John Henry Newman - Juan Alonso García - E-Book

John Henry Newman E-Book

Juan Alonso García

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Beschreibung

John Henry Newman es uno de los pensadores católicos más significativos, prolíficos y versátiles de la época moderna y sigue siendo una figura inspiradora y atrayente en nuestro mundo. Su reciente canonización ha suscitado un interés creciente en la Iglesia entera, más allá de los círculos académicos e intelectuales que ya lo conocían. Este libro quiere acercar la figura de Newman a un público amplio de habla española mediante las colaboraciones de doce investigadores procedentes de ambos lados del Atlántico sobre diversos aspectos del cardenal inglés: su vida, su pensamiento filosófico y teológico, su humanidad, su dimensión literaria, su vida espiritual, su vertiente pastoral y evangelizadora. El resultado es esta completa semblanza de un hombre sabio y santo.

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Presentación

(Juan Alonso)

Con ocasión del Centenario de la muerte de John Henry Newman (1801-1890), Joseph Ratzinger describía al cardenal inglés como uno de los «grandes maestros de la Iglesia», puesto que «enseña no solo mediante su pensamiento y su palabra, sino también con su vida», y así «toca nuestros corazones y al mismo tiempo ilumina nuestro pensamiento»[1].

Vida, pensamiento y palabra en Newman van de la mano, y este es uno de los motivos que explica el encanto que produce su personalidad en quien se acerca a él. En la Apologia pro vita sua[2](1864), fuente esencial para conocerle, al estilo de las Confesiones agustinianas, se encuentran numerosas muestras de esta sinergia entre pensamiento y vida que salpican la historia de sus ideas religiosas. Como ejemplo, basta con señalar que la mayoría de sus escritos son «ocasionales», es decir, responden a una necesidad inmediata de clarificación intelectual, de justificación histórica o de defensa ante circunstancias particulares que aparecen en relación a su itinerario personal.

Inteligente e intuitivo, abierto de mente y amante de la verdad, íntegro y extraordinariamente fiel a su conciencia iluminada por la fe, Newman es una de las personalidades más destacadas del catolicismo inglés y de las más importantes de la Iglesia en los últimos dos siglos. Pero, nos podemos preguntar, ¿qué razones avalan la relevancia y actualidad de su figura?

En primer lugar, cabe señalar que Newman, como hombre moderno, vive a fondo el problema de la modernidad y sugiere valiosas claves –todavía vigentes– para enfrentar sus retos sin sucumbir a sus peligros, especialmente los de la increencia y el relativismo. Según destacó Benedicto XVI, la modernidad interior del ser y de la vida de Newman implica la modernidad de su fe: «No es una fe en fórmulas de un tiempo pasado; es una fe en forma personalísima, vivida, sufrida, encontrada en un largo camino de renovación y de conversiones»[3].

Además, es un hombre de gran cultura, conocedor del pensamiento de su época y de los tesoros de la cultura de la humanidad. Lejos de buscar la mera erudición, le mueve un compromiso y una disposición permanente de búsqueda de la verdad, base y distintivo del genuino intelectual. En sus sucesivas conversiones y en sus desarrollos doctrinales, los posibles intereses o inclinaciones personales dejan paso al primado de la verdad y sus exigencias. Ese servicio incondicional a la verdad se armoniza con un sincero respeto a la libertad y a la conciencia de los demás, haciendo realidad lo que recogería más tarde el Concilio Vaticano II: «La verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad» (declaración Dignitatis humanae, 1).

Destaca también como hombre de gran espiritualidad y de gran humanismo, rasgos que marcan su estilo intelectual y perfilan su insigne personalidad. En Newman se advierte una inteligencia atenta a los avatares de la historia y a las grandes cuestiones del hombre y de la sociedad. Su notable capacidad de introspección psicológica del corazón humano favorece en él una especial sensibilidad hacia lo religioso. Como señaló Benedicto XVI, Newman es «un hombre de oración, de una relación profunda con Dios y de una relación personal, y por ello también de una relación profunda con los demás hombres de su tiempo y del nuestro»[4].

Un último motivo del interés y del atractivo de la figura de Newman es la riqueza y amplitud de sus aportaciones, según se vislumbra en los más de 80 volúmenes que abarca su vasta obra publicada. Entre ella se encuentran más de 600 sermones, ensayos teológicos, históricos y bíblicos, artículos varios, novelas, meditaciones y oraciones, poesías y un cuerpo epistolar que supera la cifra de 20.000 cartas, recogidas en 32 volúmenes. A todo ello hay que añadir un gran número de documentos personales y de escritos inéditos que se conservan en los archivos del Oratorio de Birmingham y que en la actualidad están siendo digitalizados. Entre los escritos de Newman aparecen grandes temas de la teología y del pensamiento cristiano: relación entre fe y razón, revelación cristiana y religión, verdad y conciencia; la teología de la historia, la tradición y el progreso dogmático; la naturaleza de la Iglesia y el ecumenismo, y otras muchas cuestiones, como el papel de los laicos o la naturaleza de la educación.

Nos encontramos, por tanto, ante uno de los pensadores católicos más significativos, prolíficos y versátiles de la época moderna, al que se le pueden aplicar los títulos de filósofo, teólogo, pastor, educador, maestro de la lengua inglesa y, por supuesto, santo.

* * *

Durante toda su existencia, Newman vivió según un agudo realismo cristiano y un comprometido sentido de misión: «Dios me ha creado para que le preste un servicio determinado. Me ha encomendado una tarea que no ha dado a ningún otro. Yo tengo mi misión». Fe y existencia, reflexión y acción, caminaron en su vida de la mano animados por un agudo sentido vocacional y, al mismo tiempo, eclesial: «Soy un eslabón en una cadena, un vínculo de unión entre personas [Dios] No me ha creado para la nada. Haré el bien, haré su trabajo; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en el lugar que me es propio [...] Si lo hago, me mantendré en sus mandamientos y le serviré a Él en mis quehaceres»(Meditaciones y Devociones, 301-2).

Podríamos decir que «la misión de Newman» continúa hoy, pues sigue siendo una figura inspiradora y atrayente en nuestro mundo, un mundo ciertamente diferente al suyo, pero semejante en muchos aspectos.

