La creación del placer - Luis Diego Fernández - E-Book

La creación del placer E-Book

Luis Diego Fernández

0,0

Beschreibung

Filósofo, historiador, profesor, controvertido, reservado, gay. Ícono asociado con la izquierda que, sin embargo, criticó duramente al freudomarxismo y al feminismo de su tiempo. Mucho se dijo sobre Michel Foucault, y sus ideas todavía resuenan con fuerza en la actualidad, tanto dentro como fuera de la academia. En La creación del placer, Luis Diego Fernández traza un recorrido de tres partes para: explicar la forma en que Foucault piensa los placeres en Grecia, el helenismo, Roma, el cristianismo y la modernidad; abordar cuatro prácticas placenteras en las que Foucault puso un énfasis peculiar (dietética, homosexualidad, sadomasoquismo y drogas); y reflexionar acerca de ciertas militancias pensadas a partir de conceptos foucaultianos y su recepción en el presente. Se trata de un libro que, valiéndose de la vida y la obra de Foucault, nos permite volver a pensar el placer y el cuerpo para vislumbrar nuevas formas de habitarlos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 207

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



La creación del placer

La creación del placercuerpo, vida y sexualidad en Michel Foucault

Luis Diego Fernández

Índice de contenido
Portadilla
Legales
Prólogo. La existencia como obra de arte, un dandismo foucaultiano
Historia del cuerpo
Grecia. El dominio de los aphrodisia
Helenismo y Roma. La conyugalización del sexo
Cristianismo. El deseo en la carne
Modernidad. El hombre emancipado
Placeres sin identidades
Dietética. El régimen en Grecia y Roma
Homosexualidad. Devenir gay
Sadomasoquismo. Partes inusitadas del cuerpo
Drogas. Desgenitalizar el placer
Militancias específicas
LGBTIQ+. El fastidio con las políticas identitarias
Feminismo. Patriarcado y estructuralismo
Consentimiento. El reformador liberal
Erótica libertaria. Herramientas contra el puritanismo progresista
Epílogo. Devenires personales
Bibliografía
Agradecimientos

Fernández, Luis Diego

La creación del placer / Luis Diego Fernández. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Galerna, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-556-878-9

1. Ensayo Filosófico. I. Título.

CDD 199.82

© Luis Diego Fernández ©2022, RCP S.A.

Diseño de tapa e interior: Pablo Alarcón | Cerúleo Fotografías de contratapa y solapa: Carlos Aguilar Uriarte

Digitalización: Proyecto451

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.

A mi madre, que volvió a nacer

“Creo que tengo auténtica dificultad para experimentar placer. Creo que el placer es una conducta muy difícil. No es tan simple como disfrutar de uno mismo [risas]. Y tengo que decir que ese es mi sueño. Me gustaría y espero morir de una sobredosis de placer de alguna clase [risas]. Porque pienso que es realmente difícil. Tengo siempre la sensación de que no siento el placer, el placer total, y, para mí, está relacionado con la muerte”.

MICHEL FOUCAULT, 1982(1).

1- Foucault, 2015d, p. 283.

PRÓLOGO

La existencia como obra de arte, un dandismo foucaultiano

“Sí, el placer también debe formar parte de nuestra cultura. Es muy interesante señalar, por ejemplo, que desde hace siglos la gente en general —pero también los médicos, psiquiatras e incluso los movimientos de liberación— ha hablado siempre de deseo, y nunca de placer. ‘Debemos liberar nuestro deseo’, dicen. ¡No! Debemos crear placeres nuevos. Entonces,

quizá el deseo continúe”.

MICHEL FOUCAULT, 1984(2).

En 1984, al final de su vida, Michel Foucault reflexiona en un texto titulado ¿Qué es la Ilustración? sobre la especificidad de la modernidad. Para ello determina ciertas características de lo que llama la actitud, o el ethos, propia de este período, que emerge hacia fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. En este marco, apela a la figura del poeta Charles Baudelaire a fin de pensar los tiempos modernos como aquellos atravesados por la conciencia de lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente; de ahí la predilección por la flânerie, la caminata del paseante urbano y solitario, cual héroe elegante e irónico, a la pesca de apresar vanamente el presente que se escurre. Ahora bien, la modernidad para Foucault no es solamente una modalidad particular de vincularse con el tiempo presente, sino una forma de relación con uno mismo; vale decir, ser moderno es tomarse a sí mismo como objeto de una creación compleja y sutil. Precisamente este proceso de construcción de la subjetividad moderna es lo que llamamos “dandismo”. Así lo define con precisión Foucault:

Para Baudelaire, el hombre moderno no es el que parte al descubrimiento de sí mismo, de sus secretos y de su verdad escondida, es el que busca inventarse a sí mismo. Tal modernidad no libera al hombre en su ser propio; le obliga a la tarea de elaborarse a sí mismo (Foucault 2010b, p. 983).

