La caída del cielo - Albert Bruce - E-Book

La caída del cielo E-Book

Albert Bruce

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Beschreibung

'La caída del cielo' es un extraordinario relato en primera persona de la historia vital y el pensamiento cosmoecológico de Davi Kopenawa, chamán y portavoz de los yanomami de la Amazonia brasileña. En estrecha colaboración con el antropólogo Bruce Albert, amigo suyo desde los años setenta, Davi Kopenawa pinta un cuadro inolvidable de la cultura yanomami, pasada y presente, en el corazón de la selva tropical. Kopenawa relata su iniciación y experiencia como chamán, así como sus primeros encuentros con forasteros: funcionarios del gobierno, misioneros, trabajadores de carreteras, ganaderos y buscadores de oro. Describe vívidamente la represión cultural, la devastación medioambiental y las muertes provocadas por las epidemias y la violencia. En su papel de embajador mundial de su pueblo, que está en peligro, hace una crítica mordaz de la sociedad industrial occidental, cuya codicia material, violencia masiva y ceguera ecológica contrastan fuertemente con los valores culturales yanomami. 'La caída del cielo' es al mismo tiempo una historia de madurez, un relato histórico y una explicación de la filosofía chamánica, pero sobre todo es un apasionado alegato a favor del respeto de los derechos de los nativos y la conservación de la selva amazónica. Este apasionado alegato a favor del respeto de los derechos de los pueblos indígenas es un poderoso reproche a la acelerada depredación del Amazonas y otros tesoros naturales amenazados por el cambio climático y el desarrollo.

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Prefacio

Un hombre extraordinario se hace oír en este libro: Davi Kopenawa. Su amplitud de miras y el meticuloso cuidado con el que describe la cosmología y el modo de vida de los yanomamis nos llevan a un viaje por un mundo espiritual de los pueblos indígenas. Un mundo que puede ser imaginario para nosotros, pero que es profundamente real para él, ya que ve a los xapiri (imágenes de los ancestros animales mitológicos), les habla y comparte su vida con ellos.

Esta voz es la de un profeta: «La selva está viva. Los blancos se empeñan en destruirla. Estamos muriendo uno tras otro y también ellos morirán. Al final, todos los chamanes perecerán y el cielo se derrumbará. Antes de que sea demasiado tarde —añade el profeta— quiero hablaros de un tiempo muy lejano en el que los ancestros animales se transformaron. Gracias a los chamanes mayores, aprendí a llamarlos. Los veo, comparto la vida con ellos y los escucho».

«Tenéis que escucharme, no queda mucho tiempo».

Davi Kopenawa, chamán y portavoz yanomami, conocido y admirado en la Amazonia y fuera de ella, sigue viviendo con gran sencillez entre los suyos, en su casa tradicional. En este libro único, que ha elaborado en colaboración con Bruce Albert, un antropólogo que conoce a la perfección su campo de estudio, nos desafía a vernos a nosotros mismos como el pueblo de la mercancía y a rebelarnos contra el daño que el mundo industrial está causando a la selva amazónica.

Bruce Albert encontró su vocación trabajando con los yanomamis y con Davi Kopenawa. Renunciando a las ambiciones académicas convencionales —si bien cuenta con todas las credenciales necesarias—, eligió seguir una aventura intelectual e interior en el Amazonas. Encontró a sus maestros entre los indígenas que lo adoptaron.

Davi Kopenawa pone la amistad en el objetivo y en los orígenes del libro: «Hace mucho tiempo, viniste a vivir [con los yanomamis] y hablabas como un fantasma. Poco a poco, aprendiste a imitar mi lengua y a reír con nosotros. Éramos jóvenes… Más tarde te dije: “Si quieres tomar mis palabras, no las destruyas. Son las palabras de Omama [el demiurgo yanomami] y de los xapiri. Dibújalas primero en pieles de imágenes, luego míralas mucho…”. Al igual que yo, te has vuelto más sabio con la edad. Has dibujado y fijado estas palabras en pieles de papel, como te pedí. Se han ido lejos de mí. Ahora querría que [estas palabras] se dividieran y se propagasen muy lejos para que se escucharan de verdad».

Bruce Albert registró estas palabras procedentes de una tradición compleja y emprendió la descomunal tarea de traducirlas al francés. Pocos antropólogos se han comprometido con un empeño tan difícil. La publicación de este libro es un acontecimiento importante en la historia de los grandes relatos de testigos presenciales.

Por inquietantes que sean, habrá quien descarte apresuradamente las visiones y advertencias de Davi Kopenawa como fantasmagorías de chamán. Si se cuenta usted entre los escépticos, deténgase y escuche. Recuerde el poder perdurable de las cosmologías antiguas y el significado filosófico de las diferencias en la larga historia de la evolución humana. Nuestro pensamiento se enriquece en el diálogo con lo extraño y desconocido. Pero, para que el diálogo tenga lugar, es necesario respetar las culturas y comprender la inmensa variedad de longevas tradiciones de pensamiento en diferentes contextos. Una racionalidad puramente técnica, sin conciencia ni espiritualidad, dominada por los intereses materiales, está llevando al mundo industrializado a la destrucción de nuestro planeta. Los pueblos supuestamente atrasados desde el punto de vista tecnológico pueden ser los pueblos sabios del mañana.

Los lectores de todo el mundo deben escuchar el doloroso llamamiento de Davi Kopenawa en pos del bienestar de su pueblo y del nuestro. Con la destrucción de la selva amazónica, la humanidad puede estar acercándose a un colapso ecológico, lo que Davi Kopenawa llama el tiempo del «cielo que cae».

«¿Para qué sirve la educación?», se preguntaba Jean-Jacques Rousseau. «Para aprender a vivir mejor». Davi Kopenawa, filósofo yanomami y gran defensor de la ecología, es uno de los maestros que estábamos esperando.

Jean Malaurie

Director emérito de investigación

Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS)

«[…] Antes incluso de que llegasen los blancos, la mitología de los pueblos indígenas disponía de esquemas ideológicos en los que el lugar de los invasores parecía estar marcado en negativo: dos fragmentos de humanidad, surgidos de la misma creación, se encontraban para lo mejor o para lo peor. Esta solidaridad de origen se transforma, de manera conmovedora, en una solidaridad de destinos en boca de las víctimas más recientes de la conquista, cuya destrucción prosigue en estos momentos ante nuestros ojos. El chamán yanomami —leeremos más adelante su testimonio— no distingue la suerte de su pueblo de la del resto de la humanidad. No solo los indígenas están amenazados por la codicia del oro y las epidemias introducidas por los blancos, sino también estos. A todos se los llevará la misma catástrofe si no comprenden que el respeto del otro es la condición de supervivencia de cada uno. Tratando desesperadamente de preservar sus creencias y sus ritos, el chamán yanomami cree estar obrando por la salvación incluso de sus más crueles enemigos. Formulada en los términos de una metafísica que ya no es la nuestra, esta concepción de la solidaridad y de la diversidad humanas, y de su mutua implicación, impresiona por su grandeza. Tiene algo de símbolo. Pues es a uno de los últimos portavoces de una sociedad que se extingue, como tantas otras, por nuestra culpa a quien corresponde formular los principios de una sabiduría que muy pocos comprendemos todavía y de la que depende también nuestra propia supervivencia».

Claude Lévi-Strauss, 1993

«La selva está viva. No puede morir, salvo que los blancos se empeñen en destruirla. Si lo consiguen, los ríos desaparecerán de la tierra, el sol se volverá quebradizo, los árboles se secarán y las piedras se partirán por el calor. La tierra reseca se quedará vacía y en silencio. Los espíritus xapiri que bajaban de las montañas para venir a jugar en sus espejos huirán muy lejos. Sus padres, los chamanes, ya no podrán llamarlos y hacerlos bailar para que nos protejan. No serán capaces de frenar los humos de epidemia que nos devoran. Ya no podrán contener a los seres maléficos que convertirán la selva en un caos. Entonces moriremos uno tras otro, y los blancos igual que nosotros. Los chamanes acabarán muriendo todos. Y, si no sobrevive ninguno que lo sostenga, el cielo se hundirá».

