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Chloe D'Lacruz es mitad bruja blanca y mitad ángel, y está destinada a ocupar el lugar de su padre en el Concejo de los ángeles, aunque se oponga a la idea y su tío conspire a que eso no suceda, las leyes medievales no están hechas para ser cambiadas. Sus aventuras junto con su amiga Greta, la meterán en más de un problema y, enamorada de un hechicero considerado inapropiado, deberán enfrentar al destino que ya está escrito para ellos.
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Seitenzahl: 416
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Brehm, M. Laura La corte de los Ángeles / M. Laura Brehm. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-2012-8
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Chloe D’Lacruz es mitad bruja blanca y mitad ángel, y está destinada a ocupar el lugar de su padre en el Concejo de los ángeles, aunque se oponga a la idea y su tío conspire a que eso no suceda, las leyes medievales no están hechas para ser cambiadas. Sus aventuras junto con su amiga Greta, la meterán en más de un problema y, enamorada de un hechicero considerado inapropiado, deberán enfrentar al destino que ya está escrito para ellos.
La casa se había convertido en un infierno, brujas oscuras por todos lados, fuego consumiéndolo todo a su paso. Estábamos en lo que era el comedor, un lugar que solía ser muy feliz, de risas y en donde la pequeña Chloe había dado sus primeros pasos. Ahora la realidad era muy diferente y perversa.
—¡Lisandra! — Su voz salió entrecortada, por una puntada de dolor que atravesaba su pecho, instintivamente llevó su mano al lugar—. ¡Por favor cuida de mi pequeña Chloe, es todo lo que me queda en este mundo! —dijo afirmando con la cabeza y oprimiendo la herida que surcaba su corazón—. No me voy a permitir perderla a ella también. —Mi corazón estaba perplejo y adormecido por el dolor de ver cómo la luz de mi señora y amiga se iba apagando. Ella estaba dispuesta a luchar hasta su último aliento, con tal de que su pequeña hija viviera.
Esta guerra sin fin, contra el bien y el mal, en donde lo único que se ganaban eran más muertes, jamás terminaría. Las fuerzas oscuras nunca se rendirían y la luz nunca dejaría de luchar. Aunque se necesitara todo el poder del cielo para lograrlo.
La guerra que había comenzado en el jardín, dejando inconscientes a los ángeles que estaban para protegernos, ahora se estaba desarrollando dentro de la casa. Arrasando todo a su paso. Se escuchó una explosión proveniente del otro lado de la puerta. La puerta principal estaba hecha de madera y vidrio, no se había construido con el fin de resistir una batalla; ambas sabíamos que la destrucción de la casa sería en cuestión de minutos. La casa era el mismísimo infierno, los vidrios empezaron a estallar y cada ventana rota significaba más fuego. Toda la construcción crujía y se caía en pedazos. El humo inundaba toda la estancia. Los hechizos que mi señora conjuraba eran inútiles ante la magnitud del mal de las oscuras. Todavía no sabíamos por qué venían a la casa de una bruja blanca. Para las oscuras, una bruja blanca no representaba amenaza. Así que la mayor parte del tiempo vivíamos sin mayores sobresaltos.
Mi señora se reincorporó sin hacer alusión a su dolor, se puso en guardia para enfrentarse a cualquier cosa que entrara al salón en donde nos encontrábamos. Un hechizo de protección a la puerta era lo único que nos daría unos segundos extra. La sangre que emanaba de su pecho empapaba su camisa, tiñéndola de escarlata. Su rostro estaba oscuro por causa del hollín que desprendían las cenizas. Y era imposible no notar los surcos dejados por las lágrimas en sus mejillas. Debajo de esa máscara de hollín, sudor, lágrimas y esperanzas rotas, pude notar cómo iba perdiendo el conocimiento, su cuerpo estaba apagando sus funciones motrices, la estaba abandonando. Su alma era la única que la ayudaba a seguir adelante con esta lucha. Pero era tanta la sangre que brotaba de la herida que sus fuerzas ya no le respondían. Y aun así no perdía su elegancia y belleza, con un metro setenta y cinco y sus finas curvas, era toda una fiera cuando se trataba de defender a su familia o lo que quedaba de ella. Su pequeña hija era el vivo retrato de su madre, aunque tenía la sonrisa de su padre. El padre de Chloe, Tobías Amaya, era un ángel, que había muerto unos meses atrás, en una misión diplomática que salió mal.
Con la respiración entrecortada, se preparaba para dar las últimas instrucciones.
—Los voy a entretener todo lo que pueda. Después va a ser tu protegida. —Con su mano temblorosa me tomó por la nuca, para intentar no caer; me miró a los ojos y me dijo—: Lisandra... cuídala como yo no lo podré hacer, prométeme que vas a ser una madre para ella, vas a ser lo único que ella tenga, cuídala y cuéntale cómo la quise y cómo la voy a seguir queriendo cuando ya no esté. —Su petición fue con todo el dolor de su alma, de alguien que ama a su hija.
Soltó mi cuello y con esa mano tomó mi antebrazo, conjurando así un hechizo que me uniría en cuerpo y alma a su pequeña hija, mi adorada niña. Mi brazo pasó del color rojo al negro, a medida que terminaba el hechizo. Dejando una marca con el símbolo de unión, de mi unión con ella, una unión que tan solo la muerte rompería.
Antes de que pudiera salir en busca de la pequeña Chloe, escuché a mis espaldas cómo la puerta, la única barrera de defensa, se rompía, explotando y esparciendo madera por cada rincón del suelo.
—¡Mi señora! —grité dándome la vuelta.
—¡Vete! —ordenó, y con sus últimos esfuerzos me empujó hasta dejarme en la otra habitación, y cerró la puerta.
Esa sería la última vez que vería a mi señora con vida. Ehla D’Lacruz era de esas personas humildes de espíritu, sin importar su posición. Ella me rescató de uno de los momentos más difíciles de mi vida, en donde seguir viviendo o morir para mí era lo mismo. Amaba a su familia y siempre había lugar para alguien más. Jamás cuestionó las órdenes de la Corte, tanto de las brujas como de los ángeles. En la posición en la que se encontraba a veces le resultaba muy difícil vivir en los dos mundos. Al casarse con un ángel, y no con cualquier ángel, debía seguir al pie de la letra las reglas y más aún cuando era considerada inapropiada para desposar a un ángel. Y aun así tenía tiempo para llevar una vida mundana, estar con su pequeña hija, rescatarme y seguir dando el ejemplo.
