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"La cuadratura del círculo", es una profunda reflexión de cuatro temas: "El tiempo", "La escritura", "La muerte" y lo que da título al libro. Desde allí se disparan historias, poemas y microrrelatos que invitan al lector a pensar el género humano, sus relaciones, sus luchas y sus creencias.
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Seitenzahl: 97
Veröffentlichungsjahr: 2023
JOSÉ MARÍA IARUSSI
Iarussi, José María La cuadratura del círculo / José María Iarussi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3928-1
1. Relatos. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
EL TIEMPO
Lunes
¿Cuánto dura un minuto?
Tiempo tortuga
Confabulación
Efímero
Lejos
Segundos
Verbo
LA MUERTE
Otoño
La visita
Un poco más
Juego
Siete microrrelatos mortales
El cielo
Sinfonía
Florecer
Camposanto
Asesina
Un tiempo atrás
Sensación mortal
Lavarropa
Impuestos
Profecía
LA ESCRITURA
Pubis
El amor es una larva
Aires de invierno
Otra teoría del génesis
Preguntas y lágrimas
LA CUADRATURA DEL CÍRCULO
El secreto
Mariana y Valentina por dejarme ser, por ser refugio y amor.
Mamá y papá por dejarme volar sin restricciones.
Gustavo y Carolina, mis hermanos, por enseñarme a compartir.
Tomás y Faustina, mis sobrinos, por su afecto incondicional.
José por estar desde la ensenada para acompañarme.
Celia Silombra, maestra de tercer grado, por darme el recurso de la “comparación” que me mostró un mundo paralelo, parecido, que puede construirse desde la escritura pero también desde la lectura.
Mariel Patronelli por la metáfora y las lecturas que construyeron puentes.
Pablo Moro por contagiarme un amor por la literatura sin precedentes.
Ezequiel Larraquy por indicarme que hay que estar un poco loco (muy loco) para escribir.
Vicky Fuentes y Manina García por enseñarme a reflexionar sobre las lecturas.
Silvina Castellanos por ayudarme en el encuentro con el realismo mágico y una literatura latinoamericana que nos identifica.
Agustina Julianelli por creer y difundir entre alumnos mi escritura.
Cada uno de ustedes ha empujado este carromato de ideas de un poco más de medio siglo de vida que trata de escribir, contar historias y mejorar día a día.
¡Gracias!
Los pueblos en verano parecen estar muertos, escribe José María Iarussi en las primeras páginas de este libro. Un libro de cuentos dentro de cuentos, de relatos dentro de otras estructuras que rompen la dinámica de lectura para meternos y sacarnos de la ficción con una realidad que te pasea con paz y suspenso por el dolor, el silencio, el amor y la muerte. Historias que comparten su recorrido junto al ruido abrumador de la racionalidad con la que suenan las agujas del reloj.
Iarussi nos invita aquí a cambiar los ángulos por curvas, los límites por horizontes y los laberintos cerrados por espirales de movimiento que nos puedan volver al mismo lugar, pero que también, nos puedan conducir a aquellos lugares imposibles. La imposibilidad como juego entre lo contrapuesto y simultáneo nos hace transitar estos cuentos como un eclipse sin filtros.
Tiempo dentro del tiempo como pregunta y respuesta a todos nuestros males. ¿Cuánto tiempo cabe en un cuerpo? ¿Cuánta piel cabe en el tiempo? es el inicio y el fin de un poema que escribí y leer estas páginas me hace recordar qué es lo que no se quiere responder allí. Ahora, me pregunto también, ¿cuánta muerte cabe en la piel?