Davi Kopenawa

Prólogo

Este libro, que es al mismo tiempo relato biográfico, autoetnografía y manifiesto cosmopolita, es una invitación a viajar por la historia y el pensamiento de un chamán yanomami de unos sesenta y siete años, Davi Kopenawa. Nacido al norte de la Amazonia brasileña, en la cuenca alta del río Toototobi, en un mundo todavía muy alejado del de los blancos, Davi Kopenawa acabó enfrentándose, en el curso de una existencia a menudo épica, a los protagonistas sucesivos del avance de la frontera colonial (agentes del SPI,[1] soldados del Comité de Fronteras, misioneros, trabajadores de la Perimetral Norte, buscadores de oro y grandes ganaderos). Sus relatos y reflexiones, que he recogido en su lengua y he transcrito y traducido, para a continuación reordenarlos y redactarlos en francés, ofrecen una versión inédita, tanto por su intensidad poética y dramática como por su agudeza y su sentido del humor, del desencuentro histórico de los pueblos indígenas con los márgenes de nuestra «civilización».

Desde que empezamos a colaborar, el deseo de Davi Kopenawa era que su testimonio pudiese llegar a un público lo más amplio posible. La intención de este prefacio es, pues, ofrecer unas cuantas referencias indispensables para poner dicho testimonio en perspectiva. En primer lugar, el lector encontrará en él una visión general sobre los yanomamis de Brasil y su historia; a continuación, un esbozo biográfico de Davi Kopenawa, autor de las palabras que constituyen la fuente viva de este libro, así como sobre el autor de estas líneas, que ha hecho todo lo posible por restituir su saber y su sabor al darles forma escrita. Se hará, en fin, una breve mención a cómo nos conocimos y a la génesis de este texto y a su contenido, temas estos que se retomarán con más detalle en los apéndices, pero que me ha parecido que sería útil mencionar brevemente al inicio de este libro, antes de que el lector se adentre en él.

Los yanomamis en Brasil

Los yanomamis[2] conforman una sociedad de cazadores-recolectores y agricultores de tala y quema que ocupa un espacio de selva tropical de unos 220.000 kilómetros cuadrados situado a ambos lados de Serra Parima, divisoria de aguas entre el alto Orinoco (al sur de Venezuela) y los afluentes de la margen derecha del río Branco y de la margen izquierda del río Negro (al norte de Brasil).[3] Componen un vasto conjunto lingüístico y cultural aislado, subdividido en numerosas lenguas y dialectos emparentados. Su población total estimada es de algo más de 54.000 personas,[4] lo que lo convierte en uno de los pueblos indígenas de la Amazonia más importantes de cuantos han conservado en grado considerable su modo de vida tradicional.

En Brasil, el territorio yanomami, legalizado en 1992 bajo el nombre de Terra Indígena Yanomami, ocupa 96.650 kilómetros cuadrados o, lo que es lo mismo, una superficie ligeramente superior a la de varios países europeos, como Portugal, Hungría o Irlanda. Cuenta con una población de alrededor de 29.000 personas repartidas en unos 366 grupos locales. Por lo general, cada una de estas comunidades está constituida por un conjunto de parientes cognáticos cuyas familias están unidas idealmente por vínculos endogámicos al menos durante dos generaciones y que reside en una o varias casas colectivas de forma cónica o de cono truncado.[5]

Los primeros contactos, esporádicos, de los yanomamis de Brasil con los blancos, recolectores de productos forestales, viajeros extranjeros, militares de expediciones de demarcación fronteriza o agentes del SPI se remontan a las primeras décadas del siglo XX. A continuación, entre los años cuarenta y sesenta, se establecieron unas cuantas misiones (católicas y evangélicas) y varios puestos del SPI en la periferia de su territorio, creándose así los primeros puntos de contacto regular, fuente de bienes manufacturados, pero también de mortíferas epidemias. A comienzos de los años setenta, aquellas primeras avanzadas de los blancos se intensificarán de manera brusca, primero con la apertura de un tramo de carretera transamazónica —la Perimetral Norte— al sur de las tierras yanomamis y más tarde, tras diez años de tregua, con el inicio en su región central de una fiebre del oro sin precedentes. La carretera se abandonó en 1976 y la invasión de los buscadores de oro se calmó relativamente desde mediados de los años noventa, pero desde 2015 nuevas amenazas se ciernen sobre la integridad de la Terra Indígena Yanomami, ya sean una nueva y devastadora invasión de buscadores de oro o el avance del frente agropecuario, prestos a desarrollar sus actividades en la zona occidental del estado de Roraima.

Davi Kopenawa, chamán y portavoz yanomami

Davi Kopenawa nació hacia 1956 en la región de Marakana (Mõrama hi araopë), una gran casa colectiva de unas doscientas personas situada enla selva tropical de la llanura de la cuenca alta del río Toototobi, en el extremo noreste del estado de Amazonas, en Brasil, cerca de la frontera con Venezuela. Desde finales de los años setenta vive en la comunidad de sus suegros, al pie de la «montaña del viento» (Watorikɨ), en la margen izquierda del río Demini, a menos de cien kilómetros al sudeste del río Toototobi.

De niño, Davi Kopenawa vio cómo su grupo de origen era diezmado por dos epidemias sucesivas de enfermedades infecciosas propagadas por agentes del SPI (1959-1960) y luego por miembros de la New Tribes Mission (1967). Durante un tiempo, fue objeto del proselitismo de los misioneros norteamericanos que se asentaron en el río Toototobi a partir de 1963. A ellos les debe su nombre bíblico, el haber aprendido a escribir y una visión poco atractiva del cristianismo. A pesar de su curiosidad inicial, no tardará en sentirse repelido por su fanatismo y su obsesión por el pecado. Se rebelará contra su influencia a finales de los años sesenta, tras perder a la mayor parte de su familia durante una epidemia de sarampión transmitida por la hija de uno de los misioneros.

Adolescente y huérfano, indignado por los sucesivos fallecimientos, pero intrigado por el poder material de los blancos, Davi Kopenawa deja su región natal para trabajar en la FUNAI,[6] que había reemplazado al SPI en 1967, en el bajo Demini, en Ajuricaba. Allí se esforzará, según dice él mismo, por «convertirse en un blanco». Lo único que conseguirá será contraer la tuberculosis. Aquel infortunio le costó una larga estancia en el hospital, que aprovechó para aprender los rudimentos del portugués. Una vez curado, vuelve por un tiempo a la casa colectiva de Toototobi antes de ser contratado, en 1976, tras la apertura de la carretera Perimetral Norte, como intérprete de la FUNAI, lo que le permitió recorrer durante unos años la mayor parte del territorio yanomami, tomando conciencia no solo de su extensión, sino, más allá de las diferencias locales, de su unidad cultural. De aquella experiencia extraerá igualmente una comprensión más precisa de los mecanismos de la lógica depredadora de lo que él llama el «pueblo de la mercancía» y de la amenaza que dicha lógica representa para la conservación de la selva y la supervivencia de su pueblo.