Su canonización en Roma por el papa Francisco, el 13 de octubre de 2019, ha suscitado un gran interés mediático en la secularizada sociedad británica. El nuevo santo inglés, hasta hace poco conocido únicamente en círculos académicos e intelectuales, ha hecho su entrada en un contexto cultural global. Además, este evento supone un acontecimiento importante para toda la Iglesia, al significar no solo la proclamación de su santidad y su intercesión ante Dios, sino también, de algún modo, la confirmación de la riqueza y validez de sus enseñanzas. Estas circunstancias ofrecen una oportunidad excelente para acercarse a su rica personalidad y a su fecundo legado intelectual, que han permanecido demasiado ignorados en el medio cultural más reciente, y particularmente en el ámbito hispanohablante.

Esta publicación ha surgido en este contexto con el deseo de acercar la figura de Newman a un público amplio de habla española. El volumen contiene las colaboraciones de doce investigadores newmanianos de ambos lados del Atlántico, sobre diversos aspectos del cardenal inglés.

Juan Rodrigo Vélez, biógrafo y Newman scholar afincado en Estados Unidos, traza un perfil sintético y panorámico de la vida del santo inglés, destacando los principales hitos de su itinerario intelectual. Tras este capítulo introductorio, quien suscribe, profesor en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, analiza las experiencias fundamentales de conversión de Newman en su camino hacia la Iglesia católica, que ponen en evidencia cómo su compromiso con la verdad y su fidelidad a la conciencia orientaron su misión y le guiaron hacia Roma.

Siguen después tres capítulos sobre la filosofía, la teología y la eclesiología newmanianas, respectivamente. El profesor Sergio Sánchez-Migallón afronta el perfil filosófico de Newman y presenta sintéticamente algunos de sus temas más relevantes, como la naturaleza del conocimiento y su certeza, la conciencia moral y la armonía entre fe y razón. El aspecto teológico corre a cargo de Fernando María Cavaller –uno de los investigadores latinoamericanos que mayor esfuerzo ha dedicado al estudio y la difusión del pensamiento de Newman–, quien expone los grandes principios que inspiran y caracterizan la reflexión teológica de nuestro autor. Por su parte, el profesor Pablo Blanco se ocupa de la eclesiología newmaniana, mostrando cómo la Iglesia constituye un importante leitmotiv de la vida y el pensamiento de Newman.

Víctor García Ruiz, catedrático de Literatura en la Universidad de Navarra, especialista y traductor de la obra newmaniana, nos descubre uno de los rasgos más humanos del cardenal Newman: su capacidad para la amistad y el extenso mundo de relaciones que estableció durante su vida, especialmente con sus compañeros y discípulos, tanto en su época anglicana como en su época católica.

Una sugestiva mirada hacia Newman como figura literaria viene trazada por el escritor, poeta y profesor Gabriel Insausti, a través de cuatro ejemplos que muestran la huella literaria que Newman ha dejado en cuatro generaciones sucesivas de escritores de la literatura inglesa.

En estas páginas no podía faltar una presentación del pensamiento educativo de Newman, dado que la naturaleza de la educación fue una de sus más importantes áreas de interés, y dado que ejerció el oficio de educador durante una gran parte de su vida. Paula Jullian, profesora de la Universidad Católica de Chile, expone esta faceta dando cuenta y razón de la estima de Newman hacia este quehacer.

Otras dos facetas ineludibles de la figura de Newman que debían emerger de alguna manera en este volumen son su vida espiritual y su vertiente pastoral y evangelizadora. De la primera se ocupa el profesor Pablo Marti, que analiza las enseñanzas del nuevo santo sobre la oración y muestra, al mismo tiempo, cómo en ellas se trasluce un reflejo de su propia vida. De la segunda se ha encargado el profesor Ramiro Pellitero, quien muestra al Newman pastor de almas, y presenta una sugerente síntesis de sus principales aportaciones para la Nueva evangelización.

El volumen se cierra con dos interesantes capítulos panorámicos que miran respectivamente al pasado y al presente. El teólogo mexicano Pedro A. Benítez describe la influencia del pensamiento de Newman en el Concilio Vaticano II a través de la atracción que ejerció sobre otros autores posteriores, como Nédoncelle, Congar y De Lubac. La profesora María Rosario Athié, de la Universidad Panamericana en México, presenta con acierto la actualidad y relevancia de la figura de Newman en el mundo actual, marcado por el relativismo y el utilitarismo. Al mismo tiempo ofrece un útil panorama de la investigación actual sobre el cardenal Newman por áreas lingüísticas.

El creciente interés por la vida y el pensamiento de san John Henry Newman es un hecho por el que hay que felicitarse. Los autores de este trabajo deseamos que contribuya a hacer más accesible su figura a los lectores de habla hispana.

Juan Alonso

Universidad de Navarra

[1] J. Ratzinger, Discurso con motivo del centenario de la muerte del Card. John Henry Newman, 28 de abril de 1990.

[2]Apologia pro vita sua. Historia de mis ideas religiosas, Encuentro, Madrid, 20102.

[3] Benedicto XVI, Encuentro del papa Benedicto XVI con los periodistas durante el vuelo al Reino Unido, 16 de octubre de 2010.

[4] Ib.

Un hombre de su tiempo

(Juan R. Vélez)

La figura de Newman

John Henry Newman es uno de los más importantes pensadores católicos de la época moderna, un gran educador y un maestro de la lengua inglesa. En 1964, san Pablo VI expresó esta convicción al declarar que «la claridad de sus luces y enseñanzas derraman una luz valiosa sobre los problemas de la Iglesia de hoy». Seis años más tarde le llamó «precursor genial que recorrió por anticipado muchas de las rutas en las que nuestros contemporáneos están profundamente comprometidos». A lo largo de este libro se nos presentan algunos rasgos significativos de su vida y pensamiento. En este primer capítulo queremos hacer una reseña histórica de su vida. De Newman existen muchas biografías en diferentes idiomas. Estas biografías, al igual que esta semblanza, nos acercan a una gran figura del mundo intelectual y religioso inglés. Nos permiten entender sus escritos y sus ideas, además de ver la gran coherencia entre su vida y su obra.

