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En Una intimidad discreta, cinco ejes estructuran cinco intercambios epistolares: azar (Cynthia Edul y Romina Paula cuentan por qué guiño de la vida llegaron a conocerse y compartir experiencias en el mundo del teatro), dinero (Mercedes Halfon y Fernanda Nicolini exponen sus padecimientos con el dinero y explican cómo hacen para vivir compartiendo una tarjeta de crédito), fama (Betina González y Tamara Tenenbaum hablan sobre el significado de la fama), realidad (Juan Mattio y Ricardo Romero exhiben sus fantasmas y su necesidad de escapar de eso que llamamos "realidad", y silencio (Sebastián Martínez Daniell y Soledad Urquía comparten experiencias vividas en torno a la posibilidad del silencio).
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Seitenzahl: 132
Veröffentlichungsjahr: 2025
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¿No te desconcierta esa forma partida, rota, de nuestro conocimiento del mundo? Me gusta mucho esa idea de que atormentamos a la realidad con nuestros pensamientos.
Me da vergüenza y gracia que hayas confesado que tengo una extensión de tu tarjeta de crédito. Quiero que sigamos unidas por un resumen de cuentas.
Hay que gestar un silencio a medida, uno que podamos romper.¿Qué escucharíamos si estuviéramos sumidos en el silencio más absoluto?
Qué lindo azar objetivo. Que siga actuando sobre nuestra imaginación. Y supongo que las dos teníamos algo de razón y que siempre y en cada cosa se trata un poco de ambas, del balance entre eso, algo de mérito, algo de azar.
Me encanta el juego de pensar a quién robarle su fama.Creo que efectivamente en esta época casi nadie es famoso y todo el mundo lo es.
Una intimidad discreta / Agustina Larrea ... [et al.]. - 1a ed Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2025. Libro digital, Otros
Archivo Digital: descarga y onlineISBN 978-631-6532-72-5
1. Literatura Epistolar. I. Larrea, Agustina CDD A866
ISBN edición impresa 978-631-6532-71-8
Compiladora Agustina LarreaIlustraciones internas Daria SkrybchenkoCorrección Federico Juega SicardiDiseño de tapa y guardas Iván BrizuelaDiseño de interiores Víctor Malumián
© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, diciembre 2024
Una intimidad discreta
dinero realidad fama silencio azar
Cynthia EdulBetina GonzálezMercedes Halfon Agustina Larrea (comp.) Sebastián Martínez Daniell Juan Mattio Fernanda Nicolini Romina Paula Ricardo Romero Tamara Tenenbaum Soledad Urquía
Agustina Larrea
HAY ALGO ESTIMULANTE EN la posibilidad de espiar una conversación ajena. En el formato o en el contexto que sea. Porque son escenas que irrumpen, nos llevan a salir de nosotros para pensar en otra cosa o impulsan azarosamente nuestra imaginación como todo lo inoportuno; pueden convertirse rápidamente en imanes una charla callejera que nos llega por la ventana, una declaración de amor cubierta de emojis de alguien que viaja con nosotros, celular en mano, entre decenas de cuerpos apretados en un tren en hora pico, un correo electrónico que entra a nuestra bandeja de entrada por error o la mitad de una negociación misteriosa (la otra, del otro lado del teléfono, habrá que reponerla con todo tipo de elucubraciones) en una mesa de bar cercana a la nuestra. Como una música que pasa, nos absorbe por un rato y sigue; como una ráfaga, como un relato. Un mundo ilusorio, efímero y posible.
Si esos diálogos tienen lugar por escrito y si quienes se comunican son ni más ni menos que escritores o escritoras que conocemos, admiramos o leímos alguna vez, ese material, que ya era atrapante de por sí, pasará a cobrar una dimensión todavía más atractiva. Porque en ese intercambio hubo otra temporalidad y sospechamos que quienes cruzan esas cartas se tomaron un tiempo para hacerlo (una carta es siempre una pausa, una interrupción, un tajo) o porque, sabiendo que se trata de escritores o escritoras, intentaremos ir detrás de pistas sobre sus libros, sus vidas y sus obsesiones.
