La ciudad de los pibes sin calma - Federico Bustos - E-Book

La ciudad de los pibes sin calma E-Book

Federico Bustos

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Beschreibung

La ciudad de los pibes sin calma propone al lector insertarse en la compleja trama que implican las problemáticas juveniles actuales y la relación que se construye con el consumo problemático de drogas. Estas se constituyen en un síntoma de la época; ya no son suficientes los discursos moralistas y abstencionistas que le otorgan a las sustancias una seducción irrefrenable y un llamado a la corrupción del cuerpo y del alma. Se constituyeron históricamente en una mercancía más para el capital, se resignificaron a la luz de los nuevos tiempos. Están para quedarse, y por tanto se requiere de una nueva forma de pensar como sociedad el cómo convivir con ellas. El territorio, el cuerpo, la familia, los amigos, las esquinas, el barrio, son algunos de los elementos que el autor propone en este análisis. Intenta un entrecruce teórico-práctico, en el que problematiza los alcances del mundo adulto y sus instituciones, en comprender y contener a las generaciones venideras. ¿Cuáles son las representaciones sociales que se ponen en juego a la hora de pensar a los jóvenes adolescentes y sus desafíos vitales? ¿Los jóvenes peligrosos o en peligro? ¿Pueden sus construcciones contraculturales ser un medio para la ruptura de lo dado e incuestionable, o constituirse como dispositivos de des-subjetivación? La obra se constituye como una mínima aproximación a un territorio hecho cuerpo, o un cuerpo hecho territorio; un trazado de luces y sombras. La calma ya es una utopía, un horizonte que difiere en cada subjetividad. Alcanzarla es el gran premio, con drogas o sin ellas.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Belén Mondati.

Bustos, Federico Mauricio

La ciudad de los pibes sin calma / Federico Mauricio Bustos. - 1a ed . - Córdoba :

Tinta Ilustre ; CIudad Autónoma de Buenos Aires : Tinta Libre Ediciones, 2019.

242 p. + Artículos escolares ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-4174-07-9

1. Trabajo Social. I. Título.

CDD 361.3

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2019. Federico Mauricio Bustos.

© 2019. Tinta Libre Ediciones

Este libro está dedicado a mi tozudezde creer que siempre hay algo interesante para deciry alguien dispuesto a escuchar.

A la tozudez de los pibes y pibas de aferrarse a la vida.

A mis padres que extraño infinitamente.A Emma, que ilumina mi vida.A mi compañera, que lo hace posible...

Prólogo

Se me ha invitado a prologar este libro y agradezco al autor por su generosidad. Esta solicitud me ha motivado a realizar algunas reflexiones dado que se trata de un tema significativo que produce diferentes formas de sufrimiento a numerosas familias en la actualidad.

Uno de los aspectos que voy a considerar es la incertidumbre como parte constitutiva de la vida de los sujetos en el mundo actual. Como sostiene Janine Pouget:

“El agotamiento de algunas hipótesis, los nuevos problemas, las modificaciones naturales socioculturales, las condiciones políticas y el fluir de la vida desconciertan, inquietan, estimulan, crean rupturas y, así, delimitan épocas que organizan la historia en periodos y dan la ilusión de poder posicionarse en un mundo en movimiento. Todo ello sucede sobre un fondo donde conviven lo incierto, la sorpresa, el asombro, el entusiasmo y, a veces, el deseo de consolidar lo adquirido y disponer de un futuro previsible. Es así como la incertidumbre se ha ido instalando en un lugar primordial, como una manera de dar nombre a una preocupación a veces difusa pero presente en muy diversos ámbitos, tales como la ciencia, la política, la economía, la comunicación masiva, la vida diaria y, sin dudas, la relación analítica.” (Pouget, J. 2015:63). Y agrego, también se instala en las instituciones y en las prácticas de los equipos de salud.

Otro eje del debate actual sobre este tema se articula en torno al derecho a la salud como cuestión indisociable del respeto de los derechos humanos fundamentales.

