La división del conocimiento - César González Ochoa - E-Book

La división del conocimiento E-Book

César González Ochoa

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Beschreibung

En estas páginas se señala la postura de muchos académicos de ver sus áreas del saber con fronteras inamovibles o naturales, sin pensar que son producto de situaciones y de coyunturas precisas, por lo que sus límites son arbitrarios; esa idea está en consonancia con la rigidez del curriculum universitario. El espectro del conocimiento se concibe como un conjunto de compartimientos que no se pueden franquear. Llamar disciplinas a las materias del Curriculum es atribuir todo el sentido de este término: desde la capacitación hasta la sumisión a una autoridad y al control, y de allí hasta el castigo; también alude a la vigilancia de comportamientos o modos de pensar. Se analiza el caso de los estudios literarios o, más general, los estudios sobre el lenguaje; el punto inicial es la pregunta de dónde situarlos dentro de la división tradicional de las ciencias. Se propone insertar las ciencias del lenguaje en el espacio de las ciencias sociales y / o humanas, por lo cual el problema pasa a ser el de cómo se articula el espectro de esas ciencias y qué distingue a sus componentes. El desarrollo pone al descubierto que en las instituciones universitarias y en los órganos nacionales que dictan las políticas de investigación sigue vigente la propuesta de división de las ciencias de Comte, lo que no deja ver los campos de estudio como productos de convenciones, como compartimientos artificiales en continua transformación. La discusión toma como concepto central el de campo científico.

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A través de esta colección se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidades e instituciones públicas del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual sólo está completo y tiene razón de ser cuando se comparten sus resultados con la comunidad. El conocimiento como fin último no tiene sentido, su razón es hacer mejor la vida de las comunidades y del país en general, contribuyendo a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad informada y madura, mediante la discusión de las ideas en la que tengan cabida todos los ciudadanos, es decir, utilizando los espacios públicos.

Con la colección Pública textos se ponen al alcance de los alumnos de educación media y superior trabajos en los que investigadores reconocidos –en muchos casos sus propios maestros– cierran el círculo académico al difundir entre los educandos los resultados de sus quehaceres profesionales.

Otros títulos de la colección

Aproximaciones a la narrativa de la Revolución Mexicana. Didáctica de la literatura hispanoamericana del siglo XX

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Elementos de lógica argumentativa para la escritura académica

Walter Beller Taboada

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

Primera edición en papel, julio 2019

Edición ePub: agosto 2019

DR © 2019

César González Ochoa

De la presente edición:

© Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.

Hermenegildo Galeana 111,

Barrio del Niño Jesús, C. P. 14080,

Tlalpan, Ciudad de México

[email protected]

www.bonillaartigaseditores.com

Tel. (52 55) 55 44 73 40

Fax (52 55) 55 44 72 91

Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores

Diseño y formación editorial: Jocelyn G. Medina

Diseño de portada: Mariana Guerrero del Cueto

Realización ePub: javierelo

ISBN: 978-607-8636-23-5 (Bonilla Distribución y Edición)

ISBN ePub: 978-607-8956-32-6

Hecho en México

Contenido

La división del conocimiento.Discusión acerca de las disciplinas académicas

Introducción

Las ciencias humanas

Las ciencias desde una teoría social

Los campos académicos

Apéndice. El conocimiento y la investigación en el campo de la arquitectura y del diseño

La investigación en diseño y arquitectura

El pensamiento proyectual

Bibliografía general

Sobre el autor

La división del conocimiento.Discusión acerca de las disciplinas académicas

Introducción

La institución escolar muestra, desde los niveles elementales hasta el universitario, que el conocimiento se nos presenta siempre fragmentado, dividido en áreas que llamamos indistintamente temas o asignaturas o materias y que, a medida que se escalan los peldaños del saber, esos fragmentos se denominan ‘disciplinas’ o, más precisamente, ‘disciplinas académicas’. Por tanto, en una visión más o menos superficial, podemos decir que las disciplinas académicas son ramas particulares del saber cuya reunión integra la totalidad del conocimiento.

