La Celestina - Fernando de Rojas - E-Book

La Celestina E-Book

Fernando de Rojas

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Beschreibung

"La Celestina", atribuida casi en su totalidad al bachiller Fernando de Rojas, es el nombre con el que se conoce desde el siglo XVI a la obra titulada primero  Comedia de Calisto y Melibea y después  Tragicomedia de Calisto y Melibea.
Sus logros estéticos y artísticos, la caracterización psicológica de los personajes —especialmente la tercera, Celestina, cuyo antecedente original se encuentra en Ovidio—, la novedad artística con respecto a la comedia humanística, en la que parece inspirarse, y la falta de antecedentes y de continuadores a su altura en la literatura occidental, han hecho de "La Celestina" una de las obras cumbre de la literatura española y universal.

La obra comienza cuando Calisto ve casualmente a Melibea en el huerto de su casa, donde ha entrado a buscar un halcón suyo, pidiéndole su amor. Ésta lo rechaza, pero ya es tarde, ha caído violentamente enamorado de Melibea.
La loca pasión por Melibea ,hija de un rico mercader, lleva al joven Calisto a romper todas las barreras y a aliarse con una vieja alcahueta, la Celestina. Desde el momento en que entra en escena, Celestina avasalla toda la obra hasta convertirse en un personaje literario de fama universal.

Escrita entre 1499 y 1502, "La Celestina" es una de las obras más leídas y comentadas de la literatura española. Escrita enteramente a manera de diálogo, se considera que esta marca el final de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento en la literatura española. Por su forma se le considera una novela y al mismo tiempo una obra de teatro. 
Sin duda, es la obra más relevante de la literatura española en el siglo XV.

 

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Tabla de contenidos

LA CELESTINA

Prólogo

Personajes

Aucto primero

El segundo aucto

El tercer aucto

El quarto aucto

El quinto aucto

El sesto aucto

El sétimo aucto

El octauo aucto

El noueno aucto

El décimo aucto

El onzeno aucto

El dozeno aucto

El trezeno aucto

El quatorzeno aucto

El décimoquinto aucto

El decimosesto aucto

El décimo séptimo aucto

El décimo octuauo aucto

El décimonono aucto

El veynteno aucto

El veynte e vn aucto

Concluye el autor

Alonso de Proaza corrector de la impresión, al lector

LA CELESTINA

Fernando de Rojas

Prólogo

Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla, dize aquel gran sabio Eráclito en este modo: «Omnia secundum litem fiunt». Sentencia a mi ver digna de perpetua y recordable memoria. E como sea cierto que toda palabra del hombre sciente está preñada, desta se puede dezir que de muy hinchada y llena quiere rebentar, echando de sí tan crescidos ramos y hojas, que del menor pimpollo se sacaría harto fruto entre personas discretas. Pero como mi pobre saber no baste a mas de roer sus secas cortezas de los dichos de aquellos, que por claror de sus ingenios merescieron ser aprouados, con lo poco que de allí alcançare, satisfaré al propósito deste perbreue prólogo. Hallé esta sentencia corroborada por aquel gran orador e poeta laureado, Francisco Petrarcha, diziendo: « Sine lite atque offensione nihil genuit natura parens»: Sin lid e offensión ninguna cosa engendró la natura, madre de todo. Dize más adelante: « Sic est enim, et sic propemodum universa testantur: rapido stellæ obviant firmamento; contraria inuicem elementa confligunt; terræ tremunt; maria fluctuant; aer quatitur; crepant flammæ; bellum immortale venti gerunt; tempora temporibus concertant; secum singula nobiscum omnia». Que quiere dezir: «En verdad assí es, e assí todas las cosas desto dan testimonio: las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo; los aduersos elementos vnos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el ayre se sacude, suenan las llamas, los vientos entre si traen perpetua guerra, los tiempos con tiempos contienden e litigan entre si, vno a vno e todos contra nosotros». El verano vemos que nos aquexa con calor demasiado, el inuierno con frío y aspereza: assí que esto nos paresce reuolución temporal, esto con que nos sostenemos, esto con que nos criamos e biuimos, si comiença a ensoberuecerse más de lo acostumbrado, no es sino guerra. E quanto se ha de temer, manifiéstase por los grandes terromotos e toruellinos, por los naufragios y encendios, assí celestiales como terrenales; por la fuerça de los aguaduchos, por aquel bramar de truenos, por aquel temeroso ímpetu de rayos, aquellos cursos e recursos de las nuues, de cuyos abiertos mouimientos, para saber la secreta causa de que proceden, no es menor la dissension de los filósofos en las escuelas, que de las ondas en la mar.

