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Ivo Peruzzi es un empresario italiano quien llegará a la Argentina para cerrar negocios. Las mujeres caen rendidas a sus pies, pues el tano posee atributos perfectos. Al arribar a la tierra argenta la sociedad porteña lo apoda: El Rey Sol, debido a que se roba todas las miradas por ser un magnate en los negocios. Marla es una joven empresaria quien será la novia de este codiciado hombre. Ivo parece tenerlo todo: juventud, belleza y riqueza. Hasta que un día, cansado de la rutina empresarial, decide renovar el plantel de camareras de su casino en Puerto Madero. Lara es una joven pelirroja con una vida complicada. Cuando ambos se conocen iniciarían una relación tan apasionada como tormentosa. Ivo, no es una historia de amor. Es el cruel relato de una obsesión.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
Vale Sosa
Vale Sosa Ivo, la otra cara del amor / Vale Sosa. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3402-6
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
PRÓLOGO
Liguria
Atractivo
Ivo, el Rey Sol
Días venideros
Impulsivo
Depredador emocional
Pieza de ajedrez
Peruzzi Urban Residences
Desfile azul
Lara
La oficina nueva
La casa del olvido
Olas y cadenas
Daniel
Haciendo de las suyas
El café
Primer barrote
Él era un fabricante de mentiras…
Predestinada
Marla, de malas
El almuerzo frío
Marta, la tarotista
Asuntos pendientes
Buscada viva o muerta
El ritual de la masturbación
La última noche
Crisis de familia
Delirios y verdades
Rossa
Sol andaluz
Lunático
Maníaco
Era solo sexo
La contingencia del déspota
Perdiendo el control
Resquebrajado
Salomé
Marta y el tarot
Endiosamiento
La sala de espera
El narcisista al acecho
Un faro, no un puerto
Marte de Virgo
Rey sin corona
El sexo también estaba en el menú
Relato de un fracaso
Cristóbal
Princesa Hematomas
Propiedad privada
Fiesta Drag Queen
Promiscuidad malsana
Deplorable situación
Doblando la apuesta
Crueldad natural
La confesión
Persuasivo
Vivero
Un dron
Fuga disociativa
La apremiante pulsión del deseo
Relato de la otra cara de Ivo
El beso de conejo
Repulsivo
Lesivo
Período de autocuidado
Ellos, los famosos
Jugos corporales
El reencuentro
Punta del Este
Los indicios
La elección
La pasión de la Bombaiona
Elementos de riesgo
Caldo naranja
La llegada de Marta
Panes de ciabatta
Fiesta con los strippers
Extremadamente paranoico
Fiesta faraónica en el casino
Justicia por mano propia
Arcano XIII (LaMort)
Relato de un infierno
Cover
Table of Contents
Para Elisa, Oriana y al Siller Fans club por la buena onda.
La prosperidad del malvado no es más, que una prueba a la que la providencia nos somete, es como el rayo cuyos engañosos fuegos embellecen la atmósfera solo para precipitar en los abismos de la muerte a los desgraciados a los que deslumbran...
Marqués de Sade.
Hace más de un año, Fátima me solicitó la corrección de su novela. En este caso muy particular, no la corregí sola en unos días, como suelo hacer, sino que le propuse una clase semanal, en la que fuéramos corrigiendo y construyendo el texto, pasito a pasito (como dice esa conocida canción). Así, fuimos desgranando la trama de una historia de poder, venganza, asesinatos, violencia de género y relaciones tóxicas, y también, ¿cómo no?, de amores y de otros sentimientos humanos, como la lealtad, el compromiso, el amor filial. En síntesis, una temática (como buena temática que se precie), donde se manifiesta el yin y el yan. El personaje principal de esta historia es Ivo, apodado El Rey Sol, justamente por las connotaciones de estas dos palabras. Es rey: gobierna todo en su imperio particular y, como el sol, ilumina con sus rayos hacia todos los flancos, pero casi siempre sin efectos positivos, sino todo lo contrario, como el sol del mediodía. Este relato atrapante te irá presentando el entorno donde se desarrolla la noche porteña, y a los distintos personajes, que se irán relacionando entre sí, teniendo como centro de su universo a Ivo, quien irá moviendo los hilos, como un titiritero que maneja sus marionetas a su antojo (y el que no obedece a sus designios sufrirá las consecuencias). Una historia que no te dejará de sorprender y de cautivar, y en la que conocerás la otra cara del amor.
