La Biblia judía y la Biblia cristiana - Julio Trebolle - E-Book

La Biblia judía y la Biblia cristiana E-Book

Julio Trebolle

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Los descubrimientos de Qumrán en el Mar Muerto han aportado nuevos datos sobre la historia de la Biblia en los siglos del origen y desarrollo del judaísmo y del cristianismo. Este libro reúne los conocimientos científicos actuales sobre la historia de la Biblia: la formación de sus colecciones de libros canónicos y apócrifos, la transmisión y traducción de su texto y su interpretación dentro del contexto tanto del judaísmo como del cristianismo. Asimismo establece puentes entre campos y tendencias muy diversas: literatura canónica y apócrifa, la escritura y la oralidad, la literatura bíblica y el entorno social (grupos de fariseos, saduceos, esenios, judeocristianos...), la tradición bíblica y la clásica grecorromana, el desarrollo de la exégesis de rabinos y de cristianos contrastada con la exégesis crítica moderna, la tradición frente a la innovación, filólogos e historiadores, hebraístas y helenistas, literalistas y alegoristas, desde una perspectiva hermenéutica. La tercera edición de 1998, revisada por el autor, ya incorporaba los nuevos datos y planteamientos en torno a la literatura y a los manuscritos de Qumrán publicados desde la primera edición del año 1993 y sometía a discusión las numerosas cuestiones debatidas: la fluidez del canon y del texto bíblico, las reediciones de libros bíblicos, sus textos «marginales» de Qumrán, el trasfondo judío de la exégesis cristiana, o el influjo de lo semítico y de lo helénico en el cristianismo. Esta cuarta edición actualizada añade una panorámica de los cambios operados en los últimos años en el modo de leer e interpretar la Biblia.

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La Biblia judía y la Biblia cristiana

La Biblia judía y la Biblia cristiana

Introducción a la historia de la Biblia

Julio Trebolle Barrera

Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura Ministerio de Cultura y Deporte

BIBLIOTECA DE CIENCIAS BÍBLICASY ORIENTALES

dirigida por Julio Trebolle Barrera

 

 

Primera edición, 1993Segunda edición, 1993Tercera edición actualizada, 1998Cuarta edición actualizada, 2013

© Editorial Trotta, 1993, 1998, 2013, 2023www.trotta.es

© Julio Trebolle Barrera, 1993, 1998, 2013

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-174-4

CONTENIDO

Prólogo a la cuarta edición actualizada

Prólogo a la tercera edición actualizada

Prólogo

Introducción. Cuestiones y planteamientos actuales

I. La Biblia y el libro en la Antigüedad

1. Las lenguas de la Biblia

2. La escritura en la antigüedad y en la Biblia

3. La transmisión escrita y la transmisión oral

4. Escuelas y escribas

5. La traducción en la Antigüedad y la traducción de la Biblia

6. El libro sagrado

7. La escuela y filología alejandrinas

II. Colecciones de libros bíblicos. Libros canónicos y libros no canónicos

1. Historia literaria del canon de los libros bíblicos

2. Historia social del canon de los libros bíblicos

3. Literatura cristiana primitiva: colecciones de libros canónicos y apócrifos

III. Historia del texto y de las versiones del Antiguo y del Nuevo Testamento

1. Introducción

2. El texto hebreo del Antiguo Testamento

3. La versión griega de los Setenta

4. Versiones arameas del Antiguo Testamento. Los targumîm

5. El texto griego del Nuevo Testamento

6. Versiones antiguas de la Biblia: Antiguo y Nuevo Testamento

IV. Crítica textual del Antiguo y del Nuevo Testamento

1. Crítica textual del Antiguo Testamento

2. Crítica textual del Nuevo Testamento

3. «Crítica desde el canon». Texto y canon

V. Hermenéutica. Textos e interpretaciones

1. El Antiguo Testamento intérprete de sí mismo

2. Interpretación del Antiguo Testamento en la versión griega de los LXX

3. Interpretación del Antiguo Testamento en las versiones arameas o targumîm

4. Interpretación del Antiguo Testamento en la literatura apócrifa. Carácter exegético de la literatura apocalíptica

5. Interpretación del Antiguo Testamento en los escritos de Qumrán

6. Interpretación del Antiguo Testamento en la literatura judeohelenista, Filón de Alejandría y Flavio Josefo

7. Hermenéutica rabínica

8. Hermenéutica cristiana

9. Hermenéutica moderna

Nuevos apuntes (2013)

Glosario

Libros del Antiguo Testamento

Libros del Nuevo Testamento

Siglas

Índice de citas bíblicas

Índice de autores

Índice de autores de «Nuevos apuntes»

Índice temático

Ilustraciones

Índice general

PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN ACTUALIZADA

La cuarta edición de este libro responde al interés de los lectores que lo siguen demandando para mi perplejidad y asombro agradecido. Han transcurrido quince años desde la tercera edición de 1998, traducida en el mismo año al inglés y al portugués. El libro incorporaba entonces los últimos resultados de la investigación sobre los manuscritos de Qumrán, anticipándose a la publicación de los últimos volúmenes de la edición oficial Discoveries in the Judean Desert (Oxford) que fue concluida en 2010.

El lector surgido en los últimos años espera nuevas propuestas sobre cuál es el significado de la Biblia en los comienzos de este milenio y más información sobre cómo se lee e interpreta hoy la Biblia desde perspectivas puramente científicas o académicas. Después de casi cincuenta años dedicado a las cuestiones tratadas en este libro, en particular al estudio de los manuscritos de Qumrán y a la edición de los textos bíblicos, espero poder transmitir no tanto orientaciones y directrices, sino, más modestamente, mis impresiones y sugerencias, que aparecen en unas páginas añadidas al final de esta edición.

Estos «Nuevos apuntes» y el libro mismo deben mucho a la ayuda de colegas y amigos de largos años, de antiguos profesores y de diversas instituciones. Quiero traer a la memoria el recuerdo especial de Frank M. Cross, de la Universidad de Harvard, quien, en los lejanos años de preparación del doctorado en Jerusalén, apoyó mi trabajo en momentos de perplejidad ante los inciertos derroteros de la investigación emprendida. También deseo expresar mi agradecimiento a la Editorial Trotta en la persona que le da vida, Alejandro Sierra.

PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN ACTUALIZADA

Esta edición actualizada incorpora de modo especial nuevos datos y planteamientos en torno a la literatura y los manuscritos de Qumrán publicados desde la primera edición de 1993. Los capítulos titulados «Desarrollos del canon fuera del canon: literatura parabíblica» y «Los manuscritos bíblicos del Mar Muerto» han sido por ello completamente revisados. A lo largo del libro han sido introducidas otras muchas modificaciones y añadidos. La bibliografía incorpora una selección de obras publicadas en estos últimos años. Los índices han tenido que ser en consecuencia totalmente revisados.

Para no ampliar un libro ya muy extenso, he renunciado también en esta edición a desarrollar algunas cuestiones que tocan muy de cerca al tema de este libro, La Biblia judía y la Biblia cristiana, pero que obligarían a entrar en el vasto mundo de las relaciones entre las religiones judía y cristiana y de las relaciones entre las diferentes confesiones y teologías cristianas. Espero al menos que, tras la traducción de este libro al portugués (Petrópolis, Brasil, 1995) y al inglés (Leiden-New York, 1998), el público potencial de lectores judíos y cristianos de confesiones y corrientes de opinión muy diversas no encuentre en este libro interpretaciones equivocadas de lo que pudieran ser sus respectivos planteamientos y posiciones.

Quiero expresar de manera muy especial mi agradecimiento, por los datos y sugerencias que me han aportado, a los amigos y colegas profesores Florentino García Martínez (Groningen), Miguel Pérez Fernández (Granada) y José Ribera Florit (Barcelona).

