La crisis de memoria y la Segunda Guerra Mundial - Susan Rubin Suleiman - E-Book

La crisis de memoria y la Segunda Guerra Mundial E-Book

Susan Rubin Suleiman

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Beschreibung

"Tanto los psicólogos como los historiadores han demostrado que el recuerdo de acontecimientos pasados no es estable, sino cambiante, y está sujeto a la influencia de las circunstancias actuales y los proyectos futuros de los individuos o los grupos sociales. De manera semejante, la historia misma es, según la sugerente formulación de István Rév, "la perpetua recreación del pasado". Está claro que la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto aún están entre nosotros. En este libro estudio casos concretos en los que los recuerdos personales de la guerra presentados como memorias literarias, ficción autobiográfica compleja, película histórica épica o documental personal coinciden con la memoria pública o colectiva." Susan Rubin Suleiman

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PAPELES DEL TIEMPO

www.machadolibros.com

LA CRISIS DE MEMORIA Y LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Susan Rubin Suleiman

Traducción deJavier Alfaya McShane y Daniel Aguirre Oteiza

PAPELES DEL TIEMPO

Número 32

Título original: Crises of Memory and the SecondWorldWar

© Harvard University Press

© de la traducción, Javier Alfaya McShane yDaniel Aguirre Oteiza, 2016

© Machado Grupo de Distribución, S.L.

C/ Labradores, 5

Parque Empresarial Prado del Espino

28660 Boadilla del Monte (MADRID)

[email protected]

www.machadolibros.com

ISBN: 978-84-9114-307-9

Índice

Otras obras de Susan Suleiman

Agradecimientos

Introducción

Capítulo 1. «Eligiendo nuestro pasado»

Capítulo 2. El deseo narrativo

Capítulo 3. Conmemorar a los difuntos ilustres Jean Moulin y André Malraux

Capítulo 4. Historia, memoria y juicio moral tras el Holocausto

Capítulo 5. Anamnesis: Memoria de la identidad judía en Europa Central tras el comunismo

Capítulo 6. Revisión: trauma histórico y testimonio literario

Capítulo 7. ¿Importan los hechos en las memorias acerca del Holocausto

Capítulo 8. En los lindes de la memoria: Escritura experimental y la generación del 1.5

Capítulo 9. Amnesia y amnistía: Reflexiones sobre el olvido y el perdón

Bibliografía

Otras obras de Susan Rubin Suleiman

Authoritarian Fictions: The Ideological Novel as a Literary Genre(Columbia U.P., 1983); en francés, Le roman à thèse oul’autorité fictive (Presses Universitaires de France, 1983).

Subversive Intent: Gender, Politics, and the Avant-Garde (Harvard University Press, 1990).

Risking Who One Is: Encounters with Contemporary Art andLiterature (Harvard University Press, 1994).

Budapest Diary: In Search of the Motherbook (Nebraska, 1996); Retours: Journal de Budapest, traduit de l’anglais (USA) par Irène Lurçat (Bleu Autour, 1999).

OBRAS COLECTIVAS DIRIGIDAS:

The Female Body in Western Culture: Contemporary Perspectives, dir. Susan Rubin Suleiman (Harvard University Press, 1986).

Exile and Creativity: Signposts, Travelers, Outsiders, BackwardGlances, dir. Susan Rubin Suleiman (Duke University Press, 1996).

Contemporary Jewish Writing in Hungary: An Anthology, dir. Susan Rubin Suleiman y Éva Forgács (University of Nebraska Press, 2003).

French Global: A New Approach to Literary History, dir. Christie McDonald y Susan Rubin Suleiman (Columbia University Press, 2010); French Global: Une nouvelle perspective surl’histoire littéraire (Classiques Garnier, 2014).

After Testimony: The Ethics and Aesthetics of Holocaust Narrativefor the Future, ed. Jakob Lothe, Susan Rubin Suleiman y James Phelan (Ohio State U.P., 2012).

Agradecimientos

Como suele ocurrir, habría sido imposible escribir este libro sin la colaboración de otros. Mi agradecimiento al Centro de Estudios Judaicos Avanzados (Center for Advanced Judaic Studies) de la Universidad de Pennsylvania y a la Fundación Florence Gould por la beca para la investigación que me concedieron en la primavera y el verano del año 2001. La Asociación Leverhulme del Reino Unido (Leverhulme Trust of Great Britain) posibilitó mi acceso a la cátedra del Instituto de Estudios Clásicos de la Universidad de Londres (Institute of Romance Studies of the University of London) en los veranos del 2002 y 2003. Colegas míos presentes en diversas clases magistrales y conferencias celebradas en los EE.UU., Inglaterra, Francia, Alemania y Holanda me proporcionaron consejos de incalculable valor al mostrarles extractos de la obra en curso. Una Beca del Radcliffe Institute correspondiente a los años 2005-06, me permitió dar las pinceladas finales a este manuscrito.

Determinados capítulos se han beneficiado tanto de la lectura minuciosa y el juicio crítico como de las extensas conversaciones de amigos y colegas. Comentaron con sabiduría los capítulos, Dorothy Kaufmann, el primero; Claire Andrieu, Nicole Racine, Henry Rousso, Anne Simonin y Margaret Collins Weitz, el segundo; Éva Forgács, Eric Rentschler y Brooks Robards, el quinto, y Alan Rosen y Meir Sternhell, el séptimo.

Mis incesantes diálogos con una serie de investigadores y escritores estudiosos del Holocausto y de la memoria individual y colectiva resultaron decisivos para mi comprensión de la materia. Al igual que su amistad, agradezco la generosidad intelectual de Sidra Ezrahi, Richard J. Golsan, Marianne Hirsch, Andreas Huyssen, Irene Kacandes, Philippe Mesnard, Henri Razcymow, Régine Robin, Giséle Sapiro, Michael Sheringham, Diana Sorensen, Leo Spitzer, Annette Wieviorka, Froma Zeitlin. En cuanto al apoyo que únicamente pueden ofrecer amigos íntimos, mi agradecimiento a Wini Breines, Marcia Folsom, Christie McDonald y Ruth Perry.

Mi más sincero agradecimiento a Sara Kippur, mi adjunta en tareas de investigación durante dos años, por haber llevado a cabo una tarea imprescindible en la elaboración del manuscrito y la bibliografía. Tali Zechory me ayudó a encontrar las fuentes para las galeradas. Agradezco la asistencia para la investigación inicial de Lia Brozgal y Yumi Kim.

Previamente han aparecido versiones con frecuencia bastante diferentes de algunos capítulos: Capítulo 1, en LaNaissance du «phénoméne Sartre», ed. Ingrid Galster (Paris: Seuil, 2001); Capítulo 2, en South Central Review 21:1 (2004); Capítulo 3, en Revue André Malraux Review 30:1/2 (2001); Capítulo 4, en Critical Inquiry 28:2 (2002); Capítulo 5, en YaleJournal of Criticism 14:1 (2001), Capítulo 6, en Journal ofRomance Studies 4:2 (2004); Capítulo 7, en Poetics Today 21:2 (2000).

