Isidro Ignacio Icaza: un firmante del Acta de independencia - María Rosaura Álvarez Malo Prada - E-Book

Isidro Ignacio Icaza: un firmante del Acta de independencia E-Book

María Rosaura Álvarez Malo Prada

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Beschreibung

A partir de una firma que figura en el Acta de Independencia mexicana, y de la curiosidad que dio origen a una larga investigación, surge este libro que pretende reconstruir a un personaje apenas conocido; de entre todos los firmantes de dicha Acta, Isidro Ignacio Icaza Iraeta fue referido por la historia simplemente como el que había sido jesuita, y aunque fue prácticamente ágrafo -lo cual ha dificultado especialmente conocer sus inquietudes y su pensamiento- fue un ciudadano que pertenecía a la intelectualidad mexicana de su época. A partir de las siguiente páginas pueden seguirse los aspectos a los que Isidro Ignacio dedicó sus esfuerzos y su vida, y en cierta medida se pueden intuir los resortes que motivaron las distintas participaciones que tuvo en su convicción por contribuir a formar una mejor sociedad. Con un acento en la vida diaria y en la cotidianidad, este libro hace posible ver a Isidro Ignacio Icaza inserto en la historia de nuestro país en un momento de transición del que fue protagonista; al recorrer su vida, el lector puede adentrarse en una época que va desde el México virreinal en el que él nace, hasta la consolidación del México nacional, y conocer así a la generación de la que fue parte, a la que correspondió consolidar nuevas perspectivas desde el pensamiento de las luces y del criterio de la búsqueda la felicidad extendida todos los hombres. En su momento, fue en los integrantes de dicha generación en quienes recayó la responsabilidad de llevar al país a la vida independiente, y como consecuencia de ello se vieron en la tarea de impulsar el nuevo gobierno de México al proclamarse su libertad.

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Quedan reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción parcial o total,

por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito

de los legítimos titulares de los derechos.

Primera edición en papel, enero de 2019

Edición ePub: julio 2019

©María Rosaura Álvarez Malo Prada

© Bonilla Artigas Editores, S. A. de C. V., 2019

Galeana 111

Barrio del Niño Jesús

Tlalpan, C.P. 14080

Ciudad de México

[email protected]

www.libreriabonilla.com.mx

ISBN: 978-607-8636-14-3 (Bonilla Artigas Editores)

ISBN ePub: 978-607-8956-27-2

Cuidado de la edición: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial: Saúl Marcos Castillejos

Diseño de portada: Mariana Guerrero del Cueto

Elaboración ePub: javierelo

Hecho en México

Nota de la edición ePub: A lo largo del libro hay hipervínculos que nos llevan directamente a páginas web. Aquellos que al cierre de esta edición seguían en funcionamiento están resaltadas y con el hipervínculo funcionando. Cuando no se puede acceder a ellas desde el vínculo, por no estar ya en línea, se deja con su dirección completa: <http://www.abc.def>.

Contenido

Prefacio

La formación de Isidro Ignacio Icaza

Rasgos distintivos de la familia Icaza Iraeta

Una familia criolla novohispana

Elementos que lo formarían de niño: la familia

La muerte en el entorno familiar de Isidro Ignacio

Los espacios de la infancia, especialmente la casa en San Ángel

La opción sacerdotal

Capellanías

Entrada al Seminario en México

Familiar de honor del obispo Salvador Biempica

El Seminario Tridentino

Presencia en los ámbitos intelectual y sacerdotal

Los grados que obtiene en la Real y Pontificia Universidad: el estudiante destacado

El Colegio de San Ildefonso

Las cátedras

Otras actividades y participaciones dentro del Colegio

La Real y Pontificia Universidad

Miembro del claustro de la Universidad: consiliario y rector

Apoyos a la Real Universidad

Catedrático honorario jubilado

Comisario de Corte en el Tribunal de la Inquisición

Restablecimiento de la Compañía de Jesús: Isidro Ignacio Icaza, el primer novicio admitido en ella