Pues entre los animales ningún género carece de guerra: pesces, fieras, aues, serpientes, de lo qual todo, vna especie a otra persigue. El león al lobo, el lobo la cabra, el perro la liebre e, si no paresciesse conseja de tras el fuego, yo llegaría más al cabo esta cuenta. El elefante, animal tan poderoso e fuerte, se espanta e huye de la vista de vn suziuelo ratón, e avn de solo oyrle toma gran temor. Entre las serpientes el basilisco crió la natura tan ponçoñoso e conquistador de todas las otras, que con su siluo las asombra e con su venida las ahuyenta e disparze, con su vista las mata. La bíuora, reptilia o serpiente enconada, al tiempo del concebir, por la boca de la hembra metida la cabeça del macho y ella con el gran dulçor apriétale tanto que le mata e, quedando preñada, el primer hijo rompe las yjares de la madre, por do todos salen y ella muerta queda y él quasi como vengador de la paterna muerte. ¿Qué mayor lid, qué mayor conquista ni guerra que engendrar en su cuerpo quien coma sus entrañas?

Pues no menos dissensiones naturales creemos auer en los pescados; pues es cosa cierta gozar la mar de tantas formas de pesces, quantas la tierra y el ayre cría de aues e animalias e muchas más. Aristótiles e Plinio cuentan marauillas de un pequeño pece llamado Echeneis, quanto sea apta su propriedad para diuersos géneros de lides. Especialmente tiene vna, que si llega a vna nao o carraca, la detiene, que no se puede menear, avnque vaya muy rezio por las aguas; de lo qual haze Lucano mención, diziendo:

Non puppim retinens, Euro tendente rudentes,

In mediis Echeneis aquis.

«No falta allí el pece dicho Echeneis, que detiene las fustas, quando el viento Euro estiende las cuerdas en medio de la mar». ¡O natural contienda, digna de admiración; poder más vn pequeño pece que vn gran nauío con toda su fuerça de los vientos!

Pues si discurrimos por las aues e por sus menudas enemistades, bien affirmaremos ser todas las cosas criadas a manera de contienda. Las más biuen de rapina, como halcones e águilas e gauilanes. Hasta los grosseros milanos insultan dentro en nuestras moradas los domésticos pollos e debaxo las alas de sus madres los vienen a caçar. De vna aue llamada rocho, que nace en el índico mar de Oriente, se dize ser de grandeza jamás oyda e que lleva sobre su pico fasta las nuues, no solo vn hombre o diez, pero vn nauío cargado de todas sus xarcias e gente. E como los míseros navegantes estén assí suspensos en el ayre, con el meneo de su buelo caen e reciben crueles muertes.

¿Pues qué diremos entre los hombres a quien todo lo sobredicho es subjeto? ¿Quién explanará sus guerras, sus enemistades, sus embidias, sus aceleramientos e mouimientos e descontentamientos? ¿Aquel mudar de trajes, aquel derribar e renouar edificios, e otros muchos affectos diuersos e variedades que desta nuestra flaca humanidad nos prouienen?

