La Apuesta - Juan Negri Rubino - E-Book

La Apuesta E-Book

Juan Negri Rubino

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Beschreibung

Blas Bracamonte, un inmigrante italiano que para alejarse del dolor y la muerte, desembarca de pequeño en la Ciudad de Buenos Aires. Con mucho esfuerzo se desarrolla, se educa, se forma, se inventa, y cumple su sueño de formar su propia familia. Pero cuando todo parecía perfecto, una tradición que se extendería como la peste en la familia Bracamonte, hace que Blas se convierta en un monstruo. Fue así como surge "La Apuesta", desafiando a sus propios hijos a dejar la vida de lujos que poseen en Buenos Aires, para emigrar a la Ciudad de Nueva York, y comenzar de cero. Los hermanos Bracamonte, deberán enfrentar todo tipo de contratiempos y vicisitudes en la Gran Manzana, para intentar derrotar a su padre, y ganarle "La Apuesta". ¿Lo lograrán?

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Seitenzahl: 199

Veröffentlichungsjahr: 2023

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JUAN NEGRI RUBINO

La Apuesta

Negri Rubino, JuanLa apuesta / Juan Negri Rubino. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4143-7

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

CAPÍTULO 1

Blas Bracamonte

CAPÍTULO 2

Al César lo que es del César

CAPÍTULO 3

Sofia Disi

CAPÍTULO 4

Mauricio Bracamonte

CAPÍTULO 5

Clemente Bracamonte

CAPÍTULO 6

Justina Bracamonte

CAPÍTULO 7

Hornero Corp

CAPÍTULO 8

La última tragedia

CAPÍTULO 9

La Apuesta

CAPÍTULO 10

Las Pautas

CAPÍTULO 11

New York

CAPÍTULO 12

Comenzando

CAPÍTULO 13

El Mariachi

CAPÍTULO 14

Buenos Aires

CAPÍTULO 15

Constantine

CAPÍTULO 16

Aunando esfuerzos

CAPÍTULO 17

Primer día de trabajo

CAPÍTULO 18

Lisnell

CAPÍTULO 19

UVE (Unidad de Víctimas Especiales)

CAPÍTULO 20

Detenido

CAPÍTULO 21

La acusación

CAPÍTULO 22

Asistencia legal

CAPÍTULO 23

Lectura de cargos

CAPÍTULO 24

Juicio

CAPÍTULO 25

Festejos en libertad

CAPÍTULO 26

Los hermanos sean unidos

CAPÍTULO 27

Cortesía latina

CAPÍTULO 28

Trabajo de campo

CAPÍTULO 29

María Sol Iglesias

CAPÍTULO 30

Los excluídos del sistema

CAPÍTULO 31

Llamada inseperada

CAPÍTULO 32

Universal Resources

CAPÍTULO 33

Búsqueda de personas

CAPÍTULO 34

Central Park

CAPÍTULO 35

Lo que dejó el evento

CAPÍTULO 36

Inconcebible

CAPÍTULO 37

Departamento de riesgo

CAPÍTULO 38

Piedra libre

CAPÍTULO 39

Reencuentro

CAPÍTULO 40

100% Bracamonte

Acerca del autor

Hitos

Table of Contents

A mis fans incondicionales: MaPa

CAPÍTULO 1

Blas Bracamonte

Al hablar de su pasado podríamos decir que Blas, a su estilo -el cual deberíamos en un principio no juzgar-, ha sido un dedicado trabajador. Llegó a Buenos Aires de la mano de su abuelo Don Alberto, ya que a su padre, Benito, lo había perdido en la guerra y de su madre sólo sabía su nombre: Lucía.

Don Alberto también era viudo, una tradición que se extendía como la peste en la familia Bracamonte, aunque por diversas razones. Cósima, era una hermosa mujer, delicada y femenina, que fue sorprendida por una de las tantas balas perdidas de la guerra mientras cubría a su hija Lucía.

Lucía creció sin madre. Su nacionalismo y su afán de defender a su patria, la llevaron a quedar atrapada en una balacera cubriendo a su pequeño Blas, corriendo el mismo destino de su madre. Blas fue rescatado y entregado a su abuelo, quien para alejarse de tanto dolor y tanta muerte, se embarcó hacia Buenos Aires.