La rectificación de una superficie curva, de aquello que circula, es imposible según la ciencia, o al menos eso parece. Sin embargo, cada día hacemos un esfuerzo de poesía, como nos diría Miller, al analizar el espacio de terapia, ese esfuerzo por escapar a la utilidad directa, ese esfuerzo por nombrar lo imposible en un mundo que solo nos permite producir dentro de lo posible. José María hace poesía en este libro con aquellos temas que le han quitado el sueño a la humanidad siglos tras siglos, le da sentido a la imposibilidad de explicar, de responder, de encontrar la verdad. Nos abraza y nos invita a darlo vuelta todo, a observar desde las curvas donde la perdurabilidad no es lo único que importa. En estos cuentos hay lugar para lo efímero con una significancia especial que nos recuerda cómo se construyen los momentos y cómo los mantenemos a salvo en nuestro cerebro como práctica de eternidad. Navega la incertidumbre y la imperfección como motores de vida y la automatización y la repetición como jaulas de domesticación del caos.
Nina Ferrari dice, la poesía salva vidas, agrego, la literatura salva vidas. Allí no hay verdades, no hay respuestas, hay preguntas y esas preguntas alivian nuestra existencia hasta hacerla soportable.
José, aquí, nos con–vida a una salvación posible. Nos demora, nos da una pausa sin vértices que se nos claven y nos perforen, nos da una alternativa para acariciar la suavidad de las curvas como manera de habitar el tiempo.
Marina Pifano
Bióloga, Dra. en Ciencia y Tecnología; Escritora
Anoche soñé que salía de casa a una ciudad que no conocía. Los edificios muy altos parecían inclinarse de una vereda a la otra como para unirse en sus terrazas y tapar el sol. Era un cielo agobiante de hormigón y un celeste tímido cargado de un smog gris y sucio.
Los autos parecían ir más rápido de la velocidad permitida. Y no había una sola cara que conociera. Al pisar la vereda tuve la necesidad de saber la hora, pero no llevaba ni reloj, ni celular. Al preguntar a una de las personas que caminaba cerca de mí, me respondió que eran las diez de la mañana. Me pareció que no podía ser esa hora y pregunté a una mujer mayor que ostentaba un collar de perlas en su cuello arrugado por el tiempo.
—Son las dos de la tarde– dijo y siguió a paso lento ayudada por un bastón.
Algo no estaba bien. Volví a preguntar y preguntar. Todos tenían horas distintas. No tenía manera de saber la hora y yo debía llegar al trabajo.
La desesperación por saber la hora aumentaba y a cada nueva persona que consultaba parecía importarle poco saberla. Casi automáticamente levantaban un poco el brazo izquierdo, giraban unos grados la muñeca y miraban el reloj para responderme. Comencé a observar que todos tenían el mismo reloj de fondo blanco con números romanos negros y agujas rojas.
Corrí entre la gente mientras seguía preguntado la hora sin obtener dos respuestas iguales. Los relojes digitales de algunos edificios marcaban horas distintas también. Y el reloj de una catedral estaba detenido a las doce y las campanas no paraban de sonar.
Desperté transpirado. Lo que había empezado como un sueño se había transformado en una pesadilla. Me di un baño y luego desayuné un té con leche, no sin antes tomar la pastilla de esomeprazol que mantiene a raya mi acidez crónica. Miré con desconfianza el reloj pero la hora parecía ser la correcta.
Los pueblos en verano parecen estar muertos. Y el que vivo no es la excepción a la regla. Salí a hacer unas compras y pregunté la hora a dos o tres vecinos para comprobar que estaba fuera de la pesadilla. En efecto estaba fuera de ella, todos tenían más o menos la misma hora con diferencia de algunos minutos.
Durante todo el día me pasé pensando en el tiempo, ese que marcan los relojes. Ese mismo que la noche y el día parecen delimitar con la oscuridad y la claridad.
Somos de carne y hueso, pero también de tiempo. Tiempo que pasa indefectiblemente. Presente efímero, pasado irremediable. Tiempo que está por venir. Somos medidores seriales. Necesitamos estar midiendo porque hay que estructurar la libertad animal que traemos al nacer. Un tiempo para comer, un tiempo para dormir, un tiempo para hacer, un tiempo para el placer. Escapar a ese tiempo que dividimos en veinticuatro horas es tarea de los sueños, de las pesadillas.