IntroducciónLas crisis de memoria

Bajo el vocablo «crisis», el diccionario Roget’s Thesaurus enumera, entre otras, las siguientes acepciones: momento crucial, punto de inflexión, presión, trance. «Crisis» y «crítica» poseen la misma raíz del griego: krinein; discriminar, separar, elegir. Yo utilizo el término crisis de la memoria como momento crucial, y, a veces, peligroso o conflictivo, del proceso de rememoración del pasado, ya sea individual o colectivo. Lo que se plantea en una crisis de la memoria es la cuestión de la representación de uno mismo –cómo se ve uno a sí mismo, cómo se presenta ante los demás–, que resulta indisociable del relato de su propio pasado. En las crisis de la memoria que analizo en este libro, la representación individual coincide con la representación colectiva, de la que a veces llega incluso a ocupar el espacio central; dicho de otro modo, la evocación individual cobra una significación colectiva, y en ocasiones llega a convertirse en un «affaire de memoria» conflictivo. Un «affaire de memoria» conflictivo se distingue de otros «affaires» o escándalos públicos en que lo que está en juego no es el desenlace de un suceso aún en curso, como por ejemplo en el caso Dreyfus, donde el conflicto llevaba implícito el destino del capitán Dreyfus y, según algunos, el de la misma República Francesa. El objeto del conflicto en un affaire de memoria reside en la interpretación y la percepción pública de un suceso situado claramente en el pasado, pero cuyos efectos aún se hacen sentir intensamente a posteriori. En el segundo capítulo examino detalladamente un affaire de esta índole relacionado con la memoria nacional francesa de la Resistencia. No todas las crisis de la memoria se convierten en «affaires» públicos de gran alcance, pero todos implican una intersección entre memoria personal y memoria colectiva, entre lo que importa a un individuo y lo que importa a un grupo.

Este libro examina las crisis de la memoria relativas a la Segunda Guerra Mundial, principalmente en Francia y Europa central, y lo que sostengo es que, aunque muestre un cariz específicamente nacional, la memoria de la Segunda Guerra Mundial trasciende las fronteras nacionales. Esto no solo se debe a la naturaleza global de la guerra, sino también a la cada vez mayor preponderancia del Holocausto en cuanto lugar de la memoria. «Quien habla de la memoria, habla de la Shoah», afirmación que, según Jay Winter, uno de los principales historiadores dedicados al estudio de la memoria pública, debe atribuirse a Pierre Nora, a cuyo colosal proyecto colectivo acerca de los territorios de la memoria en Francia, Les lieux de lamémoire (publicado entre 1984 y 1992), suele concederse el mérito de ser el pionero del «boom de la memoria» dentro de la historiografía contemporánea y los estudios culturales1. La frase atribuida a Nora bien podría ser una exageración retórica, pero otros críticos también observan hasta qué punto el Holocausto se ha convertido en el modelo de la memoria colectiva en lugares del mundo que no se vieron directamente afectados por estos acontecimientos, pero sufrieron otros traumas colectivos. Andreas Huyssen ve en el Holocausto «un poderoso prisma a través del cual podemos examinar otros ejemplos de genocidio»2. Daniel Levy y Natan Sznaider ven en él «un símbolo político-cultural central que facilita la aparición de una memoria cosmopolita». Junto a «las memorias nacionales» que asociamos con la memoria colectiva, Levy y Sznaider proponen la aparición de una memoria nueva, global y cosmopolita, conforme a la cual «las cuestiones de interés global pueden convertirse en un elemento esencial de las experiencias cotidianas en un lugar específico y de la vida moral de un número de gente que va en aumento»3. Preguntas como «¿quién debería recordar el Holocausto?» o, incluso, «¿a quién pertenece el Holocausto?» no son fáciles de responder, como veremos con cierto detalle en el capítulo cuarto de este libro. En la medida en que el Holocausto nos ha revelado (en palabras de Zygmunt Bauman) «las posibilidades ocultas de la sociedad moderna», parece claro que su memoria trasciende las fronteras nacionales y religiosas4. Al mismo tiempo, todo estudio sobre la memoria del Holocausto debe tener en cuenta la especificidad local o incluso individual, aunque solo sea para evitar la banalidad de las generalizaciones piadosas.

¿Debe la memoria del Holocausto considerarse parte de la memoria de la Segunda Guerra Mundial? O, por el contrario, ¿es la memoria de la Segunda Guerra Mundial parte de la memoria del Holocausto? En lo que se refiere a la estrategia y a la geografía, el campo de estudio de la Segunda Guerra Mundial es «más amplio» que el Holocausto, pero, si es cierto que la memoria del Holocausto ha adquirido una dimensión global, no cabe decir lo mismo de la memoria del conflicto. Cada país afectado por la guerra está sujeto a sus propias crisis de memoria, que no son necesariamente extrapolables a las de los demás. En Francia, después de la guerra la cuestión central era cómo recordar y relatar los años de la ocupación alemana durante los cuales el país fue en la práctica un aliado de la fuerza ocupante y la única nación de Europa occidental que había colaborado oficialmente con los alemanes tras su invasión. En la Alemania de la posguerra, las cuestiones eran aún más espinosas. En el volumen colectivo consagrado a la memoria de las numerosas guerras del siglo XX, Guerra y memoria en el siglo veinte (War andRemembrance in the Twentieth Century), Jay Winter y Emmanuel Sivan omiten todo debate acerca de «Alemania y el Holocausto» con el motivo de que tema tan amplio merece tratarse en un libro aparte. Estiman, además, que incluir dicho asunto dentro de una colección de ensayos que abarcase el conjunto de guerras del siglo veinte supondría correr el riesgo de «historizar» el Holocausto, ya que podría quedar reducido a un mero «capítulo más en la historia de los conflictos bélicos»5. Sin dejar de tener su lógica, esta postura conlleva sus propios riesgos, como reconocen los editores. Y es que sería cuando menos difícil excluir a Alemania y el Holocausto de un volumen colectivo dedicado a la Segunda Guerra Mundial. Aunque el Holocausto fue único por todas las razones que se conocen y especialmente en lo que atañe a la industrialización del asesinato en masa, formó parte de la guerra y sin ella no habría sido posible. Si cabe argumentar que la Segunda Guerra Mundial fue el acontecimiento central de la historia del siglo veinte y que sus efectos e imágenes están firmemente arraigados en la conciencia colectiva, es en gran medida porque el Holocausto formó parte del conflicto bélico. Si la historia es lo que tuvo lugar en el pasado y escribirla es un intento de dejar constancia de «lo ya pasado» e interpretarlo, como afirmaba con brevedad Paul Ricoeur, entonces la memoria es lo que queda de la historia en el presente, para un individuo o para un grupo6. Ni el once de septiembre del año dos mil uno ni la llegada del nuevo milenio han borrado el archivo colectivo de recuerdos asociados a esta guerra. La colosal exposición organizada en el año dos mil cinco por el Museo Histórico Alemán de Berlín , dedicada a las perspectivas internacionales en torno a la memoria de la Segunda Guerra Mundial nos confirma claramente este hecho7.

De un modo un tanto provocador, en su último libro Susan Sontag afirmaba que «en sentido estricto, no existe la memoria colectiva», para luego explicar que «todo recuerdo es individual, imposible de reproducir: muere con cada persona. Lo que llamamos memoria colectiva no es un recuerdo sino una estipulación: esto es lo importante, así es cómo ocurrió y estas son las imágenes que encierran el relato en nuestras mentes»8. En cierto sentido, es que nadie más puede haber vivido y sentido las mismas cosas que yo. Sin embargo, los recuerdos se comunican: es posible dejar constancia de ellos y transmitirlos, como sabe cualquier miembro de una familia. Maurice Halbwachs, el pionero de la teoría de la memoria colectiva, situó el primer nivel de transmisión en la familia, en el seno de la cual los niños heredan los recuerdos de los demás incluso cuando se trata de su propio pasado9. Como afirmó Gertrude Stein de un modo un tanto extravagante, «para empezar, yo nací. Es algo que no recuerdo, pero me lo decían con bastante frecuencia»10.