La tendencia creciente a criminalizar a los consumidores en lugar de ubicar con claridad la dependencia a las sustancias como un problema a resolver en el ámbito sanitario, perdura en el país a pesar de los avances logrados con la aprobación de la nueva Ley de Salud Mental. El riesgo de medicalizar y psiquiatrizar a todo consumidor o de etiquetarlo como enfermo mental y confinarlo a una institución manicomial, persiste no solo como práctica en numerosos equipos de salud sino en los discursos represivos y punitivos tan en boga en funcionarios que sostienen políticas neoconservadoras en el momento actual. Es frecuente ver en los medios masivos y en las fuerzas policiales apoyadas por el poder político (y por qué no decirlo, con el beneplácito de buena parte de la sociedad) viejas prácticas para detener a los consumidores violando ,entre otros, el art. 19 de la Constitución nacional que dice:

“Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”. (Constitución nacional).

Por otra parte, en materia sociosanitaria, el principal desafío actual es traducir los discursos innovadores y respetuosos de los derechos y garantías en prácticas efectivas de intervención, pero, sin presupuestos y con la ausencia de políticas estatales para la creación o adecuación de dispositivos de asistencia que den respuesta a la demanda social, se torna difícil contrarrestar las voces que reclaman “mano dura” y acciones punitivas, de internación y aislamiento, para quienes tienen usos problemáticos de sustancias. Resulta necesario tener en cuenta en las instituciones el paradigma del pensamiento complejo, a fin de evitar respuestas unívocas o unilaterales para comprender a los sujetos y a las familias que transitan por ese difícil camino.

La noción de pensamiento complejo, acuñada por Edgar Morin, refiere a la capacidad de interconectar distintas dimensiones de lo real ante la emergencia de hechos u objetos multidimensionales, interactivos y con componentes aleatorios o azarosos. De este modo los sujetos se ven obligados a desarrollar una estrategia de pensamiento que no sea reductiva ni totalizante, sino reflexiva. (Morin, E. 2009).

Al respecto dice Bourdieu:

“Con ello esperamos producir dos efectos: poner en evidencia que los llamados lugares ‘difíciles’ (como lo son hoy la ‘urbanización’ o la escuela) son antes que nada difíciles de describir y pensar y que las imágenes simplistas y unilaterales (en especial las vehiculizadas por la prensa) deben ser reemplazadas por una representación compleja y múltiple, fundada en la expresión de las mismas realidades en discursos diferentes, a veces inconciliables, y a la manera de novelistas como William Faulkner, James Joyce o Virginia Woolf, abandonar el punto de vista único, central, dominante -en síntesis, casi divino- en el que se sitúa gustoso el observador -y también su lector (al menos, mientras no se sienta involucrado)- en beneficio de la pluralidad de puntos de vista existentes y a veces directamente rivales.” (Bourdieu, P. 2007:284).

Analizando el concepto de cuidado en la perspectiva de la vulnerabilidad y los derechos humanos, debe diferenciarse de un conjunto de métodos solo procedimentales porque pueden aumentar el daño. Se trata de promover encuentros entre profesionales, usuarios, servicios de salud ciudadanos, en contextos de intersubjetividad en los que se realizan las prácticas de salud para comprender las situaciones en su integralidad. (Ayres, J. y otros, 2018).

A partir de la lectura del libro de Bustos, La Ciudad de los pibes sin calma, el autor viene a dar cuenta no solo desde lo académico sino también desde su experiencia personal de las distintas aristas que presenta este tema, en particular respecto a la reducción de daños como estrategia de prevención comunitaria en adolescentes urbano-populares.

En el primer capítulo, “Las culturas adolescentes”, realiza un recorrido sobre las distintas culturas juveniles que son las maneras en que se expresan colectivamente según los sectores sociales de los que provengan, del barrio, de las familias, escuelas, iglesias o clubes que expresan estilos de vida distintivos.

En el capítulo 2, “Los adolescentes urbano-populares y sus contextos inmediatos”, el autor desarrolla las transformaciones de las familias, las dificultades y los conflictos en las relaciones que hacen que los jóvenes se identifiquen con otros grupos domésticos no parentales. Realiza una análisis exhaustivo del territorio y la territorialidad y el consumo problemático de droga y el tema de la intersubjetividad.

En el capítulo 3 “Los territorios intersubjetivos: el consumo problemático de drogas. “Los pibes sin calma’” se interroga sobre la situación de los adolescentes como sujetos peligrosos o en peligro dados los procesos de afiliatorios que se dan ante la falta de oportunidades, la exclusión de espacios educativos o los frágiles lazos comunitarios.

El capítulo 4, “Cuerpos sujetos—palabras sujetas” avanza con conceptos de la biopolítica como elemento de control y clasificación social, recursos que la sociedad utiliza como dispositivos de vigilancia sobre los jóvenes, sobre todo de aquellos que resultan sospechosos y sobre los que aplican el disciplinamiento represivo.