María Marta Arce, correctora literaria.
Su astro era el de todas las llagas abiertasbajo los rayos lunares, y difíciles de curar
(Valentine Penrose)
Ser indulgente, su característica ausente. Su naturaleza era ser implacable. Estaba rodeado por un halo carmesí, y era un misterio que no sería desentrañado por un simple mortal. Dominado por sus zonas bajas, incitado al placer por el constante flagelo de los íncubos sedientos, otorgándole manipulaciones sexuales sofisticadas que encendían la cama y ruborizaban la almohada.
Ivo, entidad semidivina, explosión de pirotecnia pura que derramaba sexo por cada poro de la piel. Él atravesaría tibiamente el umbral prohibido, dejando en su andar los portales de la devastación sexual. Ejecutaría danzas libidinosas, causando espasmos frenéticos en la privacidad de tu edén. Su soberbia inmutable era regida bajo el influjo de mercurio retrógrado, ocasionado cataclismo emocional que doblegaría tu confianza, fagocitando tus secretos, desde la improvisación de un acto carnal, que este Rey Sol denominaba “amor”.
Aliado de la belleza, ser simétricamente perfecto que solía ser irreal ante la visión humana. Este caballero de sangre azul, perteneciente a una dinastía de riqueza y poder, era su soberano, pero esta particularidad lo convertía en un ser ermitaño, que cabalgaba en la nocturnidad, para huir de un destino mortal.
El heredero plutócrata culminó de empacar y dejó, sobre la cama balinesa, pilas de maletas ordenadas pulcramente. Echó un hondo suspiro, mientras las observaba con distancia y detenimiento. Bolsos de cuero marrón… En su interior había pertenencias privadas de su amada Italia. Este país lo había visto crecer, y lo había dotado de cultura y riqueza aristócrata con rigor, entereza y finura de alguna época espléndida.
Recordó con picardía la pronta entrega con esa atractiva morena de cabellos ondulados. Las ropas cayeron para saciar la sed del cuerpo. Despidió lentamente a su amada Italia, con calor y sudor entre gemidos alocados de esa lindura europea.
Ivo abrió con sus manos los grandes ventanales. Quiso despedirse visualmente de esa ciudad rodeada por el mar azul. Bajo su mansión, había casitas apiladas, coquetas y coloridas, iluminadas por los foquitos aledaños. La noche era oscura, sin luna, y el tiempo era una ráfaga que provenía de la playa.
Deseó inspirar todo ese aire, congelar ese momento. La incertidumbre de arribar a un país que lo había engendrado, pero no lo había visto crecer producía estragos en su interior. En la ambigüedad de sus pensamientos, quería conquistar tierras ajenas, y dejarse llevar por hallar la verdad. Su madre lo había abandonado, y él deseaba hurgar esa herida para sanar. Entonces, sería implacable con quien se entrometiera en su búsqueda, aunque eso implicara desafiar a su padre.
Sería recibido por Marla, quien había organizado su hotel, el casino y las reuniones con los futuros inversionistas. Las fotos plasmaban una mujer tan bella como sensual; sería una gran compañía para instantes infames. El español no era problema: era un idioma de cuna. Las mujeres irían a él como abejas al panal, y la noche argenta sería seducida por su magnetismo inverosímil. Y, cuando Italia lo viera regresar, sus manos estarían repletas de verdad.
Tierra deseada, igual al deseo
(El nuevo mundo, de Lope de Vega)
Marla era muy buena para las relaciones públicas. Demostraba con soberbia cuán capaz era de liderar el lujoso Casino Milena, lo cual sumaba honores en su currículum empresarial. Era la estrella, quien siempre tenía un recto mando y no pasaba por alto ningún detalle.
Ese día soleado, todo cambiaría. Estaba angustiada, y esto era palpable, pues sus manos estaban humedecidas, y sus piernas se agitaban inquietas. Estaba esperándolo, al borde de un ataque de convulsivo terror.
Ese auto, que parecía de películas de mafiosos, había sido puesto a disposición del empresario. Lo esperaba escondida, pues una oleada de periodistas había llegado al aeropuerto. Esa mañana, todo cambiaría: el contexto no le era favorable. Su tarotista le había advertido que los signos eran un presagio, y nada debería ser tomado a la ligera.