Otras actividades de Isidro Ignacio Icaza: como parte del clero secular

Los espacios civiles de participación

La Junta de Caridad y Sociedad Patriótica de Puebla

La Junta Provisional Gubernativa

La firma del Acta de Independencia

El Acto de Jura de Independencia

La Junta Provisional Gubernativa y las participaciones de Isidro Ignacio Icaza

La Orden de Guadalupe

El primer Museo Nacional

Referencias

Archivos consultados

Bibliografía

Sobre la autora

Prefacio

Una firma en el Acta de Independencia de México y la inquietud alimentada por el parentesco con su autor han servido de pretexto para adentrarme a conocer a un hombre cuya vida ha sido poco estudiada. Entre el grupo de los firmantes de dicho documento lo identificaban simplemente como “el que había sido jesuita”1 y a falta de mayores datos quedó entre los menos reseñados por la historia de México. A partir de aquella firma, estas páginas pretenden reconstruir a un individuo para verlo inserto en la historia de nuestro país en un momento de transición, del cual, ahora sabemos, fue activo protagonista.

Isidro Ignacio Icaza Iraeta fue un ciudadano que pertenecía a la intelectualidad mexicana de su época, a pesar de ello y de su importante participación en el mundo académico, no dejó obras escritas, fue prácticamente ágrafo. Derivado de esta condición, se ha dificultado especialmente conocer sus inquietudes y su pensamiento, y ha sido un reto poder profundizar más en su vida. En el seguimiento de fuentes, algunos detalles marcados por su trayectoria hicieron posible rastrear nuevos datos y éstos a su vez aportaron más elementos para recuperar a este personaje que ahora es posible relatar con más detalles.

Es así que, aun sin testimonios de su pluma, la investigación que da origen a este libro ha hecho posible asomarnos a ver a un hombre particularmente activo en muchos ámbitos de aquella época tan compleja. En contraste con la historia de grandes relatos, a través de estas líneas puede seguirse a un patriota –quizá el menos protagónico de los firmantes de tan significativo documento– en su vida ordinaria, pues además de reseñar sus participaciones más destacadas, este libro busca mantener un enfoque que pone el acento en la vida diaria y en la cotidianidad, aspectos que en la escritura de la historia han sido revalorados como fundamentales para entender el pasado de forma más completa.

El doctor y presbítero Isidro Ignacio Icaza vivió durante la época de tránsito entre el periodo virreinal y el México nacional. Nació en 1783 en el seno de una familia perteneciente a las élites criollas de la Ciudad de México; su vida refleja las características de la sociedad a la que perteneció, que se muestran especialmente en la educación ilustrada de las últimas décadas del siglo XVIII, que tanto transformó a aquella generación en la que estuvo impresa una particular visión de lo social, de la participación y del involucramiento personal en contribuir a mejorar la realidad, y que, en el caso de Isidro Ignacio, le fue formada también desde el ambiente familiar a través del ejemplo de otros dos hombres de su tiempo: su padre y su abuelo, ambos con trayectorias muy reveladoras de aquella época.

Apenas referido por investigaciones que estudian un contexto amplio y que presentan grupos de personas más completos de los que él formó parte, lo que se ha escrito de Isidro Ignacio Icaza puede encontrarse, por un lado, en la obra del P. Gerardo Decorme, Historia de la Compañía de Jesús en la República Mexicana durante el siglo XIX, en la que se le menciona brevemente a partir de la presentación de un sobrino suyo que fue sacerdote jesuita hacia mediados del siglo XIX. Figura también en algunos estudios prosopográficos sobre los signatarios del Acta de Independencia,2 aunque en estos casos, a falta de más información disponible, el personaje que nos ocupa es apenas presentado con algunos datos generales de su trayectoria.

Quien se dedicó a investigar en particular y con más detalle la vida del protagonista de este libro fue Salvador de Pinal Icaza y Enríquez. Su investigación fue presentada en 1988, en una conferencia organizada por la Asociación Amigos del Museo, en el Museo Nacional de Antropología e Historia, que se tituló “El fundador y primer director del Museo Nacional (1825) Isidro Ignacio de Icaza e Iraeta (1783-1834) Firmante del Acta de Independencia de México”.

La estructura de este libro está planteada considerando los aspectos de la vida de Isidro Ignacio Icaza, tomando como base el orden que él mismo propone en sus Ejercicios literarios y méritos;3 estos sencillos documentos detallaban la trayectoria de personas del ámbito académico y eran elaborados por el interesado para acompañar una solicitud o completar un expediente. De ellos existen cinco versiones que corresponden a los años de 1805, 1811, 1816, 1818 y 1819. Lamentablemente la última relación de méritos que se conoce de Isidro Ignacio es justamente la de 1819, lo cual, para este caso, implicó nuevos retos para ampliar los horizontes y poder presentar los años restantes de su vida hasta 1834, año de su fallecimiento. Conviene aclarar aquí que las citas de los documentos referidos en este libro respetan la forma tal como están escritas en el texto original.

