La Celestina - Fernando de Rojas - E-Book

La Celestina E-Book

Fernando de Rojas

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Beschreibung

La presente versión teatral de La Celestina ha sido estimada como la primera versión dramática castellana que mantiene el sentido y estilo del antiguo teatro clásico, tanto en los caracteres como en el lenguaje. En muchos países de América la crítica, así como el público, apreció la medida en que la palabra y los personajes se corresponden cabalmente, como debe suceder en esta extraordinaria obra. La vitalidad del personaje central –La Celestina– solamente puede parangonarse con la de Don Quijote y Don Juan. Como dijo Menéndez Pelayo, "La Celestina ocuparía el primer lugar entre las obras de imaginación españolas si no existiese El Quijote". La adaptación que publica Editorial Universitaria fue realizada por el escritor José Ricardo Morales a pedido expreso de Margarita Xirgú.

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S741c

Rojas, Fernando de.

La Celestina / Fernando de Rojas; adaptación

escénica y versión moderna de José Ricardo Morales.

– 25a. ed., 2a. reimp. – Santiago de Chile: Universitaria, 2016.

76 p.; il.; 11,5 x 18,2 cm (El mundo de las letras).

ISBN 978-956-11-1781-5ISBN Digital: 978-956-11-2744-9

1. Dramas españoles. I.t. II. Morales, José Ricardo, adapt.

© 1958, JOSÉ RICARDO MORALES

Inscripción Nº 20.624, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por

© EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,

puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por

procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o

electrónicos, incluidas las fotocopias,

sin permiso escrito del editor.

[email protected]

Texto compuesto en tipografía ITC New Baskerville 10/12

w w w . u n i v e r s i t a r i a . c l

Diagramación digital: ebooks [email protected]

ÍNDICE

Prólogo

LA CELESTINA

Acto I

Acto II

Acto III

Acto IV

EN TORNO A MI ADAPTACIÓN ESCÉNICADE LA CELESTINA

Al filo divisorio de los siglos XV y XVI en 1499, ve su luz primera en Burgos la Comedia de Calisto y Melibea, llamada Tragicomedia desde las ediciones de 1502, y conocida por último, a partir de la edición italiana de 1519 con el título definitivo, cuanto definidor, de La Celestina. En su edición primera, la obra se compone de dieciséis actos, pero desde las aparecidas en 1502 —Salamanca, Sevilla, Toledo— se amplía basta llegar a los veintiún actos de que ahora consta.

Como autor de La Celestina hoy damos por descontado que lo fue Fernando de Rojas, tanto por un documento de 1525, en que se nombra “al bachiller Rojas, que compuso a Melibea”, como por el acróstico que figura en la edición de 1501. Si fue autor de la obra entera eso ya es otro cantar, pues, aparte el primer acto, que le es supuestamente ajeno, con los actos añadidos, correspondientes al “Tratado de Centurio”, disminuye la tensión de la trama, en ella pierde el diálogo algo de vivacidad e incurre en repeticiones de ciertos giros y frases que figuran en la parte primitiva, bien porque el autor del texto interpolado haya perdido su vuelo original o porque un autor distinto pretendiera remedar el estilo de ediciones anteriores.

Sea como fuere, la obra nos muestra en su forma la tendencia española a la unificación de géneros distintos. Con La Celestina surge en nuestra lengua el tipo de diálogo novelado, propio de la comedia humanística italiana, hecho para ser leído en círculos reducidos, que, aparte las imitaciones directas, halla su continuación en La Dorotea, de Lope, y llega hasta nuestro tiempo en varios libros de Valle-Inclán. Y al igual que el drama y la narración se confunden en la obra, para ocasionar un género mixto, dos mundos, el medieval y el renacentista, confluyen y se entrelazan en ella, enriqueciéndola con sus contrastes. Un señalado medievalismo se manifiesta en la continuidad lineal de la acción y en las descripciones acumulativas, análogas, por su acuciosidad, a la pintura y a las crónicas de la época. Pero, junto a estas características, el hedonismo y la sensualidad del Renacimiento se anuncian abiertamente por medio de continuas alusiones a sonidos, alimentos, colores, aromas, fiestas y goces de toda índole, que hacen amable el vivir sobre la tierra. Y bien lo expresan, con venturosa desenvoltura, los despiertos personajes, seres llenos de pujanza, caracteres que no son meros esquemas sin alma, sino auténticos retratos hechos con un arte nuevo. Celestina, por su vigor y complejidad, destaca entre todos ellos. Aviesa, lúcida, llena de perspicacia, da a cada uno lo que le pide, para obtener de todos cuanto desea. El disimulo, la astucia, la buena labia y aun el arrojo le abren todas las puertas, derriban las opuestas voluntades y le repletan la bolsa. Tantos recursos y aspectos tiene, que muy pocos personajes se le pueden comparar por la extensión de su registro y en la riqueza de sus matices. A tal extremo es viva y verdadera que ha venido a convertirse, como carácter, en la expresión de un tipo humano genérico, y por su nombre, en un apelativo consagrado y universal.

