LA CANCIÓN MÁS DULCE - Sarah Morgan - E-Book
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LA CANCIÓN MÁS DULCE E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

¡Que paren las rotativas! La hermana díscola de la futura princesa de Santina da una serenata ante la alta sociedad. Fue una noche plagada de escándalos, pero la princesa del pop, Izzy Jackson, se llevó la palma. Los invitados, miembros de la realeza y personalidades destacadas, se mostraron al parecer horrorizados ante la improvisada actuación de la cantante y estrella de la televisión, que tuvo lugar durante la fiesta del anuncio de compromiso de su hermana. Al príncipe Matteo de Santina, segundo en la línea de sucesión al trono, le tocó sacar a la achispada Izzy del escenario. La metió en su limusina y se la llevó directamente a su lujoso palazzo... del que la pareja no ha salido todavía. Corre el rumor de que el príncipe y la hija del futbolista están planeando un concierto benéfico. ¿Interpretarán juntos una dulce melodía o terminarán por separarse, alegando diferencias artísticas irreconciliables?

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Seitenzahl: 251

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Halequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

LA CANCIÓN MÁS DULCE, Nº 5 - junio 2013

Título original: Defying the Prince

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3102-5

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de paisaje: IVAN MIKHAYLOV/DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Uno

Era una exhibicionista sin pudor.

El príncipe Matteo, segundo en la línea de sucesión al trono de Santina y todo un cínico, observó en taciturno silencio cómo la joven de la melena rubia coqueteaba descaradamente con el cantante del grupo de música local que los responsables habían considerado adecuado para el evento.

Aquella era una fiesta de anuncio de compromiso de la realeza, pero al parecer la joven no había leído bien el código de vestimenta de la invitación, dada su elección para la noche. Llevaba un vestido de lentejuelas rojas con el que destacaba como una amapola en medio de un ramo de rosas blancas. Su aspecto enviaba un sinfín de mensajes a los asombrados invitados. Los zapatos de tacón alto decían «traviesa»; el atrevido vestido sin tirantes «mírame», y la boca pintada de rojo gritaba «tómame». Cuando se echó la melena hacia atrás y dejó al descubierto los hombros desnudos, Matteo casi pudo sentir el tacto de su piel y saborear la suavidad de su cuello con los labios. Todo en ella le hacía pensar en fresas: la melena rubia con un suave toque rosado, los senos redondos que se apretaban contra el vestido escarlata y aquellos labios que le recordaba a fruta dulce y jugosa. No en las variedades cultivadas que se servían en las fiestas de palacio, sino en las pequeñas fresas salvajes que crecían en abundancia en la rica tierra que rodeaba el palazzo por la costa oeste de la isla.

Salvaje.

La palabra la definía a la perfección.

Cuando la miró, aquellos labios se curvaron en una sonrisa sexy y perversa. Una explosión de deseo sexual estalló en su cuerpo y la intensidad de aquella reacción le sorprendió, porque se consideraba un hombre inmune a los trucos femeninos.

Se giró hacia su hermano mayor.

–A juzgar por su carencia absoluta de elegancia, supongo que se apellida Jackson y que va a ser una de tus futuros parientes.

Alex alzó su copa.

–Es mi futura cuñada, la hermanastra de Allegra.

–Creía que la idea era mejorar la reputación de la monarquía, no destruirla –aunque su hermano no se lo hubiera confirmado, habría sabido que se trataba de otro de los miembros de la famosa familia Jackson–. ¿Por qué haces esto?

¿Eran imaginaciones suyas o su hermano estaba bebiendo más de lo normal?

–Estoy enamorado de Allegra –Alex dirigió la mirada hacia su prometida, Allegra Jackson, que también estaba resplandeciente de rojo, aunque su vestido era bastante más recatado que el de su hermana–. Y ella de mí.

–¿Estaría enamorada si no fueras príncipe?

Alex torció el gesto.

–Vaya, eso ha sido directo.