Ahora había puesto todas sus esperanzas en mí. Mi responsabilidad sería cuidar de su pequeña, la persona, quien, en un futuro, formaría parte de algo mucho más grande que todos nosotros.
Encontré a Chloe muy asustada y temblando, en una habitación de la casa de huéspedes, que estaba casi en el final del patio trasero de la mansión. Pequeña para tener cinco años, sus ojitos me miraron, fueron lo primero que vieron cuando su madre la dejó ahí, pidiéndole que se escondiera, que haga el menor ruido posible. Y como una buena niña hizo todo lo que se le ordenó. Con todas mis fuerzas la tomé en mis brazos y corrí al bosque alejándome lo más que podía, viendo cómo el viento avivaba las llamas, el mismo diablo había subido a soplar el viento para terminar de destruir a esa familia a la que ya nada le quedaba.
La carretera no se encontraba muy lejos de la mansión, pero dadas las altas horas de la noche se hallaba desierta. Encontrándose a oscuras, la única iluminación que teníamos era la luz de la luna llena, tan limpia, tan pura. ¡Qué ironía de la vida!, la luna parecía pura en un día como hoy. Caminando con la pequeña Chloe de la mano. Aun asustada, pero ya sin los temblores que recorrían su cuerpo.
—Lisa, ¿mi mamá en dónde está? —El silencio se apoderó de mí. ¿Qué le diría a una niña de cinco años?—. Ella vendrá por nosotras, ¿verdad?, mi mamá nunca me va a dejar, ¿no es así? —Su manito me apretaba cada vez con más fuerza. Y las lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas.
—Mi chiquita. —Me arrodillé para quedar a su altura, la tomé de sus manitos—. Tu mamá te ama con todo su corazón, y ella va a estar siempre contigo.
Me abrazó y rompió a llorar, su llanto desgarraba hasta el corazón más congelado y sin vida. No había palabras para consolar a una niña que había perdido a su padre hacía cuestión de meses y a su madre hacía minutos. La levanté y así caminamos juntas. En ese momento deseé con todas mis fuerzas ser una verdadera bruja blanca, así podría hacerle un hechizo que la hiciera dormir y soñar con un mundo mejor, en donde todos eran felices y la destrucción y el mal serían cosa del pasado.
Estuve a punto de perder los estribos por la oscuridad absoluta de la carretera cuando me encandilaron unos faros de luz blanca, el vehículo no bien me captó en su campo de visión frenó de golpe.
—Señora, ¿se encuentra bien? —preguntó el extraño mientras bajaba de su auto y se acercaba a nosotras a toda prisa.
—Sinceramente no... ¿Nos podría alcanzar a la terminal, por favor? —Mi pregunta terminó con lágrimas que ya no podía contener, en estos momentos no necesitaba ser fuerte, podía llorar, intentar desahogarme. Y una vez llegado al lugar, pensaría a dónde iríamos.
El hombre, sin nombre aun y expresión seria abrió la puerta del acompañante para que subiéramos. Senté a la pequeña Chloe en mi regazo y se acurrucó sin hablar.
Los ojos del extraño se encontraron con los míos, pero lo único que reflejaron era su color ambarino. Su expresión era difícil de descifrar. Su ropaje por otro lado tampoco arrojaba información extra. Vestía jean azul y una camisa a juego.
Después de unos minutos se presentó.
—Rafael —dijo cortés—. La estación más cercana está a una hora de distancia —concluyó, esperando una contestación.
—Gracias. —Fue lo único que me atreví a decirle. Ya que las lágrimas amenazaban con salir nuevamente. Con tanta angustia contenida, no había reparado en la persona que nos estaba transportando. Lo estudié una segunda vez, tomándome unos minutos más de la cuenta, pero sin descubrir nada de nuevo, no era un tipo que llamara mucho la atención, podría pasar desapercibido. Tenía tez clara, cabello oscuro y estatura promedio.
Después de andar veinte minutos me di cuenta de que intentaba preguntarme algo, lo miré para incentivarlo. Al fin y al cabo, era su vehículo.
—¿Para dónde se están dirigiendo con exactitud? Tal vez podría llevarlas —preguntó en tono de duda o con un poco de indecisión. Pero al fin el hombre se sintió más relajado. Intentaba comportarse con toda la naturalidad posible.
—¿Importa? —Mi respuesta lo tomó con la guardia baja, me observó por un momento y luego volvió la vista al camino. Estaba decidida a no revelarle nada.
—Supongo que no… —Encogió los hombros como resultado de su indignación.
Cuando estaba lo suficientemente relajada para observar el vehículo, ahora que se encontraba más iluminado por las luces de la carretera, pude notar que tenía una insignia familiar, o por lo menos familiar para mí, no era la primera vez que la veía. Eran dos alas terminadas con plumas largas, y en el medio de ellas había una especie de T. Eso me sobresaltó, sabía que la había visto en algún lado, pero en estos momentos no podía recordar dónde. Podría haber sido en un libro o en la tele. En cualquier lugar, la lista era infinita.
—¿Quién te envió por nosotras? —demandé un tanto ansiosa y resentida. Mi extraño después de todo no lo era tanto.
Mi experiencia me decía que había comprendido mi pregunta, sabía que yo sospechaba de lo que podía llegar a ser. Se tomó unos segundos para responder.
—Me preguntaba cuánto te tomaría darte cuenta —me acusó con resignación—. Y eso no es bueno Se supone que te han entrenado bien. —Su afirmación me dolió—. Y tendrás que cuidar bien de esa niña —me volvió a regañar.
—¿Darme cuenta? ¿¡Quién eres!? O ¿qué eres? —Mis preguntas se apresuraron a salir, y mi cara de horror era indescriptible. Me sentía confundida, impotente, porque, si él tenía razón, yo debería saber qué hacer en esta situación, si no lo podía reconocer, cómo podía proteger a mi pequeña en el mundo de los mundanos.