Ajustando un poco el contenido a este orden, los aspectos que se tratan a lo largo de cada apartado quedaron planteados según los siguientes temas: su formación personal y vida familiar, la trayectoria académica y sacerdotal, y las presencias en el ámbito civil. En cada uno de estos ambientes, el texto está orientado principalmente por las presencias de este individuo en distintas instituciones o en momentos particulares, fueran o no grandes ocasiones para la historia.

La esfera de formación de Isidro Ignacio se centra en la etapa de infancia y juventud, y presenta un entorno que busca mostrar las características de su familia y la cosmovisión del ambiente en que fue criado. A partir de algunos temas como la participación de los patriarcas de la familia en aspectos religiosos, sociales y de gobierno, los lugares donde vivieron, las personas que conocieron a los Icaza Iraeta y de algunos eventos de su infancia como la muerte de los miembros de la familia, se describe el escenario en que creció y se formó este personaje. Varios de estos elementos son conocidos a partir de su vida adulta; los capitales invertidos en las capellanías –cuyos réditos le son destinados desde pequeño para sostenerse como futuro sacerdote–, los bienes que heredaría o los testimonios de quienes conocieron a su familia y que participaron luego como testigos en los trámites que realizara para su probanza de limpieza de sangre fueron elementos que se concibieron en su familia paterna y que muchos años después estarían presentes en diversos momentos a lo largo de su vida.

Como parte de la educación de su juventud vemos a nuestro protagonista en los colegios más prestigiados de México y de Puebla, como un estudiante que fue notorio entre los jóvenes de aquella época, destacó de entre ellos desde sus primeros años, y merecería siempre las más altas calificaciones ocupando constantemente un lugar de distinción por encima de los compañeros de su generación. De su primera estancia en Puebla, a donde llega como “familiar de honor”4 del obispo Salvador Biempica, podemos inferir que fue un muchacho al que le tocó estar inserto en un círculo de individuos de ideas modernas y abiertos al pensamiento de las Luces, como lo fue el caso del mismo obispo o de su secretario José Mariano Beristáin; incluso le habría tocado conocer personalmente al arquitecto Manuel Tolsá, cuando fue llamado por estos hombres para iniciar varias obras en la ciudad angelopolitana, y después seguramente coincidirían en muchos espacios en la Ciudad de México.

En su momento, al optar por el ministerio sacerdotal, decidió también dedicar su vida al estudio y a la cátedra, y en estos aspectos tuvo un desempeño excelente y muy apreciado. A pesar de las muchas otras responsabilidades que tuvo, Isidro Ignacio no se separaría nunca de sus queridos colegios, manteniendo su presencia activa en ellos hasta su muerte. Su participación en el ámbito académico trasciende las aulas, pues en su momento se incorporó a los cuerpos de gobierno tanto del Colegio de San Ildefonso como de la Real y Pontificia Universidad de México y del Seminario Tridentino.

Como hombre de ideas ilustradas, formó parte de la Sociedad Patriótica de Puebla, una institución moderna, la cual, además de fomentar la formación en la doctrina cristiana y las escuelas de primeras letras, tenía un importante taller de dibujo que promovía las bellas artes con el estilo artístico en boga que se conoció en su época como “del buen gusto”, caracterizado por recuperar las líneas y temáticas clásicas. Su presencia en aquella sociedad constituye un eslabón para integrar –en la descripción de vida de este individuo– su pasión por las artes decorativas, aspecto que fue saliendo a la luz en la investigación de la que parte este libro al unir pequeños detalles y menciones en algunos documentos que lo refieren.