E pues es antigua querella e uisitada de largos tiempos, no quiero marauillarme si esta presente obra ha seydo instrumento de lid o contienda a sus lectores para ponerlos en differencias, dando cada vno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad. Unos dezían que era prolixa, otros breue, otros agradable, otros escura; de manera que cortarla a medida de tantas e tan differentes condiciones a solo Dios pertenesce. Mayormente pues ella con todas las otras cosas que al mundo son, van debaxo de la vandera desta notable sentencia: «Que avn la mesma vida de los hombres, si bien lo miramos, desde la primera edad hasta que blanquean las canas, es batalla». Los niños con los juegos, los moços con las letras, los mancebos con los deleytes, los viejos con mill especies de enfermedades pelean y estos papeles con todas las edades. La primera los borra e rompe, la segunda no los sabe bien leer, la tercera, que es la alegre juventud y mancebía, discorda. Vnos les roen los huessos que no tienen virtud, que es la hystoria toda junta, no aprouechándose de las particularidades, haziéndola cuenta de camino; otros pican los donayres y refranes comunes, loándolos con toda atención, dexando passar por alto lo que haze más al caso e vtilidad suya. Pero aquellos para cuyo verdadero plazer es todo, desechan el cuento de la hystoria para contar, coligen la suma para su prouecho, ríen lo donoso, las sentencias e dichos de philosophos guardan en su memoria para trasponer en lugares conuenibles a sus autos e propósitos. Assí que quando diez personas se juntaren a oyr esta comedia, en quien quepa esta differencia de condiciones, como suele acaescer, ¿quién negará que aya contienda en cosa que de tantas maneras se entienda? Que avn los impressores han dado sus punturas, poniendo rúbricas o sumarios al principio de cada aucto, narrando en breue lo que dentro contenía: vna cosa bien escusada según lo que los antiguos scriptores vsaron. Otros han litigado sobre el nombre, diziendo que no se auía de llamar comedia, pues acabaua en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer auctor quiso darle denominación del principio, que fue plazer, e llamóla comedia. Yo viendo estas discordias, entre estos extremos partí agora por medio la porfía, e llaméla tragicomedia. Assí que viendo estas contiendas, estos dissonos e varios juyzios, miré a donde la mayor parte acostaua, e hallé que querían que se alargasse en el processo de su deleyte destos amantes, sobre lo qual fuy muy importunado; de manera que acordé, avnque contra mi voluntad, meter segunda vez la pluma en tan estraña lauor e tan agena de mi facultad, hurtando algunos ratos a mi principal estudio, con otras horas destinadas para recreación, puesto que no han de faltar nueuos detractores a la nueua adición.

Síguese la comedia o tragicomedia de Calisto y Melibea, compuesta en reprehensión de los locos enamorados, que, vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman e dizen ser su dios. Assí mesmo fecha en auiso de los engaños de las alcahuetas e malos e lisonjeros siruientes.

Argumento de toda la obra

Calisto fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda criança, dotado de muchas gracias, de estado mediano. Fue preso en el amor de Melibea, muger moça, muy generosa, de alta y sereníssima sangre, sublimada en próspero estado, vna sola heredera a su padre Pleberio, y de su madre Alisa muy amada. Por solicitud del pungido Calisto, vencido el casto propósito della (entreueniendo Celestina, mala y astuta muger, con dos seruientes del vencido Calisto, engañados e por esta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleyte), vinieron los amantes e los que les ministraron, en amargo y desastrado fin. Para comienço de lo cual dispuso el aduersa fortuna lugar oportuno, donde a la presencia de Calisto se presentó la desseada Melibea.

Personajes

Introdúcense en esta tragicomedia las personas siguientes:

C ALISTO, mancebo enamorado.

P LEBERIO, padre de M ELIBEA.

A LISA, madre de M ELIBEA.

C ELESTINA, alcahueta.

P ÁRMENO, criado de C ALISTO.

S EMPRONIO, criado de C ALISTO.

T RISTÁN, criado de C ALISTO.

S OSIA, criado de C ALISTO.

C RITO, putañero.

L UCRECIA, criada de P LEBERIO.

E LICIA, ramera.

A REUSA, ramera.

C ENTURIO, rofián.

Aucto primero

A RGUMENTO DEL PRIMER AUTO DESTA COMEDIA:

Entrando Calisto en una huerta empós de un falcón suyo, halló y a Melibea, de cuyo amor preso, començole de hablar. De la qual rigorosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado. Habló con vn criado suyo llamado Sempronio, el qual, después de muchas razones, le endereçó a vna vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mesmo criado vna enamorada llamada Elicia. La qual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito, al qual escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno. El qual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conoscido de Celestina, la qual mucho le dize de los fechos e conoscimiento de su madre, induziéndole a amor e concordia de Sempronio.

