La Celestina - Fernando de Rojas - E-Book

La Celestina E-Book

Fernando de Rojas

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La Celestina es el nombre con el que se conoce desde el siglo XVI a la obra titulada primero Comedia de Calisto y Melibea y después Tragicomedia de Calisto y Melibea, atribuida casi en su totalidad al bachiller Fernando de Rojas. Es una obra del Prerrenacimiento escrita durante el reinado de los Reyes Católicos; su primera edición conocida es de 1499, en Burgos. Constituye una de las bases sobre las que se cimentó el nacimiento de la novela y el teatro realista modernos y ejerció una influencia poderosa, aunque soterrada, sobre la literatura española. Existen dos versiones de la obra: la Comedia (1499, 16 actos) y la Tragicomedia (1502, 21 actos). La crítica tradicional ha debatido profusamente el género literario de La Celestina, dudando si clasificarla como obra dramática o como novela. La crítica actual coincide en señalar su carácter de obra híbrida y su concepción como diálogo puro creador de un género nuevo, el género celestinesco, formado por una serie de continuaciones y obras inspiradas en ella.

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Índice de contenido
La Celestina
Fernando de Rojas
Prólogo
Argumento de toda la obra
INTRODÚCENSE EN ESTA TRAGI-COMEDIA LAS PERSONAS SIGUIENTES
Capítulo 1
ARGUMENTO DEL PRIMER AUTO DESTA COMEDIA
Capítulo 2
ARGUMENTO DEL SEGUNDO AUTO
Capítulo 3
ARGUMENTO DEL TERCER AUTO
Capítulo 4
ARGUMENTO DEL QUARTO AUTO
Capítulo 5
ARGUMENTO DEL QUINTO AUTO
Capítulo 6
ARGUMENTO DEL SESTO AUTO
Capítulo 7
ARGUMENTO DEL SÉTIMO AUTO
Capítulo 8
ARGUMENTO DEL OCTAUO AUTO
Capítulo 9
ARGUMENTO DEL NOUENO AUTO
Capítulo 10
ARGUMENTO DEL DÉCIMO AUTO
Capítulo 11
ARGUMENTO DEL ONZENO AUTO
Capítulo 12
ARGUMENTO DEL DOZENO AUTO
Capítulo 13
ARGUMENTO DEL TREZENO AUTO
Capítulo 14
ARGUMENTO DEL QUATORZENO AUTO
Capítulo 15
ARGUMENTO DEL DÉCIMOQUINTO AUCTO
Capítulo 16
ARGUMENTO DEL DECIMOSESTO AUCTO
Capítulo 17
ARGUMENTO DEL DÉCIMO SÉPTIMO AUCTO
Capítulo 18
ARGUMENTO DEL DÉCIMO OCTAUO AUCTO
Capítulo 19
ARGUMENTO DEL DÉCIMONONO AUCTO
Capítulo 20
ARGUMENTO DEL VEYNTENO AUTO
Capítulo 21
ARGUMENTO DEL VEYNTE E VN AUTO
Concluye el autor
Alonso de Proaza corrector de la impresión

La Celestina

Fernando de Rojas

Publicado: 1499Categoría(s): Ficción, Teatro, Moderno (<1799)

Prólogo

Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla, dize aquel gran sabio Eráclito en este modo: «Omnia secundum litem fiunt.» Sentencia a mi ver digna de perpetua y recordable memoria. E como sea cierto que toda palabra del hombre sciente está preñada, desta se puede dezir que de muy hinchada y llena quiere rebentar, echando de sí tan crescidos ramos y hojas, que del menor pimpollo se sacaría harto fruto entre personas discretas. Pero como mi pobre saber no baste a mas de roer sus secas cortezas de los dichos de aquellos, que por claror de sus ingenios merescieron ser aprouados, con lo poco que de allí alcançare, satisfaré al propósito deste perbreue prólogo. Hallé esta sentencia corroborada por aquel gran orador e poeta laureado, Francisco Petrarcha, diziendo: «Sine lite atque offensione nihil genuit natura parens»: Sin lid e offensión ninguna cosa engendró la natura, madre de todo. Dize más adelante: «Sic est enim, et sic propemodum universa testantur: rapido stellæ obviant firmamento; contraria inuicem elementa confligunt; terræ tremunt; maria fluctuant; aer quatitur; crepant flammæ; bellum immortale venti gerunt; tempora temporibus concertant; secum singula nobiscum omnia». Que quiere dezir: «En verdad assí es, e assí todas las cosas desto dan testimonio: las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo; los aduersos elementos vnos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el ayre se sacude, suenan las llamas, los vientos entre si traen perpetua guerra, los tiempos con tiempos contienden e litigan entre si, vno a vno e todos contra nosotros.» El verano vemos que nos aquexa con calor demasiado, el inuierno con frío y aspereza: assí que esto nos paresce reuolución temporal, esto con que nos sostenemos, esto con que nos criamos e biuimos, si comiença a ensoberuecerse más de lo acostumbrado, no es sino guerra. E quanto se ha de temer, manifiéstase por los grandes terromotos e toruellinos, por los naufragios y encendios, assí celestiales como terrenales; por la fuerça de los aguaduchos, por aquel bramar de truenos, por aquel temeroso ímpetu de rayos, aquellos cursos e recursos de las nuues, de cuyos abiertos mouimientos, para saber la secreta causa de que proceden, no es menor la dissension de los filósofos en las escuelas, que de las ondas en la mar.

