Katharine Hepburn - Varios - E-Book

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Katharine Hepburn es una de las grandes estrellas de Hollywood y una actriz con una dilatada trayectoria que recorre el cine del siglo XX, ya que su primera película la rodó en 1932 y, la última, en 1994. A lo largo de su vida fue muchas mujeres: una hija tierna en los melodramas: la joven divertida y chispeante de las comedias screwball de los años treinta; y la pareja artística de Spencer Tracy, con quien formó uno de los dúos más inolvidables de la historia del cine. Dueña de una irresistible personalidad, la Diosa —tal y como la llamaban directores y actores de su época— fue única e irrepetible.

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Seitenzahl: 218

Veröffentlichungsjahr: 2022

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© Fernando Clemot por el texto

© de las fotografías: Age fotostock / The Hollywood Archive: cubierta; Age fotostock / American Philosophical Society: 33bd; Age fotostock: 55bd; Age fotostock / Ronald Grant Archive: 67; Age fotostock / Cinema Publishers / HA: 82; Age fotostock / Archives du 7e Art MGM: 91a, 111b; Age fotostock / Mary Evans / AF Archive: 111a; Age fotostock / IFPA: 114; Age fotostock / The Granger Collection: 175a, 181; Age fotostock / SNAP / Zumapress.com: 175bi; Age fotostock / Keystone Archives: 175bd; Getty Images / Bettmann: 12, 33a, 33bi, 79a; Getty Images / Alex Kahle: 55a; Getty Images / Keystone-France: 101; Getty Images / John Springer Collection: 123a; Getty Images / Nixon: 123b; Getty Images / Popperfoto: 147; Getty Images / John Bryson: 150; Getty Images / Time & Life Pictures: 185; Album: 21ai; Album / RKO Album: 46; Album / Granger, NYC: 135a; Album / Columbia Pictures: 159a, 159bi, 159bd; Houghton Collection / Katharine Houghton and The Harriet Beecher Stowe Center, Hartford, CT: 21bi, 21d; George Hoyningen-Huene: 55bi; Alamy / Cordon Press: 79bi, 79bd, 91b; Cordon Press: 135.

Diseño cubierta: Luz de la Mora.

Diseño interior: Tactilestudio.

© RBA Coleccionables, S.A.U., 2022.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2022.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: octubre de 2022.

REF.: OBDO116

ISBN: 978-84-1132-172-3

Realización: Editec Ediciones.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

APRÓLOGOB

Katharine Hepburn fue designada, en junio de 1999, por el American Film Institute como la mayor estrella femenina de la historia del cine por encima de otras actrices como Greta Garbo, Bette Davis, Elizabeth Taylor o Ingrid Bergman. Katharine tenía entonces noventa y dos años. Una década antes, en 1984, una encuesta entre jóvenes norteamericanos los invitaba a designar a diez héroes contemporáneos: Katharine fue la única mujer que apareció en esa lista.

¿Qué es lo que convirtió a Katharine Hepburn en un icono del cine durante más de seis décadas? Kate no solo fue una actriz de un talento descomunal, sino que su larga trayectoria es el hilo que cose la historia del cine: su primera aparición en una película se produjo en 1932 y la última, en 1994. Kate vivió todos los grandes cambios de Hollywood, su gloria y decadencia: la época de los grandes estudios y los actores que venían del teatro y del cine mudo, el final de la RKO, la pujanza de la Metro, las limitaciones de la guerra, las purgas del macartismo, el final del Hollywood clásico a finales de los cincuenta, las mutaciones sociales de los sesenta, la crisis de los grandes estudios en los setenta y la entrada de la televisión en sus últimos años.