—Soy Rafael —repitió su nombre como si eso pudiera significar algo para mí, pero no a responder mi pregunta.
—Sabes a lo que me refiero —puntualicé indignada.
—Sí —dijo en un suspiro y negando con la cabeza a una pregunta no formulada—. Sé a lo que te refieres, siento no haber llegado antes, por lo que me doy cuenta Ehla D’Lacruz no te dijo nada sobre mí. Y ahora ya no se encuentra con nosotros. —Su rostro era el vivo retrato de la desolación.
Ehla D’Lacruz era mi señora, una de las más grandes brujas blancas que habían existido. Aún seguía sin comprender, lo único que se me ocurría era que podía ser el arcángel Rafael. Otro Rafael con relevancia en la historia de las brujas no había, bueno, digamos que en la historia de las brujas no, en la historia de mi señora, sí. Pero eso no tenía mucho sentido, mi señora no tenía tanto poder para pedir ayuda a un arcángel o ¿sí?...
—¡Sí! —Su respuesta a mi pensamiento fue contundente—. Tu señora, así como la llamas, me invocó para que vaya a ayudarla en su..., bueno, nuestra pelea. Cuando mis intentos de ayudarla no fueron suficientes, decidí bajar a la tierra y ayudar a su hija, mantenerla con vida es ahora mi nueva misión, aparte se lo debo a su padre.
Yo estaba escuchando lo que me decía, pero no razonaba, cómo podía saber lo que estaba pensando. Había leído sobre los ángeles y arcángeles, pero eso era todo, mi conocimiento moría ahí.
—No te preocupes, las voy a llevar a un lugar seguro, para que puedan vivir tranquilas, y esto no va a volver a pasar. —Su comentario me hizo perder el hilo de mis pensamientos.
—¿Cómo puedo confiar en usted? —De nuevo mi pregunta volvió a salir sin pensar, un poco agresiva.
—No puedes, los hechos te lo demostrarán por sí solos, pero recuerda esto: debes cuidarla, ella va a marcar un cambio en la historia, tal vez pueda lograr lo que muchos de nosotros intentamos una y otra vez, que esta batalla por el bien y el mal termine. —Tan rápido como contestó a mi pregunta volvió a su estado sereno, relajado, como había estado desde el primer momento en que lo vi.
El único ángel que conocía era el padre de Chloe, y por lo que había aprendido de él, los ángeles eran un intermediario de los arcángeles que estaban en el cielo. Ya que estos no podían bajar hasta nuestro mundo. Entonces los ángeles habitaban el plano terrenal. ¿Pero si los arcángeles no pueden bajar? ¿Cómo lo habrá hecho este individuo?
—Posesión —respondió de nuevo en mi mente, fuerte y claro.
—¿¡Perdón!? —No me iba a acostumbrar a que él pudiera leer mis pensamientos y menos que hablara en mi cabeza.
—De la única forma en que nosotros podemos bajar a la tierra es por medio de la posesión, ocupamos el cuerpo de otra persona por un período corto, después lo tenemos que devolver.
—Ya entiendo... ¿Y este cuerpo recuerda lo que le sucedió? —pregunté intrigada, después de todo, uno no ve a un arcángel todos los días.
—No, por lo general es como un sueño para ellos, algo que está más allá de su entendimiento. Tampoco nuestra posesión los lastima.
Luego de unos minutos sin que ninguno hiciera alguna pregunta en voz alta, empecé a analizar todo lo que había ocurrido las últimas doce horas. Ahora estábamos yendo a un lugar al que yo no conocía, tenía que empezar una nueva vida con una niña de cinco años sin su madre y sin su padre. Durmiendo en mi regazo pensaba en todas las cosas por las que tendría que pasar. La miré y le hice una promesa silenciosa—. Te prometo hoy y como se lo prometí a tu madre, voy a estar siempre para protegerte y voy a intentar ser una madre para ti.
—Sé que lo vas a ser. Y ella va a ser la hija que siempre quisiste. Pero un día va a llegar el momento en que la vas a tener que dejar ir, y espero que así lo hagas. Tal vez no entiendas el motivo que la impulse a hacer ese cambio. Por eso estoy seguro de dejarte la niña, es lo mejor que podemos hacer. No dudes en llamarme si me necesitas. —Su comentario era más parecido a una visión que a un consejo.
Circulamos por medio de varios pueblos y tomamos distintas carreteras. Y sin previo aviso retomó la conversación.
—Estamos llegando.
La carretera empezaba a entrar en un pueblo, bien iluminado, la entrada tenía un arco que decía “Bienvenidos a Rosario”.
—¡Me gusta! —dije sorprendida, era más de lo que esperaba.
—Acá van a encontrar todo lo que necesiten, Rosario es un pueblo muy amable y las van a aceptar bien, tan solo di que eres su tía y que su madre murió en un accidente de tráfico, así nadie te hará preguntas al respecto.
Él ya tenía todo pensado, se veía que lo conocía y que lo había estudiado de antemano, cruzamos todo el centro, había algunos semáforos, y muchos locales de todo tipo, pero el que más se destacaba era una tienda de sortilegio. Eso me llamó la atención. Lo miré y apunté con el dedo en donde había estado el lugar.
—Rosario es un poco supersticioso —dijo encogiéndose de hombros.
Lugar ideal para nosotras, pensé irónicamente. La carretera estaba terminando de cruzar el pueblo cuando dobló a la derecha para tomar una calle más angosta, que después de unos metros se convertía en un camino de ripio. Al cabo de recorrer dos cuadras más o menos entramos en el patio de una casa tipo colonial. Era bastante grande y estaba pintada de beige con tejas rojo carmesí.
—¿Acá es donde viviremos? —pregunté entusiasmada. No paraba de sorprenderme, estaba anonadada ante el paisaje que tenía delante de mis ojos.
—¡Sí!, espero que sea de su agrado. Y Lisa... ¡buena suerte! —dijo el arcángel
El televisor estaba a un volumen más alto que el necesario. Indignada con lo que mis oídos estaban escuchando llamé a Lisa.