En este sentido, la visión foucaultiana refuerza que el ascetismo del dandy “hace de su cuerpo, de su comportamiento, de sus sentimientos y pasiones, de su existencia, una obra de arte” (Foucault, 2010b, p. 983). Esta afirmación sobre la creación de uno mismo, como si la existencia y el cuerpo fueran un material en bruto que debemos tallar cual escultor que moldea una obra de arte, es algo que siempre me produjo una fuerte atracción. La posibilidad de modelar nuestro modo de vida, así como la voluntad de habitar el mundo de un modo placentero y a la vez singular, haciendo del disfrute la finalidad del vivir a partir de un cruce de elementos que conducen a una forma de vida libertaria y hedonista, propone una ética plástica que logra adaptarse a la trasfiguración del mundo sin caer en lo banal y, al mismo tiempo, opera a través de microrresistencias estéticas y devenires revolucionarios de la subjetividad.

Precisamente, el dandy es uno de los protagonistas centrales de una genealogía de diferentes modelos subjetivos que hicieron del placer el corazón de su existencia. En este recorrido podemos colocar también a los filósofos epicúreos de la Antigüedad, los libertinos barrocos o los experimentadores de la contracultura californiana en la segunda mitad del siglo XX. Para todos ellos la cuestión ha sido la creación de vidas constituidas a partir del acto placentero. Ahora bien, ¿qué es crear un placer? ¿Cómo se lo crea? ¿Cuáles son las técnicas para hacerlo? ¿Con qué fuerza nos dejamos llevar por los placeres? ¿Qué sería producir un nuevo uso del cuerpo y qué consecuencias tendría con respecto a nuestros placeres? ¿Desde de qué conceptos podemos pensar el placer con Michel Foucault y yendo más allá de sus palabras?

Las siguientes son algunas pistas iniciales para responder estas preguntas a partir de la filosofía foucaultiana:

El placer no se opone al poder, sino que irradia sobre el poder que lo persigue, vale decir, ambos están entrelazados.Es necesario inventar una economía de placeres múltiples por fuera de la visión tradicional centrada en el disfrute gourmet y la sexualidad.No hay que castigar nunca la sexualidad en sí, sino la violencia del acto (sea o no sexual), es decir, es necesario salir del marco punitivista que se ha constituido en cierto discurso hegemónico de los últimos tiempos.Deberíamos pensar más en movimientos de afirmación a partir de la sexualidad y abandonar lo que Foucault llama “cantinela antirrepresiva”, la idea de “liberarnos” para ser plenos.Es imperioso criticar la idea de tradición freudomarxista que sostiene aquello de “lo que le das al placer no se lo das al trabajo”, que de manera subyacente determina una suma cero y considera a la actividad placentera como accesoria y superflua frente a la obligatoriedad laboral. El placer, lejos de tratarse de algo frívolo, implica un comportamiento realista que atraviesa todo el campo social y político.Es necesario emprender una desgenitalización del placer y concebir al cuerpo entero como el lugar de los placeres globales, sin jerarquizar ciertos órganos o sectores anatómicos como la boca, el pene, el ano, la vagina o los pechos. Existen cuestiones más importantes que pensar obsesivamente en la represión y de qué forma nos liberamos de ella.El placer es una conducta muy difícil de ejecutar ya que requiere volver a dimensionar nuestro cuerpo, nuestras relaciones con los otros y las regulaciones estatales que fijan ciertos comportamientos.Hay una tensión creciente entre placer y salud, que no necesariamente implica la expulsión de una cuestión por sobre la otra, pero sí que opera todo el tiempo evaluando costos y beneficios entre lo placentero y lo saludable.Existen placeres de medio rango, lo cual conduce a pensar en una escala o gradación de actividades placenteras, una lógica que ya se encontraba presente en la Antigüedad, particularmente en la filosofía de Epicuro.Los movimientos de liberación sexual no encuentran un principio moral diferente a otras militancias de causas disímiles (raciales, políticas, alimenticias, ambientales) y, por lo general, ese eje articulador refuerza el concepto de “identidad” que Foucault considera peligroso, salvo que sea guiado por el placer.Es necesario dar cuenta de que se es esclavo o amo de nuestros deseos y reflexionar sobre el problema del gobierno de estos.Es importante construir, en términos de Foucault, una “ascesis homosexual” y un “devenir gay”. ¿Qué significa esto y cómo se lo podría extender a todas las orientaciones sexuales? En definitiva, ¿por qué el placer debe formar parte de nuestra cultura?