P ÁRMENO, C ALISTO, M ELIBEA, S EMPRONIO, C ELESTINA, E LICIA, C RITO.

C ALISTO.— En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

M ELIBEA.— ¿En qué, Calisto?

C ALISTO.— En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse e facer a mí inmérito tanta merced que verte alcançasse e en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda encomparablemente es mayor tal galardón, que el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, que por este lugar alcançar tengo yo a Dios offrescido, ni otro poder mi voluntad humana puede conplir. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como agora el mío? Por cierto los gloriosos sanctos, que se deleytan en la visión diuina, no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo. Más ¡o triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturança e yo misto me alegro con recelo del esquiuo tormento, que tu absencia me ha de causar.

M ELIBEA.— ¿Por grand premio tienes esto, Calisto?

C ALISTO.— Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta felicidad.

M ELIBEA.— Pues avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.

C ALISTO.— ¡O bienauenturadas orejas mías, que indignamente tan gran palabra haueys oydo!

M ELIBEA.— Más desauenturadas de que me acabes de oyr Porque la paga será tan fiera, qual meresce tu loco atreuimiento. E el intento de tus palabras, Calisto, ha seydo de ingenio de tal hombre como tú, hauer de salir para se perder en la virtud de tal muger como yo. ¡Vete!, ¡vete de ay, torpe! Que no puede mi paciencia tollerar que aya subido en coraçón humano comigo el ylícito amor comunicar su deleyte.

C ALISTO.— Yré como aquel contra quien solamente la aduersa fortuna pone su estudio con odio cruel.

C ALISTO.— ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

S EMPRONIO.— Aquí soy, señor, curando destos cauallos.

C ALISTO.— Pues, ¿cómo sales de la sala?

S EMPRONIO.— Abatiose el girifalte e vínele a endereçar en el alcándara.

C ALISTO.— ¡Assí los diablos te ganen! ¡Assí por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intollerable tormento consigas, el qual en grado incomparablemente a la penosa e desastrada muerte, que espero, traspassa! ¡Anda, anda, maluado! Abre la cámara e endereça la cama.

S EMPRONIO.— Señor, luego hecho es.

C ALISTO.— Cierra la ventana e dexa la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡O bienauenturada muerte aquella, que desseada a los afligidos viene! ¡O si viniéssedes agora, Hipócrates e Galeno, médicos!, ¿sentiríades mi mal? ¡O piedad de silencio, inspira en el Plebérico coraçón, porque sin esperança de salud no embíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo e de la desdichada Tisbe!

S EMPRONIO.— ¿Qué cosa es?

C ALISTO.— ¡Vete de ay! No me fables; sino, quiçá ante del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán tu arrebatado fin.

S EMPRONIO.— Yré, pues solo quieres padecer tu mal.

C ALISTO.— ¡Ve con el diablo!

S EMPRONIO.— No creo, según pienso, yr comigo el que contigo queda. ¡O desuentura! ¡O súbito mal! ¿Quál fue tan contrario acontescimiento, que assí tan presto robó el alegría deste hombre e, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he solo o entraré alla? Si le dexo, matarse ha; si entro alla, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que muera aquel, a quien es enojosa la vida, que no yo, que huelgo con ella. Avnque por al no desseasse viuir, sino por ver mi Elicia, me deuría guardar de peligros. Pero, si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas, puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dexar vn poco desbraue, madure: que oydo he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque mas se enconan. Esté vn poco. Dexemos llorar al que dolor tiene. Que las lágrimas e sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido. E avn, si delante me tiene, más comigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reuerberar. La vista, a quien objeto no se antepone, cansa. E quando aquel es cerca, agúzase. Por esso quiérome sofrir vn poco. Si entretanto se matare, muera. Quiçá con algo me quedaré que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Avnque malo es esperar salud en muerte agena. E quiçá me engaña el diablo. E si muere, matarme han e yrán allá la soga e el calderón. Por otra parte dizen los sabios que es grande descanso a los affligidos tener con quien puedan sus cuytas llorar e que la llaga interior más empece. Pues en estos estremos, en que estoy perplexo, lo más sano es entrar e sofrirle e consolarle. Porque, si possible es sanar sin arte ni aparejo, mas ligero es guarescer por arte e por cura.