Pues entre los animales ningún género carece de guerra: pesces, fieras, aues, serpientes, de lo qual todo, vna especie a otra persigue. El león al lobo, el lobo la cabra, el perro la liebre e, si no paresciesse conseja de tras el fuego, yo llegaría más al cabo esta cuenta. El elefante, animal tan poderoso e fuerte, se espanta e huye de la vista de vn suziuelo ratón, e avn de solo oyrle toma gran temor. Entre las serpientes el basilisco crió la natura tan ponçoñoso e conquistador de todas las otras, que con su siluo las asombra e con su venida las ahuyenta e disparze, con su vista las mata. La bíuora, reptilia o serpiente enconada, al tiempo del concebir, por la boca de la hembra metida la cabeça del macho y ella con el gran dulçor apriétale tanto que le mata e, quedando preñada, el primer hijo rompe las yjares de la madre, por do todos salen y ella muerta queda y él quasi como vengador de la paterna muerte. ¿Que mayor lid, que mayor conquista ni guerra que engendrar en su cuerpo quien coma sus entrañas?

Pues no menos dissensiones naturales creemos auer en los pescados; pues es cosa cierta gozar la mar de tantas formas de pesces, quantas la tierra y el ayre cría de aues e animalias e muchas más. Aristótiles e Plinio cuentan marauillas de un pequeño pece llamado Echeneis, quanto sea apta su propriedad para diuersos géneros de lides. Especialmente tiene vna, que si llega a vna nao o carraca, la detiene, que no se puede menear, avnque vaya muy rezio por las aguas; de lo qual haze Lucano mención, diziendo:

Non puppim retinens, Euro tendente rudentes, In mediis Echeneis aquis.

«No falta allí el pece dicho Echeneis, que detiene las fustas, quando el viento Euro estiende las cuerdas en medio de la mar». ¡O natural contienda, digna de admiración; poder más vn pequeño pece que vn gran nauío con toda su fuerça de los vientos!

Pues si discurrimos por las aues e por sus menudas enemistades, bien affirmaremos ser todas las cosas criadas a manera de contienda. Las mas biuen de rapina, como halcones e águilas e gauilanes. Hasta los grosseros milanos insultan dentro en nuestras moradas los domésticos pollos e debaxo las alas de sus madres los vienen a caçar. De vna aue llamada rocho, que nace en el índico mar de Oriente, se dize ser de grandeza jamás oyda e que lleva sobre su pico fasta las nuues, no solo vn hombre o diez, pero vn nauío cargado de todas sus xarcias e gente. E como los míseros navegantes estén assí suspensos en el ayre, con el meneo de su buelo caen e reciben crueles muertes.

¿Pues qué diremos entre los hombres a quien todo lo sobredicho es subjeto? ¿Quién explanará sus guerras, sus enemistades, sus embidias, sus aceleramientos e mouimientos e descontentamientos? ¿Aquel mudar de trajes, aquel derribar e renouar edificios, e otros muchos affectos diuersos e variedades que desta nuestra flaca humanidad nos prouienen?

E pues es antigua querella e uisitada de largos tiempos, no quiero marauillarme si esta presente obra ha seydo instrumento de lid o contienda a sus lectores para ponerlos en differencias, dando cada vno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad. Unos dezían que era prolixa, otros breue, otros agradable, otros escura; de manera que cortarla a medida de tantas e tan differentes condiciones a solo Dios pertenesce. Mayormente pues ella con todas las otras cosas que al mundo son, van debaxo de la vandera desta notable sentencia: «que avn la mesma vida de los hombres, si bien lo miramos, desde la primera edad hasta que blanquean las canas, es batalla.» Los niños con los juegos, los moços con las letras, los mancebos con los deleytes, los viejos con mill especies de enfermedades pelean y estos papeles con todas las edades. La primera los borra e rompe, la segunda no los sabe bien leer, la tercera, que es la alegre juventud y mancebía, discorda. Vnos les roen los huessos que no tienen virtud, que es la hystoria toda junta, no aprouechándose de las particularidades, haziéndola cuenta de camino; otros pican los donayres y refranes comunes, loándolos con toda atención, dexando passar por alto lo que haze más al caso e vtilidad suya. Pero aquellos para cuyo verdadero plazer es todo, desechan el cuento de la hystoria para contar, coligen la suma para su prouecho, ríen lo donoso, las sentencias e dichos de philosophos guardan en su memoria para trasponer en lugares conuenibles a sus autos e propósitos. Assí que quando diez personas se juntaren a oyr esta comedia, en quien quepa esta differencia de condiciones, como suele acaescer, ¿quién negará que aya contienda en cosa que de tantas maneras se entienda? Que avn los impressores han dado sus punturas, poniendo rúbricas o sumarios al principio de cada aucto, narrando en breue lo que dentro contenía: vna cosa bien escusada según lo que los antiguos scriptores vsaron. Otros han litigado sobre el nombre, diziendo que no se auía de llamar comedia, pues acabaua en tristeza, sino que se llamase tragedia. El primer auctor quiso darle denominación del principio, que fue plazer, e llamóla comedia. Yo viendo estas discordias, entre estos extremos partí agora por medio la porfía, e llaméla tragicomedia. Assí que viendo estas contiendas, estos dissonos e varios juyzios, miré a donde la mayor parte acostaua, e hallé que querían que se alargasse en el processo de su deleyte destos amantes, sobre lo qual fuy muy importunado; de manera que acordé, avnque contra mi voluntad, meter segunda vez la pluma en tan estraña lauor e tan agena de mi facultad, hurtando algunos ratos a mi principal estudio, con otras horas destinadas para recreación, puesto que no han de faltar nueuos detractores a la nueua adición.