En primer lugar, resulta necesario hacer explícita la mirada crítica por parte de Foucault de la visión freudomarxista sobre la sexualidad que piensa al placer subsumido en el deseo, degradado en un segundo plano. En el mismo sentido, el filósofo denuncia la prioridad de la genitalidad y el orgasmo impresos en una grilla de inteligibilidad antirrepresiva o economicista que implica siempre una disyunción excluyente: placer o revolución. En este aspecto, Foucault intenta edificar una lectura del placer vinculada con la creación, la descentralización del cuerpo y el ejercicio concreto en el vivir. En definitiva, la noción de placer en términos foucaultianos toma distancia del marxismo, del psicoanálisis y de la emancipación sexual. Por el contrario, procura asentarse sobre el “acto de placer”, de ahí la recuperación (no en su contenido valorativo, sino en su lógica) de la mirada grecorromana, en tanto que al pensar los actos placenteros nos vemos obligados, de acuerdo con la óptica de Foucault, a problematizar la salud y los modos de vida.

En segundo lugar, es imperioso dejar en claro que para el filósofo el placer es físico pero desexualizado o, más específicamente, desgenitalizado, de ahí su predilección personal por el sadomasoquismo y las drogas (sobre todo el LSD), actividades que dispersan la sensación placentera por toda la epidermis y modifican la percepción y los vínculos con otros cuerpos. La ética foucaultiana es hedonista si por ello entendemos que la finalidad de la acción no es tanto la experiencia placentera como la creación de nuevos y mejores placeres. En esta dirección, Foucault toma distancia crítica tanto de la izquierda revolucionaria, con su moral militante, ascética, masculinista y homofóbica, como del liberalismo clásico, puritano, familiarista, productivista y centrado en la virtud del ahorro. Ambas posiciones ético-políticas, según su óptica, compartieron una matriz idéntica: heterosexista, patriarcal, disciplinaria y normalizadora de las sexualidades polimorfas. Por el contrario, tanto la izquierda libertaria de mayo del 68 como el neoliberalismo de fines de la década de 1970 (que Foucault referenciaba en experiencias socialdemócratas modernas, como la administración de Helmut Schmidt en Alemania Federal) se constituyeron sobre antropologías antipsicologistas, antidisciplinarias y antipunitivistas. En este sentido, la distinción analítica que hace Foucault entre el liberalismo del siglo XVIII y el neoliberalismo del siglo XX podemos explicarla, respectivamente, en función de una ética protestante y restrictiva contraria a una ética hedonista y tolerante de la diversidad sexual y la experimentación; vale decir, mientras la primera se apoyaba en aparatos disciplinarios desplegados en instituciones de encierro (familia, escuela, fábrica, prisión, asilo psiquiátrico), la segunda se sostenía sobre una dinámica securitaria y de mercado que permitía una libertad de acción a los agentes en base a la evaluación de costos y beneficios. Por tanto, la convergencia de las búsquedas teóricas de Foucault con el neoliberalismo en función de cierto elemento libertario común en el plano político, se puede observar también en lo ético a través de su predilección por una moral de los placeres.

Este es un libro de ética y, si bien tendrá referencias políticas, estas estarán en función de una reflexión de índole moral. Se trata de un ensayo en el que intentaré pensar a partir de las ideas de Foucault, que a mi juicio son inseparables de la manera en que este vivió. Sin embargo, propongo ir más allá de los problemas que el filósofo abordó durante su vida y en su coyuntura; si bien parto de los conceptos, temas y problemas foucaultianos en relación al placer, mi búsqueda se expande hacia la cuestión de los placeres en el presente, con su conflictividad y agenda particular.