Si un número suficiente de personas considera significativos un conjunto de recuerdos individuales, entonces esos recuerdos contribuyen a la formación de la memoria colectiva precisamente como la estipulación de lo que tiene importancia para un grupo en un momento determinado. La Segunda Guerra Mundial sigue formando parte de nuestra memoria colectiva porque se ha estipulado su importancia y viceversa, cabría decir. Pero en este caso el círculo no tiene nada de vicioso; más bien es comparable a un círculo hermenéutico que se apoya en la construcción paulatina de la interpretación de un texto, la cual se modifica al hilo de la lectura. Lo esencial es que se produce una interacción entre unos recuerdos individuales y una memoria colectiva, a tal punto que la expresión de los primeros mantiene una relación de simbiosis con la segunda. El conjunto de recuerdos individuales y personales relativos a la Segunda Guerra Mundial es sumamente variado tanto local como globalmente y pronto desaparecerá con los que vivieron durante la guerra. Pero quedarán los recuerdos individuales de los que se ha dejado constancia, ya sea en forma de documento escrito, entrevista filmada, archivo sonoro o transcripción literaria o artística junto a los estudios históricos y las conmemoraciones oficiales, que Winter y Sivan llaman «actos públicos de recuerdo»11. La memoria colectiva es modelada por todos estos modos de acordarse del pasado, y mientras se siga estipulando que un suceso ya acontecido es importante para el presente entonces perdurará su memoria colectiva y se desarrollará tal como lo hacen todos los recuerdos. Tanto los psicólogos como los historiadores han demostrado que el recuerdo de acontecimientos pasados no es estable, sino cambiante, y está sujeto a la influencia de las circunstancias actuales y los proyectos futuros de los individuos o los grupos sociales. De manera semejante, la historia misma es, según la sugerente formulación de István Rév, «la perpetua recreación del pasado»12.

Está claro que la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto aún están entre nosotros. En este libro estudio casos concretos en los que los recuerdos personales de la guerra presentados como memorias literarias, ficción autobiográfica compleja, película histórica épica o documental personal coinciden con la memoria pública o colectiva. Los recuerdos personales pueden ser objeto de debate público o conflicto, contribuyendo así a la elaboración de un consenso o una «memoria oficial» acerca del pasado colectivo. Pueden verse como características de la experiencia vivida por un grupo concreto. Pueden, por último, cristalizar las dificultades del proceso mismo de rememoración mediante la reflexión sobre uno mismo. Al centrarme en casos concretos y estudiarlos detalladamente, también pretendo formular conceptos teóricos aplicables a la generalidad. Las crisis de la memoria son momentos que ponen de relieve las relaciones entre la memoria individual y la de grupo, con relación a un suceso pasado cuya importancia ha sido estipulada por el grupo en un momento dado. Estas estipulaciones no son ni eternas, ni universales, pero, después de todo, una escribe para el presente. Lo que el próximo siglo considere importante no es de mi incumbencia.

Sin embargo, una puede preguntarse si la memoria en sí misma aún presenta un interés histórico o teórico. Como sabemos, el estudio de la memoria –y sus inseparables conceptos de trauma, testimonio, monumentos, espectros, nostalgia, olvido, perdón y represión, entre otros– ha proliferado y atravesado todas las barreras disciplinarias durante las dos últimas décadas, y desde su nacimiento ha sido objeto de críticas que han ido en aumento. ¿Se habrá terminado el «boom de la memoria»? En la Alemania de los años cincuenta, Theodor Adorno creía, al igual que George Santayana antes que él, en la necesidad de no olvidar el pasado para no repetirlo13. Cuarenta años después las advertencias no se dirigían contra el exceso de olvidar, sino más bien contra «el empacho de memoria». Charles Maier, cuyo ensayo con ese título se cita con frecuencia, argüía en el año 1992 que la obsesión con la memoria que caracteriza nuestra época, y especialmente con la de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto en Alemania y otros lugares, «no es un signo de confianza histórica sino una retirada respecto a la política transformista». Para Maier, la fascinación con la memoria, que hoy en día toma con frecuencia la forma de grupos que compiten los unos con los otros para obtener el reconocimiento de un sufrimiento particular, «refleja un interés nuevo por un etnicismo estrecho», que actúa como obstáculo frente a la democracia. No es de extrañar que Maier concluya su ensayo expresando un deseo que no por provocador hay que tomar menos en serio: «espero que la memoria no goce de un futuro demasiado brillante»14. Para Adorno, en cambio, toda democracia tenía el deber de afrontar su pasado críticamente.

Por supuesto, como historiador Maier no está a favor del olvido. Pero contrapone la historia a la memoria: todo historiador, incluso el historiador posmoderno que ha rechazado el «positivismo ingenuo», busca explicaciones causales para los acontecimientos. «El restaurador de la memoria» no tiene esta obligación. El historiador busca entender, mientras que el que recuerda busca una emoción y, concretamente, la emoción de la melancolía, al menos según Maier. Como demócrata de espíritu práctico, Maier desconfía de dicha emoción, pues la considera «autocomplacencia colectiva» (137), y ve en ella una «adicción a la memoria» potencialmente «neurasténica y paralizante» (141).

Aunque la crítica de Maier se puede debatir tanto en sus detalles como en su elección de metáforas (¿es la melancolía la única emoción asociada con la memoria?, ¿es la adicción la analogía correcta?), parece que a rasgos generales su tesis se comparte. Durante la última década otros historiadores han dirigido extensas críticas a la obsesión con la memoria y, en particular, las memorias colectivas de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. En otro artículo que también se cita con frecuencia, los historiadores israelíes Noa Gedi y Yigal Elam sostienen que «la memoria colectiva se ha convertido en una noción predominante que, por un lado, reemplaza a la historia real (la historia factual) y, por otro, a la memoria efectiva (personal)». Su conclusión final es que «la memoria colectiva es un mito»15. En los Estados Unidos, el libro de Peter Novick Elholocausto en la vida americana (The Holocaust in AmericanLife), publicado en 1999, sostiene la tesis de que poner el acento tanto en la memoria pública como en la personal de este acontecimiento constituye un obstáculo para la percepción y el intento de resolución de los problemas más actuales, sea en lo relativo a derechos humanos o a asuntos más urgentes16. En Francia, Henry Rousso, quien obtuvo el reconocimiento internacional por su libro Le Syndrome de Vichy (El síndrome deVichy, 1987), donde rastrea la historia de la memoria de los años de la ocupación en la Francia de la posguerra, deploraba en sus obras ulteriores la «obsesión con la memoria» y el «judeocentrismo» que caracterizan las presentes memorias en torno a Vichy17. En su opinión, este judeocentrismo no solo divide la memoria nacional y crea memorias colectivas rivales en el ámbito de la memoria nacional; además, supone una distorsión anacrónica de la historia dado que para Vichy la «cuestión judía» no era un asunto prioritario18. Rousso insiste en los derechos y responsabilidades del historiador en contraposición al agente o testigo de la historia y lo hace de un modo que recuerda a la insistencia de Maier en la necesaria primacía de la historia y de la comprensión sobre la emoción.

En Kerwin Lee Klein y su muy detallado examen crítico de la «industria de la memoria» («memory industry») en los estudios históricos encontramos parecidas reservas respecto a la emoción19. A Klein le preocupan en particular «los conceptos teológicos indefinidos al igual que las connotaciones de espiritualidad y autenticidad» que suelen deslizarse tanto en el discurso académico o como en el discurso popular sobre la memoria, a pesar de la tendencia supuestamente posmoderna (y por tanto en principio antiesencialista y antiteológica) de gran parte de la teoría contemporánea sobre la materia20. Régine Robin, historiadora, escritora y teórica de ficción autobiográfica, también ha hecho un llamamiento a la «memoria crítica» para contrarrestar lo que ella considera una inoportuna «saturación» de la memoria en la cultura contemporánea21.