En el capítulo 5, “El protagonismo infantojuvenil. Matriz teórica para un discurso liberador” analiza desde un profuso marco teórico el tema del protagonismo infantojuvenil. Señala que cuando el tema refiere al consumo problemático de sustancias, sea en forma exploratoria, compulsiva o a la salud mental en general, la tendencia del mundo adulto es la de quitar la palabra y sujetarla a las normas irrestrictas de la prohibición, la culpa y la expiación de pecados. Se da comienzo a una carrera de intervenciones institucionales que atraviesan el cuerpo, lo marcan, etiquetan y clasifican para formar parte de las estadísticas gubernamentales.

Así desarrolla experiencias respecto a los espacios de primera escucha, una nueva circularidad de la palabra, señalando los principales obstáculos de acceso al sistema de salud de los y las adolescentes que no tiene que ver solamente con la falta de dispositivos sino también a los aspectos actitudinales y de posicionamiento de los profesionales. Realiza una análisis crítico respecto a la forma en que llegan los jóvenes a las instituciones, generalmente obligados, construyendo un discurso para satisfacer a los entrevistadores, ofreciendo valiosos testimonios de los consultantes o de la urgencia de los derivadores. Muestra formas de resignificación de los espacios incluyendo en los talleres no solo a profesionales interesados en las problemáticas adolescentes, sino también al personal administrativo y a no profesionales.

En el capítulo 6, “La reducción de daños. Ruptura y apuntes para la reflexión”, se desarrolla la reducción de daños como un conjunto de acciones preventivas, sanitarias y sociales, que tienen por finalidad minimizar los riesgos por el uso de alcohol, drogas psicoactivas y psicofármacos, así como reducir los daños que puedan causar sus consumos abusivos. Con estas intervenciones Bustos propone construir un proceso de conocimiento que involucre información, intercambio de saberes y reflexiones sobre las conductas inapropiadas, riesgosas y peligrosas en el uso de esas sustancias y formas de acompañamiento a familiares para que puedan incluirse en redes de sostén.

En el capítulo 7, “Enlazando territorios, la experiencia de las consejerías comunitarias en salud”, desarrolla experiencias de prevención en el departamento de Guaymallén en Mendoza, a través de un programa de fortalecimiento de organizaciones barriales con consejerías comunitarias de salud en el que participó desde el Centro preventivo asistencial Tejada Gómez.

En el capítulo 8, “El trabajo social, desde un enfoque clínico-comunitario. La intervención profesional en el abordaje de consumos problemáticos en el marco de la salud mental”, aborda las intervenciones profesionales del trabajo social desde una mirada crítica, desafiando a la formación a fin de que se logren romper estructuras instituidas ligadas al modelo médico hegemónico y aportando cuestiones novedosas desde la experiencia ligada a nuevos paradigmas sostenidos en los derechos humanos fundamentales.

A modo de conclusión considero que el libro de Bustos es recomendable no solo para los profesionales de trabajo social por los aportes para la disciplina, sino para los equipos de salud institucionales y territoriales porque invita a la reflexión, a deconstruir prácticas y resignificar políticas de cuidado en una época en la que se transita por momentos de incertidumbre y falta de certezas.

Liliana Barg1

Mendoza, inicios de 2019.

Bibliografía

Bourdieu, P., (2007). La miseria del mundo. Bs. As., Argentina, Fondo de cultura económica.

Ley nacional 26657 (2010). Ley de Salud Mental, Constitución Nacional.

Morin, E., (2009). Introducción al pensamiento complejo. Bs. As., Argentina, Editorial Gedisa.

Paiva, V. y otros, (2018). Prevención, promoción y cuidado. Enfoques de vulnerabilidad y derechos humanos. Bs. As., Argentina, Editorial TeseoPress.

Pouget, J., (2015). Subjetivación discontinua y psicoanálisis. Bs. As., Argentina, Editorial Lugar.

La ciudad de los pibes sin calma

La reducción de daños como estrategia de prevención comunitaria en adolescentes urbano-populares.Reflexiones desde el trabajo social

Federico Mauricio Bustos

Introducción

“Esto ya fue, antes, hoy y después, están en un lugar, la ciudad de los pibes sin calma,nada que hacer, solamente mover, la cabeza al revés, y una chica vendrá desde el alba,tengo un rehén, atrapado a mis pies, algún día escapara, protegido por rayos y ratas, vengan a ver, vamos a conocer, no es un sueño mi amor, la ciudad de los pibes sin calma”

Páez, Fito. (1988).“La ciudad de los pibes sin calma”. Ey!