—¡Lisandra! —grité furiosa—. Escucha lo que dice un pastor sobre las brujas. —Con mi voz más sarcástica empecé a repetir lo que había dicho—. Es difícil distinguir claramente entre brujería, hechicería y magia... Estas prácticas utilizan medios ocultos que no son de Dios, para producir efectos más allá de los poderes naturales del hombre. La brujería es perversa porque recurre a espíritus malignos. Implica un pacto, o por lo menos una búsqueda de la intervención de esos espíritus. El ser brujo o bruja se obtiene por vínculos satánicos en los que se entra por una “dedicación”, muchas veces dentro de la familia.
—¡Chloe!, si te vas a poner así cada vez que leas o veas algo de eso, vas a envejecer más rápido —comentó entre risas proveniente del pasillo, ella siempre se tomaba las cosas con más calma y tenía los consejos más sabios.
—Es indignante escuchar cada insensatez. —Me acomodé mejor en el sillón para estirar las piernas—. Primero somos las que traemos la peste, luego nos comemos a sus hijos y ahora y siempre hacemos pactos con el “príncipe de las tinieblas”. ¡Buu! —pensé dentro de mí.
—Mi cielo, ya te lo dije —comentó cansada de repetir una y otra vez la misma frase.
—Gracias, Lisa —le respondí con una sonrisa. Al final tenía razón, no me servía de nada—. Pensándolo bien... ya no quiero ver más sobre todo eso, esa clase de gente vive en la ignorancia.
Aunque nunca faltaba el aficionado a las películas de magia, que sin ser consciente, se acercaba bastante a descubrir nuestro mundo. Los mundanos, los seres mágicos y los seres de luz han convivido desde los comienzos de la tierra, nosotros intentamos mantener nuestro mundo lo más privado posible. En cambio, a las brujas oscuras no les importa quién resulte herido, por lo general, son bastantes descuidadas a la hora de conseguir lo que quieren.
A través de las décadas, siglos y supongo que milenios siempre íbamos a ser los malos de la película, sin diferenciación. La quema de Salem mató a muchas mundanas inocentes, las personas buscan fantasmas en donde no los hay, desde ese entonces se carecía de razonamiento y se sigue igual. Aunque a Lisandra no le gustaba que viera esa clase de programas, nunca me obligó a que dejara de ver, ella lleva siendo mi protectora durante doce años, era lo más cercano a una familia, junto con mi mejor amiga Greta Valdez. Lisa Blanc es toda una dama victoriana, muy bella, con sus 1.68 m de altura y su silueta lánguida, ojos oscuros como la noche y una sonrisa que deja ver la mayoría de sus dientes, pelo lacio hasta la cintura al que siempre lleva recogido. Sé que ama cuidarme como a una hija y de alguna manera le correspondía, mi madre y yo venimos de una familia de brujas blancas muy antigua y Lisandra cuando conoció a mi madre se convirtió en su ayudante, como no tiene sangre de bruja blanca u oscura no puede realizar magia o encantamientos. Su fuerte son los brebajes y la jardinería, para prepararlos. Además, le gustan las actividades al aire libre, así que por eso se encargaba de la huerta. Aunque no me oponía que de vez en cuando compráramos en la tienda local de sortilegios, sin embargo, ella dice que llamaríamos la atención de algún curioso si lo hacíamos muy a menudo.
Observé a mi cuidadora cómo lo hacía. Ella se encontraba en el salón que usaba para preparar pócimas, encontraba fascinante cómo, con pocos ingredientes, preparaba los mejores brebajes. No me dejaba incursionar con los libros de herbolaria mágica, decía que era muy peligroso, Lisa se encargaba de todo y se empeñaba en que aprendiera mucha teoría, cuando digo mucha, ¡es mucha teoría! No me dejaba usar la magia, algo que era natural para mí. Pero sin importar cuánto lo intentara me resultaba muy difícil hacer un hechizo.
—Voy a ir al jardín —comenté, mientras me dirigía a la puerta que daba al patio trasero. Como de costumbre no me prestaba mucha atención cuando estaba en su salón.
Nunca pude hacer crecer nada... hasta ahora, jamás iba a hacer ni la mitad de buena que ella, en cuanto a jardinería se tratara, pero siempre lo intentaba, algún día, tal vez algo bueno salga de esto. Esta vez en el jardín no me sentía tan perdida, mi plantita de hierbabuena había crecido y eso significaba que podía mejorar. Lisa siempre me decía: “la perseverancia es la regla para el triunfo”. Empecé a regarla cuando mi móvil sonó.
Mensaje de texto de Greta.
—Estoy en Pipos, te espero hasta las 20 h.
Miré el reloj del celular y faltaban treinta minutos para la hora, sabía que si no llegaba puntual ella se pondría de mal humor. Le regalé una última mirada con ternura a mi retoño y salí corriendo para mi habitación. No era muy grande, pero estaba bien distribuida, una cama en el centro, con un ropero en la pared, frente a la ventana que daba al balcón y una mesa de estudio en la pared que quedaba libre. Agarré lo primero que encontré, por lo menos iba a ser mejor que mi pantalón deportivo y mi camiseta a rayas. Sobre la cama se encontraba un jean que había dejado Lisa para que guardara. En el primer cajón del ropero encontré una camiseta con mangas japonesas, por último, tenía que arreglar mi pelo, tema aparte y sin solución. No era que no lo intentara cada día, pero tenía ese pelo rebelde que siempre buscaba su camino. Con el minuto que me sobraba me miré al espejo que estaba pegado en la puerta del ropero, vi a una chica a la que le faltaba maquillaje, y un poco de emoción en su vida. —Nada de lo que no se pueda arreglar —me dije optimista. Le sonreí a la chica delante de él y me fui.
A Greta siempre le gustó el color de mi pelo, nada en especial, un castaño oscuro, muy común en este pueblo, ella decía que me afinaba más el rostro y resaltaba mis ojos color almendra. El tono de mi piel ayudaba a que me pareciera a un muerto, era demasiado pálido incluso para estar en primavera, eso se lo debía a los genes de mi padre. Los rayos del sol se alejaban de mí cada vez que me quería acercar.
Mensaje de texto de Greta.
—Se te está haciendo tarde, sabes que no me gusta que me hagan esperar.
Mensaje de texto de Chloe.