Recordaba, días atrás, que había estado a cargo de la remodelación del hotel Peruzzi Urban Residences, cumpliendo con el dictamen de su jefe italiano. Organizaba su agenda para dar paso a reuniones, cócteles y eventos por realizarse. Esa vez, podía perder su prestigio social si hacía mal las cosas, y esto sería un fracaso en su vida. Ella amaba tener riquezas, vivir como una duquesa, pero temía perder esta esplendorosa condición.
Pensaba en sus arduas clases de italiano, en las exigencias de manejar al personal de una empresa muy demandante. Temía que ese hombre joven, europeo y bien puesto podía hacer peligrar todo lo que había logrado. Una sola falla, y estaría fuera. Suspiraba hondo, insatisfecha… Quería desaparecer, si eso era posible. Para mitigar su palpable ansiedad, se maquilló; su boca tenía un fuerte color carmesí, y sus mejillas, un rosado infantil. Se perfumó con la botellita extraída de su cartera: quería agradarle, causarle una buena impresión. Repentinamente, observó que una de sus medias de nylon tenía una pequeña pelusa. Entonces, se la quitó rápidamente.
Los reporteros hacían bullicio; sus voces la alteraban. Su estómago se retorcía, y las náuseas amenazaban su cuerpo. Los aviones despegaban haciendo un estruendoso ruido; las voces atormentaban su mente. Estaba a punto de salir de allí, sofocada por el ambiente, cuando vio que la puerta del auto que había observado se había abierto: era él. Maldijo en su idioma. Los guardaespaldas iniciaron una lucha con los reporteros.
Él gritaba, se limpiaba la ropa, como si de pulgas se tratase. Ella lo miraba estática. Era todo lo anunciado: bello, alto y muy europeo. Lo contemplaba impúdicamente; su interior femenino inició una especie de caldera que la incomodaba.
Ivo la miró. Ella era muy joven, casi angelical, y su piel era blanca como la nieve. En vez de ser cordial, se quejó.
—Perchè cazzo tante persone? [¿Por qué hay tantas personas?] —expresó enojado.
Limpiaba reiteradamente su ropa. Cuando el automóvil dio paso entre los transeúntes, estuvo más relajado. Pudo dejar de lado ese enojo, y se detuvo a observar a esa damita angelical. Era como una muñeca de otro siglo… rubia. Sus ojos eran extremadamente celestes. Ambos fueron envueltos por un sensual halo, y sus manos se estrecharon, causando espasmos en cada capa dérmica.
—Ivo, ¡benvenuto! —saludó, nerviosa.
Él se asemejaba a un dios griego. Grandes ondulaciones rubias, labios finamente marcados. Sus ojos plasmaban una leve heterocromía azul y verde. Él, como todo hombre de negocios, criado en una dinastía monárquica, besó tibiamente la suave y blanca mano de su dama, hasta el deleite. Las miradas contemplativas comenzaron. Ella apreciaba con placer sus rasgos físicos tras ese rostro serio y encantador. Tenía una sonrisa indefinida y una mirada impenetrable.
—Soy Marla, ¿entendés español? —Empezó a tocarse y arreglarse el cabello y la ropa. La extrovertida mujer dejó salir una muy bulliciosa risa.
—Sí, capisco, sono Ivo, sei bellísima! [¡Sí, entiendo, soy Ivo! Sos bellísima] —halagó encantado a su joven asistente.
Él le lanzó una mirada sutil, que acompañó con un gesto coqueto. ¡Él era perfecto! Lo vio como si se tratase de un recuerdo entrañable. Un rayo de sol se filtraba sobre su cuerpo, que vestía un traje oscuro con leves rayas blancas y, debajo, una camisa azul Francia, con su cuello sin abotonar.
—¡Organicé todo: ¡tú casino, el hotel y las reuniones! —Ella sentía nervios, inquietud hasta las últimas terminaciones nerviosas.
Ese hombre era super intimidante y exigente. La conversación se interrumpió brevemente, pues él tomó una actitud indiferente. Parecía ido: alejarse de su cuna italiana era tan duro… Ella se dio cuenta de lo que le ocurría. Con tibieza y dulzura, intentó suavizarlo. La bella mujer era tan persuasiva que lo regresó a la realidad con su suave voz— ¡Ivo! —llamó mientras aclaraba su garganta. Ivo inició un curioso paneo visual en ese cuerpo. Esa mujer era una bomba que debía activar. Era tan elegante que se destacaba de cualquier mujer cercana—. ¡Lo tendrás todo, estoy para vos!