Desde la Antigüedad están planteadas las dos visiones acerca del conocimiento: por un lado, la que lo considera como una unidad, como una totalidad, como un conjunto indiferenciado que no posee fronteras ni divisiones que limiten la validez de las verdades descubiertas por los pensadores; por otro lado, la que ve que el conocimiento está dividido en áreas muy bien delimitadas y que los conocimientos en cada una de ellas son siempre específicos. Con respecto a la primera, existe una larga tradición de pensamiento que se remonta hasta la cosmología de los presocráticos, en particular a la preocupación con la cuestión sobre el ‘uno’ y los ‘muchos’. La unidad del conocimiento fue establecida explícitamente por Platón, quien pensaba que la filosofía era la vía de acceso al conocimiento, pensada como ciencia unificada y que, por tanto, el filósofo es el que puede sintetizar todo lo que es posible saber acerca del mundo. Desde allí se puede ver que para él la totalidad del mundo y su unidad tendría correspondencia con la unidad de conocimiento acerca de éste. Pero en el mismo parágrafo en que Platón habla de la unidad del conocimiento, deja abierta la posibilidad de su pluralidad; en el Sofista, dice el extranjero en su conversación con Teodoro:

Me parece que la naturaleza de lo diferente está parcelada del mismo modo que la ciencia. Ésta es sólo una, sin lugar a dudas, pero cada parte de ella que se aplica a algo recibe un nombre propio determinado, según la forma propia de cada cosa, y es por ello por lo que se dice que hay muchas técnicas y ciencias (257c).

Esa posibilidad abierta por Platón la hace real Aristóteles, quien inicia sistemáticamente la reflexión acerca de los distintos tipos de conocimiento; por ello, es, en este sentido, el primero en introducir una clasificación al separar investigación teórica de la práctica; en la primera se incluye al pensamiento ‘puro’, que concierne a la lógica, las matemáticas, la retórica y la ética, mientras que en la segunda están aquellas áreas que corresponden a la observación de la naturaleza y allí se ubica a la física y a la astronomía, entre otras.

La idea de unidad de las ciencias sigue vigente en Francis Bacon, quien sostiene, como señala Jordi Cat (2017), que esa unidad es resultado de la organización de los registros de los hechos materiales de distintos niveles de generalidad, los cuales “podrían clasificarse de acuerdo con disciplinas asociadas con facultades humanas”. Newton y Descartes hicieron de los conceptos básicos de la mecánica y de sus leyes el marco para la unificación de la filosofía natural; esas ideas, añade el autor, dieron a esta tradición “un giro racionalista que se centró en los poderes de la razón humana y el ideal de un sistema de conocimiento, sobre la base de principios racionales”. Todo ello desembocó en una mathesis universalis, en un proyecto de un marco universal de categorías e ideas. Descartes llegó a proponer la imagen de un árbol en el cual la raíz es la metafísica, el tallo es la física y las ramas la mecánica, la medicina y la moral. En el periodo de la Ilustración, la idea de la unidad del conocimiento se apoyó en la universalidad de lo racional y encontró su mayor expresión en la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert; el nombre mismo, ‘enciclopedia’, alude a la idea de unidad del conocimiento. Desde la perspectiva de Kant, la unidad de la ciencia se basa en el carácter unificador de sus conceptos y principios, así como en la razón. Vista como sistema de conocimiento, la ciencia es una totalidad de conocimientos ordenados de acuerdo con principios, los cuales son principios a priori (Cat 2017).

A finales del siglo XX, todas las actividades profesionales han desarrollado un carácter disciplinario y ello, en opinión de Toulmin, ha distorsionado sus logros porque “no es el enfoque intelectual de la disciplina lo que produce ese efecto, sino el tipo de organización social en el que se lleva a cabo la tarea disciplinar” (2003, 227). Antes de esta época, la academia no estaba tan precisamente separada en campos de estudio, cada uno independiente del otro, con sus métodos y sus enfoques teóricos. En otro libro (Toulmin 1983), el autor habla de la concepción de la filosofía “como disciplina autónoma y profesionalizada académicamente”, concepción que se ha convertido en dominante en las universidades británicas y norteamericanas sólo después de la segunda guerra.