–Es sincero –Matteo no se disculpó. Había aprendido de la forma más brutal, siendo niño, que no se podía confiar en la naturaleza humana, y aquel recelo formaba ya parte de su ser.

Miró a su hermano a los ojos. Alex frunció el ceño.

–Esto es distinto.

–¿Estás seguro? –un recuerdo desagradable se abrió paso en su subconsciente como una voluta de humo en un fuego largamente extinguido.

Sin pensar en lo que hacía, Matteo se miró la mano izquierda, la curvatura del dedo índice y la cicatriz plateada que ya no era más que una línea borrosa que iba de la muñeca a los nudillos. Tenía cicatrices similares en las costillas y en la parte superior de la espalda. Sintió una presión en el pecho y durante un instante volvió a estar en el suelo mordiendo el polvo, sintiendo el reguero de su propia sangre en la nuca. Allí, en aquel instante, a punto de morir por sus errores, se había dado cuenta de que sus relaciones nunca serían como las de los demás. ¿Existía acaso el amor? No lo sabía. Solo sabía que para él no. Y dudaba que existiera para su hermano.

–Todavía no he conocido a ninguna mujer capaz de separar al hombre del título.

–Y eso que has conocido muchas –Alex sonrió sin ganas–. Te burlas de la reputación de Jackson, pero la tuya no es muy limpia que digamos. Mujeres de una noche, coches rápidos, jet privado…

–Ya no.

–La última vez que te vi todavía conducías un deportivo e ibas acompañado de la hermosa Katarina.

–Me refería al jet –se dio cuenta de lo que echaba de menos más de lo que se supondría, teniendo en cuenta los años que habían pasado–. Y estábamos hablando de tu compromiso.

–No, tú me estabas haciendo tus advertencias. ¿Has confiado alguna vez en una mujer?

Solo en una ocasión.

–¿Te parezco un idiota?

Sabía que todos los que se acercaban a él lo hacían con algún propósito. Sabía que todos los que hablaban con él, o coqueteaban con él estaban interesados en lo que tenía y en lo que podía hacer por ellos, no en quién era. Por lo tanto no confiaba en nadie. Y menos en aquella Jackson que se contoneaba de forma seductora en el escenario. Parecía como si se acabara de levantar de la cama de alguien tras una noche salvaje y no se hubiera molestado siquiera en cepillarse el pelo. Su arrebatador atractivo sexual agitaba la atmósfera de rígida contención y Matteo se preguntó si era la única persona de la sala que tenía un mal presentimiento. Sí, el rey quería que su hijo mayor viviera en Santina y se hiciera cargo de su responsabilidad como príncipe heredero. Pero ¿lo deseaba tanto como para dar el visto bueno a una relación con una familia como la de los Jackson? En teoría el pueblo estaba encantado con la idea de que el príncipe se casara con una plebeya, pero ¿qué opinarían cuando todo se viniera abajo?

No fue consciente de la tensión que tenía en los hombros hasta que sintió cómo el dolor se le expandía por los músculos.

Aquello no estaba bien.

La experiencia le decía que la joven que estaba en el escenario era una oportunista de la peor calaña.

–Qué manera de intentar llamar la atención. Parece una ciruela madura a punto de reventar –había cambiado las fresas por las ciruelas, porque las ciruelas no le gustaban.

–Pero es muy sexy.

Resultaba un comentario extraño para un hombre que estaba celebrando su fiesta de anuncio de compromiso. Matteo iba a comentar algo más, pero en aquel momento vio a unos cuantos miembros de la familia Jackson alrededor de un retrato de valor incalculable y dio un respingo al escucharles soltar exclamaciones de admiración.

–Están tratando de calcular el precio del Holbein.

Cuando uno de ellos comentó en voz bastante alta que los colores eran un poco apagados, Matteo cerró los ojos un instante y se preguntó si habría alguna manera de detener aquello antes de que hiciera explosión.