Personalmente, tanto las críticas a la insistencia en la memoria como la afirmación de la necesidad de una investigación histórica continuada me parecen en conjunto saludables. Sirven de correctivos a la «sacralización» de la memoria, el «deber de recordar» que puede degenerar rápidamente en el kitsch, todo lo contrario a una reflexión crítica. Claude Lanzmann, al comentar Shoah (1985), su obra maestra, insistía en la «obscenidad» que supone cualquier intento de «comprender» el Holocausto, es decir, de encontrar explicaciones causales o históricas. Lo que intenta Lanzmann, por su parte, es hacer revivir los aspectos más impenetrables del Holocausto –la organización e industrialización del asesinato en masa a escala desconocida hasta el momento– mediante un proceso activo de uso de testigos, un esfuerzo común de supervivientes y aquellos que, respetuosos y sobrecogidos, son receptores del testimonio de los supervivientes22. La primera vez que la formuló a mucha gente (al menos entre los eruditos en la materia) le resultó atractiva la idea de Lanzmann de la «obscenidad de comprender», y su película es un maravilloso ejemplo de ella. Pero la tesis, e incluso la película como ilustración de la misma, han sido objeto de controversia en los últimos años: como argumenta Dominick LaCapra en un extenso estudio, el rechazo a comprender tiene unos límites tanto éticos como estéticos23. (Como respuesta, Lanzmann ha declarado que aquellos que le critican a este respecto tergiversan sus ideas)24.

En definitiva, la insistencia en la memoria ha sido criticada de forma justificada porque podría derivar no solo en lo dogmático y lo kitsch, sino en toda clase de instrumentalizaciones políticas, incluidas las de corte muy negativo. Como se ha subrayado con frecuencia en torno a la sangrienta limpieza étnica puesta en práctica durante las guerras en la antigua Yugoslavia, la memoria colectiva de la humillación étnica o el conflicto religioso pueden utilizarse con fines políticos cínicos. En otro ámbito, los agrios debates que tuvieron lugar en los años noventa en torno al memorial del Holocausto de la ciudad de Berlín se pueden considerar ejemplos de instrumentalización política de la memoria, aparte de los análisis críticos (en algunos casos) al respecto25.

Sin embargo, por muy saludables que sean los recientes estudios críticos, hay al menos una cosa que se les escapa. Y es que la «obsesión con la memoria» no es algo que pueda erradicarse por el mero hecho de que se trata de una obsesión. Sea en el ámbito de lo meramente privado, como puede observarse en una cantidad cada vez mayor de diarios manuscritos y memorias, que en gran medida nunca llegarán a publicarse, o sea en el ámbito público, como se pone de manifiesto en el renovado interés por los (y la producción de) actos conmemorativos, aniversarios, documentales, homenajes públicos, comisiones de la verdad, representaciones artísticas y memorias literarias –entre las que cabe incluir sobre todo las memorias históricas que relatan las experiencias de un individuo durante un período de crisis o trauma colectivo–, la memoria y su explotación continúan preocupando sobremanera no solo en Europa y los Estados Unidos, sino en América Latina, Asia y África. Lo que la historiadora Annette Wieviorka ha dado en llamar «la era del testigo», era en la que vivimos, también constituye, en general, la era de la memoria26.

Por tanto, la pregunta que nos conviene hacer no es (o no es solo) «¿por qué esta obsesión con la memoria?» o «¿cuándo desaparecerá?», sino más bien «¿cómo se plasma o da uso público a la memoria?»: una poética del recuerdo en vez de una historia o una política. Y también, añadiría yo, una ética: no solo «¿cómo?», sino «¿con qué fin constructivo?» Entonces la pregunta pasa a ser: ¿cuál es el mejor modo de plasmar o dar uso público a la memoria? Pero, dado que toda poética y toda ética se producen en una situación (en el sentido sartreano del término; esto es, solo cobran sentido en un contexto determinado), la historia y la política entran de nuevo en juego de un modo diferente: ¿Cómo puede hacerse el mejor uso de la memoria, en un momento y un lugar determinados? ¿Y quién la juzga y con qué fin?

La memoria es una forma de autorrepresentación y, como observó claramente Adorno, en las circunstancias más favorables también es una forma de autorreflexión crítica. Este concepto, que a mí me parece crucial en todo debate sobre la memoria, sea en el ámbito privado o público, cobra mayor fuerza al discutir la ética de la memoria, algo que con frecuencia no se puede desvincular de la política. Los conflictos políticos más intensos implican territorios disputados de la memoria, donde grupos enfrentados combaten haciendo uso de narraciones de forma que no parece haber margen para la negociación o el terreno en común. En una conferencia sobre la «ciudadanía cultural»27 celebrada en Harvard en febrero del año 2004, uno de los asuntos a los que se aludía insistentemente era el de los relatos en conflicto que enfrentan a palestinos e israelíes. El filósofo israelí Avishai Margalit y el filósofo palestino Sari Nusseibeh hablaron de un modo convincente acerca de la necesidad de llegar a un acuerdo político antes de negociar el reconocimiento mutuo de los relatos del sufrimiento de ambos grupos. Pero el especialista en literatura Homi Bhabha también defendió con convicción la importancia de los relatos, con independencia de (o junto a) las negociaciones políticas. Si los acuerdos políticos no se producen sin un reconocimiento mutuo de los agentes implicados, entonces el reconocimiento de las memorias de cada uno –lo que supone aceptar que las memorias propias no son las únicas que cuentan– en cierto modo debe formar parte del proceso.

Pero no nos alejemos del tema de este libro. Sin ser ni historiadora ni filósofa de formación y aunque tengo más que un interés pasajero en ambas materias, mi aproximación a las cuestiones relativas a la memoria es básicamente textual y me interesan sobre todo los textos literarios autorreflexivos, es decir, aquellos que revelan una confrontación real con las dificultades del lenguaje y el significado. En este sentido, los textos no se limitan a la palabra escrita, ya que las películas también pueden ser «literarias». Hablo de dos de estas películas en los capítulos cuarto y quinto. Si acierto al juzgar un protagonismo mayor de la poética de la memoria, entonces este estudio de textos, en el que se da prioridad a obras individuales, debería aclarar cuestiones más generales. Comprender lo intrincado de un texto puede abrirnos grandes perspectivas, en especial si esa comprensión pasa por preocupaciones históricas, filosóficas y psicoanalíticas.

Algunos libros recuerdan un viaje en tren, un desplazamiento tranquilo y regular por los raíles de un argumento que va de la A a la Z. Otros se parecen más a hacer autostop a lo largo de un país o un continente: hay un punto muerto, pero el viaje en sí es imprevisible y está sujeto al azar, con sus inesperadas excursiones y sus hallazgos por el camino. Este libro no entra en ninguna de estas dos categorías. Si para definirlo tuviese que buscar una metáfora relativa al andar, lo describiría como una serie de largas caminatas por las montañas. Hace unos años estuve unos días con mi hermana en los Alpes suizos. Cada mañana organizábamos una excursión diferente y algunas resultaban un tanto duras. Estábamos a finales de junio, el tiempo era excelente y los campos estaban cubiertos de flores silvestres. Con indiferencia de hacia dónde caminásemos, a nuestro alrededor siempre veíamos las mismas montañas a lo lejos, reapareciendo desde ángulos diferentes. Bien entrada la tarde, al volver al hotel, cansadas, levantábamos la mirada y veíamos el Matterhorn y su inconfundible cima. La montaña resultaba cada vez más familiar pero, aun así, inagotable.

Lo mismo ocurre con la cuestión de la memoria. En este libro las excursiones se adentran en un paisaje inacabable dominado por la memoria y las cimas que la rodean: historia, testimonio e imaginación. La historia, porque, a pesar de lo irreversible del tiempo, no debemos perder de vista «lo ya pasado». El testimonio, porque, por mucho que pueda fallar la memoria del ser humano, no debemos negar la autoridad del testigo que cuenta, de buena fe, su experiencia personal. Y, por último, la imaginación, porque la facultad humana de crear e inventar, de dar forma y figura a la memoria y a la experiencia, dota de sentido colectivo las vicisitudes de las vidas individuales. Les permite durar.

