K2: Enterrados en el cielo - Peter Zuckerman - E-Book

K2: Enterrados en el cielo E-Book

Peter Zuckerman

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Beschreibung

Cuando Edmund Hillary conquistó el Monte Everest, el sherpa Tenzing Norgay estaba a su lado. De hecho, en todas las ocasiones en que los occidentales han subido el Himalaya, los sherpas han sido, en el fondo, los héroes olvidados. En agosto de 2008, cuando once escaladores perdieron la vida en el K2, probablemente la montaña más peligrosa del mundo, dos sherpas sobrevivieron. Habían salido de la pobreza y de la agitación política para convertirse en dos de los montañeros más hábiles del planeta. Con acceso a información inédita, entrevistas en profundidad y una rica exploración de las costumbres y la cultura sherpa, este libro recrea por primera vez la asombrosa historia de una de las catástrofes más dramáticas en la historia alpina, desde una nueva perspectiva fascinante. Zuckerman y Padoan exploran las vidas cruzadas de los sherpas Chhiring Dorje y Pasang Lama, siguiéndolos desde sus aldeas en el alto Himalaya a los barrios pobres de Katmandú, a través de los glaciares de Pakistán, hasta el campo base del K2. Cuando ocurrió el desastre en la Zona de la Muerte, Chhiring encontró a Pasang varado en una pared de hielo, sin siquiera un piolet, esperando la muerte. El rescate que siguió se ha convertido en parte de la leyenda del alpinismo.

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Relación de mapas

El Karakórum, la cordillera del Himalaya y el macizo del Hindu Kush [ver]

Las regiones de Rolwaling, Khumbu y el río Arun, en Nepal [ver]

Boceto del K2 de Thomas Montgomerie[ver]

Valle de Shimshal, Pakistán [ver]

Desde Shimshal hasta el K2 [ver]

La aproximación al K2 [ver]

Las vías de los Abruzos y Cesen [ver]

Del Campamento 4 a la cumbre [ver]

De la cumbre al Campamento 4 [ver]

Relación de personajes

En el año 2008, más de setenta personas intentaron acometer la hazaña de escalar el K2. A continuación, se detalla la lista de alpinistas, rescatadores, coordinadores y miembros de expediciones y asesores meteorológicos que desempeñaron un papel relevante durante la tragedia que se narra en este libro.

Nombre

Adscripción

Aamir Masood

Piloto pakistaní de «los Cinco Intrépidos»

Alberto Zerain

Escalador independiente vasco

«Big» Pasang Bhote*

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Cas van de Gevel

Expedición holandesa «Norit» al K2

Cecilie Skog

Expedición noruega al K2

Chhiring Dorje Sherpa

Expedición internacional estadounidense al K2

Chris Klinke

Expedición internacional estadounidense al K2

Court Haegens

Expedición holandesa «Norit» al K2

Dren Mandic

Expedición serbia de Voivodina al K2

Eric Meyer

Expedición internacional estadounidense al K2

Fredrik Sträng

Expedición internacional estadounidense al K2

Gerard (Ger) McDonnell*

Expedición holandesa «Norit» al K2

Go Mi-sun (señora Go)

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Hoselito Bite

Escalador independiente serbio

Hugues d’Aubarède*

Expedición independiente comandada

por un francés

Hwang Dong-jin*

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Iso Planic

Expedición serbia de Voivodina al K2

Jelle Staleman

Expedición holandesa «Norit» al K2

Jehan Baig*

Expedición independiente comandada

por un francés

Jumik Bhote*

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Karim Meherban*

Expedición independiente comandada

por un francés

Kim Jae-soo (señor Kim)

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Kim Hyo-gyeong*

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Lars Flatø Nessa

Expedición noruega al K2

Marco Confortola

Expedición italiana al K2

Maarten van Eck

Expedición holandesa «Norit» al K2

Mohamed Hussein

Expedición serbia de Voivodina al K2

Nadir Ali Shah

Expedición serbia de Voivodina al K2

Nick Rice

Expedición independiente comandada

por un francés

Park Kyeong-hyo*

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Pasang Lama

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Pemba Gyalje Sherpa

Expedición holandesa «Norit» al K2

Predrag (Pedja) Zagorac

Expedición serbia de Voivodina al K2

Roeland van Oss

Expedición holandesa «Norit» al K2

Rolf Bae*

Expedición noruega al K2

Shaheen Baig

Expedición serbia de Voivodina al K2

Suleman Al Faisal

Piloto pakistaní de «los Cinco Intrépidos»

Tsering Lama

(Chhiring Bhote)

Expedición surcoreana «Flying Jump» al K2,

por el espolón de los Abruzos

Wilco van Rooijen

Expedición holandesa «Norit» al K2

Yan Giezendanner

Expedición independiente comandada

por un francés

* Alpinistas que murieron en el K2 en agosto de 2008

El Karakórum, la cordillera del Himalaya y el macizo del Hindu Kush: El K2 y las cumbres circundantes se alzaron del mar cuando la placa continental india se adentró bajo la placa euroasiática. El Karakórum, que sigue elevándose, es la cordillera montañosa más joven de la Tierra. La climatología es mucho más severa que en la cordillera del Himalaya.

Nota del autor

Peter Zuckerman

Muchos relatos de alpinismo describen una lucha al filo de la muerte ascendiendo por unas cuerdas fijas, pero ¿cómo llegaron allí las cuerdas?, ¿quién se ocupó del rescate? Cuando la vida pende de un nudo, interesa saber quién ha hecho ese nudo.

Pero algunas historias quedan sepultadas. Los periodistas occidentales raras veces hablan lenguas o dialectos como el nupri, el baltí, el burushaski, el wají o las diferentes variantes del sherpa. Los reporteros no suelen localizar a los alpinistas indígenas marcando números de teléfono ni enviando correos electrónicos, y todo aquel periodista que tiene un plazo inminente para entregar un texto pocas veces tiene tiempo para viajar hasta aldeas remotas donde solo se llega a pie; de manera que los testimonios de los trabajadores de grandes altitudes no alcanzan grandes distancias. Los supervivientes de la Zona de la Muerte conservan recuerdos imperfectos y la vorágine de los medios de comunicación vuelve esquiva la rememoración —y la precisión— mientras los familiares, los admiradores, los amigos y los publicistas reclaman su derecho a narrar una historia. El trauma y la privación de oxígeno acrecientan la confusión. Como sucede en las guerras, testigos que estaban uno al lado del otro, en el mismo sitio, a veces refieren versiones distintas de unos mismos acontecimientos.

Amanda y yo hemos tratado de establecer los hechos ciertos y ser claros y francos al narrarlos. Hemos estado investigando dos años. Hemos viajado en siete ocasiones a Nepal, caminado hasta regiones que pocas veces visitan los occidentales y a las que no pueden acceder los periodistas. Hicimos tres viajes a Pakistán y nos pusimos en contacto con militares y autoridades del gobierno, algo sin precedentes, gracias en buena medida a Nazir Sabir, el presidente del Club Alpino de Pakistán. En total, hemos entrevistado a más de doscientas personas y hemos pasado infinidad de horas en charlas de sobremesa en España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Noruega, Serbia, y Suiza. Nos hemos basado en más de un millar de fotografías y vídeos. Este libro recrea una historia real. Por favor, consulte las notas de nuestra investigación —en la página siguiente, al final de cada capítulo y en las notas a pie de página— para obtener más información sobre los métodos y las fuentes.

La muerte de Karim Meherban, amigo de Amanda, fue un catalizador de este libro. Amanda, que por entonces daba el pecho a su hijo recién nacido, no pudo hacer ella sola toda la investigación, de modo que me sumé yo como coautor. Amanda y yo somos primos y llevamos escribiendo juntos desde que yo tenía doce años. Antes de Enterrados en el cielo, yo trabajaba cómodamente como periodista en un diario. Jamás me había puesto unos crampones, pero cuando tuve conocimiento de esta historia, no me quedó otra elección que abandonar mi empleo, tomar un bloc de notas y dirigirme al Himalaya. Los personajes eran demasiado luminosos, el objetivo demasiado importante y la travesía demasiado absorbente como para resistirse.