Finalmente, cansado de sus andanzas como intérprete, Davi Kopenawa se instala definitivamente en Watorikɨ a comienzos de los años ochenta, después de casarse con la hija del «gran hombre» (pata tʰë) de la comunidad, un renombrado chamán que lo inicia en su arte y que, tradicionalista convencido, ha seguido siendo desde entonces su maestro. Aquella iniciación supuso para Davi Kopenawa la oportunidad de volver a sus raíces y retomar el hilo de una vocación chamánica presente desde la infancia, pero interrumpida por la llegada de los blancos. Iniciación que le ha proporcionado después la materia para una reflexión cosmológica original sobre el fetichismo de la mercancía, la destrucción de la selva amazónica y el cambio climático.[7]

A finales de los años ochenta, más de un millar de yanomamis murieron en Brasil como consecuencia de las enfermedades y las violencias que acompañaron la invasión de su territorio por unos cuarenta mil buscadores de oro. Aquella tragedia reavivó los recuerdos infantiles de la muerte de sus familiares en Davi Kopenawa. Llevaba varios años recorriendo Brasil para lograr la legalización de las tierras yanomamis e inició entonces una campaña internacional para la defensa de su pueblo y de la Amazonia. El inusual trato que había tenido con los blancos, la firmeza poco común de su carácter y la legitimidad que le confería su iniciación chamánica lo convirtieron rápidamente en un portavoz muy respetado de la causa yanomami. A lo largo de los años ochenta y noventa visitará varios países de Europa, así como Estados Unidos. En 1988 se le concede el Premio Global 500 de las Naciones Unidas por su contribución a la defensa del medio ambiente. Asimismo, en 1989 comparte con la ONG Survival International el Premio Right Livelihood, considerado el Nobel alternativo, por su contribución a «la toma de conciencia de la importancia de los saberes de los pueblos tradicionales para el futuro de la humanidad». En mayo de 1992, durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Río de Janeiro y conocida como «Cumbre de la Tierra», obtiene finalmente del Gobierno brasileño el reconocimiento legal de un vasto territorio de selva tropical reservado al uso exclusivo de su pueblo: la Terra Indígena Yanomami. En 1999 el presidente de la República de Brasil le concede la Ordem de Rio Branco «por su mérito excepcional».

Davi Kopenawa es un hombre de personalidad compleja: a ratos nervioso y a ratos cordial; introvertido y carismático. Los distintos episodios de su trayectoria personal dan fe de su extraordinaria curiosidad intelectual, de su determinación inquebrantable y de una gran valentía personal. Tiene seis hijos, entre ellos una chiquilla recién adoptada, y cuatro nietos a los que su mujer, Fatima, y él colman de afectuosas atenciones. Vive con su mujer y sus hijos más jóvenes en una sección de la amplia vivienda colectiva de Watorikɨ que no se distingue en nada del resto. A pesar de su fama, cultiva un soberano desapego hacia las cosas materiales y le produce cierto orgullo desconcertar la arrogante sordera de los blancos. Sus principales pasiones son, en la selva, responder a los cantos de los espíritus y, en la ciudad, actuar como defensor de su pueblo. En la actualidad, es un líder yanomami muy influyente y un chamán respetado. Adalid infatigable de la tierra y los derechos yanomamis, sigue siendo un exigente defensor de la tradición de sus ancestros y, en particular, de su sabiduría chamánica. Desde el año 2004 es presidente fundador de la Asociación Hutukara, que representa a la mayoría de los yanomamis de Brasil.[8] En diciembre de 2008 fue objeto de una mención de honor especial del prestigioso Premio Bartolomé de las Casas que concede el Gobierno español por la defensa de los derechos de los pueblos autóctonos de América, y en 2015 fue condecorado en Brasil con la Orden del Mérito Cultural.[9]

Bruce Albert, etnólogo

Nacido en 1952 en Marruecos, doctor en Antropología por la Universidad de París X-Nanterre (1985) y director emérito de investigación en el Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD, por sus siglas en francés), empecé a trabajar con los yanomamis de Brasil en marzo de 1975. Con solo veintitrés años, recién salido del París de las efervescentes ciencias humanas y ebrio aún de lecturas etnográficas, me vi de repente inmerso en una especie de lejano Oeste amazónico en los confines de Brasil y Venezuela, en la cuenca alta del río Catrimani. Colándose entre las excavadoras gigantes de las obras de la carretera Perimetral Norte o frustrando a base de humor las pesadas recomendaciones de un pintoresco cura italiano, los yanomamis me sedujeron desde el primer momento por su elegancia y su socarrona altivez. Indignado por el nauseabundo espectáculo de aquellas obras públicas megalómanas que destripaban ciegamente la selva tropical, con su rastro de enfermedad y degradación, comprendí igualmente que para mí no podría haber etnografía posible sin una implicación duradera junto al pueblo con el cual yo había decidido trabajar. Seguramente, mi temperamento me disponía más a la búsqueda de un saber vivido y al compromiso social que a la persecución de ambiciones académicas. Así pues, en un primer momento la etnología tomó para mí la forma de una aventura intelectual y de un modo de vida, antes de convertirse en una profesión cuyos aspectos institucionales a priori no me atraían demasiado. Desde entonces, mi existencia ha estado guiada por las consecuencias de aquel primer encuentro con los yanomamis, sin que esta aventura personal de «participación observante» de larga duración sea, no obstante, incompatible con el gusto por la reflexión antropológica.

Además de proseguir con los trabajos de investigación sobre distintos aspectos de la sociedad y la cultura yanomamis, ayudé a fundar en Brasil, en 1978, una ONG, la Comissão Pró-Yanomami (CCPY),[10] que organizó, con Davi Kopenawa, una campaña de catorce años que culminó, en 1992, con el reconocimiento legal de la Terra Indígena Yanomami. Además, durante casi veinticinco años la CCPY ha llevado a cabo programas de salud, educación bilingüe y protección del medio ambiente, en cuya implementación he participado directamente.[11] Por último, he adquirido un conocimiento aceptable de una de las lenguas yanomamis; justamente la que se habla en la región de la que Davi Kopenawa es originario y en la que reside actualmente. He hecho varios viajes a la selva prácticamente todos los años desde hace cuarenta y cinco y, como ya se habrá podido deducir, estoy unido a Davi Kopenawa por una larga historia de amistad y de luchas comunes.

El encuentro

Conocí a Davi Kopenawa en 1978, en unas circunstancias tan ambiguas como graciosas sobre las que volveré en el epílogo de este libro. Los dos éramos veinteañeros. Yo acababa de empezar mi segundo periodo de «trabajo de campo» etnográfico con los yanomamis (después de haber pasado ya un año en el alto Catrimani, en 1975 y 1976). Davi Kopenawa era intérprete en los puestos que había abierto la FUNAI en la carretera Perimetral Norte, cuya construcción acababa de abandonarse. Luego, en 1981, pasé varios meses en su región natal, en el río Toototobi, lo que propició un nuevo encuentro. Pude conocer entonces directamente los sitios y los personajes importantes de su infancia y su adolescencia. Finalmente, a partir de 1985, su aldea actual, Watorikɨ, se convirtió en uno de los destinos preferidos de mis visitas al territorio yanomami. Conozco además a su suegro y mentor chamánico, así como al resto de los habitantes de esta comunidad en la que encontró esposa, desde mi primer viaje al alto Catrimani en 1975, región de la que son originarios.

A partir de 1985, mi amistad con Davi Kopenawa se fue haciendo cada vez más estrecha, tanto por mis largas estancias en su casa de Watorikɨ como por la complicidad surgida de nuestra común implicación contra la fiebre del oro que por aquel entonces empezaba a asolar el territorio yanomami. El proyecto de este libro, que Davi Kopenawa me pidió que escribiera para dar a conocer sus palabras, fue posible por esta confianza y esta complicidad. Su origen inmediato se encuentra en su indignación y su preocupación ante la masacre que estaba padeciendo su pueblo a manos de los buscadores de oro a finales de los años ochenta. Las grabaciones que han servido de base a las sucesivas versiones del manuscrito empezaron en diciembre de 1989 y continuaron, al hilo de sucesivas estancias en la selva o con motivo de actos de protesta en la ciudad, hasta principios de los años dos mil. Se trata de una colección de pensamientos, relatos y conversaciones grabados en yanomami, las más de las veces a trompicones y de manera desordenada, a lo largo de más de diez años, sobre su vida, su cultura y su experiencia del mundo de los blancos. Como se comprenderá, la recomposición de este archipiélago proliferante de palabras en forma de texto destinado a ser publicado en francés no ha sido tarea precisamente sencilla: las vicisitudes de esta escritura se relatarán también en el epílogo que cierra este volumen.