—Sarebbe un piacere! [Será un placer]. —Dejó salir una coqueta sonrisa, que la enloqueció.
—Milena cuenta con una gran oficina; tiene un bar propio y juro por papá que tiene un excelente personal.
—Bene, mi fido di te! [Bien, confío en vos]. —Volvió a sonreír. Su cuerpo era iluminado por los rayos solares, que lo dotaban de un aspecto angelical.
—¿Estás bien? Sé que será difícil; me imagino salir de tu civilización para llegar a esta barbarie, pero estoy para vos.
Las miradas, al principio curiosas, se tornaron candentes. Él ardía, al igual que ella.
—Sí vabbè, faremo tutto a tempo debito. [Sí, bien, haremos todo a su debido tiempo].
Este gentleman italiano de rasgos afilados no era tímido ni discreto, pero solía escuchar más que hablar. Su vena pasional había iniciado un ritual, y la elegida era esa mujer argentina.
No era solo atractivo, era el encanto personificado. El asesino perfecto de las ilusiones
(Edgar Velázquez)
Sonaba Fade to Grey, de Visage. El skyline se desarrollaba como telón de fondo diurno. Él se despidió de varias mujeres. Allí estaba esperando una chance una mujer alta, de esbelta figura, de aspecto rebelde, a quien él contemplaba con suma devoción. Esa morocha estaba eufórica por tenerlo cerca. Se tomó varias fotos con el empresario del momento. Sus redes sociales se llenarían de imágenes de este codiciado hombre europeo.
La Rooftop Party finalizó; en ese jardín, rodeado de vegetación y luz natural, solo quedaban pocos. Ivo era un extraño, pero fue recibido como si fuera un dios. El evento era llevado a cabo para reunir a famosos y a empresarios exitosos. El Rey Sol —así era apodado— brillaba. Se robaba todas las miradas… hacía suspirar a cada belleza presente.
Marla deseaba un instante fugaz, perderse en ese hombre, conocerlo en la intimidad. Veía con recelo cómo intercambiaban números de celular, coqueteaban. Sentada en un largo sofá, observaba con devoción a su jefe: alto, un metro ochenta quizás, rubio sin exagerar, grandes brazos y ancha espalda. Recordaba ese primer contacto con él cuando se habían acariciado y había sentido una fuerte descarga de electricidad recorrer sus venas.
Repasaba visualmente sus manos grandes, venosas, y sus dedos largos y anchos, que lucían dos anillos: un dado dorado con pequeños apliques de rubíes y otro que tenía impresa la bandera de Italia. Lo veía reír junto a esa mujer alta, morena y muy mona. Ella era modelo de una agencia conocida, y no perdía el tiempo sin conquistarlo. Marla debía actuar, o perdería terreno sin antes haber luchado.
Ella pensaba en su nuevo delirio; jugaba con una copa vacía entre sus manos, sin quitarle la vista. A pocos pasos, él hablaba cálidamente con esa joven de coleta alta. Se dio cuenta de que estaba celosa. Apreciaba desde la distancia su galanteo natural y también observaba detenidamente su ropa gótica. Parecía un bello vampiro de alguna película conocida. La coqueta dama se despidió con un afectuoso saludo. Esto fue el detonante: era hora de hacer performance.
Estaba sentado cómodamente en un largo sofá de cuero marrón, pensando en su vida. Siempre supo que ese día llegaría. Era responsable del casino, del hotel Peruzzi Urban Residences. Además, dentro de sus otras funciones, estaba a cargo de los barcos casino de su padre. Atrás habían quedado las fiestas en Ibiza y los paseos por yate. Mientras bebía licor, dejaba reposar su cuerpo, observando el cielo. Suspiraba: extrañaba sus tierras. Pero su aquí y ahora era esa tierra argenta. Haría duelo por su país, mientras la conquistaba.
Ella, coqueta, atravesó esa gran puerta de vidrio. Varios hombres del servicio de limpieza giraron para contemplar a esa rubia de película. Ivo quedó encandilado por su llegada, lo que hizo dejar atrás su nostalgia. Marla lucía un body de encaje carmesí; era delgada, con una cintura pequeña. Ella incendiaba su parte viril… deseaba a esa mujer como un toro salvaje.