Los jóvenes continúan marcando, y lo seguirán haciendo, los cambios históricos de la humanidad, cambios por lo general disruptivos, necesarios para el viraje que toma el mundo en forma dinámica y permanente.

Durante los milenios de historia que anteceden a la situación presente, la historia fue siempre el resultado de la acción de los jóvenes. Los creadores de las grandes religiones, los fundadores de las civilizaciones, los próceres de nuestras repúblicas, los conquistadores de nuevos mundos, los grandes creadores en los campos del arte, la ciencia y las invenciones tecnológicas, han sido mayoritariamente jóvenes, incluso muy jóvenes, digamos, entre los 20 y los 35 años de edad. Posiblemente personas que hoy serían considerados como inmaduros. Incluso en la actualidad, allí donde encontremos cambios y novedades verdaderas, innovaciones significativas, emprendimientos novedosos, es casi seguro que detrás de ellos encontraremos las ideas y las acciones de jóvenes creativos.

Sin embargo en nuestras sociedades contemporáneas persiste una tendencia a controlar, disciplinar y hasta criminalizar sus comportamientos, acciones e ideas. Se los asocia con el delito, con la irresponsabilidad, las conductas rebeldes u oposicionistas, especialmente con las drogas, como si esto fuera de dominio generacional.

En palabras de Graciela Touzé (2006):

“Las drogas constituyen un fenómeno plural, con múltiples manifestaciones según el momento histórico, la cultura, el modelo económico, la situación particular de un país, los diversos significados que les asignan los sujetos y las propias diferencias entre las sustancias. No obstante, se ha insistido en homogeneizar el ‘problema de la droga’, como si fuera un mismo fenómeno universal, atemporal y ahistórico”.

Entendiendo estas particularidades, es que en el presente trabajo se intentará contextualizar a los adolescentes y jóvenes de las barriadas populares del Gran Mendoza, que desarrollan estrategias callejeras, como un sector de la población que interactúa en un contexto propicio para el consumo problemático de drogas. Dicho contexto conlleva diversas representaciones sociales, que se ponen en juego, cuya construcción es social e histórica, complejizando las relaciones establecidas por estos usuarios con las sustancias.

Desde una perspectiva histórico-crítica, incursionaremos en el concepto de territorio, (la ciudad de), en el cual se desarrolla la cotidianidad de los adolescentes y jóvenes quienes, además de convivir con la intolerancia, la violencia y la falta de oportunidades, son puestos bajo la atenta mirada del aparato disciplinador del Estado (“los pibes sin calma”). Se intentará, además, comprender y reflexionar respecto de las exigencias y complejidades del mundo adolescente, con sus códigos contraculturales, simbólicos, únicos e irrepetibles, que de una manera u otra nos interpela y confronta.

En este sentido, el concepto de territorialidad, va a adquirir, paulatinamente, una dimensión en la que las múltiples y diversas realidades de jóvenes y adolescentes y su historicidad intrincada con el espacio social que habitan y transitan, la constituyan como una constructora de identidades e intersubjetividades que conforman un nuevo sujeto social, con un “cuerpo territorializado”, en donde el consumo de sustancias cumple un papel fundamental en la conformación de una nueva cartografía del cuerpo.

Atravesaremos los diversos contextos en donde los jóvenes y adolescentes urbano-populares desarrollan su existencia vital: el barrio, las esquinas, la familia, los amigos y los enemigos. Aquí el continente (territorio) se vuelve contenido (cuerpo) y viceversa. Intentaremos descubrir nuevos puntos de análisis que aporten rupturas a las visiones simplificadoras y metodologistas de las intervenciones comunitarias, incorporando una lectura compleja del mundo joven.

Aquí la reducción de daños será contemplada como una herramienta que materialice las propuestas metodológicas, la resignificación de los conceptos de prevención, paradigma, vida cotidiana, ética y moralidad del consumo, serán fundamentales para el marco teórico de las experiencias desarrolladas en los barrios que actualmente orientan los proyectos preventivos y asistenciales de nuestro quehacer profesional cotidiano.

1

Las culturas adolescentes

“Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes”.