—Estoy en camino.
Al bajar las escaleras, encontré a Lisa esperándome.
—¿Te vas? —preguntó, con expresión que no supe adivinar.
—Sí, Greta me está esperando en Pipos, y tengo que llegar dentro de 10 minutos, ¡deséame suerte! —le dije apresurándome hacia la puerta de entrada.
—¡Suerte! —gritó Lisa caminando hacia esta—. No regreses muy tarde —exigió.
—Es sábado. —me quejé.
Ella siempre se preocupaba mucho por mí, a veces demasiado. En cambio, Greta era un poco de aire fresco, ella era igual que yo, pertenecíamos a diferentes familias, pero las dos descendíamos de la misma bruja blanca, podríamos decir que éramos una especie de primas. Ella era un poquito más alta y tenía una complexión delgada, ojos claros como el mar y rostro anguloso, cabello rubio que casi le llegaba a la cintura, con mucho brillo, aunque diga que no, sabía que hacía algún hechizo para que se viera así. Tenía un sentido de la moda ¡dramático!, como buena geminiana que era, jamás la ibas a ver de zapatillas. Incluso, sus zapatillas tenían plataforma. El brillo era su mejor compañía. Aparte de eso era amistosa, compasiva y muy solidaria, aunque tenía una desventaja a mi ver, disfrutaba la vida al máximo y eso hacía que se metiera en algunos problemas de vez en cuando.
Estacioné mi auto modelo 2009 color arena, al lado del flamante deportivo de ella. El estacionamiento estaba detrás del bar. Pipos era el mejor lugar para alguien que buscaba distraerse, escuchar buena música y, más allá de todo, tener intimidad. El dueño casi nunca estaba y las pocas veces que lo frecuentaba se encontraba en la cocina. No era una persona muy sociable y él lo sabía, Adrián Domac tenía alrededor de cincuenta y cinco años, petiso y barrigón. Una persona un tanto solitaria, cuando se lo proponía. Él dejaba que sus camareras trabajaran a discreción, pero sin restricciones. El bar gozaba de muchos más años de los que llevaba viviendo en este lugar, no era muy grande; el dueño se las había ingeniado bien para acomodar todo en su lugar, la arquitectura en forma rara de T y toda su decoración parecía o más bien pertenecía a los años 50. La mayor parte de las paredes habían sido reemplazadas por ventanales. Dando la mejor calidad en vista, por eso era muy transitado por los turistas. La puerta principal de doble ala hecha casi en su totalidad de vidrio. Aunque el vidrio era el que pasaba la factura de los años de maltrato. En los espacios que no estaban rayados había calcomanías de productos de gaseosas y cervezas de algún tiempo atrás.
—Justo a tiempo —pensé al ver la vieja puerta de Pipos.
Entré al bar y vi muchos rostros extraños, Rosario era un pueblo no muy grande, y en cierta forma nos conocíamos todos, aunque estas personas eran extrañas para la mayoría que frecuentaba el lugar. Busqué con la mirada a Greta, lo que se me dificultó un poco, el bar estaba más oscuro de lo habitual. Debían de haberse quemado algunas lamparitas y el dueño no las había reemplazado aún. La barra que se encontraba enfrente de la puerta principal, con sus butacas forradas en cuero roja, estaba vacía. Siguiendo el recorrido de la T, había una mesa de pool con pequeños estantes para apoyar las bebidas. El sector de las mesas para comer era el más importante, este lo coronaba. Si conseguías el lugar del medio, tenías todo el panorama del pequeño bar, en cambio las puntas contaban otra historia muy diferente. El ala de la derecha daba justo a las playas de Rosario, podías ver el oleaje en todo su esplendor, subir y bajar la marea y la gente caminando en la arena. En cambio, en la otra ala estaban las luces del pueblo, el bulevar Estrada que comenzaba en el paseo marítimo. Si conocía a mi amiga, sabía que ella me estaría esperando en el ala que daba a la costa, porque le gustaba presumir que sus ojos hacían juego con el mar.
Greta no había notado mi llegada. Seguí la dirección de su mirada, aunque no era de extrañar saber en dónde descansaban sus ojos. Estaba perdidamente mirando a un grupo de chicos nuevos, mientras montaban una escena en la otra ala, había algo en ellos un tanto siniestro, un tanto bello. Igual que la maldad, bella para ser mala y siniestra para no serlo.
—¡Hola...! —dije moviendo mi mano delante de su rostro para traerla de nuevo a la realidad.
—Hola, Chloe, ¿¡Chloe!? —Hubiera jurado que se había olvidado de mí—. ¡Tengo muchas cosas planeadas para esta n-o-c-h-e! —terminó deletreando noche, se ve que algo no le gustó—. ¡Chloe! —se quejó observándome de arriba abajo, y de abajo arriba. Me miraba como si fuera obvia su reacción. Sin embargo, todavía no entendía lo que me quería decir, me senté enfrente de ella esperando la respuesta a su repentino mal humor.
—¡Y tú, amiga mía!... ¡Me temo que no estás vestida para la ocasión! —preguntó—. Hoy es sábado por si no te enteraste —dijo levantando las palmas de sus manos en forma de exclamación.
Ella sabía muy bien en qué día de la semana estábamos. Sus stilettos iban acompañados por un short de cuero negro y una camisa en parte hecha de lentejuelas. A veces me preguntaba cómo resistía salir conmigo. Solía arreglarme, pero el bar de Pipos no merecía tanta sofisticación. ¡Al parecer, para ella sí!
—¡Era eso! —Me relajé mientras revoleaba mis ojos—. ¿Qué tienes en mente? ¡Me puedo cambiar! —Sonreí ante mi afirmación, sabía que eso la iba a animar.
—¡Primero, quiero ir a bailar! —afirmó usando ese timbre de voz, al que solamente lo usaba cuando por su cabeza se le cruzaba algo no muy legal—. Con esos chicos —dijo señalándolos y riendo tontamente—. Y luego ver el amanecer en el anfiteatro —concluyó.
—¿En el anfiteatro? —En verdad me intrigaba el lugar que había elegido.
—¡Sí! —afirmó tontamente—. Es un lugar único por acá, como nosotras dos —comentó entre risas.