El libro

El testimonio de Davi Kopenawa es el primer relato interno sobre la sociedad, la historia reciente y la cultura de los yanomamis desde la publicacion de Yanoáma. Dal racconto di una donna rapita dagli Indi, relato de Helena Valero, cautiva de los yanomamis durante veinticuatro años, editado por el biólogo italiano Ettore Biocca en 1965. Señal de los tiempos, si bien estos dos libros tratan de experiencias situadas en épocas sucesivas, una de ellas en Venezuela y la otra en Brasil (Helena Valero vuelve a la sociedad de los blancos en 1956, año de nacimiento de Davi Kopenawa), la identidad y la trayectoria de sus narradores se invierten. Los yanoamas contaba las tribulaciones de una chica brasileña capturada por los yanomamis a la edad de trece años, en 1932, en una época en la que los guerreros yanomamis del interfluvio que se extiende entre la cuenca alta del río Negro y el canal de Casiquiare trataban de repeler a los buscadores de productos forestales que penetraban en sus tierras.[12] La narración de Davi Kopenawa, en cambio, relata la trayectoria personal y las meditaciones sobre los blancos de un chamán y portavoz yanomami contemporáneo. Cubre un periodo que va desde su primera infancia, antes del establecimiento, en 1963, del primer puesto misionero en su región natal, hasta su singular odisea en el mundo de los blancos a partir de los años setenta. Sin embargo, no es una etnobiografía al uso. En efecto, no se trata en absoluto de un relato de vida solicitado y reconstruido por un redactor fantasma, a partir de su propio proyecto documental, a la manera de los clásicos norteamericanos del género de comienzos del siglo XX.[13] Tampoco es una autobiografía etnográfica que pertenezca a un género narrativo tradicional, transcrita y traducida por un antropólogo que hace las veces de mero auxiliar. Las grabaciones con el testimonio de Davi Kopenawa exceden con mucho los cánones autobiográficos (los nuestros o los de los yanomamis).[14] Los relatos de los episodios cruciales de su vida entrelazan de manera indisociable historia personal y destino colectivo. Se expresa a través de una compleja imbricación de géneros: mitos y relato de sueños, visiones y profecías chamánicas, discursos relatados y exhortaciones, autoetnografía y antropología comparada. Además, este libro es resultado de un proyecto de colaboración situado en la intersección, imprevista y frágil, de dos universos culturales. Por lo tanto, su producción, oral y escrita, ha estado constantemente apuntalada por las intenciones discursivas cruzadas de sus autores, un chamán yanomami al tanto del mundo de los blancos y un etnógrafo que no desconoce del todo el de sus anfitriones.

En un momento crítico de su vida y de la existencia de su pueblo, Davi Kopenawa decidió, en vista de mi implicación intelectual y política con los yanomamis, confiarme sus palabras. Me pidió que las pusiera por escrito para que encontrasen un camino y un público fuera de la selva. De este modo pretendía no solo denunciar las amenazas de que son objeto los yanomamis y la Amazonia, sino también, en su condición de chamán, hacer un llamamiento contra la hipoteca que la depredación generalizada del «pueblo de la mercancía» representa para el futuro de la humanidad.[15] Las palabras de Davi Kopenawa conforman, así pues, un hipertexto cosmológico y etnopolítico atravesado por un trabajo de autoobjetivación y convicción inédito, fruto de una historia y un compromiso personales que le confieren una singularidad radical, también dentro del universo yanomami.

Por mi parte, he hecho todo lo posible por restituirles su sensibilidad poética y su densidad conceptual en una traducción tan fiel como me ha sido posible, pero utilizando, obviamente, una forma de escritura y de composición capaz de hacerlas fácilmente accesibles a un público no especializado. Por lo demás, quitando este breve prólogo y unos cuantos elementos peritextuales (aparato de notas, epílogo y apéndices), puestos igualmente, de la manera más discreta posible, al servicio de su comprensión, he evitado deliberadamente sobrecargar las palabras y los relatos de Davi Kopenawa con un marco interpretativo reductor o interrumpirlos con recordatorios autocomplacientes de mi presencia o de mis estados de ánimo. Ofreciéndolos así al lector, despojados de cualquier comentario, en toda la singular fuerza de su alteridad, espero haber honrado lo mejor posible la misión que me confió de hacer que se oyeran y darles efecto en nuestro mundo.

El libro se compone de tres partes. La primera («Volverse otro») cuenta los comienzos de la vocación chamánica y posterior iniciación de Davi Kopenawa bajo la guía de su suegro. Describe asimismo su concepción de la cosmología y del trabajo chamánico yanomami a partir del saber adquirido en la escucha de sus mayores. La segunda parte («El humo del metal») trata del encuentro —el suyo y el de su grupo, y a continuación el de su pueblo— con los blancos. Comienza con los rumores chamánicos que precedieron a los primeros contactos y culmina con la mortífera irrupción de los buscadores de oro, pasando por la llegada de misioneros y la apertura de la carretera transamazónica Perimetral Norte. La tercera parte («La caída del cielo») recorre, a la inversa, el periplo emprendido por Davi Kopenawa para denunciar la masacre de los suyos y la destrucción de la selva, primero en Brasil y luego en Europa y Estados Unidos. Este último relato, construido como una sucesión de viajes chamánicos, se entremezcla con visiones comparativas a partir de una etnografía crítica de ciertos aspectos de nuestra sociedad y desemboca en una profecía cosmoecológica sobre la muerte de los chamanes y el fin de la humanidad.

Grafías, pronunciación y glosarios

Para hacerse una idea de la pronunciación de las palabras y expresiones yanomamis citadas en el libro, bastará con unas pocas indicaciones elementales (los sonidos que no se mencionan aquí corresponden aproximadamente a los del francés). En el registro vocálico: las e se pronuncian como la é, las u se pronuncian ou, las ë equivalen a la e muda y las ɨ (i barrada) se pronuncian como un sonido a medio camino entre la i y la u. En cuanto a las consonantes: las hʷ se pronuncian como h aspiradas con los labios en o, las tʰ se pronuncian como t seguidas de un ligero soplo y las x equivalen al sonido ch. Para más información sobre la lengua que habla Davi Kopenawa y su grafía, remitimos al lector al apéndice I, al final del volumen.

Todos los vocablos y expresiones yanomamis citados en el texto están en cursiva, excepto los nombres propios, los topónimos y los nombres de tribus y etnias (etnónimos) suficientemente asentados en castellano, que figuran en redonda, mientras que las palabras portuguesas que a veces utiliza Davi Kopenawa en las grabaciones sobre las que hemos trabajado nosotros están marcadas con un asterisco cuando aparecen por primera vez. La transcripción de las onomatopeyas, pese a ser tan sabrosas y estar cuidadosamente codificadas en yanomami, se ha limitado al máximo con el fin de aligerar el texto. En cambio, se han conservado algunas interjecciones utilizadas de manera recurrente para introducir frases citadas. Son las siguientes: ¡asi!, que indica ira; ¡aweii!, que expresa aprobación; ¡haixopë!, que denota la recepción (aprobatoria) de una información nueva; ¡ha!, que señala sorpresa (conforme o irónica); ¡hou!, que denota irritación; ¡ma!, que expresa desaprobación y, por último, ¡oae!, que indica una remembranza repentina.