Pero, como veremos, Newman fue más que un pensador y escritor de renombre: fue buen amigo de muchos, un sacerdote comprometido y ejemplar, un hombre trabajador, culto y de gran corazón. En una palabra: un santo, es decir, una persona amable y acogedora, quien nos descubre el rostro de Dios y nos hace sentir su cercanía. Víctor García Ruiz, Catedrático de Literatura Española que ha traducido al español muchos volúmenes de Newman, piensa acertadamente que «hay que sacarlo de su nicho más o menos natural, de santo para intelectuales centroeuropeos». Es decir, Newman tiene relevancia para todo cristiano, no solo para los intelectuales.

Inglaterra del siglo XIX

La vida de John Henry Newman se inscribe en el marco del siglo XIX inglés, un periodo de agitación por las revoluciones centroeuropeas que amenazaban la vida inglesa, la situación política y social de Irlanda, la revolución industrial y el apogeo económico de Gran Bretaña. Así como la vida social y política afecta a cada hombre, todo esto influyó en la vida Newman. La situación económica de Francia llevó a la quiebra a la firma bancaria que su padre tenía en compañía con otro. Ante el temor a una sublevación de Irlanda, el gobierno inglés emprendió reformas políticas que permitieron a los católicos la participación en la vida civil y en el gobierno. Pero, además, el gobierno, empleando su poder sobre la Iglesia anglicana, suprimió diez pequeñas diócesis.

Con el correr del siglo, la revolución industrial, el desarrollo del ferrocarril y el aumento del comercio marítimo, además de las malas condiciones de vida en los centros urbanos, se constatan cambios en la práctica religiosa de los ingleses, tales como la ignorancia religiosa, la indiferencia y la práctica superficial de la fe. Surgen movimientos de reforma dentro de la misma Iglesia anglicana, como los metodistas, que luego se separan de la misma, y los grupos evangélicos, que buscan la conversión espiritual de las personas, una lectura más asidua de las Escrituras, cambios morales en la vida personal y pública y la acción misionera en tierras no cristianas. Como veremos enseguida, el evangelismo tendrá una fuerte impronta en Newman, especialmente en los primeros años de su vida, aunque en sus aspectos más positivos dejará una huella para toda su vida.

Los desarrollos tecnológicos y los descubrimientos científicos crean un ambiente en que predomina el materialismo y se plantean más dudas acerca de las verdades cristianas. Al menos la fe ya no es algo aceptado pacíficamente. Se pone en duda en escritos y en la vida pública. El racionalismo ilustrado se extiende y se hace más fuerte. Frente a esta realidad, los creyentes tienen que resolver dudas y dar respuestas a los demás. En el relativamente pequeño pero influyente mundo de las universidades se cuestiona seriamente la necesidad de los estudios clásicos de literatura, filosofía y teología para dar importancia a las ciencias exactas y a las ciencias aplicadas.

Con todo esto, el mundo en que nace nuestro autor era un mundo de mucho crecimiento y de grandes cambios sociales, económicos y religiosos. Su vida y la de sus padres, hermanos, amigos y conciudadanos se desarrolla en esta rica y compleja realidad, de modo que la larga vida de Newman transcurre a lo largo de casi todo el siglo y, por tanto, le convierte en un testigo cercano de los logros y retrocesos del periodo Victoriano.

Niñez y juventud en Londres

Newman nació en el centro de la ciudad de Londres el día 21 de febrero de 1801, en una familia de clase socioeconómica media alta. Sus padres fueron John Newman y Jemima Fourdrinier. El padre era banquero, hijo de un mercader de víveres del condado de Cambridge. La madre provenía de una familia de hugonotes comerciantes, exiliados de Francia. En el hogar se respiraba un ambiente de trabajo y de honestidad. La familia formaba parte de la Low Church de los anglicanos (aquella rama influida marcadamente por el protestantismo), que se caracterizaba por creencias cristianas elementales, la lectura de la Biblia, la práctica de las virtudes y la asistencia al culto los domingos. De su madre, y sobre todo de su abuela paterna, recibió desde temprana edad el gusto y la costumbre de leer la Biblia, en la elegante traducción de la King James Bible.

Recordaría años después una infancia feliz con sus juegos de niño, la lectura de los cuentos de Las mil y una noches y los veranos en una casa en Ham, a las afueras de Londres. Allá vio las velas encendidas en las ventanas de su casa y de los vecinos para celebrar la victoria naval de Trafalgar (1805). La casa y sus jardines eran como un paraíso para el niño Newman. A la edad de ocho años, en las mañanas de verano leía en cama antes de la hora de despertar las novelas de escritor Sir Walter Scott.

John Henry fue el primero de seis hijos. Sus otros hermanos fueron Charles, Francis, Harriett, Jemima y Mary. En su madurez, Francis se destacó por sus conocimientos de las lenguas semíticas, que enseñaba en la universidad. En cambio, Charles sufrió un trastorno mental y, a pesar de la ayuda de sus hermanos, vivió una triste vida sin conseguir un trabajo estable. John Henry Newman mantuvo una cercana amistad sobre todo con su madre y sus hermanas, con quienes compartía intereses literarios y religiosos. Se hizo cargo del cuidado de ellas cuando su padre murió inesperadamente a mediana edad, agotado por avatares y fracasos financieros. Al poco tiempo también murió repentinamente Mary, su hermana menor, a quien él tenía especial apego. A lo largo de los años, Newman escribió poemas en los que trataba acerca de cómo él percibía su presencia espiritual, escondida como por el velo que separa este mundo del más allá. Recordaba la pureza de su alma y su amor por Dios, quien, según Newman, la llamó «sin ningún aviso, ya que no da ninguno cuando las almas están preparadas para un cambio repentino».

Sus primeros estudios fueron en un internado en Ealing, cerca de Londres, donde sobresalió en sus materias y comenzó a gozar de las obras de Homero. Despuntó por su capacidad de liderazgo: estuvo a la cabeza de un grupo de muchachos, The Spy Club, y dirigió una revista con el mismo nombre. También formó parte de obras teatrales y comenzó a tocar el violín, hábito que mantuvo a lo largo de su vida, escogiendo a Beethoven como su compositor preferido.