Portland, Oregón

Noviembre de 2011

Notas sobre la investigación

Las notas a pie y los comentarios que aparecen al final de cada capítulo de este libro ofrecen información adicional básica acerca de su elaboración y de la investigación que hemos realizado. Cuando hemos encontrado varias versiones de una historia —algo que sucedía a menudo—, hemos escogido la interpretación que mejor se ajustaba a los hechos comprobables. Para el folclore basado en acontecimientos históricos, hemos consultado fuentes de información conocidas, pero también hemos referido la perspectiva de los narradores. Esperamos haber dejado claro en el propio texto cuándo estamos especulando y qué es lo que sustenta esa especulación. Hemos controlado el proceso de edición en todo momento, pero Wilco van Rooijen y Lars Nessa, dos supervivientes del K2, han revisado el manuscrito para evitar imprecisiones. Otros —como las antropólogas Cynthia Beall y Janice Sacherer; los historiadores del alpinismo Ed Douglas, Jennifer Jordan y Jamling Tenzing Norgay; el director del Nepali Times, Kunda Dixit y el montañero Jamie McGuinness— examinaron determinados capítulos relativos a sus áreas de conocimiento y, en algunos casos, revisaron el libro en su totalidad. Una vez concluido el manuscrito, regresamos a Nepal acompañados de intérpretes y lo revisamos con Chhiring y Pasang en aras de la exactitud.

Del mismo modo que los escaladores tienen conflictos de intereses, también los padecen los escritores. Antes del desastre, Amanda ya conocía a algunos personajes, como Marco y Karim, uno de sus porteadores de altura en el Broad Peak en 2004.

Peter descubrió rápidamente que ser buen periodista en Nepal y Pakistán es mucho más complicado que ejercer el periodismo tradicional de prensa escrita en Estados Unidos. Aunque, en general, se espera de los periodistas que eviten implicarse en la historia, Peter vivió con Chhiring y Pasang y pasó unos dos meses caminando con ellos hasta sus aldeas para entrevistar a sus amigos y familiares y recoger información entre caminata y caminata, dando vueltas por allí y aprendiendo el arte del montañismo.

Algunos de los personajes abandonaron sus quehaceres para ayudarnos a reunir información. Nazir Sabir concertó entrevistas y nosotros contratamos a su empresa de trekking para que nos ayudara a viajar por Pakistán. Damien O’Brien, cuñado de Gerard McDonnell, acabó haciéndose nuestro amigo y nos enseñó fotografías y grabaciones de la expedición y de su investigación original. Chhiring y Pasang hicieron un paréntesis en su vida para que Peter pudiera viajar con ellos a sus respectivas aldeas. Shaheen Baig hizo lo propio con Amanda para ir a Shimshal. Decidimos reembolsarles los gastos y pagarles el tiempo que dedicaron de acuerdo con las tarifas equivalentes fijadas por las empresas de trekking, de manera que, durante los tres años que hemos tardado en terminar este libro pudimos dedicar todo el tiempo necesario con ellos. No les exigimos exclusividad por sus narraciones. Después de llevar a cabo la mayoría de las principales entrevistas, quisimos ayudar a las familias y las comunidades de quienes desaparecieron en la montaña. Estudiamos cómo hacerlo con Chhiring y Pasang y decidimos donar una parte de los beneficios obtenidos con este libro al Gerard McDonnell Memorial Fund, [Fondo en Memoria de Gerard McDonnell], una institución dirigida por la familia McDonnell y destinada a promover la educación de los hijos de Karim Meherban y Jehan Baig, niños de etnia bhote y, a través de otras instituciones benéficas, ayudar también a las comunidades de Chhiring y Pasang.

Para la descripción de los lugares hemos recurrido a fotografías, vídeos y visitas. Cuando no hemos podido acceder a un determinado lugar, como el Cuello de Botella del K2, hemos pedido a los protagonistas que nos llevaran a lugares que tuvieran un aspecto similar y provocaran sensaciones semejantes. En algunos casos, pedimos a los entrevistados que recrearan lo sucedido. También contemplamos varias recreaciones en el Eiger llevadas a cabo por Chhiring, Pasang, Tsering Bhote y Pemba Gyalje mientras se rodaba el documental de Nick Ryan. Para las descripciones del trekking al K2, Amanda realizó esta ruta en el año 2004. Hemos recurrido a sus recuerdos, además de a entrevistas y fotografías. Las descripciones de sonidos se basan en lo que los personajes recordaban haber oído o en grabaciones de los sucesos reales.

Hemos adaptado algunas palabras a la fonética inglesa. En aras de la uniformidad y de la facilidad de lectura, nos referimos con un mismo nombre a una misma persona a lo largo de todo el libro, aun cuando en ocasiones ese nombre cambiara debido al contexto cultural. En algunos casos, hemos utilizado una ortografía alternativa o algún apodo del que nos ha informado alguna fuente, porque su nombre o su apellido eran idénticos a los de otros personajes. Muchos lugares situados por encima de los ocho mil metros de altitud en Nepal tienen tanto nombre tibetano como nepalí. Cuando había varios nombres para un mismo lugar, hemos utilizado el que se emplea en la zona.

Para la investigación biográfica hemos recibido ayuda de reporteros gráficos que captaron imágenes de la infancia y la adolescencia de Chhiring. Estas imágenes de Jean-Michel Asselin y del desaparecido doctor Klaus Dierks sirvieron de complemento para la investigación antropológica de la profesora de la Universidad de Maryland Janice Sacherer, estudiosa de Rolwaling en la época de la infancia de Chhiring, y para los estudios de mitología de la profesora de la Universidad de Cambridge Hildegard Diemberger, estudiosa de las culturas de la cuenca alta del valle de Arun en la época de la infancia de Pasang.

Para las secuencias de acción y las interacciones verbales, hemos recurrido a entrevistas realizadas con testigos de forma independiente y, cuando ha sido posible, juntos, preguntándoles qué dijeron y qué hicieron entonces. Cuando hemos podido disponer de imágenes de vídeo de los incidentes, hemos utilizado las palabras que quedaron grabadas. La mayoría de las entrevistas fueron realizadas en la lengua materna de los informantes. Hemos recurrido a intérpretes y, para facilitar la lectura, todas las citas fueron traducidas después al inglés.

Prólogo

La Zona de la Muerte

Cuello de Botella del K2, Pakistán

Zona de la Muerte, a unos 8.230 metros

sobre el nivel del mar

Colgado sobre la superficie de un precipicio, con un piolet como único objeto interpuesto entre él y la muerte, un escalador Sherpa llamado Chhiring Dorje se balanceó hacia la izquierda. Un bloque de hielo descomunal se había desprendido más arriba y volaba hacia él.

Tenía el tamaño de un frigorífico.

Contrajo el vientre y la masa pasó rodando hacia abajo. Rozándole el hombro, pasó rompiéndose y, a continuación, desapareció.

Brooof. Golpeó con fuerza contra algo, más abajo, y se hizo pedazos.

La montaña tembló con el impacto. Una polvareda de nieve ascendió formando una columna.

Era casi la medianoche del 1 de agosto de 2008 y Chhiring solo tenía una vaga idea de dónde estaba: por encima del Cuello de Botella del K2, muy cerca, el tramo más mortífero de la montaña más peligrosa. Situado aproximadamente a una altitud equivalente a la del vuelo de un Boeing 737, el Cuello de Botella se extendía hacia las oscuridades de más abajo. A la luz de las estrellas, el conducto parecía un pozo sin fondo hacia cuyos abismos se deslizaban volutas de niebla. Arriba, una lengua de hielo se curvaba como el tubo de una ola rompiente.