PRÓLOGO

Tras haber escrito casi exclusivamente trabajos de investigación, que no podían alcanzar más que a un público muy restringido, he sentido la necesidad, y he tenido sobre todo el gran placer de escribir un libro que pretende responder al carácter de «libro de texto» o «de referencia» y, en gran medida también, al de un libro de alta divulgación, destinado a un público más general. Esta obra surge de aquel trabajo de investigación, que ofrecía numerosas ramificaciones aquí desarrolladas.

He desatendido el consejo de un amigo y colega, que me advirtió: «No escribas un libro así, y menos para estudiantes». En los últimos años y especialmente en las universidades de Estados Unidos, la docencia universitaria y la alta divulgación han sido postergadas en aras de la investigación pura, que da más prestigio al profesor y le permite un mayor acceso a las fuentes de financiación necesarias para asegurar la continuidad del trabajo científico. Escribir libros para estudiantes o para el público en general es, desde esta perspectiva, tiempo perdido o, al menos, tiempo robado a la investigación.

El profesor ha dejado con frecuencia de ser tal. Se convierte en un investigador, que a lo sumo comunica a los alumnos de doctorado los métodos y resultados de su investigación. Si, por imperativo administrativo, tiene que impartir cursos más generales, concentra su atención en cuestiones muy específicas, dejando que el estudiante adquiera por sí mismo la información general que pueda encontrar en los libros de «Introducción» al uso y en las monografías existentes. Ello ha traído como consecuencia el progresivo abandono de la formación básica del estudiante universitario de nivel medio. Algunas universidades americanas han advertido este error y tratan ahora de ponerle remedio, rehabilitando la figura del profesor enseñante.

La visión que el investigador tiene de la Biblia y de los textos bíblicos puede ser enormemente parcial. El profesor Goshen-Gottstein, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, ha dejado escrita una dura crítica contra la fragmentación en la que han caído los estudios bíblicos, divididos en numerosas disciplinas o especialidades, sin comunicación posible o prevista entre los especialistas y entre las asociaciones y órganos de publicación de cada especialidad: texto masorético, versión griega, versiones antiguas, libros apócrifos o pseudoepígrafos, textos de Qumrán, textos targúmicos, epigráficos, ugaríticos, etc.1. El estudio de los libros bíblicos, tanto del AT como del NT, procede también por vías muy dispares e inconexas, según sea el método y la perspectiva del análisis: crítica textual, crítica de fuentes, tradiciones y redacciones, filología y literatura comparadas, estudio histórico y sociológico, historia de la religión y de la exégesis, teología bíblica, etc. Las mismas corrientes que pretenden representar una perspectiva global y «holística», centrada, por ejemplo, en el análisis estilístico y estructural de los libros bíblicos o en el estudio de la Biblia desde la totalidad del canon, acaban creando nuevas escuelas y especialidades bajo la guía de nuevas aucto-ritates.

Viniendo al panorama español, la bibliografía existente en nuestro país sobre los temas tratados en este libro es muy escasa. El estudiante y el lector no dejarán de agradecer que se ofrezcan aquí numerosos materiales y resultados de la investigación actual, dispersos en monografías y revistas de difícil acceso. La experiencia docente enseña, por otra parte, que el estudiante y el lector no alcanzan casi nunca una visión sistemática y global de los múltiples aspectos que ofrece el estudio de la literatura bíblica.

Este libro pretende echar puentes entre campos de estudio que, en los inicios de la crítica moderna, estaban todavía unidos, pero que las exigencias de especialización han separado progresivamente. No dejará de resultar extraño y llamativo que un mismo libro trate a un tiempo cuestiones de la crítica textual más positiva y planteamientos de la hermenéutica más teórica. El estudio de la Biblia precisa del concurso de epigrafistas y paleógrafos por un extremo y de historiadores de la religión bíblica y del pensamiento judío y cristiano por otro. Son muchas las cuestiones que necesitan hoy un tratamiento interdisciplinar.

A lo largo de todo este libro y en aras de la objetividad, se evita por lo general todo juicio personal sobre los datos, argumentos y conclusiones de la investigación actual. Sin embargo, la perspectiva general del libro y la selección de los materiales ofrecidos, así como de las opiniones discutidas, no dejan de responder a una visión personal del conjunto de las cuestiones tratadas y a un serio propósito de ofrecer una nueva visión de los estudios de «Literatura bíblica». Este Prólogo y el capítulo de Introducción son los lugares adecuados para manifestar las preferencias del autor y la perspectiva en la que se sitúa ante las cuestiones debatidas a lo largo del libro.

1. En el terreno de lo lingüístico, la Biblia trilingüe exige un nuevo diálogo, y no el viejo distanciamiento entre hebraístas, helenistas y latinistas. El trilingüismo hebreo-arameo-árabe, en el que se movían los masoretas, gramáticos y exegetas judíos del Oriente árabe y de la España musulmana, exige no olvidar el concurso de la lengua árabe para comprender la tradición gramatical y exegética que acompaña a la transmisión del texto bíblico hebreo. El descubrimiento en los tiempos modernos de las lenguas semíticas del Oriente Antiguo ha dado origen a un nuevo trilingüismo, representado por la tríada de lenguas hebreo/arameo-ugarítico-acádico, que contribuye a explicar muchas cuestiones mal planteadas o erróneamente resueltas en el pasado con el solo concurso de la crítica textual o del testimonio de las versiones, y permite situar, por otra parte, la literatura y la religión bíblica en el contexto cultural en el que tuvo origen.

2. En el campo de lo literario, el presente libro trata sobre todo de relacionar dos campos, que la crítica bíblica moderna ha ido separando progresivamente: el estudio de la formación y redacción literaria de los libros bíblicos y el estudio de la transmisión e interpretación del texto de los mismos libros. La crítica histórico-literaria se ha reservado el primer campo, dedicando atención preferente al estudio de los «orígenes» de las tradiciones y de los textos bíblicos, en relación con la arqueología, la historia, las literaturas y las religiones del Antiguo Oriente. El segundo campo quedó adjudicado a ciencias consideradas auxiliares, como la crítica textual, o a la historia de la interpretación judía y cristiana de la Biblia, con una proyección particular hacia la historia de la teología.

Este libro presta especial importancia a un terreno que linda con aquellos dos campos: el representado por la historia de la transmisión del texto y por la crítica textual del AT y del NT. El largo proceso de formación de la Biblia y de la religión de Israel cristalizó en los distintos textos del AT, los cuales generaron un proceso de interpretación, que a su vez cristalizó en los nuevos textos de la religión cristiana, el Nuevo Testamento, y de la religión judía, la Misná y el Talmud.

El primero de estos dos procesos, la formación literaria de la Biblia, queda fuera del horizonte de este libro. El estudio de las fuentes, tradiciones, redacciones, géneros, etc., de los distintos libros bíblicos es objeto de consideración preferente en los numerosos libros existentes de «Introducción a la Biblia» y también en las series de comentarios exegéticos sobre los distintos libros bíblicos. Estas cuestiones seguirán configurando el programa de una asignatura de «Literatura bíblica» y continuarán exigiendo también una parte muy considerable de los esfuerzos de investigación sobre la Biblia. Este libro reclama, sin embargo, más amplio espacio para el tratamiento de otra serie de cuestiones, algunas bastante olvidadas y otras aparentemente marginales o manifiestamente marginadas.