Hija de un médico y de una activista sufragista —que desde que tuvo uso de razón la introdujo en la lucha por la igualdad de género—, nada hacía pensar que la mayor de los Hepburn-Houghton podría decantarse por la interpretación. No había ningún precedente anterior e incluso su familia desdeñaba el mundo del espectáculo. Pero Kate estaba llamada a actuar y a convertirse en una gran estrella. Después de graduarse en la prestigiosa Bryn Mawr, una escuela universitaria femenina, dio sus primeros pasos en Broadway y de ahí saltó a Hollywood. Kate era ambiciosa, a veces en exceso, y, una vez que decidió que su futuro estaba en la interpretación, persiguió su sueño con pasión.

Sus inicios no fueron fáciles y Kate tuvo que pelear muy duro para hacerse un lugar. Aun así, siempre se mantuvo fiel a sus principios y a su estilo. Ya desde sus comienzos en las tablas de Broadway, Kate se negó a usar maquillaje y se vestía con pantalones y ropa masculina, como si el glamur la trajera sin cuidado. Su aspecto de rebelde y un atractivo fuera de la norma la llevaron inicialmente a no ser comprendida por los estudios. Le costó encajar, hallar su lugar. Tanto es así que, después de encadenar un fracaso cinematográfico tras otro, los críticos la bautizaron con el cruel sobrenombre de «Veneno para la taquilla». Pero Kate se sobrepuso y, después de tomarse un tiempo alejada de Hollywood, logró regresar con el guion de una película que la haría famosa: Historias de Filadelfia.

La clave de su triunfo estuvo en su inconformismo y en una actitud combativa que siempre la hizo ir más allá de sus propios límites. Sus padres le habían enseñado a ser franca, directa y segura de sí misma, cualidades en las que se apoyaría durante toda su vida. En un momento de la historia del cine en el que los estudios controlaban la carrera e incluso la vida privada de sus actores, ella logró la autonomía para elegir sus propios papeles y dirigir su vida profesional sin ceder jamás a otra cosa que no fuera su deseo. No le importó correr riesgos y nunca dio su brazo a torcer. Ni tan siquiera con magnates de la industria tan poderosos como Louis B. Mayer, dueño de la Metro-Goldwyn-Mayer, a quien, después de comprarle a Hepburn los derechos de Historias de Filadelfia, no le quedó más remedio que claudicar ante las condiciones de la actriz y permitirle hacer la película a su manera.

Como actriz, Kate fue muchas mujeres: una hija tierna en los melodramas; la joven divertida y chispeante de las comedias screwball en los años treinta, o la pareja artística (y sentimental) de Spencer Tracy, con quien logró crear uno de los mejores duos cinematográficos que ha conocido Hollywood. Cuando Tracy murió, ella supo adaptar su talento a propuestas mucho más arriesgadas e innovadoras que llegaban de la mano de una nueva generación de realizadores norteamericanos y europeos, al final de los años sesenta y en los setenta.

Su historia de amor con Spencer Tracy es, quizá, uno de los puntos de su vida más conocidos y, a la vez, más controvertidos. Coincidieron durante el rodaje de La mujer del año y el flechazo fue instantáneo. Él se quedó cautivado de su fuerza y temperamento; ella, de su inteligencia y carisma. Cuando lo conoció, Hepburn le dijo: «Me parece, señor Tracy, que es usted demasiado bajito para mí». Así comenzó un vínculo intenso, apasionado y prohibido. Spencer estaba casado y nunca consiguió juntar el coraje necesario para divorciarse de su esposa y establecerse con Kate. Curiosamente ella aceptó esta situación irregular con gusto. Jamás convivieron. Esta fue una de las cláusulas de este amor sin etiquetas. «Si lo hubiese dejado, los dos habríamos sido desgraciados», dijo ella alguna vez. Así es el amor. Con reglas propias para cada pareja.

En todos los demás aspectos de su vida, Kate también siguió sus propias normas. Dueña de una personalidad muy marcada, tanto que la tachaban de arrogante y altiva, jamás prestó atención alguna a los comentarios de los demás. «Los enemigos son muy estimulantes», afirmó en más de una ocasión. Porque si algo caracterizaba a la Diosa (como la llamaban en Hollywood tanto directores como actores) era esa independencia absoluta y esa falta de atención al qué dirán.