Los libros que reúnen correspondencia entre escritores proliferan y se siguen multiplicando. Por citar al azar algunos —y dejar inescrupulosamente otros afuera: enumerar es siempre un acto impiadoso—, el universo editorial rescató, entre muchísimos otros, intercambios que dan cuenta de la rigidez y la admiración mutua entre Thomas Mann y Hermann Hesse —un ermitaño amante de las cartas, según dicen—, de cierta ternura entre Gustave Flaubert y George Sand, del desparpajo de Alejandra Pizarnik con Silvina Ocampo, Julio Cortázar o Manuel Mujica Láinez, de los cruces lánguidos de los beatniks Jack Kerouac y Allen Ginsberg, de la amistad y la confidencia sin fronteras entre Tamara Kamenszain y Margo Glantz.
El gesto de clasificar, recortar, elegir y finalmente publicar las cartas que autores y autoras cruzaron en otros tiempos puede obedecer a motivos diversos, incluso contradictorios. Habrá quienes con un interés literario genuino piensen que esos textos son de alguna manera una continuación de la obra y, por lo tanto, deben ser rescatados y publicados; otros lo harán exclusivamente para seguir los designios de herederos ambiciosos que no quieren dejar escrito sin explotar o por voluntad de los propios autores, que prefirieron que ese perfil más privado llegara a los lectores después de muertos.
Ajena a esos vaivenes, este tipo de correspondencia se publica por lo general muchos años después de aquellas vidas vividas y de manera fragmentaria en algunos casos, sin importar que falten algunas partes del intercambio que por la propia dinámica epistolar se perdieron para siempre.
A mitad de camino entre la confesión, el documento histórico, el debate intelectual, la charla de café, el taller literario a distancia, el diario íntimo o la más urgente prueba de vida, las cartas entre escritores se convierten entonces en una rendija imbatible para lectores y lectoras con ganas de escuchar qué hay detrás de diálogos siempre recortados. No importa tanto que muchas veces esos intercambios sobrevivan interrumpidos o rotos: tal vez, de hecho, en ese estar entre, en esa forma híbrida, radique toda su potencia y su magnetismo.
Anacrónicas, descarnadas, amistosas, producto de la furia, escritas desde cierta inocencia a partir de episodios vitales que parecen capturados con soltura o sin la presión de quien piensa en algún tipo de posteridad, más que ofrecer certezas, las cartas de escritores se asientan, crecen y ganan valor en el defasaje.
Entre la correspondencia de escritores rescatada —y luego convertida en libro—, la de Joseph Roth y Stefan Zweig se encuentra entre las más singulares del siglo XX. Los dos escritores sostuvieron un profuso intercambio epistolar en el período de entreguerras que quedó inmortalizado a partir de 2014 en la publicación Ser amigo es funesto. Correspondencia (1927-1938), a través del sello español Acantilado.
Leer las cartas de Roth y Zweig es leer textos de dos personas que se van haciendo amigas a medida que se van escribiendo. Porque, más allá de tener varios puntos en común —los dos nacieron en el Imperio Austrohúngaro en familias judías, se convirtieron en testigos del avance implacable del nazismo, fueron perseguidos y prohibidos en la Alemania nazi y debieron exiliarse—, el punto de contacto fue siempre la palabra escrita. El puntapié amistoso, de hecho, son unos elogios que Zweig le dedicó al libro Judíos errantes de Roth. A partir de ese momento, comenzó un cruce de cartas en el que se superponen, sin orden ni jerarquías preestablecidas, como en toda gran amistad, observaciones sobre sus libros y los de otros, confidencias sobre sus derivas familiares, amorosas y hasta económicas (Roth, siempre apremiado, visceral e incendiario; Zweig, aplomado y reflexivo), consejos literarios y confesiones sobre sus temores más profundos. Con una atmósfera cada vez más turbulenta de fondo, las cartas ofrecen resquicios parciales y brillantes que dejan entrever sus miradas sobre el amor, el dinero, la política, el judaísmo, la amistad y, sobre todo, la literatura.