Los primeros tres capítulos se centran concretamente en las relaciones entre la historia y la memoria. Examinan las memorias francesas de la Ocupación y la Resistencia desde el período inmediatamente posterior a la liberación de Francia hasta nuestros días. Como es bien sabido, tras la Segunda Guerra Mundial cada país europeo tuvo que enfrentarse con sus propios «mitos y memorias» (como observó Tony Judt)28. Dada la situación específica de Francia entre 1940 y 1944, con su gobierno colaboracionista en Vichy y el gobierno «resistente» en Londres, así como los movimientos de Resistencia internos, las crisis de la memoria francesas ponen de manifiesto de un modo muy característico los problemas genéricos relativos a la evolución de la memoria pública y a la relación entre los testimonios individuales y la investigación histórica.

Los capítulos cuarto y quinto desplazan el análisis a las memorias colectivas del Holocausto en Europa y los Estados Unidos, con un desvío por América Latina, donde se refugiaron gran cantidad de criminales de guerra nazis como Klaus Barbie. También introducen la cuestión de la imaginación, al examinar los procedimientos artísticos autorreflexivos de dos grandes cineastas europeos, Marcel Ophuls e István Szabó. Los capítulos sexto y séptimo se ocupan específicamente del papel de la imaginación artística en el testimonio literario. Aunque pongo el acento en la libertad de expresión estética de la memoria, dibujo una sólida frontera entre los procedimientos artísticos y el fraude o el engaño. Jorge Semprún, superviviente en Buchenwald, es un memorialista autorreflexivo que evita deliberadamente el testimonio referencial «directo» y reivindica el uso de artificio para poder alcanzar verdades más profundas acerca de la experiencia en los campos. Elie Wiesel, tras releer su propia obra muchos años después, repasa un detalle de sus aclamadas memorias, Noche, y al hacerlo aprende algo sobre el papel de la imaginación y la fantasía en el testimonio. Sin embargo, Binjamin Wilkomirski, que se imagina a sí mismo como un niño sobreviviente del Holocausto, es o un charlatán o un alma engañada.

En el octavo capítulo examino obras de imaginación de dos auténticos supervivientes del Holocausto, Georges Perec y Raymond Federman, que eran niños en esa época. Si su escritura se sitúa «al borde de la memoria», no por ello deja la ausencia de memoria de ocupar un lugar central en su obra. Por último, el noveno capítulo se centra en los confines de la memoria: el olvido. Tanto el olvido histórico como el individual son inevitables, pero, ¿qué circunstancias permiten retrasarlos y qué papel desempeña el perdón (o la ausencia del mismo) en este proceso?

Tras muchos años, incluso el Matterhorn va borrándose de mi memoria. Pero las fotografías que tomamos allí, rastros del acontecer, sobreviven.

Notas al pie

1 Winter, «The Generation of Memory: Reflections on the ‘Memory Boom’ in Contemporary Historical Studies», pág. 69.

2 Huyssen, Present Pasts: Urban Palimpsests and the Politics of Memory, pág. 14.

3 Levy y Sznaider, «Memory Unbound: The Holocaust and the Formation of Cosmopolitan Memory», pág. 88.

4 Bauman, Modernity and the Holocaust, pág. 12.

5 Winter y Sivan, eds., War and Remembrance in the Twentieth Century, pág. 4.

6 Ricoeur, La mémoire, l´historie, lóubli, pág. 367. (Hay traducción cast.)

7 «Myths of the Nations. 1945-Arena of Memories», Deutsches Historisches Museum, Berlín, del 2 de octubre de 2004 al 27 de febrero de 2005. La exposición venía acompañada por una obra de dos volúmenes con artículos de importantes historiadores de la memoria. En ella analizaban las memorias de la guerra procedentes de veinticinco países europeos e Israel: Monica Flacke, ed., Mythen der Nationen: 1945-Arena der Erinnerungen.

8 Sontag, Regarding the Pain of Others, págs. 85-86.

9 Halbwachs, Les cadres sociaux de la mémoire.

10 Stein, Wars I Have Seen, pág. 3.

11 Winter y Sivan, eds., War and Remembrance in the Twentieth Century, pág. 6.

12 Rév, Retroactive Justice, pág. 9.

13 Adorno, «What Does ‘Coming to Terms with the Past’ Mean?».

14 Maier, «A Surfeit of Memory? Reflections of History, Melancholy and Denial», págs. 150-151. Originalmente leída como conferencia en octubre de 1992 en la Universidad de Yale.

15 Gedi y Elam, «Collective Memory-What Is It?», pág. 40.

16 Novick, The Holocaust in American Life, introducción y capítulo 11.

17 Rousso, Le syndrome de Vichy: de 1944 à nos jours; Conan y Rousso, Vichy: un passé que ne passe pas; Rousso, La hantise du passé: Entretiens avecPhilippe Petit.

18 Los argumentos sobre judeocentrismo se exponen de modo explícito en Conan y Rousso, Vichy: Un passé qui ne passe pas, págs. 269-274.

19 Klein, «On the Emergence of Memory in Historical Discourse», pág. 130.

20 Rousso, La hantise du passé, pág. 122 y siguientes.

21 Robin, La mémoire saturée, pág. 341 y passim.

22 Claude Lanzmann, «The Obscenity of Understanding: An Evening with Claude Lanzmann» y «Hier Ist Kein Warum».

23 Dominick LaCapra, History and Memory after Auschwitz, capítulo 4.

24 Lanzmann, «Représenter lírreprésentable», pág. 8.

25 Para obtener información acerca de los debates en torno al monumento conmemorativo de Berlín, véase At Memoryś Edge: After-images of theHolocaust in Contemporary Art and Architecture, de James Young, y The Claimsof Memory: Representations of the Holocaust in Contemporary Germany andFrance, de Caroline Wiedmer.

26 Wieviorka, L’ère du témoin.

27 «Cultural Citizenship: Varieties of Belonging», conferencia celebrada en la Universidad de Harvard entre los días 19 y 20 de febrero de 2004.

28 Judt, «The Past is Another Country: Myth and Memory in Postwar Europe».

Capítulo 1«Eligiendo nuestro pasado»Jean-Paul Sartre como memorialista de la Francia ocupada

La historia y, en concreto, la historia nacional,

siempre se ha escrito desde la perspectiva del futuro.

Pierre Nora, «Comment écrire l’histoire de France?»

Por tanto elegimos nuestro pasado a la luz de cierto

fin, pero después se impone y nos devora.

Sartre, El Ser y la Nada

El juicio que con gran despliegue informativo se celebró en 1997 contra Maurice Papon, un funcionario francés de alto rango acusado de crímenes contra la humanidad por su actuación en la deportación de judíos de Burdeos durante 1942 y 1943, demostró que, pasados más de cincuenta años, Francia aún no había cicatrizado sus heridas de la II Guerra Mundial. Al igual que el resto de los procesos iniciados en este país en 1987 con el de Klaus Barbie, el de Papón confirmaba una vez más la idea de que la noción de una sola historia nacional es algo problemático e incluso insostenible. Y es que, aun en el caso de demostrarse y aceptarse ciertos hechos por parte de todos, su significado varía según la identidad del grupo que recuerda y de los momentos en que recuerda. Comprenderlo es lo que está detrás del ambicioso proyecto histórico dirigido por Pierre Nora, Les lieux de mémoire, y además ayuda a explicar su enorme éxito. Si, como afirma Nora, la existencia de «una sola Francia se ha convertido en un auténtico problema», entonces el único modo de escribir la historia de este país es «reorientando el protagonismo», centrándose menos en los acontecimientos en sí mismos y más en la infinidad de formas en que se interpretan y trasmiten en la memoria pública1. En Alemania y otros países europeos se están elaborando libros parecidos, especializados en la historia de la memoria.