Kate conoció también la tragedia cuando a los trece años descubrió el cadáver de su hermano Tom, que se había suicidado. Este hecho la marcó profundamente y sembró en ella una tristeza de la que nunca consiguió recobrarse del todo y que ahogó a fuerza de trabajo, de voluntad y de autoexigencia. Tal arrojo y fortaleza la llevaron a labrarse una de las carreras más largas y admirables del cine, pero también a transformarse en un modelo para muchas mujeres. Katharine Hepburn fue mucho más allá de los platós y de los escenarios: se convirtió en un fenómeno social, un verdadero arquetipo de la mujer de nuestro tiempo, independiente e inconformista. Algo que ya habían empezado a dibujar actrices como Greta Garbo o Marlene Dietrich, pero que ella llevó a su máxima expresión gracias a su determinación.

Por último, Kate fue dueña de una coherencia abrumadora. Odió toda su vida ser una celebridad y se mantuvo a salvo de las tentaciones de la fama. Ganadora en cuatro ocasiones de los Premios Óscar, no acudió jamás a la ceremonia, ni en estas ocasiones ni en las muchas otras en las que fue nominada. La gran fiesta de Hollywood le parecía frívola y alejada de la seriedad que ella creía que debía tener un galardón de cine. Solamente apareció una vez para entregar un premio y lo hizo vestida con un pijama. Única e irrepetible, el director Frank Capra llegó a afirmar de ella: «Hay mujeres y luego está Kate».

Una joven Katharine Hepburn en The Warrior’s Husband («El marido de la guerrera»), obra de teatro que se llevó a las tablas en 1932. Gracias a su brillante interpretación de Antíope, Kate logró llamar la atención de los productores hollywodienses y empezó a hacer realidad su sueño de convertirse en actriz.

1 SUEÑOS DE JUVENTUD

Nací dentro de un mundo en el que era totalmente deseada, amada y apreciada. Si tienes esa sensación, empiezas la vida con dicha.

KATHARINEHEPBURN

Era una bicicleta preciosa y hecha especialmente para ella, le había dicho su padre. ¿Era consciente de cuántas niñas deseaban un regalo como aquel? Katharine estaba de acuerdo en que era una bicicleta muy bonita, pero no se animaba a subirse. Estaban en la cima de una de las colinas del parque Keney, en Hartford, una ciudad en el estado de Connecticut famosa por ser el lugar donde Mark Twain escribió sus principales obras. La cuesta era allí muy pronunciada y su padre, el doctor Thomas Hepburn, pretendía que la niña la bajara montada en la bicicleta sin enseñarle antes a pedalear. «Aprenderás sobre la marcha», le había asegurado. Pero ¿cómo?, se preguntaba Katharine, que por aquel entonces tenía tres años y la sensación de estar ante un reto imposible.

—Sube —insistió el padre.

Katharine buscó con la mirada a su madre y a su hermano Tom, pero estos se habían quedado rezagados y no podían ayudarla. ¿Qué podía hacer? No quería decepcionar a su padre, así que subirse a la bicicleta parecía ser su única opción. De modo que haciendo acopio de todo el coraje del que fue capaz, la pequeña se sentó en el sillín y en ese preciso momento, completamente a traición, su padre la empujó colina abajo. Fue un momento horrible. Nunca había pasado tanto miedo. La bicicleta rodaba a una velocidad desconcertante y Katharine sentía el viento golpeándole la cara. Gritó y a sus espaldas oyó que su padre gritaba también:

—¡Frena!

Pero ¿cómo iba a frenar? ¡No tenía ni idea de cómo hacerlo! Estaba a punto de estamparse contra un árbol cuando un paseante se apiadó de ella y detuvo su loca carrera. Su padre llegó hasta ella corriendo y la riñó sin contemplaciones. A Katharine aquello le pareció tan injusto que se puso a llorar. ¿Cómo podía regañarla cuando estaba aún tan asustada?

