La Casa  y otros relatos - Virginia Ruiz Moreno - E-Book

La Casa y otros relatos E-Book

Virginia Ruiz Moreno

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Beschreibung

Las casas no siempre son un lugar de refugio como deberían serlo, ocultan demasiados secretos. Personajes comunes, con historias oscuras y raras darán voz a esta obra. No solo nos abrirán la puerta de sus casas y nos permitirán develar algunos de esos misterios, sino que también nos contarán su sentir, abriéndonos las puertas de sus almas, de sus mentes y de sus corazones.

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Seitenzahl: 76

Veröffentlichungsjahr: 2023

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VIRGINIA RUIZ MORENO

La Casa

y otros relatos

Ruiz Moreno, Virginia La casa y otros relatos / Virginia Ruiz Moreno. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3922-9

1. Cuentos. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

I - Rescate

II - El cuerpo

III - El narrador enamorado

IV - El secreto

V - Elisa

VI - Embrujo

VII - La bestia

VIII - La casa

IX - La conquista

X - La locura del romance

XI - La Maldición

XII - La marea

XIII - Laura

XIV - Los de abajo

XV - Miedo a perderte

XVI - Norita

XVII - Nuestros muertos

XVIII - Señales

A mi tío Osiris por alfabetizarme;

a mi madre por trabajar incansablemente

I

Rescate

El bandoneón de Piazzolla me cortaba la respiración, que iba a ritmo acompasado de tremenda melodía, y mis lágrimas, empañándolo todo, seguían su paulatina marcha, bordeando mi rostro redondo, lo surcaban todo hasta llegar a la pera y desembocar en el escote. Morían en la camisa, en el pantalón o en el suelo y mis males se disipaban de a poco; y se iban hasta hacerme reír. Era mi ritual vespertino.

Las velas acompañaban la ceremonia, las flores secas de los jarrones desprendían ese olor a muerte que enfatizaba el funesto momento. Yo debía morir por mis errores, por mis miedos, por el no puedo constante, por el qué dirán que no me permitió tantas cosas, yo debía descargar tanta frustración y culpar a otros para poder seguir viviendo. Era una cobarde romántica muriendo por todo lo que no me animé a vivir.

La casona estaba vacía, la tarde era gris, ya las luces del patio se encendían y le daban paso a la noche que caía pesada, con sus estrellas, con sus luciérnagas y con las ilusiones de los amantes prematuros, de los viejos, y de los que se reencontraban. Y para otros era morir, para los que nada podíamos esperar era darle paso a la muerte que se desplegaba soberbia por cada rincón de la casa, en donde en otro tiempo hubo tanta vida y hoy sólo había silencio.

Cada noche era insomnio, era un repaso de cada mala decisión, era dolor y era resignación. Luego llegaba el día y la mañana, bañando todo con su luz, barría la casa, el patio y mi alma, dejándola limpia. Pero los miedos lograban esconderse en los rincones oscuros de la casa en donde la luz no llegaba, esperando la noche. Yo de día vivía, era una con el sol y con la vida: abría las ventanas, arreglaba las flores, bebía mi espirituosa y era feliz.

Pero había días, como el de hoy, que la oscuridad parecía no querer irse, se resistía. Yo vivía en ese sótano, en ese oscuro y húmedo agujero putrefacto en donde me encerraban de pequeña, todos tenemos nuestros secretos, los que deseamos no contarles a nadie, los que nos matan un día gris como el de hoy. Hoy, el dolor de mi alma se traspasó al cuerpo, hoy estoy enterrada en ese oscuro sótano. Pero debo, por una vez, hacerme fuerte y bajar por mí. Ahí está la niña en camisón esperando que alguien la vaya a rescatar.

Llega nuevamente el atardecer, y mis lágrimas lo siguen mojando todo, pero me encuentro más fuerte, porque pude bajar y rescatarme, porque me enfrenté al frío y a la oscuridad, me busqué en la penumbra de mi alma y en el pesado vaho inmundo de esa tumba subterránea. Me abracé fuerte y me saqué de ahí. Y los acordes de Piazzolla, que a lo lejos me acompañan, hoy no son tan tristes, hoy no cortan tanto mi respiración.