Celestina actúa como resorte motor de la acción. En torno de ella se mueve el grupo de los sirvientes, de los rufianes, de las “mujeres enamoradas”, y más lejano, aunque también sujeto a su dictado, el de los amantes. Sempronio, criado ambicioso, y Pármeno, sumiso y tímido, quedan sujetos a Celestina mediante la codicia y la lujuria. Calisto y Melibea, los precursores de Romeo y Julieta, logran gozar su deseo gracias al arte y oficio de la vieja mediadora. Pero estas cinco figuras, con absoluta lógica dramática, perecen una tras otra, víctimas de sus defectos y apetitos, vencidas por un destino que nunca se manifiesta cual una fuerza exterior a los tipos de la obra, sino, más bien, como fatal consecuencia de los recios caracteres puestos en oposición. Y porque Celestina representa cabalmente el tipo humano, entonces en auge, que vive de su iniciativa y sin escrúpulos de especie alguna, su facultad de subsistir a costa de todos y de todo la define como la más acreditada de “las empresarias”, puesto que llega al extremo de transformar a las personas en provechosa mercancía negociable. Sin embargo, esa excepcional capacidad de acción y operación acaba convirtiéndola en víctima de su propio juego, para concluir su vida como una “ejecutiva” que perece ejecutada.

El realismo descarnado se alterna en La Celestina con destellos del más subido idealismo, creándose, de ese modo, un mundo diverso y rico, pero tan crudo en ciertos pasajes que Menéndez y Pelayo se preguntaba si el público lo resistiría en escena. Nuestro tiempo dio respuesta afirmativa a la cuestión. El favor y fervor de que disfrutó la siguiente versión dramática, en mucho se deben a la acendrada labor de Margarita Xirgu, pues a iniciativa de aquella admirable figura de la escena española, que vivió parte de su destierro en Chile, escribí mi adaptación de La Celestiaa, con la que debutó como directora y actriz principal en la Comedia Nacional del Uruguay (octubre de 1949). Quiso mi buena ventura que entre las cuatro últimas creaciones de Margarita Xirgu —con La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, y El adefesio, de Rafael Alberti—, figuraran dos de mis trabajos dramáticos: El embustero en su enredo, farsa en cuatro actos —estrenada a continuación del drama de García Lorca, en el Teatro Avenida de Buenos Aires—, y la presente versión de La Celestina. Esta obra tuvo más de un centenar de representaciones en Uruguay y en Argentina, a las que se suman las del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, que dirigí en noviembre y diciembre de 1949 (Teatro Municipal de Santiago), con Brisolia Herrera en el papel principal, además de las excelentes interpretaciones de Bélgica Castro (Teatro del Ángel, 1972) y de Marés González (Teatro Itinerante, 1982), entre otras efectuadas en Chile y en diversos países de nuestro continente.