—De esto que ha pasado hoy aprenderás una lección. Y deja de llorar. No me gustan los llorones.

No, al doctor Hepburn no le gustaban los llorones. Thomas, a quien los amigos llamaban Hep, era un hombre orgulloso y un eminente urólogo especializado en enfermedades venéreas; Kate, o Kit, su esposa, tenía estudios superiores y era una de las voces más importantes de la causa del voto femenino y el control de natalidad de toda Nueva Inglaterra. En ese hogar, con unos padres jóvenes y aparentemente liberales, había nacido Katharine el 12 de mayo de 1907. Su hermano mayor, Tom, había llegado al mundo dos años antes y a los dos hijos mayores los siguieron cuatro hermanos más: Dick, Robert, Marion y Peggy. Los Hepburn conformaban una familia numerosa y moderna. Era frecuente que en las conversaciones de aquella casa, en la mesa o al acabar de cenar, se hablara de enfermedades de transmisión sexual o de prostitución, temas que estaban absolutamente vetados en todos los hogares respetables del país. También era habitual que los padres se pasearan desnudos por la casa, algo todavía aún más extraño para la época, pero Kate y sus hermanos lo asumían con la más absoluta naturalidad.

Todo en el hogar de los Hepburn parecía revestido de una pátina de desenfado y modernidad y justamente por eso resultaba bastante chocante la severidad con la que Thomas trataba a sus seis hijos. No era raro que los obligara a ducharse con agua fría para fortalecer su sistema inmunológico y recurría con frecuencia al castigo físico. Los familiares más cercanos atribuían el comportamiento de Thomas a sus sentimientos de inferioridad respecto a los Houghton. Thomas Hepburn no era de Nueva Inglaterra; provenía de una familia de Virginia empobrecida durante la Guerra de Secesión, y la gente aventuraba que estaba resentido por eso. Los Houghton eran unos privilegiados mientras que él era un hombre hecho a sí mismo, o así quería mostrarse. La férrea disciplina con la que sometía a los suyos era una forma de mostrar su valía o incluso su superioridad moral. Por otro lado, Thomas era un hombre sumamente ambicioso y sediento de bienes materiales. Así pues, poco tiempo después del episodio de la bicicleta, mudó a su familia de la pequeña casa en la que había nacido Katharine a un domicilio a la altura de sus expectativas: en la lujosa calle Hawthorne muy cerca de las mansiones donde había vivido el propio Mark Twain o la escritora Harriet Beecher Stowe. También se compró un coche nuevo y amplió el servicio doméstico más allá de sus posibilidades.

Aquellos desvelos de nuevo rico de Thomas Hepburn no parecían preocupar a la madre de Katharine. Kit Houghton le cedía el peso del control de la casa a su marido a cambio de que él la dejara hacer a su antojo. Las rutinas del hogar y la educación eran tareas que la abrumaban y aburrían sobremanera. ¿Cómo no iba a ser así? Ella había estudiado Historia y Ciencias Políticas en el Bryn Mawr College y tenía un máster en Radcliffe. Sus semanas estaban plagadas de viajes y mítines en todas las ciudades importantes de la costa Este: Boston, Nueva York, Filadelfia, Washington. Para ella la vida familiar de Hartford era solo un lugar donde tomar fuerzas.

Katharine, a quien en casa llamaban cariñosamente Kate, notaba las ausencias de su madre, pero por suerte tenía a sus hermanos, y en especial a Tom, al que adoraba y con el que compartía secretos y confidencias. Tom era un chico sensible, de cara pálida, que a los seis años había sido diagnosticado de la enfermedad de Huntington, vulgarmente conocida como baile de San Vito, una rara dolencia neurológica degenerativa que produce alteraciones psiquiátricas y motoras. Para Katharine era doloroso ver cómo la cara de su hermano, a causa de un tic derivado de la enfermedad, se transfiguraba repentinamente en una mueca, pero más doloroso le resultaba aún que los chicos del barrio se burlaran de él. ¿Cómo podían ser tan crueles?