Ello exige dar un nuevo enfoque al conjunto de la asignatura, que a su vez viene exigido por una nueva orientación de los estudios bíblicos en general. La visión de la Biblia ofrecida en las clásicas «Introducciones a la Biblia», venidas sobre todo de Alemania y utilizadas habitualmente en la enseñanza en las Facultades, es en gran medida parcial, pues deja de lado o trata muy marginalmente aspectos de todo punto imprescindibles para la comprensión de la Biblia, y que no cabe considerar como cuestiones puramente introductorias o como meros desarrollos postbíblicos. Se trata del vasto campo de todo lo relacionado con los cánones, textos, versiones e interpretaciones o hermenéuticas (todos estos términos en plural), tanto de la Biblia hebrea como de la Biblia cristiana, integradas una y otra dentro del contexto social e intelectual en el que nació el judaísmo en las épocas persa y helenística, y en el que surgió, seguidamente, el cristianismo en la época romana. El contenido de este libro se convierte, por ello, en una verdadera historia de la Biblia, desde la época en la que se formaron las colecciones de los libros del AT hasta la época en la que, tanto en el judaísmo como en el cristianismo, alcanzaron su punto de cristalización el canon, el texto, las versiones y las líneas maestras de la interpretación bíblica.

En este intervalo de tiempo los intelectuales judíos y cristianos hubieron de llevar a cabo tres tareas básicas, que la filología clásica de los alejandrinos había realizado muy poco antes en relación con la literatura griega: establecer un canon de obras de los «clásicos», fijar el texto de las mismas e interpretar su contenido según los principios y métodos adecuados al género de cada obra. Conforme a este modelo y programa de trabajo de la filología alejandrina, este libro se divide en tres grandes apartados dedicados a las tareas literaria, textual y hermenéutica. La «conexión alejandrina» sirve aquí para recordar en todo momento que no se debe perder de vista la necesidad de mantener la conexión entre los estudios clásicos y semíticos, que dio vida a los «Colegios trilingües» del Renacimiento y a un estudio fecundo de la Biblia hasta la filología del siglo XIX.

3. En el terreno histórico, la atención se dirige aquí de modo especial a las épocas persa, helenística y romana, mejor conocidas ahora gracias sobre todo a los descubrimientos del Mar Muerto. Éste es el período histórico en el que adquirieron forma las diversas colecciones de libros del AT y dio comienzo el proceso de transmisión, traducción e interpretación del AT, hasta el momento de la formación del NT cristiano, por una parte, y del corpus de literatura rabínica por otro.

Los orígenes del cristianismo no han de ser buscados ya tanto en el mundo helenístico pagano, de las religiones mistéricas y del gnosticismo, cuanto en sus raíces judías, veterotestamentarias e intertestamentarias, sin olvidar, por otra parte, que el judaísmo de la época estaba ya muy helenizado.

Judaísmo y helenismo no han de ser percibidos ya tanto como dos polos opuestos; es preciso hablar más bien de un «judaísmo helenístico», que integraba muchos elementos de la cultura griega en la tradición judía, sin sucumbir por ello ante el sincretismo pagano.

El judaísmo de la época helenística no ha de ser visto tampoco a través del prisma del judaísmo «normativo» de la época misnaica y talmúdica, y, mucho menos, desde prejuicios que convierten al judaísmo del período persa y helenístico en un fenómeno tardío, decadente y legalista, por comparación, por una parte, con la religión anterior de los profetas bíblicos y, por otra, con el cristianismo posterior. El judaísmo de los siglos anteriores a la destrucción de Jerusalén se caracteriza, antes bien, por la gran variedad de corrientes y de grupos sociales y la vitalidad de sus ideas y creencias, que no se pueden englobar bajo el calificativo de «sectarias», pues no existía todavía una norma consensuada y, en consecuencia, un judaísmo normativo.

La época helenística, postclásica y postbíblica, caracterizada por el encuentro de las culturas de Oriente y Occidente, puso en contacto lenguas, tradiciones literarias y creencias religiosas. Este encuentro tuvo mayor incidencia en tierras de paso y en zonas fronterizas como son las de la geografía de Israel. El judaísmo helenístico fue un primer ensayo, fructífero y doloroso a la vez, de lo que poco después tuvo desarrollo en el cristianismo: la simbiosis entre la cultura griega y la tradición bíblica a través de la aceptación de unos componentes y el rechazo de otros de cada una de ellas.

4. La formación de las colecciones canónicas y no canónicas. Los siglos XVIII y XIX estudiaron con preferencia las obras y las épocas clásicas, con olvido de las arcaicas, tachadas de primitivas, y de las postclásicas, descalificadas, como la helenística, por sincretistas, barrocas y decadentes. El estudio de la Biblia ha solido reducirse también al estudio de los libros clásicos del judaísmo y del cristianismo, las respectivas colecciones de libros canónicos, ignorando o despreciando la restante literatura, en particular las obras apócrifas. Por otra parte, el estudio confesional de la Biblia llevado a cabo tanto por judíos como por cristianos no dejaba de poner también el énfasis en el estudio de los libros canónicos, con la práctica exclusión de los apócrifos. El estudio del judaísmo y del cristianismo ha estado muy centrado en las respectivas ortodoxias y corrientes centrales, representadas por el rabinismo de la Sinagoga y por la llamada Gran Iglesia.

El estudio de la Biblia hebrea ha de realizarse, por el contrario, dentro del amplio contexto de la literatura judía de la época persa y helenística, con particular atención al estudio de la literatura apócrifa o pseudoepígrafa, que imita y desarrolla la literatura canónica. Este tipo de estudio complementa y equilibra también la orientación confesional de los estudios bíblicos, atentos casi exclusivamente a los libros del canon.

Antes de considerar la Biblia desde una perspectiva teológica, como la colección de los libros canónicos con exclusión de los apócrifos, es preciso considerar la Biblia, desde la perspectiva literaria e histórica, como una colección de libros de diversos géneros (jurídico, historiográfico, profético, sapiencial y apocalíptico), que dio origen a toda una literatura de imitación o mímesis de lo considerado ya clásico y, por otra parte, a todo un cuerpo de tradiciones de interpretación recogidas en la literatura rabínica y, debidamente cristianizadas, en el Nuevo Testamento. Frente a las diversas clasificaciones posibles de los libros apócrifos por géneros, lengua, origen, ambiente, contenido, estatuto teológico, etc., este libro clasifica los libros apócrifos por su relación con los canónicos en todos los aspectos antes aludidos.

Por otra parte, la historia textual y literaria de la literatura canónica y apócrifa, tanto judía como cristiana, ha de ser considerada en relación con la historia social e intelectual de la época. Las colecciones de libros canónicos y apócrifos, el texto de los mismos y, sobre todo, la interpretación de sus contenidos, cobran perspectivas muy diferentes según se haga referencia a samaritanos, saduceos, fariseos, esenios, helenistas, judeo-cristianos, cristianos procedentes del paganismo, gnósticos judíos, gnósticos cristianos, etc.

No es posible seguir hablando de la existencia de un canon griego alejandrino, que fuera asumido por el cristianismo, ni tampoco de un cierre del canon en el sínodo de Yabneh a finales del siglo I d.C. Algunos autores tienden a suponer que el canon hebreo del AT estaba ya prácticamente conformado a mediados del siglo II a.C. No puede decirse, sin embargo, que por este camino se pueda llegar a una explicación satisfactoria del origen del canon cristiano del AT y de sus posibles antecedentes judíos entre los esenios o entre los judíos de la diáspora griega, que suponían la existencia de una canon todavía abierto o, al menos, no definitivamente cerrado.

Se ensayará en este libro una historia del canon de la Biblia hebrea, que corre paralela con la historia del Templo. La delimitación del espacio sagrado del Templo y la delimitación del espacio textual de las Escrituras canónicas corren parejas y tienen un desarrollo paralelo. Cabe distinguir cuatro períodos en la restauración y progresiva ampliación del Templo y del Libro sagrado: el canon de la Restauración tras el Exilio, el canon de la Restauración macabea tras la crisis helenista, el canon correspondiente a la ampliación del Templo en la época herodiana (ampliación de la Escritura por vía oral entre los fariseos o por vía escrita entre esenios y helenistas) y, finalmente, el canon de la Restauración farisea tras la catástrofe del año 70.

