Jesucristo, nuestro Salvador - Vicente Ferrer Barriendos - E-Book

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Vicente Ferrer Barriendos

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Beschreibung

La Biblioteca de Iniciación Teológica responde a la necesidad -muchas veces manifestada- de contar con unos libros de divulgación teológica que estén al alcance del cristiano que quiera profundizar en su formación. La Biblioteca se compone de diecinueve manuales y se complementa con una serie de monografías. Este libro de iniciación a la Cristología tiene la finalidad de facilitar a un amplio círculo de personas un mayor conocimiento de la maravillosa riqueza y la profundidad insondable del misterio de Cristo.

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Veröffentlichungsjahr: 2002

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SUMARIO

 

 

 

 

 

 

PORTADILLA

SUMARIO

RELACIÓN DE ABREVIATURAS

PRÓLOGO

 

Capítulo 1. INTRODUCCIÓN A LA CRISTOLOGÍA

 

 

PRIMERA PARTE

LA PERSONA DE JESUCRISTO

 

Capítulo 2. LA VENIDA DEL HIJO DE DIOS EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN

Capítulo 3. LA REALIDAD DE LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

Capítulo 4. EL MISTERIO DE LA UNIDAD PERSONAL DE JESUCRISTO

Capítulo 5. LA GRACIA Y LA SANTIDAD DE JESUCRISTO

Capítulo 6. EL CONOCIMIENTO HUMANO Y LA CONCIENCIA DE JESUCRISTO

Capítulo 7. LA VOLUNTAD HUMANA DE JESUCRISTO Y OTRAS CARACTERÍSTICAS DE SU VERDADERA CONDICIÓN HUMANA

 

 

SEGUNDA PARTE

La obra redentora de Jesucristo

 

Capítulo 8. EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN LLEVADA A CABO POR CRISTO

Capítulo 9. CRISTO, MEDIADOR DE LA NUEVA ALIANZA Y CABEZA DEL GÉNERO HUMANO

Capítulo 10. LOS MISTERIOS DE LA VIDA TERRENA DE CRISTO Y NUESTRA SALVACIÓN

Capítulo 11. LA PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO Y NUESTRA REDENCIÓN

Capítulo 12. LA GLORIFICACIÓN Y EXALTACIÓN DE CRISTO Y SU VALOR SALVÍFICO

Capítulo 13. LOS FRUTOS DE LA OBRA DE CRISTO: NUESTRA REDENCIÓN

 

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

CRÉDITOS

RELACIÓN DE ABREVIATURAS

Sagrada Escritura

Am

Amós

Ap

Apocalipsis

1 Cor

Primera Epístola a los Corintios

2 Cor

Segunda Epístola a los Corintios

Col

Epístola a los Colosenses

1 Cro

Libro I de las Crónicas o Paralipómenos

2 Cro

Libro II de las Crónicas o Paralipómenos

Dan

Daniel

Dt

Deuteronomio

Ef

Epístola a los Efesios

Ex

Éxodo

Ez

Ezequiel

Flp

Epístola a los Filipenses

Gal

Epístola a los Gálatas

Gen

Génesis

Heb

Epístola a los Hebreos

Hch

Hechos de los apóstoles

Is

Isaías

Jb

Job

Jer

Jeremías

Jn

Evangelio de san Juan

1 Jn

Primera Epístola de san Juan

2 Jn

Segunda Epístola de san Juan

3 Jn

Tercera Epístola de san Juan

Lc

Evangelio de san Lucas

Lv

Levítico

Mal

Malaquías

Mc

Evangelio de san Marcos

Miq

Miqueas

Mt

Evangelio de san Mateo

Num

Libro de los Números

Os

Oseas

1 Pe

Primera Epístola de san Pedro

2 Pe

Segunda Epístola de san Pedro

Qo

Libro de Qohélet (Eclesiastés)

1 Re

Libro I de los Reyes

2 Re

Libro II de los Reyes

Rom

Epístola a los Romanos

Sab

Libro de la Sabiduría

Sal

Salmos

1 Sam

Libro I de Samuel

2 Sam

Libro II de Samuel

Sir

Libro de Ben Sirac (Eclesiástico)

St

Epístola de Santiago

1 Tim

Primera Epístola a Timoteo

2 Tim

Segunda Epístola a Timoteo

1 Tes

Primera Epístola a los Tesalonicenses

2 Tes

Segunda Epístola a los Tesalonicenses

Tit

Epístola a Tito

Zac

Zacarías

Otras siglas empleadas

a. / aa.