La numeración aplicada a los treinta y cinco mitos (M4 a M362) citados en las notas remite a la de la compilación de Wilbert y Simoneau en la que los publiqué en 1990 (véase la bibliografía). Los espíritus curiosos pueden consultar dicha recopilación para profundizar en su conocimiento de la cosmología yanomami. La identificación de las especies vegetales y animales mencionadas en el texto se da en los glosarios agrupados al final del libro. Lo mismo para los detalles relativos a etnónimos y topónimos. Por último, todos los dibujos que aparecen en el texto son obra de Davi Kopenawa.

B. A.

[1]El famoso Serviço de Proteção aos Índios, el Servicio de Protección de los Indígenas creado por el Mariscal Rondon en 1910, cuyos agentes de campo son conocidos como sertanistas.

[2]«Yanomami» es una simplificación del etnónimo Yanõmamɨ, término que, seguido del plural tëpë, significa «seres humanos» en yanomami occidental (para más detalles, véase el apéndice I, al final del volumen).

[3]Los yanomamis también ocupan la cuenca del Casiquiare, un canal natural entre el Orinoco y la parte alta del río Negro.

[4]Son cerca de 29.000 en Brasil (fuente: SESAI / DSEI Yanomami, Secretaría Especial de Salud Indígena de Brasil / Distrito Sanitario Especial Indígena, 2022) y cerca de 25.000 en Venezuela (fuente: GTI-PIACI [Grupo de Trabajo Internacional para la Protección de Pueblos Indígenas en Aislamiento y Contacto Inicial], 2021).

[5]Véase Albert, 1985; Duarte do Pateo, 2005. Los yanomamis del norte (sanɨma) son una excepción a estas características generales, tanto en su organización social como en su hábitat (Ramos, 1995).

[6]La Fundação Nacional do Índio (renombrada en 2023 como Fundação Nacional dos Povos Indígenas) es una administración que depende del Ministerio de los Pueblos Indígenas.

[7]Véase Albert, 1993.

[8]Hutukara es el nombre chamánico del antiguo cielo que cayó en los primeros tiempos para formar la actual «tierra-selva» (urihi). Es, para sus fundadores, «un nombre que defiende la tierra-selva» (urihi noamatima a wãha).

[9]En 2019 recibió el Premio Right Livelihood que concede la Right Livelihood Foundation, con sede en Suecia, considerado «uno de los premios más prestigiosos en sostenibilidad, justicia social y paz». Davi Kopenawa es miembro de la Academia Brasileña de Ciencias (2021) y doctor honoris causa por la Universidad Federal de São Paulo y la Universidad Federal de Roraima (2022).

[10]Con Claudia Andujar, una excepcional fotógrafa (Andujar, 2007), y Carlo Zacquini, un hermano católico, ambos igualmente conmocionados por su encuentro con los yanomamis de Brasil.

[11]Desde 2009 estos programas están integrados en las actividades de la mayor ONG indígena y medioambiental de Brasil, el Instituto Socioambiental (www.socioambiental.org).

[12]Hay varias referencias a otros casos de mujeres jóvenes capturadas por los yanomamis en el curso alto de los afluentes de la margen izquierda del río Negro desde 1925 (Albert, 1985, pp. 53-56). Además, en 1984 se publicó en Venezuela una nueva versión del relato de Helena Valero bajo su nombre, compilada por R. Agagliate y editada por E. Fuentes (Valero, 1984; véase Lizot, 1987). Nacida en 1919, Helena Valero murió en 2002.

[13]Véase, por ejemplo, Brumble, 1993.

[14]Como los relatos de vocación chamánica (véase el capítulo III) o los relatos de rutas migratorias (véase Albert, 2008).

[15]Las profecías chamánicas de Davi Kopenawa tienen por tanto inquietantes resonancias para los teóricos del cambio climático y del Antropoceno (Crutzen y Stoermer, 2000).

Palabras dadas

«Me gusta explicarles estas cosas a los blancos

para que puedan saber».

Davi Kopenawa[16]

Hace mucho tiempo, viniste a vivir con los yanomamis y hablabas como un fantasma.[17] Poco a poco aprendiste a imitar mi lengua y a reírte con nosotros. Éramos jóvenes y, al principio, no me conocías. Nuestro pensamiento y nuestra vida son diferentes, porque tú eres hijo de esas otras gentes que nosotros llamamos napë.[18] Tus maestros* no te habían enseñado a soñar como nosotros soñamos. Sin embargo, viniste a mí y te convertiste en mi amigo. Te quedaste a mi lado y luego quisiste conocer las palabras de los xapiri, que en vuestra lengua llamáis espíritus*.[19] Así que te confié mis palabras y te pedí que las llevaras lejos, para dárselas a conocer a los blancos que no saben nada de nosotros. Nos sentamos a hablar mucho tiempo en mi casa, a pesar de las picaduras de los tábanos y las moscas negras. Pocos blancos han escuchado nuestras palabras de esta manera. Te di así mi historia*,[20] para que pudieras responder a los que se preguntan qué piensan los habitantes de la selva. Antes, nuestros ancianos[21] no les habían dicho nada de todas estas cosas porque sabían que los blancos no entendían su lengua. Por eso mis palabras serán nuevas para quienes quieran escucharlas.

Después te dije: «Si quieres tomar mis palabras, no las destruyas. Son las palabras de Omama[22]y de los xapiri. Dibújalas primero en pieles de imágenes[23], luego míralas mucho. Entonces pensarás: “¡Haixopë! ¡Esta es la historia de los espíritus!”. Y más tarde dirás a tus hijos: “Estas palabras de escritura son las de un yanomami que una vez me contó cómo se convirtió en espíritu y cómo aprendió a hablar para defender su selva”. Luego, cuando esas cintas* en las que está atrapada la sombra de mis palabras ya no sirvan, no las tires.[24] Solo podrás quemarlas cuando sean muy viejas y haga mucho que mis palabras se hayan convertido en dibujos que los blancos puedan mirar. ¿Ɨnaha tʰa? ¿De acuerdo?».

Al igual que yo, te has vuelto más sabio con la edad. Has dibujado y fijado estas palabras en pieles de papel*, como te pedí. Se han ido lejos de mí. Ahora querría que se dividieran y se propagasen muy lejos para que se escucharan de verdad. Te he enseñado estas cosas para que se las transmitas a los tuyos; a tus mayores, a tus padres y suegros, a tus hermanos y cuñados, a las mujeres que tú llamas esposas, a los jóvenes que te llamarán suegro. Si ellos te preguntan: «¿Cómo has aprendido estas cosas?», tú les responderás: «He vivido mucho tiempo en las casas de los yanomamis y he comido su comida. Así es como, poco a poco, su lengua arraigó en mí. Y me confiaron sus palabras porque les da pena que los blancos sepan tan poco de ellos».

Los blancos no piensan mucho más allá de lo que tienen delante. Están siempre demasiado preocupados por las cosas del momento. Por eso querría que pudieran oír mis palabras a través de los dibujos que has hecho de ellas y así penetren en su espíritu. Me gustaría que después de haberlas comprendido, se dijeran: «Los yanomamis son unas gentes distintas a nosotros, pero sus palabras son rectas y claras. Ahora entendemos lo que piensan. ¡Son palabras de verdad! Su selva es bella y silenciosa. Fueron creados en ella y en ella viven sin preocupación desde los primeros tiempos. Su pensamiento sigue otros caminos que el de las mercancías. Quieren vivir según su deseo. Su costumbre* es diferente. No tienen pieles de imágenes, pero conocen los espíritus xapiri y sus cantos. Quieren defender su tierra porque desean seguir viviendo en ella como antes. ¡Que así sea! Si no la protegen, sus hijos no tendrán un sitio donde vivir felices. ¡Se dirán entonces que sus padres debían de ser muy poco inteligentes como para haberles dejado una tierra desnuda y quemada, impregnada de humos de epidemia y surcada de arroyos de agua sucia!».