C ALISTO.— Sempronio.

S EMPRONIO.— Señor.

C ALISTO.— Dame acá el laúd.

S EMPRONIO.— Señor, vesle aquí.

C ALISTO

¿Qual dolor puede ser tal

que se yguale con mi mal?

S EMPRONIO.— Destemplado está esse laúd.

C ALISTO.— ¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel, que consigo está tan discorde? ¿Aquél en quien la voluntad a la razón no obedece? ¿Quién tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a vna causa? Pero tañe e canta la más triste canción, que sepas.

S EMPRONIO:

Mira Nero de Tarpeya

a Roma cómo se ardía:

gritos dan niños e viejos

e el de nada se dolía.

C ALISTO.— Mayor es mi fuego e menor la piedad de quien agora digo.

S EMPRONIO.— No me engaño yo, que loco está este mi amo.

C ALISTO.— ¿Qué estás murmurando, Sempronio?

S EMPRONIO.— No digo nada.

C ALISTO.— Di lo que dizes, no temas.

S EMPRONIO.— Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego, que atormenta vn viuo, que el que quemó tal cibdad e tanta multitud de gente?

C ALISTO.— ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años, que la que en vn día passa, y mayor la que mata vn ánima, que la que quema cient mill cuerpos. Como de la aparencia a la existencia, como de lo viuo a lo pintado, como de la sombra a lo real, tanta diferencia ay del fuego, que dizes, al que me quema. Por cierto, si el del purgatorio es tal, más querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos animales, que por medio de aquel yr a la gloria de los sanctos.

S EMPRONIO.— ¡Algo es lo que digo! ¡A más ha de yr este hecho! No basta loco, sino ereje.

C ALISTO.— ¿No te digo que fables alto, quando fablares? ¿Qué dizes?

S EMPRONIO.— Digo que nunca Dios quiera tal; que es especie de heregía lo que agora dixiste.

C ALISTO.— ¿Por qué?

S EMPRONIO.— Porque lo que dizes contradize la cristiana religión.

C ALISTO.— ¿Qué a mí?

S EMPRONIO.— ¿Tú no eres cristiano?

C ALISTO.— ¿Yo? Melibeo so e a Melibea adoro e en Melibea creo e a Melibea amo.

S EMPRONIO.— Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el coraçón de mi amo, que por la boca le sale a borbollones. No es más menester. Bien sé de qué pie coxqueas. Yo te sanaré.

C ALISTO.— Increyble cosa prometes.

S EMPRONIO.— Antes fácil. Que el comienço de la salud es conoscer hombre la dolencia del enfermo.

C ALISTO.— ¿Quál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?

S EMPRONIO.— ¡Ha!, ¡ha!, ¡ha! ¿Esto es el fuego de Calisto? ¿Éstas son sus congoxas? ¡Como si solamente el amor contra él asestara sus tiros! ¡O soberano Dios, quán altos son tus misterios! ¡Quánta premia pusiste en el amor, que es necessaria turbación en el amante! Su límite posiste por marauilla. Paresce al amante que atrás queda. Todos passan, todos rompen, pungidos e esgarrochados como ligeros toros. Sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la muger dexar el padre e la madre; agora no solo aquello, mas a ti e a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del qual no me marauillo, pues los sabios, los santos, los profetas por él te oluidaron.

C ALISTO.— Sempronio.

S EMPRONIO.— Señor.

C ALISTO.— No me dexes.

S EMPRONIO.— De otro temple está esta gayta.

C ALISTO.— ¿Qué te paresce de mi mal?

S EMPRONIO.— Que amas a Melibea.

C ALISTO.— ¿E no otra cosa?

S EMPRONIO.— Harto mal es tener la voluntad en vn solo lugar catiua.

C ALISTO.— Poco sabes de firmeza.

S EMPRONIO.— La perseuerancia en el mal no es constancia; mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamalda como quisiérdes.

C ALISTO.— Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.

S EMPRONIO.— Haz tú lo que bien digo e no lo que mal hago.

C ALISTO.— ¿Qué me reprobas?

S EMPRONIO.— Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca muger.