William Shakespeare

La adolescencia como crisis cultural, se presenta como un estadio vital en el que el niño-joven debe enfrentar las múltiples vicisitudes del mundo adulto.

Los adolescentes no son todos iguales pese a que con frecuencia hablamos de la adolescencia como si hubiera una única y universal manera de ser adolescente. La adolescencia comienza con los cambios biológicos que determinan la maduración física y sexual, sin embargo, cómo se desarrolla, cuándo termina y qué significado adquiere esta etapa de vida, depende en gran medida del contexto sociocultural en que se vive.

Podemos inferir que las categorizaciones de infancia, adolescencia y adultez, responden a una necesidad clasificatoria del Estado burgués a fin de lograr una distribución de lógicas de poder orientadas a las funciones de los sujetos en la producción y reproducción del capital. Este agrupamiento etario permitirá, además, la especialización formativa en etapas conformadas por estamentos educativos (primaria, secundaria, terciaria o universitaria) de acuerdo a las necesidades del capital. (Rascovan 2016:28).

Es por ello que las representaciones sociales que acompañan a la imagen del sujeto joven responden a las construcciones culturales de una sociedad en un momento histórico determinado.

Por tanto, a la pregunta ¿qué es la adolescencia o la juventud? o ¿qué significa ser adolescente?, suelen emerger respuestas que intentan definir al sujeto joven por medio de características o perfiles biológicos, psicológicos y sociales. De acuerdo a esas características, los sujetos sociales son categorizados y etiquetados como tales, en esquemas de pensamiento, creencias, opiniones enmarcadas en el imaginario social. Por tanto la pregunta sería ¿cuál es el imaginario social que se tiene respecto de ser joven?

Una anécdota familiar relata que en las décadas del treinta y cuarenta, el paso de la niñez a la adultez se representaba en un ritual que consistía en que a los adolescentes varones cuando cumplían los 18 años, se les otorgaba el beneficio de usar pantalones largos y se les entregaba las llaves de la casa, en un acto simbólico, que reflejaba que implicaciones tenía ser joven en el imaginario social de la época. En el caso de las mujeres un rito de iniciación consistía en las fiestas de 15 años, aún vigentes, aunque con otros aditamentos de clase propios del capitalismo actual (el reemplazo de las fiestas por viajes a Disney, Europa, etc.).

Los ritos de iniciación son particulares en cada cultura. En nuestras sociedades actuales, estos rituales, muchas veces no son nombrados como tal, se encuentran incorporados a la cultura por lo que pasan desapercibidos; fenómenos culturales tan comunes como la primera relación sexual, la primera salida con amigos y la primer borrachera, son momentos y acciones que marcan el rito que inician al adolescente ante sus pares y la sociedad.

Siguiendo a Rascovan (2006):

“Alrededor de la adolescencia, de la juventud, se va construyendo una imagen que se traduce en las formas cotidianas del discurso. Toda cultura halla su sustento en determinadas condiciones materiales de la sociedad y en cierto imaginario social, entendido como el conjunto de imágenes, cuyo origen es generalmente inconsciente, que tiñen la relación de los sujetos con el mundo de los otros y de los objeto. El conocimiento de la realidad estará, pues, fuertemente condicionado por imaginario social, que se nutre, a su vez, de ciertos valores culturales predominantes en cada época”.

Los adolescentes representan, producen y comunican distintas “culturas adolescentes”. La cultura es el conjunto de conocimientos, valores, prácticas, creencias, artefactos que se adquieren por vivir en determinado contexto social, que configura una trama de significados compartidos desde la cual nos comunicamos. Las culturas adolescentes son las distintas maneras en que expresan colectivamente sus experiencias sociales construyendo estilos de vida distintivos que se manifiestan en especial en el tiempo libre o en espacios específicos que generan en distintas instituciones o lugares.

Según los sectores sociales de los que provengan, que dependen de la familia de origen, del barrio, de las escuelas, las iglesias, los clubes, las amistades y otras instituciones o redes sociales, los adolescentes adquieren distintos valores, expectativas y normas de conducta con los que construyen estilos de vida propios. Otro aspecto importante en la construcción de las culturas adolescentes es el concepto de generación, pues quienes han nacido en determinado momento histórico comparten sucesos, costumbres, modas y valores comunes.