Me gustaría que los blancos dejaran de pensar que nuestra selva está muerta y puesta ahí porque sí. Me gustaría hacerles oír la voz de los xapiri que juegan en ella sin descanso bailando sobre sus espejos resplandecientes. Tal vez quieran entonces defenderla con nosotros. También me gustaría que sus hijos y sus hijas comprendiesen nuestras palabras y se hicieran amigos de los nuestros para que no crezcan en la ignorancia. Porque si la selva se arrasa por completo, nunca nacerá otra de ella. Yo soy hijo de los habitantes de esta tierra de las fuentes de los ríos, que son los hijos y los yernos de Omama. Son sus palabras y las de los xapiri, nacidas en el tiempo del sueño, las que quiero ofrecer aquí a los blancos. Nuestros ancestros las poseían desde los primeros tiempos. Luego, cuando me tocó a mí convertirme en chamán, la imagen de Omama las puso en mi pecho. Desde entonces, mi pensamiento va de una a otra en todas direcciones y crecen en mí sin fin. Es así. No he tenido otro maestro que Omama. Son sus palabras, procedentes de mis mayores, las que me hicieron más inteligente. Mis palabras no tienen otro origen. Las de los blancos son muy distintas. Pueden ser ingeniosos, pero les falta demasiada sabiduría.

A diferencia de ellos, yo no tengo libros* antiguos donde están dibujados los dichos de mis ancestros.[25] Las palabras de los xapiri están fijadas en mi pensamiento, en lo más profundo de mí. Son las palabras de Omama. Son muy antiguas, pero los chamanes las renuevan constantemente. Esas palabras han protegido desde siempre a la selva y a sus habitantes. Hoy me toca a mí poseerlas. Más adelante, entrarán en el espíritu de mis hijos y de mis yernos y luego en el de sus hijos y sus yernos. Entonces les corresponderá a ellos renovarlas. Luego pasará lo mismo a lo largo del tiempo, una y otra vez. Así no desaparecerán nunca. Permanecerán siempre en nuestro pensamiento, incluso si los blancos tiran las pieles de papel de este libro en el que están dibujadas e incluso si los misioneros*, que nosotros llamamos la gente de Teosi,[26] siguen considerándolas mentira. Estas palabras no pueden diluirse ni quemarse. No envejecerán como las que están pegadas en las pieles de imágenes hechas de árboles muertos. Mucho tiempo después de que yo ya no esté, seguirán siendo tan nuevas y tan fuertes como lo son ahora. Esas son las palabras que te he pedido que fijes en este papel para dárselas a los blancos que quieran conocer su trazo. Tal vez así presten por fin oído a lo que dicen los habitantes de la selva y piensen en ellos con un poco más de rectitud.

«Yo, un yanomami, os doy a vosotros,

los blancos, esta piel de imagen que es mía».

[16]Turner y Kopenawa, 1991, p. 63. Entrevista con Davi Kopenawa concedida a Terence Turner, representante de la comisión especial de la American Anthropological Association creada en 1991 para investigar la situación de los yanomamis de Brasil.

[17]Tener una «lengua de fantasma» (pore) significa hablar una lengua no yanomami, expresarse con torpeza, tartamudear, emitir sonidos inarticulados o ser mudo.

[18]La palabra napë (pl. pë) significa en realidad «extranjero, enemigo». En portugués, a los no indígenas se los llama brancos o civilizados.

[19]Todo ser existente tiene una «imagen» (utupë) desde los orígenes; una imagen que los chamanes pueden «llamar», «hacer bajar» y «hacer bailar» como «espíritu auxiliar» (sing. xapiri a). Estos seres-imágenes primordiales («espíritus») son descritos como minúsculos humanoides con adornos y pintura corporal extremadamente brillantes y coloridos. Entre los yanomamis orientales, el nombre de los espíritus (pl. xapiri pë) también se refiere a los chamanes (xapiri tʰë pë). Practicar el chamanismo se dice xapirimu, «actuar como espíritu», y convertirse en chamán, xapiripru, «convertirse en espíritu». El trance chamánico implica, pues, la identificación del chamán con los «espíritus auxiliares» que convoca.

[20]Davi Kopenawa utiliza la palabra portuguesa histórico.

[21]La expresión pata tʰë designa a los líderes de las facciones o grupos locales («grandes hombres, hombres influyentes») o, genéricamente, a «los ancianos».

[22]Omama es el demiurgo de la mitología yanomami, véase el capítulo II.

[23]Los yanomamis llaman a las páginas de escritura y, en general, a los documentos impresos con ilustraciones (revistas, libros, periódicos) utupa sikɨ, «pieles de imágenes». Para el papel (en portugués papel) utilizan un neologismo: papeo sikɨ, «pieles de papel». Se refieren a la escritura con términos que describen algunos de los patrones de su pintura corporal: oni (serie de rayas cortas), tɨrɨ(conjunto de puntos grandes) y yãɨkano (sinusoides). Escribir es, pues, «dibujar rayas», «dibujar puntos» o «dibujar sinusoides», y la escritura, tʰë ã oni, es un «dibujo de palabras».

[24]Las grabaciones que dieron lugar a este libro se realizaron con una grabadora de tipo casete. La expresión tʰë ã utupë, «imagen, sombra de las palabras», se refiere a la grabación sonora.

[25]Los yanomamis orientales designan a sus ancianos o ancestros con tres términos genéricos: pata tʰë pë (los ancianos, los «grandes hombres»), xoae kɨkɨ (el «conjunto de abuelos», los antepasados históricos) y në pata pë (los antepasados míticos).

[26]Teosi viene del portugués Deus, «Dios». Estas «gentes de Teosi» son misioneros evangelistas fundamentalistas de la organización estadounidense New Tribes Mission (NTM) que visitaron por primera vez la parte alta del río Toototobi (Weyahana u) en 1958, cuando Davi Kopenawa tenía dos años. La NTM fue fundada en Estados Unidos en 1942 por Paul W. Fleming.

I

Dibujos de escritura

Sin que nosotros lo supiéramos, unos extranjeros decidieron remontar los ríos y penetraron en nuestra selva. No sabíamos nada de ellos, ni siquiera por qué querían acercarse a nosotros. Sin embargo, un día llegaron hasta nuestra casa grande de Marakana, en el alto Toototobi. Yo era entonces muy pequeño. Quisieron ponerme un nombre, «Yosi».[27] Pero a mí me parecía una palabra muy fea y no lo quise. Sonaba como el de Yoasi, el hermano malo de Omama. Yo pensaba que, con un nombre así, los míos se iban a burlar de mí. Omama tenía mucha sabiduría. Supo crear la selva, las montañas y los ríos, el cielo y el sol, la noche, la luna y las estrellas. Fue él quien, en los primeros tiempos, nos dio la existencia y estableció nuestros hábitos. También era muy guapo. En cambio, su hermano Yoasi tenía el cuerpo cubierto de manchas blanquecinas y no hacía más que maldades.[28] Por eso estaba yo enfadado. Pero aquellos primeros extranjeros se marcharon pronto y su mal nombre se perdió con ellos. Luego pasó el tiempo y llegaron otros blancos. Estos se quedaron. Construyeron casas para vivir con nosotros. Invocaban cada vez que podían el nombre del que los ha creado. Por eso se convirtieron para nosotros en las gentes de Teosi. Fueron ellos los que me pusieron «Davi», antes incluso de que los míos me hubieran puesto un mote, según la costumbre de nuestros ancianos. Aquellos blancos me dijeron que ese nombre venía de las pieles de imágenes en las que están dibujadas las palabras de Teosi. Era un nombre claro, que no se puede maltratar.[29] Lo he conservado desde entonces.