El doctor Hepburn, por su lado, opinaba que la actividad física era la única forma de que Tom pudiera plantarle cara a la enfermedad, por lo que le exigía no solo que practicara deporte de forma constante, sino que además tuviera un excelente desempeño. Tom se esforzaba al máximo para estar a la altura de las expectativas paternas, pero no siempre lo conseguía, lo cual lo frustraba muchísimo. Kate sufría viendo los padecimientos de su hermano y sentía que debía protegerlo. Años después, lo recordaría así en sus memorias:

Mi hermano Tom fue el hombre más importante de mi vida. Pero vivió una vida incompleta. Lo admiraba tanto… Yo era más joven y una chica, pero era más atlética por naturaleza. Creo que Tom era más inteligente que yo, pero no era eso lo que mi padre valoraba. Él siempre daba por sentada nuestra inteligencia.

Y ¿qué valoraba entonces el doctor Thomas Hepburn de sus hijos? A Kate le resultaba imposible determinarlo. Bien visto, nunca parecía estar plenamente satisfecho con ellos. Sin embargo, también era capaz de mostrarse como un gran apoyo moral. Kate, por ejemplo, odiaba tener el pelo rojizo, ella habría preferido ser rubia o morena, y tampoco le gustaban sus pecas, pero cuando en una ocasión se lo confesó a su padre, este, tomándola tiernamente de los hombros, le dijo: «Jesús, Alejandro Magno y Leonardo da Vinci tenían pecas y el pelo rojizo y lo hicieron todo bien». A partir de ese día, Kate supo que no tenía de qué preocuparse.

AB

Criada en aquella casa desbordante de autoconfianza y libertad, a los diez años Kate lucía un aspecto bastante llamativo: le gustaba ir con el pelo muy corto, vestir con ropa de chico y se hacía llamar Jimmy, lo cual le reportaba no pocas bromas de los niños del barrio. Kate fingía no darle importancia, pero en el fondo esos comentarios le dolían. Ella lo único que quería era divertirse igual que los chicos porque pensaba, no sin razón, que las niñas tenían menos derechos. Por suerte, en su casa nadie le insistía en que fuera modosa o pulcra ni la instaban a que se comportara como una señorita. Todo lo contrario: Thomas y Kit la animaban a enfrentar nuevos retos, a ser valiente y fuerte.

El bienestar y la bonanza económica en casa de los Hepburn se mantuvo incluso cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, en 1917. Thomas y Kit, como buenos ciudadanos, colaboraron con la causa aliada comprando bonos de guerra, y el doctor ofreció sus servicios gratis para los veteranos del frente que regresaban a Hartford. Los chicos Hepburn eran todavía unos niños —Tom, el mayor, tenía solo doce años—, por lo que era imposible que los llamaran a filas.

En aquel mundo revuelto y crispado, Hartford seguía siendo un remanso de estabilidad. Thomas Hepburn había progresado y ganaba cada vez más dinero y en ese mismo año, la familia se mudó a un nuevo domicilio todavía más ostentoso, en el 352 de Laurel Street. Paralelamente, los Hepburn compraron también una segunda residencia en Fenwick, a orillas del Atlántico, a veinte millas de Hartford. Finalmente, y a fuerza de trabajo y tesón, Thomas Hepburn había conseguido situar a su familia donde siempre había soñado: entre la aristocracia burguesa de la costa Este.

A la izquierda, arriba, Kate y su hermano Tom. Abajo, la pequeña Kate en una instantánea de la época en que se hacía llamar Jimmy, y a la derecha, la señora Hepburn hacia 1920 con sus hijos: Katharine, Marion, Bob, Margaret, Tom y Dick (de izquierda a derecha).