Artículo / artículos

AA

Decreto Apostolicam actuositatem del concilio Vaticano II

AG

Decreto Ad gentes del concilio Vaticano II

BAC

Biblioteca de Autores Cristianos

cap.

Capítulo

CEC

Catecismo de la Iglesia Católica (Catechismus Ecclesiae Catholicae)

cf.

Confróntese

Comp. Th.

Compendium Theologiae de S. Tomás de Aquino

Conc.

Concilio

Congr.

Congregación

Const.

Constitución

Decl.

Declaración

Decr.

Decreto

DS

Enchiridion Symbolorum de Denzinger-Schönmetzer

DV

Constitución dogmática Dei Verbum del concilio Vaticano II

Enc.

Encíclica

Ex. Ap.

Exhortación Apostólica

GS

Constitución pastoral Gaudium et spes del concilio Vaticano II

Ibid.

Ibidem (en el mismo pasaje)

Instr.

Instrucción

LG

Constitución dogmática Lumen gentium del concilio Vaticano II

n. / nn.

Número / números

par.

Paralelos

p. / pp.

Página / páginas

p. ej.

Por ejemplo

q.

Cuestión

s. / ss.

Siguiente / siguientes

SC

Decreto Sacrosanctum Concilium del concilio Vaticano II

S. Th.

Summa Theologiae de S. Tomás de Aquino

t.

Tomo

UR

Decreto Unitatis Redintegratio del concilio Vaticano II

v. / vv.

Versículo / versículos

vol.

Volumen

PRÓLOGO

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica comienza explicando cuál es el proyecto de Dios para el hombre: «Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada» (n. 1). Esta realidad constituye una maravilla del amor de Dios que deberíamos tener siempre ante nuestros ojos, y no olvidarla jamás.

Sin embargo, parece que nuestro mundo occidental tan secularizado y autosuficiente no espera ni confía alcanzar una vida feliz plena y eterna, y parece tener miras más cortas y materiales: conseguir el relativo bienestar que le puede proporcionar la ciencia, la técnica o el progreso humano; un bienestar siempre temporal y caduco. De tal modo que la figura de Dios y de la vida eterna no entra en el horizonte de muchos.

Pero, junto a esta actitud aparentemente cerrada a lo sobrenatural, el hombre moderno se encuentra con no pocas angustias, temores, insatisfacciones y sufrimientos, y desea en su interior liberarse de esos males. También querría vivir para siempre. Querría no ser un simple «producto» de una evolución material ciega, sino «alguien», y alguien querido. Tiene necesidad de que su vida tenga un sentido. También desea la justicia y la felicidad plena que no hallamos en esta vida.

Sin embargo, los hombres —con nuestros medios y fuerzas— no podemos hacer realidad estos anhelos profundos del ser humano. En cambio, todas esas aspiraciones quedan perfectamente colmadas y superadas por la realidad que nos enseña la Iglesia: Dios existe y es infinitamente bueno, nos quiere, nos ha creado por amor y nos destina a compartir su vida feliz, a vivir del amor infinito de la Santa Trinidad. ¡Somos objetos del amor divino!

El Compendio del Catecismo prosigue en ese mismo punto: «En la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió a su Hijo como Redentor y Salvador de los hombres caídos en el pecado, convocándolos en su Iglesia, y haciéndolos hijos suyos de adopción por obra del Espíritu Santo y herederos de su eterna bienaventuranza» (n. 1).

Jesucristo es el camino que Dios ha elegido para conseguir sus fines y superar todos los obstáculos. Él nos muestra aún más la maravilla de su amor misericordioso hacia nosotros. Con Jesús sí podemos alcanzar nuestro bien y felicidad para siempre. «¡Reconoce, cristiano, tu dignidad», decía un Padre de la Iglesia[1], pues el Señor nos quiere hacer partícipes para siempre de su vida (cf. 2 Pe 1, 4), de su amor y de su felicidad.

Sin embargo, otros contemporáneos nuestros piensan que se puede alcanzar la felicidad eterna por muchos caminos, y Jesús constituiría solo uno de ellos. Él nos aportaría solo una luz o revelación imperfecta y parcial que se complementaría con otras. Por tanto, cualquier camino religioso podría ser bueno y suficiente para alcanzar la salvación[2].