La disminución del oxígeno había embotado la mente de Chhiring. El hambre y el agotamiento le habían devastado el cuerpo. Cuando abría la boca, se le congelaba la lengua; cuando boqueaba para respirar, el aire seco le destrozaba la garganta y le azotaba en los ojos.

Chhiring tenía la sensación de ser un autómata, frío, demasiado cansado para pensar en todo aquello que había sacrificado para ascender el K2. La montaña había ido consumiendo durante décadas al alpinista Sherpa que había coronado el Everest en diez ocasiones. La cima del K2, una cumbre mucho más difícil que el Everest, es uno de los trofeos más prestigiosos del alpinismo de alta montaña. Chhiring había ido a pesar de las lágrimas de su esposa. A pesar de que la ascensión costara más dinero del que había ganado su padre en cuarenta años. A pesar de que su lama budista le advirtiera que la diosa del K2 jamás toleraría la ascensión.

Aquella tarde, Chhiring había alcanzado la cumbre del K2 sin utilizar botellas de oxígeno, lo que lo catapultaba hasta la élite del grupo de alpinistas de mayor éxito, pero el descenso no estaba desarrollándose como se había planeado. Había soñado con esta proeza, con un recibimiento propio de héroes, incluso con la fama. Ahora, nada de eso importaba. Chhiring tenía esposa, dos hijas, un negocio próspero y una docena de parientes que dependían de él. Lo único que quería era llegar a casa. Vivo.

Normalmente, el descenso era más seguro. Los escaladores suelen descender en las primeras horas de la tarde, cuando hace más calor y la luz del sol todavía deja ver el camino. Descienden haciendo rápel, dando saltos sobre el hielo atados a una cuerda fija para regular la velocidad. En las zonas de mayor frecuencia de avalanchas, en torno al Cuello de Botella, los alpinistas descienden con la mayor rapidez posible a fin de reducir el tiempo de exposición al riesgo y minimizar las posibilidades de quedar sepultado. Bajar deprisa era lo que Chhiring había planeado, de lo que dependía.

Ahora, estaba todo oscuro y no había luna. Las cuerdas fijas habían desaparecido, arrancadas por los aludes de hielo. Regresar no era una alternativa. Sin cuerda que lo sujetara, Chhiring sólo disponía del piolet para frenar una caída. Y había en juego más de una vida: Chhiring llevaba a otro alpinista encordado en su arnés.

El hombre suspendido por debajo de él era Pasang Lama. Apenas hacía tres horas, Pasang había abandonado su piolet para ayudar a otros alpinistas más vulnerables. Pensó que podría sobrevivir sin él. Al igual que Chhiring, Pasang había previsto descender por la montaña haciendo rápel sirviéndose de las cuerdas fijas.

Cuando vio que las cuerdas del Cuello de Botella habían desaparecido, Pasang creyó que le había llegado la hora. Atascado allí era incapaz de ascender o descender sin ayuda. ¿Por qué iba a tratar nadie de salvarlo? Cualquier alpinista que se encordara a Pasang caería también. Utilizar un piolet para frenar el peso de un montañero que se desliza ladera abajo del Cuello de Botella es prácticamente imposible. Detener dos cuerpos plantea el doble de dificultades, el doble de riesgos. «Un rescate sería suicida», pensó Pasang. Se supone que los montañeros deben ser autosuficientes. Cualquier persona mínimamente pragmática lo dejaría morir.

Como cabía esperar, un Sherpa ya lo había hecho. Pasang dio por sentado que Chhiring haría lo mismo. Chhiring y Pasang pertenecían a expediciones diferentes. Chhiring no tenía ninguna obligación de ayudarlo, pero ahora Pasang estaba colgado tres metros por debajo de él, atado al arnés de Chhiring con una cuerda.

Después de esquivar el bloque de hielo, los dos hombres agacharon la cabeza y negociaron en silencio con la diosa de la montaña. Les respondió unos segundos más tarde. El sonido fue electrónico, como el chasquido de una goma elástica amplificado y distorsionado por los pedales de una guitarra eléctrica. Zoing. Se mantuvo, con ecos más fuertes, más largos, más rápidos, de tonos más graves, procedentes de la izquierda, de la derecha. Los escaladores sabían lo que significaba aquello. El hielo de su alrededor se estaba resquebrajando. Con cada zoing se dibujaban en el glaciar grietas que lo atravesaban zigzagueando, listas para arrojar bloques de hielo.

Si advertían la caída de alguno, tal vez lograran arrastrarse hacia un lado y hacer una contorsión para evitarlo. Si no lograban esquivarlo, quizá recibieran un impacto. Pero, en cualquier caso, acabaría desprendiéndose alguna masa del tamaño de un autobús. Cuando eso sucede, no hay nada más que hacer, salvo rezar. Chhiring y Pasang tenían que llegar abajo antes de que los desprendimientos de hielo los aplastaran.

Chuck. Chhiring clavó el piolet en el hielo. Shink. Con un puntapié, apuñalaba el hielo con los crampones. Descendió así unos pocos metros —chuck, shink, shink, chuck, shink, shink—, apretándose contra la ladera de tal modo que el hombre al que estaba encordado pudiera avanzar al mismo ritmo.

Pasang golpeaba el hielo duro con el puño tratando de compactarlo más, con el fin de que formara una abolladura a la que poder agarrarse. Superficial y resbaladizo, el asidero no podía soportar su peso. Cuando Pasang extendía la pierna hacia abajo, tensaba la cuerda de seguridad que lo ataba a Chhiring. Shink. Pasang clavaba los crampones y disminuía la presión sobre la cuerda.

El peso que soportaba la soga amenazaba con despegar a Chhiring de la superficie de la montaña, pero conseguía mantenerse aferrado a ella mientras maniobraban con los salientes, las grietas, las oquedades y los abultamientos. Unas veces, él y Pasang avanzaban a la par, de la mano, coordinando sus movimientos. Otras, Pasang se adelantaba mientras Chhiring se afianzaba una posición provisional con el piolet y vigilaba la cuerda de seguridad que los unía.

Rocas y trozos de hielo giraban a su alrededor y repicaban en el casco, pero estaban a mitad del descenso y pensaban que sobrevivirían. Era una noche sin viento — -20 grados centígrados—, casi calurosa tratándose del K2. Por debajo, las luces del campamento de altura ardían. Chhiring y Pasang no esperaban que aquello sucediera.

Un bloque de hielo o de piedra golpeó a Pasang en la cabeza. Desequilibrado y separado del hielo, quedó balanceándose como una piñata.

El peso del cuerpo de Pasang sobre la soga despegó a Chhiring de la ladera.

Los hombres rodaron hacia abajo.

Chhiring cogió el piolet con ambas manos y aporreó con él a la montaña. La hoja no se agarraba. Se deslizaba quirúrgicamente a través de la nieve.

Mientras iba deslizándose cada vez más deprisa, Chhiring hizo un esfuerzo por aproximar el pecho a la azuela del piolet y tratar de hundirlo en la ladera. Inútil. Chhiring caía más deprisa, otros siete metros, diez más.

Pasang golpeaba en la ladera con los puños y trataba de agarrarse, pero sus dedos patinaban sobre el hielo.

Los hombres iban cayendo cada vez más, sumiéndose en la oscuridad.

Sus gritos, amortiguados por la nieve, debieron de haber ascendido por el Cuello de Botella hacia la cara sudoriental, pero los supervivientes de allí no alcanzaron a oír nada. Eran sordos al ruido, también sordo de la caída de cuerpos. Todos ellos estaban perdidos. Aturdidos y bajo los efectos de las alucinaciones, algunos deambulaban confundidos, fuera de las rutas. Otros se tranquilizaron lo suficiente como para tomar una decisión calculada entre dos alternativas desalentadoras: descender por el Cuello de Botella en la oscuridad haciendo escalada libre o vivaquear en la Zona de la Muerte.