–No sabrían distinguir a Miguel Ángel de Michael Jackson. ¿De verdad va a ser esa tu suegra? –Matteo sacudió la cabeza al ver a Chantelle Jackson mirando una vasija muy antigua–. En cualquier momento se la mete en el bolso, y sin duda el lunes saldrá a la venta en Internet.

Matteo lamentó de pronto no tener una relación más estrecha con Alex.

–Se suponía que ibas a casarte con Anna. ¿Qué pasó?

–Me enamoré.

Hubo algo en la respuesta que no le sonó sincero y se preguntó si aquel compromiso no sería un acto de rebeldía por parte de Alex.

–Tal vez deberías tomarte algo más de tiempo.

–Sé perfectamente lo que hago –hizo una breve pausa–. Y Chantelle no será mi suegra. Es la madrastra de Allegra.

A Matteo le pareció un comentario extraño. Estaba a punto de hacerle algunas preguntas al respecto cuando vio que la joven de fresa estaba ahora en medio del escenario.

Y de pronto aquellos ojos inteligentes se clavaron en él y la chica empezó a cantar una canción dedicada a su hermana, una canción sobre conseguir al hombre adecuado. A Matteo le pareció muy apropiada.

En el mundo de los arribistas sociales, su hermano tenía que ser el equivalente a alcanzar la cima del Everest.

No era de extrañar que los Jackson lo estuvieran celebrando.

Cuando la joven se inclinó hacia delante y cantó descaradamente al micrófono, Matteo vio por el rabillo del ojo cómo Bobby Jackson, un ex futbolista con una larga y colorida vida amorosa publicitada por la prensa del corazón, trataba de apartar a su hija del foco.

Matteo lo observó con una mezcla de sentimientos.

Desde luego ya era hora de que alguien la apartara del micrófono, pero el hecho de que fuera el escandaloso Bobby solo servía para magnificar la trasgresión.

–Vamos, cariño –dijo Bobby agarrando con torpeza el brazo de su hija. Pero ella se zafó y su padre estuvo a punto de perder el equilibrio–. Sé buena chica, vuelve a poner el micrófono en su sitio.

Su rostro tenía el color del atardecer de Santina. Podría deberse al resultado de una intensa vergüenza, pero a Matteo le dio la sensación de que se debía más bien a un exceso de champán. Bobby Jackson estaba demasiado curtido como para pasar vergüenza. Matteo sabía que se había hecho a sí mismo de la nada y estaba decidido a que su familia hiciera lo mismo, aunque al parecer su ambición no iba por el camino de animar a su hija a cantar.

Matteo miró de reojo a su propio padre y vio que las facciones del rey estaban rígidas.

–¡Izzy! –Bobby trató sin éxito de volver a agarrar a su hija–. Ahora no. Pórtate bien.

Izzy.

Por supuesto.

Matteo se acordó de dónde la había visto antes. La reconoció como la estrella fugaz que había aparecido en la artificial escena del pop tras participar en un programa de televisión. Izzy Jackson. Había salido en los titulares por aparecer en el escenario en biquini. Por hacer cualquier cosa excepto cantar. Al parecer, tenía la voz de un cuervo con la garganta infectada, como la mayoría de los aspirantes a estrella que pululaban por las pantallas de televisión. Por eso no recordaba nada de su forma de cantar.

Ni siquiera su propia familia quería que cantara en público, pensó viendo cómo su padre trataba de bajarla del escenario.

Era como tirar de una mula. Izzy plantó con fuerza los pies y alzó la barbilla mientras seguía cantando a voz en grito.

Estaba claro que pensaba que aquella era su oportunidad de brillar y no iba a soltarla fácilmente.

–Tal vez deberíamos convertir esta farsa en un programa de televisión –le dijo a su hermano de broma.

–¿Puedes hacerme un favor? Sácala de aquí. El centro de atención debe ser el anuncio de mi compromiso –le pidió Alex angustiado.

Matteo se preocupó ante su tono.

–¿Vas a decirme por qué?

–Tú hazlo, por favor.

Sin preguntar nada más, Matteo le dio la copa de champán a un lacayo que pasó a su lado.