Pinturas corporales

Antes de que los blancos apareciesen en la selva y se pusieran a repartir sus nombres a diestro y siniestro,[30] llevábamos los que nos ponían nuestros allegados. Entre nosotros, no son ni las madres ni los padres quienes les ponen nombre a los niños. Se dirigen a ellos con el término «¡õse!», «¡hijo/ hija!», y estos últimos los llaman a ambos «¡napa!» (¡madre!). Más adelante, cuando son mayores, llaman a su padre de otra manera: «¡hʷapa!» (¡padre!).[31] Son los parientes cercanos,[32] los tíos, las tías o los abuelos, los que les ponen un mote a los niños. A continuación, la gente de la casa lo va oyendo y empieza a usarlo. Luego los niños crecen con ese apodo y se extiende de casa en casa. Finalmente, de adultos, quedan unidos a ellos.[33]

Así, a uno de los hermanos de mi mujer lo llamaron Wari porque cuando era niño se puso a plantar un árbol wari mahi detrás de su casa. Y a mi mujer la apodaron Rããsi, «Enfermiza», porque siempre se encontraba mal. Entre nosotros hay quienes se llaman Mioti, «Dormilón», Mamokɨ prei, «Ojos Grandes», o Nakitao, «Habla Alto».[34]

Sin embargo, en la edad adulta a veces gentes de lejos, malintencionadas, añaden otros apodos a esos motes de infancia.[35] Son palabras muy feas. Lo hacen para maltratar a los que nombran, porque entre nosotros es un insulto pronunciar el nombre de alguien en su presencia o delante de los suyos.[36] Es así. No nos gusta oír nuestro nombre, ni aunque sea nuestro mote de infancia. Nos molesta mucho. Y si alguien nos lo dice a la cara, nos vengamos en el acto haciendo lo mismo. Esa es la manera que tenemos de insultarnos, airear nuestros nombres para que todos los oigan. Nos parece bien que nos nombren, pero a condición de que nuestro nombre se mantenga lejos de nosotros. Son los demás quienes lo usan, sin que nosotros lo sepamos. Muchas veces se dice el mote de los niños en su presencia. Pero en cuanto empiezan a hacerse mayores, hay que dejar de hacerlo. Cuando son adolescentes ya no quieren oírlo. Si se pronuncia delante de ellos, se ponen furiosos. Entonces quieren vengarse y se vuelven muy agresivos.

Cuando me hice hombre, otros blancos de nuevo decidieron darme un nombre. Esta vez se trataba de la gente de la FUNAI*. Se pusieron a llamarme Davi «Xiriana». Pero aquel nuevo nombre no me gustaba. Xiriana es como llaman a los yanomamis que viven en el río Uraricaá, muy lejos de donde yo nací.[37] Yo no soy un xiriana. Mi lengua es distinta de la que hablan los de ese río. No obstante, tuve que conservar el nuevo nombre. Incluso tuve que aprender a dibujarlo cuando fui a trabajar para los blancos, porque ya lo habían fijado en una piel de papel.[38]

Mi apellido, Kopenawa, me llegó mucho más tarde, cuando me hice adulto de verdad. En este caso sí se trata de un verdadero nombre yanomami. Sin embargo, no es ni un nombre de infancia ni un apodo que otros me pusieron. Es un nombre que adquirí yo solo.[39] Por aquel entonces, los buscadores de oro habían empezado a invadir nuestra selva. Acababan de matar a cuatro grandes hombres yanomamis, allí donde empiezan las tierras altas, aguas arriba del Hero u.[40] La FUNAI me había mandado allí para recuperar sus cuerpos, ocultos en la selva, en medio de todos aquellos buscadores de oro a los que les habría encantado matarme también. No había nadie que pudiera ayudarme. Tenía miedo, pero mi rabia era más fuerte. Adopté este nuevo nombre entonces.

En aquel momento, mi única compañía eran los espíritus xapiri. Fueron ellos los que quisieron ponerme un nombre, y me dieron este, Kopenawa, por la rabia que había en mí para enfrentarme a los blancos. El padre de mi esposa, el gran hombre de nuestra casa de Watorikɨ, al pie de la montaña del Viento, me había dado a beber el polvo que los chamanes extraen del árbol yãkoana hi.[41] Bajo el efecto de su poder, vi cómo venían a mí los espíritus de las avispas kopena, que me dijeron: «Estamos contigo y vamos a protegerte. ¡Y por eso vas a tomar este nombre, Kopenawa!». Es así. Este nombre viene de los espíritus avispa que chuparon la sangre derramada por Arowë, un gran guerrero de los primeros tiempos. Mi suegro hizo descender para mí sus imágenes y me las dio con su aliento de vida.[42] Entonces pude verlas bailar por primera vez.[43] Y cuando contemplé la de Arowë, de quien únicamente había oído pronunciar su nombre, me dije: «¡Haixopë! ¡Este es entonces el ancestro que puso en nosotros el valor guerrero! ¡Aquí está en verdad la huella del que nos enseñó la valentía!».[44]

Arowë nació en las tierras altas, en la selva de los que nosotros llamamos las gentes de la guerra.[45] Era muy agresivo y muy valiente.[46] Siempre estaba atacando las casas cercanas a la suya. Pero, cada vez que lo hacía, los familiares de sus víctimas lo rodeaban y le disparaban sus flechas por turnos. Luego, cuando parecía que su respiración se paraba y pensaban que estaba muerto, dejaban su cuerpo ensangrentado en el suelo de la selva. En ese momento, los guerreros homicidas[47] se decían: «¡Está bien, se va a pudrir aquí y nuestra cólera se apaciguará!» y se iban, satisfechos de haberse vengado. Como estaban agotados, hacían un alto en la selva y se bañaban despreocupados en un arroyo. Pero, después de que lo hubiesen abandonado, el cadáver de Arowë volvía siempre a la vida. Era tan resistente que en verdad nadie podía acabar con él. Recobraba la conciencia y se lanzaba a perseguir a sus agresores, los alcanzaba y disparaba flechas a todos ellos. Siempre pasaba lo mismo. Nadie conseguía matar a Arowë. La verdad es que era muy belicoso y muy tenaz.

Al final, sus enemigos, perplejos, se preguntaron: «¿Qué hacemos? ¿Cómo podemos matarlo para siempre?». Alguien propuso: «¡Vamos a decapitarlo!». Estuvieron todos de acuerdo y se pusieron inmediatamente en marcha para intentar acabar con él. De nuevo acribillaron a flechas el cuerpo de Arowë y esta vez no se conformaron con dejarlo muerto en el suelo. Le cortaron la cabeza y Arowë, pese a todos sus esfuerzos, ya no logró escapar de la venganza de sus enemigos. Le vino un último aliento de vida y varias veces trató él mismo de colocarse la cabeza sobre el cuello, pero no lo consiguió. Y terminó muriendo de verdad. Entonces, su espectro se dividió y se propagó a lo lejos en todas direcciones. Así fue como nos enseñó el valor guerrero. Los blancos no deben pensar que los yanomamis son valientes sin motivo. Nuestra valentía se la debemos a Arowë.[48]

El cuerpo decapitado de Arowë yacía sobre las hojas secas que cubrían el suelo. Toda su sangre se había esparcido poco a poco por allí. Entonces, las avispas de la selva acudieron a aquel lecho ensangrentado a saciar su sed. Lo mismo hicieron las hormigas xiho y kaxi. Fue así, chupando la sangre de Arowë, como se volvieron tan agresivas y por eso su picadura es tan dolorosa. Cuando veas un nido de avispas bajo un árbol, ¡ni se te ocurra acercarte! Las avispas son muy numerosas en la selva, y también sus imágenes. Por eso las hacemos descender como espíritus xapiri para que ataquen a los seres maléficos[49] o lancen flechas contra los espíritus guerreros de los chamanes lejanos. Yo tomé el nombre de Kopenawa porque está emparentado con el de estos espíritus avispa que se nutren de la sangre del gran guerrero Arowë, cuyas imágenes vi con el polvo de yãkoana. Llevo este nombre para defender a los míos y proteger nuestra tierra, porque fue Arowë quien, en los primeros tiempos, enseñó la valentía a nuestros ancestros.