Con apenas 12 años, el oriundo de Bagheria luchó junto a su abuelo. Era la dura época del inmigrante italiano en la Argentina. Así fue que mientras su abuelo trabajaba en el puerto de La Boca, Blas intentaba descifrar el castellano y hacer amigos en el conventillo de Doña Luisa.

Don Alberto era un hombre muy serio, con una mirada perdida; descargaba su ira con la vida realizando los trabajos más pesados en el puerto, cargando cosas imposibles, lastimándose. Los domingos, sin embargo, respetaba su tradición italiana y en honor a su Cósima amasaba pastas para alimentar a Blas. En ocasiones, para suplir los atrasos en el pago de la renta, los Bracamonte invitaban a comer a Doña Luisa.

El domingo era el único día que Don Alberto se permitía descansar. Generalmente, luego del almuerzo dominical, abuelo y nieto iban juntos a la cancha a ver a Boca Juniors, ambos impecables, casi de etiqueta. El fútbol lo distraía y pensaba que era un buen deporte para que disfrutara su nieto.

Blas jamás rechazó las pastas que con tanto cariño amasaba su abuelo, pero disfrutaba mucho más de los asados que le enseñaban a cocinar los porteños de la zona en parrillas improvisadas en las calles, e incluso en los techos de los conventillos.

Ante la falta de una figura materna, Blas se acercó mucho a Doña Luisa y la ayudaba con las cosas del conventillo. Especialmente colaboraba con la dueña ante las dificultades para cobrarle a ciertos vecinos, ayudando de esta manera a disimular los atrasos de su abuelo. También rentaba cuartos y cuidaba las bicicletas de los trabajadores del barrio. Doña Luisa incluso le dejaba manejar el dinero del conventillo y le encomendaba que contrate a algún plomero, pintor o albañil cuando alguno de los huéspedes se quejaba por el estado de su habitación.

Con mucho esfuerzo, Blas logró terminar el secundario, momento para el cual dominaba el español a la perfección. Ya por ese entonces tenía una presencia señorial. Era famoso por su cordialidad y su mirada triste pero madura. Cargaba con un perfil ambicioso y su inteligencia deslumbraba a niños y adultos. Todos le tenían mucho respeto.

La colaboración con Doña Luisa en los manejos del conventillo, fueron los primeros pasos en el negocio inmobiliario, cosa que -por supuesto- colaboró mucho en el futuro millonario de Blas.

Cuando su abuelo enfermó, producto de los dolores de la vida, su sacrificado trabajo y las enfermedades que esquivaba desde Italia, Blas se vio obligado a salir a trabajar. Con el secundario terminado, pero sin la mínima chance de estudiar una carrera, Blas sabía que el dinero no alcanzaba para la medicación de Don Alberto, y aunque a esta altura vivían gratis en el conventillo, comenzó a buscar trabajo. Sabía perfectamente que en el puerto de La Boca trabajo no faltaba, pero tampoco la paga era suficiente como para hacer frente a los medicamentos de Don Alberto. Menos aún para intentar ahorrar algo para poder, el día de mañana, continuar sus estudios.

Doña Luisa fue el nexo para que Blas comenzara a trabajar en bienes raíces. Le presentó a Roberto Gastoniani, otro paisano de Sicilia que tenía un interesante negocio inmobiliario en el centro de la ciudad, prácticamente como un pasatiempo, ya que no sólo no era un experto en el rubro sino que tampoco le interesaba en lo más mínimo. Su esposa, Carol, era una americana que había heredado fortunas de sus padres que tenían pozos de petróleo en Texas. Don Roberto era quien le había vendido a Luisa el conventillo años atrás.

Al principio, Blas limpiaba la oficina de Roberto, acomodaba los papeles, servía café a los posibles clientes y ante el primer error del dueño cargaba con la culpa y era castigado por su jefe. La inmobiliaria tenía cinco empleados: cuatro vendedores, la secretaria, Roberto, y el che pibe: Blas.

Por supuesto que durante su estadía al lado de Roberto, además de realizar las tareas que le encomendaban, Blas prestaba atención a la manera de hablar de Roberto y de los otros vendedores, leía los contratos y estudiaba los movimientos del negocio.