Todavía durante el siglo XIX, no era necesario ser un científico reconocido como tal para participar en una discusión especializada; un ejemplo señalado por Toulmin es el del poeta Tennyson, que era miembro de la Royal Society y participaba en debates con Darwin o con Maxwell; pero,

conforme las profesiones con orientación disciplinar empezaron a ocupar más y más espacio en las instituciones académicas, a los aficionados se les fue negando la entrada, y los campos de investigación académica se fueron limitando cada vez más a temas con una posición clara en una disciplina concreta (Toulmin 2003, 76).

La idea de unidad del conocimiento fue una de las bases del positivismo lógico, escuela de pensamiento de la primera mitad del siglo XX, uno de cuyos objetivos era la restauración de la unidad de las ciencias, la cual había sido fragmentada por la proliferación de las disciplinas académicas. Además de unificar las diferentes ramas del saber, los positivistas lógicos buscaban “transformar racionalmente el orden social y económico”, según dice Lecourt (2001); y esto sólo se puede realizar –pensaban– si se asume que la tarea filosófica es aclarar los problemas por medio del análisis lógico. Para el positivismo lógico, la ciencia es un proceso acumulativo que está basado en la observación objetiva de la naturaleza; las ciencias son impulsadas por la observación empírica guiada por el racionalismo o el razonamiento lógico. Uno de sus metas era definir el método que necesariamente las ciencias debían seguir, que sería lo que denominaban el ‘método científico’, y que con su ayuda se llegaría a la verificabilidad del conocimiento y de las teorías. Algunos de los integrantes de esta escuela tenían la idea de una ciencia unificada basada en el desarrollo de un lenguaje científico universal. Aunque formalmente rechazaban el conocimiento científico a priori de Kant (en especial el sintético a priori), creían en la existencia de principios a priori (fundacionales), pero no sintéticos, que hacían posible el conocimiento científico objetivo, al mismo tiempo que todas las divisiones aceptadas de éste (es decir, las disciplinas académicas) compartían la misma racionalidad científica. Las divisiones del conocimiento permanecerían sin variación en el tiempo, por lo que tanto el número como el contenido de las disciplinas académicas sería más o menos estable (Krishnan 2009).

Las posiciones de los positivistas lógicos fueron criticadas desde dos ángulos; por un lado, Popper se opuso la idea de verificabilidad y, por otro, los filósofos analíticos se opusieron a la lógica a priori con la idea de que todos los efectos observables tienen causas naturales. Como alternativa a esa filosofía de la ciencia esencialmente normativa, aparece una historia descriptiva de la ciencia, y Kuhn argumentó en 1962 que la ciencia no es un proceso acumulativo, como decían los positivistas (ésa también era la visión de Popper), sino una sucesión de revoluciones científicas que reorganizan los campos científicos y disciplinas. Como vamos a ver adelante, Kuhn propone que las disciplinas se organizan alrededor de ciertas maneras de pensar o de marcos más amplios que explican mejor los fenómenos empíricos en una disciplina o en un campo. Los resultados que no concuerden con la manera dominante de pensar (con ese paradigma, como lo llama Kuhn), son excluidos ya sea por limitar el alcance de la teoría, o simplemente se tratan como anomalías. De esta manera, los paradigmas configuran las cuestiones que los científicos pueden plantear, así como las posibles respuestas que la investigación pueda producir.