C ALISTO.— ¿Muger? ¡O grossero! ¡Dios, Dios!

S EMPRONIO.— ¿E assí lo crees? ¿O burlas?

C ALISTO.— ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confiesso e no creo que ay otro soberano en el cielo; avnque entre nosotros mora.

S EMPRONIO.— ¡Ha!, ¡ah!, ¡ah! ¿Oystes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?

C ALISTO.— ¿De qué te ríes?

S EMPRONIO.— Ríome, que no pensaua que hauía peor inuención de pecado que en Sodoma.

C ALISTO.— ¿Cómo?

S EMPRONIO.— Porque aquellos procuraron abominable vso con los ángeles no conocidos e tú con el que confiessas ser Dios.

C ALISTO.— ¡Maldito seas!, que fecho me has reyr, lo que no pensé ogaño.

S EMPRONIO.— ¿Pues qué?, ¿toda tu vida auías de llorar?

C ALISTO.— Sí.

S EMPRONIO.— ¿Por qué?

C ALISTO.— Porque amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcançar.

S EMPRONIO.— ¡O pusilánimo! ¡O fideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alexandre, los quales no solo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!

C ALISTO.— No te oy bien esso que dixiste. Torna, dilo, no procedas.

S EMPRONIO.— Dixe que tú, que tienes mas coraçón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcançar vna muger, muchas de las quales en grandes estados constituydas se sometieron a los pechos e resollos de viles azemileros e otras a brutos animales. ¿No has leydo de Pasife con el toro, de Minerua con el can?

C ALISTO.— No lo creo; hablillas son.

S EMPRONIO.— Lo de tu abuela con el ximio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.

C ALISTO.— ¡Maldito sea este necio! ¡E qué porradas dize!

S EMPRONIO.— ¿Escociote? Lee los ystoriales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles e malos exemplos e de las caydas que leuaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dize que las mugeres e el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca e verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos e moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho e lo que dellas dixere no te contezca error de tomarlo en común. Que muchas houo e ay sanctas e virtuosas e notables, cuya resplandesciente corona quita el general vituperio. Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liuiandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su oluido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su reboluer, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberuia, su subjeción, su parlería, su golosina, su luxuria e suziedad, su miedo, su atreuemiento, sus hechizerías, sus embaymientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüença, su alcahuetería? Considera, ¡qué sesito está debaxo de aquellas grandes e delgadas tocas! ¡Qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas e autorizantes ropas! ¡Qué imperfición, qué aluañares debaxo de templos pintados! Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeça de pecado, destruyción de parayso. ¿No has rezado en la festiuidad de Sant Juan, do dize: Las mugeres e el vino hazen los hombres renegar; do dize: Ésta es la muger, antigua malicia que a Adán echó de los deleytes de parayso; esta el linaje humano metió en el infierno; a esta menospreció Helías propheta &c.?

C ALISTO.— Di pues, esse Adán, esse Salomón, esse Dauid, esse Aristóteles, esse Vergilio, essos que dizes, ¿cómo se sometieron a ellas? ¿Soy más que ellos?

S EMPRONIO.— A los que las vencieron querría que remedasses, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes que facen? Cosa, que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor comiençan el ofrescimiento, que de sí quieren hazer. A los que meten por los agujeros denuestan en la calle. Combidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga, ensáñanse presto, apacíguanse luego. Quieren que adeuinen lo que quieren. ¡O qué plaga! ¡O qué enojo! ¡O qué fastío es conferir con ellas, más de aquel breue tiempo, que son aparejadas a deleyte!

C ALISTO.— ¡Ve! Mientra más me dizes e más inconuenientes me pones, más la quiero. No sé qué s’ es.

S EMPRONIO.— No es este juyzio para moços, según veo, que no se saben a razón someter, no se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

C ALISTO.— ¿E tú qué sabes?, ¿quién te mostró esto?

S EMPRONIO.— ¿Quién? Ellas. Que, desque se descubren, assí pierden la vergüença, que todo esto e avn más a los hombres manifiestan. Ponte pues en la medida de honrra, piensa ser más digno de lo que te reputas. Que cierto, peor estremo es dexarse hombre caer de su merescimiento, que ponerse en más alto lugar que deue.