—¡Sí que tienes buen sentido del humor! —Reí por la dirección de sus pensamientos.
Eso no se lo iba a cuestionar. En el pueblo estaban nuestras dos familias, y hacía mucho que no veíamos a otra bruja blanca por acá, y menos a una bruja oscura. Se dice que Rosario es un lugar protegido, por eso el nombre, y está custodiado por las salvaguardas, en donde lo malo se queda afuera y lo bueno adentro, por ese motivo no hay brujas oscuras en este lugar. Y el anfiteatro se encuentra terminando el paseo marítimo. Con la parte del escenario dando al mar.
—¡A cambiarse entonces! —respiré apesadumbrada—. Viendo que tus planes no van con mi “atuendo” —dije señalándome.
—¡Sííí! —Movió la cabeza hacia arriba y abajo dándole más peso a su afirmación—. ¡Por supuesto que sí! —se apresuró a decir—. Esos chicos nos invitaron al club del lago —dijo mirándolos embobada otra vez—. Aunque algunos son un poco extraños. —Por lo menos ella también lo había notado.
Ese grupo, compuesto por tres chicos en particular, era de lo más extraño que había visto cuando entré. Algunos estaban vestidos como si fueran roqueros o motoqueros, con esta escasa luz no sabía diferenciarlos. Y otro grupito que estaba en la mesa continua parecían más normal o por lo menos sus atuendos lo eran, ninguno tenía pinta de haber dormido mucho, y sus posturas eran rígidas para estar divirtiéndose en un bar. Mi llegada los alertó y no me habían sacado los ojos de encima, desde que había abierto la puerta del bar. Y lo más raro, ninguno daba la talla de ser socios de ese club, al cual lo frecuentaban los ricos del pueblo y algunos modelos de temporada.
—¡Genial! —Era la expresión más sarcástica que había encontrado—. Pero mañana temprano Lisa nos va a estar esperado para entrenar, no puedes faltar, dijo que tenía algo nuevo para enseñarnos.
—Que yo recuerde... —Hizo una pausa teatral como si estuviera pensando—. ¡Lo último que nos enseñó es teoría, teoría y creo que sí, más teoría! —se burló.
La camarera llegó y dejó una carta para las dos, cortando nuestra conversación. Angélica Roswell llevaba varios años trabajando en Pipos. No tenía más de catorce años cuando su padre las abandonó a ella y a su madre. Por ese motivo Adrián la había empleado a los quince años y tenía un trato especial con ella. Angélica era de esas personas que no se involucraba en la vida de nadie, se ocupaba de hacer bien su trabajo y de llevar una vida tranquila, todos por acá la conocían como “la rubia”.
El lugar estaba un poco más concurrido de lo habitual, pero eso era bueno, significaba que la época de turismo había comenzado. Aparte de ser un pueblo o ciudad pequeña como le gustaba llamarlo a Greta, Rosario cuenta con unas playas increíbles, en donde los fines de semanas tocan bandas locales y muy rara vez venían bandas de algún lugar cercano. La temporada de turismo dura los tres meses, que dura el verano, antes de que empiece el año escolar.
—Creo que voy a pedir lo mismo de siempre —dije sin mirar la carta que Gre tenía en sus manos—. Una hamburguesa con un batido. —Pipos era reconocido por sus famosos batidos. Muchos quisieron comprar la receta, pero el dueño se resistía a compartirla.
—Igual, la noche está ideal, se puede sentir esa vibra en el aire —dijo mirando al cielo a través del ventanal que teníamos a nuestro costado.
—¿Esa vibra? —pregunté entre risas incrédulas.
—Sí, ya sabes —contempló pensativa el mar—. Es como si cualquier cosa pudiera pasar esta noche.
La camarera llegó, tomó nuestra orden y se fue en busca de los batidos, ella jamás se entretenía charlando con los clientes. A los escasos minutos vino con dos tragos, por el color del líquido azulado podía adivinar que era algún licor, pero el olor era muy fuerte y distinto. Sin decir nada y con una postura incómoda, los dejó sobre la mesa.
—¡Discúlpame! —me apresuré en llamar su atención—. Nosotras no pedimos esto —dije señalando los vasos.
—Sí..., lo sé. —Se podía sentir el nerviosismo y preocupación en su voz—. Esos chicos me los dieron para ustedes —los señaló, aunque no hacía falta que indicara el lugar—. Me dieron una muy buena propina y dijeron que eran inofensivos, así que los acepté —dijo encogiéndose de hombros en forma de disculpa—. Pero si me preguntan, no es algo que preparemos nosotros —habló en susurros, evitando que la oyeran. Aunque la música estaba demasiado fuerte, hasta para oírla nosotras.
Se fue sin decir una palabra más. Nos quedamos mirándonos con mi amiga, pero era evidente que algo no andaba bien.
—¿Chloe...? —me llamó por mi nombre, había algo que no la dejaba seguir con su pregunta, tomó una bocanada de aire y relajó los hombros—. ¿Tú crees que sean hechiceros? El olor del trago me hace recordar a las pociones que prepara Lisandra. —Esta última parte la dijo en medio de un pensamiento muy distante.
—¡Creo que sí!, en el jardín hay una planta que tiene un olor similar, aunque este trago esta mezclado con alcohol, no creo estar muy segura. —La expresión de Greta mientras hablaba fue cambiando, sabía que se le había ocurrido una idea.
—En mi cartera tengo un frasquito —comentó en voz muy baja—. Voy a sacar una muestra para que Lisa lo analice. —Su rostro se iluminó y apareció esa sonrisa maliciosa—. Pon tu cartera delante de los tragos y distráelos. —Como siempre mi amiga pensaba en todo.
Seguí sus instrucciones al pie de la letra. Algo en mí llamó la atención del que debía ser el líder del grupito de los tres chicos malos, tomó la iniciativa de venir a investigar. Saqué el celular de la cartera y dije en voz más alta de lo normal.
—¡Creí que lo había perdido! —Greta se dio cuenta de que algo no andaba bien, guardó rápidamente la muestra en su bolso. Coloqué mi cartera en la silla continua a la mía, Gre intentó hacer lo mismo, pero ya era demasiado tarde, el individuo se había sentado a su lado. Nuestras miradas se encontraron e hizo que me corriera un escalofrío por todo mi cuerpo. Este chico no era pacífico en lo más mínimo, por sus poros exudaba maldad.