A finales de 2023, desde Ediciones Godot me convocaron a pensar ideas para volver sobre las figuras de estos grandes autores que forman parte central del catálogo de la editorial. Eran —son— días inciertos en una Argentina atravesada por una enorme crisis social y económica.
Rápidamente recordamos aquellas cartas y, sobre todo, celebramos ese impulso por seguir conversando entre pares y escribiendo hasta en los momentos más aciagos. De este modo, surgió la iniciativa de invitar a escritoras y escritores contemporáneos de Argentina que fueran amigos o que tuvieran inquietudes comunes a escribirse una serie de correos electrónicos sobre algún asunto que los atravesara por algún motivo más o menos nítido.
En este caso, la convocatoria vino de alguna manera a cambiarle el signo de otros libros de correspondencia de escritores: no les pedíamos cartas escritas en otro momento que ahora verían la luz, sino que se trataba de textos especialmente pensados para la ocasión mientras se empezaba a desplegar un año repleto de inquietudes.
La chispa por suerte prendió y, en los primeros meses de 2024, fueron llegando intercambios bien diversos, repletos de lecturas, de ideas, de imágenes poderosas, de recortes particulares sobre temas universales y de generosidad. En medio del desconcierto, entonces, Juan Mattio y Ricardo Romero cruzan sus impresiones sobre eso que intentan definir como realidad —y agradecen por un rato conversar por escrito para huir de ella—; Fernanda Nicolini y Mercedes Halfon dan cuenta de todo lo que cuesta hablar de dinero y lo hacen, justamente, escribiendo y trazando un mapa de autores y autoras que también pensaron el asunto; Soledad Urquía y Sebastián Martínez Daniell piensan si es posible bajarle el volumen al mundo exterior para reflexionar sobre el silencio; Betina González y Tamara Tenenbaum intercambian correos con humor y sagacidad sobre la fama y algunos malentendidos a su alrededor, en especial entre quienes se dedican a escribir; y Romina Paula y Cynthia Edul recorren sus memorias personales para darle vida a una ciudad que ya no existe y que las reunió gracias al azar.
El resultado, entonces, es un libro que invita a posarse por un rato en esos diálogos, a hacer una pausa, a espiar universos ajenos. Y también a confirmar que, hasta en los contextos más adversos, nadie escribe ni lee tan solo como supone.
AGUSTINA LARREA
Juan Mattio & Ricardo Romero
RICARDO, TE ESCRIBO DESDE esta aporía que solemos llamar realidad. Es domingo y el sol de febrero toca los objetos de esta habitación. La luz es un murmullo que cae sobre ellos. La luz no es ningún objeto y, sin embargo, para mí, los constituye. Esta lámpara, por ejemplo, es roja, con algunos detalles negros, en su base se acumula un poco de polvo, y esto sucede para mí si, y solo si, la luz de febrero cae sobre ella y me lo devela. Quiero decir, Ricardo, que lo que percibimos como un objeto es la sumatoria de una serie de eventos independientes entre sí. Y podemos conocerlos por un conjunto de fenómenos también autónomos, también huidizos. ¿No te desconcierta esa forma partida, rota, de nuestro conocimiento del mundo?
Imagino que te estarás preguntando qué hago, una mañana soleada de domingo, pensando en estas cosas. Escapo, por supuesto. Escapo a la compulsión de una serie de pensamientos que me tienen acorralado desde hace algunos días. Y esas ideas que no menciono, que correrán como un río subterráneo en nuestros intercambios, ideas de las que huyo como supongo que alguien podría huir de un incendio, también intervienen en mi percepción de la luz de febrero cayendo sobre la lámpara roja. La deforman. La usan como mensajera. Me muestran, en este caso, una lámpara roja y también melancólica, algo con el gesto de un objeto olvidado en la vidriera de un local que no abre desde hace años. Es el efecto del polvo que se acumula en la base, me parece ahora, que unido a mi resto psíquico construye en mi mente esa imagen tan precisa.