En este colegio conoció a Walter Mayer, un hombre de mucha fe y piedad que lo inició en la lectura de escritores calvinistas que ejercerían un papel decisivo en la juventud de Newman, como Thomas Scott. Este último le influyó positivamente con su libro The Force of Truth y con algunos dichos como «santidad antes que paz». Pero el joven Newman también hizo algunas lecturas de Rousseau y Thomas Paine que ponían en tela de juicio la fe. Un verano, mientras convalecía de una enfermedad en el colegio, tuvo una especie de conversión, en la que percibió de modo profundo la presencia de Dios en su vida y el sentido de esta enfermedad ante Dios. Dicho del modo existencial que luego utilizó, experimentó que en todo el universo había solo dos seres luminosos: Dios y él. En otras palabras, la existencia de Dios significó para él tomarse la vida cristiana en serio, y por ello darle un sentido nuevo. De hecho, sintió ese mismo otoño de 1816 que la voluntad de Dios para su vida era el celibato y que la religión incluye un credo bien definido. Newman llamó a esta primera enfermedad grave, de las tres que marcaron su vida, «mi primera conversión».

En la universidad de Oxford

A la joven edad de dieciséis años, accedió a un puesto en la famosa Universidad de Oxford. Visitó la Universidad con su padre e ingresó oficialmente el año siguiente en el Trinity College. Era joven y tímido, y tuvo un rudo encuentro con un ambiente disoluto y con una práctica superficial de la religión. Al enterarse algunos de que tocaba el violín le invitaron a una fiesta con la pretensión de emborracharlo, pero el joven Newman resistió el forcejo. A pesar del ambiente del college, logró hacer amistades y consiguió buenos resultados en sus estudios. Sin embargo, por estudiar muy largas horas, sufrió cansancio mental durante las pruebas finales y no obtuvo las altas calificaciones que deseaba. Más tarde achacó esto a su orgullo y excesivo deseo de sobresalir académicamente, pero además a la falta de ayuda de los tutores. Aun sin brillar en sus estudios, obtuvo una beca para continuar con estudios de posgrado en Trinity.

En 1819, a instancias de su padre, se inscribió en Lincoln’s Inn en Londres para estudiar leyes, pero en 1822 se decidió a seguir el camino de la vida ministerial en la Iglesia anglicana. En 1824 recibió el diaconado y en 1825 fue ordenado sacerdote anglicano en Oxford.

En 1822 se había presentado a una prueba de oposición a un concurso para ser admitido como fellow de Oriel College, es decir miembro del college. A los pocos años fue nombrado tutor del mismo college. El tutor era una especie de profesor asociado con alumnos a su cargo.

Tanto Trinity College como Oriel College estaban entre los más prestigiosos de Oxford. En Trinity había tenido largas conversaciones con personas destacadas mayores que él, como Richard Whatley, luego obispo en Dublín, y Edward Hawkins, futura cabeza de Oriel. Oriel College representaba una corriente intelectual llamada noética, de carácter un tanto escéptico. Whatley, quien dictaba un curso de lógica, encargó a Newman la escritura de su libro de texto. Nuestro autor tuvo así un temprano conocimiento de la lógica y poética de Aristóteles, y escribió una entrada en la Encyclopædia Metropolitana sobre dicho pensador. Este conocimiento y aprecio por el filósofo se notaría en su pensamiento y en sus escritos posteriores, por ejemplo, en su Idea of a University y en el Grammar of Assent.

Oriel College era entonces el foco de una pretendida reforma educativa en Oxford. En 1826, el joven Newman, al aceptar el cargo de tutor, quiso realmente emprender una reforma volviendo a la idea primaria del tutor como un maestro tanto del intelecto como del carácter y la vida espiritual de sus alumnos, algo que sería su ideario años más tarde al fundar la Universidad Católica en Irlanda. En esta labor Newman involucró a dos amigos, Richard Hurrell Froude y Robert I. Wilberforce, y por un tiempo consiguió mejorar la formación de los alumnos asignados a ellos. Uno de sus mejores alumnos fue Frederic Rogers, después Lord, y entre sus alumnos también estuvieron los hermanos Mozley, que luego fueron sus cuñados. En este tiempo, en 1827 sufrió su segunda enfermedad «no dolorosa, pero sí fastidiosa», de la cual escribió: «Me arrancó por completo de mi incipiente liberalismo». Había sido nombrado examinador para los exámenes de licenciados en letras. Pero su orgullo y activismo le obligaron a suspender este cargo y a pensar de nuevo en la orientación religiosa de su vida.

Después de una convalecencia, continuó la labor de reforma educativa de Oriel, yendo más allá de lo que Hawkins quería, y este, como cabeza del college, dejó de asignar alumnos a Newman, quien dejó su trabajo para hacer un largo viaje en el Mediterráneo con Froude –que padecía de una tuberculosis– y el padre de Froude. El viaje con su amigo puso a Newman en contacto directo con los mundos griego y romano, de los cuales había leído mucho, y en contacto indirecto con las Iglesias ortodoxas y católicas por medio de su visita a los templos. A bordo del barco escribió muchos poemas, principalmente sobre temas religiosos. Al regreso del viaje empezaría una nueva etapa de su vida, dedicándose por completo al culto, la enseñanza y la atención de los feligreses en la iglesia Saint Mary the Virgin, de la cual era el rector desde 1828. En total Newman permaneció once años, de 1822 a 1833, en Oriel College.

El Movimiento de Oxford

Durante el viaje por el Mediterráneo se fue gestando en la mente de Newman la imperiosa necesidad de una reforma de la Iglesia anglicana. En la última etapa de este recorrido, mientras viajaba por Sicilia, cayó gravemente enfermo, y estuvo a punto de morir a causa de una probable fiebre tifoidea. Fue esta la tercera enfermedad grave la que marcó el curso de su vida. En medio del momento más delicado entrevió la gravedad de su estado, pero presintió que Dios lo salvaría para realizar una misión. Pocas semanas después y en camino de regreso a Inglaterra en barco, redactó el famoso poema Lead Kindly Light, una oración a Dios en forma de versos. El joven fellow invoca la luz del Espíritu Santo y acepta tan solo ver un paso adelante. La misión entrevista por Newman se concretó a la semana de regresar a su tierra. Junto con varios amigos dieron comienzo al Movimiento de Oxford, un movimiento de reforma de la Iglesia anglicana que pretendía el retorno a la obediencia eclesial, a la fidelidad doctrinal y a la belleza y la piedad en el culto. Aunque John Keble, profesor de poesía en Oxford, y Edward B. Pusey, profesor de hebreo, eran algo mayores que Newman y tenían más renombre, Newman fue el líder del Movimiento durante doce años. El nuevo movimiento promovía sus ideales por medio de folletos, las publicaciones Tracts for the Times y las homilías de sus miembros, especialmente las de Newman en la iglesia universitaria, Saint Mary the Virgin. Muchos miembros del clero simpatizaban con las ideas de reforma, mientras otros se oponían por parecerles demasiado cercanas a la Iglesia católica romana.