—¡Buenas noches, señoritas! —Su voz salió clara y limpia, pero al verlo pensé que tendría una voz más ruda, áspera, más acorde a su físico, era muy alto y musculoso, en sus ojos había hostilidad. Su campera de cuero estaba desgarrada en una de las mangas y su jean manchado, era como si hubiera estado en una pelea.
Greta tomó una postura de defensa, tenía los brazos tensos y listos para actuar. Lo miró sin vacilación y preguntó:
—¿Estos tragos —los señaló con su dedo índice—… los mandaron ustedes?
—¡Sí! —afirmó con mucha confianza, poniendo una sonrisa en su rostro que lo hacía lucir como asesino serial—. ¡Veo que todavía no los probaron! —contestó esperando que alguna hablara primero. Aunque se dirigió a mí, en cuestión de segundos logró acortar nuestra distancia. Estaba tan cerca que conseguía ver mi reflejo en sus ojos negros. Eran tan oscuros que juraría que no tenían vida.
—No aceptamos tragos de personas extrañas. — Mi respuesta salió firme y cortante.
—¡Oh, vamos!, ¿qué tan malo puedo ser? —Puso expresión de ángel, pero más bien, ángel de la muerte, diría yo.
En eso mi teléfono sonó, miré la pantalla y figuraba: Lisandra. Nuestras miradas se encontraron, sabía lo que quería decir la expresión en el rostro de mi amiga. Atendí y Lisa habló atropellándose las palabras. No podía entender lo que me decía, sin embargo, desafortunadamente ya no había oportunidad de volver a preguntar, la comunicación se había cortado.
—¡Tenemos que irnos! —dije mientras agarraba mi bolso.
Greta entendió la situación, se puso en pie casi al mismo tiempo que yo. El hombre que estaba a su lado empezó a insistir que nos quedáramos, y mi amiga no resistió en contestarle:
—¡Hasta la próxima, bebé! —y le tiró un beso.
Toc, toc, toc. La puerta crujía cada vez que la golpeaban con desesperación. Intenté llegar lo antes posible, temiendo que algo malo les hubiera ocurrido. Al abrirla encontré a una chica muy asustada y temblando de frío a pesar del calor de primavera. Estaba pálida, con ojeras bajo sus ojos. Sus brazos abrazaban su cuerpo tan fuerte que sus dedos estaban blancos.
—¡Pasa, entra! —sugerí, rodeándola con mi brazo. Ella se apoyó en mí y se dejó guiar hacia el agradable calor del interior de la casa—. ¿Te encuentras bien?
—¡No! —contestó tartamudeando. Estaba en estado de shock ¿y quién sabe hace cuánto?—. Creo que me estoy volviendo loca, veo cosas que no son reales. —Se encogió de hombros—. La mayoría de las veces —concluyó la última frase con desesperación y abatimiento—. Y siempre termino en esta casa —aclaró su garganta, su voz se estaba tornando áspera, era signo de una deshidratación—. No sé cómo llegué, pero sabía que tenía que llegar.
Sus palabras sonaban vacías, ella misma no era capaz de creer lo que me estaba diciendo. Su estado le provocaba hablar sin parar; muy en el fondo quería, necesitaba que alguien la entendiera, la consolara, era solo una niña que no sabía para dónde salir corriendo. Me recordaba mucho a Chloe cuando llegamos a esta casa, ella estaba tan perdida, cada día era una agonía. Consolarla era lo único que podía hacer. Al principio todo era nuevo y desconocido hasta que apareció Greta Valdez y su familia.
A esta chica que tenía delante de mí se la veía frágil, agobiada, sobre todo perdida. Había abandonado todo por no ser comprendida y ahora se encontraba sola en un mundo al cual creía conocer y a su vez este le daba la espalda.
—Soy Lisandra, acá vas a estar segura. ¿Cómo te llamas? —El sonido que hizo la puerta al cerrarse detrás de ella la volvió a sobresaltar.
—Li... Liz... Lizi... —Con mucho esfuerzo pudo decir su nombre.
—¡Bueno, Lizi!, tranquilízate, ponte cómoda que te voy a preparar una taza de té, ¿te parece? —Ella asintió y se dejó caer en un sillón del recibidor.
Se acomodó mejor en el viejo sillón verde con la cabeza entre sus piernas, tomando una bocanada de aire, preguntó antes de que pudiera llegar al umbral de la puerta.
—¿Hay una chica viviendo con usted? —Esa pregunta puso en alerta todos mis sentidos, no era solo una pregunta, se parecía mucho a una afirmación. Busqué mi celular y empecé a caminar hacia la cocina, quería llamar a Chloe, el teléfono pitaba por batería baja, rogaba que igual me pudiera comunicar con ella, hablé lo más rápido posible para que Lizi no se diera cuenta.
—Chloe, cariño, cuando llegues a casa, ten cuidado que llegó una chica. —Al terminar mi frase el teléfono se apagó y Lizi estaba caminando por el pasillo siguiendo mis pasos, tomé la tetera con la mayor naturalidad posible, y la puse en el fuego. Ella volvió a hacer la misma pregunta, aunque esta vez sus palabras salieron firmes, claras y con urgencia.
—¡Lisandra!, ¿hay una chica viviendo aquí?
—Sí. ¿Por qué te interesa tanto? —Mi alma de madre protectora salió a relucir.
—No sé qué son estas cosas que veo, pero si yo no estoy loca, y si las cosas que veo son reales, ella está... —No supo cómo terminar su frase, en ese momento tomó otra bocanada de aire y dijo—: Complicada.
—¿Complicada? —dije escéptica—. ¿A qué te refieres con “complicada”? —marqué con énfasis esta última palabra, estaba segura de que mi rostro no era amable, pero intentaba mirarla lo más controlada posible, ella se encogió de hombros y pareció arrepentida de su comentario; largó todo el aire que mantenía en sus pulmones.