Escribí, antes, que la lámpara era una mensajera. Lo que quiero decir es que la realidad, entre muchas, tantísimas cosas, es una manera de saber lo que pensamos. Porque se impregna. Es un material al que adherimos nuestras incongruencias mentales. Proust sabía esto y por eso escribió la escena del hombre que, con solo mojar una galletita en el té y llevársela a la boca, hace aparecer una bestia en su memoria. En la realidad material de esa magdalena se incluía, para él, la presencia acechante de los domingos a la mañana en Combray durante su infancia. Y Joyce, claro, también. El flujo de conciencia no es otra cosa que la puesta en práctica de esto que digo. El color verdoso del agua en la bahía le hace acordar a Stephen la bilis de su madre moribunda. ¿Cómo se modifica el agua de la bahía, para él, después de que emerge ese recuerdo? ¿Qué ve Stephen entonces? Como queda claro, es un sistema en dos direcciones: porque la luz da al agua determinado tono cromático, alguien recuerda la agonía de su madre, y porque esa memoria aparece, el agua ahora no es solo un evento químico formado por la naturaleza sino, también, un modo de conocer ciertos pensamientos ocultos. Pero no solo ellos sabían esto. También Dick, y si se quiere de una forma mucho más rabiosa en su modelo ontológico, mostró que la realidad podía rasgarse y ser atormentada por los pensamientos.
De modo, Ricardo, que un objeto es la reunión de tantas cosas que conocemos y no conocemos, que nos son inmediatamente accesibles y otras, profundas, que se arrastran sigilosas en nuestra relación con el mundo. Y si pensamos que la realidad es, de alguna manera, la sumatoria de todos los objetos realmente existentes que hay en el universo, entonces la multitud de causas y efectos y efectos de esos efectos, y así recursivamente, que intervienen para que nosotros estemos, por ejemplo, percibiendo esta mañana soleada de febrero, me abruma y, te diría, me pone ante el abismo del delirio. Supongo que esa misma magnitud inabarcable es de la que habla Lovecraft, una y otra vez, en sus ficciones.
No sé qué estarás haciendo vos esta mañana. Te imagino corriendo por Parque Lezama o escribiendo en tu escritorio o leyendo en algún bar mientras esperás que el mozo traiga el café con leche. Es decir, te imagino en calma, sin pensamientos de los que huir, en un trato amable con la vida. No sé cuánto se ajusta ese Ricardo imaginario al real. Pero me pregunto si no deberíamos sumarlo a ese conjunto caótico y amenazante que antes llamé realidad. Es decir, me pregunto si los objetos imaginarios no deberían, también, tenerse en cuenta a la hora de construir el inventario de las realidades que habitamos. Los pensamientos de los que huyo, por ejemplo, colmados de temores y ansiedades, son para mí, ahora, tanto más reales que la misma lámpara roja.
Este problema, de cómo la realidad está poblada por una multitud de espectros, de presencias virtuales, diría Fisher, que la componen y que intervienen en nuestra percepción modificando los objetos realmente existentes, creo que está en el centro de mis preocupaciones. Porque, ¿para qué escribiríamos ficción si nos alcanzara, si fuera suficiente, con lo que nos es inmediatamente accesible? Y ahora no hablo de lo que vemos, por ejemplo, esta lámpara roja y melancólica, sino también de lo que entendemos o creemos entender de ella.
Me despido, agradecido por la oportunidad para huir.
QUERIDO JUAN, QUERIDA LÁMPARA roja con detalles negros: Acá voy desde esta mañana de marzo, plena semana, pleno miércoles. La luz, Juan. Me acuerdo que una tarde un fotógrafo de Página/12 me hizo pasear por las calles de San Telmo buscando el comportamiento de la luz del sol. Sus idas y vueltas, sus empastes, los acuerdos y desacuerdos de sus reflejos. Dependiendo de dónde te pararas, todo era superficie, todo era abismo: cuánta materialidad, cuánto convencimiento hay en las calles del centro de la ciudad. Al fotógrafo no lo volví a ver, pero es uno de esos fantasmas con los que converso de vez en cuando. Hoy, el comportamiento de la luz va de la mano del silencio de la casa. Fermín está en el jardín de infantes, Victoria ya salió para el trabajo y yo demoro, postergo el momento en que el día va a atraparme con sus