En ese sentido, el análisis estará estructurado en tres partes: historia, placeres y militancias. En la primera expondré la forma en que Foucault piensa los placeres en Grecia, el helenismo, Roma, el cristianismo y la modernidad, así como el lugar que estos tenían al interior de esas etapas y tradiciones. En la segunda, abordaré cuatro prácticas placenteras en las que Foucault puso un énfasis peculiar (dietética, homosexualidad, sadomasoquismo y drogas) a fin de analizar su dinámica corporal, la disposición de los sentidos que requieren y su objetivo. Finalmente, la tercera parte se compone de reflexiones que focalizan en ciertas militancias pensadas a partir de conceptos foucaultianos y su recepción en el presente: la relación problemática de Foucault con el feminismo y las políticas identitarias de los movimientos de diversidad sexual, el debate sobre el consentimiento (que ha tomado relevancia en los últimos años a raíz de la denuncia de Guy Sorman sobre Foucault) y, por último, una diatriba que cuestiona a partir de herramientas foucaultianas lo que considero el progresismo puritano hegemónico del siglo XXI. Me propongo pensar a y desde Foucault, con el objetivo de hacer de la creación de placeres un instrumento resistente al espíritu protocolizador del presente. Hago propio este dandismo foucaultiano cuya firmeza en nuestra actualidad está vertebrada tanto por su vocación creadora de prácticas de libertad como en procura de reinventar nuestras vidas cual obras de arte.

2- Foucault, 2010f, p. 1050.

HISTORIA DEL CUERPO

GRECIA

El dominio de los aphrodisia

“En la moral sexual de los griegos la gran diferencia no se planteaba entre la gente que prefería a las mujeres o los muchachos, o entre quienes hacían el amor de una manera y quienes lo hacían de otra: era una cuestión de cantidad, de actividad y pasividad. ¿Eres el esclavo o el amo de tus deseos?”.

MICHEL FOUCAULT, 1983(3).

En la primera edición del primer tomo de la Historia de la sexualidad, titulado La voluntad de saber (1976), Foucault presentaba el plan futuro de publicaciones que continuaría con la indagación iniciada en ese volumen. Allí se notificaba al lector que la saga conceptual estaría conformada por seis títulos: La voluntad de saber; La carne y el cuerpo; La cruzada de los niños; La mujer, la madre y la histérica; Los perversos y Población y razas. De los volúmenes segundo al quinto el filósofo exploraría los elementos que componen lo que había denominado en el tomo inicial el “dispositivo de sexualidad”, mientras que en el sexto volvería a la problemática del concepto de biopoder trabajado en el capítulo quinto también del primer volumen. Este plan de publicaciones fue abandonado por Foucault y, ocho años después, se editaron conjuntamente los tomos dos y tres bajo los títulos El uso de los placeres y La inquietud de sí (1984). Por último, en 2018 se publicó de manera póstuma el cuarto tomo de la serie, titulado Las confesiones de la carne.

Lejos de lo que parece decir su título, no hay en la Historia de la sexualidad un abordaje de este problema en el sentido de una historia de las prácticas sexuales ni tampoco se trata de una reflexión entre sexo y ley o sexo y represión, sino más bien un análisis del modo en que el sexo se inscribe en lo que Foucault llama “régimen de verdad”, vale decir, la obligación de confesar la verdad por parte del sujeto y cómo este encuentra esa verdad en su deseo. Por lo tanto, si establecemos un orden cronológico de la “genealogía del hombre de deseo” desplegada en los cuatro volúmenes finalmente editados, Foucault se ocupa del problema de los aphrodisia en la cultura griega, helenística y romana en los volúmenes dos y tres, de la noción de “carne” en el cristianismo primitivo en el volumen cuarto y del concepto de “sexualidad” en los siglos XIX y XX en el primer volumen. Aphrodisia, carne y sexualidad, de este modo, serán las nominaciones de tres experiencias disímiles del placer y el deseo en la Antigüedad, el cristianismo y la modernidad, respectivamente.

Por lo dicho anteriormente, a fin de seguir un orden histórico, es que iniciamos esta indagación a partir del segundo tomo de la Historia de la sexualidad, titulado El uso de los placeres. En el comienzo de este texto, luego de marcar ciertas modificaciones respecto del primer tomo editado en 1976, donde se ocupaba de la modernidad, Foucault define a la sexualidad como una “experiencia” histórica singular que determina al individuo moderno como “sujeto de deseo”. Esto implica, según su perspectiva, la necesidad de responder a dos preguntas:

¿A través de qué juegos de verdad el hombre se reconoce como sujeto de deseo?¿Por qué el comportamiento sexual es objeto de preocupación moral en la Antigüedad?