Para Kate el verdadero cambio llegó un año después, en 1918, cuando sus padres la matricularon en la Oxford School, una escuela mixta. Hasta aquel entonces, se había educado en casa con tutores privados y su compañero de juegos había sido casi exclusivamente Tom. Aquello suponía para la pequeña de once años toda una novedad y estaba francamente nerviosa, pues sentía que por primera vez, tendría que valerse por sí misma y abandonar aquella burbuja en la que había sido criada. El choque entre Kate y el ambiente de la Oxford School fue muy duro. Fue allí, rodeada de compañeras que sí se comportaban como se esperaba que lo hicieran las niñas de la buena sociedad, donde Kate cobró consciencia de lo diferente que era su familia y de lo poco que encajaba ella con lo que se consideraba la norma imperante. ¿Quién más de todo Hartford tenía un padre obsesionado con Bernard Shaw? ¡Los padres de sus compañeras ni tan siquiera sabían quién era Bernard Shaw! Tampoco habían visto a sus progenitores desnudos ni conocían todos los detalles fisiológicos sobre cómo se concebían y se traían hijos al mundo. Los Hepburn eran definitivamente peculiares y ese sentimiento de no encajar en el mundo se apoderó con fuerza de la joven Kate.

Por las tardes, cuando regresaba de la escuela, Kate raras veces encontraba a su madre, así que ella y sus hermanos solían acompañar al doctor Thomas a cenar fuera, al teatro o a ver una película. A Kate le encantaba el cine. ¡Los actores se lo debían de pasar tan bien…! Podían interpretar al personaje que quisieran: podían ser héroes o villanos; aventureros o pistoleros, como los que interpretaba William S. Hart, una de las figuras del momento. Aquellas veladas en familia le producían una enorme felicidad. Thomas Hepburn podía ser un padre estricto e incluso cruel en algunas ocasiones, pero la verdad era que también sabía cómo divertir a sus hijos y siempre estaba presente. En sus memorias Kate dejó escrito:

Éramos una pandilla ruidosa, especialmente escandalosa a veces, pero nuestra madre jamás nos dijo que hiciéramos menos ruido. Nuestra actitud bulliciosa se aceptaba como un rasgo de nuestra personalidad y una señal de nuestra buena salud; una demostración de que teníamos energía de sobra.

Estimulada por el cine, Kate comenzó a organizar en casa pequeñas obras de teatro en las que actuaban todos sus hermanos. Su primer montaje teatral fue una representación de La Bella y la Bestia, a la que acudieron como público algunos amigos de la familia. Su hermano Tom, como siempre, era su gran compañero de aventuras. Él tocaba el banjo y ella se encargaba de adaptar los textos. Formaban tan buen equipo que decidieron fundar una compañía teatral como las que de vez en cuando acudían de gira por Hartford. Así, con apenas doce años, Kate se puso a la cabeza de la Fenwick Repertory Company, su propio grupo de teatro. Fueron tiempos muy felices aquellos; tanto que nada hacía presagiar la tragedia que pronto truncaría la vida de Kate y la felicidad del hogar de los Hepburn.

AB

Kate admiraba a su hermano por muchos motivos: porque era inteligente, divertido, sensible y amable con todo el mundo. Pero por encima de todo, lo que más apreciaba de él, aquello que a sus ojos lo volvía casi una figura heroica, era la entereza con la que sobrellevaba su enfermedad. Tom se había convertido en una de las figuras principales del equipo de rugby de la Kingswood School y estaba a punto de entrar en la Universidad de Yale, toda una proeza si se tiene en cuenta que su dolencia le ocasionaba trastornos motrices, cognitivos y psiquiátricos.