Por otro lado, tanto Kuhn como Feyerabend, por distintas razones argumentaron en contra de la idea de un ‘método científico’ que pudiera producir la verdad sobre el mundo de manera confiable. El segundo sostiene que el conocimiento es construcción social y reclama que los conocimientos generados por las distintas disciplinas científicas son incompatibles; como las disciplinas se han separado tanto unas de las otras, son ahora tan diferentes que no pueden ser comparadas entre ellas, son ‘inconmensurables’. Desde el punto de vista de las cuestiones de método, propuso que las ciencias de basan en el lema de ‘todo vale’; también señaló que el trabajo científico no necesita de un marco general para definir si es científico y si no lo es. El llamado pensamiento posmoderno ha ido más allá al reclamar que todo el conocimiento es una construcción social y está necesariamente contaminado por los poderes sociales. El concepto de verdad científica se considera como históricamente contingente, como un producto de los discursos y de las racionalidades dominantes. De acuerdo con la perspectiva de la construcción social, la verdad científica no se refiere a otra cosa más que a ella misma y al proceso contingente de su producción. Según Lyotard, una disciplina podría ser entendida como una práctica específica, sin reglas que determinen qué clase de postulados se aceptan como verdaderos o falsos dentro de ese discurso particular. Esta práctica se interpreta como un ‘juego de lenguaje’ y reclama que ningún juego de lenguaje formal puede ser universal y consistente, o, en otras palabras, que no puede haber un juego de lenguaje para la ciencia que todo lo abarque. Desde este punto de vista, el progreso científico sólo puede ocurrir dentro de los límites de un juego de lenguaje disciplinario.

Los argumentos tanto en favor como en contra de la idea de que los conocimientos forman o no una unidad pueden extenderse, pero para los propósitos de este trabajo pensamos que no requiere mayores detalles; por ello Krishnan, en un resumen acerca de lo que plantean algunas escuelas filosóficas sobre este tópico de la necesidad o no de las disciplinas académicas, concluye que

los positivistas lógicos trataron de restaurar la unidad del conocimiento al apelar a principios fundamentales a priori de racionalidad científica que serían compartidos por todas las disciplinas científicas. La filosofía de la ciencia posterior rechaza tal ‘fundacionalismo’, o la idea de que todo conocimiento necesita estar basado en la creencia en algunos principios universales que no cambian. Este movimiento antifundacionalista abrió el camino a una posición de relativismo de la verdad científica. Constructivistas y posmodernos ven las disciplinas académicas como discursos que se crean y se mantienen para servir a especiales intereses sin referirse realmente a alguna realidad objetiva que se deba descubrir. Las disciplinas serían simplemente inconmensurables y cualquier esfuerzo de vencer las divisiones disciplinarias sería un ejercicio fútil, ya que las disciplinas operan sobre la base de racionalidades y metodologías completamente incompatibles que no pueden relacionarse en un modo significativo (2009, 17).

Desde la filosofía de la ciencia, o incluso desde la filosofía en general, hay un cierto acuerdo, según el mismo autor, de que tanto las disciplinas como los límites entre ellas existen porque crean alguna coherencia en términos de teorías, conceptos y métodos que permiten la prueba y validación de las hipótesis de acuerdo con reglas. Esas reglas son diferentes de una disciplina a la otra y por tanto son hasta cierto punto incompatibles. Por tanto, para que se pueda producir el conocimiento, se requiere la existencia de reglas; sin embargo, como no hay ya la posibilidad de hablar de reglas universales, entonces la producción de conocimientos necesita de las disciplinas. En este trabajo vamos a intentar otro camino para contar con una más amplia visión de las disciplinas académicas.