El interés de Newman y sus amigos era fortalecer la Iglesia anglicana, pero el poder del Estado Británico sobre ella y un creciente relativismo doctrinal llevaron a Newman y a otros de sus amigos y alumnos a plantearse la legitimidad del anglicanismo. A partir del año 1840, Newman empezó un proceso más intenso de estudio de la doctrina católica y de sus anteriores ideas calvinistas. En 1842 se mudó al poblado de Littlemore, en las afueras de Oxford, donde llevó una vida casi monástica de mucha oración, ayuno y estudio. Él y sus amigos seguían un horario para la hora de despertar y demás actividades. Rezaba la liturgia de las horas, usando una versión católica heredada de su amigo Froude, que ya había fallecido. Cada año hacían unos días de retiro espiritual en silencio.

Aunque una exposición detenida de la vida de piedad de Newman excede estas páginas, se puede decir que en ella ocupaba un lugar principal las oraciones litúrgicas y las meditaciones a partir de la Sagrada Escritura. Una vez convertido al catolicismo, el trato con Jesús en la sagrada eucaristía ocupó un lugar primordial. Su devoción a la Virgen María llegó a ser tierna a la vez que sencilla y filial, y de modo parecido el trato con varios santos, especialmente san Felipe Neri, a quien consideró su patrono. La obra póstuma Meditations and Devotions recoge bellas oraciones que compuso dirigidas a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; a la Virgen María, y a san Felipe Neri, meditaciones para las estaciones del Vía Crucis y traducciones suyas de himnos del breviario.

Conversión al catolicismo y ordenación sacerdotal

Una serie de eventos y razonamientos, que se tratarán en otro capítulo –entre ellos el fuerte ataque en 1841 contra el Tracto 90 por parte de los obispos anglicanos–, le fueron convenciendo de que la Iglesia católica romana era la legítima Iglesia fundada por Cristo. Dejó de predicar en la iglesia de Littlemore y se esperaba que cualquier día diera el paso a la Iglesia de Roma, pero Newman no tenía prisa. De hecho, no quería dejar la Iglesia anglicana y vivía lo que había aconsejado a muchos: madurar esas decisiones a lo largo de años.

A partir de entonces enfocó su estudio sobre el desarrollo de las enseñanzas cristianas a lo largo de los siglos. Newman comparaba el crecimiento de los dogmas con el crecimiento de un manantial que se convierte en un riachuelo y después en un río. Se trata de la misma corriente de agua, pero mucho más amplia y profunda. Así, una verdad permanece la misma, pero se profundiza en su contenido. Mediante su estudio, Newman buscaba criterios para distinguir entre lo que constituye el verdadero desarrollo de la doctrina y lo que es la corrupción de la fe. Los protestantes aducían que muchas creencias y prácticas católicas eran corrupción de las primitivas enseñanzas cristianas. Al contrario, para Newman, se hizo claro que en la Iglesia católica romana se había dado a lo largo de los siglos un auténtico desarrollo del dogma.

Antes de acabar este estudio, que será el libro Development of Christian Doctrine, Newman tomó la decisión de cruzar el Rubicón. En la noche del 8 de octubre de 1845, ante el rostro conmovido del predicador y hoy beato Domingo Barberi, Newman hizo una confesión general y recitó el credo. Al día siguiente pidió ser admitido en la Iglesia que él consideraba era la Iglesia de san Atanasio, san Agustín y los grandes santos del cristianismo, y recibió la sagrada eucaristía. Su amigo, el primer ministro inglés Edward Gladstone, había dicho certeramente a otros que su paso sería la más grande defección en la historia del anglicanismo. Newman había evitado llamar la atención. Envió cartas comunicando la noticia a su familia inmediata y mejores amigos, pero solo para informarles él mismo y evitarles las especulaciones de los periódicos.

A finales de 1846, Newman viajó a Roma, donde por tan solo unos meses estudió teología en el Colegio de Propaganda Fide y mantuvo contacto con el teólogo Giovanni Perrone. El día 30 de mayo de 1847 fue ordenado sacerdote católico junto con otro converso del anglicanismo, Ambrose St John, uno de sus mejores amigos. Estando en Roma decidió formar parte del Oratorio de san Felipe Neri, una congregación de sacerdotes dedicados a muy diversas labores pastorales e intelectuales, que vivían en casas, cada una independiente de las otras. A instancias del papa Pío IX, Newman fundó la primera casa en Inglaterra, y escogió Birmingham, una ciudad con muchos inmigrantes pobres y católicos provenientes de Irlanda. Allá transcurrirá la mayor parte del resto de su vida, excepto un periodo en Irlanda, dedicándose a la atención espiritual de los inmigrantes.

La vida en comunidad pronto presentó muchas contradicciones. Frederick Faber, uno de los que se había adherido a Newman, tenía recelo de la amistad de Newman con St John y además quería adoptar costumbres italianas en Inglaterra, algo que no parecía conveniente. Newman se vio obligado a establecer otra casa para el Oratorio en Londres y dejar que Faber y algunos otros miembros del Oratorio se fueran de Birmingham a Londres. Además de esta separación, la nueva casa ocasionó muchos otros disgustos a Newman, quien actuó con mucha paciencia y caridad. Aunque era bastante sensible a los desaires, sabía perdonar a las personas.

Newman se dedicaba a la administración de su casa –el Oratorio– y prestaba ayuda a otros sacerdotes, pero sacaba tiempo para escribir. Fue entonces cuando escribió y publicó en 1849 Discourses to Mixed Congregations, un libro con sus primeros sermones como sacerdote católico. El mes anterior había acudido a ayudar a un párroco en cuya parroquia se había dado recientemente una epidemia de cólera. En 1850 publicó Certain Difficulties Felt by Anglicans in Catholic Teaching, en el cual intentaba convencer a sus lectores de la doctrina de la Iglesia católica. Ese mismo año se restauró la jerarquía católica en Inglaterra y estallaron ataques en la prensa contra los católicos. En la Bolsa de futuros de Birmingham, Newman pronunció una serie de discursos, Present Position of Catholics in England, mediante los cuales explicaba la naturaleza de los prejuicios y los ataques contra los católicos ingleses y cómo se convence a los demás por medio del ejemplo personal de vida cristiana. Este libro, que se destaca por la capacidad de sátira de Newman, le ganó el reconocimiento de los católicos ingleses.