Luego de tres años, una tarde Blas volvía de la inmobiliaria y encontró a Doña Luisa llorando en la entrada de la pensión.

Lo peor se le cruzó por la cabeza.

—¿Qué pasó Doña Luisa?– preguntó desesperado.

—Tu abuelo está con el médico, pero se lo ve muy mal– respondió la mujer que no podía parar de llorar.

Blas de inmediato ingresó a la habitación y se cruzó con el médico que terminaba de revisar a su abuelo.

—Hijo, no te pongas mal. Tu abuelo está muy enfermo. Te deseo suerte– le dijo mientras lo palmeaba en el hombro.

—Abuelo, ¿cómo se siente?– dijo con lágrimas en los ojos mientras se acercaba a la cama donde reposaba Don Alberto.

—He estado mucho peor hijo. Nada de esto me puede hacer más daño que el que me hizo la guerra, al arrebatarme a tu madre y a tu abuela– contestó Don Alberto, muy resignado pero con mucha lucidez.

—Lo quiero mucho abuelo. No me deje solo– lloraba Blas mientras lo abrazaba.

—No llore hijo. Los hombres no lloran. Usted es un hombre de bien, trabaja... yo me he convertido en una carga. Sólo lamento no haberle podido dejar más que nuestro apellido. Pero tampoco es poca cosa. Honre el apellido suyo y de nuestra familia. Haga su propia familia. Sea feliz en esta tierra de oportunidades sin olvidar sus orígenes. Estoy muy orgulloso de usted– respondió mirándolo a los ojos y tomándole la mano.

—No se vaya abuelo, lo necesito, por favor se lo ruego no me deje solo– insistió, desconsolado, Blas.

—Yo no lo dejo solo. Voy a estar en su corazón y cada vez que me necesite, mire al cielo y sonría. Yo voy a estar por ahí, socorriéndolo como pueda. Con su abuela y su mamá.

—Lléveme con usted abuelo por favor. No quiero seguir sin usted a mi lado– suplicaba Blas.

—No es mi decisión hijo. Ya será su turno. Le pido un único favor: Nada de velorio. Me crema y esparce mis cenizas por la cancha de Boca. Voy a estar ahí alentando con usted– Esas fueron las últimas palabras de Don Alberto.

Blas cumplió con el deseo de su abuelo al pie de la letra, y luego de esparcir sus cenizas miró al cielo e intentó esbozar una sonrisa, pero le fue imposible. Sus lágrimas se mezclaban con la lluvia que no cesaba. Todo mojado, Blas permaneció durante horas con la mirada perdida.

CAPÍTULO 2

Al César lo que es del César

Luego de un par de años sin Don Alberto, Blas ya era un experto en el negocio inmobiliario y dejó de ser el chico de los mandados para convertirse en el vendedor estrella de Don Roberto. Su aspecto fino y educado lo llevó a concretar las más suculentas operaciones del mercado, pero Blas veía cómo Roberto, sin realizar el mínimo esfuerzo, se llenaba de dinero, mientras él se quedaba con un ínfimo porcentaje. Fue entonces cuando Blas decidió hacer «justicia por mano propia», con el objetivo de juntar el dinero suficiente como para abrir su propio negocio. Sabía absolutamente todo respecto de las inmobiliarias, y de los inmuebles, tenía conocidos en los bancos y además contaba con los datos de la totalidad de los clientes de Roberto, por lo que decidió comenzar a ejecutar su plan para abrirse y por supuesto, indemnizarse.

Blas mostraba las propiedades en venta; con su carisma convencía a los distintos clientes que las señaran, ya que por supuesto siempre había otra persona interesada y luego se las ingeniaba para que de alguna manera las operaciones se cancelaran. Blas jamás rendía cuentas a Roberto, y si bien éste notaba que Blas, a diferencia de otras épocas, no lograba vender ni una propiedad, no le preocupaba en lo más mínimo. Mientras tanto, los inversores creían a ciegas el relato de Blas, ya que era un joven correcto y ejemplar, pero sí dudaban de Roberto.