La primera observación del conjunto de las disciplinas académicas muestra que éstas son tan diferentes entre sí que es difícil llegar a una definición concisa que se acople a todas en el mismo grado. Ese carácter impreciso ya está presente en la ausencia de claridad con respecto a la noción más general, la de disciplina, puesto que lo que este término designa puede ser muchas cosas al mismo tiempo, de manera que si queremos entender qué son las disciplinas académicas (así como otras nociones asociadas, tales como los de disciplinaridad, interdisciplinaridad, etc.), sea necesario examinar de cerca sus varios significados; de hecho, en muchas de las investigaciones sobre la disciplina se comienza con una exploración etimológica del término amplio. El diccionario de la Real Academia Española proporciona varias acepciones de este término: doctrina o instrucción de una persona, especialmente en lo moral; arte, facultad o ciencia; especialmente en la milicia y en los estados eclesiásticos secular y regular, observancia de las leyes y ordenamientos de la profesión o instituto; instrumento, hecho ordinariamente de cáñamo, con varios ramales, cuyos extremos o canelones son más gruesos, y que sirve para azotar; acción y efecto de disciplinar. En inglés, las acepciones que ofrece el diccionario Oxford no son muy diferentes: la práctica de las personas en formación para obedecer reglas o códigos de comportamiento, uso del castigo para corregir la desobediencia; el comportamiento controlado que resulta de esa formación; actividad que proporciona capacitación mental o física; un sistema de reglas de conducta; una rama del conocimiento, estudiada en educación superior.

Este rápido examen muestra que el diccionario proporciona significados muy distintos, que van desde la capacitación hasta la sumisión a una autoridad y al control (o autocontrol) del comportamiento, y llega hasta el castigo; también alude a la vigilancia de ciertos comportamientos o modos de pensar. Como verbo, ‘disciplinar’ tiene el sentido de capacitar a las personas para que sigan instrucciones, pero también el de reforzar la obediencia y castigar. Su sentido tiene también una dimensión moral sobre cómo las personas deberían comportarse o pensar. Una interpretación más de la noción de disciplina es la de Foucault en su obra Vigilar y castigar, donde la considera como una fuerza y como una práctica política que se aplica a los individuos para dar por resultado cuerpos y mentes dóciles. En este proceso de disciplinar para propósitos de explotación económica y dominación política, las disciplinas no permanecen como algo exterior al sujeto, sino que poco a poco se transforman en algo interno. El individuo disciplinado acepta la racionalidad y los valores externos como propios, por lo que ya no es necesaria la represión externa. Para Foucault, la disciplina es un proceso destinado a limitar la libertad de los individuos, así como una manera de restringir discursos; por tanto, pueden considerarse como barreras para el pensamiento libre y un obstáculo al control de la subjetivación; es éste uno de los temas de sus últimos trabajos. Aunque usa el término en un sentido específico, puede decirse que en él incluye a las disciplinas académicas y la contribución de éstas a la disciplina de la sociedad.

En las páginas que siguen vamos a hablar de la división del conocimiento en áreas, en particular acerca de la gran escisión en dos grandes grupos, el de las ciencias físicas y naturales y el de las ciencias sociales y/o humanas. Discutiremos también sobre las posibles causas de esa división, sobre la delimitación de cada una y del trabajo específico que se realiza en ellas. Nos vamos a referir básicamente al sector de las ciencias que se conoce de modo indistinto como ciencias sociales o ciencias humanas; como esa indecisión en el nombre es parte del problema, será llamado aquí ciencias sociales y/o humanas. Para finalizar, haremos algunas consideraciones sobre una de las disciplinas de este grupo, el de los estudios lingüísticos y literarios, que aquí llamaremos como las disciplinas del lenguaje.

Las ciencias humanas

Según Saussure, uno de los primeros trabajos a los que la lingüística debía enfrentarse es el de deslindarse y definirse ella misma. Si asumimos estas tareas como necesarias en esa disciplina, entonces el campo o dominio más amplio que engloba a la lingüística, el de los estudios lingüísticos y literarios, tendría que hacer eso mismo y, de manera todavía más general, el conjunto de las llamadas ciencias sociales y/o humanas tiene todavía esa tarea pendiente.