—Cosa succede? [¿Qué sucede?] —preguntó sin quitar la vista de su asistente.
—¿Te hago compañía? —insinuó, coqueta.
—Sarebbe un piacere! [Será un placer].
—En unas horas debemos ir a trabajar.
—Aspetta, smettiamo di parlare di Milena è sfruttiamo il resto de la serata. [Espera, dejemos de hablar de Milena y disfrutemos del resto de la jornada].
Él suspiraba, enamorado repentinamente. Apreciaba sus caderas blancas, sus firmes pechos y su largo cabello claro. Deseaba hundir su boca en su intimidad, y todo. La sulfurada joven abrió sus piernas descubiertas; se sentó sobre los tonificados muslos del empresario. Jadeaba; tenía que beber un poco más: estaba nerviosa.
Al principio fueron besos curiosos; después se tornaron eufóricos. Él no dejaba espacios sin inspeccionar; fue dando pequeños mordiscos en la piel de la joven. Con su ávida boca, llegó hasta su pezón, mientras le apretujaba la cintura con sus grandes manos.
Marla se estremecía bajo la boca de su amante; sentía un fuerte cosquilleo interior, que hacía arder cada partícula de su piel. Empezaba a moverse locamente sobre los muslos del empresario. El calor los hizo humedecerse, intercambiar transpiración, saliva y aroma.
Él se bajó los pantalones. Ella vio, con asombro, que era un hombre bien dotado. Su erección crecía de manera desmedida, para hurgar en su ardiente interior. Una vez dentro, dolió un poco; se acomodó inquieta mientras disfrutaba de un escandaloso orgasmo junto al Rey Sol. Ella abrió plenamente sus portales: él estaba por acceder.
Ivo recordaba con nostalgia, la frase de su autor favorito, Ítalo Calvino: “Entre mis agudos sentimientos, no tengo nada que corresponda a lo que llaman amor”. Esa mujer era un momento, un breve pasar placentero. Las sombras de su compulsivo interés sexual acechaban en cada lugar. Entonces, solo debía dar rienda suelta a su placebo carnal. Marla recogió su largo cabello rubio con una coleta. Sentía los besos del empresario humedecer su piel. Gimoteaba; era esclava del momento pasional. Ella veía cómo el rostro de ese amante bandido se iluminaba y sus labios temblaban. Las palabras en italiano le salían entrecortadas. Buenos Aires estaba en llamas; una caldera incineraba esos cuerpos hasta la combustión espontánea.
Marla era una diosa pagana; ofrecía su umbral para así satisfacer a ese semidiós terrenal sediento de sexo. Había fusión de cuerpos; era una danza que los unía locamente. Todo era explorado; nada quedaba sin inspeccionar.
—Sei bellísima! [¡Sos bellísima!] —exclamó entre pausas jadeantes.
Llegó hasta Milena con una fuerte postura impuesta. Saludó a pocos, ignorando a muchos. Él desfilaba ante los mortales como si fuera un emperador de alguna época espléndida. Tres hombres de traje oscuro lo esperaban cerca de las escaleras.
El casino tenía dos alas; un largo pasillo era iluminado por los juegos más atractivos y adictivos, trasportados de Italia. Además, disponía de un ostentoso bar, con jóvenes camareras enamoradas de ese emperador. En el casino, todo resplandecía. El chin, chin de las máquinas sonaba a cada minuto, y algún ganador gritaba su fortuna con pretensión.
Ivo llevaba puesto un traje empresarial azul marino. Dejaba apreciar todas sus curvas simétricas y bien proporcionadas. Su cabello ondulado estaba prolijamente peinado hacia atrás. Se diría que era parco con esos tres hombres; saludó a cada uno con un pequeño apretar de manos. Ellos, en cambio, le dieron una cálida bienvenida. Deseaban trabajar junto a él, pues sabían de antemano que eso sería una gran inversión a futuro. Ellos hablaban mientras el Rey Sol estaba un poco distraído mirando cómo una banda de música depositaba sus instrumentos en el escenario. Se irritó al ver cómo descuidaban el alfombrado. Fue hasta ellos y les pidió que fueran más cuidadosos, hablando un español improvisado, pero con un tono imperativo detectable. Uno de los músicos se disculpó, y los demás agacharon la cabeza.