Fue entonces que ante un par de reclamos, y para evitar problemas legales, Roberto decidió cerrar el comercio y radicarse en los Estados Unidos con toda su familia -ya que ninguno de sus hijos estaba interesado en continuar con el negocio-, para dedicarse a dilapidar su fortuna, dejando a Blas y al resto de sus empleados sin trabajo. Curiosamente ese fue el punto de partida de Blas, para tomar coraje y comenzar su propio futuro.

El dinero ahorrado y lo recaudado de las «operaciones frustradas» le alcanzó apenas para alquilar una modesta oficina en San Telmo. Algo alejada del centro, si, pero Blas entendía que el trabajo de campo de este negocio eran las propiedades. Para ello debió recurrir a la inmobiliaria estrella de Buenos Aires, que por aquel entonces era de un tal Aaron Mercado, al cual le rogó- por haber sido del gremio- le hiciera un descuento en la comisión del alquiler, explicándole todos los perjuicios que le había causado el cierre de la inmobiliaria donde trabajaba.

En un principio el Sr. Mercado le ofreció trabajo y suculentas comisiones, algo que por un instante hizo dudar a Blas, pero que finalmente rechazó. Mercado accedió al descuento. Con humildes instalaciones, pero la agenda completa de los clientes de Roberto, Blas se comunicó uno por uno con ellos, explicándoles que Roberto se había quedado con todo el dinero de las señas, que por ello se cancelaron las operaciones y que con ese dinero se fugó a los Estados Unidos, dejando a todos los empleados en la calle.

Como todos quedaron conformes con la historia, Blas fue por más; les aseguró que se sentía tan responsable, y con tanta vergüenza por lo ocurrido, que se comprometía a venderles o comprarles distintas propiedades para devolverles el dinero de todas aquellas operaciones frustradas, realizando dichas operaciones de manera gratuita para todos los perjudicados. Por supuesto que los clientes se solidarizaron con el joven, le otorgaron sus propiedades y, valorando su gesto noble, jamás le exigieron el dinero que supuestamente había quedado en manos de Roberto. Además, la mayoría insistió en abonar todas las comisiones de Blas, e incluso lo recomendaban entre todos sus allegados.

Era una época próspera del país; ingresaba mucho dinero del extranjero, se radicaban empresas, se construían edificios, se alquilaban muchos inmuebles. Fue el momento exacto para emprender un nuevo negocio, aprovechar el viento de cola y toda la experiencia adquirida para demostrar, no sólo a sus clientes sino también a sí mismo, que pese a no tener un título universitario, estaba a la altura de las circunstancias.

Ese fue el nacimiento de «Don Alberto -en honor a su abuelo- Negocios Inmobiliarios», que con el tiempo, ante su gran crecimiento, pasó a llamarse como en la actualidad: «Hornero Corp, Real State».

CAPÍTULO 3

Sofia Disi

Hija de padre italiano y madre americana, Sofía se cruzó en la vida de Blas en el mismo año en que a su padre, por razones de trabajo, lo enviaran a Buenos Aires.

Vicenzo Disi era el nuevo gerente de una empresa automotriz americana que se radicaba en la Argentina. La familia vivió varios meses en el Hotel Alvear, hasta que gracias a Pedro Ortíz de Alzaga, uno de los tantos clientes de Blas, Don Vicenzo se dirigió al local de San Telmo, que para esa época ya contaba con más de diez empleados y estaba en vísperas de abrir 3 nuevas sucursales: una en Rosario, otra en Córdoba y otra en Mendoza.

Blas en persona recibió a su nuevo cliente y a su esposa Michelle, ya que Vicenzo asistió con toda su familia a la cita inmobiliaria. El flechazo fue inmediato. Mientras Blas les mostraba a los Disi las distintas propiedades, no podía sacarle los ojos de encima a Sofía, y viceversa. Blas era considerablemente mayor que Sofía, pero eso no fue impedimento alguno. En total, los Disi visitaron dieciocho propiedades de Blas antes de definirse por una hermosa casa en San Isidro, por lo que los encuentros fueron varios.

Cerrado el trato, Don Vicenzo le consultó a Blas por un trabajo para su joven hija, para que se fuera forjando mientras estudiaba derecho. Blas, rápido de reflejos, le indicó que «curiosamente» necesitaba una secretaria para su empresa que próximamente dejaría el barrio de San Telmo, y que la bella Sofía encajaría perfectamente.