El estudio crítico de la Biblia, guiado por el espíritu de la Ilustración, ha atendido preferentemente al análisis de las fuentes literarias y de los orígenes históricos de la tradición bíblica y muy poco al conocimiento de los desarrollos posteriores de la propia tradición bíblica. Sin embargo, la Biblia, el Libro de la Vida, como el árbol paradisíaco de la Vida, exige ser conocido y explicado tanto o más por sus frutos que por sus raíces.

Los estudiosos de la Biblia utilizan para su trabajo ediciones del texto hebreo de los libros del AT (BHS) y ediciones del texto griego del NT. Sin embargo, la Biblia hebrea nunca fue editada y leída como un libro suelto y absolutamente independiente, al modo como la edita y lee la crítica moderna. La Biblia hebrea nunca estuvo separada de otros textos copiados y leídos conjuntamente con el texto bíblico. Basta observar una edición rabínica de la Biblia para caer en la cuenta de que el judío no tiene ante sus ojos únicamente el texto bíblico; éste se halla impreso en el centro de la página, a la manera de una cita o texto de referencia, rodeado por otros textos impresos en columnas paralelas y en la parte superior e inferior de la misma página (las versiones arameas o «targumîm» y comentarios rabínicos). El judío lee la Biblia dentro del contexto de toda una tradición, que conforma el judaísmo; lee la Torá escrita a la luz de la Torá oral. De igual modo la Biblia cristiana concluye con los libros del NT, de modo que el cristiano lee el conjunto de la Biblia desde la perspectiva de su final y de los libros que recogen la tradición que dio origen al cristianismo.

El tipo de estudio aquí propugnado complementa y equilibra la orientación crítica de los estudios bíblicos, y trata de revalorizar un campo de los mismos, dejado tradicionalmente en manos de los estudiosos del rabinismo o de la historia de la teología cristiana: el campo de la historia de la interpretación bíblica, que abarca desde la exégesis practicada dentro de la propia Biblia hasta la exégesis desarrollada en la literatura judía y cristiana, rabínica y patrística, pasando por la exégesis contenida en toda la llamada literatura intertestamental y apócrifa. El estudio de la exégesis judía y cristiana obliga además a una reflexión sobre el tipo de hermenéutica que sostiene a ambas.

Cuando la redacción de este libro estaba ya muy avanzada, he tenido la satisfacción de leer un artículo del profesor J. L. Kugel, de la Universidad de Harvard, titulado «La Biblia en la Universidad» (1990), en el que, tras criticar la enseñanza actual de la Biblia, que mezcla planteamientos de la ciencia histórico-literaria con determinadas posiciones de índole confesional, sobre todo protestante, señala que los estudios bíblicos han de tener por objeto contar la historia de cómo se formó la Biblia y cómo se transmitió, leyó e interpretó, desde la formación de las colecciones bíblicas hasta los tiempos en los que estas colecciones se convirtieron en la Miqra’ o Tanak de los judíos y en la Biblia de los cristianos2.

La exégesis crítica, incluso la aparentemente más laica, no ha dejado de estar muy influida por la distinción protestante entre la Palabra de Dios contenida en la Escritura y las palabras meramente humanas contenidas en las interpretaciones posteriores y en los dogmas de la Iglesia cristiana o, para el caso, de la Sinagoga judía. Bajo esta perspectiva, la exégesis crítica concede mayor importancia a los oráculos atribuidos al profeta Isaías que a otros que aparecen añadidos en el libro que lleva su nombre. La exégesis ha de abstenerse, sin embargo, de dar primacía al antes o al después de los textos bíblicos, sobre todo si los criterios de preferencia son ajenos a los textos y a la tradición bíblica. Kugel describe con toda claridad el propósito que ha de dirigir el estudio de la Biblia y al que pretende atenerse este libro: «describir el desarrollo de la Biblia desde sus orígenes en el mundo vital e intelectual del antiguo Israel hasta su institucionalización en la vida y en el mundo intelectual de comienzos del judaísmo y del cristianismo» (Kugel, 163).

Kugel se ciñe al campo de la Biblia hebrea y de la exégesis judía. No desarrolla el campo de la historia y crítica del texto, sino en tanto en cuanto pueda suministrar datos para una historia de la exégesis. La tradición bíblica es, sin embargo, en primer lugar transmisión de la materialidad del propio texto de la Biblia: el sentido de la Escritura está comprimido en los caracteres de escritura.

5. El campo de la crítica textual es el terreno predilecto del espíritu del Renacimiento y de la Ilustración. A él se dedica la parte central de este trabajo y, sin duda, la más cuidada. Se cuenta en ella la historia del texto bíblico remontando el curso de la historia. La investigación moderna hubo de rehacer la historia textual de la Biblia partiendo de las modernas ediciones de la Biblia hasta alcanzar (a través de los manuscritos medievales, las recensiones del período bizantino, las versiones judías y los nuevos manuscritos de Qumrán) el nivel de los textos más antiguos conservados y, en la medida de lo posible, reconstruir el texto más próximo al original de los autores bíblicos.

En principio, la crítica textual de los textos canónicos no difiere de la de los textos clásicos. El objetivo último es tratar de reconstruir el texto de las obras de los autores bíblicos tal como salieron de las manos de éstos. Las diferencias posibles entre la crítica textual de los textos clásicos y la de las Escrituras bíblicas se deben a la extrema complejidad de la transmisión de los textos bíblicos, incrementada sobre todo por la existencia de numerosas versiones y recensiones antiguas. Por otra parte, los textos religiosos adquieren nuevo valor en todas y en cada una de las etapas de su larga transmisión textual y no son sólo válidos en la forma que se puede considerar original y más antigua. La crítica bíblica se debate entre la fidelidad a los textos antiguos y originales, que más nos aproximan a la revelación de Moisés y de Jesús de Nazaret, y la fidelidad, por otra parte, a la tradición posterior constitutiva del judaísmo y del cristianismo. La primera de estas preocupaciones, la vuelta a la palabra original de los grandes fundadores, que fundamenta el valor inspirado de la Escritura, corresponde a la preocupación científica por desenterrar el texto más antiguo del fondo de textos conservados de la Antigüedad. Curiosamente ésta es una preocupación que, desde perspectivas diferentes, comparten los «fundamentalistas» y los críticos. La segunda preocupación afecta a algo irrenunciable para un lector judío o cristiano de la Biblia: la conservación y el aprecio de la Tradición de los ‘Abot («Padres») judíos y de los Padres de la Iglesia, pues esta Tradición determina la extensión del canon bíblico y la interpretación canónica de la Escritura. Esta preocupación es ajena al crítico científico, que pone entre paréntesis o desprecia a veces esta tradición, considerándola como un desarrollo dogmático que desvirtúa los textos originales.

En este campo de la crítica textual, eminentemente positivo, este libro trata de ofrecer no sólo los resultados de la investigación actual, sino de presentar también los caminos, fallidos a veces y tortuosos casi siempre, por los que ha avanzado y avanza la investigación moderna. Se presenta el plato cocinado y se ofrece también la receta de cocina, para que el estudiante y el lector puedan entrar ellos mismos en los secretos del hervidero que es la investigación moderna y conocer los ingredientes que los investigadores utilizan en sus mezclas, iniciándose de este modo en los misterios de la razón investigadora.