Al aceptarse su papel como intérpretes de los acontecimientos de ámbito público, los intelectuales contribuyen significativamente a dar forma a las memorias colectivas. Jean Paul Sartre, a quien cabría considerar el intelectual francés más destacado del siglo XX, desempeñó un papel importante en la interpretación de la experiencia francesa durante la II Guerra Mundial para el público de la inmediata posguerra, tanto en Francia como en el extranjero. Tal como los historiadores observaron con frecuencia, el problema al que se enfrentaba Francia tras la Liberación era único entre el resto de naciones europeas, puesto que debía explicar cuatro años de colaboración con el invasor alemán y, a la vez, reivindicar el legítimo derecho a ocupar un lugar en la mesa de negociación de quienes habían vencido a Alemania. Es más, ¿cómo podía Francia reivindicar una herencia republicana tras cuatro años de régimen autoritario bajo el gobierno de Vichy?

La solución gaullista al problema, que funcionaría a la perfección durante muchos años, la desgranó Henry Rousso con brillantez en su obra El síndrome de Vichy. Lo que el general De Gaulle ofreció a Francia fue un «espejo unitario y unificador» de su pasado inmediato, corriendo un velo sobre las discrepancias internas y dando a entender que todos excepto un puñado de «traidores» (que serían debidamente juzgados y castigados), resistieron unánimemente al enemigo. La retórica de De Gaulle poseía un fuerza arrolladora, como se aprecia en su primer discurso del 25 de agosto de 1944 en el París liberado. Acompañando sus palabras con grandes ademanes, la proclama de De Gaulle a la multitud reunida frente al Hotel de Ville, la inmensa casa del ayuntamiento parisino, fue: «¡París liberado! ¡Liberado por sí mismo, liberado por su pueblo [...] con el apoyo y ayuda de toda Francia, de la Francia combativa, de la Francia única, la verdadera Francia, la Francia eterna!»2. Rousso observa que con estas pocas frases «el general De Gaulle sentó las bases para implantar el mito del período post-Vichy». A partir de entonces «buscó incansablemente escribir y reescribir la historia de los años de guerra», y siempre con el objetivo de presentar una Francia unida frente al invasor. Esto acabaría siendo conocido como el «mito resistencialista»3.

Claro que De Gaulle no era el único que necesitaba «escribir y reescribir» la historia de los años de guerra. Todos aquellos que vivieron la derrota de 1940 y los años de ocupación posteriores consideraron necesario un relato que explicase el pasado inmediato y en cierto modo les sirviese para autojustificarse y justificar a los demás. Y para dicha labor, ¿qué mejor que los buenos oficios de un escritor, que además era lo suficientemente joven como para representar a la nueva generación de la posguerra y, a la vez, lo suficientemente maduro y hábil como para expresarse con autoridad?

Los tres ensayos de Sartre sobre la Ocupación, «La République du silence» («La República del silencio»), «Paris sous l’occupation» («París bajo la Ocupación») y «Qu’est-ce qu’un collaborateur?» («¿Qué es un colaboracionista?»), se escribieron y publicaron en el período que va de la liberación de París al final de la guerra (entre agosto de 1944 y agosto de 1945), cuando ya se gestaba el «mito fundacional» de la Francia post-Vichy. Este período coincidió con la ascensión del mismo Sartre a figura intelectual de renombre no solo en la Francia de la posguerra, sino en todo el mundo. Considero que su papel como narrador de la memoria de la Francia ocupada y como líder intelectual de una generación estuvieron en realidad vinculados, y que este vínculo se puede demostrar haciendo un seguimiento de sus razonamientos y de la historia de la publicación de los tres ensayos. Estos ensayos, bien conocidos pero objeto de comentarios críticos sorprendentemente escasos, fueron cruciales tanto para forjar la carrera de su autor como para elaborar una determinada «imagen de Francia» que se propagó en este país y en el extranjero tras la guerra.

CELEBRANDO LA LIBERACIÓN: «UN PROMENEUR DANS PARIS INSURGÉ»

Antes de escribir sus ensayos sobre la Ocupación, Sartre colaboró en la celebración de la liberación de París. Bajo el paradójico título de «Un paseante en el París insurrecto», publicó siete artículos eufóricos entre el 28 y el 4 de septiembre de 1944 en el recién liberado diario Combat, periódico que junto a otros estuvo en la clandestinidad durante la Ocupación. La liberación de París, en la que miembros de la Resistencia lucharon con el apoyo entusiasta de una parte importante de la población local contra lo que quedaba de las fuerzas alemanas, tuvo lugar durante un período de seis días, del 19 al 25 de agosto, día en el que al mando de general Leclerc entró en París la Segunda División Acorazada Francesa, para recibir la capitulación de los alemanes4. Los artículos de Sartre (que, según el biógrafo de Simone de Beauvoir, en realidad eran de ella aunque los firmara el escritor) relatan una página heroica de la historia «en caliente», lo que bien podría explicar el tono de exaltación lírica, tan infrecuente en Sartre o Beauvoir, que domina estos textos5. El segundo artículo, «Naissance d’une insurrection» («El nacimiento de una insurrección»), por poner un ejemplo, describe a una multitud que vuelve a reunirse después de que la dispersaran los soldados alemanes: «Aún no son combatientes, ya que no poseen armas y no han recibido órdenes, pero en conjunto tampoco son civiles. Eligieron su bando. Permanecen en sus ventanas, en la calle, un tanto pálidos, tensos, vigilantes. La guerra está ahí, bajo el sol»6.

El siguiente artículo lleva por título «La colére d’une ville» («La cólera de una ciudad») y evoca «el recuerdo de Oradour», el espantoso final de un pueblo cuyos habitantes habían sido brutalmente aniquilados por los alemanes, antes de su categórico final:

Toute la matinée, c’est la colère qui souffle sur la ville. Cette foule enfin décide de prendre son destin dans ses propres mains. Vers 11 heures, on voit apparaître les premières barricades. Le chemin qui mène de la docilité douloureuse á l’insurrection est enfin parcouru. A partir de ce moment, il n’y aura plus que des combattants7.

La cólera recorre la ciudad durante toda la mañana. Esta multitud al fin decidió ser dueña de su propio destino. Alrededor de las once de la mañana surgen las primeras barricadas. Ya ha recorrido el camino que lleva de la angustiosa docilidad a la insurrección. A partir de este instante solo habrá combatientes.

Un fragmento como este bien podría proceder de una novela de Malraux o de Nizan, novelistas comprometidos de los años treinta, que celebraban la «fraternidad viril» o el fervor revolucionario. Pero también tiene un cierto aire al discurso de De Gaulle que enaltece a una Francia libre, heroica y unida. Un fragmento del artículo que describe la entrada de las tropas de Leclerc en París alcanza cimas de fervor unánime.

Ils regardent, ils rient, ils sourient, ils nous saluent de leurs deux doigts écartés en forme de V et nous sentons que leur coeur bat au même rythme que le nôtre. Des femmes, des gamins ont envahi les camions et les autos, des voitures de FFI défilent derrière les tanks, civils et militaires sont d’une seule race: des Français libres8.

Miran, ríen, sonríen, nos saludan con los dedos en forma de V y sentimos que sus corazones laten a la par que los nuestros. Algunas mujeres y niños toman los camiones y los automóviles. Coches llenos de FFI (Forces Françaises de L’Intérieur, combatientes de la Resistencia) siguen a los tanques, y los civiles y militares son de una única raza: franceses libres.