Las culturas adolescentes se construyen entonces, con elementos provenientes de las identidades generacionales, de clase, de género, etnia y territorio. Incorporan elementos provenientes de la moda, la música, el lenguaje, las prácticas culturales y las actividades que realizan. Las fronteras entre las distintas culturas adolescentes no son estáticas ni infranqueables. Por el contrario, los chicos y chicas no se identifican siempre con el mismo estilo sino que reciben influencias de varios estilos y a menudo construyen el propio, que depende de sus gustos estéticos, musicales, sus valores, y de los grupos primarios con los que interactúan.

Los adolescentes se relacionan de distinto modo con la cultura dominante de la sociedad, según la cultura adolescente a la que pertenezcan. Algunos se relacionan conflictivamente, son los adolescentes que los adultos vivencian como “rebeldes”; otros se integran por lo menos en forma parcial, son los “buenos estudiantes y laboriosos”.

“Las condiciones socioculturales imperantes en la actualidad favorecen el surgimiento de distintas culturas adolescentes, las atraviesan con sus valores o “antivalores”. No es casual que en la cultura posmoderna que promueve la falta de certezas, el escepticismo, la falta de proyección de futuro, el consumismo, la búsqueda de placer, el individualismo, en una sociedad que tiende a la fragmentación y la desigualdad, hayan surgido tantas culturas adolescentes”. (Somoza 2005).

Esta cultura adolescente adquiere valor en sí misma, como objeto de consumo. Los medios de comunicación, la internet y la telefonía celular, son los accesorios de un mundo que abandona “lo viejo”, el pater-ethos, para sumergirse en un mundo en donde “lo joven” parece dominar nuestra vida. Juventud-senectud se advierte como antagónico y no como parte de nuestra propia existencia.

Ortega y Gasset (1996: 260,267) refiere que ese binomio juventud-senectud, representa una fuerza social que en su negación-aceptación generan un movimiento centrípeto que tiene como eje central la propia existencia humana. Hasta la década de los cincuenta, con el nacimiento del rock and roll, no existían marcas culturales e identitarias juveniles que diferenciarán los estilos de vida, de los jóvenes de los adultos, y que importaran códigos propios, como preferencias, moda y vestimenta, códigos lingüísticos, formas interaccionales, etc.

Los que fueron jóvenes en los años cincuenta, institucionalizaron la adolescencia como ideal y crearon lo que se ha dado en llamar la “cultura adolescente”. Ésta incluye la música, diferentes estilos de vestir, espacios para encontrarse, normas a veces muy rígidas que determinan el aspecto físico y la posibilidad de acceso a lugares bailables. Esa cultura adolescente fue creciendo y compitiendo con fuerza contra la cultura adulta, aquella de la escuela y del trabajo. La escuela, o por lo menos, algunas escuelas, incorporaron algo de la cultura adolescente para tratar de ganar a los y las jóvenes con ello, pero el resultado fue de incierto a malo. En general no aceptaron esos híbridos y la escuela perdió algunos de sus ejes básicos en el cambio. Los adultos reaccionaron de diferentes maneras ante la adolescentización de la vida, algunos aferrándose a los modelos tradicionales, tratando de recrear el siglo xIx a las puertas del xxI.

En muy poco tiempo y en forma meteórica, se inicia una era en donde “lo joven” marcaría los pasos culturales, estéticos y sociales de todas las generaciones posteriores. El advenimiento de un gran mercado joven que va impregnar el estilo de vida occidental.

Es de suma importancia no subestimar los procesos culturales y contraculturales que conlleva el mundo adolescente. Estos marcan los íconos del consumo contemporáneo, los cuales se diversifican cada vez más, expandiéndose, abriéndose paso, tocando los umbrales de la niñez y abrazando a la adultez, hasta el inevitable advenimiento de una predominante crisis cultural, “la eterna adolescencia”.

El no subestimar dichos procesos obedece, además, a que la contracultura adolescente tiene dos vertientes, la contracultura como motor para el cambio, o como proceso de disrupción y marginación.

En este sentido Fiasche (2005) infería que:

“Cuando nos encontramos con un adolescente, porque en general es el adolescente el gestor cotidiano de la transformación contracultural, no podemos tener la certeza de si llegará o no a ser un agente de cambio, si tendrá los mecanismos preservadores necesarios para no entrar en la destructividad, tanto interna como externa”.