C ALISTO.— Pues, ¿quién yo para esso?

S EMPRONIO.— ¿Quién? Lo primero eres hombre e de claro ingenio. E más, a quien la natura dotó de los mejores bienes que tuuo, conuiene a saber, fermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza. E allende desto, fortuna medianamente partió contigo lo suyo en tal quantidad, que los bienes, que tienes de dentro, con los de fuera resplandescen. Porque sin los bienes de fuera, de los quales la fortuna es señora, a ninguno acaece en esta vida ser bienauenturado. E más, a constelación de todos eres amado.

C ALISTO.— Pero no de Melibea. E en todo lo que me as gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se auentaja Melibea. Mira la nobleza e antigüedad de su linaje, el grandíssimo patrimonio, el excelentíssimo ingenio, las resplandescientes virtudes, la altitud e enefable gracia, la soberana hermosura, de la qual te ruego me dexes hablar vn poco, porque aya algún refrigerio. E lo que te dixere será de lo descubierto; que, si de lo occulto yo hablarte supiera, no nos fuera necessario altercar tan miserablemente estas razones.

S EMPRONIO.— ¡Qué mentiras e qué locuras dirá agora este cautiuo de mi amo!

C ALISTO.— ¿Cómo es eso?

S EMPRONIO.— Dixe que digas, que muy gran plazer hauré de lo oyr. ¡Assí te medre Dios, como me será agradable esse sermón!

C ALISTO.— ¿Qué?

S EMPRONIO.— Que ¡assí me medre Dios, como me será gracioso de oyr!

C ALISTO.— Pues porque ayas plazer, yo lo figuraré por partes mucho por estenso.

S EMPRONIO.— ¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andaua. De passarse haurá ya esta importunidad.

C ALISTO.— Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado, que hilan en Arabia? Más lindos son e no resplandescen menos. Su longura hasta el postrero assiento de sus pies; después crinados e atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para conuertir los hombres en piedras.

S EMPRONIO.— ¡Más en asnos!

C ALISTO.— ¿Qué dizes?

S EMPRONIO.— Dixe que essos tales no serían cerdas de asno.

C ALISTO.— ¡Veed qué torpe e qué comparación!

S EMPRONIO.— ¿Tú cuerdo?

C ALISTO.— Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas e alçadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos e blancos; los labrios colorados e grosezuelos; el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho alto; la redondez e forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre quando las mira! La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieue; la color mezclada, qual ella la escogió para sí.

S EMPRONIO.— ¡En sus treze está este necio!

C ALISTO.— Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las vñas en ellos largas e coloradas, que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que veer yo no pude, no sin duda por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor, que la que Paris juzgó entre las tres Deesas.

S EMPRONIO.— ¿Has dicho?

C ALISTO.— Quan breuemente pude.

S EMPRONIO.— Puesto que sea todo esso verdad, por ser tú hombre eres más digno.

C ALISTO.— ¿En qué?

S EMPRONIO.— En que ella es imperfecta, por el qual defeto desea e apetece a ti e a otro menor que tú. ¿No as leydo el filósofo, do dize: Assí como la materia apetece a la forma, así la muger al varón?

C ALISTO.— ¡O triste, e quando veré yo esso entre mí e Melibea!

S EMPRONIO.— Possible es. E avnque la aborrezcas, cuanto agora la amas, podrá ser alcançándola e viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.

C ALISTO.— ¿Con qué ojos?

S EMPRONIO.— Con ojos claros.

C ALISTO.— E agora, ¿con qué la veo?

S EMPRONIO.— Con ojos de alinde, con que lo poco parece mucho e lo pequeño grande. E porque no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de complir tu desseo.

C ALISTO.— ¡O! ¡Dios te dé lo que desseas! ¡Qué glorioso me es oyrte; avnque no espero que lo has de hazer!

S EMPRONIO.— Antes lo haré cierto.

C ALISTO.— Dios te consuele. El jubón de brocado, que ayer vestí, Sempronio, vistétele tú.