En otros términos, la actividad sexual es un domino moral que se problematiza y, particularmente, los placeres sexuales son actividades que atraviesan el pensamiento desde la Grecia Clásica al mundo del helenismo, desde Roma al cristianismo.

Con el fin de nutrir su análisis para desarrollar este proyecto, Foucault se servirá de textos prácticos (no de teología dogmática), es decir, de textos pastorales y de reglas de conducta. Su hipótesis se centrará en la no ruptura entre el mundo clásico y el cristianismo respecto de la moral sexual; vale decir, según el punto de vista foucaultiano, no hay en la Antigüedad una tolerancia y libertad total como se suele plantear. La austeridad sexual en Grecia y en Roma era un lujo, algo propio de una elite que cuidaba de sí misma a través de la regulación estricta de la experiencia sexual, alimenticia, de la casa y de la familia.

En este marco, el filósofo francés se sirve de la noción de aphrodisia como punto de partida para dar cuenta del pensamiento médico-filosófico del mundo griego en relación con el cuerpo propio del varón noble, en función del vínculo con su esposa, con los muchachos, con la libertad y con la verdad. Ta aphrodisia o venerea (en latín) se puede traducir como “cosas o placeres del amor”, “relaciones sexuales”, “actos de la carne” o “voluptuosidades”. Según nuestro autor, los aphrodisia “son al mismo tiempo los actos, el deseo y el placer. ¿Cuál es el modo de sujeción? La idea de que hay que hacer de la propia existencia una bella existencia: es un modo estético” (Foucault, 2013b, p. 140). Para explicarse, el filósofo compara la fórmula griega de la conducta sexual con la china y la cristiana:

Si por conducta sexual entendemos tres polos que son los actos, el placer y el deseo, tenemos la “fórmula” griega, que no varía en lo que se refiere a los dos primeros elementos. En esa fórmula griega los “actos” tienen un papel preponderante, mientras que el placer y el deseo son subsidiarios: acto-placer-(deseo). (…) En cuánto a la “fórmula” china, sería placer-deseo-(acto). El acto se deja a un lado, porque hay que restringir los actos para alcanzar el máximo de duración e intensidad del placer. La “fórmula” cristiana, para terminar, pone el acento en el deseo en su intento de suprimirlo. Los actos deben neutralizarse; su único fin es la procreación o el cumplimiento del deber conyugal. El placer se excluye, tanto en la práctica como en la teoría. Lo cual da: (deseo)-acto-(placer). El deseo es excluido en la práctica —hay que hacer callar el propio—, pero en la teoría es muy importante (Foucault, 2013b, pp. 143-144).

En síntesis, según el rastreo de Foucault, los griegos, a partir de la exploración de los aphrodisia, se centran en el acto más que en el placer (como hacen los chinos) o el deseo (que es privilegiado por los cristianos). A su vez, estos aphrodisia se pueden pensar de la siguiente manera:

Actos, gestos y contactos que buscan placer, susceptibles de intemperancia o akolasia por entrar en juego el tacto; responden a la pregunta “¿con qué fuerza nos dejamos llevar por los placeres y el deseo?” y, en este aspecto, los problemas para los griegos serán el exceso y la pasividad.Placeres estables y fugaces: si bien la actividad sexual es natural, los placeres deben ser jerarquizados y clasificados; los segundos (sexualidad, vino, mesa) requieren templanza.

En segundo lugar, Foucault considera clave para los griegos la noción de “uso” de los placeres de modo adecuado. En este aspecto, el término griego chrēsis responde a la pregunta “¿cómo tomar al placer de manera debida?”. El filósofo marca tres atributos a fin de comprender la “manera debida” para los antiguos:

la necesidad que rige las conductas con templanza, pero que no anula el placer;el kairós, en tanto momento oportuno que determina la práctica de ciertas actividades sexuales en función del clima o la alimentación; yla conveniencia, es decir, el equilibrio de quienes tienen rango y nobleza (ni mujeres, ni esclavos, ni niños) para ejercer los placeres de modo conveniente en función de su peculiaridad, vale decir, la constitución de una ética antiuniversal y plástica, que se ajusta en función de los roles y la coyuntura.