Trabajar en una disciplina particular, sobre todo dentro del amplio campo de las ciencias humanas y sociales, necesita asumir la tarea enunciada por Saussure. Al asumir una tarea como ésta, la de delimitar un área determinada del conocimiento –por ejemplo, al trabajar acerca de la fundamentación del área de los estudios acerca del lenguaje– habría que tener una idea clara sobre qué es una disciplina y, más concretamente, una disciplina académica. Ante una trabajo como éste, lo primero que el investigador encuentra es una infinidad de preguntas; por ejemplo, las que buscan si esa disciplina puede ser vista desde una perspectiva científica, si constituye una ciencia, y si existe una teoría o un conjunto de teorías que dé cuenta de los contenidos de ese territorio; si después de un examen detallado se responde positivamente (es decir, que la disciplina que toma por objeto de estudio al lenguaje verbal tiene rasgos científicos y que existe una o unas teorías sobre el lenguaje), también habría que preguntar si esa ciencia está asociada con otras con las que comparte rasgos, si puede establecerse un conjunto mayor que las englobe; si ése es el caso, investigar cuáles serían éstas; si pertenece al mismo grupo que el de las ciencias humanas o las sociales, o si tiene más nexos en común con las ciencias físicas y matemáticas o con las ciencias naturales; si se descubriera que no es parte de ninguno de esos grupos, habría que preguntar si la disciplina de los estudios sobre el lenguaje constituye una categoría diferente (lo que nos parece difícil de sostener). Se podrían plantear muchas otras cuestiones, igualmente difíciles de responder, pero que, a pesar de ello, estaríamos obligados a intentarlo, puesto que se trata del terreno donde desarrollamos nuestra acción como investigadores. No pretendemos poseer la competencia para responderlas en este primer acercamiento, por lo que únicamente asumimos en estas páginas la tarea más inmediata, la que es desbrozar el territorio en cuestión, limpiar el terreno donde sea posible plantear aquellas preguntas.

Un investigador que desarrolla su actividad en el territorio de los estudios lingüísticos y literarios, o, para hablar más de acuerdo con la tendencia en muchos centros de estudio, que lo denominan como campo de estudios sobre el lenguaje, y quiere iniciarse en la tarea de definir y deslindar su campo de estudios, podría definir esa área del conocimiento por medio del conjunto de actividades que se realizan dentro de los centros universitarios de investigación; una primera apreciación es que en la Universidad Nacional Autónoma de México (pero también en otros centros de estudio tanto del país como del extranjero), este campo conserva el nombre más tradicional, el de filología,1 que podemos aquí someter a un breve examen.

La definición de filología, tal como se entiende y se practica en nuestros centros de enseñanza y de investigación, es muy amplia y un poco confusa: en general, se considera como el área del saber que se ocupa del estudio de los textos. Así entendida, tiene una muy larga historia puesto que, como dicen los historiadores de esta disciplina académica, su fundación data del periodo alejandrino (siglo III a. C.) y desde entonces tuvo la finalidad de reconstruir y comentar los textos de los grandes escritores del pasado griego, ya que se consideraba que en ellos la lengua griega habría alcanzado su máximo grado de perfección y que, por tanto, debía mantenerse en su forma original y sin impurezas. Los primeros filólogos, los alejandrinos, desarrollaron, en la biblioteca de Alejandría, una importante actividad editorial, centrada en la copia de manuscritos de los más importantes y representativos autores del pasado, cuyos textos se limpiaban de errores y se interpretaban de acuerdo con unas normas determinadas. Con ellos, la filología se convirtió en un conjunto de conocimientos sistemáticos y ordenados, aunque amplios y poco profundos, puesto que el filólogo debía poseer no solamente conocimientos lingüísticos y literarios, sino también históricos, geográficos, artísticos, retóricos, etc. Por eso se consideraba a ese sabio como la persona ideal tanto para explicar los textos como para reconstruirlos, modernizarlos y restaurarlos. El humanismo renacentista le dio un gran impulso y con las bases de ese periodo se mantuvo hasta el siglo XIX, cuando, sobre todo en Alemania y a partir de los textos bíblicos y de la antigüedad grecorromana, se establecieron los criterios que caracterizarían desde entonces a los trabajos filológicos. Se amplió entonces su campo, que pasó a estudiar no sólo obras en latín, griego y hebreo, sino en otras lenguas, con lo cual nace la filología románica, la germánica, la eslava, etc. Además de la crítica textual, la filología tenía la función de reconstruir, a través de los escritos, la civilización del tiempo en que fueron redactados; por ello se convirtió en un instrumento imprescindible para la investigación histórica y, en general, para todas las manifestaciones culturales del pasado. Desde esta perspectiva, en su función de interpretación y comentario de los textos, la filología resulta una disciplina esencial para la comprensión global de las culturas. El practicante de esta disciplina, el filólogo, tiene por función desentrañar el sentido de los textos, interpretarlos, en la medida posible, dentro de las circunstancias históricas en que fueron redactados. Para realizar su trabajo, debía estar en posesión de amplios conocimientos en múltiples áreas del saber: historia, lingüística, literatura, religión, etc., las cuales, a su vez conseguían avanzar gracias a los resultados de la investigación filológica.