—Las cosas no están en orden, no entiendo lo que veo, si te lo explico ahora puede ser que no sea como en verdad es. —Se encogió de hombros—. Es un caos mi cabeza. —Posó las dos manos en su sien, tratando tal vez, de aliviar su dolor.
—¡Bien! Te voy a preparar el té y vamos a ir a la biblioteca; tal vez ahí pueda aclarar algo de lo que te está pasando, pero por el momento no digas ni una palabra de tus visiones. No quiero preocupar a nadie.
Ella permaneció apoyada en la mesa de la cocina hasta que terminara su té. Luego me siguió sin decir nada hasta la biblioteca, ella siguió mis pasos hasta que encontró el sofá que estaba al lado de una mesa ratona. Ahora se la notaba más calmada, pero no dejaba de contemplar su taza de té y de dar grandes tragos. El té estaba preparado con agua de flores de azahar y valeriana que ya había empezado a surtir efecto. Tranquilizarla y aclarar su mente. Busqué un libro de la parte más alta de la estantería, estaba empolvado. Pero eso no significaba que no le serviría para despejar algunas de sus dudas.
Ella posó su atención en mí, creí conveniente empezar a instruirla en este mundo. Uno nace bruja, no se convierte, y ella tenía un largo camino por delante; sin una enseñanza temprana sobre brujería, sería mucho más difícil controlar sus dones.
—Es un libro que no leía hacía mucho tiempo. Aunque es el primer libro que toda bruja lee cuando aprende a leer. El libro se llamaba La primera bruja blanca, sus tapas están hecha de piel de animal y sus hojas con el árbol más antiguo y sagrado, cuenta la historia que sus tapas simbolizan a Abel, el segundo hijo de Eva, ya que este se dedicaba al pastoreo antes de que su hermano Caín lo matara y sus hojas están hechas del árbol sagrado, el árbol de la sabiduría, así ninguna oscura podría leer el libro de Eva.
***
Recorrí la planta baja de la casa buscándola, el único lugar que me faltaba era la biblioteca, a medida que me acercaba se podía distinguir la voz de Lisa y de alguien más, Lisa estaba parada al lado de una chica que parecía tener mi misma edad, era de estatura media, rostro redondo y rizos, muchos rulos. Sus pantalones estaban manchados, producto de un par de caídas y su blusa algo descuidada. La chica estaba sentada en el sofá con una taza del famoso té de Lisa, detrás de ella estaba mi cuidadora con un libro muy antiguo en sus manos, las dos dejaron de hablar cuando entramos a la biblioteca.
—Hola —dije sorprendida—. ¿Qué sucede? —pregunté al ver la mirada de Lisa con recelo.
—Chloe, ella es Lizi. —Hizo un gesto señalándola—. Llegó hace un momento.
Las dos nos quedamos mirándonos, estudiándonos, para ser más precisa, había algo familiar en su rostro, no podía saber si era la forma de sus ojos o la boca, ella rompió el silencio diciendo.
—No sabía a dónde ir, y de alguna manera mis sueños me traían a este lugar —terminó la frase concentrada en el fondo de su taza de té.
—¿Tus sueños? —me apresuré a preguntar desconfiada, la miré a Lisa para que me explicara.
—¡Sí!, Lisandra estaba a punto de contarme sobre lo que me está pasando —se apresuró a contestar la intrusa.
Miré a Lisa de nuevo esperando su respuesta, ahora tenía más preguntas que no podía poner en palabras, lo primero que cruzó por mi mente fue que Lizi tal vez era una bruja, aunque el libro en las manos de Lisa me lo confirmaba y otra remota idea era que Lizi tenía el don de la premonición o clarividencia. Las brujas blancas compartíamos muchas cosas en común, como el hecho de hacer conjuros y magia, aunque algunas eran mejores que otras en cuanto a la realización de brebajes o pociones, por lo general nos consideraban inofensivas contra las brujas oscuras, ya que no teníamos hechizos de base malignos o de sangre, no podíamos matar a los seres humanos con magia, usábamos el poder del cielo como base de nuestros encantamientos. Por otro lado, cada una tenía dones que los diferenciaban. Y Lisa al no ser una bruja de nacimiento no tenía ningún don en especial, y eso la convirtió en la mejor en pociones.
—De hecho, aquí tienes un libro... —dijo Lisa entregándoselo.
No dejé terminar a Lisa con su frase.
—A estas alturas uno no necesitaba un libro para explicar nuestros orígenes. Te puedo contar mejor que un libro lo que somos y contra quiénes peleamos, pero después va a ser tu elección de seguirnos o de alejarte. —Mi comentario fue receloso.
—Antes de llegar a este lugar, pensé que me estaba volviendo loca, ahora ustedes me dicen que soy una especie de bruja y que tengo que elegir si voy a pelear o no ¿pero... qué les hace pensar que soy una bruja, o que en realidad ya no estoy cuerda? O a lo mejor... ¿ustedes enloquecieron? —Sus palabras salieron a toda velocidad y sin un respiro, estaba convirtiéndose en un manojo de nervios.
—Buena pregunta —intervino Lisa—. Yo sé que eres una bruja, puedo sentirte y verte, se siente un calor que emana de tu cuerpo, pero también ese calor lo hace en forma de un resplandor, en forma de luz; Chloe y Greta todavía son inexpertas en este tema, ellas necesitarán mucha práctica, para llegar a verte tal cual eres, y no ayuda que en el pueblo no haya más brujas; no creo que nosotras estemos fuera de nuestros cabales. Con el tiempo te acostumbrarás.
Volvió la mirada a nosotras, su postura había cambiado, por lo menos ahora ya no estaba tensa aferrándose con todas sus fuerzas a una taza de té, como si ahí encontrara las respuestas del universo.
—¡Aún tienen muchas cosas que aprender!, justamente quería que mañana empezáramos el entrenamiento, ahora que terminaron las clases del mundo mundano.
—¡Calculo que sí! —dije encogiéndome de hombros.
—¿Tus padres qué dicen que faltas de tu casa? —preguntó Greta que aún permanecía callada y observando la situación desde lejos.
—Ellos... piensan que tengo alucinaciones o que me drogo, querían llevarme a un centro de rehabilitación, entonces escapé hace una semana; tomé todos mis ahorros y una mochila con lo necesario.