Pero no es así. La Iglesia y la revelación divina enseñan que Jesús es «el camino» (Jn 14, 6), «el único mediador» (1 Tim 2, 5). Aunque para los que no creen —tanto para los antiguos como para los actuales— Cristo parece una necedad, sin embargo, para los creyentes Él es la fuerza y la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1, 22-24). Él es precisamente —y solo Él— quien puede colmar todas nuestras aspiraciones: Él nos manifiesta hasta qué punto nos ama Dios, Él es quien quita el pecado del mundo, quien nos librará de todo mal y de la muerte; Él es quien nos destina a la gloria del cielo y nos dará una eternidad de vida feliz.

Así pues, el conocimiento, el encuentro y la unión de cada uno con Jesucristo es algo decisivo para nuestro bien y felicidad. San Pablo confiesa a «Jesucristo, nuestro Salvador» (Tit 3, 6)[3], encerrando en esa frase como un resumen de su persona y de su obra. Y de modo semejante los cristianos de los primeros siglos compusieron el acróstico ΙΧΘϒΣ, palabra griega que significa «pez», con las iniciales de «Jesús / Cristo, / de Dios / Hijo, / Salvador». En aquella época de frecuentes persecuciones, para los fieles esta denominación o la representación de la figura de un pez eran símbolos velados de Jesús, que es el Cristo hijo de David, es el Hijo de Dios que ha venido al mundo, y es nuestro Salvador.

Este libro de iniciación a la Cristología pretende facilitar a un amplio número de personas un cierto conocimiento de la admirable riqueza y profundidad del misterio de Cristo[4].

Este manual quiere proponer la doctrina sobre Cristo de un modo un poco más profundo y explicativo que una simple exposición del contenido del Catecismo de la Iglesia. Para ello, tiene el método y la estructura de un tratado teológico sistemático, así como la terminología propia, que hemos procurado explicar con sencillez. Por este motivo también se han incluido bastantes citas y referencias de la sagrada Escritura, así como otras del Magisterio de la Iglesia y algunas de santo Tomás de Aquino, a quien el concilio Vaticano II recomienda como guía en estos estudios[5]. Y, por supuesto, se cita con frecuencia el Catecismo de la Iglesia Católica que sintetiza con precisión y autoridad los distintos temas.

Y como se trata solo de una obra de iniciación teológica hemos prescindido de algunos temas que parecen menos importantes y hemos abreviado u omitido diversas explicaciones que podrían alargar el texto[6]. También se ha evitado en lo posible incluir nombres y citas de muchos otros autores.

No se trata, por tanto, de una obra de tipo histórico —una vida de Jesucristo—, o de espiritualidad, sino un texto teológico conciso y resumido. Por eso requiere del lector un cierto esfuerzo para entenderlo con precisión y para extraer de esta enseñanza algunas conclusiones o luces para la vida cristiana.

--

[1] S. LEÓN MAGNO, Homilía I sobre la Natividad del Señor.

[2] Cf. S.C.PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Dominus Iesus, año 2000. Este documento clarifica estos puntos ante el relativismo religioso que se ha difundido en la actualidad, especialmente en el ámbito del pluralismo religioso y del diálogo interreligioso.

[3] Cf. también 2 Tim 1, 10; Flp 3, 20.

[4] Cf. Flp 3, 8; Ef 3, 8.

[5] Cf. CONC.VATICANO II, Decr. Optatam totius, 16.

[6] Por este motivo, aunque en el texto se incluyen citas de la sagrada Escritura la mayoría de las veces solo hay referencias a ella. En ocasiones puede ser conveniente consultar esos pasajes para entender más claramente el sentido de lo que en esos pasajes se expone.

Capítulo 1

INTRODUCCIÓN A LA CRISTOLOGÍA

 

 

 

 

 

1. El estudio teológico sobre Jesucristo

 

a) El objeto de la Cristología

 

La Cristología es una parte de la teología que trata sobre Cristo. Estudia a Jesucristo en sí mismo —el misterio de su persona, como Dios y hombre verdadero que vivió en unas determinadas condiciones históricas—, y estudia también a Jesús en el plan divino de la salvación —como Mesías, Redentor y Salvador nuestro—, tal como nos lo propone la revelación divina y la Iglesia.