En trabajos anteriores sobre el texto de los libros históricos del AT he llamado la atención sobre un caso extremo y por ello no muy frecuente, pero que constituye el mejor ejemplo de cómo la Biblia es trilingüe, no sólo en la interpretación, sino también en el texto, y cómo este carácter trilingüe permite trazar una senda de aproximación a formas antiguas del texto bíblico. Se trata de aquellos casos en los que el texto latino antiguo (Vetus latina) traduce el texto griego de la versión de los LXX, que a su vez traducía un texto hebreo diferente del tradicional o masorético; estos textos en griego y en hebreo se perdieron, desplazados por las corrientes textuales oficiales, y sólo han sobrevivido en variantes del texto latino antiguo. La lengua inglesa permite formular esta idea en un título conciso, que expresa el cauce de aproximación al texto «antiguo» hebreo a través de los textos antiguos, latino y griego: «From the Old Latin through the Old Greek to the Old Hebrew»3.

Ante la extrañeza que ello pueda provocar, se puede recordar aquí un caso significativo de cómo fenómenos similares pueden ocurrir también en los tiempos modernos. Hace pocos años se publicó en Alemania el texto del discurso que hubiera pronunciado A. Einstein de haber asistido al acto de recepción del premio Nobel de física en Estocolmo en 1921. Einstein se hallaba por aquellos días en la Universidad de Kyoto, donde pronunció un discurso en alemán, del que no dejó texto alguno escrito. Un discípulo japonés de Einstein tradujo para el público asistente la conferencia y tomó notas muy detalladas, que publicó dos años más tarde en japonés. Este texto fue traducido al inglés en 1982 (Physics today, 8, 1982). Sobre esta versión inglesa se hizo la traducción alemana publicada en 1983. Cabe preguntarse si, después de tantas traducciones (del alemán al japonés, de éste al inglés, y de éste al alemán), Einstein reconocería como suyo el texto ahora publicado en su lengua original. Es seguro que la expresión primera ha sufrido muchos cambios, pero el contenido de lo publicado es lo bastante importante como para merecer la atención de los científicos. De modo similar, lecturas de un texto hebreo perdido pueden ser reconstruidas en ocasiones sobre la base de un texto latino, que traduce fielmente el texto, parcialmente perdido, de la versión de los LXX, el cual era fiel traducción de aquel texto hebreo. El hecho de que algunos manuscritos de Qumrán representen esta tradición textual perdida confirma lo acertado de la hipótesis incluso en aquellos casos en los que no hay evidencia entre los manuscritos de Qumrán.

El estudio de los manuscritos de la cueva 4 de Qumrán ha revalorizado el testimonio de las versiones antiguas como cauce de aproximación a formas del texto hebreo perdidas, que ahora reaparecen parcialmente entre los fragmentos de Qumrán. En este sentido se dedica un apartado especial a un fenómeno nuevo y rico en consecuencias: bastantes de los libros del AT conocieron ediciones sucesivas y eran transmitidos en formas textuales diferentes, que tenían libre circulación en los diversos centros geográficos del judaísmo y entre los diversos grupos judíos de la época pre-rabínica y pre-cristiana. Los manuscritos bíblicos de Qumrán editados más recientemente han sacado a la luz nuevos textos, que es preciso calificar como «fronterizos», pues se encuentran a mitad de camino entre el texto bíblico propiamente dicho y el texto parafrástico, que puede conservar elementos antiguos o añadir otros recientes. El pluralismo literario y textual de los libros bíblicos responde al pluralismo, ya aludido, de la sociedad judía en las épocas persa y helenística.

Se insistirá en diversas ocasiones en que no es posible resolver adecuadamente las cuestiones relativas a la formación literaria de los libros bíblicos (crítica de fuentes, tradiciones y redacciones), sin tener en cuenta al mismo tiempo los datos y los criterios de la historia y crítica del texto. La teoría literaria establece una distinción nítida y clara entre el proceso de formación literaria de un libro y la transmisión e interpretación de su texto, pero la práctica del análisis demuestra que estos tres campos se rozan y superponen continuamente, de modo que no es posible alcanzar una solución satisfactoria de los problemas si no es a través de un diálogo interdisciplinar entre los estudiosos de la crítica literaria, la crítica textual y la historia de la interpretación. Los principios y métodos de la crítica textual no varían, pero la aplicación de los mismos es diferente según se conciba la historia del texto bíblico como una línea única y recta de transmisión o como haces de líneas procedentes de muy diversas fuentes y muy cruzadas las unas con las otras. La historia de la crítica bíblica moderna ha conocido diversos movimientos y tendencias: unos más favorables a la crítica literaria (de fuentes, tradiciones y redacciones), y otros más reacios a la misma y propensos a marcar distancias entre la crítica textual y la crítica literaria; unos más inclinados a la reconstrucción de los textos y formas literarias «originales», y otros más escépticos respecto a esta posibilidad y con una mayor tendencia a resaltar la validez de la tradición textual y literaria; unos más inclinados a seguir el texto hebreo masorético y otros más dispuestos a corregir sus posibles errores y a reconocer la validez de tradiciones textuales alternativas; unos más convencidos de la posibilidad del uso crítico, incluso como fuente histórica, de las versiones y otros no menos convencidos del carácter targúmico y exegético de las variantes de las mismas, etc.

Lo cierto es que, a la hora de hacer historia, tratándose de libros que presentan dos formas de texto diferentes, correspondientes a dos ediciones diferentes, no es prudente apoyarse en los pasajes incorporados al texto en la segunda edición del libro. Tal es el caso de la versión amplia del libro de Jeremías transmitida por el TM y tal es el caso, por citar un ejemplo, del pasaje de Jr 39,4-13. La comparación entre los textos breve (LXX) y amplio (TM) permitirá conocer las características de la segunda edición, «corregida y aumentada», y hará posible a la vez el practicar una exégesis integral, horizontal y genética a un tiempo, sobre las dos formas de texto.

En la parte correspondiente a la hermenéutica cristiana se llama la atención de modo particular sobre el problema que para el cristianismo representaba la doble herencia recibida, judía y pagana: el Antiguo Testamento y la filosofía griega. Se trata de descubrir también los caminos que la Gran Iglesia y otras corrientes marginales o marginadas del cristianismo siguieron con el fin de integrar, depurar o rechazar unos aspectos u otros de aquella doble praeparatio evangelica. En el contexto de la polémica sobre la primacía histórica de la ortodoxia o de la heterodoxia y de las muchas corrientes cristianas que iniciaron su andadura y quedaron a mitad de camino o se desviaron de la corriente central, se fija aquí la atención de modo particular en el judeocristianismo, como elemento catalizador en el paso de la exégesis judía a la exégesis cristiana, y en la peculiar exégesis que el gnosticismo hacía de pasajes y de motivos veterotestamentarios y judíos.

La presentación que aquí se hace de la hermenéutica judía y cristiana toma como hilo conductor la dicotomía entre una interpretación de corte literal e histórico y otra de sentido alegórico y espiritual (entre pĕšaṭ y dĕraš). Esta dialéctica entre la letra y el sentido pone en movimiento la exégesis medieval, judía y cristiana. La misma dialéctica mueve también a la hermenéutica moderna, que oscila entre el análisis histórico-filológico más positivista, hijo de la hermenéutica iluminista, y la necesidad de dar sentido y proyección actuales a los grandes mitos, leyendas, tradiciones y textos de los clásicos, conforme al ideal de la hermenéutica romántica y postcrítica.

No se hace más que apuntar apenas cuestiones esenciales para la historia y la comprensión de la Biblia: los presupuestos hermenéuticos y los métodos de interpretación desarrollados en los propios libros bíblicos y en la literatura judía y cristiana contemporánea o inmediatamente posterior; la visión global y de detalle que la Tanak y el conjunto formado por el AT y NT adquieren en el judaísmo y en el cristianismo respectivamente; las grandes líneas de la interpretación judía y cristiana; la incorporación o el rechazo de elementos procedentes de la filosofía, religión y literatura del mundo persa primeramente y del mundo grecorromano después, etc.