II

El cuerpo

Juraba que lo vio arrastrar un cuerpo. Sabrina estaba temblando en la cama, ni siquiera se había quitado la ropa, estaba hecha una bolita, tomaba sus piernas y se mecía para adelante y para atrás. Era todo lo que podía hacer, estaba tan nerviosa que no tenía más nada en qué pensar que en lo que acababa de ver. Ella no salía nunca, ocupaba sus días entre la facultad y el laburo, no le gustaba salir porque le costaba seguir con su rutina al día siguiente. Vivía con su novio Sebas. Él era una persona tranquila, como ella, ambos estudiaban, él ya estaba a punto de recibirse, le quedaban un par de finales y la tesis. Hacía unos meses que convivían, pero un par de años que eran novios. Vivían en un lugar, que hasta ese momento habían considerado tranquilo y seguro. Con el apoyo económico de ambas familias más sus ahorros pudieron acceder a una hermosa casa. Uno siempre se imagina empezar así, es como el ideal, ser propietarios.

Todo iba a la perfección, conocían los tiempos, ellos sabían hasta en qué año iban a decidir traer un hijo al mundo, a qué colegio lo iban a mandar, cuál sería la colonia de vacaciones elegida, entre otros detalles que no a todas las personas se les permite siquiera imaginar; menos a las mamás solteras o a los papás que engendran hijos por accidente. Pero ellos no eran de esa manera, ellos lo planeaban todo, tenían cada detalle de su vida plasmados en las pizarras de su enorme heladera de acero inoxidable. Hasta ese día, hasta ese fatídico día en donde las cosas se salieron de control. Habrían pasado unas tres horas, el sol ya se colaba por las persianas a medio subir. Sebas le insistió a Sabry que hagan sus quehaceres como siempre para no levantar sospechas; el vecino podría interpretar que ella lo vio, que en realidad no estaba tan borracha como fingió estarlo: él debía cerciorarse de cuánto es lo que había visto la joven; ella se mantenía inmóvil. Ella odiaba haber sido espontánea una vez en su vida, se odiaba por haber roto su rutina, por haberse salido del protocolo, y ahora estaba pagando las terribles consecuencias.

Cuando entró en conciencia, entendió que lo que le decía Sebas tenía lógica y se fue a tomar un baño, seguido de una siesta larga, para reponerse del shock; pero ese día, como nunca, rompió la rutina, no pudo ir a trabajar, su novio ya se había ido, no avisaron en el trabajo que iba a faltar, no lo tenían programado. Toda la mañana la casa se mantuvo en silencio, como siempre; pero a la tarde ocurrió la primera cosa inusual, Mery, la amiga y compañera de trabajo de Sabry, se colgó del timbre por un buen rato, al ver que nadie le contestaba sus llamados y que no supieron los motivos de la ausencia de Sabrina en el trabajo. Traía una bandeja de sushis de los preferidos de su amiga, y dos Speeds; eso siempre curaba todos los males. Sabry se sobresaltó, no entendía nada, el corazón parecía salirse de su pecho y las extremidades le temblaban, no conseguía estabilizarse para ir a atender el timbre, todavía estaba dormida. Hasta que se calmó al escuchar la voz de su amiga gritándole “Sabry, nena, abrime. ¿Estás bien? ¡No fuiste a laburar!, no respondés mis llamadas, me preocupás”. Y remata la frase con un soso “traje sushi bebé”.

Sabry abre la puerta y la mira descolocada, Mery abre grande sus ojos y ladea la cabeza como un cachorro queriendo interpretar algo de lo que estaba pasando. Sabrina simplemente la tomó del brazo y la arrastró hacia adentro de la casa. El vecino ya habría escuchado semejante escándalo. Al entrar, aún con la puerta abierta Mery grita “Ay nena, pensé que te habían descuartizado o algo así”, típicas frases exageradas de Mery, la nena del country. Se cierra la puerta con un gran estruendo para rematarla: hasta ese momento, todo se estaba saliendo de control. Sabrina decidió no comentarle nada a Mery, ella sería incapaz de manejar semejante situación, la traicionarían los nervios y haría cosas realmente ridículas, como ponerse pañuelos en la cabeza para entrar y salir de la casa de su amiga, y hacerlo corriendo. Ella era la mejor, pero no para todo.

Cada persona tiene su rol en esta vida, Mery era la mejor preparando bebidas anti resaca, que es lo primero que hizo cuando vio a su amiga en semejante estado; interpretó en seguida que era producto de los tragos de la noche anterior, y Sabry dejó que creyera eso. Comieron, bebieron algo y adelantaron unos capítulos de su serie, Mery logró, por un rato, devolverle la vida que hasta la madrugada anterior tenía: fue muy feliz y agradeció tener a la flaca en su vida. La miró reírse y bailarle al espejo y entendió muchas cosas que hasta ese momento no podía: celebró su amistad en silencio y dejó que una lágrima se le escapara, acompañada por una genuina sonrisa a media, de las más reales que había experimentado hasta ese momento, en sus veinticuatro años de vida. Se sumó al baile de la otra, se rieron y se dejó ir como en la secu.