Gerard McDonnell, quien pocas horas antes se había convertido en el primer irlandés en hacer cumbre en el K2, esculpió una cornisa de descanso donde sentarse y otra para apoyar los pies. La paciencia no detenía una avalancha, pero así al menos tenía un asiento donde esperar a que pasara la noche.

Otro escalador, un italiano llamado Marco Confortola, se apretujó a su lado. Para no dormirse, se obligaron a cantar. Con la voz ronca, ambos entonaron suavemente las canciones que eran capaces de recordar; cualquier cosa con tal de evitar morir dormidos.

Hacía poco, un francés que había hecho cumbre le había hecho una promesa a su novia. «Jamás volveré a dejarte —le había dicho Hugues d’Aubarède a través del teléfono vía satélite—. Se acabó para mí. El año que viene, por estas fechas, todos estaremos en la playa».[1] Esa noche, murió al resbalar y deslizarse por el Cuello de Botella. Su porteador pakistaní de alta montaña, Karim Meherban, se desvió de la ruta y acabó en la cima de la mole glaciar situada encima del Cuello de Botella. Se desplomó desde allí y esperó a congelarse.

Más abajo, una noruega recién casada acababa de perder a su esposo bajo varias toneladas de hielo. Esta ascensión había sido su luna de miel. Ahora, ella descendía arañando la montaña sin él.

Muchos de estos alpinistas se consideraban miembros del grupo de los mejores del mundo. Procedían de Corea del Sur, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Nepal, Noruega, Pakistán, Serbia y Suecia. Algunos habían arriesgado todo para escalar el K2. La ascensión se había convertido en una catástrofe. La cifra final de víctimas era funesta: en veinticuatro horas, habían muerto once escaladores en la tragedia más mortífera de la historia del K2.

¿Qué había salido mal? ¿Por qué los alpinistas siguieron ascendiendo cuando sabían que jamás podrían descender antes de que anocheciera? ¿Cómo habían podido cometer tantos errores de bulto, como el fallo de no llevar suficiente cuerda?

El suceso se convirtió en un fenómeno mediático de ámbito internacional y se hizo hueco en las portadas de The New York Times, National Geographic Adventure, Outside y un millar de publicaciones más. Rebotó por toda la blogosfera y suscitó especulaciones, documentales, una recreación de los hechos, crónicas, memorias y programas televisivos de entrevistas y testimonios.

Algunos consideraban que la ascensión era un ejemplo de orgullo desmedido, un derroche de vida alimentado por el machismo o la locura: unos buscadores de emociones esforzándose por destacar ante sus patrocinadores; unos lunáticos que ascendían para realizar un acto de fuga final; unos occidentales enajenados que explotaban la vida de nepalíes y pakistaníes depauperados en una tentativa por alcanzar la gloria; medios de comunicación cebándose con las muertes para vender periódicos y diferentes artículos; pasmarotes embobados contemplando el espectáculo por puro entretenimiento.

«¿Quieren arriesgar la vida? —replicaba alguien en un reportaje de The New York Times—. Pues que lo hagan prestando algún servicio a su país, a su familia o a su barrio. Escalar el K2 o el Everest es una proeza egoísta que no sirve para nada.»

«Héroes... ¡Y unas pelotas! —respondía otro con desdén—. Estos ególatras deberían mantenerse alejados de las montañas.»

Otros percibían valentía: exploradores que se enfrentan a las adversidades de la naturaleza; almas perdidas que aceptan el riesgo para dotar de sentido a un mundo vacío.

«La escalada puede ensanchar la concepción que todos tenemos de las capacidades humanas», decía una carta dirigida a los medios de comunicación por Phil Powers, director ejecutivo del Club Alpino de Estados Unidos.

Parafraseando a Teddy Roosevelt, otra carta decía lo siguiente: «Es mucho mejor enfrentarse a grandes desafíos y aspirar a grandes éxitos, arriesgándose a perder, que integrarse en las filas de los mediocres que nunca gozan ni sufren demasiado, porque viven en una gris penumbra, sin victorias ni derrotas».

Otros formulaban preguntas elementales. ¿Qué hacen los hombres y mujeres cuando están en la cima de una montaña muriéndose? ¿Y por qué hay personas que sienten el impulso de asumir semejante riesgo?

Antes de verse atrapados en lo alto de la montaña, antes de las muertes y los funerales, antes de los rescates y los reencuentros, antes de las peleas y las amistades, antes de las recriminaciones y las reconciliaciones..., todo parecía perfecto. El equipo había sido revisado una y otra vez; las rutas habían quedado perfectamente establecidas; la climatología era favorable; las expediciones estaban intactas. El momento al que tanto tiempo, tanto entrenamiento y tanto dinero habían dedicado —el día de la coronación— había llegado por fin. Iban a conquistar el K2, a plantarse en la cumbre de la montaña más despiadada de la Tierra, a dar gritos de victoria, a desplegar las banderas y a llamar a los amores de su vida.

Mientras se hundían en el abismo de la oscuridad, Chhiring y Pasang debieron de preguntarse cómo llegó a suceder aquello.

Notas de investigación

Las descripciones del descenso del Cuello de Botella que aparecen en este capítulo —y en los capítulos 11 y 12— proceden de los recuerdos de Chhiring, Pasang y Pemba. También hemos examinado fotografías y vídeos de este lugar.

[1] Mine Dumas, citada en el blog conmemorativo de Hugues.

Las regiones de Rolwaling, Khumbu y el río Arun, en Nepal. Los Sherpa de la aldea de Chhiring, Beding (en el centro), creen que viven bajo la protección de la diosa que habita en la montaña de Gauri Shankar. Pasang se crió en Hungung (en el extremo derecho), que se convirtió en zona de guerra cuando los maoístas arrebataron su control a la monarquía de Nepal.

01

Fiebre de cumbre

Valle de Rolwaling, Nepal

3.660 metros sobre el nivel del mar

Su paso al caminar era más bien un trote. No tenía coche, avanzaba entre el tráfico como una bala sobre una motocicleta Honda Hero negra. En las siete lenguas en que era capaz de comunicarse oralmente, Chhiring Dorje Sherpa hablaba tan deprisa que parecía como si cada frase fuera una única, muy larga, puntuada con signos de exclamación. Todo en él era pura aceleración: su forma de comer, su pensamiento, su forma de escalar, su manera de rezar. No podía controlar el ritmo. Llevaba la velocidad grabada en el ADN.

Su nombre de pila significaba «larga vida», pero, por su pronunciación —CHIRing—, para los angloparlantes era la personificación de sí mismo.[2] Chhiring irradiaba una determinación jovial. Llamaba la atención. Los clientes elogiaban esa permanente actitud suya de «Tú puedes hacerlo», «Vamos a por ello», «Dame tu mochila», tan contagiosa. ¿Cómo se podía estar sentado en el campamento cuando, cada cinco minutos, él se ponía en marcha de una sacudida, acudía a algún sitio dando grandes zancadas, agitaba los brazos en el aire con energía, hacía una gran declaración, se dejaba caer en algún sitio y volvía a saltar impelido por un resorte? Esta era una razón por la que esta máquina de treinta y cuatro años raramente bebía café. Ya tenía cafeína suficiente.

«Chhiring siempre estuvo loco —decía su padre, Ngawang Thundu Sherpa—. Era un niño travieso y yo sabía que sería un adulto travieso.»

«Decidimos que escalara para tener ingresos —explicaba el hermano menor de Chhiring, llamado también Ngawang Sherpa—. Sin su dinero, no estaríamos donde estamos, pero a Chhiring lo dominó la ambición. Yo siempre andaba diciéndole: “Para un poco”». La familia se quejaba de que la orientación profesional de Chhiring ofendía a los dioses y perturbaba la vida de la aldea. Sus parientes no verbalizaban lo obvio: el trabajo de Chhiring podía matarlo.