Segundos, minutos, horas, días, meses, años, décadas, siglos. Palabras para definir su estructura, su cuerpo. Sicario de nuestras vidas, el tiempo permanece en silencio como una sombra que no se despega de nuestros pies. Pienso en él al menos una vez al día. Me río un poco pensando en teorías que me invento para mis cuentos, quizás lejos de las leyes físicas y matemáticas que son la tinta de ese señalador fluorescente que es el tiempo en la historia de nuestras vidas.
Traigo a esta página un poema que escribí hace muchos años, pensando en el fatídico primer día de la semana.
Ojos pegados por la porfía,
de la rutina que ataca
del sábado que quedó corto
del domingo que no alcanza.
Maldito despertador que martilla y martilla,
y la cama se queda sola
y nos extraña.
Nuestras charlas están atravesadas por el tiempo. Sustantivos que lo nombran de distintas formas, verbos que profundizan el pasado, otros que duran como el presente y algunos más para el futuro que está por venir. Adjetivos que aumentan la gravedad de su paso o exaltan el valor de las huellas que deja en nuestras vidas.
Mientras algunas religiones le tratan de dar forma humana a Dios y otras hablan de una energía invisible que atraviesa nuestra existencia, me quedo pensando que es el tiempo a quien adoramos desde que nacemos. Él rige nuestras vidas desde versículos de lapsos que se repiten y es la métrica de una melodía que hace bailar a todo el universo.
Aprender la hora es casi un mandato social tan fuerte como el de la lectura y la escritura. Primero nos enseñan expresiones como: es tarde, aún es temprano, debes esperar un tiempo, aún faltan unos minutos, etc. Poco a poco la religión del tiempo se va metiendo en nuestras venas para regularlo todo.
Hay un mensaje en particular que me encanta leer, porque es como un grito de auxilio en medio del océano del tiempo. Lo encuentro siempre en algún comercio y dice: vuelvo en diez minutos. No hay referencia del momento en que esa persona escapó, por lo tanto ese tiempo está indefinido. Pienso que aun cuando haya sido una urgencia la que motivó a salir del lugar del trabajo, es el hombre del Mito de la Caverna soltando sus cadenas, saliendo de sus sombras, descubriendo que hay tiempos para escaparle al tiempo.
Los niños juegan para escaparle al tiempo. La voz de un adulto indicando alguna de las rutinas como el baño, la comida, el descanso puede poner frente al pelotón de fusilamiento al juego sin límites. Siempre es el tiempo el que grita fuego y todo muere atravesado por las balas de las horas.
Quizás como en esa estructura anquilosante del cuento, el tiempo también se parte en tres. El pasado como principio de todas las cosas, el presente como el nudo, el meollo de nuestros sucesos y la zona donde es posible mirarse al espejo reconociendo nuestra existencia, en el aquí y ahora. Y el final impredecible de esa tercera porción del tiempo que es el futuro, o mejor dicho nuestra muerte. Somos todos libros distintos con el mismo final.
Hay una jugarreta inventada por la literatura primero y luego por el cine. Alentar la acción, como si eso pudiera darnos la oportunidad de detener el tiempo, fragmentarlo, poner foco en detalles que la velocidad de los segundos nos hace perder de vista. En la literatura, las descripciones, en el cine la mayor cantidad de fotogramas por segundo. Recuerdo y traigo aquí, a esta parte del libro un cuento que escribí hace unos años.
Los cálculos eran parte de su vida. Vicente Pedraza había logrado entrar en el equipo de investigación de la facultad de Física de la Universidad de Córdoba hacía unos años y junto a otros físicos trabajaban en el desarrollo de un reloj que marcara con mayor exactitud la hora y pudiera, mediante una sincronización satelital, cambiar el huso horario automáticamente de acuerdo al lugar del mundo donde estuviera.