En la versión que aquí viene mantuve con rigor el espíritu del texto, al suplir voces y giros arcaicos por expresiones modernas y equivalentes, requeridas en el teatro para su comprensión inmediata. La acción se intensificó, suprimiéndose las extensas digresiones que en el original aparecen, librándolo de retórica y reduciéndolo, en fabulosa poda de verdura y hermosura, a un total de cuatro actos. Este cercenamiento de tan exuberante materia verbal me hizo recomponer gran parte de las escenas, estableciéndose las situaciones y el diálogo mediante la selección de aquellos fragmentos del texto que consideré adecuados para el drama, con frecuencia extremadamente distantes unos de otros en la obra. De tal modo, el libro, la letra muerta, se convirtió en viva voz por milagro del teatro. Los personajes del texto cobraron gesto y aliento. Un nuevo soplo, el del habla, les anima. La Celestina tiene la palabra.

JOSÉ RICARDO MORALES

LA CELESTINA

PERSONAJES

(Por orden de aparición)

CALISTO,

mancebo enamorado

MELIBEA,

hija de Pleberio y Alisa

SEMPRONIO,

criado de Calisto

CELESTINA,

alcahueta

ELICIA,

ramera

PÁRMENO,

criado de Calisto

LUCRECIA,

criada de Pleberio

ALISA,

madre de Melibea

AREUSA,

ramera

TRISTÁN,

criado de Calisto

SOSIA,

criado de Calisto

PLEBERIO,

padre de Melibea

Esta adaptación de “La Celestina” se estrenó el 28 de octubre de 1949 en el Teatro Solís de Montevideo, por la Comedia Nacional del Uruguay, bajo la dirección de Margarita Xirgu, actriz que desempeñó el papel principal de la obra.

ACTO PRIMERO

Huerto de Melíbea

CALISTO—En esto Veo, Melibea, la grandeza de Dios.

MELIBEA—¿En qué, Calisto?

CALISTO—En que de tan perfecta hermosura te dotase, y que en tan conveniente lugar, en este huerto cerrado, me permitiese manifestarte mi secreto dolor. Sin duda, incomparablemente mayor es tal recompensa que la devoción y sacrificios que tengo ofrecidos a Dios por alcanzar esta dicha. ¿Quién vio en vida un cuerpo tan glorificado como el mío? Ni los que se deleitan en la visión divina gozan más que yo con tu mirada.

MELIBEA—¿Por gran premio tienes esto, Calisto?

CALISTO—Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo mi plaza por encima de sus Santos, no me consideraría más feliz.

MELIBEA—Pues igual galardón te daré yo, si perseveras.

CALISTO—¡Oh, bienaventuradas orejas mías, que tan buenas palabras oyeron!

MELIBEA—Pero desventuradas en cuanto acabes de oírme, porque la paga será tan fiera como merece tu loco atrevimiento. ¡Vete! Vete de ahí, torpe, pues mi paciencia no puede tolerar que un corazón humano haya sentido, por mí, los deleites del amor ilícito.

CALISTO—Iré como aquel contra quien la mala fortuna se ensaña con odio cruel.

Casa de Calisto

CALISTO—¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está ese maldito?

SEMPRONIO—Aquí estoy, señor, cuidando de estos caballos.

CALISTO—¡Que los diablos te ganen! ¡Anda, anda, malvado! Abre la cámara y prepara la cama.

SEMPRONIO—Señor, en seguida está hecho.

CALISTO—Cierra la ventana y deja la tiniebla acompañar al triste, y al desdichado la ceguedad. ¡Oh! si vivieseis ahora, Hipócrates y Galeno, médicos, ¿sentiríais mi mal?

SEMPRONIO—¿Qué cosa es?

CALISTO—¡Vete de ahí! No me hables; si no, antes del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán tu fin.

SEMPRONIO—Me iré, pues solo quieres padecer tu mal.

CALISTO—¡Ve con el diablo!

SEMPRONIO—¡Oh, desventura! ¿Qué acontecimiento adverso robó la alegría de este hombre, y, lo que es peor, junto con ella el seso? ¿Debo dejarle solo o entraré? Si le dejo, puede matarse; si entro, me matará. Quédese. Más vale que muera aquel a quien es enojosa la vida, que no yo, que gozo con ella.

CALISTO— ¡Sempronio!

SEMPRONIO—¡Señor!

CALISTO—Dame acá ese laúd.

SEMPRONIO—Señor, míralo aquí.

CALISTO—¿Cuál dolor puede ser tal que se iguale con mi mal?

SEMPRONIO—Destemplado está ese laúd.

CALISTO