La formación de los textos neotestamentarios y la interpretación que éstos hacen del AT sólo es comprensible si se tiene un conocimiento previo de los procedimientos y de las tradiciones exegéticas de la hermenéutica judía. Sin embargo, la exégesis judía no ha de ser estudiada en función de una mejor compresión de las fuentes cristianas. La hermenéutica judía, haláquica y haggádica, tiene entidad por sí misma. Constituye el núcleo mismo del judaísmo, que se define como la religión de la doble Torá: la Torá escrita, constituida por la Tanak, y la Torá oral, integrada por el cuerpo de interpretaciones autorizadas de la Tanak (la Misná y el Talmud).

De igual modo el estudio de la hermenéutica cristiana consiste en ahondar en la esencia misma del cristianismo como religión de la «nueva» Alianza fundada sobre la «antigua»: la Biblia cristiana es a la vez «Antiguo» y «Nuevo» Testamento (Alianza/Testamento, diathḗkē, foedus/testamentum).

La investigación reciente no ha cesado de encontrar paralelos entre los textos neotestamentarios y los escritos esenios u otros, conocidos ahora a través de los manuscritos del Mar Muerto. Cabe decir que no existe en el NT una expresión literaria, una referencia a una institución, a un rito o a una norma ética, ni tampoco una idea o un símbolo teológico, que no tenga antecedentes en el AT y en la literatura judía «intertestamentaria» (cf., sin embargo, pp. 37-40). Es sintomático que se haya querido relacionar a Jesús con los esenios y reducir el cristianismo a «un esenismo que alcanzó el éxito», conforme a la afortunada frase de Renan. La investigación actual reconoce, sin embargo, tanto o más el peso de las divergencias. En los primeros años de estudio de los manuscritos bíblicos de Qumrán se prestaba mayor atención a las coincidencias de los nuevos manuscritos con el TM o con los LXX; hoy se reconoce que es preciso atender también a las divergencias y a las idiosincrasias de cada texto. De igual modo, en el estudio socio-religioso es preciso reconocer el peso de las divergencias entre el grupo cristiano y los demás grupos judíos; la figura de Jesús parece estar más próxima, en definitiva, a la de un ḥasid e incluso a la de un fariseo que a la de un esenio de Qumrán y se remite, sobre todo, a la tradición de las figuras de los profetas bíblicos.

La investigación sobre los paralelos existentes entre el NT y Qumrán se ha centrado en el estudio de numerosas cuestiones de detalle. Sin embargo, si después de observar los árboles se trata de otear el bosque, es decir, si se comparan bibliotecas o colecciones de libros y no sólo versículos sueltos de unos libros y de otros, se divisan dos panoramas contrapuestos. El judaísmo fariseo, el grupo judío más abierto y dinámico, evoluciona, sin embargo, ya antes de la época de Yabneh, hacia el establecimiento de un canon bíblico cerrado, excluyente de las obras declaradas «apócrifas» de otros grupos e incluso del propio grupo fariseo, y hacia la fijación de un texto bíblico único y de una tradición autorizada de interpretación oral, con exclusión o abandono de otras formas de texto bíblico y de las tradiciones de interpretación de otros grupos judíos. Por otra parte, el cristianismo aparece como un grupo en los márgenes del judaísmo, que acoge, sin embargo, desde el primer momento todas las formas de texto bíblico (hebreas, arameas y griegas) y todas las obras y géneros literarios, que circulaban entre los diferentes grupos judíos, e integra en su seno a judíos adeptos de todas las tendencias y procedencias. Se puede decir que, antes de entrar en simbiosis con el vasto mundo grecorromano y de llevar a cabo todo un sincretismo de elementos judíos y paganos, el cristianismo operó una primera amalgama, no menos significativa, de todos los componentes literarios, socio-religiosos y teológicos del judaísmo de la época. A ello se añadió la adopción por parte de los cristianos de los géneros literarios y filosóficos del mundo grecorromano, contra los cuales el judaísmo talmúdico alzó un muro de protección.

La conciencia que los primeros cristianos tenían de constituir el «verdadero Israel» coincide con la que de sí mismos tenían los miembros de la comunidad de Qumrán o podían reclamar para sí los fariseos, pero los cristianos tenían la pretensión de representar al «todo Israel» y de ser los herederos de todos los judaísmos posibles, especialmente de aquellos que pronto dejaron de tener cabida en el judaísmo oficial de los rabinos. Es significativo que hasta la segunda generación cristiana, la de los discípulos de Pablo, no dejaran de entrar en el cristianismo elementos provenientes del esenismo, o que esta segunda generación conociera una vuelta a elementos rituales veterotestamentarios procedentes del saduceísmo.

En este libro se presta gran importancia al hecho de que los cristianos incorporaron y conservaron la Biblia griega de los LXX y gran parte de las obras apócrifas judías, abandonadas muy pronto por el judaísmo rabínico (los cristianos no dejaron de prestar atención también a obras características del judaísmo oficial, como las versiones de Aquila, Sínmaco y Teodoción). Aquellas obras entraron en el cristianismo de manos de grupos muy diversos (helenistas, esenios, samaritanos, saduceos, fariseos, celotas, etc.). Tales obras introdujeron en el cristianismo tendencias e ideas muy dispares, de carácter sapiencial y filosófico, apocalíptico, mesiánico, celota, etc. Es un error enfrentar a un Jesús y a unos cristianos «apocalípticos», próximos al grupo esenio, con unos fariseos «legalistas» y unos saduceos «ritualistas». Todos estos grupos estaban tocados por igual de ideas apocalípticas y, a la vez, de preocupaciones de carácter legal y ritual, y participaban de un modo u otro del ambiente helenístico que les rodeaba. El cristianismo intenta una síntesis dialéctica de estos elementos, superándolos (Aufhebung) a todos. Lleva a cabo un triple abandono y una triple transformación. Abandona muy pronto el Templo, pero transforma e incorpora muchas de las tradiciones rituales veterotestamentarias y sadoquitas (como tendrá que hacer también de otra manera el rabinismo fariseo); abandona la práctica de la Torá, que transforma progresivamente en una alegoría de la nueva Alianza, y abandona también la esperanza apocalíptica en una «restauración de Israel», que trastoca por una «escatología realizada» inaugurada por la venida de Cristo el Mesías.

Así, pues, el judaísmo terminó por cerrar filas en torno a los dirigentes de la corriente farisea, quienes emprendieron una serie de acciones encaminadas a unificar el judaísmo. De la pluralidad de libros, de textos y de interpretaciones, y de un pluralismo de corrientes y de grupos socio-religiosos, se pasó a una unidad y a un monolitismo literario y socio-religioso (aunque no dejaran de existir por ello diferencias dentro del marco del rabinismo). La historia literaria y textual de la Biblia judía es la historia de la reducción de una pluralidad de libros, de textos y de interpretaciones a un canon, un texto y una interpretación autorizada. La historia del judaísmo es también la historia del triunfo de la corriente farisea, que desbancó a otros grupos y a otras formas de judaísmo. Entre estos «judaísmos fallidos» el samaritanismo fue el único que tuvo un cierto desarrollo, mientras que el saduceísmo y el esenismo, que habían conocido un gran esplendor6, quedaron totalmente olvidados. Saduceos, esenios, celotas y otros grupos judíos abandonaron la historia y gran parte de su literatura fue conservada sólo a través de la tradición cristiana.