 

Argumento de toda la obra

SÍGUESE

LA COMEDIA O TRAGICOMEDIA DE CALISTO Y MELIBEA, COMPUESTA EN REPREHENSIÓN DE LOS LOCOS ENAMORADOS, QUE, VENCIDOS EN SU DESORDENADO APETITO, A SUS AMIGAS LLAMAN E DIZEN SER SU DIOS. ASSÍ MESMO FECHA EN AUISO DE LOS ENGAÑOS DE LAS ALCAHUETAS E MALOS E LISONJEROS SIRUIENTES.

 

 

Calisto fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda criança, dotado de muchas gracias, de estado mediano. Fue preso en el amor de Melibea, muger moça, muy generosa, de alta y sereníssima sangre, sublimada en próspero estado, vna sola heredera a su padre Pleberio, y de su madre Alisa muy amada. Por solicitud del pungido Calisto, vencido el casto propósito della (entreueniendo Celestina, mala y astuta muger, con dos seruientes del vencido Calisto, engañados e por esta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleyte), vinieron los amantes e los que les ministraron, en amargo y desastrado fin. Para comienço de lo cual dispuso el aduersa fortuna lugar oportuno, donde a la presencia de Calisto se presentó la desseada Melibea.

 

 

 

INTRODÚCENSE EN ESTA TRAGI-COMEDIA LAS PERSONAS SIGUIENTES

CALISTO, mancebo enamorado. MELIBEA, hija de PLEBERIO. PLEBERIO, padre de MELIBEA. ALISA, madre de MELIBEA. CELESTINA, alcahueta. PÁRMENO, criado de CALISTO. SEMPRONIO, criado de CALISTO. TRISTÁN, criado de CALISTO. SOSIA, criado de CALISTO. CRITO, putañero. LUCRECIA, criada de PLEBERIO. ELICIA, ramera. AREUSA, ramera. CENTURIO, rofián.

Capítulo1

 

ARGUMENTO DEL PRIMER AUTO DESTA COMEDIA

Entrando Calisto en una huerta empós de un falcón suyo, halló y a Melibea, de cuyo amor preso, començole de hablar. De la qual rigorosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado. Habló con vn criado suyo llamado Sempronio, el qual, después de muchas razones, le endereçó a vna vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mesmo criado vna enamorada llamada Elicia. La qual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito, al qual escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno. El qual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conoscido de Celestina, la qual mucho le dize de los fechos e conoscimiento de su madre, induziéndole a amor e concordia de Sempronio.

PÁRMENO, CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO.

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?

CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse e facer a mí inmérito tanta merced que verte alcançasse e en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda encomparablemente es mayor tal galardón, que el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, que por este lugar alcançar tengo yo a Dios offrescido, ni otro poder mi voluntad humana puede conplir. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como agora el mío? Por cierto los gloriosos sanctos, que se deleytan en la visión diuina, no gozan mas que yo agora en el acatamiento tuyo. Más ¡o triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturança e yo misto me alegro con recelo del esquiuo tormento, que tu absencia me ha de causar.

MELIBEA.- ¿Por grand premio tienes esto, Calisto?

CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta felicidad.

MELIBEA.- Pues avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.

CALISTO.- ¡O bienauenturadas orejas mías, que indignamente tan gran palabra haueys oydo!

MELIBEA.- Mas desauenturadas de que me acabes de oyr Porque la paga será tan fiera, qual meresce tu loco atreuimiento. E el intento de tus palabras, Calisto, ha seydo de ingenio de tal hombre como tú, hauer de salir para se perder en la virtud de tal muger como yo.¡Vete!, ¡vete de ay, torpe! Que no puede mi paciencia tollerar que aya subido en coraçón humano comigo el ylícito amor comunicar su deleyte.

CALISTO.- Yré como aquel contra quien solamente la aduersa fortuna pone su estudio con odio cruel.

CALISTO.- ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

SEMPRONIO.- Aquí soy, señor, curando destos cauallos.

CALISTO.- Pues, ¿cómo sales de la sala?

SEMPRONIO.- Abatiose el girifalte e vínele a endereçar en el alcándara.

CALISTO.- ¡Assí los diablos te ganen! ¡Assí por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intollerable tormento consigas, el qual en grado incomparablemente a la penosa e desastrada muerte, que espero, traspassa. ¡Anda, anda, maluado! Abre la cámara e endereça la cama.

SEMPRONIO.- Señor, luego hecho es.

CALISTO.- Cierra la ventana e dexa la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡O bienauenturada muerte aquella, que desseada a los afligidos viene! ¡O si viniéssedes agora, Hipócrates e Galeno, médicos, ¿sentiríades mi mal? ¡O piedad de silencio, inspira en el Plebérico coraçón, porque sin esperança de salud no embíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo e de la desdichada Tisbe!

SEMPRONIO.- ¿Qué cosa es?

CALISTO.- ¡Vete de ay! No me fables; sino, quiçá ante del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán tu arrebatado fin.

SEMPRONIO.- Yré, pues solo quieres padecer tu mal.

CALISTO.- ¡Ve con el diablo!