El objeto de nuestra fe sobre Cristo, que es, a su vez, el objeto de la Cristología, no es una fórmula vacía, ni una ideología determinada, sino una persona concreta: «Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha ‘salido de Dios’ (Jn 13, 3), ‘bajó del cielo’ (Jn 3, 13; 6, 33), ‘ha venido en carne’ (1 Jn 4, 2), porque ‘la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad [...] Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia’ (Jn 1, 14.16)»[1].

 

 

b) «El misterio de Cristo»

 

Sabemos que el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo, fuente de todos los otros misterios de la fe y la luz que los ilumina[2]. Toda la fe de la Iglesia se resume en el misterio de la Santísima Trinidad en sí misma y en el misterio su «designio benevolente» (Ef 1, 9) acerca de la salvación de todos los hombres.

Y todo ese designio amoroso divino de nuestra salvación se centra en Cristo: el Padre realiza el «misterio de su voluntad» (Ef 1, 9) enviando a su Hijo amado para la salvación del mundo, y por medio de Él nos comunica su Espíritu que nos hace partícipes de la vida divina. Este admirable designio divino es el «misterio que estaba escondido desde siglos en Dios» (Ef 3, 9) y que se ha revelado y se realiza en la historia por medio de Jesucristo.

La dispensación o realización de ese plan de la benevolencia divina de nuestra salvación es designada en el Nuevo Testamento como «el misterio de Cristo» (cf. Ef 3, 1-12). Así pues, se puede decir que el misterio de la persona y de la obra salvífica de Cristo anuda y resume todos los artículos de la fe: los que se refieren a la Trinidad, pues Él es Dios, Hijo del Padre, y nos revela a la Trinidad; y los que se refieren a los designios y obras de Dios, pues Él ha realizado el plan de su voluntad de salvación.

 

 

2. La fe y la razón humana ante el misterio de Jesucristo

 

a) Necesidad de la fe para conocer a Jesucristo

 

Al hablar del misterio de Cristo, afirmamos que en Él, además de la realidad visible e histórica que podemos conocer humanamente, hay una realidad divina y trascendente que está oculta a nuestros ojos. Lo visible del Señor, su presencia física entre los hombres y su actuación en la historia, manifiesta esa realidad divina a la vez que la encubre.

Mediante los métodos propios de la historia podemos llegar a conocer cada vez mejor la realidad exterior de la vida de Jesús. Pero únicamente mediante la revelación divina y la fe podemos trascender lo externo y llegar a conocer quién es Él verdaderamente, ya que «nadie conoce al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27), y, como Él mismo decía: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado» (Jn 6, 44).

Veámoslo en el episodio que nos narra san Mateo, testigo de ese acontecimiento: «Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías u otro de los Profetas» (Mt 16, 13-14). Son diversas opiniones ante la figura de Cristo y de sus obras admirables: «Es un hombre de Dios». Esta es una respuesta humana, una conclusión a la que llega la razón de los hombres.

Pero Jesús sigue preguntando: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Y Pedro responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús añade: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 15-17). Esa confesión no era fruto de una deducción de Pedro con sus luces naturales a partir de lo que había visto de Jesús, sino un don y revelación de Dios; no es una respuesta humana, sino una respuesta de Dios Padre que declara la verdad y la realidad de Jesús muy por encima de la opinión de los hombres.

Así pues, no es suficiente considerar a Jesús como un personaje digno de interés histórico o religioso, ni considerarlo incluso como el ideal humano de una espiritualidad sincera y profunda, o el ideal del amor a los demás, o de una honda sabiduría moral. Sin la fe no se puede conocer verdaderamente a Jesús; sin ella solo se puede alcanzar una opinión muy pobre sobre Él, cuando no se trata de una caricatura. Hace falta ver a Jesús con los ojos de la fe para conocerlo realmente y confesar con Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

 

 

b) El papel de la razón ante el misterio de Cristo

 

Nuestra fe tiene una base real e histórica, y constituyen parte integrante de nuestra fe los acontecimientos históricos del nacimiento de Cristo, de su vida y de su actividad en este mundo, de su muerte, resurrección y ascensión. Jesucristo, que es el objeto de la fe de la Iglesia, no es un mito: es un hombre que vivió en un contexto histórico concreto, y los acontecimientos de su existencia fueron reales y comprobables.