Ivo hizo temblar a los presentes: era una especie de domador de fieras, que iban desfilando una tras otra. Echó una mirada a las camareras curiosas, lo cual fue motivo de incomodidad. Los empresarios estaban sorprendidos: ese italiano era un castrador innato.
Ella hizo resonar el suelo con sus tacos finos. Llegó apresurada: se había dormido. Fue inspeccionada por cada uno de los presentes. Su jefe la vio acercarse: era una damita que deslumbraba al caminar.
Marla, la fina muñeca de porcelana, impactaba con su atuendo rosa chillón. Era inspeccionada por cada uno con suma devoción. Sonreía, mientras estrechaba su mano a cada presente, a excepción de a su jefe, a quien le dio un cálido beso cercano a su boca. Recordaba su devota danza del vientre sobre su sexo, y deseaba más. Había complicidad en esas miradas, gestos de picardía y comunicación, que traspasaban cada membrana celular.
Minutos después, subían por el alfombrado escalón. Ivo estaba detrás; era como un león que deseaba cazar a su presa. Esa mujer poseía una curvatura perfecta; sus nalgas eran redondas y lucían pecaminosas tras ese pantalón Barbie.
Todas las camareras deseaban ser su secretaria, para así deleitarse con la presencia embriagadora del Rey Sol. Él era un dios que llegaba al suelo criollo para causar un caos ulterior.
Una vez llegados a la oficina, Ivo esbozó una mueca de disconformidad. Le disgustaban los muebles, que eran viejos. Ese escritorio databa de siglos anteriores, y esos cuadros de caballos de carreras le producían repulsión.
Marla invitó cordialmente a los hombres a sentarse en un viejo sofá de gamuza, mientras les convidaba unos vasos con whisky. El ansioso Rey Sol observaba detenidamente la oficina; estaba insatisfecho. Deseaba cambiar o botar las cosas del lugar. Visualizaba un lugar blanco, con un alfombrado champán, un gran sofá a tono, y luces led que iluminaran la gran sala. Marla, como siempre, lo regresó a la realidad: «Ivo, iniciemos la reunión». A cada pedido solicitado por su joven asistente, acentuaba un resignado sí. Suspiraba… nada se asemejaba a su amada y cálida Italia. Era su duelo separar esto de aquello, y dar lugar a nuevas emociones en tierras ajenas. Pero debía hacerlo: era un gran compromiso que asumiría, y deseaba cumplirlo al pie de la letra. El objetivo de la reunión era concretar la instalación de ese ambicionado barco casino en Puerto Madero. Frente a esa larga, añosa mesa de madera, iniciaron una conversación, difícil de seguir por la falta de concentración del Rey Sol. Aun así, los empresarios, sedientos de poder, hablaban de futuras inversiones.
La mediadora entusiasta era Marla, quien los seducía con su suave voz y con sus sabios aportes sobre economía e inversiones. Él pensaba en el paseo del día anterior en su Rolls Royce Cullinan. Las calles, edificaciones y gente de Buenos Aires tenían historia, magia y un curioso misterio. Su llegada a esta apasionada ciudad había sido sin ser parte de algo, pero deseaba pertenecer. Recordaba haber visto las grandes construcciones que databan de épocas antiguas, y deseaba indagar sobre la misteriosa y recelosa tierra latina.
¿Podría caer? Obviamente, sí. Sería fugaz en los instantes de camas divagantes; dormiría bajo faldas ajenas y se iría al amanecer. Recordaba, pícaro, que ella cruzaba esa avenida. Tenía un gran escote que dejaba salir sus grandes pechos. Pasaba frente a él como una diva de pasarela.
La voz de Marla lo regresó a la realidad, una vez más: «Cosa succede? ¿Querés whisky?». Él acentuó un resignado sí. Uno de los hombres encendió su tablet, para mostrarle sus diseños. Marla se daba cuenta de que su jefe no estaba interesado en la reunión. Estaba intentando cumplir con las directivas solicitadas, pero él parecía despreocupado. Estaba sofocada: no era la mediadora estrella que siempre brillaba.
La rubia muñeca de porcelana enloquecía por ese hombre. Estaba contemplando su imagen de dios griego, mientras intentaba servir los vasos con alcohol. Deseaba enredar sus caderas encendidas en sus tonificados muslos. Quería fregarse en su viril intimidad, hasta desbordar locamente de éxtasis letal. Él le devolvía el gesto con un guiño cómplice. La joven sonreía satisfecha, pues comprobaba que ambos estaban bajo la misma línea de fuego. Todo empezaba a incendiarse.