El discurso hegemónico que domina la escena contemporánea, conlleva los valores, las reglas, las ideas y el orden establecido por la adultez, por tanto el cuerpo joven es utilizado como vehículo para la protesta, la resistencia o simplemente la transgresión. Aquí el cuerpo se vuelve contrahegemónico, los tatuajes y accesorios en el cuerpo, los códigos lingüísticos, las drogas, las conductas transgresoras, oposicionistas, y hasta la falta de higiene son expresiones que dan cuenta de una dinámica de poder que pone en tensión la correlación de fuerzas puestas en juego en la convivencia generacional.

Por tanto el cuerpo es cultura. Emana por los poros las expresiones de resistencia, la seducción de lo prohibido, ya no es un medio para la contrahegemonía, es en sí mismo contrahegemónico, pero también expresa la soledad de un mundo virtualizado, el dolor generado por el vacío de los tiempos actuales, y la subsistencia en una sociedad individualista y deshumanizada.

La cultura de la adolescencia, decodifica estas expresiones sociales de un contexto en el que prima el consumo, y lo hace a través del cuerpo. Nuestras sociedades actuales codifican diversos axiomas que permiten interpelar la convivencia de los aspectos contraculturales del mundo joven; los jóvenes dejan de ser “perseguidos”, interpelados, por sus ideologías, aspectos y objetos que consumen, siempre y cuando se produzca esta codificación axiomática. Esta codificación axiomática de la que se hace referencia, se contiene en los flujos generacionales, un pibe fumando marihuana, es una imagen que requiere ser codificada, y ese dominio es generacional. Es por ello que las culturas jóvenes decodifican dichas manifestaciones, en las expresiones contrahegemónicas del cuerpo.

Los y las adolescentes actuales forman parte de una generación que se constituye de los usos sociales y de las construcciones subjetivas que influyen y caracterizan a los sujetos que se reproducen en un contexto histórico determinado.

Cuando se habla de los niños, de los ancianos y de los jóvenes se establece una separación generacional tajante, determinante, un “ellos” y un “nosotros”, como si su existencia fuera escindida de la del resto de los seres humanos2. Las generaciones suelen ser entendidas desde las posibilidades productivas de los hombres y mujeres que las representan, desvinculadas del devenir generacional que las posibilitaron y del mundo que las contiene.

Una vez que se ha instalado una nueva generación, no solo varían las modas y las formas sociales, también los usos se modifican. Estos están a la base de toda organización identitaria de las naciones, grupos o etnias.

En palabras Acevedo (1994:179):

“Los usos sociales posibilitan que tengamos, en grado, un trato expedito con los hombres que no nos son cercanos. Por otra parte, impiden que cada hombre –o cada generación– inaugure la historia de la humanidad, partiendo desde cero; antes bien, nos ponen en cierto nivel histórico –el que corresponde a las fechas en las que vivimos– desde el cual seguir avanzando”.

Para que la nueva generación pueda engancharse con la sensibilidad vital de una época precedente, debe auxiliarse de los usos vigentes, de lo contrario, se hace imposible cualquier emotividad y cercanía generacional, que debe partir del sujeto individual.

Las vidas en los distintos periodos, siempre van supeditadas a las creencias de cada tiempo (las que están insertas en la historicidad), ya que el hombre nace instalado en una serie de usos con los que tiene que convivir le guste o no. Sin embargo, como la estructura de lo humano no es estática, también ésta va modificándose a medida que las generaciones actuales, en un tiempo determinado, le incorporan nuevos matices. Si no fuera así, la historia no avanzaría y viviríamos en un tiempo invariable, cosa que es imposible desde cualquier punto de vista.

En este sentido, reviste de cierta parcialidad pensar en la problemática de los jóvenes y adolescentes, solo desde la responsabilidad individual, o de una generación en particular. Estos son partícipes de la construcción de su propia generación, pero a partir de las posibilidades generacionales construidas a priori.

Lo que denominamos como “brecha generacional”, supone una separación entre el mundo adulto y el mundo joven con sus usos, prácticas, creencias, etc., que los diferencian y separan. Sin embargo, este fenómeno conlleva un doble efecto paradojal, por un lado la ruptura y por otro la continuidad, que permite a la existencia vital de los sujetos ser atravesada por la historia.

Las lógicas generacionales suponen cierta dialecticidad, desde el punto de vista hegeliano, tesis y antítesis, permiten la dinamicidad de las generaciones humanas, en una síntesis en la que no se excluyen unas a otras, sino que se contienen negándose y afirmándose en un nuevo y complejo constructo social.