Con un criterio más amplio y abierto que el del judaísmo fariseo, los cristianos recogieron muchos de los libros judíos relegados por el judaísmo rabínico, algunos incluso de extracción farisea. Los cristianos incorporaron a su Biblia los libros llamados deuterocanónicos y conservaron muchos de los libros apócrifos, algunos de los cuales gozaron de gran autoridad en diversas iglesias. Descartaron precisamente la literatura haláquica antigua que no se adecuaba a su nueva visión de la Ley. Asumieron también todas las formas del texto bíblico en circulación, con todo tipo de variantes y según el texto de unas ediciones u otras (por ejemplo, en el libro de Job). Se sirvieron de todos los géneros literarios de la literatura judía, muchos de ellos abandonados por la literatura rabínica posterior. Se puede decir en un cierto sentido que el judaísmo triunfante y normativo, formado en la época de la Misná y del Talmud, nació con una cierta posterioridad al cristianismo. Éste conserva muchos elementos del judaísmo anterior y desarrolla líneas de continuidad respecto a las tradiciones veterotestamentarias y a las tradiciones judías de la época persa y helenística, que el propio judaísmo rabínico abandonó o dejó de desarrollar.

La incorporación de elementos judíos tan dispares dentro del cristianismo acarreó a éste el arrastrar consigo un germen de disensiones, que, unido al supuesto por la incorporación de sectores muy diversos del mundo grecorromano, no podía menos de provocar la aparición continua de numerosas «herejías». Éstas no fueron en muchas ocasiones verdaderas disensiones respecto a una ortodoxia, que todavía no estaba establecida, sino anticipaciones o aproximaciones fallidas, que sirvieron a la corriente central del cristianismo para definir las grandes líneas por las que éste había de moverse (cf. pp. 268-269).

8. Religión judía y religión cristiana. Desde la perspectiva de la historia de las religiones, el judaísmo y el cristianismo se presentan como dos religiones emanadas de la misma religión bíblica, pero divergentes en sus líneas de desarrollo por una diferente perspectiva en la interpretación de la literatura y de la religión bíblicas: en el binomio «La Ley y los Profetas» el judaísmo pone el acento en la Ley o Torá (de Moisés) y el cristianismo en los Profetas que anuncian a Cristo el Mesías. Judaísmo y cristianismo son dos síntesis y dos desarrollos diferentes de lo representado por la Ley y los Profetas. El judaísmo se inspira preferentemente en el Génesis y desarrolla una religión del cumplimiento de la Ley; el cristianismo se orienta más hacia un Apocalipsis y desarrolla una religión de la esperanza de salvación apocalíptica. El judaísmo desarrolla la Ley a través de una tradición oral de valor parangonable a la Ley escrita; la interpretación de la Ley por los Sabios de Israel sustituye a la palabra de los Profetas que ha cesado en Israel. Por su parte, el cristianismo escribe un Nuevo Testamento que se presenta como el cumplimiento de las Profecías bíblicas y como la consumación de la Ley.

El judío tiende a identificar el judaísmo con la religión bíblica. El cristiano tiende a considerar también que el judaísmo es efectivamente una prolongación de la religión bíblica, pero afirma al mismo tiempo que el AT tiene su verdadera culminación en el cristianismo y no en el judaísmo. Por otra parte, el crítico moderno tiende a aislar al AT de la tradición posterior, judía y cristiana, y a considerarlo como el testimonio de una religión del antiguo Oriente.

La colección de textos que forma el AT presentaba una estructura abierta, que permitía un desarrollo oral o escrito y exigía al mismo tiempo un esfuerzo de interpretación constante, lo que dio lugar a la creación de la Torá oral y de la literatura apócrifa. La Torá o Pentateuco presenta una Promesa abierta, con un final inconcluso. Para el judío el cumplimiento de la Torá es indispensable para acelerar el cumplimiento de la Promesa; el judaísmo desarrolló, por ello, todo un cuerpo de literatura centrado en la observancia religiosa y en el cumplimiento jurídico de la Torá. Para el cristiano la Promesa se ha cumplido en Cristo; el cristianismo desarrolló, en consecuencia, otro cuerpo de literatura, más dirigido hacia el cumplimiento profético y escatológico de la Promesa en Cristo y a través de Cristo.

El cuerpo de literatura desarrollado por el judaísmo rabínico, la Misná y el Talmud, puede ser considerado tan «nuevo» respecto a la literatura judía de la época precedente como lo es, desde una perspectiva más profética y apocalíptica, el «Nuevo» Testamento. Los grupos judíos más anclados en la antigua Torá sacerdotal, como eran los samaritanos y saduceos, acusaban a fariseos y a esenios de introducir una nueva Ley y unas nuevas leyes, en definitiva, una nueva Biblia. Por otra parte, el NT parece hallarse más anclado en los géneros literarios y en la apocalíptica del período anterior al año 70, que lo está la literatura propia del judaísmo, la Misná y el Talmud. El NT imita más al AT en la estructura, géneros, motivos, etc.; la literatura del judaísmo rabínico, posterior al NT cristiano, rompe en realidad con los géneros, temas y motivos característicos de la literatura intertestamental, y se convierte en una especie de centón (género muy propio de la época) de interpretaciones sobre versos y capítulos de la Escritura.

Cabe afirmar que la historia no ha conocido más que dos Biblias que puedan considerarse tales: la Biblia rabínica, que incluye la Torá oral, y la Biblia cristiana, que añade el NT. Pudo haberse formado una tercera, la Biblia gnóstica, pero no pasó de ser un intento fallido, como lo fue la misma religión gnóstica. La Biblia «a secas», es decir, el AT suelto e independiente tal como lo estudia hoy la crítica moderna en la Biblia Hebraica, no ha existido nunca. Cabe decir que, antes de la formación de las tradiciones rabínicas y cristianas, existió una colección de escritos sagrados de la antigua religión de Israel. Sin embargo, esta colección comenzó a formarse al mismo tiempo que se integraba en una tradición judía, que desde el primer instante la acompañó, señalando los límites de la colección, el texto de cada libro y los cauces de interpretación de los mismos.

Tanto en el judaísmo como en el cristianismo no se puede hablar de la existencia de una «Biblia» hasta el momento en el que empieza a ser delimitado un canon bíblico. Esto no sucede hasta el momento en el que ha comenzado a tomar cuerpo también una tradición de interpretación, que empieza ella misma a tener valor autoritativo y canónico. En el judaísmo el proceso de cierre del canon de las Escrituras y de formación paralela de la tradición oral se sitúa básicamente entre el siglo II a.C. y el siglo II d.C. En el cristianismo este proceso se consuma prácticamente a finales del siglo II, cuando el núcleo básico de los libros del NT acompaña ya al conjunto formado por el AT. En el judaísmo la Misná y el Talmud no forman parte de las Escrituras, pero constituyen el canon de interpretación de las mismas. En el cristianismo, por el contrario, el NT entra a formar parte integrante del canon de las Escrituras y constituye a la vez el canon de interpretación del AT.

La crítica moderna estudia la religión bíblica como una religión del mundo oriental antiguo. Analiza los textos bíblicos en la forma que éstos tenían antes de que, todos juntos, integraran la Biblia, es decir, cuando no constituían todavía más que escritos sueltos, reunidos a lo sumo en pequeñas colecciones de contenido jurídico, narrativo, profético o sapiencial. Esta perspectiva crítica desacraliza los textos bíblicos y los desliga de los credos posteriores, judío y cristiano. Contra esta visión crítica, que desintegra la Biblia en sus piezas originales, se alzan hoy voces que desde posiciones confesionales, a veces decididamente conservadoras, reclaman una visión canónica de la Biblia («una crítica desde el canon»), y también desde perspectivas puramente literarias, que abogan por una consideración «holística» y estructural de la Biblia.

El crítico moderno del AT que aísla su parcela de estudio de toda tradición interpretativa posterior, judía o cristiana, puede considerar que los escritos sueltos recogidos en la colección del AT y el proceso que conduce a la constitución del mismo pueden ser objeto de un estudio literario y teológico, desprovisto incluso de connotaciones judías o neotestamentarias. Son numerosos los ensayos de «Teología del AT», que no dejan de tener, sin embargo, una inspiración y una orientación más o menos cristiana.