Ella recordaba haber entregado su cuerpo a efímeros momentos candentes. Devolvía pocas de las llamadas, y siempre tenía fracasos amorosos. Pero él, ese hombre rubio y casi angelical, era una condena terrenal si no se consumaba el pecado. Era más, mucho más de lo que había esperado.
Era cruel y despiadado. Revisaba con detenimiento el desempeño de su personal; había ausencias. Muchas personas mayores requerían certificados médicos. No conforme con esto, sin titubear, los despidió. Él llevó consigo un huracán de nuevas modificaciones.
Marla creía que sería una especie de primera dama, pero ese hombre, más que tenerla a su derecha, la tenía a los saltos, como una marioneta bajo sus manos. Era una subordinada: no podía objetar.
Dio directivas sin presentar ni un poco de remordimiento: muchas personas serían despedidas. Las notificaciones redactadas por Marla fueron repartidas. Y los llantos de tristeza salieron de esas mujeres y de algunos hombres, quienes habían dejado todo de sí para que Milena funcionara a la perfección. Él no tuvo piedad. ¿Podrían odiarlo? ¿Atacarlo?, probablemente, sí, pero era su casino, y se cumpliría todo lo que deseaba.
******
Estaba instalado desde hacía una semana en la sala de juntas de su esplendoroso hotel de Puerto Madero, desde donde daba órdenes a sus subordinados y enloquecía de actividades a Marla.
Esa mañana, la joven fue a ver las modificaciones que se estaban realizando en la oficina; los albañiles trabajan sin cesar, rompiendo la vieja pared, sacando escombros, pegando nuevas cerámicas… Era como si estuvieran profanando cada lugar. Habían llegado las estatuas griegas; inspeccionó que no estuvieran quebradas. También había llegado esa exagerada mesa de billar.
Lo más lujoso en decoración llegaba al casino. Algunos objetos habían sido importados desde Italia y desde los alrededores de Europa. La rubia suspiró con desgano. Recordó cuando su jefe había inspeccionado la oficina con mala cara y había decidido ese cambio brusco.
—Portami il café! [Tráeme un café] —ordenó imperativo.
—Ya lo mandé a pedir.
Examinó los armarios.
—Questo ufficio non mi piace affato, è opaco e scuro. È evidente che mio padre è un veccio sensa buon gusto. [Esta oficina no me gusta; es vieja y oscura. Es evidente que mi padre es un viejo sin buen gusto].
—¿Querés modificar toda la oficina?
—Lo voglio adesso, e un tavolo da biliardo nella seconda sala. [Lo quiero ahora, y una tabla de billar en la segunda sala].
—La mesa de billar no es problema. Pero destruirán nuestro lugar de trabajo.
—Sí, estoy aspetando il mio café. [Sí, estoy esperando mi café].
—¡Ivo! eso llevaría días, o semanas, o meses. —Golpeó sus tacos contra el piso, escandalizada.
—No voglio cose vecchie nel mio casino. [No quiero cosas viejas en mi casino].
No quería nada viejo; necesitaba modificar aquello que consideraba añoso. Arrojó esa carpeta polvorienta encima de su escritorio. Marla vio su impaciencia soberana. Todo había de realizarse como él lo dictaminaba.
—Bien, lo haremos, pero será un caos.
Ivo sonrió malicioso y seductor. Se acercó a su disconforme asistente, lento y sensual. La joven suspiró desganada, rendida a sus pies.
—Andremo lo stesso. Lo faremo. [Haremos esto. Lo haremos].
Ivo era como el fuego que arrasaba a su paso. Quemaba todo aquello que no le servía o le impedía seguir su camino. Por eso había despedido a sus empleados más fieles; quería una sala nueva, lujosa y ostentosa; y había seducido a su bella asistente. Todo le era otorgado; nada le era negado.
Observó, presa por sus encantos, cómo él se acercaba acechando como un león. Tambaleó como una hoja agitada en una tormenta.
—Che cosa succede? —preguntó galante. Sus dientes estaban perfectamente alineados. Tendió su mano bajo su falda lentamente. Obnubilada por emociones nuevas, sintiéndose al borde de un abismo candente, palideció convulsionada entre besos convincentes—. Sei bellísima! credi que deberíamos…? [Sos bellísima. ¿Crees que deberíamos?].