Si los blancos no hubieran irrumpido en nuestra selva cuando yo era niño, seguramente yo también me habría convertido en un guerrero y habría disparado mis flechas lleno de ira contra otros yanomamis cuando hubiera querido venganza. He llegado a pensarlo. Sin embargo, nunca he matado a nadie. Siempre he mantenido los malos pensamientos por encima de mí y he permanecido en silencio, acordándome de los blancos. Me decía a mí mismo: «Si ataco a uno de los nuestros, los que codician nuestra selva dirán que soy malvado y que carezco de toda sabiduría. No lo voy a hacer, porque son ellos los que nos matan con sus enfermedades y sus rifles. ¡Y es contra ellos contra quienes ahora debo dirigir mi cólera!».

Así, poco a poco mi nombre se ha ido haciendo cada vez más largo. Primero fue Davi, el nombre que me pusieron los blancos de pequeño, luego Kopenawa, el que me dieron más tarde los espíritus avispa. Por último, he añadido Yanomami, que es una palabra sólida que no puede desaparecer porque es el nombre de mi pueblo. Yo no he nacido en una tierra sin árboles. Mi carne no proviene del esperma de un blanco.[50] Yo soy hijo de los habitantes de las tierras altas y caí al suelo desde la vagina de una mujer yanomami. Soy hijo de la gente que Omama trajo a la existencia en los primeros tiempos. Nací en esta selva y siempre he vivido en ella. Aquí crecen hoy mis hijos y mis nietos. Por eso mis palabras son las de un verdadero yanomami. Son palabras que han permanecido conmigo en la soledad, tras la muerte de mis mayores. Son palabras que los espíritus me han dado en sueños, pero también son palabras que me han llegado oyendo las malas palabras que los blancos dicen sobre nosotros. Están firmemente arraigadas en lo hondo de mi pecho. Estas son las palabras que ahora quiero que se oigan en este libro, con la ayuda de un blanco que podrá hacer que quienes no poseen nuestra lengua las escuchen.

Vosotros no me conocéis ni me habéis visto nunca. Vivís en una tierra lejana. Por eso quiero que conozcáis lo que los ancianos me enseñaron. Cuando era más joven, no sabía nada. Luego, poco a poco, empecé a pensar por mí mismo. Hoy, todas las palabras que los ancestros poseyeron antes que yo me resultan claras. Son palabras desconocidas para los blancos y que nosotros conservamos desde siempre. Quiero hablaros también del tiempo muy antiguo en el que los ancestros animales se metamorfosearon; del tiempo en el que Omamanos creó, cuando los blancos estaban todavía muy lejos de nosotros. En esos primeros tiempos, el día no terminaba nunca. No existía la noche. Nuestros ancestros tenían que esconderse en el humo de sus hogueras para copular sin que los vieran. Acabaron clavando sus flechas en los pájaros de la noche titi kɨkɨ, que lloraban al nombrar los ríos, para que la oscuridad descendiese sobre ellos.[51] Además, nuestros ancestros se transformaban constantemente en animales de caza. Entonces, después de que todos se hubieran convertido en animales y de que el cielo hubiera caído, Omama nos creó tal y como somos hoy.[52]

Nuestra lengua es la lengua con la cual nos enseñó a nombrar las cosas. Él es quien nos dio a conocer los plátanos, la yuca y todos los alimentos de nuestros conucos,[53] así como los frutos de los árboles de la selva. Por eso queremos proteger la tierra en la que vivimos. Omama la creó y nos la dio para que viviéramos en ella. Sin embargo, los blancos hacen todo lo posible por arrasarla, y si nosotros no la defendemos, moriremos con ella.

Nuestros ancestros fueron creados en esta selva hace mucho tiempo. Aún sé poco de esos primeros tiempos. Por eso pienso mucho en ello. Y cuando estoy solo, mis pensamientos nunca están tranquilos. Busco en el fondo de mí mismo las palabras de aquel tiempo tan lejano en el curso del cual los míos vinieron a la existencia. Me pregunto cómo sería la selva cuando era todavía joven y cómo vivían nuestros ancestros antes de que llegara el humo de epidemia[54] de los blancos. Solo sé que, cuando esas enfermedades aún no existían, el pensamiento de nuestros ancianos era muy fuerte. Vivían en amistad con los suyos y guerreaban para vengarse de sus enemigos. Eran tal y como Omama los había creado.

Hoy, los blancos creen que tendríamos que imitarlos en todo. Pero eso no es lo que nosotros queremos. Yo aprendí sus costumbres cuando era pequeño y hablo un poco su lengua. Pero no quiero ser uno de ellos. Creo que solo podremos convertirnos en blancos el día en que ellos se transformen en yanomamis. También sé que si vamos a vivir a sus ciudades*, seremos desdichados. Acabarán entonces con la selva y ya nunca nos dejarán un sitio donde vivir lejos de ellos. Ya no podremos cazar, y ni siquiera cultivar nada. Nuestros hijos pasarán hambre. Cuando pienso en estas cosas, me lleno de tristeza y de ira.

Los blancos dicen que son inteligentes*. Nosotros no lo somos menos. Nuestros pensamientos se despliegan en todas direcciones y nuestras palabras son antiguas y numerosas. Son las palabras de nuestros ancestros. Sin embargo, nosotros no necesitamos pieles de imágenes como los blancos para impedir que se esfumen. No tenemos que dibujarlas, como hacen ellos con las suyas. Las nuestras no desaparecerán, porque están fijadas en nuestro interior. Así que nuestra memoria* es larga y fuerte. Pasa lo mismo con las palabras de nuestros espíritus xapiri. También son muy antiguas. Sin embargo, vuelven a ser nuevas cada vez que empiezan a bailar de nuevo para un joven chamán. Así ha sido desde hace mucho tiempo, sin fin. Los mayores nos dicen: «Os toca a vosotros responder a la llamada de los espíritus. Si dejáis de hacerlo, os volveréis ignorantes. Vuestro pensamiento se perderá y, por más que llaméis a la imagen de Teosi para arrancar a vuestros hijos de los espíritus maléficos, ¡será en vano!».

Las palabras de Omama y las de los xapiri son las que yo prefiero. Son de verdad mías. No las rechazaría jamás. El pensamiento de los blancos es otro. Su memoria es ingeniosa, pero está enmarañada de palabras ahumadas y oscuras. El camino de su pensamiento a menudo es retorcido y está lleno de espinas. No conocen de verdad las cosas de la selva. Contemplan durante mucho tiempo pieles de papel en las que han dibujado sus propias palabras. Si no siguen su trazo, su pensamiento se pierde. Su pensamiento permanece lleno de olvido y entonces se vuelven muy ignorantes. Lo que dicen es distinto de lo que decimos nosotros. Nuestros ancianos no tenían pieles de imágenes y no escribieron leyes* en ellas. Sus únicas palabras eran las que proferían sus bocas y no las dibujaban. Así que nunca se alejaban de ellos y por eso los blancos nunca las han conocido.

Yo no he aprendido a pensar las cosas de la selva fijando mis ojos en pieles de papel. Las he visto de verdad inhalando el aliento de vida de mis mayores, con el polvo de yãkoana