La llamada a la unidad de todos los franceses para enfrentarse a las arduas tareas que les esperaban resonó en las columnas de los periódicos durante los días inmediatos a la liberación. Escritores tan dispares como el filósofo católico Maritain y el ateo Camus coincidieron en que la unidad era esencial. Pero en sus discursos De Gaulle no solo llamó a la unidad, sino que de modo retórico la presupuso. Cuando habló de una «verdadera y eterna Francia», unánime en su resistencia al invasor, expresó un deseo que no describía la realidad de la situación. En retórica, la presuposición es una forma de convencer al interlocutor de la existencia de algo sin recurrir a la demostración empírica.

¿Presupuso Sartre la unidad de todos los franceses aquellos primeros días de septiembre de 1944? No habló de «la France éternelle», pero compartió con De Gaulle, la mayoría de franceses y muchos norteamericanos y británicos el deseo de una Francia unánime en su rechazo del enemigo. El deseo de que toda Francia se hubiera resistido a los alemanes se corresponde con lo que Pierre Nora define como la escritura de la historia desde la perspectiva del futuro. Tras la liberación, el futuro de Francia debía ser el de una nación poderosa que se contaba entre las que habían vencido a Alemania. Por eso toda Francia tenía que haber resistido al invasor. Desde esta perspectiva, el futuro perfecto es el tiempo histórico por excelencia.

«NADIE LE FALLÓ»: TRES ENSAYOS SOBRE LA OCUPACIÓN

El breve manuscrito de Sartre, «La République du silence» («La república del silencio»), publicado apenas dos semanas después de la Liberación, produjo un fuerte impacto. Se publicó el 9 de septiembre de 1944 en el primer número libre de LesLettres françaises, un periódico que estaba en manos del grupo de la Resistencia formada por escritores, el Comité National des Écrivains, y llevaba dos años editándose en la clandestinidad.

La portada de Les Lettres Françaises, donde apareció su texto, constituía por sí mismo un testimonio del deseo de unidad común a sectores muy diversos. Sobre el texto de Sartre se publicó un artículo del conocido autor católico François Mauriac, celebrando el «alma» de Francia. (Mauriac publicó un libro en 1943 con la editorial clandestina Éditions de Minuit, demostración de un profundo compromiso con la Resistencia.) Junto al artículo de Mauriac, había otro más duro y militante del redactor jefe comunista, Claude Morgan. En las páginas centrales destacaba el «Manifiesto de los Escritores Franceses», firmado por todos los miembros del Comité National des Écrivains, grupo que llevaba reuniéndose clandestinamente desde 1941 e incluía algunos de los nombres más conocidos de la Resistencia intelectual: Vercors (pseudónimo de Jean Bruller), Paul Eluard, Jean Paulhan, Mauriac, Louis Aragon, André Malraux, Albert Camus, Edith Thomas y, también, Sartre9. La consigna del manifiesto era: «Permanezcamos unidos en la victoria y la libertad al igual que lo estuvimos bajo el dolor y la opresión.» Merece la pena destacar que Sartre no era el más célebre entre los firmantes –lo sería un año más tarde– pero en los círculos intelectuales ya se había hecho un nombre como novelista (había publicado La náusea en 1938) y como filósofo (El Ser y la Nada se publicó en 1943), además de como autor de algunos brillantes artículos de crítica literaria. También había adquirido una notoriedad considerable en la primavera de 1944 con su obra de teatro Huis clos, que despertó un vivo debate en la prensa colaboracionista10. Desde 1943 había participado en reuniones del Comité National des Écrivains y contribuido con tres artículos a la publicación clandestina Les Lettres Françaises, pero no se le consideraba uno de los résistants más destacados. Al contrario que Aragon, Eluard, Paulhan, Vercors y muchos otros, nunca publicó nada en Éditions de Minuit11. En aquel entonces, el hecho de haber producido dos obras de teatro bajo la censura alemana no se consideraba reprobable, pero tampoco era un signo de resistencia. Por tanto, aunque la presencia de Sartre como figura central en primera página de Les LettresFrançaises no estaba injustificada, tampoco era indiscutible. En cierto sentido, este suceso forjó, en lugar de reafirmar, su personalidad como résistant.

Cuando Sartre emplea la primera persona del plural en la célebre frase inicial de «La république du silence» («La república del silencio»), «nunca hemos sido más libres como cuando estábamos bajo la ocupación alemana», ¿exactamente a quién se refiere? En las primeras veinte líneas de texto, este pronombre aparece no menos de veintitrés veces (el doble que el posesivo «notre»), confirmando lo que cabría denominar una retórica unanimista. Sin embargo, el alcance del pronombre (¿quién va incluido en ese «nous»? ¿Queda alguien excluido?) comporta una inestabilidad semántica. A veces parece que «nous» incluye a todos o prácticamente a todos los franceses que vivieron bajo la Ocupación, pero en otras ocasiones se refiere solo a algunos franceses y no a otros.

Lo más interesante es que este desplazamiento semántico, o lo que cabría denominar el «nosotros vacilante», no es un punto débil del texto, sino más bien uno de sus fuertes, es decir, no es un lapsus sino una estrategia retórica.

Las primeras líneas parecen aludir a todo el mundo. Sartre llega incluso a mencionar a los judíos, la única vez que lo hace en estos tres ensayos: «Nos deportaron en masa como trabajadores [enviados a Alemania por la fuerza como parte del Service du Travail Obligatorie], como judíos, como presos políticos [probablemente miembros de la Resistencia].» Unas cuantas líneas más adelante, el «nosotros» unanimista queda matizado por una omisión: «Et je ne parle pas ici de cette élite que furent les vrais Résistants, mais de tous les Français qui, à toute heure du jour et de la nuit, pendant quatre ans, ont dit non.» [Y aquí no hablo de esa élite que eran los verdaderos resistentes, sino de todos los franceses que durante cuatro años y a todas horas del día y de la noche dijeron no.] Aquí Sartre pone a los «verdaderos resistentes» en una categoría aparte, ya que sus palabras de elogio no van dirigidas no a esa pequeña élite (se supone que no es preciso elogiarla), sino a todos aquellos franceses «corrientes» que dijeron no al invasor.

¿Significa esto todo el mundo? Si se deja margen para ese sexismo lingüístico que incluye a las mujeres dentro del término «franceses», entonces sí parece incluir a todos. Pero aquí es donde entra en juego el «nosotros vacilante». En un sentido estrictamente gramatical, la frase de Sartre no dice que todos los franceses dijesen no. Habla de todos los franceses que dijeron no, y no de todos los franceses, que dijeron no. La ausencia de una coma antes del pronombre relativo es crucial, ya que limita el alcance del antecedente. Algunos franceses no dijeron no, y Sartre únicamente alude a los que lo hicieron. Aquí no hay ambigüedad gramatical alguna (a la oración de relativo sin coma, los filólogos la llaman la «relativa determinante»), pero las cosas cambian si nos trasladamos al plano de la retórica. En este caso hay que deducir una falta de unanimidad, que está gramaticalmente implícita, pero no resulta explícita en el texto. En el ensayo «Qu’est-ce qu’un collaborateur» («¿Qué es un colaboracionista?») Sartre llegará a declarar que «la nación había dicho no» al invasor. La nación, es decir, todos los franceses. En el caso que nos ocupa, no llega tan lejos, pero la retórica del texto, que se basa en el constante martilleo del nosotros y en un enunciado más indirecto que explícito, se inclina marcadamente hacia ese significado. A partir de aquí, aumenta el desplazamiento semántico del texto. Por ejemplo:

Mais la cruauté même de l’ennemi nous poussait jusqu’aux extrémités de cette condition en nous contraignant á nous poser de ces questions que l’on néglige dans la paix: tous ceux d’entre nous-et quel Français ne fut une fois ou l’autre dans ce cas?- qui connaissaient quelques détails intéressant la Résistance se demandaient avec angoisse: «Si on me torture, tiendrai-je le coup?»12.