SEMPRONIO.- No creo, según pienso, yr comigo el que contigo queda. ¡O desuentura! ¡O súbito mal! ¿Quál fue tan contrario acontescimiento, que assí tan presto robó el alegría deste hombre e, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he solo o entraré alla? Si le dexo, matarse ha; si entro alla, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que muera aquel, a quien es enojosa la vida, que no yo, que huelgo con ella. Avnque por al no desseasse viuir, sino por ver mi Elicia, me deuría guardar de peligros. Pero, si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas, puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dexar vn poco desbraue, madure: que oydo he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque mas se enconan. Esté vn poco. Dexemos llorar al que dolor tiene. Que las lágrimas e sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido. E avn, si delante me tiene, más comigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reuerberar. La vista, a quien objeto no se antepone, cansa. E quando aquel es cerca, agúzase. Por esso quiérome sofrir vn poco. Si entretanto se matare, muera. Quiçá con algo me quedaré que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Avnque malo es esperar salud en muerte agena. E quiçá me engaña el diablo. E si muere, matarme han e yrán allá la soga e el calderón. Por otra parte dizen los sabios que es grande descanso a los affligidos tener con quien puedan sus cuytas llorar e que la llaga interior más empece. Pues en estos estremos, en que estoy perplexo, lo más sano es entrar e sofrirle e consolarle. Porque, si possible es sanar sin arte ni aparejo, mas ligero es guarescer por arte e por cura.

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- Dame acá el laúd.

SEMPRONIO.- Señor, vesle aquí.

CALISTO.- ¿Qual dolor puede ser tal que se yguale con mi mal?

SEMPRONIO.- Destemplado está esse laúd.

CALISTO.- ¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel, que consigo está tan discorde? ¿Aquel en quien la voluntad a la razón no obedece? ¿Quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a vna causa? Pero tañe e canta la más triste canción, que sepas.

SEMPRONIO Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía: gritos dan niños e viejos e el de nada se dolía.

 

CALISTO.- Mayor es mi fuego e menor la piedad de quien agora digo.

SEMPRONIO.- No me engaño yo, que loco está este mi amo.

CALISTO.- ¿Qué estás murmurando, Sempronio?

SEMPRONIO.- No digo nada.

CALISTO.- Di lo que dizes, no temas.

SEMPRONIO.- Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego, que atormenta vn viuo, que el que quemó tal cibdad e tanta multitud de gente?

CALISTO.- ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años, que la que en vn día passa, y mayor la que mata vn ánima, que la que quema cient mill cuerpos. Como de la aparencia a la existencia, como de lo viuo a lo pintado, como de la sombra a lo real, tanta diferencia ay del fuego, que dizes, al que me quema. Por cierto, si el del purgatorio es tal, mas querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos animales, que por medio de aquel yr a la gloria de los sanctos.

SEMPRONIO.- ¡Algo es lo que digo! ¡A más ha de yr este hecho! No basta loco, sino ereje.

CALISTO.- ¿No te digo que fables alto, quando fablares? ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.- Digo que nunca Dios quiera tal; que es especie de heregía lo que agora dixiste.

CALISTO.- ¿Por qué?

SEMPRONIO.- Porque lo que dizes contradize la cristiana religión.

CALISTO.- ¿Qué a mí?

SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?

CALISTO.- ¿Yo? Melibeo so e a Melibea adoro e en Melibea creo e a Melibea amo.

SEMPRONIO.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el coraçón de mi amo, que por la boca le sale a borbollones. No es más menester. Bien sé de qué pie coxqueas. Yo te sanaré.

CALISTO.- Increyble cosa prometes.

SEMPRONIO.- Antes fácil. Que el comienço de la salud es conoscer hombre la dolencia del enfermo.

CALISTO.- ¿Quál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?

SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ha!, ¡ha! ¿Esto es el fuego de Calisto? ¿Estas son sus congoxas? ¡Como si solamente el amor contra él asestara sus tiros! ¡O soberano Dios, quán altos son tus misterios! ¡Quánta premia pusiste en el amor, que es necessaria turbación en el amante! Su límite posiste por marauilla. Paresce al amante que atrás queda. Todos passan, todos rompen, pungidos e esgarrochados como ligeros toros. Sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la muger dexar el padre e la madre; agora no solo aquello, mas a ti e a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del qual no me marauillo, pues los sabios, los santos, los profetas por él te oluidaron.

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- No me dexes.

SEMPRONIO.- De otro temple está esta gayta.

CALISTO.- ¿Qué te paresce de mi mal?

SEMPRONIO.- Que amas a Melibea.

CALISTO.- ¿E no otra cosa?

SEMPRONIO.- Harto mal es tener la voluntad en vn solo lugar catiua.

CALISTO.- Poco sabes de firmeza.

SEMPRONIO.- La perseuerancia en el mal no es constancia; mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamalda como quisiérdes.

CALISTO.- Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.

SEMPRONIO.- Haz tú lo que bien digo e no lo que mal hago.

CALISTO.- ¿Qué me reprobas?

SEMPRONIO.- Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca muger.

CALISTO.- ¿Muger? ¡O grossero! ¡Dios, Dios!

SEMPRONIO.- ¿E assí lo crees? ¿O burlas?

CALISTO.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confiesso e no creo que ay otro soberano en el cielo; avnque entre nosotros mora.

SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ah!, ¡ah! ¿Oystes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?

CALISTO.- ¿De qué te ríes?