La consideración del AT como Biblia Hebraica, independiente y autónoma, procede en gran medida de la Reforma y de la Ilustración, más que del propio judaísmo. El protestantismo tiende a considerar el AT con independencia del NT, como dos polos opuestos que representan respectivamente la Ley y la Gracia. La crítica bíblica, hija de la Ilustración, tiende a considerar la literatura bíblica en relación con las demás literaturas del Antiguo Oriente, aislándola de sus desarrollos canónicos posteriores a manos de rabinos y de santos Padres. Es significativo el hecho de que en el protestantismo haya podido tener desarrollo una «Teología bíblica» del AT, más o menos independiente del NT (Zimmerli, etc.). El catolicismo no ha conocido apenas este desarrollo y el judaísmo no conoce en absoluto una teología de la Tanak, independiente de la tradición judía.

Así pues, la cuestión de las relaciones entre las dos Biblias históricas, la rabínica y la cristiana, y de ambas con la Tanak o «Antiguo Testamento», constituye el problema central de la hermenéutica bíblica y, al mismo tiempo, el problema de la relación entre las tres religiones, que distinguen los fenomenólogos e historiadores de la religión: la religión del antiguo Israel, la religión judía y la religión cristiana. El judío tiende a identificar religión de Israel y religión judía; el cristiano tiende a olvidar la derivación judía de la religión bíblica y a considerar la religión cristiana como la verdadera heredera de ésta; el crítico moderno tiende a establecer diferencias y discontinuidades, olvidando que la tradición religiosa y, muy en particular, la tradición bíblica es un continuum que, a pesar de las distancias geográficas y temporales, discurre desde Abrahán hasta Hillel y Jesús de Nazaret y se perpetúa en la Iglesia y en la Sinagoga.

La relación entre AT y NT no es uno de los problemas de la teología cristiana, sino el problema teológico y cristiano por excelencia. Obliga a señalar los límites de lo que es cristiano y de lo que no lo es. A partir del siglo II d.C. el cristianismo aceptó definitivamente el AT como parte integrante de las Escrituras cristianas, pero quedó planteado, y sin una verdadera resolución, el problema de cómo interpretarlas adecuadamente desde una perspectiva cristiana. La interpretación cristiana del AT y la misma aceptación del AT en el cristianismo han sido y siguen siendo objeto de discusión. Determinadas corrientes han tomado posiciones que no hacen sino resucitar el rechazo marcionita del AT.

La hermenéutica bíblica moderna se debate desde el siglo XVIII entre una consideración «ilustrada» y una consideración «pietista» de la Biblia. La primera estudia la Biblia como un libro más de la antigüedad, bajo una perspectiva puramente histórico-crítica (al modo de Wrede), lo más descontextualizada posible de los presupuestos del intérprete y absolutamente alejada de toda aplicación y actualización a través de una teología bíblica para los tiempos presentes. La hermenéutica pietista y romántica no concibe, por el contrario, una interpretación descontextualizada, sino inmersa en una tradición y destinada a una actualización. Se supone que la primera tiene su lugar en las cátedras de las universidades y la segunda en los púlpitos de las iglesias y sinagogas. La Biblia se resiste a esta división del trabajo: su persistente influjo en el curso de la historia (Wirkungsgeschichte) y su presencia soterrada en toda filosofía de la historia o en toda utopía ahistórica impiden convertirla en pieza de museo y de estudio arqueológico o recluirla en las genizas y trasteros de sacristía; su consistencia textual, literaria, histórica y religiosa resiste mejor la crítica racional que muchos de los fideísmos con los que muchos pretenden defenderla.

La aproximación crítica y moderna a la Biblia no hace sino reavivar los primeros encuentros, y el primer desencuentro, del judaísmo y del cristianismo con la crítica racional de los griegos en tiempos del helenismo. El reto de la hermenéutica bíblica sigue siendo el de introducir el discurso racional en el curso de la tradición bíblica. La hermenéutica postmoderna y postcrítica (Heidegger, Gadamer, Ricoeur) persigue un equilibrio entre la ciencia crítica y la con-ciencia tradicional. Este libro concluye con un breve capítulo sobre algunos aspectos de la hermenéutica contemporánea, cuyo conocimiento es presupuesto necesario para un todo ejercicio hermenéutico de comprensión de textos, especialmente de los textos clásicos y religiosos antiguos. Tanto la aproximación crítica como la aproximación pietista y creyente al mundo de la Biblia suponen la toma de conciencia previa de toda la serie de presupuestos, que a los nacidos tras la Ilustración y en las postrimerías de la modernidad nos acompañan necesariamente en nuestro acercamiento a los textos del mundo de la premodernidad, al que pertenecen los grandes textos clásicos y bíblicos, cuyos mitos, símbolos y alegorías siguen encerrando significados, que, más allá de un esfuerzo de explicación crítica, están exigiendo un esfuerzo de comprensión de su radical alteridad. Si la hermenéutica de la modernidad ilustrada desarrolló el sentido crítico y el rigor metodológico en el análisis del sentido literal, filológico e histórico, alejado de las construcciones alegóricas que la exégesis antigua y medieval elevaba sobre los textos bíblicos, es preciso que la hermenéutica postcrítica y postmoderna recupere el sentido de la interpretación alegórica y simbólica, para poder acercarse a la comprensión de los textos bíblicos de modo más congenial a los mismos. En mi opinión, esta «rehabilitación de la alegoría», propugnada por Gadamer, no ha tenido todavía desarrollo adecuado en la hermenéutica y en la exégesis bíblica actual.

Los lectores de este libro, y de modo particular los especialistas que sólo lean lo concerniente al tema de su especialidad, sabrán comprender las inexactitudes y lagunas que puedan encontrar en el mismo. En el tratamiento de muchas cuestiones no se ha pretendido más que llamar la atención sobre la importancia de las mismas, poniendo de relieve los aspectos y ejemplos que resultan más significativos. Posiblemente una obra de estas características debía haber sido escrita por varios autores en colaboración. He creído, sin embargo, que una visión global como la que aquí se ofrece de los problemas y temas tratados puede compensar las muchas imperfecciones en el detalle que se puedan observar. Las obras en colaboración suelen ser muy precisas y documentadas, pero el tratamiento de las cuestiones es por lo general tan disperso y, a veces, tan lleno de incoherencias entre lo dicho por los diversos autores, que el lector acaba perdido entre tantos árboles y no alcanza a gozar de la contemplación del bosque. He afrontado el riesgo de caer en el hasta ahora tan denostado «generalismo», que, sin embargo, podría convertirse muy pronto en una nueva especialidad y hasta en una profesión, la de «generalista», posiblemente de mayor porvenir que el de algunas especialidades muy cultivadas actualmente.

Todo lo expuesto en este libro ha ido madurando lentamente en la preparación de los cursos de «Literatura del Antiguo Testamento», impartidos en los últimos años en el Departamento de Hebreo y Arameo de la Universidad Complutense de Madrid. Incorpora también materiales de trabajo y discusión de otros seminarios y, en particular, de varios cursos de doctorado sobre «Los manuscritos del Mar Muerto». El género resultante es el de un libro de texto, con características de obra enciclopédica en muchos momentos y de ensayo científico en algunos otros. Lo enciclopédico no puede ser nunca exhaustivo y lo ensayista y científico nunca definitivo. Se apuntan muchas cuestiones debatidas actualmente, acompañadas de la correspondiente bibliografía; el especialista echará siempre en falta otras cuestiones y otras referencias bibliográficas.

Este libro no puede menos de ofrecer ciertas repeticiones, que muestren la relaciones entre las diversas cuestiones y que faciliten la consulta ocasional o la lectura parcial del texto de un capítulo, con independencia de los demás. Frecuentes referencias cruzadas relacionan unos pasajes con otros, señalando datos o enfoques complementarios.