Pero la tremenda crueldad del enemigo nos empujó al límite de esta condición (a decir no), obligándonos a plantearnos a nosotros mismos lo que habríamos relegado al olvido en tiempos de paz: todos aquellos de nosotros –¿Y qué francés no se vio en esta situación en un momento u otro?– que conocíamos algunos detalles acerca de la Resistencia, nos preguntamos angustiados: «¿Me mantendré firme si me torturan?»

Tras excluir a la «élite de auténticos resistentes» en la oración anterior, Sartre extiende a toda la población la angustia por la tortura que pudieran haber sentido los miembros de la Resistencia, mediante una pregunta retórica, ¿Y qué francés no se vio en esta situación en un momento u otro? Podría pensarse que exageraba y que fueron pocos los franceses que en realidad corrieron el riesgo de sufrir torturas en manos de la Gestapo, pero aquí no interesa la dimensión factual del texto. La fuerza del texto es de orden retórico, incluso si es en detrimento de los hechos.

Unas cuantas líneas más adelante, tras estas reflexiones sobre el miedo generalizado a la tortura, el texto se desplaza del nosotros al ellos, del nous al ils:

A ceux qui eurent une activité clandestine, les conditions de leur lutte apportaient une expérience nouvelle: ils ne combattaient pas au grand jour, comme des soldats; en toute circonstance ils étaient seuls, ils étaient traqués dans la solitude, arrêtés dans la solitude.

A los comprometidos en la actividad clandestina, sus condiciones de lucha les aportaron una nueva experiencia: no peleaban a plena luz del día, como soldados; se encontraban solos en todo momento, acosados en la soledad, detenidos en la soledad.

Es en este punto donde empieza a elaborarse la idea de la república del silencio, ya que esta fórmula alude sobre todo a los miembros de movimientos de Resistencia organizados. Con independencia de su rango, un résistant al que detenían y torturaban se sentía responsable por el resto del grupo, razón por la cual la Resistencia era «una auténtica democracia», «la más sólida de todas las Repúblicas».

Mientras se encamina hacia esta conclusión, que solo atañe a la Resistencia organizada (por tanto, «a ellos» más que a «nosotros»), el texto se desplaza hacia un «nosotros» prácticamente imperceptible: «Cette responsabilité totale dans la solitude totale, n’est-ce pas le dévoilement même de notre liberté?» [¿No es la revelación de nuestra libertad esta absoluta responsabilidad en la más absoluta soledad?] El lector podría preguntarse a qué viene este nosotros colectivo en medio de todos los ils que se refieren a los héroes de la Resistencia torturados. La respuesta la encontramos al final mismo del texto, donde nos topamos con el desplazamiento semántico más osado y flagrante:

Cette république sans institutions, sans armée, sans police, il fallait que chaque Français la conquière et l’affirme à chaque instant contre le nazisme. Personne n’y a manqué et nous voilà à présent au bord d’une autre République.

A cada instante todo francés tenía que ser dueño de y leal a esta república sin instituciones, sin ejército, sin policía y opuesta al nazismo. Nadie le falló y ahora estamos en los albores de otra República.

En el espacio de una sola frase, la república del silencio pasa de la Resistencia a todos y cada uno de los franceses, y la lucha contra el nazismo se convierte en una batalla en la que participó, unánimemente y en todo momento, el conjunto de la población francesa: Nadie le falló. Con el paso del tiempo el mismo Sartre parece haberse dado cuenta de que la exageración retórica es aquí excesiva, de un «resistencialismo» demasiado flagrante. Esta oración la suprimió de la versión del artículo que aparecería cinco años más tarde en su libro Situations, III (Situaciones,III)13. Pero la frase permaneció en el resto de las versiones, inglesas o francesas, que habían sido reeditadas hasta entonces.

¿Qué podemos decir hoy sobre esta pieza de oratoria bellamente altisonante? Un crítico hostil como Gilbert Joseph (en su obra Une si douce Occupation) la considera una «fantasía de heroísmo», parte de una estrategia premeditada por parte de Sartre para ganarse un lugar de honor dentro del brillante panorama literario de la posguerra14. Pero la realidad me parece a mí más compleja e interesante. Si hay aquí una fantasía de heroísmo –y no resulta nada difícil admitir que la hay–, entonces no deberíamos juzgarlo solo como un intento de ascenso en una carrera literaria, ni tan siquiera como una cuestión de psicología individual, sino como un fenómeno colectivo. La labor cultural y política que se logró con este texto en septiembre de 1944 fue considerable. Gracias a su talento como escritor, Sartre consiguió construir una versión del pasado inmediato en la que no solo los lectores franceses sino todos aquellos francófilos que desde el extranjero necesitaban restablecer su confianza reconocieron una imagen de Francia que podían aceptar e incluso admirar en un momento en el que la guerra aún no había concluido y las fuerzas francesas luchaban codo con codo junto a los aliados.

En su influyente obra Sartre et Les Temps Modernes, Anna Boschetti sostiene que el verdadero público de Sartre, el público que le encumbró, estaba compuesto por intelectuales a los que atraía su triple prestigio (o para utilizar la expresión del mentor de Boschetti, Pierre Bourdieu, «su acumulación de capital cultural») como novelista, filósofo y ensayista. Según Boschetti, fueron los breves textos programáticos de Sartre, «Introducción a Les Temps Modernes» y «El existencialismo esun humanismo», aparecidos en el otoño de 1945, los que proporcionaron a su público intelectual una «mitología seductora». Esta mitología elevó al podio a los intelectuales, «aquellos héroes atormentados, inagotablemente lúcidos y solitarios»15. Aunque creo que Boschetti tiene razón en general, añadiría que, en el otoño de 1944, Sartre consiguió transmitir una mitología seductora a un público mucho más amplio. El heroísmo que imagina en «La República del silencio» no se limita a los intelectuales, ni tan siquiera a la «élite de verdaderos Resistentes»; se trata de un heroísmo democrático compartido por «cada francés». En realidad este público más amplio puede haber sido el responsable de la asombrosa fama mundial que adquirió Sartre, un año después de la liberación.

Los otros dos artículos escritos por Sartre sobre la Francia ocupada contribuyeron a esta popularidad. «Paris sous l’Occupation» («París bajo la Ocupación») se publicó en Londres en diciembre de 1944 en el rotativo gaullista La FranceLibre, que editaba el viejo amigo de Sartre, Raymond Aron. «Qu’est-ce qu’un collaborateur?» («¿Qué es un colaboracionista?») apareció en Nueva York en agosto y septiembre de 1945 en la publicación mensual La RépubliqueFrançaise, fundada durante la guerra por un grupo de exiliados entre los que se contaban Jaques Maritain, Paul Rivet, Georges Wildenstein y otros reputados personajes que volverían a Francia poco después. Estos dos artículos van dirigidos a francófilos de Inglaterra y los Estados Unidos y a los exiliados franceses que no vivieron la Ocupación. Sartre vuelve a construir una versión del pasado inmediato, aunque esta vez se dirija a sus lectores en el extranjero. Al igual que en «La République du Silence» («La República del silencio»), escribe para la gente que desea oír una historia de heroísmo y sufrimiento colectivo, y él se la entrega incluso si ello supone pasar algunas cosas por alto. Por tanto, para entender la labor cultural que desempeñaron estos escritos en aquel momento, en su lectura hay que prestar atención tanto a lo que dicen como a lo que no dicen. También resultará esclarecedor observar algunos de los cambios que efectuó Sartre al reeditar estos artículos en Situations, III, dado que los corrigió más minuciosamente que «La République du Silence» («La República del silencio»).