En este clima de agitación anti-católica y anti-papal, la Evangelical Alliance trajo a Inglaterra a Giacinto Achilli, en un tiempo monje dominico, quien se dedicó a difamar a la Iglesia católica. En uno de sus sermones Newman habló de las inmoralidades contra mujeres cometidas por Achilli, quien, sin embargo, luego acusó a Newman de difamación. Esto llevó a un injusto y doloroso juicio legal contra Newman sin el apoyo documental que Nicholas Wiseman, el entonces recién nombrado obispo de Westminster, y Monseñor George Talbot, camarlengo del papa en Roma, habían podido darle. Newman fue sentenciado a pagar cien libras y recibió una reprimenda del juez. Amigos de Newman de varios países recaudaron fondos para pagar los costos legales de Newman, quien había sufrido mucho, pero al mismo tiempo había ganado una victoria moral al quedar clara su injusta condena. Más de 2.000 libras habían llegado desde Irlanda y, una vez pagado los costos incurridos, Newman usaría el dinero restante para construir la iglesia de la Universidad Católica de Irlanda.

Fundación de la Universidad Católica de Irlanda

En 1851, Paul Cullen, arzobispo de Dublín, visitó a Newman en Birmingham y le ofreció ser el primer rector de una universidad católica que los obispos de Irlanda deseaban establecer. Irlanda no tenía universidad católica y los alumnos católicos hasta entonces asistían a la única universidad –que era anglicana–, y ahora comenzaban a asistir a otras dos no confesionales fundadas por el Estado como un acuerdo político. Irlanda acababa de atravesar otra gravísima crisis económica por la Gran Hambruna provocada por el tizón de las patatas. Newman comenzó a viajar a Dublín para organizar el comienzo de la universidad, labor que incluía la difícil búsqueda de fondos, propiedades, profesores y alumnos.

Por fin la universidad abrió sus puertas y las clases se iniciaron en 1854. Aunque la Universidad comenzó bien bajo el mando de Newman, creció poco. Las dificultades se debían a varias causas, que incluían el justo recelo de los irlandeses a un rector inglés y a profesores ingleses, y a la falta de alumnos cuyas familias pudieran pagar estudios universitarios. Pero la actitud de Cullen de tratar a la Universidad como un seminario y de impedir que los laicos se hicieran cargo de las finanzas y otros aspectos de esta, como quería Newman, provocó que el gobierno británico no acreditara los títulos concedidos por la Universidad. La visión de Cullen y su difícil trato hicieron que Newman dimitiera como rector de la Universidad y regresara a tiempo completo a Birmingham.

A principios del siglo XX, la Universidad pasó a ser una parte de la entonces nueva fundación estatal University College Dublin. A pesar del fracaso de la Universidad Católica, el trabajo de Newman antes de su fundación y durante los primeros años ha dejado unos textos y ejemplos de una gran riqueza para entender su visión de lo que debe ser una universidad. Una serie de discursos pronunciados en Dublín para promover la universidad fueron luego editados bajo el título de Idea of a University, una obra reconocida ampliamente por estudiosos de la educación universitaria al igual que de la literatura, ya que representa el brillante estilo literario de Newman. Más adelante se tratará del gran aporte de Newman al campo educativo, tanto en la teoría como en la práctica.

Establecido de nuevo a tiempo completo en Birmingham, Newman se dedicó a su comunidad del Oratorio, la cual –como todas las familias religiosas– atravesaba dificultades como la marcha de unos y la enfermedad de otros. Los malentendidos y envidias de algunos lo hacían sufrir, sobre todo los de la comunidad del Oratorio que se había formado en Londres.

De nuevo en Inglaterra y la Oratory School

Instalado de modo estable en Inglaterra, Newman se embarcó en otros nuevos proyectos. Uno que le ilusionó mucho fue la traducción de la Biblia al inglés: la anterior traducción era la revisión de la Douay-Rheims Bible realizada por Richard Challoner un siglo antes. En agosto de 1857, el arzobispo Wiseman le pidió de parte de los obispos ingleses encargarse de esta labor. Newman reunió un equipo y se puso a trabajar inmediatamente, pero se requería el apoyo de Wiseman, quien, por la envidia de Faber, interesado en hacerse cargo de la traducción, apenas respondía las misivas de Newman. Desilusionado por la falta de apoyo, Newman decidió dejar el proyecto y la traducción de la Biblia no se realizó en Inglaterra.

Otro de los proyectos de Newman fue el de apoyar a unos amigos conversos que editaban un periódico católico llamado TheRambler. Esta publicación dirigida por laicos conversos del anglicanismo era para laicos intelectuales, por lo cual el clero, y más aún los obispos, desconfiaban de él. Newman quería que los laicos tuviesen un vehículo para expresar sus ideas y opiniones en materias de su competencia, pero aconsejaba al editor evitar publicar artículos de teología. En 1859, después de un artículo crítico de la postura de los obispos ingleses en materia del apoyo del Estado para los colegios católicos, el editor se vio obligado a dejar su cargo. Por querer apoyar la revista y como último recurso, Newman asumió el cargo de editor, pero por muy breve tiempo. Él mismo se vio obligado a dimitir al escribir un artículo titulado Sobre la consulta a los fieles en materia de doctrina, que causó un gran revuelo. Las ideas de Newman anticipan las enseñanzas sobre los laicos de san Josemaría Escrivá y de teólogos como Yves Congar, acogidas por el magisterio del Vaticano II, pero en su momento eran demasiado avant-garde y fueron causa de su delación a la oficina de Propaganda Fide.

