La carta de Cayo - Fernando Giménez Sola - E-Book

La carta de Cayo E-Book

Fernando Giménez Sola

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Beschreibung

Cayo se está muriendo. Exhalando su último suspiro, Cayo indica al protagonista en qué compartimento de su maleta encontrará un sobre. Lo que encuentra en su interior cambiará su vida. Este libro es una sorpresa, fácil de leer y que hace al lector también ser protagonista. Invita a reflexionar y replantearnos la vida de forma positiva. Se lee en menos de una hora. Es ideal para regalar a la gente que quieres

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La carta de Cayo

Fernando Giménez Sola

ILUSTRACIÓN CUBIERTA: Paloma Urquijo

ISBN: 978-84-18337-14-7

1ª edición, abril de 2020.

Editorial Autografía

Carrer d’Aragó, 472, 5º – 08013 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos. Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

¡Gracias!

Mamá, por tu permanente alegría y por ser tú siempre. Es un privilegio ser tu hijo.

Ana, Fernando y Cristina. Porque hacemos los cuatro el más increíble equipo que un padre pudiera desear. Sois tres seres increíbles. Me hacéis inmensamente feliz.

Paloma, por tu maravillosa luz que me ilumina desde que te conocí. Y por tus comentarios – siempre acertados – a los borradores de este libro.

Mayte, mi hermana del alma, por tu bondad, tu sentido del humor y tu brillante inteligencia.

Jose Luis por tu honestidad, tu apoyo pase lo que pase y por tu coherencia siempre.

Carlos y Daniel, mis sobrinillos, por vuestra energía, pasión y cariño.

Marisa, Joana y Fernando, por vuestra capacidad de lucha y por vuestra paciencia al escucharme.

Óscar, mi “ángel de la guarda”. Porque por ti estoy hoy aquí.

Papá, por escribir esto conmigo...te echo mucho de menos.

Fernando 09.12.2018

Desde que llegamos aquí, se nos van llenando los bolsillos de piedras, algunas muy pequeñas y otras enormes. Se van colocando y no nos damos cuenta.

Cuando murió Cayo, los míos estaban a punto de reventar.

–Si no os importa, duermo esta noche también aquí- le dije a Lucas. Quería quedarme a solas con él.

Cayo estaba tranquilo. Parecía dormido. Me senté en el lateral de la cama.

Fui a cogerle las dos manos pero solo me atreví a agarrarle una. Acababan de ponerle una vía en la muñeca de la mano izquierda con otro goteo.

El bote del que salía el líquido transparente tenía pegada una etiqueta blanca en la que, con rotulador azul, había escrito la enfermera la palabra morfina. Ya sabía que significaba eso…

Abrió los ojos lentamente y me miró.

– En mi maleta hay un sobre grande. Cógelo por favor – me pidió con la voz muy bajita, como si le costara mucho trabajo hablar.

Su maleta marrón estaba de pie, dentro del armario. La saqué. Abrí la cremallera y… ahí estaba el sobre. Se lo di.

Cayo lo cogió y lo palpó como comprobando que estaba dentro lo que tenía que estar. Satisfecho, me lo entregó de nuevo.

– No lo abras aún. Espera hasta que me vaya.

Iba a preguntarle qué contenía, pero – conociéndole – si hubiera querido decirme lo que había dentro, me lo habría dicho.

Había dejado mi cazadora encima del sofá. Lo puse encima para que no se me olvidara.

Llevaba dos semanas peleando y, esa noche le notaba agotado, al límite de sus fuerzas.

Tuve claro que, dándome el sobre, se estaba despidiendo.

– Ya estoy listo para mi próxima aventura – me dijo como si hubiera escuchado lo que yo estaba pensando y me sonrió guiñándome un ojo, como siempre hacía cuando me quería decir algo sin decirlo.

Recuerdo que continuó unos minutos apretando mi mano

– como si quisiera agarrarse a esta vida por última vez – y, muy poco a poco, fue aflojándola hasta que me soltó. Volví a agarrarla fuerte.

Respiración agitada y – de repente – silencio.

Esperé como un minuto, por si volvía a respirar. No se movió.

Ahí estaba – colgando al lado de la cabecera de la cama

– el mando para llamar a los enfermeros. Apreté el botón naranja.

– Llamo de la habitación 608… creo que acaba de fallecer.

– Voy ahora mismo – dijo enérgicamente Loli, que estaba de guardia ese fin de semana.

– Hasta pronto, mi amigo – me acerqué a su cara y le di un beso en la frente.

Su rostro sereno, una vez más, serenó mi ánimo.

– ¡Ya estoy aquí! – dijo Loli asustándome al empujar bruscamente la puerta de la habitación.

Se fue directamente hacia la cama y cogió su muñeca. No había pulso…

Cayo acababa de fallecer.

No tuve más tiempo para asimilar nada porque, sorprendentemente a los pocos minutos, aterrizó un señor de traje en la habitación.

– ¿Cómo se había enterado tan rápido? – pensé indignado. Me imagino que buscan esos momentos en los que estás aturdido, confundido... para colocarte la oferta del mes de ataúdes, urnas y coronas de flores.

– No hace falta ya que vengáis al hospital. Mañana a primera hora estará en el Tanatorio y le incinerarán por la tarde – expliqué por teléfono, cuando se fue el de la

Funeraria, a los más íntimos amigos y parientes de Cayo.

– Bueno, ahora sí... rumbo a tu nuevo viaje – dije mirándole mientras el celador sacaba la cama de la habitación con gran habilidad.

– ¡Escríbeme cuando llegues!

En unas horas descubriría que ya lo había hecho.

Llegué a casa. Era muy tarde y me debí echar encima de la cama vestido, porque así me encontré al despertarme.

No había dormido bien.

Ducha, traje oscuro y al Tanatorio.