En este sentido, entiendo una necesaria resignificación del rol adulto, ya que como construcción cultural ha sufrido cambios sustanciales en la relación intergeneracional.

Se esboza como un proyecto adulto, la conformación de la familia propia, convertirse en asalariado y lograr ciertos niveles de autonomía. Sin embargo el pasaje de la sociedad industrial, de estructura rígida, largoplacista, a la liquidez de la sociedades modernas actuales, caracterizadas por ser flexibles, inciertas e inestables, ha hecho que esos tiempos esperables de paso a la adultez se vuelvan desincronizados y caracterizados por una profunda incertidumbre.

Es así como generaciones anteriores emplazadas en las sociedades industrializadas, iniciaban sus familias a la edad de 18 o 19 años, edad en que hombres y mujeres ya adquirían los usos sociales y competencias necesarias para el proyecto adulto. Este proceso era acompañado indefectiblemente por una estructura laboral y salarial que lo permitía. Hoy, esos parámetros de tiempo están desfasados, surgiendo otros nuevos, por tanto otras subjetividades emergen de esa construcción.

¿Cómo interpretar al rol adulto en esta complejidad? Por una lado el adulto como sostenedor de un modelo de autoridad patriarcal y las resistencias al cambio de esas estructuras y por otro, un adulto en su función de sostén, acompañando al joven en los procesos de subjetivación y autonomía (Rascovan, 2016:45), esta última que trascienda las posibilidades económicas de su consecución, sino que tenga en cuenta las potencialidades del sujeto-joven en relacionarse con un otro, inserto en lo colectivo, en una búsqueda de espacios donde desarrollar la vida, en pleno ejercicio del derecho emancipado, respetando su visión del mundo en nueva convivencia intergeneracional.

2

Los adolescentes urbano-populares y sus contextos inmediatos

“Hay muchas maneras de matar, pueden clavarte un cuchillo en el vientre, quitarte el pan, no curarte una enfermedad, meterte en una mala vivienda, torturarte hasta la muerte por medio del trabajo, llevarte a la guerra. Solo poco de estas cosas están prohibidas en nuestra ciudad”

Bertolt Brecht

De la familia al Grupo Doméstico

Comparto con Segalen (1992) la idea de que la familia contemporánea se repliega sobre la pareja modificando sustancialmente sus funciones tradicionales de asistencia, dejando su lugar en el proceso de producción y quedando alojada en el consumo. Aquellas funciones que se le atribuían como exclusivas son compartidas por otras instituciones.

La familia pierde ese lugar privilegiado en la reproducción de las relaciones sociales, deja de ser la única forma que por naturaleza enlaza al individuo con el Estado, desde el punto de vista hegeliano, y como una construcción ética que salva a los muertos de un olvido eterno. La familia se constituye aquí en la columna vertebral de toda sociedad.

Si bien es cierto que en el intento de resignificar su aspecto formidable de ser depositaria de las afectividades de sus integrantes, surgen en algunos discursos, una incesante llamada a su salvación ya que representan en el imaginario social, los últimos bastiones de las certidumbres. Esto es posible a través de las tradiciones culturales, el folclore, las creencias religiosas, el derecho a la herencia, a la filiación, etc. que operan como dispositivos ideológicos del bio-capitalismo.

Por tanto a los efectos de este análisis, las construcciones de “lo familiar” requieren de algunas consideraciones teóricas ya que las configuraciones tradicionales de “la familia” no contienen a las realidades familiares actuales así como sus posibilidades de lazo.

La familia es considerada aquí, como unidad doméstica, y entendida como un tipo de organización social, cuya base está socialmente definida como “familiar” y que tiene como función específica “la realización de actividades ligadas al mantenimiento cotidiano y a la reproducción generacional de la población” (Jelin 1980:14), lo que incluye “su reproducción biológica, la preservación de su vida; el cumplimiento de todas aquellas prácticas, económicas y no económicas, indispensables para la optimización de sus condiciones materiales y no materiales de existencia” (Torrado, 1982:8).

Si bien la familia constituye la base del reclutamiento de las unidades domésticas, ellas coinciden en la medida en que hay corresidencia (lo que no siempre es el caso y varía especialmente en función de la edad de los parientes, pero también de su extensión estructural). Por otra parte las funciones de la unidad doméstica no se limitan evidentemente a la esfera privada sino que deben ser analizadas “en relación con las demás instituciones y esferas de la sociedad (Jelin, op cit: 14). 3