Por eso, aunque la razón humana no puede con solas sus fuerzas llegar a comprender plenamente a Cristo, sin embargo desempeña una función importante en el conocimiento de muchas cosas de la vida histórica del Señor.

Precisamente el Nuevo Testamento está escrito como una narración de lo realmente acontecido y de lo verdaderamente enseñado por Jesús (cf. Lc 1, 1-4). Y aunque los Evangelios están escritos con el fin de suscitar la fe (cf. Jn 20, 31), esa finalidad no resta nada al carácter real e histórico de lo consignado, siendo los apóstoles los testigos de esos acontecimientos.

Es más, todos los hechos y enseñanzas de Cristo que la razón humana puede aportar facilitan la fe, pues sus obras dan testimonio de Él (cf. Jn 10, 25), son el sello de su misión divina, y hacen ver que la fe es razonable y no un movimiento ciego del espíritu.

 

 

3. La llamada «cuestión histórica» sobre Jesús y la pretendida distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe

 

a) La búsqueda del «Jesús de la historia» con un método exclusivamente racional

 

En los últimos siglos se ha planteado la cuestión del «acceso a Jesús», esto es, la investigación de lo que se puede conocer con certeza acerca del «Jesús de la historia», empleando una metodología puramente histórica o literaria, sin tener presente el dogma ni la Tradición de la Iglesia, sin tener en cuenta «el Cristo de la fe».

 

1. La crítica histórica. Desde finales del siglo XVIII, en el marco de la Ilustración, surge una búsqueda que intenta reconstruir la vida de Jesús utilizando una metodología histórica que solo admite como verosímil lo que tiene una explicación racional; lo demás es considerado irreal e inadmisible para la ciencia. Para estos racionalistas el Señor fue un simple hombre, del que hay que despojar como mito todo lo milagroso y sobrenatural. Por tanto, para ellos, los Evangelios —que nos hablan de su divinidad y de sus milagros— no gozarían de ninguna fiabilidad, y no se deberían tener en cuenta para establecer una verdadera historia que quiere ser «crítica», puramente racional: esta historia tendrá que basarse en fuentes externas.

Poco después, a lo largo de todo el siglo XIX, también el protestantismo liberal intentó llegar por la crítica histórica a la verdadera figura de Jesús. Esta corriente de pensamiento siguió el mismo camino de contar únicamente con la razón y la ciencia histórica positiva, prescindiendo de los testimonios del Nuevo Testamento y de la Tradición de la Iglesia.

Después de un siglo de una búsqueda histórico-crítica al margen de los Evangelios, tanto por parte de los ilustrados como por los protestantes liberales, los resultados no fueron muy satisfactorios: solo podían llegar a conocer con certeza unas pocas cosas de ese «Jesús histórico»; y, desde luego, no llegaron a la fe: no llegaron a ver a Cristo como el Hijo de Dios hecho hombre.

 

2. La historia de las formas. En la primera mitad del siglo XX Rudolf Bultmann, autor protestante que ha ejercido una gran influencia entre los exégetas, incluso católicos, sostuvo que los Evangelios no intentan dar una narración objetiva de la vida y de la obra de Jesús, sino una teología. Para exponer sus ideas Bultmann señala que hay que distinguir estos estadios respecto a Jesús:

—En el estadio de su vida humana, Jesús fue solo un profeta que anunció el advenimiento inminente del reino de Dios. No pretendió ser el Mesías, sino solo un predicador del reino.

—Después de la resurrección, los discípulos, como consecuencia de las apariciones (que son solo subjetivas según Bultmann), tuvieron a Jesús como el Mesías, como el rey que venía a implantar el reino.

—El tercer estadiolo constituye la extensión del cristianismo en el mundo griego, en el que evoluciona la figura de Jesús (que había sido considerado como Mesías después de la resurrección y dentro del mundo judío) y pasa a ser un hombre divino,el Hijo de Dios.

—Después, viene la redacción de los evangelios, en los que se recoge, según este autor, todo este proceso evolutivo del pensamiento cristiano; como consecuencia, en los evangelios no se nos muestra al verdadero Jesús de la historia, sino una imagen de Jesús producto de la evolución de las creencias de los fieles; su figura estaría formada por esas distintas capas de tradición superpuestas.