La cumbre del K2 estaba muy lejos de donde Chhiring partió. Antes de escalar montañas, vivía en Beding, una aldea remota del Nepal. Calzado entre la India y el Tíbet, «como un ñame entre dos piedras»,[3] Nepal se encuentra en la zona de colisión entre dos placas tectónicas. Esta región del sudeste asiático antaño era llana y estaba sumergida bajo el mar de Tetis, pero durante sesenta y cinco millones de años la placa india, que se desplazaba hacia el norte a una velocidad equivalente al doble de la del crecimiento de una uña, estuvo levantando la corteza terrestre tibetana y elevando el antiguo lecho marino. Ahora es la cordillera más alta de la Tierra. Nepal acoge un tercio de la cordillera del Himalaya, incluida la vertiente meridional del Everest.

Chhiring describe su lugar de nacimiento diciendo que está compuesto «en su mayoría, de roca y hielo». La aldea de Beding, situada a unos 3.600 metros de altitud sobre el nivel del mar, raras veces aparece en los mapas y, cuando aparece, está señalada en diferentes localizaciones y, al igual que muchas otras aldeas remotas, recibe diversas denominaciones. Beding se encuentra a unos cincuenta kilómetros al oeste del Everest, en un valle conocido como Rolwaling. Llegar hasta allí requiere una larga caminata. En primer lugar, los viajeros deben apretujarse en un todoterreno sobre una pista sin asfaltar que termina cerca de una pared montañosa. Después, tienen que ascender en zigzag trazando curvas muy pronunciadas, vadear ríos y balancearse sobre unos puentes metálicos. Al cabo de seis días de llevar a cuestas su propia comida y su cobijo, los viajeros ven el chorten de la aldea, un santuario decorado con unos ojos azules impasibles y contorneados de rojo. Esos ojos, que simbolizan la mirada de Buda, bajan la vista hacia Beding y sirven de inspiración a los devotos y ahuyentan a los espíritus malignos.

Cimas heladas rodean la aldea, que está construida con piedra, madera, barro y mortero a base de boñiga. Una capa de polvo grisáceo desprendido de la morrena recubre a los niños. El aire huele a hierba trillada, un humo azulado se eleva desde las hogueras y las nubes están tan próximas que parece que se podría dar un salto y reventarlas. Corderos, ovejas, vacas y unas criaturas híbridas resultantes del cruce de vaca y yak, llamadas dzos, pastan en unas terrazas muy empinadas que recuerdan a una escalera gigante. Abajo, el río Rolwaling arroja al aire pulverizaciones iridiscentes.

Los Sherpa viven en Beding y en las demás aldeas del valle de Rolwaling. Aunque sherpa, con s minúscula, es la palabra que se emplea coloquialmente para describir un empleo,[4] también es una etnia o grupo de población, igual que griego, hawaiano o vasco. Y los Sherpa son una etnia muy reducida, por cierto: los ciento cincuenta mil Sherpa de Nepal representan menos del uno por ciento de la población del país.[5]

A la aldea de Chhiring se la suele describir enumerando todo lo que no tiene: antibióticos, electricidad, maquinaria, alcantarillado, carreteras, agua corriente, teléfonos. Sus habitantes no han recibido educación formal. Algunos no saben deletrear su nombre o decir la hora que es mirando un reloj; muchos conocen su fecha de nacimiento, no por el día, sino por la estación en que les dijeron que nacieron. La principal función del calendario allí es marcar las fechas con las que se conmemoran acontecimientos de la vida de Buda.

Los Sherpa de Rolwaling raras veces se describen a sí mismos de este modo. Prefieren reconocer lo que sí tienen: fe y una comunidad autosuficiente. Los dioses viven cerca y los vecinos son familiares. En Beding, sus habitantes se toman el tiempo necesario para charlar, beber té y jugar al carrom, una mezcla de billar y hockeyde mesa en el que los jugadores lanzan discos sobre un tablero para alcanzar determinados objetivos. Tienen un conocimiento muy sofisticado del folclore, la agricultura y la topografía de la región y hablan una lengua no escrita que combina los dialectos oriental y central del Tíbet, reflejo de la larga travesía que emprendieron a Nepal. La variante de la lengua Sherpa de Rolwaling no se habla en ningún otro lugar.[6]

Al igual que sucede con muchas comunidades Sherpa, los habitantes de Rolwaling rotan entre tres aldeas, según la estación del año. La aldea de invierno es demasiado calurosa en verano; la aldea estival resulta demasiado fría en invierno; y la aldea central, Beding, acoge mejor los cultivos y el ganado en otoño. Los habitantes viven de la tierra y cultivan e ingieren cantidades asombrosas de patatas.[7] Como budistas, siguen una tradición calificada de muy diversa forma como tantrayana, vajrayana, nyingma o, para sus detractores, lamaísta.

En Rolwaling, es difícil toparse con alguna historia escrita y las leyendas varían mucho en función de la imaginación del narrador. La antropóloga Janice Sacherer lleva estudiando a los Sherpa de Rolwaling desde la década de 1970. «Devoción sí tienen —dijo cuando analizaba los obstáculos para estudiar su folclore—. Lo que no tienen es consistencia».

Según las escrituras tibetanas, Rolwaling es un beyul, un valle sagrado conformado como refugio para los budistas durante las épocas de disturbios, oculto hasta que lo reveló la divinidad. Se atribuye a Guru Rinpoche, que en el siglo XVII convirtió a los tibetanos al budismo, el hallazgo del beyul de Rolwaling e incluso su creación utilizando un caballo y un arado gigantescos.[8] Cinco siglos más tarde, cuando los mongoles invadieron el Tíbet, los antepasados de los Sherpa se trasladaron a Nepal y los visionarios budistas hablaron a los seguidores de los beyul de las laderas meridionales del Himalaya. Los beyul, repletos de cuevas y de monumentos de piedra dotados de propiedades espirituales, son un tributo a Guru Rinpoche y a su consorte, Yeshe Tsogyal, que se propuso iluminar con su paz a todos los seres sensibles.

Sin embargo, en boca del padre de Chhiring y de sus amigos mayores, estas leyendas adquieren un tono menos budista. Según ellos, el valle de Rolwaling es el centro del universo y la cuna de la vida.[9] El mundo se originó hace ochocientos años, antes de que el tiempo fuera lineal. Guru Rinpoche y su esposa estaban meditando en una cueva próxima a Beding. Transcurridos dos días, la pareja hizo un pacto para liberar del demonio al valle. Estallaron en cólera y libraron una guerra contra los demonios.

Alas y escamas les fueron arrancadas como una vulgar cáscara. Se les retorcieron las extremidades, se les arrancaron los colmillos. Los demonios contraatacaron y trataron de ocultar el Sol y remover el polvo para ahogar a los dioses. Guru Rinpoche reclamó ayuda y dio instrucciones a sus tropas para que arrancaran los ojos a sus enemigos. Maltrechos y descendiendo a ciegas, los demonios se zambulleron en el río Rolwaling. Algunos se ahogaron. Guru Rinpoche persiguió a los demás y les sumergió la cabeza bajo el agua. Quienes lograron liberarse de sus garras a base de contorsiones se retiraron a las grietas de las rocas.

Finalmente, casi todos los demonios murieron o terminaron siendo domesticados, pero la guerra había hecho pagar su precio al territorio. Los rasgos del paisaje de Rolwaling —una roca inmensa sobre una llanura elevada, una fosa profunda en las colinas, una grieta que partía en dos una masa de piedra— constituyen pruebas de aquella batalla. Después, los dioses se retiraron a las montañas y Guru Rinpoche y su esposa concibieron seis hijos, que se convirtieron en los antepasados de todos los demás. Unos cuantos se quedaron allí. La mayoría abandonó el valle y se corrompió. Esos somos todos los demás.