Por esta inclinación hacia el aspecto estético lo veremos involucrarse por su propia iniciativa en diversas ocupaciones en torno a estos menesteres; ejemplo de ello fue su solicitud para encargarse del arreglo de la capilla del Colegio de San Ildefonso –la cual se vio muy beneficiada con su involucramiento– y, no contento con eso, buscó y patrocinó varias mejoras que requería la fábrica del antiguo edificio; así mismo, se hizo cargo de forma vitalicia de la festividad de san Ignacio de Loyola que anualmente se celebraba en la iglesia de La Profesa. No fue raro que se implicara personalmente en la organización de algunos eventos de su época, como lo fue la preparación del programa decorativo para el día del restablecimiento de la Compañía de Jesús, o su participación en la comisión que coordinó los festejos del Acto de Jura de Independencia, preparado en la Plaza de Armas de la Ciudad de México. Se trató pues, de un aspecto del que puede decirse que era un apasionado al que dedicó su interés y su tiempo, y no escatimó en financiar con sus propios recursos, e incluso los de sus hermanos, las obras que eran necesarias en los distintos lugares por los que iba dejando su huella.

Isidro Ignacio Icaza fue parte de una generación a la que le correspondió consolidar en el mundo novohispano una serie de nuevas perspectivas a partir de los valores del pensamiento de las Luces, que propone como uno de sus ejes la búsqueda de la felicidad extendida a todos los hombres. En torno a este postulado surgieron en su época numerosas propuestas relativas al ordenamiento de las ciudades y a la regulación de los servicios y las instituciones; se promovieron las expediciones y la investigación científica para poner el conocimiento al servicio de todos y se formularon muchas otras iniciativas atendiendo a nuevos valores como el sentido del ser útil o la búsqueda de la comodidad, así como un sinfín de actitudes nuevas que fueron características de los individuos de aquella sociedad.

En su momento, fue en los integrantes de dicha generación en quienes recayó la responsabilidad de llevar al país a la vida independiente y como consecuencia de ello se vieron en la tarea de impulsar el nuevo gobierno de México al proclamarse su libertad. Isidro Ignacio Icaza fue escogido para formar parte de la Soberana Junta Provisional Gubernativa, por ser un hombre que podía contribuir a esta transición con sus virtudes y su talento, lejos de los intereses políticos de muchos de sus compañeros firmantes; en aquellos momentos, se le percibe como uno de los hombres que contribuyeron a mantener el equilibrio y la estabilidad que requería el proceso de transición, pues al leer las actas de aquellas sesiones, puede vérsele como parte de un reducidísimo grupo cuyos integrantes lograron mantener la consistencia de aquel gobierno temporal en el que se arriesgaba la continuidad del proyecto independiente debido a la volatilidad de los distintos intereses que surgían sin ton ni son entre los actores políticos que para entonces estaban vueltos hacia la integración del futuro Congreso.

Hacia los años en que se estaba consolidando la independencia vivía en Puebla, donde estuvo vinculado al templo del Oratorio de San Felipe Neri, que contaba con una oficina y taller cuya imprenta fue cedida para la impresión del Plan de Iguala. Fue entonces cuando se le llamó para integrarse a la mencionada Junta Provisional, lo precedían su fama y sus acciones por las que había sido conocido por la sociedad de la época: “una persona de luces, conocida probidad y otras circunstancias recomendables”.5

En el Acta de Independencia su firma figura prácticamente al final de todas y no tiene mayores referencias. En contraste, durante el periodo en que sesionó la Soberana Junta puede verse que permaneció con una activa participación en ella, no sólo a partir de sus intervenciones sino también por las actividades que desarrolló dentro las comisiones de las que formó parte –una de ellas la que en su momento se encargó de la organización del referido programa del Acto de Jura de Independencia cuyo singular montaje quedó inmortalizado en un óleo anónimo de aquella época.6 Como parte del grupo de estos “padres de la Patria” –como los llamó Iturbide– fue también uno de los individuos que en su momento fueron distinguidos como caballeros de la Imperial Orden de Guadalupe.

La trayectoria de Isidro Ignacio Icaza en el ámbito civil continuaría cuando se le encargó la fundación del primer Museo Nacional, colaborando así con el gobierno del México ya independiente, especialmente con la Secretaría de Relaciones Interiores y Exteriores, entonces encabezada por Lucas Alamán, de la cual dependería el nuevo museo. Se trató de una encomienda que abrazaría con ahínco y tesón a pesar de las vicisitudes y complicaciones por las que fue transitando y siendo determinante su activa participación para la consolidación del museo como una institución a la altura de la nueva nación.