Si bien su actuación con TheRambler acabó mal, ese año se materializó un proyecto educativo de Newman que perdura hoy día. Unos amigos suyos preocupados por la educación de sus hijos le pidieron comenzar un colegio. Tanto ellos como Newman deseaban un colegio con el prestigio académico de los llamados Public Schools de Inglaterra, pero con la formación religiosa de colegios católicos, es decir un «Eton católico». Newman pidió a un grupo de padres de familia hacer un estudio de viabilidad y poner los medios para sacar el colegio adelante. Una vez logrado esto, en mayo 1859 se fundó en Birmingham un colegio internado, conocido como la Oratory School. En este colegio Newman volcó sus ideas e interés por la formación del intelecto y el carácter de los jóvenes que por años había ocupado su atención con universitarios. Sin ser el director del colegio, le dedicó lo mejor de sus energías buscando profesores como su amigo el poeta Gerard Manley Hopkins, alentando la atención espiritual y cuidando el trato con los padres, a quienes consideraba partícipes primordiales en la educación de sus hijos.

La Oratory School atravesó una crisis con el primer director del colegio, uno de los sacerdotes oratorianos, quien dio poca importancia a la formación religiosa y quiso excluir del colegio a Newman. Sin embargo, el prestigio de Newman, su dedicación a los padres de familia y alumnos y el trabajo de Thomas Arnold, Jr., otro de los profesores en Dublín, y Ambrose St John, como nuevo director, hizo que el colegio remontara el vuelo después de la primera gran dificultad. Entre los alumnos más destacados está el escritor Hilaire Belloc. Por su parte otro afamado escritor, J. R. Tolkien, aunque no estudió en el colegio, al quedar huérfano en 1904 a la edad de doce años, quedó bajo la tutela del padre Francis Xavier Morgan, sacerdote del Oratorio en Birmingham.

A pesar de que el colegio logró superar la primera crisis, la salud de Newman –nunca buena– se había resentido y los fracasos en varias labores pesaban sobre él. Además, su nombre, tanto entre protestantes como entre muchos católicos, se miraba con recelos o sospechas. Algún periódico llegó a publicar un artículo hablando de su próximo retorno al anglicanismo. Pero todo esto cambió al escribir su libro, Apologia pro vita sua.

Defensa de su vida. Apologia pro vita sua

En 1864, un profesor y novelista inglés, Charles Kingsley, afirmó en una revista que la característica de los sacerdotes católicos era la falta de veracidad. A pesar de la protesta de Newman, Kingsley se obstinó en no retractarse. Sintiendo la injusticia contra los sacerdotes católicos y contra sí mismo, Newman se lanzó a escribir lo que sería la famosa defensa de su vida, Apologia pro vita sua. En pocas semanas, muchas veces trabajando dieciséis o más horas al día, reconstruyó, basándose en su correspondencia y en anotaciones en cuadernos personales, su recorrido espiritual de la Iglesia anglicana a la católica. Esta célebre autobiografía, también muy conocida por su interés literario en ámbitos anglosajones, es una explicación del desarrollo de sus ideas religiosas y una defensa fuerte de las mismas. Fue un éxito inmediato, y después de su publicación, se restableció el respeto a Newman, el cual había sufrido mucho desde su incorporación a Roma.

La Apologia pro vita sua también dio lugar a un reencuentro con sus viejos amigos anglicanos, quienes siempre habían guardado un grato recuerdo de Newman. Uno de estos encuentros poco después de la publicación de la Apologia fue la reunión de Newman con Keble y Pusey. Los tres habían envejecido e inicialmente no se reconocieron. Pero el afecto y la emoción del encuentro fueron palpables. En ese mismo tiempo Rogers, su antiguo amigo, entonces un Lord, regaló a Newman un violín. Años más tarde él y otros dos amigos regalarían a Newman una carroza.

Después de disiparse esta nube que se cernía sobre él, Newman continuó residiendo en Birmingham, haciendo viajes ocasionales a Londres y a otras ciudades. Se dedicaba al Oratorio de Birmingham, a la labor en el colegio y al estudio.

A excepción de dos ensayos breves sobre la revelación bíblica, el último escrito de Newman –y tal vez el de más envergadura e importancia– fue su obra Grammar of Assent. Esta obra, publicada en 1870, fue el resultado de al menos treinta años de análisis sobre las bases en las que se funda el acto de fe y la certidumbre del creyente. Es una obra difícil y a su vez muy rica en luces para la comprensión de la fe y la teología. En ella distingue entre el conocimiento real o concreto y el conocimiento nocional o teórico. La teología natural parte de un conocimiento real de las cosas y de Dios mediante el uso de la conciencia. Esta nos habla del bien y del mal, y de un ser superior fuera de nosotros mismos que es el autor de lo que existe y juez del bien y del mal. En esta obra presenta una sugerente idea acerca de la certeza que se alcanza mediante las inferencias informales. La mente llega a la certeza por medio de un sinnúmero de conocimientos previos, experiencias y asociaciones que son como un conjunto de cables que forman un solo cable. Es lo que llama el sentido ilativo de la mente.

El mismo año que se publicaba esta obra, en Roma se celebraba el Concilio Vaticano I.

Infalibilidad papal

Newman fue invitado como perito al Concilio Vaticano I, primero por un obispo, después por el mismo Pío IX a través del arzobispo Ullathorne, amigo de Newman, y finalmente por otro obispo, Thomas J. Brown, que anteriormente había denunciado al mismo Newman ante la Santa Sede. No se conoce bien el porqué de su decisión de no aceptar ir al Concilio, pero Newman había sido tratado mal por el Santo Oficio de la Santa Sede debido a un escrito suyo, Consulting the Faithful in Matters of Doctrine, y a un desacuerdo con el Oratorio de Londres. Además, Newman pensaba que la decisión de promulgar el dogma de la infalibilidad papal no era necesaria ni oportuna, dados los recelos contra los católicos en Inglaterra. En 1870, el Concilio aprobó ese dogma y promulgó dos decretos, uno sobre la infalibilidad y el otro sobre la revelación divina. La aportación de Newman a estos hubiera sido muy valiosa.

Hoy día sus escritos nos ayudan a entender mejor la infalibilidad papal, y el modo en que Dios se revela a los hombres en la historia y por medio de los escritos inspirados de la Sagrada Escritura. En 1875 salió en defensa del dogma proclamado explicando su alcance y correcta comprensión. Lo hizo por medio de una carta abierta, Letter to the Duke of Norfolk, escrita en respuesta a un editorial del primer ministro Gladstone criticando la supuesta postura de injerencia de la Santa Sede en la vida inglesa por medio de ese dogma. En esta misma carta, Newman explicó de modo muy lúcido el papel tan importante de la conciencia moral en el obrar del hombre frente a Dios.