En la actualidad, los dioses no tienen paciencia con el mundo exterior a Rolwaling. Los ancianos auguran que estos dioses asolarán la civilización muy pronto, tal vez mañana, y que solo perdonarán la vida a quienes habiten en el valle. No miran con buenos ojos a quienes se marchan. Los desertores serán masacrados junto a todos los demás.

La generación más joven no se muestra tan preocupada por ello. Dicen que la leyenda del apocalipsis es una táctica para infundir miedo de la que se sirven los abuelos para que ellos, sus nietos, vayan a visitarlos más a menudo. Según la versión budista del mito fundacional, Guru Rinpoche atravesó el Himalaya como un cazarrecompensas sagrado, persiguiendo a los demonios y convirtiéndolos sin recurrir a la fuerza. En aquella época, cinco hermanas habitaban los peñascos de Rolwaling. Esas diosas, varios siglos anteriores al budismo, procedían de una antigua secta tibetana que exigía la realización de sacrificios de sangre.

Cuando Guru Rinpoche llegó al valle, Tseringma, la hermana mayor, con la cara blanqueada de talco, envió un leopardo de las nieves en su busca. Guru Rinpoche hechizó al felino hasta hacerlo ronronear y hablar del budismo, sin interrupción para comer ni dormir, hasta que Tseringma quedó convencida.

Tseringma ascendió a una montaña cercana que hoy día lleva su nombre —pero que los hindúes conocen como Gauri Shankar— y renunció a su dieta de carne humana. Tseringma, diosa de la longevidad, sigue viviendo en la cumbre de 7.135 metros de altitud que hay encima de Beding. La fusión del hielo de sus glaciares alimenta copiosamente el río Rolwaling, cuyas aguas tienen propiedades milagrosas. Algunos ancianos afirman haber cumplido ciento veinte años gracias a las propiedades del agua.[10]

Una vez que Guru Rinpoche sometió a Tseringma, buscó a sus cuatro hermanas menores. Una por una, fueron arrepintiéndose y convirtiéndose en deidades budistas y se trasladaron cada una a una montaña. Miyolangsangma patrulla la cima del Everest a lomos de una tigresa. Ahora, como diosa de la prosperidad, su rostro resplandece como el oro de 24 quilates. Thingi Shalsangma, cuyo cuerpo está recubierto por una sombra azulada, se convirtió en la diosa de la sanación después de galopar sobre una cebra hasta la cima del Shisha Pangma, una cumbre tibetana situada a 8.013 metros de altitud. Chopi Drinsangma, con el rostro ruborizado a perpetuidad, se convirtió en la diosa de la atracción. Escogió un venado en lugar de una cebra y se estableció en el Kanchenjunga, un pico nepalí de 8.586 metros de altitud.

La última hermana —Takar Dolsangma, la menor, con el rostro verde— fue un caso más complicado. Montaba un dragón de color azul turquesa y huyó hacia el norte, hacia la tierra de las tres fronteras.[11] Según el folclore moderno de Rolwaling, eso es Pakistán. Guru Rinpoche la persiguió hasta que finalmente la acorraló en un glaciar llamado Chogo Lungma. Takar Dolsangma pareció mostrar arrepentimiento y, espoleando a su dragón, ascendió al K2, donde aceptó un nuevo puesto como diosa de la seguridad. Aunque Guru Rinpoche jamás dudó de su sinceridad, tal vez debiera haberlo hecho. Al parecer, Takar Dolsangma sigue deleitándose con el sabor de la carne humana.

***

Rolwaling es un beyul, una comunidad fronteriza que ofrecía cobijo a refugiados. Se pensaba que estaba protegida por una poderosa diosa de la montaña. A mediados del siglo XIX, el valle era destino habitual de deudores y matones que podían establecerse allí y volverse piadosos. Al principio, el hambre limitaba el crecimiento demográfico. En la década de 1880, la introducción de la patata proporcionó una medida de seguridad alimentaria y la población se cuadruplicó hasta alcanzar aproximadamente los doscientos habitantes.

Después de la introducción de la patata, la siguiente incursión significativa fue la de Edmund Hillary. Dos años antes de que en 1953 realizara la primera ascensión al Everest, Hillary recorrió Rolwaling a pie con un equipo de reconocimiento británico, en busca de la mejor vía de acceso al Everest. Los británicos escogieron finalmente una ruta de aproximación distinta, a través del valle de Khumbu, más al este, pero ofrecieron trabajo a algunos Sherpa de Rolwaling, entre quienes se encontraba Hrita Sherpa, que abrió huella para Tenzing Norgay y Hillary unos cuantos días antes de que ascendieran por primera vez.[12]

Rolwaling nunca experimentó un desarrollo como el de Khumbu, donde el turismo vinculado al Everest inyectaba dinero y creaba puestos de trabajo, y donde Hillary construyó escuelas, un hospital y una pista de aterrizaje. Cuando Chhiring era niño, en la década de 1970, Rolwaling era «la población más aislada, más tradicional y más atrasada económicamente de todas las comunidades Sherpa de Nepal».[13]

Los comerciantes raras veces pasaban por allí y las bestias de carga apenas podían mantenerse en pie por sus pedregosos terraplenes. Los Sherpa dependían de las materias primas locales y de su propio trabajo para alimentarse y vestirse. Nadie tenía una camiseta de algodón; para confeccionar prendas de vestir, tejían lana de yak. El padre de Chhiring llevaba una chuba, una prenda larga de lana, ceñida con un fajín por encima de los pantalones. En invierno, calzaba unas botas de piel de búfalo almohadilladas con musgo seco. Su madre vestía un ungi, una túnica sin mangas cubierta con un delantal de rayas azules que la cubría por delante y por detrás. Para indicar su condición de soltera, la hermana pequeña de Chhiring llevaba un delantal que solo le cubría la parte trasera.

Chhiring nació en 1974, sobre el suelo de una estancia que servía como cocina, granero y dormitorio de la familia. El chico —según decían el padre, la tía y el tío de Chhiring— era un vago a quien le encantaba escabullirse y explorar las montañas. Sus parientes siguen refiriendo la historia de su transgresión más grave: el momento en que, con ocho años, anduvo jugando con fuego y provocó un incendio en las montañas. Las llamas consumieron las reservas de alimento para el invierno y los animales pasaron hambre. El padre de Chhiring lo azotó con una vara y, veintiséis años después, todavía no lo ha perdonado.

Fue una infancia marcada por la muerte. La hermana pequeña de Chhiring regresó una tarde de los campos con unas ampollas encarnadas que fueron recubriéndole la piel. Cuando las pústulas se arracimaron en torno a la lengua, se ahogó. Otra hermana iba acarreando agua del río cuando una roca se desprendió de un acantilado y le aplastó los órganos internos. Nadie fue capaz de imaginar qué le sucedió a otro hermano de Chhiring, un pequeño de dos años. Tal vez comiera algo venenoso. Un día, se le hinchó el vientre. Con el estómago dolorosamente inflamado, el niño murió enseguida. El nacimiento de una tercera hermana se llevó a la madre de Chhiring, Lakpa Futi, a causa de una hemorragia. Madre y bebé murieron.

Chhiring contempló cómo el lama ejecutaba los rituales mortuorios con su madre retirándole el pelo para que su espíritu abandonara el cuerpo por la cabeza y susurrándole al oído consejos para la vida ultraterrena. Chhiring trató de no llorar, pues creía que las lágrimas podrían interponer un velo de sangre que nublara la vista de su madre y le ocultara el tránsito hacia la otra vida. Era demasiado pequeño para subir la montaña y presenciar la cremación, así que se quedó sentado en la habitación donde nació y observó cómo se elevaba al cielo el humo de su madre. Su padre, Ngawang Thundu Sherpa, regresó a casa y se vino abajo.