SEMPRONIO.- Ríome, que no pensaua que hauía peor inuención de pecado que en Sodoma.

CALISTO.- ¿Cómo?

SEMPRONIO.- Porque aquellos procuraron abominable vso con los ángeles no conocidos e tú con el que confiessas ser Dios.

CALISTO.- ¡Maldito seas!, que fecho me has reyr, lo que no pensé ogaño.

SEMPRONIO.- ¿Pues qué?, ¿toda tu vida auías de llorar?

CALISTO.- Sí.

SEMPRONIO.- ¿Por qué?

CALISTO.- Porque amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcançar.

SEMPRONIO.- ¡O pusilánimo! ¡O fideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alexandre, los quales no solo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!

CALISTO.- No te oy bien esso que dixiste. Torna, dilo, no procedas.

SEMPRONIO.- Dixe que tú, que tienes mas coraçón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcançar vna muger, muchas de las quales en grandes estados constituydas se sometieron a los pechos e resollos de viles azemileros e otras a brutos animales. ¿No has leydo de Pasife con el toro, de Minerua con el can?

CALISTO.- No lo creo; hablillas son.

SEMPRONIO.- Lo de tu abuela con el ximio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.

CALISTO.- ¡Maldito sea este necio! ¡E qué porradas dize!

SEMPRONIO.- ¿Escociote? Lee los ystoriales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles e malos exemplos e de las caydas que leuaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dize que las mugeres e el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca e verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos e moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho e lo que dellas dixere no te contezca error de tomarlo en común. Que muchas houo e ay sanctas e virtuosas e notables, cuya resplandesciente corona quita el general vituperio. Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liuiandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su oluido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su reboluer, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberuia, su subjeción, su parlería, su golosina, su luxuria e suziedad, su miedo, su atreuemiento, sus hechizerías, sus embaymientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüença, su alcahuetería? Considera, ¡qué sesito está debaxo de aquellas grandes e delgadas tocas! ¡Qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas e autorizantes ropas! ¡Qué imperfición, qué aluañares debaxo de templos pintados! Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeça de pecado, destruyción de parayso. ¿No has rezado en la festiuidad de Sant Juan, do dize: Las mugeres e el vino hazen los hombres renegar; do dize: Esta es la muger, antigua malicia que a Adán echó de los deleytes de parayso; esta el linaje humano metió en el infierno; a esta menospreció Helías propheta &c.?

CALISTO.- Di pues, esse Adán, esse Salomón, esse Dauid, esse Aristóteles, esse Vergilio, essos que dizes, ¿cómo se sometieron a ellas? ¿Soy mas que ellos?

SEMPRONIO.- A los que las vencieron querría que remedasses, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes que facen? Cosa, que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor comiençan el ofrescimiento, que de sí quieren hazer. A los que meten por los agujeros denuestan en la calle. Combidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga, ensáñanse presto, apacíguanse luego. Quieren que adeuinen lo que quieren. ¡O qué plaga! ¡O qué enojo! ¡O qué fastío es conferir con ellas, más de aquel breue tiempo, que son aparejadas a deleyte!

CALISTO.- ¡Ve! Mientra más me dizes e más inconuenientes me pones, más la quiero. No sé qué s' es.

SEMPRONIO.- No es este juyzio para moços, según veo, que no se saben a razón someter, no se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

CALISTO.- ¿E tú qué sabes? ¿quién te mostró esto?

SEMPRONIO.- ¿Quién? Ellas. Que, desque se descubren, assí pierden la vergüença, que todo esto e avn más a los hombres manifiestan. Ponte pues en la medida de honrra, piensa ser más digno de lo que te reputas. Que cierto, peor estremo es dexarse hombre caer de su merescimiento, que ponerse en más alto lugar que deue.

CALISTO.- Pues, ¿quién yo para esso?

SEMPRONIO.- ¿Quién? Lo primero eres hombre e de claro ingenio. E mas, a quien la natura dotó de los mejores bienes que tuuo, conuiene a saber, fermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza. E allende desto, fortuna medianamente partió contigo lo suyo en tal quantidad, que los bienes, que tienes de dentro, con los de fuera resplandescen. Porque sin los bienes de fuera, de los quales la fortuna es señora, a ninguno acaece en esta vida ser bienauenturado. E mas, a constelación de todos eres amado.

CALISTO.- Pero no de Melibea. E en todo lo que me as gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se auentaja Melibea. Mira la nobleza e antigüedad de su linaje, el grandíssimo patrimonio, el excelentíssimo ingenio, las resplandescientes virtudes, la altitud e enefable gracia, la soberana hermosura, de la qual te ruego me dexes hablar vn poco, porque aya algún refrigerio. E lo que te dixere será de lo descubierto; que, si de lo occulto yo hablarte supiera, no nos fuera necessario altercar tan miserablemente estas razones.

SEMPRONIO.- ¡Qué mentiras e qué locuras dirá agora este cautiuo de mi amo!

CALISTO.- ¿Cómo es eso?

SEMPRONIO.- Dixe que digas, que muy gran plazer hauré de lo oyr. ¡Assí te medre Dios, como me será agradable esse sermón!

CALISTO.- ¿Qué?

SEMPRONIO.- Que ¡assí me medre Dios, como me será gracioso de oyr!

CALISTO.- Pues porque ayas plazer, yo lo figuraré por partes mucho por estenso.

SEMPRONIO.- ¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andaua. De passarse haurá ya esta importunidad.