–Me debes una. Y me la voy a cobrar.

Y dicho aquello cruzó el salón para alejar el problema del micrófono.

–«Él es el único para tiiii» –cantó Izzy con tono alto, complacida por haber llegado a aquella nota tan por encima de su registro y furiosa cuando su padre trató de apartarla del micrófono.

¿No era él quien siempre le decía que debía aprovechar al máximo las oportunidades? Bien, pues esa era una oportunidad única. Lo había planeado cuidadosamente. El objetivo del día era cantar la canción que le había escrito al príncipe. No al sonriente heredero al trono que había cazado su hermana, sino al hermano menor, Matteo Santina, el príncipe oscuro, conocido como Matteo el huraño porque era tremendamente serio. Tremendamente serio y tremendamente sexy, pensó Izzy. Era alto, moreno, guapo y muy, muy rico. Pero ella no estaba interesada en ninguno de aquellos atributos. No le interesaba ni su espectacular cuerpo ni su legado real. Tampoco le importaba su fama de buen piloto. Y aunque su lado romántico envidiara el turbulento romance de su hermana, no estaba interesada en absoluto en la fantasía de la boda con el príncipe azul. No, lo único que le importaba era la influencia que tenía Matteo, en particular por su papel como presidente de la Fundación. Desde aquel puesto era el responsable final del famoso concierto de rock que se celebraba en Santina, un evento benéfico televisado en directo a todo el mundo para el que solo faltaban unas semanas.

Cantar en aquel concierto sería la culminación de sus sueños. Serviría para reactivar su muerta carrera.

Y por eso tenía que asegurarse de que la escuchara. Se quitó a su padre de encima y subió el volumen, pero el príncipe estaba hablando con su hermano, el heredero al trono y prometido de Allegra.

Izzy experimentó un momento de desesperación seguido de una fuerte decepción. Estaba convencida de que aquel iba a ser su gran momento. Se había bebido el champán de golpe para tener el valor de subirse al escenario.

Imaginó que la gente giraría la cabeza para mirarla y se quedaría boquiabierta al escuchar su voz. Imaginó que toda su vida cambiaría en un instante. La perseverancia y el trabajo duro iban por fin a tener su premio.

Las cabezas se habían girado. La gente estaba boquiabierta. Pero ella no había bebido tanto champán como para no darse cuenta de que ser el centro de atención no tenía nada que ver con su voz.

La estaban mirando porque estaba haciendo el ridículo. Una vez más.

Se estaban burlando de ella.

Así que su vida no había cambiado lo más mínimo, estaba otra vez haciendo el ridículo. Cada vez que intentaba ponerse de pie volvían a tirarla al suelo, y cada vez que se levantaba lo hacía más dolida y golpeada.

La seguridad que le había proporcionado el champán se estaba transformando en una espantosa sensación de torbellino.

Consciente de los gestos de desaprobación de los aristocráticos rostros que la rodeaban, decidió que Allegra tenía que estar muy enamorada si estaba decidida a aguantar aquello. Por lo que veía, casarse con un príncipe parecía tan interesante como estar dentro de la vitrina de cristal de un museo, a la vista de todo el mundo. Y además tenía hambre y no podía pensar con claridad. ¿Por qué diablos no servían comida? Desde que llegó solo había tomado champán y más champán.

Los aristócratas sabían beber, desde luego. Por desgracia parecía que no comían, y seguramente eso explicaba por qué estaban todos tan delgados. Y por qué ella había roto su regla de oro y había bebido de más.

–«Solo un amor» –cantó a gritos, sonriendo al grupo de mujeres que la miraban con desaprobación y repeliendo los poco sutiles intentos de su padre por apartarla del escenario.

El hecho de que ni su propia familia la escuchara añadió una punzada más al dolor de la humillación que estaba sintiendo. ¿No se suponía que las familias debían apoyarse en todo momento? Los adoraba, pero la trataban con condescendencia, como si fuera una borracha de karaoke. Izzy sabía que tenía buena voz. Y aunque no les gustara la canción y fuera tan estúpida como para querer ganarse la vida con aquel hobby, su familia debería agradecerle que tratara de animar aquella velada tan aburrida.

