación de una pareja; pero ¿quién recuerda y a la par trata de olvidar? A su vez, Muñecos parece ser el relato típico de la mujer que toda su vida ha ido coleccionando muñequitos para almacenarlos en las vitrinas de la casa; sin embargo, todo se dirige a otro horizonte, acaso de locura, ya que parecería que tales figurillas acosan a la dueña. En Los desaparecidos, el personaje es la suma de todos los locos. En el cuento Julián Pérez, que tiene como centro a un esquizofrénico, la cuestión es qué se oculta y qué se cuenta al médico. En La loca Duque, nos inquietamos con quién es el verdadero recluido en un centro psiquiátrico.

Nótese que en estos últimos cuentos parecería que la locura es el tema esencial, pero habría que decir que es más bien el juego de espejos –ese que en cierto sentido inquietaba a Jorge Luis Borges (1974, 814-815)– que permite que las cosas se vean de distintos modos. Y es allá donde nos damos cuenta de que, con estos cuentos, y tratando de hilar el conjunto de Invalidados por la cordura, lo esencial es eso que planteara antes: ¿qué supone la vida misma?

Antes de responder fehacientemente a tal pregunta, cabe mencionar un cuento de Invalidados por la cordura que es, a mi juicio, distinto, a la par que podría dar una pista del sentido general que envuelve al libro de Espín Mosquera. Se trata de Pandemia. Se puede pensar que este cuento ha sido escrito frente al dolor que la sociedad entera vive, impotente ante un virus y una enfermedad que, en efecto, ha cambiado todo a nivel mundial. He enfatizado que muchos cuentos nos conectan con hechos de la realidad, con cosas nimias, con situaciones y personajes acaso sencillos y por lo mismo sombras de un mundo en el que la velocidad, el consumo y el individualismo priman. Tales hechos de la realidad, sus situaciones, sus personajes interpelan nuestra memoria social. O en tono de Piglia, contados como historias, entretejen si bien las tramas de vida de sus protagonistas, a la par lo hacen con nosotros como lectores. Si he dicho algo de los cuentos –no para adelantar argumentos, tampoco para hacer interpretaciones acabadas, pues eso estará en manos del lector, en tanto este debe realizar ese acto que es clave en la lectura, el del lector in fabula, si tomamos las tesis de Umberto Eco precisamente de su libro homónimo (1993)–, es para denotar que aquellos se refieren a todas las vivencias posibles, a los mundos que, aunque paralelos, nos inquieren. El relato costumbrista, como el relato social, son laboratorios de comprensión de las pasiones diversas. Todos ellos tratan de mostrar la vida en oposición a la muerte. Pero en algún instante está presente la muerte y eso también lo intuimos en los cuentos del libro de Espín Mosquera, Invalidados por la cordura. Insisto en el título: por paradoja, este tendría la función de levantarnos de nuestra cómoda posición ante la vida. Es que nos acostumbramos a la cotidianidad, a lo habitual de la realidad; en este sentido, lo que imagina y nos hace reconocer el autor son las huellas de esa cotidianidad. Los mundos rurales están allá, con sus colores, olores, personajes, sus detalles. El paisaje con su aire frío o templado se parece a la evocación de uno que por fuerza de los años se transforma porque el ímpetu moderno nos lo hace olvidar. Contra ese mundo que aún lo presentimos no alejado ni muerto del todo, de pronto nos percatamos que habría que pensar la cotidianidad ahora como algo que se debe añorar, que se desea como algo necesario. El campo, ese mundo fuera de las grandes urbes ahora se nos antoja como utópico, anhelado. Porque lo otro, el mundo posible de la ciudad no tiene la pintura colorida ni el halo de candor: en este libro de Espín Mosquera, la ciudad está habitada por seres solitarios que intentan olvidar o, por culpa del olvido, por culpa de la memoria frágil, están en el límite, recluidos en ese otro lado de la cotidianidad mundana, una especie de mal que va minando sus espíritus. Para este mundo la vida posiblemente es fútil.