Recorrer la vida de un hombre como Isidro Ignacio lleva al lector a conocer la transición desde el México virreinal en el que él nace, hasta la consolidación del país como nación independiente. Si bien no pretende este libro ser una rigurosa biografía ni un recuento de los hechos sucedidos en México durante estas décadas, sí busca presentar un enfoque de la historia que involucra la vida diaria de un personaje; desde esta perspectiva, quizá estás páginas ayuden también a revelar al individuo, a poder intuir los resortes o motivadores que activarían las distintas participaciones que tuvo, así como los gustos, intereses y demás aspectos a los que también dedicó sus esfuerzos y su vida, y que, aunque no figuran en ningún texto, pueden entreverse a partir del contenido de las siguientes páginas

Notas del prefacio

1 Lucas Alamán, Historia de México [2ª ed.], México, JUS, 1969, t. V, p. 31; y Vicente Riva Palacio et al., México a través de los siglos, t. IV, México Independiente (1821-1855), México, Ballesca y Compañía Editores, p.12.

2 El primer estudio es de Guadalupe Jiménez Codinach y fue publicado en 1996 en el marco del 175 aniversario de la declaratoria de emancipación con el título de “La Patria Independiente: 1821-1996” (se encuentra en Patricia Galeana de Valadés, México: independencia y soberanía, México, Archivo General de la Nación, 1996, 195 pp.). El segundo, de Manuel Cortina Portilla, presenta las semblanzas de estos hombres en su obra El Acta de la Independencia de México y sus signatarios, que fue publicada en 1997; y el más reciente, titulado Los firmantes, es de Fernando Muñoz Altea, publicado en 2014.

3 Los Ejercicios o méritos literarios fue un término con el que se designó a un documento de uso común entre quienes pasaban por los colegios y universidades, a partir del cual se describía la trayectoria académica personal de un estudiante, de un maestro o de un egresado de estas instituciones.

4 La palabra familiar, cuando se refiere a los obispos, se considera que “significa lo mismo que comensal en su sentido más lato, porque comprende también a los criados y a todos los que están al servicio y expensas de un prelado”; frecuentemente se ve, aun hoy en día, que en torno al obispo se integran como sus familiares otros sacerdotes, seminaristas y eclesiásticos que forman parte del círculo de personas de mayor confianza. André Michel, Diccionario de Derecho Canónico, tr. de Isidro de la Pastora y Nieto, Madrid, Imprenta de D. José de la Peña-Editor, 1848, t. III, p. 22.

5AHUNAM, Fondo del Colegio de San Ildefonso, Correspondencia, “Carta de Agustín de Iturbide a Isidro Ignacio Icaza Iraeta donde le encarga sea consultor del Colegio de San Pedro, San Pablo y San Ildefonso”, caja 101, doc. 525, exp. 84, 2 de febrero de 1822, f. 1r.

6La Jura de Independencia, óleo sobre tela, sin fecha, de autor anónimo, Colección del Museo Nacional de Historia de la Ciudad de México, INAH.

La formación de Isidro Ignacio Icaza

Rasgos distintivos de la familia Icaza Iraeta

En la Nueva España la familia representa un oasis para los individuos de la élite. Es en ella donde se promueve la continuidad de la sangre y el apellido. Es en ella donde se expresan los sentimientos de afecto, protección y solidaridad. Es en ella donde se cultivan las formas de vida, las costumbres, los valores, por medio de la educación y el ejemplo. Es en ella donde el individuo se recrea, expresa sus alegrías en los nacimientos, los matrimonios, los onomásticos, y las órdenes sacerdotales. Es en ella donde el individuo llora y padece ante la enfermedad o la muerte de un ser querido. Es en ella donde el individuo expresa y propone el amor a la patria, la fidelidad al rey y el temor y amor a su Dios.1

Una familia criolla novohispana

Isidro Ignacio Icaza nace en México en el seno de una familia que forma parte de las élites mercantiles criollas novohispanas de las últimas décadas del siglo XVIII, de la que han destacado diversos individuos desde entonces hasta nuestros días. Las características específicas de la familia Icaza Iraeta, si bien comparten rasgos con las demás familias de la élite novohispana, también tienen distintivos particulares que conforman su “personalidad”.