–¡Ya basta! –la voz fuerte de su padre resonó por el ornamental salón.

Su acento del este de Londres estaba en discordancia con los tonos cultos que la rodeaban, confirmando lo que todo el mundo ya sabía: que el dinero no podía comprar la clase. Izzy lo sabía. Sabía perfectamente lo que la gente pensaba de su familia.

–Guárdate la voz para cuando estés en la ducha. Te estás avergonzando, cariño.

«No», pensó Izzy. «Te estoy avergonzando a ti». Y aquella hipocresía le dolió. Quería a su padre, pero también sabía que su comportamiento era muchas veces cuestionable. El dolor que le provocaban sus burlas era mayor todavía porque Izzy había deseado desesperadamente que la tomaran en serio.

En parte era culpa suya, reconoció con tristeza. Nunca tendría que haber participado en aquel estúpido concurso de televisión. Lo había hecho porque pensó que por fin alguien escucharía su voz, pero los productores estaban poco interesados en escucharla y mucho en tener a la hija del famoso Bobby Jackson en el programa. Habían hecho de todo para subir la audiencia, y nada relacionado con centrarse en su voz. Y ella estaba demasiado endiosada en aquel momento de fama efímera como para ver la verdad.

Hasta que ya fue demasiado tarde.

Hasta que se convirtió en la broma nacional.

La fama desapareció más rápidamente que el agua por un sumidero, y con ella su reputación. Sería para siempre la horrible concursante de aquel programa.

Izzy se dio la vuelta, cerró los ojos y cantó aquellas notas, concentrándose en la música hasta que una mano fría le agarró la muñeca.

Abrió los ojos sorprendida y se encontró con una mirada fría de ojos oscuros. La melodía murió en su garganta.

Era el príncipe.

Una oleada de atracción sexual la atravesó, porque de cerca era sencillamente el hombre más espectacular que había conocido, más guapo todavía de lo que parecía en las fotografías. Un objetivo podría captar aquellas oscuras pestañas y la forma perfecta de su boca, pero ninguna lente por poderosa que fuera podría captar la masculinidad innata que le diferenciaba de los demás.

–Ya es suficiente –le dijo el príncipe con tono desabrido apretando los dientes.

Izzy se quedó paralizada. «El príncipe y la mendiga», pensó tratando de mantener el equilibrio sobre la alta plataforma de sus zapatos mientras el príncipe obligaba a bajar del escenario.

Estaba claro que no tenía intención de presentarse, seguramente porque no veía la necesidad de hacerlo. Todo el mundo sabía quién era.

Izzy vio cómo sus sueños de estrellato se hacían añicos y se dio cuenta de que la última copa de champán que se había tomado de un trago la había hecho pasar de estar alegre a estar bebida. Se tambaleó cuando trató de soltarse.

–¡Ay! ¿Qué estás haciendo? Solo estoy cantando, nada más. ¿Te importaría no apretarme tan fuerte? Tengo el umbral del dolor muy bajo. Y por favor, no me arrastres: estos zapatos no están hechos para andar.

Abrumada por el murmullo de desaprobación de los invitados, Izzy agradeció contar con los anestésicos efectos del alcohol.

–Quieren que me corten la cabeza –susurró ella con gesto dramático.

Pero él la miró con desprecio.

–Vaya, parece que no te hace mucha gracia –a Izzy se le cayó el alma a los pies.

Y ella que esperaba que relanzara su carrera de cantante… A juzgar por el lenguaje corporal del príncipe, quedaba claro que no le ofrecería trabajo ni limpiando los cuartos de baño del palacio.

Izzy Jackson no estaría en su lista de artistas. Y no podía culparlo, porque sabía que no había cantado como sabía. Se había esforzado demasiado. Había forzado la voz.