S EMPRONIO.— Prospérete Dios por este e por muchos más, que me darás. De la burla yo me lleuo lo mejor. Con todo, si destos aguijones me da, traérgela he hasta la cama. ¡Bueno ando! Házelo esto, que me dio mi amo; que, sin merced, impossible es obrarse bien ninguna cosa.

C ALISTO.— No seas agora negligente.

S EMPRONIO.— No lo seas tú, que impossible es fazer sieruo diligente el amo perezoso.

C ALISTO.— ¿Cómo has pensado de fazer esta piedad?

S EMPRONIO.— Yo te lo diré. Días ha grandes que conosco en fin desta vezindad vna vieja barbuda, que se dize Celestina, hechicera, astuta, sagaz en quantas maldades ay. Entiendo que passan de cinco mill virgos los que se han hecho e deshecho por su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria, si quiere.

C ALISTO.— ¿Podríala yo fablar?

S EMPRONIO.— Yo te la traeré hasta acá. Por esso, aparéjate, seyle gracioso, seyle franco. Estudia, mientra vo yo, de le dezir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.

C ALISTO.— ¿Y tardas?

S EMPRONIO.— Ya voy. Quede Dios contigo.

C ALISTO.— E contigo vaya. ¡O todopoderoso, perdurable Dios! Tú, que guías los perdidos e los reyes orientales por el estrella precedente a Belén truxiste e en su patria los reduxiste, humilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que conuierta mi pena e tristeza en gozo e yo indigno merezca venir en el deseado fin.

C ELESTINA.— ¡Albricias!, ¡albricias! Elicia. ¡Sempronio! ¡Sempronio!

E LICIA.— ¡Ce!, ¡ce!, ¡ce!

C ELESTINA.— ¿Por qué?

E LICIA.— Porque está aquí Crito.

C ELESTINA.— ¡Mételo en la camarilla de las escobas! ¡Presto! Dile que viene tu primo e mi familiar.

E LICIA.— Crito, retráete ay. Mi primo viene. ¡Perdida soy!

C RITO.— Plázeme. No te congoxes.

S EMPRONIO.— ¡Madre bendita! ¡Qué desseo traygo! ¡Gracias a Dios, que te me dexó ver!

C ELESTINA.— ¡Fijo mío!, ¡rey mío!, turbado me has. No te puedo fablar. Torna e dame otro abraço. ¿E tres días podiste estar sin vernos? ¡Elicia! ¡Elicia! ¡Cátale aquí!

E LICIA.— ¿A quién, madre?

C ELESTINA.— A Sempronio.

E LICIA.— ¡Ay triste! ¡Qué saltos me da el coraçón! ¿Es qué es dél?

C ELESTINA.— Vesle aquí, vesle. Yo me le abraçaré; que no tú.

E LICIA.— ¡Ay! ¡Maldito seas, traydor! Postema e landre te mate e a manos de tus enemigos mueras e por crímines dignos de cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas. ¡Ay, ay!

S EMPRONIO.— ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¿Qué has, mi Elicia? ¿De qué te congoxas?

E LICIA.— Tres días ha que no me ves. ¡Nunca Dios te vea, nunca Dios te consuele ni visite! ¡Guay de la triste, que en ti tiene su esperança e el fin de todo su bien!

S EMPRONIO.— ¡Calla, señora mía! ¿Tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable amor, el fuego, que está en mi coraçón? Do yo vó, comigo vas, comigo estás. No te aflijas ni me atormentes más de lo que yo he padecido. Mas di, ¿qué passos suenan arriba?

E LICIA.— ¿Quién? Vn mi enamorado.

S EMPRONIO.— Pues créolo.

E LICIA.— ¡Alahé!, verdad es. Sube allá e verle has.

S EMPRONIO.— Voy.

C ELESTINA.— ¡Anda acá! Dexa essa loca, que ella es liuiana e, turbada de tu absencia, sácasla agora de seso. Dirá mill locuras. Ven e fablemos. No dexemos passar el tiempo en balde.

S EMPRONIO.— Pues, ¿quién está arriba?

C ELESTINA.— ¿Quiéreslo saber?

S EMPRONIO.— Quiero.

C ELESTINA.— Vna moça, que me encomendó vn frayle.

S EMPRONIO.— ¿Qué frayle?