Ya que los Evangelios se escribieron explícitamente para mostrarnos a Jesús como el hijo de David e Hijo de Dios (cf. Mt 1, 1; Mc 1, 1), para que creamos que Él es el Cristo, el Hijo de Dios, y así tengamos vida en su nombre (cf. Jn 20, 31), para Bultmann estos escritos no tienen valor histórico. Así pues, según este autor existe una discontinuidad o un salto entre «el Cristo histórico» y lo que los primeros cristianos pensaban de Él, «el Cristo de la fe»[3].

Según esta teoría, solo podremos llegar a conocer cómo era el núcleo histórico original de esa tradición sobre Jesús desmitificando, desandando la historia que esas formas de fe habrían recorrido: habría que quitar las distintas capas o mitos que se habrían ido añadiendo con la tradición para llegar al núcleo original: habría que eliminar las narraciones que presentan una imagen de Cristo como Mesías, o como Hijo de Dios, o los milagros.

Los resultados de la «historia de las formas» han sido desoladores, para ella solo se podrían conocer con certeza crítica algunas pocas cosas de la vida de Jesús.

 

3. La nueva búsqueda del Jesús histórico: la última crítica histórico-literaria. En la segunda mitad del siglo XX, diversos autores protestantes corrigieron el método de «la historia de las formas» empleando nuevas aportaciones de la lingüística, aunque mantuvieron sus presupuestos fundamentales. Los criterios lingüísticos empleados han sido varios, y los resultados han sido solo en parte positivos, en cuanto que han conseguido probar que determinados hechos y palabras (no muchos) que nos transmiten los Evangelios no son mitos, sino que son atribuibles con bastante certeza al Jesús de la historia, son históricos.

Los resultados que han obtenido estos autores son muy escasos y divergentes: las conclusiones han sido diversas reconstrucciones o imágenes de la figura de Jesús, según los distintos puntos de partida que cada autor ha establecido: unos imaginan un Jesús judío de gran religiosidad; otros, un Jesús taumaturgo (curandero, mago o exorcista); otros, un Jesús maestro (rabí, sabio o moralista que se enfrenta a la autoridad religiosa); otros presentan a un Jesús judío revolucionario (promotor de una revolución social, o víctima de la conflictividad política con Roma); otros, un Jesús profeta escatológico; etc.

 

 

b) El error de la supuesta distinción entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe

 

El racionalismo restringe por principio el carácter real e histórico de los sucesos solo a aquellos que tienen una explicación racional, y, por tanto, excluye de entrada que Jesucristo sea Dios o la posibilidad de los milagros. Por ese mismo a priori racionalista no se admite la inspiración divina de la Escritura ni la veracidad de los Evangelios, de los cuales solo aceptará lo que se pueda explicar según diversos criterios racionales subjetivos.

Estos prejuicios se estrellan contra la índole evidentemente histórica y testimonial que muestran los escritos del Nuevo Testamento[4]. Los evangelistas, ciertamente, han tenido un papel importante en la redacción de esos libros: han escogido algunas de las cosas que ya se transmitían de palabra o por escrito, han resumido otras, y las han ordenado según diversos criterios. Pero, sobre todo hemos de decir que,inspirados por el Espíritu divino, se preocuparon de transmitir fielmente lo que ellos mismos habían visto y oído (Mateo y Juan) o lo que enseñaron otros testigos oculares (cf. Lc 1, 2-4)[5].

Si el «Jesús histórico», que realmente existió, y el «Cristo de la fe», el que cree o imagina la Iglesia, resultasen distintos, nuestra fe no tendría un firme apoyo real e histórico. Por eso, con toda razón, el Magisterio de la Iglesia ha reprobado esta doctrina.

Ya la Iglesia primitiva con el mismo nombre de «Jesucristo» confesaba que «Jesús», el histórico, es el «Cristo», el de la fe. Precisamente la actitud de la primera tradición cristiana fue la de conservar con veneración el recuerdo de las palabras y obras de Jesús y transmitirlas fielmente a las generaciones siguientes de palabra y por escrito.

 

 

4. El método teológico

 

a) El punto de partida y fuentes de la Cristología

 

El punto de partida de la Cristología es la fe, como toda verdadera teología. La teología es la ciencia acerca de Dios, en cuanto lo conocemos por la fe mediante la luz de la revelación. Es un conocimiento que se basa en la fe y que, al mismo tiempo, es una ciencia, un esfuerzo racional para entender más profundamente los misterios revelados. Es «la fe que busca entender», como decía san Anselmo: es el conocimiento que surge de la fe que busca una mayor comprensión de los misterios revelados.