Mientras tiraba de ella por el salón, le dijo en voz baja para que solo ella le escuchara:

–Eres una invitada, no la diversión de la fiesta. Y estás borracha.

Aunque hablaban el mismo idioma, Matteo lo hacía con un tono aristocrático pulido por la mejor educación que podía comprar el dinero. Su madre era reina. La de ella, vendedora en el mercado.

–No estoy borracha –Izzy estaba muy desilusionada de que su plan hubiera salido tan mal–. Al menos no mucho. Y si lo estoy es culpa vuestra por servir litros de alcohol y nada de comida –miró a su alrededor desesperada en busca de algún rostro amigo y vio a su hermana, pero Allegra no la estaba mirando. Estaba claro que quería distanciarse del comportamiento de Izzy.

Dolida por aquella traición, y porque la canción sorpresa que llevaba semanas preparando hubiera sido recibida con el mismo entusiasmo que un virus, perdió momentáneamente el equilibrio.

¿Qué tenía que hacer para que la gente la escuchara?

–De acuerdo, ya me ha quedado claro. He metido la pata. Deja que me vaya y te prometo que me comportaré de manera adecuadamente aburrida. Me quedaré quietecita y hablaré del tiempo o de lo que hable esta gente –confiando en ponerle fin allí, tiró para soltarse.

Pero Matteo ignoró sus intentos de liberarse y la arrastró hacia una puerta, que daba a una habitación con las paredes llenas de retratos.

–¡Deja de arrastrarme! ¡No puedo ir más rápido con estos tacones!

–¿Y por qué llevas unos zapatos tan ridículos?

–Soy bajita –Izzy trató desesperadamente de mantener el equilibrio–. Si no llevo tacones, la gente no me ve. Estoy tratando de llamar la atención.

–Felicidades, lo has conseguido.

El tono de Matteo no dejaba lugar a dudas sobre la clase de impresión que había causado. Sus antepasados la miraban con rostro adusto desde sus brillantes marcos.

–¿Por qué parecen todos tan desgraciados? ¿No hay nadie feliz en tu familia? Ojalá no hubiera venido.

–Todos pensamos lo mismo –Matteo cerró la puerta.

Estaban a solas. Él le apretó con más fuerza la muñeca. Izzy sintió la tensión de su cuerpo. Como era mucho más alto, tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarle y se mareó.

–Eh…, ¿crees que podrías dejar de apretarme la muñeca? –olía bien, pensó distraídamente. Muy bien–. No voy a salir corriendo. Apenas puedo andar con estos tacones, así que mucho menos correr.

Matteo la soltó al instante. El desprecio de su mirada añadió unas cuantos moratones más a su ya maltrecha confianza en sí misma. Por mucho que odiara admitirlo, le resultaba terriblemente intimidatorio. Estaba demasiado seguro de sí mismo. A aquel hombre nunca le habían tirado al suelo y luego había tenido que recuperarse. Rezumaba poder y autoridad, y la hacía sentirse tan insignificante como una mota de polvo. Y luego estaban las otras sensaciones, sensaciones en las que no quería pensar. Como la peligrosa punzada de deseo que sintió en el vientre.

Izzy rechazó al instante aquellas sensaciones y dio un paso atrás.

–Solo estaba cantando. No estaba desnuda, ni diciendo palabrotas ni contando chistes horribles. Quería que te fijaras en mí.

Los ojos de Matteo reflejaron sorpresa.

–¿Has utilizado la fiesta de anuncio de compromiso de mi hermano para llegar a mí? ¿Cómo puedes ser tan atrevida?

–Lo soy. No se llega a ninguna parte en la vida conteniéndose –Izzy apoyó el peso en una pierna y trató de aliviar el dolor de pies–. Sé lo que quiero y voy tras ello.

–Ha habido mujeres que se me han lanzado en los momentos más inoportunos, pero tu actuación ha eclipsado todas las demás.

–¿Las ha eclipsado en el buen sentido? –preguntó esperanzada.

La mirada condescendiente de Matteo le hizo saber que no era así.