Desde ese momento, Ngawang se desvanecía varias veces al día. Sus vecinos sospechaban que le habían poseído los demonios. Cuando los desmayos se fueron volviendo más frecuentes, el padre de Chhiring dejó de ocuparse de los cuatro niños que quedaban. Enmudeció y se olvidó de comer y de asearse. Cuando dormía, se despertaba llorando y sollozaba hasta que volvía a desmayarse.

Los campos se marchitaban, los animales se marchaban y la casa se sumió en el abandono. En la familia, escaseaba la comida. Los zapatos y la ropa de los niños se gastaban. Por mucho que lo intentara, Ngawang no encontraba motivación para trabajar. Cuando lograba sobreponerse, dedicaba todo su esfuerzo a rezar para tratar de apaciguar a los dioses. «No comprendía lo que había hecho para que me castigaran así», recordaba.

Chhiring, que por entonces tenía doce años, se convirtió en el cabeza de familia. Vendía ganado y practicaba el trueque para obtener comida con la que alimentar a sus hermanos, pero enseguida se quedó sin objetos que intercambiar. Trabajaba para otras familias acarreando agua, recogiendo leña o barriendo a cambio de patatas. Su hermana Nima cuidaba de su padre y de los dos chicos más pequeños. Chhiring no ganaba suficiente para poder permitirse llevar zapatos, pero él y su familia no se morían de hambre y sus parientes los ayudaban cuando atravesaban momentos malos.

Al cumplir Chhiring catorce años, sus tíos le dijeron que no le quedaba otra alternativa: ya era un hombre, ya era lo bastante mayor para casarse y tenía que encontrar una forma más rápida de saldar las deudas de su padre. Algunos le sugirieron que abandonara la aldea para acarrear combustible y equipamiento para los escaladores y montañeros europeos. Chhiring se mostró reacio. Nunca había deambulado muy lejos del valle sagrado. En aquella época, pocos Sherpa habían salido de Rolwaling y quienes se habían iniciado en el negocio de la escalada lo describían diciendo que era miserable y especulativo. «Chhiring parecía demasiado joven para ser porteador, demasiado menudo para cargar con fardos para los extranjeros —recordaba su tío, Ang Tenzing Sherpa—. Le dije que no era buena idea».

Además, a Chhiring le preocupaban las deidades que vivían en la montaña: los glaciares eran su encarnación. Escalar la espina dorsal de una diosa o introducirse en su hogar sin autorización equivalía a cometer una insolencia o incluso blasfemia. Pem Phutar, el abuelo de Chhiring, había acarreado fardos en 1955 para una expedición británica al Gauri Shankar, la cumbre sagrada donde habita Tseringma, pero la familia raras veces hablaba de ello.[14] Muchos aldeanos miraban por encima del hombro a los montañeros y referían sobre ellos historias cargadas de desdén.

Todas esas historias giraban en torno a un mismo tema y solían terminar con un alemán despreciable. En 1934 y 1937, quince sherpas fueron objeto de un infame asesinato en unas expediciones al Nanga Parbat. Hasta el Reichssportführer de Hitler había condenado a dos miembros de la expedición de 1934 que habían abandonado a su equipo bajo una tormenta, lo que desencadenó entre los Sherpa la aparición de un curioso estereotipo.[15] Por ejemplo, los vecinos de Beding hablaban de un empresario alemán, otrora con mucho éxito, que trató de escalar Gauri Shankar. No lo consiguió, claro está, y la diosa de la montaña, además, lo castigó. En el plazo de un año, al alemán se le cayeron los dientes, contrajo lepra y fue despojado de todo, salvo de su esposa. Cuando ella lo abandonó, él murió de tristeza.

Aunque esa historia debe de ser apócrifa, hay otra que no lo es. En 1979, el montañero estadounidense John Roskelley decidió conquistar el Gauri Shankar. Una tras otra, todas las pendientes resultaron tan frustrantes para Roskelley que consideró que se trataba de una experiencia con vagas reminiscencias eróticas. La «diosa del amor», conjeturó, quería «seguir siendo virgen».[16]Cuando se aproximaba a la cumbre, ya casi la había seducido cuando su compañero de escalada —un joven y decidido «tigre» Sherpa llamado Dorje— le suplicó que se detuviera. Sin embargo, Roskelley «abrazó [el pico] como si fuera el culo de una señora gorda y tembló», con Dorje a remolque. «Gauri Shankar era nuestra —se regodeaba—. Fuimos las primeras no deidades en alcanzar su cumbre de 7.134 metros de altitud».

Si bien Roskelley no sufrió ninguna consecuencia perniciosa después de aquella ascensión, los habitantes de Rolwaling creen que sí. Poco después de que Roskelley hiciera cumbre, un lago glacial situado en las laderas del Gauri Shankar reventó una presa natural y provocó una riada. El agua de deshielo cargada de residuos hundió a tres mujeres que estaban trabajando en un molino movido por la corriente.[17] Dos de ellas fueron rescatadas vivas. La tercera murió.[18]

Chhiring no quería acabar como el alemán, ni causar una inundación como John Roskelley. Consideraba peligroso siquiera hablar con los montañeros y creía que todos estaban chiflados. ¿Por qué iba alguien a gastarse tanto dinero en escalar sin ninguna finalidad práctica? ¿Y por qué no eran lo bastante fuertes como para cargar con su propia comida y su equipo, como hacía todo el mundo?

Pero la necesidad y la curiosidad se apoderaron de él. Su familia necesitaba dinero y Chhiring no ganaba suficiente recogiendo leña. Su tío Sonam Tsering, montañero, le dijo que la solución era hacer de porteador. Dadas sus circunstancias, los dioses le perdonarían la ofensa y Chhiring regresaría a casa siendo rico. Y así, a los catorce años, Chhiring partió hacia la ciudad haciendo la mayor parte del trayecto a pie.

Cuando llegó a Katmandú, Chhiring descubrió que los ancianos no exageraban. La llegada del apocalipsis, cuyas predicciones auguraban que se produciría fuera de Rolwaling, era de conocimiento público. Hasta la embajada de Estados Unidos distribuía equipos de supervivencia. La capital estaba condenada.

***

Katmandú todavía está esperando El Grande, un terremoto que arrasaría la ciudad. Los temblores de 1253, 1259, 1407, 1680, 1810, 1833, 1860 y 1934 derribaron templos y mataron a decenas de miles de personas. El próximo terremoto sería peor.[19] Katmandú ha crecido hasta alcanzar la cifra de un millón de habitantes, la mayoría de los cuales vive en unas madrigueras de ladrillos que se tambalean sobre unos cimientos nada sólidos. Tras evaluar el riesgo, Naciones Unidas lanzó una campaña para promover la alerta y tomar medidas frente a un posible terremoto, pero nadie parece inquietarse. El fatalismo forma parte de la personalidad de Katmandú.

Si en la ciudad existiera un código de circulación, sería de inspiración darwiniana.[20] Un semáforo verde significa pasar a toda velocidad; un semáforo amarillo significa pasar a toda velocidad; un semáforo rojo significa pasar a toda velocidad haciendo sonar el claxon. El tráfico desborda un entramado urbano medieval demasiado angosto para el mundo moderno y las calles no tienen pintada ninguna línea que signifique nada. Los cinturones de seguridad son una extravagancia y tanto conductores como peatones van allá donde se atrevan a ir, haciendo frente a una aglomeración integrada por autobuses, bicicletas, vacas, gallinas, niños, perros, carretas de alimentos, leprosos, motocicletas, vendedores ambulantes, peregrinos, manifestantes, ratas, rickshaws o carruajes de dos ruedas tirados por seres humanos, aguas residuales, paseantes, taxis, camiones y basura.