Se trata de una familia de comerciantes: tanto el abuelo de Isidro Ignacio, Francisco de Iraeta y Azcárate, como su padre, Isidro Antonio de Icaza y Caparroso, fueron individuos que empezaron sus fortunas desde muy jóvenes y llegaron a formar parte de una esfera económico-financiera de gran importancia para el mundo hispano, donde, a principios de siglo XIX, el comercio constituía uno de los capitales más fuertes y sería detonador de importantes inversiones y transformaciones de aquella época.2

Hombres resueltos y con una gran vitalidad, ambos de ascendencia vascongada, compartirían varias empresas juntos y, para el caso que nos ocupa, además de ser socios en términos comerciales transformaron sus lazos de amistad en vínculos familiares3 a través del matrimonio de Isidro Antonio de Icaza con la hija de Francisco de Iraeta, María Rosa, enlace con el cual se funda la familia Icaza Iraeta.

Los dos patriarcas tuvieron un papel fundamental para esta familia, pues imprimieron los elementos que dotaron de identidad a esta casa y cuya cosmovisión trascendería por varias generaciones. Don Isidro Antonio Icaza y don Francisco de Iraeta habían llegado a la Nueva España impulsados por la búsqueda de consolidar sus objetivos económicos, pero su establecimiento el México se transformó en una empresa de vida y en una forma de pensar y de actuar distinta que fue conocida por quienes vivieron en su época; si bien en México supieron ver una gran oportunidad para el comercio, también encontraron un espacio para la formación e ilustración de sus familias, a partir de lo cual adquirieron una conciencia e identidad particular de la que se deriva el compromiso por contribuir al desarrollo de la tierra y la sociedad que los acogió. Hacia finales del siglo XVIII las presencias de estos dos personajes destacan en varios espacios, corporaciones e instituciones del mundo novohispano en los que participaron activamente y desde donde pudieron influir en los ajustes y cambios que requería la sociedad en su momento.

Los Iraeta y los Icaza fueron familias conocidas en el mundo hispano. Por un lado, como es natural, a partir de sus relaciones con otras familias que pertenecían a esta élite y, en este mismo sentido, por sus lugares de residencia, tanto en la Ciudad de México como en San Ángel, donde fueron conocidos y queridos por sus vecinos. Por otro lado y de especial manera el entorno del comercio contribuyó a que ellos establecieran múltiples relaciones; baste pensar en los demás comerciantes con los que hicieran negocios, en sus frecuentes y muy diversos clientes, en las autoridades con las que tenían que ver e incluso los corresponsales que tenían en los puertos mercantiles tanto en América y Asia, como en la Península, con quienes –a pesar de su lejanía– podían tener lazos estrechos y de fuerte amistad.

Algunas muestras documentales de estos vínculos tanto en la Ciudad de México como en el mundo ibérico de entonces pueden leerse en documentos como los libros copiadores en los que dejara Francisco de Iraeta testimonio de su correspondencia, o en el expediente que presenta Isidro Ignacio Icaza para ser comisario de corte del Tribunal del Santo Oficio. En este último documento, el vasco Francisco Antonio de Santiago –natural de la villa aduanera y comercial de Balmaseda, que conoció a la familia por motivos del comercio– resume con su expresión la opinión que se tenía en la Ciudad de México sobre los hermanos Icaza Iraeta, asentando “que siempre ha oído nombrar con estima a los hijos de Icaza”.4

En el expediente de limpieza de sangre de Isidro Ignacio Icaza atestiguaron también, entre otros, individuos que conocían a los Icaza y a los Iraeta a partir de otros factores como el trato que tuvieron en las instituciones a las que pertenecían, por la cercanía y la convivencia entre vecinos y por la ya mencionada actividad comercial. Por ejemplo, José Rafael Iglesias, que vivía en San Ángel y había conocido y tratado a los Icaza como vecinos, conocía también de antaño a Francisco de Iraeta por motivos mercantiles; así mismo, dos montañeses que se expresaron excelentemente de estas familias fueron José Martínez Barenque –familiar de número del Santo Oficio y hermano mayor de la cofradía de San Pedro Mártir– y Esteban Vélez de Escalante –capitán del Regimiento del Comercio– quien a partir del intercambio mercantil formó con Francisco de Iraeta una amistad de más de treinta años. Otro caso que se puede mencionar es el del conde de la Torre de Cosío cuya excelente amistad con la familia había iniciado por los negocios que tenía con Isidro Antonio de Icaza.