–Así que no estás interesado… No importa. No es la primera vez que lo intento y fracaso. Lo superaré.

Se preguntó por qué estaría tan enfadado. Ella no le había hecho daño a nadie. Matteo empezó a dar vueltas por la habitación y ella le siguió, fascinada, con la mirada. Aquel hombre era un icono sexual y ahora que le tenía tan cerca entendía la razón.

–¿Podrías dejar de moverte? No me encuentro muy bien y me marea verte –o tal vez no fuera por el movimiento. Tal vez fuera porque su carísima chaqueta no conseguía ocultar el poderoso cuerpo que había debajo.

–¿Cuánto has bebido? –le espetó él sin rodeos.

Izzy se agarró al respaldo de una silla. Le costaba trabajo respirar.

–No he bebido lo suficiente como para superar esta noche, te lo aseguro. Y no es culpa mía que esos tipos de uniforme…

–Se llaman lacayos.

–Sí, esos. No dejaban de rellenarme la copa, y yo no quería decirles que no para no ofenderlos –las palabras le salían atropelladamente–. Y además, tenía sed porque aquí hace mucho calor, pero no había nada de comer para contrarrestar el alcohol, solo esos minúsculos canapés que se quedan atrapados entre los dientes y no llenan. Y te recuerdo que se supone que esto es una fiesta. Estaba tratando de alegrar el ambiente. Parece un funeral, no una fiesta de anuncio de compromiso. Si esta es la vida que le espera a mi hermana cuando se case con tu hermano, entonces siento lástima por ella.

Se detuvo, distraída por la imposible belleza de su masculino rostro. Era tan guapo que casi hacía daño mirarle.

A pesar de lo quieto que estaba, sabía que estaba enfadado. Podía sentirlo bajo su pulido exterior. Izzy se estaba preguntando si se enfadaría todavía más si ella se quitaba los zapatos para que no le cortaran la circulación, cuando él la miró fijamente con sus ojos oscuros.

–Tenías todo esto planeado, ¿verdad?

–Sí, acabo de decírtelo. Cada día me propongo un objetivo. Me ayuda a estar concentrada. Mi objetivo de hoy eras tú.

–Por Dios, ¿lo admites?

–Por supuesto –¿qué tenía de malo proponerse una meta?–. Confieso mi crimen, señoría –Izzy hizo una pequeña reverencia y estuvo a punto de perder el equilibrio.

–¿Para ti todo es una broma?

–Intento reírme de la vida siempre que puedo –y su carrera musical era sin duda una broma, pensó con tristeza. Una gran broma.

–Eres indiscreta y ruidosa. Si vas a relacionarte con nuestra familia, tendrás que aprender a filtrar lo que dices.

Izzy pensó en todas las veces en las que la gente le había dicho una cosa cuando estaban pensando otra.

«Vístete así y serás una estrella, Izzy».

«Te amo, Izzy».

El estómago le dio un vuelco. No quería pensar en eso ahora. Ni luego.

–¿Cuando dices «filtrar» te refieres a mentir? ¿Quieres que sea como esas mujeres que están ahí fuera, de sonrisa congelada y carentes de expresión, que nunca dicen nada de lo que piensan? Lo siento, pero yo no soy así.

–Yo también lo siento. El hecho de que tu hermana se vaya a casar con el futuro rey te convierte en objeto de interés para el público.

–¿De verdad? –Izzy se entusiasmó ante la perspectiva de que alguien pudiera sentir interés por ella–. Eso es lo que yo llamo un final feliz.

El poderoso cuerpo del príncipe rezumaba desaprobación por todos sus poros.

–Para que este matrimonio tenga alguna posibilidad de ser aceptado por el pueblo, tú tendrás que estar alejada del ojo público. No podemos permitirnos la publicidad negativa. El centro de atención deben ser Alex y Allegra, y si tu hermana se va a casar con el futuro rey, tú tendrás que aprender a comportarte. Y a vestirte –le deslizó la mirada por el cuerpo.