En marzo de 1921, cuando Tom tenía dieciséis años y Kate catorce, su madre los invitó a pasar con ella unos días en Nueva York. Los dos chicos estaban exultantes. Acostumbrados a la escasez de diversiones que ofrecía Hartford, Nueva York se les antojaba una verdadera aventura. Tenían que aprovechar al máximo el tiempo y para ello organizaron una apretada agenda que incluía paseos, museos y espectáculos. Lo querían ver absolutamente todo. Llegaron a la Gran Manzana un miércoles y esa misma noche fueron a ver el ballet de Diáguilev, con su estrella Anna Pávlova a la cabeza, y luego recorrieron la Quinta Avenida. Los días siguientes fueron un no parar. Central Park estaba algo sombrío, con los árboles aún pelados, pero ellos lo recorrieron de punta a punta y luego se deleitaron visitando los edificios más altos de la ciudad, que por aquella época eran el Flatiron, el Metropolitan Life Tower y el Woolworth. Su madre tenía planeado regresar a Hartford el jueves, pero Kathy y Tom le suplicaron que les diera permiso para volver el domingo. Conmovida por la alegría que mostraban sus hijos, Kit accedió a que se quedaran solos el fin de semana en casa de una amiga suya llamada Mary Towle.

El sábado por la noche Kate y Tom decidieron ir al cine a ver Un yanqui en la corte del rey Arturo, adaptación de una novela de Mark Twain, y al regresar a casa estuvieron conversando y tocando el banjo junto a su anfitriona. A las diez de la noche se acabó la velada y los dos jóvenes Hepburn subieron a sus habitaciones. Eran sus últimas horas de vacaciones, pues al día siguiente regresaban a Hartford en tren. En el rellano, antes de irse cada uno a su dormitorio, Tom le dijo: «Tú eres mi chica favorita de todo el mundo».

A la mañana siguiente, Kate se levantó muy temprano y desayunó con Mary Towle. Alrededor de las ocho y media, ambas se extrañaron de que Tom no hubiera bajado a desayunar y Kate fue a despertarlo. Iban justos de tiempo si querían coger el tren de la mañana. Golpeó con los nudillos la puerta de la habitación de su hermano y entró: la cama estaba deshecha, pero Tom no se encontraba en ella. Se dirigió a continuación al baño y encontró la puerta entreabierta. Al asomarse, el corazón se le detuvo de golpe: el cuerpo de Tom pendía de una soga atada a una de las vigas del techo y su hermosa cara estaba pálida, muy pálida. Kate gritó presa del espanto y se aferró a las piernas de su hermano desesperada, tratando de descolgarlo. Alarmada, la señora Towle subió a toda prisa y, ahogando ella también un grito de horror, se sumó a los esfuerzos de Kate. Todo fue en vano: Tom pesaba demasiado. Mientras la señora Towle corría en busca de ayuda, Kate no soltó ni un segundo a su hermano. Debajo de los pantalones, notaba las piernas de Tom muy frías.

La señora Towle regresó al cabo de unos angustiosos minutos acompañada por un médico del hospital Saint Vincent, quien certificó que Tom llevaba al menos cinco horas muerto. Kate no podía creer lo que escuchaba. Esto significaba que mientras ella dormía tan tranquila en su cama o tomaba su desayuno, Tom ya estaba meciéndose sin vida. Era un pensamiento demasiado doloroso para ser cierto.

La señora Towle mandó un telegrama de urgencia a Hartford y aquella misma noche llegaron los Hepburn. Estaban destrozados, pero hicieron todo lo posible para calmar a Kate, que continuaba presa de un ataque de nervios. Pese a que era evidente que se trataba de un suicidio, Thomas y Kit no quisieron admitirlo. No, su hijo no se había colgado, había muerto por accidente a causa de un juego de adolescente. Trataron de atar cabos. Por la tarde, él y Kate habían ido al cine a ver Un yanqui en la corte del rey Arturo, cuya última escena era, precisamente, un ahorcamiento. Tom había tratado de recrear aquel momento; era un juego, un estúpido juego que había acabado mal. La teoría cobró cuerpo en la familia Hepburn. «Mi hijo era perfecto tanto desde el punto de vista físico como mental», repetía una y otra vez el doctor Hepburn.

Al día siguiente, el 2 de abril de 1921, los titulares de periódicos como el Hartford Courant o TheNew York Times