Por eso, el punto de partida de la Cristología es la fe y no los resultados de una investigación meramente histórica sobre Jesús.

Las fuentes de la Cristología son las mismas que tiene la fe y todo tratado teológico: la palabra escrita de Dios y la sagrada Tradición[6].

En cuanto a la Tradición de la Iglesia tenemos que decir que la revelación ha sido creída, vivida e interpretada desde el inicio por los Padres y Doctores de la Iglesia, y se ha manifestado en la liturgia y en la piedad popular. En una palabra, encontramos la verdad revelada en la fe y en la vida de la Iglesia.

La garantía y la interpretación auténtica de la Escritura y de la Tradición la tenemos en el magisterio de la Iglesia, ya que «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo» (DV, 10).

En el fondo, es la Iglesia viva sostenida por el Espíritu Santo quien nos «guía hacia la verdad completa» (Jn 16, 13). Y esta verdad la encontramos expresada especialmente los símbolos de la fe y en el magisterio de la Iglesia.

 

 

 

b) El recto uso de los métodos histórico-críticos o literarios

 

Las ciencias humanas —la historia, la arqueología, la filología, etc.— son provechosas para acercarnos a la realidad histórica de Jesús y de la composición de los Evangelios; son también muy útiles para entender mejor las condiciones históricas de la cultura en que vivió Jesús, para conocer los «géneros literarios» que se empleaban al escribir y las maneras de hablar en aquella época.

Estas ciencias aplicadas a la persona y obra de Jesús son, pues, legítimas y útiles; y, además, también sirven para responder a las dificultades que presenta la exégesis moderna, lo cual es importante pues bastantes personas de nuestro tiempo tienen la impresión que la fe en la persona de Cristo es una actitud subjetiva con muy poco fundamento en la realidad, y que la teología es un artificio creado por los creyentes sin una base histórica suficiente.

Pero esos métodos histórico-críticos o literarios deben aplicarse siempre de modo científico y con rectitud, y no deben estar viciados por determinados prejuicios filosóficos. Concretamente, para que estas investigaciones sean rectas, no se deben separar nunca de la fe, aunque son distintas de ella; en particular deben tener presente que ese Jesús que investiga la historia no es un simple hombre, sino que también es el Hijo de Dios, como enseña la fe de la Iglesia desde el inicio: los métodos histórico-críticos no deberían nunca llegar a conclusiones que parezcan negar o excluir la divinidad de Jesús, pues en este caso demostrarían estar equivocados. El conocimiento verdadero de Cristo es el que nos proporciona la fe, mientras que el conocimiento puramente exterior o histórico es solo parcial e insuficiente[7].

 

 

5. Estructura de este manual

 

El contenido de este manual sobre el misterio de Cristo se estructura en dos partes: el estudio de la persona de Jesucristo y el de su obra salvífica, que realmente constituyen un único misterio, ya que «no es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne y vino a la tierra ut omnes homines salvi fiant (cf. 1 Tim 2, 4), para salvar a todos los hombres»[8].

En la primera parte estudiaremos la persona del Redentor. Para ello, comenzaremos viendo la venida del Hijo de Dios al mundo dentro de la economía divina de la salvación. Consideraremos después la realidad de la encarnación: el Verbo, siendo Dios, se hace hombre. A continuación intentaremos esclarecer, en lo posible, el misterio de la unidad de Cristo, Dios y hombre verdadero. Y, por último, estudiaremos distintos aspectos de la verdadera humanidad que asumió.

En la segunda parte trataremos de la obra del Redentor. Para ello, comenzaremos por clarificar qué es la redención. Consideraremos después por qué la obra de Cristo puede alcanzarnos a nosotros: porque Él es la cabeza del linaje humano y el mediador entre Dios y los hombres. A continuación estudiaremos los actos de la vida de Cristo con los que nos salva: primero, los misterios de su vida terrena, particularmente su pasión y muerte, y después los misterios de su vida gloriosa. Y terminaremos viendo esa redención en nosotros, los frutos de la obra redentora de Cristo en nosotros.

 

 

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