Ian Ker hace notar que Newman, por medio de su comprensión de la historia de la Iglesia, entendía que los decretos de un concilio completan los de otro, que las decisiones de uno se matizan en otro, y las enseñanzas de uno se presentan con nueva profundidad en ulteriores concilios.

Su vejez y nombramiento cardenalicio

Cuando sus obras escritas y sus amistades parecían haberle dado el merecido reconocimiento por una larga vida gastada al servicio de otros, recibió el más grande reconocimiento de la Iglesia. El papa León XIII lo nombró cardenal en 1879 como distinción tanto a su doctrina como a la nación inglesa. Debido a la envidia y malentendidos del arzobispo de Londres, el cardenal Manning, por poco no se le concede el honor a Newman. Una vez aclarado que Newman aceptaba el nombramiento, el anciano sacerdote viajó a Roma, donde pronunció un conocido discurso sobre la verdadera fe frente al relativismo religioso y recibió la birreta cardenalicia. En su audiencia con el León XIII, el papa le preguntó sobre la comunidad del Oratorio. Ante esta pregunta las lágrimas empaparon los ojos de Newman, quien recordaba la muerte reciente de sus buenos amigos sacerdotes Ambrose St John y Edward Caswall. El papa cariñosamente puso sus manos sobre la cabeza de Newman y le dijo «no llores». Inglaterra entera consideró el honor concedido a Newman como un honor propio y le agasajó a su retorno. Dos años antes, en 1877, Trinity College, Oxford, le había conferido el título de Honorary fellow, y Newman había regresado otra vez a visitar su antigua Universidad.

El trascurso de los años trajo el inevitable envejecimiento y quebrantamiento de la salud de Newman. Se caía fácilmente y en una de estas ocasiones se fracturó varias costillas. También vio con dolor morir a sus amigos. A pesar de esto, continuó recibiendo visitas, respondiendo cartas –ahora dictadas– y ayudando en la Oratory School. Pero su vida se fue apagando como una vela. Dependía para casi todo de su fiel ayudante y amigo, y sacerdote oratoriano, William Neville. A principios de agosto de 1890 enfermó de un resfriado y a los pocos días, el 11 de agosto, falleció. Su muerte y su entierro en Birmingham fueron seguidos con duelo por todo el país.

Reconocimiento de sus escritos y santidad

Si ya en vida el aprecio y respeto a Newman eran notables, sobre todo después de su Apologia pro vita sua, este reconocimiento ha crecido desde su muerte. Poco después de su fallecimiento salió su primera biografía, escrita por Wilfrid Ward, hijo de un contemporáneo suyo, a la que han seguido muchas otras, entre las cuales destacan las de Meriol Trevor, Louis Bouyer, Ian Ker, y José Morales, esta última en castellano, y además otras más cortas como la de Joyce Sugg y la de Brian Martin. También se han escrito muchos ensayos y semblanzas sobre su vida, como los de Stephen Dessain, Jean Honoré, Avery Dulles, Keith Beaumont y Roderick Strange.

Muchas de sus obras se tradujeron pronto después de su muerte al alemán y al francés; más recientemente, cerca de diez volúmenes al español por Víctor García Ruiz. En el campo de la teología sus escritos y pensamientos han fecundado el pensamiento teológico, han sido tema de estudio y debate y han dado ayuda al magisterio de la Iglesia. Cada año se escriben numerosos artículos acerca de estas contribuciones.

Por encima de todo esto, los pontífices, desde León XIII, han mostrado su aprecio por el cardenal Newman. A principios del siglo XX, san Pío X reconoció la ortodoxia de sus escritos en una carta a un obispo irlandés. El 22 de enero de 1991, san Juan Pablo II le dio el título de venerable y el 19 de septiembre de 2010, Benedicto XVI le beatificó en una ceremonia en Birmingham, Inglaterra. En la homilía de la misa de beatificación, Benedicto XVI reconoció los méritos del sacerdote inglés: «El servicio concreto al que fue llamado el Beato John Henry incluía la aplicación entusiasta de su inteligencia y su prolífica pluma a muchas de las más urgentes “cuestiones del día”. Sus intuiciones sobre la relación entre fe y razón, sobre el lugar vital de la religión revelada en la sociedad civilizada, y sobre la necesidad de una educación esmerada y amplia fueron de gran importancia, no solo para la Inglaterra victoriana. Hoy también siguen inspirando e iluminando a muchos en todo el mundo».

Después del debido estudio de su vida y escritos y de milagros atribuidos a su intercesión, el papa Francisco le canonizó en Roma el 13 de octubre de 2019. A este evento asistió un grupo de obispos anglicanos y el Príncipe de Gales, quien, en un bello escrito en L’Osservatore Romano, indicó el papel tan valioso que Newman ha jugado en fortalecer los valores espirituales del hombre en nuestro tiempo. El príncipe dijo del nuevo santo: «Su fe fue realmente católica y en ella abrazó todos los aspectos de la vida. En ese mismo espíritu nosotros, seamos católicos o no, podemos, en la tradición de la Iglesia cristiana a través de las épocas, abrazar la única perspectiva, la particular sabiduría y visión, traída a la experiencia universal por esta alma individual». Fue este el tributo de un importante representante del pueblo inglés a este gran hombre y santo.

Bibliografía complementaria

Beaumont, K.,Comprendre John Henry Newman: vie et pensée d’un maître et témoin spirituel, Saint-Léger Éditions, Chouzé-sur-Loire 2015.

Morales Marín, J.,Newman (1801-1890), Rialp, Madrid 1990.

Vélez Giraldo, J. R.,Cardenal Newman, un santo para el mundo de hoy, Logos, Buenos Aires 2019.

Converso[5]

(Juan Alonso)

La incorporación de John Henry Newman a la Iglesia católica, el 9 de octubre de 1845 ha sido considerada como un evento de primer orden en la historia moderna de la Iglesia[6]. De hecho, uno de los aspectos más conocidos del santo inglés es su condición de «converso», siendo uno de los más influyentes de la historia de la Iglesia, junto a san Agustín, y ocupando seguramente el primer puesto entre los provenientes de las Iglesias nacidas a partir de la Reforma.