Entre las recomendaciones de Pedro Ortíz de Alzaga, y el trato tan cordial y caballeresco de Blas durante el tiempo que tardaron los Disi en decidirse por una de las tantas propiedades exhibidas, Don Vicenzo no pudo negarse, y fue así como Sofía pasó a ser la secretaria privada de Blas.

Ante la expansión del negocio y los planes de Blas, el local de San Telmo quedaba chico. Ya había pensado mudarse al Microcentro, por lo que tomó el toro por las astas y, contrarreloj, abrió su nueva oficina, con un despacho propio y amplio, para que Sofía estuviera cómoda y en un lugar mucho más bonito que el del viejo San Telmo.

Poco fue el trabajo realizado por Sofía en la inmobiliaria, no porque no cumpliera horario, sino porque pasaba horas charlando con Blas. Él le contaba absolutamente todo de su trabajo, de su vida, de su familia, de lo importante que había sido su abuelo y hasta la llevó a comer pastas un domingo al conventillo de La Boca con Doña Luisa.

Blas estaba tan enamorado y confiaba tanto en ella, que incluso le contó la historia de Don Roberto, y de cómo gracias a esa «jugada» pudo abrir su propio negocio. Sofía lo miró a los ojos, y si bien dudó por un instante sonrió, lo abrazó fuerte y le dijo lo orgullosa que estaba de él.

Blas también estaba más que orgulloso de ella. Admiraba su inteligencia, y le gustaba tanto que ella sí pudiera estudiar una carrera universitaria que la acompañaba a la facultad de derecho, la pasaba a buscar, le compraba libros. Incluso se quedaba hasta altas horas de la madrugada ayudándola a estudiar, y haciéndose el profesor, le tomaba examen.

Por supuesto que cuando tenía tiempo la llevaba hasta San Isidro, en su primer cero kilómetro, pagado íntegramente con la comisión de la casa vendida a Don Disi, y el suculento descuento que Vicenzo le consiguió en la automotriz que gerenciaba.

Hacía cualquier cosa por ella, con tal de que sea feliz, y ella hacía exactamente lo mismo por él. La pareja era además muy divertida. Sofía le pedía que la llevara a cada propiedad nueva que Blas conseguía para vender, con la excusa de ir a conocerla, para luego terminar como una suerte de cábala, teniendo sexo en cada una de ellas. Incluso en aquéllas que sus dueños la estaban habitando. Con tanta adrenalina y amor, llegó un momento en el que la situación se tornó insostenible.

Debido a que el tiempo que pasaban juntos los desconcentraba de sus respectivas obligaciones, Blas tocó uno de sus contactos en el Poder Judicial, y logró que Sofía ingresara a trabajar en un Juzgado.

Blas le había vendido a una Jueza recientemente divorciada, una casa en Caballito, y durante el tiempo que duró la operación la mujer lo abrazaba y lloraba, mientras Blas la consolaba al extremo que parecía más el terapeuta de Su Señoría, que el vendedor de su nuevo hogar. Pactaron veintitres citas en diferentes inmuebles hasta que la Dra. Ramond finalmente cerró el trato con Blas, quien recuerda que la única vez que no lloró y se dedicó a mirar la casa fue la última, y por eso decidió comprarla.

El resto de las visitas a las propiedades, fueron para llorar y contarle a Blas cómo su marido se había enamorado de una prostituta chilena que había conocido en un burdel de mala muerte. Blas supuso que por todo lo que había soportado durante esas sesiones de llanto, ante el pedido de que aceptara a su novia en su juzgado, la Dra. Ramond no podría negarse. Y acertó. Ella solamente le hizo un pedido: que si tenía planes serios con la señorita, no cometa el mismo error del imbécil de su marido.

A esta altura, Blas y Sofía llevaban años saliendo, y ella estaba a sólo dos materias de recibirse de abogada.

El día finalmente llegó, y él festejó su título como propio, al extremo de que cuando sus amigos le arrojaron los huevos y enchastres de estilo, él la abrazaba con lágrimas de orgullo y amor en sus ojos, y quedó más sucio que la flamante Doctora. Ella también lloraba, lo abrazaba más fuerte, le agradecía, y le pedía que no se olvide nunca que este título era de los dos.