Podemos decir, entonces, que por filología se ha entendido el estudio del lenguaje verbal en sus fuentes históricas escritas; es, por tanto, una combinación de crítica literaria, historia y lingüística. Es, pues, por definición el estudio de los textos literarios, así como el establecimiento de su autenticidad y de su forma original, y de la determinación de su significado. Los estudios filológicos tienen el propósito de intentar la reconstrucción, lo más fiel posible, del sentido original de los textos con el respaldo de la cultura que en ellos subyace. La filología, por tanto, que se deriva del griego φιλολογία, de acuerdo con la concepción previa a su transformación germánica del siglo XIX, describe el amor por el aprendizaje, por la literatura, así como por la argumentación y por el razonamiento, y refleja el conjunto de actividades incluidas en la noción de λόγος (según se establece en el diccionario de Lidell y Scott). La versión latina de ese término, philologie, no se modificó mucho en su significado; como alegoría de la erudición literaria, este término aparece en el siglo V en De nuptiis Philologiae et Mercurii, de Marciano Capella, una idea que revive en la literatura medieval tardía, especialmente en Chaucer, y tempranamente aparece en francés con el sentido de amor por la literatura.

Los significados de amor a la sabiduría y de amor a la literatura se redujeron más o menos en el siglo XIX, cuando por filología se entendía el estudio del desarrollo histórico de las lenguas. Los avances en el estudio de las leyes acerca del sonido y del cambio en las lenguas hicieron que esa época fuera conocida, sobre todo en Europa, como la edad de oro de aquella disciplina. Aunque en varios países europeos todavía se usa el término para designar cursos, departamentos universitarios, revistas, etc., en el mundo de habla inglesa, este término, en el sentido de trabajo sobre las lenguas y la literatura, se abandonó a principios del siglo XX; en Inglaterra permaneció como sinónimo de lingüística histórica y en Estados Unidos se redujo su uso al de estudio de la gramática y de la historia y la tradición literarias. En la tradición románica, filología designa el estudio de las lenguas y abarca, como una de sus componentes importantes, a la lingüística (histórica, teórica, descriptiva, aplicada); la otra parte es la formada por la ciencia literaria (historia de la literatura, teoría literaria y crítica literaria). Con ello, integra a la retórica y a la poética, así como a la gramática comparada, la literatura comparada y la edición textual o ecdótica.

Históricamente, la filología, más que relacionarse o confundirse con otras disciplinas, se distingue en el hecho de destacar alguna de sus partes, las cuales a fin de cuentas no son sino parte de su propia configuración y por ello de su identidad. Durante el siglo XX tuvo relaciones complicadas con una de sus partes, con la lingüística, sobre todo en su vertiente estructural y formalista. Pero también se debe señalar la relación actual entre la filología y la hermenéutica y con la historia y, por tanto, también con la historia literaria (en general, la ciencia de la literatura, junto con la historia literaria y la crítica, conforman las disciplinas mediante las cuales se configura la filología, las cuales, de manera similar a la lingüística, también en ese mismo siglo veinte, también pasaron por presiones formalistas y, por tanto, con dificultades en ser parte de la filología).