CALISTO.- Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado, que hilan en Arabia? Más lindos son e no resplandescen menos. Su longura hasta el postrero assiento de sus pies; después crinados e atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para conuertir los hombres en piedras.

SEMPRONIO.- ¡Mas en asnos!

CALISTO.- ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.- Dixe que essos tales no serían cerdas de asno.

CALISTO.- ¡Veed qué torpe e qué comparación!

SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo?

CALISTO.- Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas e alçadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos e blancos; los labrios colorados e grosezuelos; el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho alto; la redondez e forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre quando las mira! La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieue; la color mezclada, qual ella la escogió para sí.

SEMPRONIO.- ¡En sus treze está este necio!

CALISTO.- Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las vñas en ellos largas e coloradas, que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que veer yo no pude, no sin duda por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor, que la que Paris juzgó entre las tres Deesas.

SEMPRONIO.- ¿Has dicho?

CALISTO.- Quan breuemente pude.

SEMPRONIO.- Puesto que sea todo esso verdad, por ser tú hombre eres más digno.

CALISTO.- ¿En qué?

SEMPRONIO.- En que ella es imperfecta, por el qual defeto desea e apetece a ti e a otro menor que tú. ¿No as leydo el filósofo, do dize: Assí como la materia apetece a la forma, así la muger al varón?

CALISTO.- ¡O triste, e quando veré yo esso entre mí e Melibea!

SEMPRONIO.- Possible es. E avnque la aborrezcas, cuanto agora la amas, podrá ser alcançándola e viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.

CALISTO.- ¿Con qué ojos?

SEMPRONIO.- Con ojos claros.

CALISTO.- E agora, ¿con qué la veo?

SEMPRONIO.- Con ojos de alinde, con que lo poco parece mucho e lo pequeño grande. E porque no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de complir tu desseo.

CALISTO.- ¡O! ¡Dios te dé lo que desseas! ¡Qué glorioso me es oyrte; avnque no espero que lo has de hazer!

SEMPRONIO.- Antes lo haré cierto.

CALISTO.- Dios te consuele. El jubón de brocado, que ayer vestí, Sempronio, vistétele tú.

SEMPRONIO.- Prospérete Dios por este e por muchos más, que me darás. De la burla yo me lleuo lo mejor. Con todo, si destos aguijones me da, traérgela he hasta la cama. ¡Bueno ando! Házelo esto, que me dio mi amo; que, sin merced, impossible es obrarse bien ninguna cosa.

CALISTO.- No seas agora negligente.

SEMPRONIO.- No lo seas tú, que impossible es fazer sieruo diligente el amo perezoso.

CALISTO.- ¿Cómo has pensado de fazer esta piedad?

SEMPRONIO.- Yo te lo diré. Días ha grandes que conosco en fin desta vezindad vna vieja barbuda, que se dize Celestina, hechicera, astuta, sagaz en quantas maldades ay. Entiendo que passan de cinco mill virgos los que se han hecho e deshecho por su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria, si quiere.

CALISTO.- ¿Podríala yo fablar?

SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta acá. Por esso, aparéjate, seyle gracioso, seyle franco. Estudia, mientra vo yo, de le dezir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.

CALISTO.- ¿Y tardas?

SEMPRONIO.- Ya voy. Quede Dios contigo.

CALISTO.- E contigo vaya. ¡O todopoderoso, perdurable Dios! Tú, que guías los perdidos e los reyes orientales por el estrella precedente a Belén truxiste e en su patria los reduxiste, humilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que conuierta mi pena e tristeza en gozo e yo indigno merezca venir en el deseado fin.

CELESTINA.- ¡Albricias!, ¡albricias! Elicia. ¡Sempronio! ¡Sempronio!

ELICIA.- ¡Ce!, ¡ce!, ¡ce!

CELESTINA.- ¿Por qué?

ELICIA.- Porque está aquí Crito.

CELESTINA.- ¡Mételo en la camarilla de las escobas! ¡Presto! Dile que viene tu primo e mi familiar.

ELICIA.- Crito, retráete ay. Mi primo viene. ¡Perdida soy!

CRITO.- Plázeme. No te congoxes.

SEMPRONIO.- ¡Madre bendita! ¡Qué desseo traygo! ¡Gracias a Dios, que te me dexó ver!

CELESTINA.- ¡Fijo mío!, ¡rey mío!, turbado me has. No te puedo fablar. Torna e dame otro abraço. ¿E tres días podiste estar sin vernos? ¡Elicia! ¡Elicia! ¡Cátale aquí!

ELICIA.- ¿A quién, madre?

CELESTINA.- A Sempronio.

ELICIA.- ¡Ay triste! ¡Qué saltos me da el coraçón! ¿Es qué es dél?

CELESTINA.- Vesle aquí, vesle. Yo me le abraçaré; que no tú.

ELICIA.- ¡Ay! ¡Maldito seas, traydor! Postema e landre te mate e a manos de tus enemigos mueras e por crímines dignos de cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas. ¡Ay, ay!

SEMPRONIO.- ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¿Qué has, mi Elicia? ¿De qué te congoxas?

ELICIA.- Tres días ha que no me ves. ¡Nunca Dios te vea, nunca Dios te consuele ni visite! ¡Guay de la triste, que en ti tiene su esperança e el fin de todo su bien!