—¡Ivo, hazlo! —suplicó.
Se dejó llevar por su abismo. Fue devorada por su instante sexual. Al principio, sus ágiles manos hicieron estragos en su intimidad; usó su boca para adelantar placer. Ella rodeó con sus manos ese cuerpo duro y entallado. Se estremeció; cayó rendida a la sumisión.
Era un inversionista que apostaba hasta su último centavo. Carecía de sentido común cuando de empresa se trataba. Era ambicioso: cuando deseaba algo, planificaba y lo llevaba a cabo. Deseaba con lujuria; chasqueaba los dedos, y obtenía lo que quería. Actuaba impulsado por emociones mundanas; las consecuencias a pagar no eran una condena para él. Debía aceptar que su ambicioso proyecto conllevaba sacrificios pasajeros. Era malicioso, individualista e impulsivo, pero, aun así, siempre llegaba al puerto elegido.
Hubo otra reunión en esa gran sala empresarial. El hotel Peruzzi Urban Residences era el lugar destinado, pues su oficina estaba siendo remodelada según sus exigencias. Esa mañana cálida de marzo, cuatro hombres ya conocidos y una mujer asistieron a la junta. Diseñaron, planificaron y evaluaron los pros y contras de un barco lujoso en Puerto Madero.
El lugar de reunión tenía grandes ventanales que daban a la colorida ciudad. Los rascacielos elegantes refractaban su majestuosidad, cercando un cielo despejado. Allí, en esa oficina, esa gente de traje estaba reunida frente a una gran mesa de algarrobo. La mujer morena, cada tanto, echaba una ojeada curiosa al empresario. Había miradas de complicidad, pequeñas sonrisas, y algunas conversaciones entre cada pausa.
Ella era una ejecutiva italiana; sus rasgos europeos estaban finamente delimitados. Asombraban sus grandes y expresivos ojos marrones. Su cabello era negro azabache, con algunas ondulaciones. Ivo inició un juego de miradas pícaras y candentes, sin dejar de lado su único interés: el barco casino.
Marla se dio cuenta. Al principio, sintió celos, pero después se calmó. Sabía a ciencia cierta que tendría rivales; debía mantener su cordura, o perdería su lugar antes de iniciar algo más. Mientras revisaban varios diseños, discutían en tono formal otras ideas. Ella, la morena, sonreía. Ivo asentía, recostado contra la silla, jugando con un birome dorada entre sus dedos. Esto fue suficiente para la frágil muñeca de porcelana, quien, disgustada por un arrebato de fugaz ira, se levantó de su silla. «¿Alguien quiere café?», interrumpió aclarando su garganta.
Ivo elevó su mirada. Todos hicieron una pausa abrupta. La mujer impuso su delgada imagen ante los presentes, quienes observaban con devoción su atuendo. Su cuerpo lucía un trajecito rosa chillón de dos partes, saquito chic y pantaloncito, que dejaban apreciar su curvatura femenina.
Cada uno solicitó su café: cortado, sin azúcar, con edulcorante o tibio. Memorizó cada pedido, y salió de allí en su búsqueda. Sus finos tacones resonaron en el suelo; su perfume importado invadió la sala y cautivó a los presentes. Era una bomba atómica, que hacía estallar el interior de cada presente.
«Es una bella mujer», acotó un empresario en tono enamorado. Ivo asintió, mientras la morena levantaba sus cejas y sonreía. Todos quedaron embriagados por su aroma un breve instante. Y le comentó: «Tano, este negocio será largo: serán meses de arduo trabajo».
Ivo se inclinó extendiendo sus manos; realizó un gesto despreocupado y emitió una amplia sonrisa. Posaba triunfante. Su influjo de Marte, masculino y guerrero, no le permitiría ninguna derrota. Chasqueó su lengua antes de responder.
—Bene, mi seduce la idea, i negozi devono mantenerti occupato. [Bien, me seduce la idea, y los negocios deben mantenerte ocupado].
Y todos le dieron la razón; es más: patentaron su frase. La joven mujer repitió entre dientes:
—Los negocios deben mantenerte ocupado. —Su boca carmesí pronunció esta frase sensualmente. Hubo miles de rayos sensuales entre el empresario y la mujer de traje.