Con el matrimonio de Isidro Antonio de Icaza con la hija de Francisco de Iraeta se fundó una nueva familia vascongada de este lado del Atlántico. Cuando este matrimonio fue tratado, fue “del gusto” de los distintos involucrados; algo de esto quedó escrito por la pluma de Francisco de Iraeta, que en su correspondencia refiere: “tengo tratado de casar a mi hija María Rosa, con su gusto, de su abuela y mío, con Ysidro Antonio de Ycaza, mozo de caudal y que merece la mayor atención en esta ciudad”.5 El casamiento se celebró el 2 de febrero de 1782 en la iglesia de La Profesa, siendo testigos el mismo Francisco de Iraeta y el padre Francisco Velasco de la Torre, del Oratorio de San Felipe Neri,6 recibiendo las bendiciones nupciales en la capilla de los Dolores en la portería de dicho Oratorio.

Isidro Antonio de Icaza y Caparroso y María Rosa de Iraeta y Ganuza tuvieron tres hijos: Isidro Ignacio, motivo de esta investigación, fue el primogénito. El segundo hijo, Mariano José, fue quien heredó en gran parte la empresa mercantil de su padre y consolidaría después el legado de su abuelo, Francisco de Iraeta, al casarse con una prima suya; y por último, Antonio, quien se dedicaría a la producción agrícola en sus haciendas de Puebla7 y al ámbito político participando en varios cargos en el gobierno de la ciudad y de la República.8

Isidro Ignacio nació el 13 de septiembre de 1783 y fue bautizado solemnemente tres días después en la parroqUIA de San Miguel en la Ciudad de México, el 16 de septiembre. En presencia del párroco, el arcediano dignidad de la Santa Iglesia Metropolitana le dio los nombres de Isidro Ignacio Mariano José Amado de Jesús.9 De la pluma de su abuelo Francisco de Iraeta queda testimonio de los momentos felices en los primeros años de fundación de esta familia, pues tuvo el gesto de comentar sobre el joven matrimonio a su corresponsal en Manila, cuando le platica en una carta: “ya tienen un niño con cerca de seis meses, muy robusto; lo pasan bien contento[s] y yo estoy de verlos”.10

Para este muchacho robusto el primer Icaza nacido en México y nieto primogénito de Francisco de Iraeta se pensó –cuando sólo tenía tres años– en la carrera eclesiástica. Con el acuerdo de los padres del niño, el abuelo Iraeta fundó una capellanía por cuatro mil pesos “para que a su título se pueda ordenar hasta el sacro ordenamiento Presbítero percibiendo sus réditos desde el mismo día para su alimento y fomento de sus estudios”.11 Se trata sin duda de una época donde las familias tomaban este tipo de decisiones de forma natural, obedeciendo a un sinfín de factores de tipo económico y social, pero también derivado de una particular cosmovisión religiosa.

Elementos que lo formarían de niño: la familia

Dos factores de orden antropológico marcarían –entre otros– la concepción de la familia para los Icaza Iraeta: por un lado, el precedente étnico vascongado, que se caracteriza por fomentar la cercanía y estrechez de lazos entre sus miembros a través de actitudes como la procuración de una permanente comunicación, la preocupación por los demás parientes, el fortalecimiento de relaciones a través de sociedades, compadrazgos, matrimonios, etcétera, y por otro lado, la situación de migración, que suele ser generadora de comunidades de apoyo y solidez para quienes sean procedentes del mismo país de origen. Ambos factores, que a simple vista son considerados como fenómenos sociales bien conocidos, se fueron convirtiendo en un modus vivendi y en una forma de comprender y explicar sus propias familias. Tanto Francisco de Iraeta como Isidro Antonio de Icaza a lo largo de su vida se entendieron a sí mismos en un contexto de familia fortaleciendo especialmente las redes intrafamiliares.

Un ejemplo de la forma en que se daba el fortalecimiento de estos vínculos hacia el interior familiar puede seguirse al revisar los compadrazgos que establece Isidro Antonio de Icaza cuando elige los padrinos de bautizo de sus hijos. Primeramente, los padrinos del propio Isidro Ignacio –su primogénito– fueron su suegro, Francisco de Iraeta, y Rosa de Argote, esposa de su hermano, Gabriel Icaza. Para sus siguientes hijos seguiría escogiendo a sus compadres dentro de la propia familia, siendo padrinos de Mariano, Margarita de Iraeta (su cuñada) y su hermano, Gabriel de Icaza, y de Isidro Antonio, Ana María de Iraeta (su cuñada también) y Gabriel de Iturbe. Con este mismo criterio de fortalecimiento de lazos intrafamiliares procedería años más tarde don Isidro Antonio, cuando bautizara a sus hijos del segundo matrimonio.12