Piglia (2000) también ha escrito en el mismo texto citado al inicio de este ensayo: “Los relatos nos enfrentan con la incomprensión y con el carácter inexorable del fin pero también con la felicidad y con la luz pura de la forma” Alfonso Espín Mosquera ha hecho eso: narrarnos, conjuntando la luz de la forma y unos géneros sugerentes –porque en su libro hay cuentos de terror, alguno fantástico, y cuentos de carácter psicológico, incluso alguno que se nos antoja apocalíptico, la memoria de una felicidad que se va perdiendo y que, por paradójico que sea, la pandemia ha hecho que aflore con extrema significancia que nos interroga. Como se ha visto, están latiendo en sus cuentos la incomprensión nuestra de lectores o de seres urbanos de asuntos tan triviales, pero a la vez complejos y hermosos, como esos con relación al mundo rural o el mundo de lo popular. Y se ha resaltado que, en todos ellos, pese a que se hable de la vida, lo que los bordea es la muerte, figuración narrada en sus diversas formas.

Pero el que nos devuelve a estar en el lugar extraño en el que estamos, donde nos preguntamos sobre la vida misma es Pandemia. En este hay una voz omnisciente y con tono poético. A través de esa voz comenzamos a advertir un terreno yermo, una soledad angustiante figurada por las calles de la ciudad vacía. La vida está detenida, acaso desaparecida. Si quisiéramos responder a la inquietud sobre la vida misma, habría que decir, gracias a este cuento, que una es la vida deshabitada, la vida enferma –donde incluso queremos olvidar lo que alguna vez alguien nos acompañó, pensando en Alzheimer, y otra la vida que queremos volver a desear, la de la cotidianidad llena, la vida con amigos y amigas, con vecinos, con panes que se saborean, con músicas que se escuchan, con conversaciones interminables, a sabiendas que en esos recovecos iremos envejeciendo y muriendo paulatinamente, felices de haber vivido.

Iván Rodrigo Mendizábal

Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador

Lista de referencias

Borges, Jorge Luis. Obras completas. Buenos Aires: Emecé, 1974.

Espín Mosquera, Alfonso. La corteza del tiempo. Quito: Editorial El Conejo, 2011.

Piglia, Ricardo. Formas Breves. Barcelona: Anagrama, 2000.

Umberto, Eco. Lector in Fabula. Barcelona: Lumen, 1993.

Wells, H.G. El país de los ciegos. Barcelona: Acantilado, 2004.

ALZHEIMER

Vivo mis días pensando en la hora de tomar el autobús para viajar por los sesenta minutos eternos que me separan de ella y aferrarme a que tal vez recuerde algo de los dos, de los hijos que tuvimos, de las tantas veces que desayunábamos bien avanzado el día, con esos pancitos sabrosos y redondos que hacía gastándose hasta el último minuto de la tarde anterior. Tengo la esperanza de que posiblemente diga mi nombre, me reconozca y entonces no quepa la duda de que merecemos volver juntos a casa en esos buses de antaño, como cuando íbamos al centro y, recuerda, tú regresabas saboreando hasta que se acabe totalmente el último resto del café molido y pasado en presencia de los viandantes de la calle Oriente, que ahora es más vertical que nunca.

Toda mi ilusión se acaba después de ese beso diario cargado de temor en una de sus mejillas, que va en la decepción mil cuatrocientos sesenta, sin que sepas quién te saluda, ni digas mi nombre, ni preguntes por las semillas que germinaron en las macetas del balcón de nuestro cuarto y que se cargaron de flores que nunca sabrán que tú las sembraste.

Hoy, como nunca desde hace cuatro años, tan pronto me viste en el umbral de la puerta de esa habitación sin color alguno que te alberga, dijiste que por qué no he venido, sin recordar que ayer nomás fuera la última. Por un momento creí que los nubarrones que envolvieron tu mente, hasta hacerla olvidar todo, se habían disipado; pero inmediatamente los ojos desconocidos de tu cara preguntaron quién era yo y qué hacía ahí. En ese momento me senté en la silla de siempre, vacío y desvencijado, como hace un par de años en que dejé de explicarte quiénes somos, cuántos hijos tenemos, sus nombres, o de hablarte de las veces en que nos vencía el sueño juntos y no sabíamos en qué se quedaba la película inserta en ese reproductor que compramos los dos un sábado tarde y del que casi me olvido que sigue donde siempre: en la mesa en que poníamos las llaves.