SEMPRONIO.- ¡Calla, señora mía! ¿Tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable amor, el fuego, que está en mi coraçón? Do yo vó, comigo vas, comigo estás. No te aflijas ni me atormentes más de lo que yo he padecido. Mas di, ¿qué passos suenan arriba?

ELICIA.- ¿Quién? Vn mi enamorado.

SEMPRONIO.- Pues créolo.

ELICIA.- ¡Alahé!, verdad es. Sube allá e verle has.

SEMPRONIO.- Voy.

CELESTINA.- ¡Anda acá! Dexa essa loca, que ella es liuiana e, turbada de tu absencia, sácasla agora de seso. Dirá mill locuras. Ven e fablemos. No dexemos passar el tiempo en balde.

SEMPRONIO.- Pues, ¿quién está arriba?

CELESTINA.- ¿Quiéreslo saber?

SEMPRONIO.- Quiero.

CELESTINA.- Vna moça, que me encomendó vn frayle.

SEMPRONIO.- ¿Qué frayle?

CELESTINA.- No lo procures.

SEMPRONIO.- Por mi vida, madre, ¿qué frayle?

CELESTINA.- ¿Porfías? El ministro el gordo.

SEMPRONIO.- ¡O desaventurada e qué carga espera!

CELESTINA.- Todo lo leuamos. Pocas mataduras as tú visto en la barriga.

SEMPRONIO.- Mataduras no; mas petreras sí.

CELESTINA.- ¡Ay burlador!

SEMPRONIO.- Dexa, si soy burlador; muéstramela.

ELICIA.- ¡Ha don maluado! ¿Verla quieres? ¡Los ojos se te salten!, que no basta a ti vna ni otra. ¡Anda!, véela e dexa a mí para siempre.

SEMPRONIO.- ¡Calla, Dios mío! ¿E enójaste? Que ni la quiero ver a ella ni a muger nascida. A mi madre quiero fablar e quédate adiós.

ELICIA.- ¡Anda, anda!, ¡vete, desconoscido!, e está otros tres años, que no me bueluas a ver!

SEMPRONIO.- Madre mía, bien ternás confiança e creerás que no te burlo. Torna el manto e vamos, que por el camino sabrás lo que, si aquí me tardasse en dezirte, impediría tu prouecho e el mío.

CELESTINA.- Vamos. Elicia, quédate adiós, cierra la puerta. ¡Adiós paredes!

SEMPRONIO.- ¡O madre mía! Todas cosas dexadas aparte, solamente sey atenta e ymagina en lo que te dixere e no derrames tu pensamiento en muchas partes. Que quien junto en diuersos lugares le pone, en ninguno le tiene; si no por caso determina lo cierto. E quiero que sepas de mí lo que no has oydo e es que jamás pude, después que mi fe contigo puse, desear bien de que no te cupiesse parte.

CELESTINA.- Parta Dios, hijo, de lo suyo contigo, que no sin causa lo hará, siquiera porque has piedad desta pecadora de vieja. Pero di, no te detengas. Que la amistad, que entre ti e mí se affirma, no ha menester preámbulos ni correlarios ni aparejos para ganar voluntad. Abreuia e ven al fecho, que vanamente se dize por muchas palabras lo que por pocas se puede entender.

SEMPRONIO.- Assí es. Calisto arde en amores de Melibea. De ti e de mí tiene necessidad. Pues juntos nos ha menester, juntos nos aprouechemos. Que conoscer el tiempo e vsar el hombre de la oportunidad hace los hombres prósperos.

CELESTINA.- Bien has dicho, al cabo estoy. Basta para mí mescer el ojo. Digo que me alegro destas nuevas, como los cirujanos de los descalabrados. E como aquellos dañan en los principios las llagas e encarecen el prometimiento de la salud, assí entiendo yo facer a Calisto. Alargarle he la certenidad del remedio, porque, como dizen, el esperança luenga aflige el coraçón e, quanto él la perdiere, tanto gela promete. ¡Bien me entiendes!

SEMPRONIO.- Callemos, que a la puerta estamos e, como dizen, las paredes han oydos.

CELESTINA.- Llama.

SEMPRONIO.- Tha, tha, tha.

CALISTO.- Pármeno.

PÁRMENO.- Señor.

CALISTO.- ¿No oyes, maldito sordo?

PÁRMENO.- ¿Qué es, señor?

CALISTO.- A la puerta llaman; corre.

PÁRMENO.- ¿Quién es?

SEMPRONIO.- Abre a mí e a esta dueña.

PÁRMENO.- Señor, Sempronio e vna puta vieja alcoholada dauan aquellas porradas.

CALISTO.- Calla, calla, maluado, que es mi tía. Corre, corre, abre. Siempre lo vi, que por huyr hombre de vn peligro, cae en otro mayor. Por encubrir yo este fecho de Pármeno, a quien amor o fidelidad o temor pusieran freno, cay en indignación desta, que no tiene menor poderío en mi vida que Dios.

PÁRMENO.- ¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congoxas? ¿E tú piensas que es vituperio en las orejas desta el nombre que la llamé? No lo creas; que assí se glorifica en le oyr, como tú, quando dizen: ¡diestro cauallero es Calisto! E demás desto, es nombrada e por tal título conocida. Si entre cient mugeres va e alguno dize: ¡puta vieja!, sin ningún empacho luego buelue la cabeça e responde con alegre cara. En los conbites, en las fiestas, en las bodas, en las cofadrías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aues, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dizen: ¡puta vieja! Las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dizen sus martillos. Carpinteros e armeros, herradores, caldereros, arcadores, todo oficio de instrumento forma en el ayre su nombre. Cántanla los carpinteros, péynanla los peynadores, texedores. Labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas con ella passan el afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas, que son hazen, a do quiera que ella está, el tal nombre representan. ¡O qué comedor de hueuos asados era su marido! ¿Qué quieres más, sino, si vna piedra toca con otra, luego suena ¡puta vieja!?