La historia es una de las disciplinas con las que la filología mantiene relaciones estrechas ya que ambas colaboran en la reconstrucción de los hechos históricos, pero, mientras la primera se ocupa, efectivamente, de la reconstrucción de los hechos, con el auxilio, en este caso, del llamado método filológico y de otros medios y disciplinas, la segunda trata de situar los textos concretos en una época determinada, y en este caso se sirve de los conocimientos históricos. La filología tiene también relaciones complicadas con la hermenéutica en la medida en que ambas buscan el significado de los textos por medio de su interpretación. Pero en esto la crítica literaria ha de ser entendida a su vez como una particularización hermenéutica.2 Tanto la filología como su especificación de tipo lingüístico se ocupan de distintas facetas del mismo objeto de estudio, el lenguaje humano, pero la diferencia básica consiste en la preferencia del acercamiento filológico asignada con frecuencia a la crítica textual, a su indagación más particular y reconstructiva de fijación de los textos, frente al interés lingüístico por el lenguaje en sí mismo y la utilización de textos únicamente como un medio más de conocimiento de éste. La filología, en cuyo seno se suele distinguir entre filología general y filologías particulares (aproximadamente la filología que corresponde a lenguas o familias de lenguas o bien a regiones culturales), constituye en conjunto el más extenso sector de las ciencias humanas, el más antiguo, el más cultivado y el que supuestamente es más fundamentado.

Todo lo anterior ilustra un hecho que difícilmente se puede eludir y es que el término ‘filología’ ha perdido su capacidad de especificación, pues en todos los casos siempre es necesario decir cómo se entiende y cuál es su alcance. Una facultad de filología, como la de la Universidad Complutense de Madrid, o un instituto que asume como objeto de investigación la filología, como el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, abarca cada uno tantas especialidades, posee tantas áreas de trabajo, que casi no hay relación entre unas y otras, y lo único cierto que se puede decir de esta gran área del saber es que forma parte de un conjunto que tiene menos qué ver con las facultades de ciencias físicas o naturales que con las de ciencias humanas o de ciencias sociales. Esta situación de la disciplina que estudia el lenguaje verbal en cualquiera de sus formas de ser se enfrenta, pues, a un problema de definición de su campo de acción, de su estatuto teórico, de sus relaciones con las otras disciplinas, etcétera.

En vista de este conjunto de problemas asociados con el nombre mismo de ‘filología’, podemos optar simplemente por darle la denominación de campo de los estudios sobre el lenguaje, y vemos que éste se entiende también como el espacio de las disciplinas lenguaje, y aquí el plural se usa de un modo consciente por estar convencidos de que ese campo no es uniforme ni tiene la coherencia que presumiblemente poseen otras disciplinas. Antes que nada debe advertirse que los temas que intervienen en la discusión de estos problemas son más propiamente epistemológicos que disciplinarios, lo que quiere decir que no son tanto de una disciplina particular o un grupo de disciplinas, que en este caso podrían ser la lingüística, la teoría literaria, la hermenéutica, etc., sino que se relacionan con cuestiones que conciernen a la formación misma de esas disciplinas, a la historia de la construcción de sus conceptos; es decir, con cuestiones epistemológicas,

Pensamos, sin embargo, que antes de plantear la cuestión de dónde situar ese campo de estudios –si en el vasto conjunto de las ciencias sociales o humanas o en el de las físicas y matemáticas o en otro diferente– sería necesario preguntarse por qué el espectro de las ciencias se ha dividido tradicionalmente en esas dos grandes áreas y cómo sería posible caracterizarlas; por tanto, habría que buscar cuáles son los rasgos característicos de las ciencias sociales y/o las humanas y de qué manera se diferencian de las del otro grupo. Probablemente, todo ello requiere de un antecedente, el cual no es posible desarrollar aquí más que muy primariamente, el cual consistiría en revisar, en primer lugar, las diversas maneras de cómo se puede entender la noción de ciencia.