La convicción de transformar y mejorar la realidad temporal fue parte de la comprensión y utilidad de su presencia en el mundo, que vendría desde sus antepasados quienes se involucraron por varias generaciones en instituciones políticas y sociales.13 Puede seguirse la trayectoria de sus miembros justamente a partir de los registros de participaciones de relevancia académica, económica, financiera o de gobierno, e incluso de donaciones piadosas y colaboraciones para el mejoramiento de sus espacios. Se trata pues, de una familia cuyos talentos están orientados al aspecto social, para lo cual tendrán una sensibilidad y empuje característico que, de manera natural, aún con el cambio de generaciones o incluso de países y continentes, les ha llevado a involucrarse en instituciones que tienen que ver con el ámbito de lo social: instituciones educativas y religiosas, sociedades gremiales, organismos políticos y de gobierno, etcétera.

Tal como ocurre hoy en día, estos espacios permitían influir en la toma de decisiones y eran lugares para el ejercicio del poder, aunque a diferencia de las instituciones actuales, era frecuente que estos cargos no tuvieran asignado un salario y en cambio requerían de una fuerte inversión de tiempo e incluso de recursos por parte de quienes los ocupaban. Derivado de su activa participación en estas instituciones algunas veces serán llamados a ocupar posiciones –ya por sus conocimientos, ya por su experiencia, o por su capacidad económica– y otras serán ellos quienes busquen estar en lugares que les permitirán promover y/o defender sus posturas, convicciones, creencias e incluso sus intereses comerciales y económicos. Estos cargos también representaban un lugar de reconocimiento social, que podía ser otorgado como un factor de distinción que se daba a algún ciudadano o miembro destacado de la sociedad.

Con todo y ello, estos patriarcas cuidaron personalmente la formación de sus familias a pesar de sus ya de por sí absorbentes actividades empresariales y sus actividades en las diversas instituciones. En medio de una época y sociedad en la que los varones solían estar ausentes de las cuestiones familiares, pero congruentes con su concepción de familia al estilo vascongado, fueron hombres cercanos a ella y que se ocuparon siempre de sus integrantes, gracias a lo cual imprimieron el sello de sus convicciones y de su concepción del ser humano en sus descendientes. En algunas cartas de Francisco de Iraeta, por ejemplo, refiere situaciones cotidianas sobre sus hijas o sus yernos, de quienes se expresa siempre con cercano cariño y los refiere a todos como hijos suyos.

Otro factor que contribuiría a la cosmovisión y formación de esta familia fue el pensamiento promovido por los jesuitas. La Compañía de Jesús tendrá especiales vínculos con las familias de origen vasco y derivado de ello sus descendientes serían candidatos naturales para acercarse a la formación ignaciana. Aun a pesar de la expatriación de los sacerdotes de la orden,

los parientes y allegados de los jesuitas expulsados, además de ingeniárselas para evadir la pragmática y ofrecerles ayuda en su exilio, mantuvieron con ellos correspondencia e intercambio de informaciones [...] Iraeta, por ejemplo, tenía un cuñado jesuita: Pedro Joseph de Ganuza, al cual apoyó económicamente durante su estancia en Bolonia, a través de sus corresponsales en Cádiz.14

Él mismo en sus cartas lo llama “hermano” y manifiesta el cariño y la apremiante urgencia por apoyarle en sus necesidades en este exilio.15

Para muchos integrantes de estas familias que estuvieron ligados a la Compañía de Jesús como exalumnos o vinculados por lazos de sangre con sus miembros la espiritualidad jesuita siguió siendo una forma de entender la vida en donde coincidían la fe y la razón, y finalmente, una manera de asumir y encontrarse en el mundo partiendo de un pensamiento abierto a la modernidad y a los tiempos de cada época. Esta comprensión integraba una profunda y exigente espiritualidad personal, y al mismo tiempo el compromiso de hacer un mundo propicio para el desarrollo pleno de las personas y la sociedad; se trata de un pensamiento que representa una honda convicción para quienes lo asumen como propio, quedando manifiesto en las actividades cotidianas, desde las más íntimas y personales hasta las que tienen una proyección y trascendencia social.