Izzy sintió como si le hubieran prendido fuego.

O Matteo le estaba lanzando mensajes contradictorios o ella tenía el radar emocional estropeado. Había desaprobación en él, sí, pero también algo más. Una corriente peligrosa que no identificaba del todo.

–Lo que está mal no es mi vestido, sino tu fiesta. En este lugar nadie sabe reírse, bailar ni pasar un buen rato. Las lámparas de araña están muy bien, pero podríais haber puesto unas bolas de discoteca para alegrar el ambiente.

–Esto es un palacio, no una discoteca. Deberías comportarte como corresponde al lugar.

–¿Se supone que debo hacer una reverencia ante ti?

Su tono de humor fue recibido con desprecio.

–Así es –afirmó él con frialdad y contención. Todo en él era contenido–. Y el modo correcto de dirigirte a mí es llamándome Alteza.

Izzy apenas le escuchaba. Su mente se había liberado y sus pensamientos volaban mientras le deslizaba la mirada por las fuertes líneas de la mandíbula y de ahí a la sensual boca. Había algo en su boca que indicaba que sabía perfectamente cómo besar a una mujer. El calor la atravesó y de pronto no pudo pensar en nada más que en sexo. Y eso la sorprendió, porque tras su desastrosa experiencia y el permanente ejemplo del disfuncional matrimonio de sus padres, tener una relación con un hombre no era, desde luego, una de sus metas.

Se quedaron mirándose durante un instante y luego él frunció el ceño.

–Después de la primera vez, puedes llamarme señor.

–¿«La primera vez»? –a ella le latía con tanta fuerza el corazón y tenía la boca tan seca que apenas podía hablar–. Nunca va a haber una primera vez. No me acostaría contigo ni aunque estuviera desesperada, que por cierto, no lo estoy. Yo no soy así. Soy una persona romántica.

Una sombra de desesperación cruzó el rostro de Matteo y suspiró.

–Me refería al modo correcto de dirigirte a mí la primera vez que hablas conmigo. Nada más.

Izzy sintió cómo se sonrojaba.

–De acuerdo. Está muy bien dejarlo todo claro al comienzo de una relación –estaba avergonzada por el malentendido, que había sido claramente culpa suya, por estar pensando en sexo–. ¿De verdad tengo que llamarte «señor»? La única persona a la que he llamado así fue a mi profesor en el colegio, y pensar en él me trae recuerdos que prefiero olvidar.

–Compadezco a ese hombre. Enseñarte a ti debió ser todo un reto.

Se había parado delante del retrato más grande de la sala. Izzy se fijó al instante en el parecido. El mismo pelo negro muy corto. El mismo tono oscuro de piel. El mismo porte aristocrático. No era de extrañar que fuera arrogante, pensó. Su linaje se remontaba varios siglos mientras que ella era un perro sin raza. El cruce de dos personas que querían algo la una de la otra.

No quería encontrarle atractivo, pero ¿qué mujer no lo haría? Sintió un peligroso calor que se le extendió por la pelvis. Debía ser el champán, pensó, que intensificaba todo lo que sentía.

–¿No te vuelve loco el protocolo? Nadie sonríe ni mueve la cara. Es como estar en una habitación con las estatuas esas de piedra por la que hemos pasado.

–Esas estatuas de mármol tienen un valor incalculable y datan del siglo quince.

–Eso es mucho tiempo para mantener la misma expresión en la cara. Y no me extraña que no se pueda calcular su valor. ¿Quién querría pagar dinero por tener algo que te mira fijamente con esa cara tan seria? Señor –añadió seriamente preocupada por lo rápido que daba vueltas la sala–. Haría una reverencia, pero sinceramente, los zapatos me están matando, así que ahora mismo prefiero no moverme. Si fueras mujer lo entenderías.

Matteo gruñó para sus adentros.

–Eres la mujer más frívola e inútil que he conocido en mi vida. Te comportas de forma espantosa y podrías causarle un daño enorme a mi familia.