CALISTO.- E tú ¿cómo lo sabes y la conosces?

PÁRMENO.- Saberlo has. Días grandes son passados que mi madre, muger pobre, moraua en su vezindad, la qual rogada por esta Celestina, me dio a ella por siruiente; avnque ella no me conoçe, por lo poco que la seruí e por la mudança, que la edad ha hecho.

CALISTO.- ¿De qué la seruías?

PÁRMENO.- Señor, yua a la plaça e trayale de comer e acompañáuala; suplía en aquellos menesteres, que mi tierna fuerça bastaua. Pero de aquel poco tiempo que la seruí, recogía la nueua memoria lo que la vejez no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, vna casa apartada, medio cayda, poco compuesta e menos abastada. Ella tenía seys oficios, conuiene saber: labrandera perfumera, maestra de fazer afeytes e de fazer virgos, alcahueta e vn poquito hechizera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del qual muchas moças destas siruientes entrauan en su casa a labrarse e a labrar camisas e gorgueras e otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino e de las otras prouisiones, que podían a sus amas furtar. E avn otros furtillos de más qualidad allí se encubrían. Asaz era amiga de estudiantes e despenseros e moços de abades. A estos vendía ella aquella sangre innocente de las cuytadillas, la qual ligeramente auenturauan en esfuerço de la restitucion, que ella les prometía. Subió su fecho a más: que por medio de aquellas comunicaua con las más encerradas, hasta traer a execución su propósito. E aquestas en tiempo onesto, como estaciones, processiones de noche, missas del gallo, missas del alua e otras secretas deuociones. Muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas hombres descalços, contritos e reboçados, desatacados, que entrauan allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traya! Hazíase física de niños, tomaua estambre de vnas casas, dáualo a filar en otras, por achaque de entrar en todas. Las vnas: ¡madre acá!; las otras: ¡madre acullá!; ¡cata la vieja!; ¡ya viene el ama!: de todos muy conocida. Con todos esos afanes, nunca passaua sin missa ni bísperas ni dexaua monesterios de frayles ni de monjas. Esto porque allí fazía ella sus aleluyas e conciertos. E en su casa fazía perfumes, falsaua estoraques, menjuy, animes, ámbar, algalia, poluillos, almizcles, mosquetes. Tenía vna cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mill faziones. Hazía solimán, afeyte cozido, argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas, vnturillas, lustres, luzentores, clarimientes, alualinos e otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de cortezas de spantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, destiladas e açucaradas. Adelgazaua los cueros con çumos de limones, con turuino, con tuétano de corço e de garça, e otras confaciones. Sacaua agua para oler, de rosas, de azahar, de jasmín, de trébol, de madreselua e clauellinas, mosquetas e almizcladas, poluorizadas, con vino. Hazía lexías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre e millifolia e otras diuersas cosas. E los vntos e mantecas, que tenía, es hastío de dezir: de vaca, de osso, de cauallos e de camellos, de culebra e de conejo, de vallena, de garça e de alcarauán e de gamo e de gato montés e de texón, de harda, de herizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es vna marauilla, de las yeruas e rayzes, que tenía en el techo de su casa colgadas: mançanilla e romero, maluauiscos, culantrillo, coronillas, flor de sauco e de mostaza, espliego e laurel blanco, tortarosa e gramonilla, flor saluaje e higueruela, pico de oro e hoja tinta. Los azeytes que sacaua para el rostro no es cosa de creer: de estoraque e de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de menjuy, de alfócigos, de piñones, de granillo, de açofeyfas, de neguilla, de altramuzes, de aruejas e de carillas e de yerua paxarera. E vn poquillo de bálsamo tenía ella en vna redomilla, que guardaua para aquel rascuño, que tiene por las narizes. Esto de los virgos, vnos facía de bexiga e otros curaua de punto. Tenía en vn tabladillo, en vna caxuela pintada, vnas agujas delgadas de pellejeros e hilos de seda encerados e colgadas allí rayzes de hojaplasma e fuste sanguino, cebolla albarrana e cepacauallo. Hazía con esto marauillas: que, quando vino por aquí el embaxador francés, tres vezes vendió por virgen vna criada, que tenía.

CALISTO.- ¡Así pudiera ciento!

PÁRMENO.- ¡Sí, santo Dios! E remediaua por caridad muchas huérfanas e cerradas, que se encomendauan a ella. E en otro apartado tenía para remediar amores e para se querer bien. Tenía huessos de coraçón de cieruo, lengua de bíuora, cabeças de codornizes, sesos de asno, tela de cauallo, mantillo de niño, haua morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de texó, granos de helecho, la piedra del nido del águila e otras mill cosas. Venían a ella muchos hombres e mugeres e a vnos demandaua el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos; a otros, pintaua en la palma letras con açafrán; a otros, con bermellón; a otros, daua vnos coraçones de cera, llenos de agujas quebradas e otras cosas en barro e en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaua figuras, dezía palabras en tierra. ¿Quién te podrá dezir lo que esta vieja fazía? E todo era burla e mentira.