Eran la pareja perfecta, con sus peleas naturales, pero se miraban con tanto amor, tenían un brillo propio estando juntos y una conexión imposible de describir. Por todo ello el final estaba cantado. Durante la fiesta de graduación, Blas, respetando la tradición de la época, le pidió la mano de Sofía a Don Disi, el que aceptó sin dudarlo.

El joven se había ganado el corazón de los Disi, especialmente de su futura suegra, Michelle, con quien tenía una excelente relación, y los Disi veían muy feliz a su hija.

Por supuesto que Don Vicenzo se hizo cargo de los gastos de la suntuosa boda en el Tattersall de San Isidro. Por el lado de la novia asistieron los parientes de Michelle de Boston, que viajaron exclusivamente para el evento, y algunos empleados de la firma automotriz. Por el lado de Blas estaba Doña Luisa, y algunos -muy pocos- empleados de la inmobiliaria. El lugar quedaba grande para tan pocas personas, pero la fiesta fue sencillamente hermosa, muy cálida y por supuesto de un gran nivel.

Pese a haber interactuado con los invitados, para Sofía y Blas esa noche fue mágica, fue muy de ellos, fue como si hubieran estado solos. Tenían su mundo aparte, mundo que ellos mismos habían construido, y si bien vivían la realidad, tenían sus propias palabras, su propio vocabulario y charlas tan raras que solo ellos entendían. Pese a los pocos invitados, los regalos lograron equipar el departamento de 3 ambientes que con mucho esfuerzo Blas había adquirido en el coqueto barrio de Palermo.

Lo habían decorado juntos durante meses: empapelaron, pintaron, eligieron los muebles, lo llenaron de fotos de ellos, de los Disi, por supuesto de Don Alberto, e incluso tenían una foto de Doña Luisa. La noche de bodas la pasaron en el departamento, proyectando sueños y disfrutando tan puro amor. Don Vicenzo pretendía que el flamante matrimonio pasara unos días en Europa, pero por el trabajo de Sofía y las responsabilidades de Blas resultaba imposible hacer tamaño viaje para estar tan poco tiempo en el viejo continente. Además, no les importaba en absoluto ir a Europa. Sólo querían estar juntos. Pero ante la insistencia de Michelle, la feliz pareja decidió realizar una pequeña luna de miel dentro del país. El destino no les importaba. Ellos simplemente querían estar juntos y disfrutar de su amor, que se fue consolidando con el paso de los años, aumentando en intensidad y calidad.

Fue así que dos personas viajaron de luna de miel a Bariloche y volvieron tres: Sofía, Blas y Mauricio.

CAPÍTULO 4

Mauricio Bracamonte

Mauricio fue el primer Bracamonte nacido en la Argentina, recibido con mucho amor y cariño por sus padres y abuelos. El primogénito del flamante matrimonio trajo, como se dice, el pan debajo del brazo.

Las sucursales del interior facturaban muy buen dinero, por lo que Blas fue tentado por su suegro para expandir las fronteras, y abrir una delegación de la empresa en Estados Unidos, teniendo en cuenta los contactos que Don Vicenzo tenía en suelo americano. Para llevar adelante dicha apuesta, en primer lugar debería buscar un socio, y en segundo lugar, cambiar el nombre a su negocio, y transformarlo en algún tipo societario.

Por otro lado, en el Juzgado donde trabajaba Sofía surgió una vacante de Secretaria, y como ella era la única abogada recibida del lugar, fue nombrada para ocuparlo, pese a la queja del resto del personal, que eran viejos dinosaurios judicializados, con mucha más experiencia, pero sin título. Fue así como la Dra. Ramond, sin necesidad de intervención alguna de Blas, sino por su profesionalismo, hizo a la Dra. Disi Secretaria de su juzgado.

El pequeño Mauricio tuvo una infancia rodeada de lujos gracias a los salarios de ambos padres, sumado a la manera de cómo lo malcriaban sus abuelos. Con apenas 10 años de edad, tenía más millas de vuelo acumuladas que varios pilotos de líneas aéreas, debido a que acompañaba a su padre al interior a visitar las sucursales de la empresa, y también a sus abuelos a Estados Unidos, cuando Don Vicenzo debía dar cuentas de sus gestiones a cargo de la empresa que gerenciaba en Argentina.