Un paisaje lunar hecho a base de fábricas de ladrillo rodea la ciudad, y las cenizas y el hollín adensan el aire y se depositan en las rendijas que hay entre los edificios. En Katmandú, raras veces se disipa la nube de contaminación, recogida como en un tazón en el interior del anfiteatro que forman las montañas, ni siquiera por la noche. La concentración de partículas en el aire casi siempre supera los máximos establecidos por la Organización Mundial de la Salud, y los peatones llevan mascarillas de tela para filtrar el polvo que respiran antes de que entre en los pulmones.[21]

Por paradójico que resulte, esta ciudad contaminada nació a la sombra de un árbol. Según la leyenda, el dios hindú Gorakhnath, al igual que muchos viajeros modernos que realizan largos desplazamientos diarios, no respetó el derecho de paso. Con prisa por acudir a una fiesta, Gorakhnath se estrelló contra un carruaje procesional y, para evitar el bochorno, trató de hacerse pasar por un ser humano. Por fortuna, un transeúnte responsable tuvo un arranque de cinismo y lo detuvo. Como fianza, Gorakhnath plantó una semilla en el fango. Brotó y se convirtió en un sal [Shorea robusta] que creció hasta ser lo bastante alto para arañar el firmamento. Un monje taló el árbol y con esa madera construyó Kasthamandap, un templo de tres pisos. Aún en pie, se trata de una de las estructuras de madera más antiguas del mundo. Kasthamandap es homónimo de Katmandú.

En la década de 1950, Katmandú se convirtió en plataforma de lanzamiento para las expediciones de alpinismo. En la de 1960 llegaron los hippies y, desde entonces, la vieja Freak Street de Katmandú, con el aroma acre del incienso, sigue dando asilo al movimiento New Age. El turismo representa un gran porcentaje de la economía de Nepal y Katmandú depende de él. Todos los días de la semana hacen la calle en las inmediaciones de la Durbar Square de la ciudad guías turísticos, prostitutas, traficantes de drogas y quienes se hacen llamar «mesías».

Cuando Chhiring llegó a Katmandú, jamás había encendido una bombilla accionando un interruptor. El adolescente se instaló en Little Tibet [«el pequeño Tíbet»], una comunidad de refugiados budistas que había huido de la invasión china en la década de 1950. Los vecinos de Chhiring lo ayudaron a adaptarse a la vida urbana y la vecina estupa de Boudhanath le transmitía cierto sentido de la permanencia. Boudhanath, considerado uno de los lugares budistas más sagrados de Nepal, es un relicario enterrado bajo un inmenso montículo de tierra. La forma de la estupa simboliza el monte Meru, el centro del cosmos budista, cuya cumbre alcanza los cielos y cuyos cimientos se hunden en el infierno. Tan pronto como llegó a Little Tibet, Chhiring se unió a la multitud de fieles que caminaban en el sentido de las agujas del reloj, rezando alrededor de la estupa. Repetía el ritual todas las mañanas hasta que su tío le encontró un empleo como porteador por el que cobraba tres dólares diarios.

Por ese empleo, Chhiring pasó un mes transportando treinta litros de queroseno, estufas y equipos de escalada a Island Peak, una cumbre próxima a la base del Everest. Los clientes japoneses estaban sorprendidos de que un adolescente pudiera cargar tanto sin quejarse mientras ascendía por senderos muy empinados, y no se cansaban de elogiar su optimismo. Para Chhiring, esos montañeros parecían absolutamente normales... y, a fin de mes, había ganado noventa dólares. Nunca había visto tanto dinero.

Gastó la mitad de sus ingresos en comida, zapatos y ropa para su familia. Después de unas cuantas semanas en Beding, regresó a Katmandú para buscar otro empleo. No tuvo que transcurrir mucho tiempo para que Chhiring acabara pasando seis meses del año fuera de Rolwaling, aceptando un empleo de porteador tras otro. La tarea encajaba con sus aptitudes. Trababa amistad con los clientes y aprendió su lengua, con lo que se convirtió en un líder entre los porteadores, porque podía ejercer también de intérprete. Más o menos cuando cumplió dieciséis años, una expedición de mujeres, impresionadas por la resistencia y el dominio del inglés de Chhiring, lo invitó a acarrear fardos al Everest. Chhiring jamás había escalado un glaciar, pero aceptó el trabajo.

Los escaladores occidentales dedican años a prepararse para ascender al Everest; para muchos Sherpa el Everest es su campo de entrenamiento. Durante la primera semana de trabajo, algunos Sherpa que nunca han escalado estarán abriendo huella, transportando equipamiento e instalando los campos para los guías profesionales y sus clientes. Se trata de algo relativamente comprensible en el caso del Everest. Millares de personas lo han coronado. Las vías están bien establecidas, no se trata de una ascensión de gran exigencia técnica y el salario para cada uno de los escaladores de apoyo es sustancial: unos tres mil dólares, más un incentivo por cada uno de los clientes que alcance la cumbre. Los Sherpa de aldeas montañosas están mejor aclimatados que sus clientes y suelen tener mayor fortaleza y mejor sentido del equilibrio en grandes altitudes. En el Everest, estas capacidades pueden compensar la inexperiencia.

Además, los Sherpa empiezan por el Everest por otra razón. La mayoría cree que esa montaña se puede escalar sin ser castigado por ello. Miyolangsangma, la diosa que habita en el Everest, castiga a los intrusos pero solo de vez en cuando, pues, aunque le disguste ser escalada, el pragmatismo compensa su contrariedad: a la diosa de la prosperidad le encanta ver ganar dinero a los Sherpa. «Siempre que trates con respeto a Miyolangsangma, le pidas perdón y te paguen bien, tolerará la ascensión —decía Ngawang Oser Sherpa, el lama principal de Rolwaling—. No deberías hacerlo, pero ella es la más compasiva de las cinco hermanas».

Chhiring ascendió el Everest por primera vez en 1991. Al principio, la escalada fue sencilla. No iba bien equipado ni había recibido entrenamiento formal, pero otros Sherpa le enseñaron a abrocharse unos crampones y a agarrar un piolet y acarreó treinta kilos de oxígeno embotellado hasta el Collado Sur, a 7.966 metros de altitud. En el descenso, se desató una tormenta. La temperatura bajó bruscamente y los dedos de Chhiring adquirieron un color grisáceo. Mientras todo el mundo se apresuraba a acudir al campamento, Chhiring trató de alcanzarlos, pero pisó una placa de hielo fina. El hielo cedió bajo sus pies como una trampilla. Chhiring se quedó allí hundido hasta los hombros. Trataba de agarrarse a la nieve, pero tenía los dedos demasiado rígidos para poder hacerlo y cada vez se iba deslizando más hacia abajo. Esperó allí suspendido, con los pies colgando en el vacío.

Estaba casi inconsciente y con la sensación de que hubieran pasado horas cuando otro escalador, llamado también Chhiring Sherpa, tiró de él del cuello de la chaqueta. El Chhiring mayor estaba enojado. Reprendió al adolescente. «Eres demasiado joven para estar en el Everest —le dijo—. Nadie de tu edad debería estar a tanta altitud».[22]

La advertencia surtió un efecto no deseado. Aquellas palabras humillaron a Chhiring y le hicieron sentirse aún más deseoso de escalar. Sabiendo que podría haber alcanzado la cima del mundo si hubiera llevado unos guantes y unas botas más gruesas, el examen de los errores cometidos le hizo desear la cumbre. Decidió que aprendería a escalar mejor que el Sherpa que le había salvado la vida... y que cualquiera. El dinero era otro incentivo. Desde su primera ascensión al Everest había ganado 35.000 rupias, unos cuatrocientos cincuenta dólares. Aunque esa suma representaba la quinta parte de lo que cobraban los escaladores experimentados, esa cifra superaba la media de lo que cualquier nepalí ganaba al año… y él la había obtenido en un mes.