El tercer concepto fundamental según la perspectiva foucaultiana para comprender el vínculo de los griegos con los placeres, será el de enkrateia, que Foucault traduce como “mandarse a sí mismo” o “luchar para moderarse”, es decir, dominar las propias pasiones y deseos. Esta acción implica poner en funcionamiento cinco elementos:

una agonística o combate espiritual con nuestros placeres;una agonística con uno mismo;una temperancia que no implique una supresión de los placeres (no hay que extirparlos, sino dominarlos, moderarlos sin erradicarlos);una virtud cívica respecto de la comunidad, producto de la virtud individual de la temperancia a nivel personal, y que es bien vista por la cosa pública; yun entrenamiento o ascesis (askēsis) para luchar por el dominio de sí y lograrlo, que, para los griegos, nos constituye como sujetos morales libres.

Finalmente, en cuarto lugar, la sôphrosynē (el gobierno de uno mismo) llegará con el ejercicio, el dominio y la moderación en la práctica de los placeres. Para los griegos, los aphrodisia configuran un peligro porque pueden esclavizarnos y suprimir nuestra libertad. La clave de la libertad, según la lectura foucaultiana de los griegos, pasa por tres elementos:

El gobierno de sí y de los otros (por ejemplo, el tirano y el déspota son incapaces de dominar sus pasiones y deseos).El carácter “viril” de la templanza: para los griegos, el dominio y el mando son atributos masculinos, el “hombre afeminado” padece de akrasia (falta de dominio) y akolasia (intemperancia), y lo femenino no es sinónimo de homosexualidad ni implica un rol pasivo en la relación sexual, sino cierta pereza, indolencia, carencia de fuerza, libertinaje, ser esclavo de los placeres e incapaz de gobernarse a sí mismo.El despliegue de una estética de la existencia, una vida fundada en la verdad del amor recto: la estilización de la actitud produce una estética de la existencia (no una codificación de los actos) que se estructura en los ámbitos de la dietética (la relación con uno mismo), la económica (la esposa y lo doméstico) y la erótica (el vínculo amoroso entre un adulto y un muchacho).

Sobre el último punto es preciso detenerse para comprender mejor sus implicancias. En el primer ámbito, la preocupación dietética para los griegos es terapéutica, en otras palabras, el régimen es un arte de vivir estratégico que debe adaptarse a circunstancias cambiantes, por lo tanto, conviene tomar precauciones para evitar contraer enfermedades y futuros dolores. Una de las claves será la relación entre la actividad sexual y la alimentación; vale decir, evaluar el impacto de los aphrodisia sobre el cuerpo propio, de qué manera controlar la violencia intrínseca del acto sexual y determinar una economía del gasto sexual en el frotamiento de los cuerpos, la penetración y la eyaculación. Esta última en particular es vista por Hipócrates como un acto irreprimible que no se puede dominar, el semen expulsado es asociado por los médicos griegos a un acto violento, extenuante y lindante a la muerte. Este vínculo entre acto sexual y muerte será un eje de reflexión fuertemente destacado por Foucault como un foco de preocupación en la Grecia clásica.

En el ámbito económico, la reflexión del filósofo se posará en todo lo referido a la sabiduría del matrimonio en el mundo griego y a lo doméstico (oikos, casa), esto es, la esposa, la actividad sexual procreativa, los hijos, los deberes domésticos, los esclavos y el patrimonio. En los tratados económicos griegos hay una evidente asimetría entre hombres y mujeres. El hombre griego, si bien tiene prohibido tener otro matrimonio, puede tener relaciones sexuales con prostitutas, esclavos y muchachos. Dicho de otro modo, la mujer le pertenece al marido, pero el marido se pertenece a sí mismo. En los tratados de Solón y Jenofonte se estipula que el hombre provea y reine en tanto que la mujer gasta y gobierna. A diferencia del matrimonio cristiano, el griego es un vínculo conyugal en el cual el marido no es casto (solo se debe así mismo), mientras que la mujer es propiedad del hombre (se debe al esposo). La virtud masculina es la dominación de sí, mientras que la virtud femenina es la sumisión hacia el esposo. El hombre debe gobernarse a sí mismo, reinar en su casa, sostener y respetar a su esposa. Ella, por su parte, debe ser la dueña obediente de la casa.