La escala - T L Swan - E-Book
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La escala E-Book

T L Swan

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Beschreibung

Bienvenida a bordo del mejor viaje de tu vida, Emily. Agárrate, vienen turbulencias.   El champán y el servicio fueron impecables. Y el hombre de ojos azules sentado a mi lado fue incluso mejor. Íbamos a Nueva York e hicimos escala en Boston. Disfrutamos de una noche de pasión y nos despedimos para siempre. De eso hace un año. Así que imaginad mi cara al verlo en la oficina en mi primer día de trabajo. Pero, por mucho que lo desee, estoy decidida a no dejarme tentar por los malditos ojos azules de mi jefe.  Descubre el mundo Miles High Club, de la autora best seller del Wall Street Journal. "Una obra maravillosamente escrita que me ha atrapado por completo. ¡Una lectura obligatoria!" TDC Book Reviews  

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LA ESCALA

T L Swan

Miles High Club
Traducción de Eva García Salcedo

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

La escala

V.1: Enero, 2021

Título original: The Stopover

© T L Swan, 2019

© de esta traducción, Eva García Salcedo, 2021

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2021

Todos los derechos reservados.

Esta edición se ha hecho posible mediante un acuerdo contractual con Amazon Publishing,

www.apub.com, en colaboración con Sandra Bruna Agencia Literaria.

Diseño de cubierta: @blacksheep-uk.com

Publicado por Chic Editorial

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.principaldeloslibros.com

ISBN: 978-84-17972-39-4

THEMA: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

La escala

Bienvenida a bordo del mejor viaje de tu vida, Emily. Agárrate, vienen turbulencias.

El champán y el servicio fueron impecables. Y el hombre de ojos azules sentado a mi lado fue incluso mejor. Íbamos a Nueva York e hicimos escala en Boston. Disfrutamos de una noche de pasión y nos despedimos para siempre. De eso hace un año. Así que imaginad mi cara al verlo en la oficina en mi primer día de trabajo. Pero, por mucho que lo desee, estoy decidida a no dejarme tentar por los malditos ojos azules de mi jefe.

Descubre el mundo Miles High Club, de la autora best seller del Wall Street Journal

«Una obra maravillosamente escrita que me ha atrapado por completo. ¡Una lectura obligatoria!»

TDC Book Reviews

Quisiera dedicar este libro al alfabeto,

pues sus veintiséis letras me han cambiado la vida.

Me encontré a mí misma en esas veintiséis letras,

y ahora estoy viviendo mi sueño.

La próxima vez que digáis el alfabeto,

recordad su poder.

Yo lo hago todos los días.

Capítulo 1

—Apártate —gruñe una voz a mi espalda.

Sorprendida, me giro hacia el hombre que hace cola detrás de mí.

—Perdona —digo, azorada—. ¿Querías pasar?

—No. Quiero que los imbéciles del mostrador se den prisa, que voy a perder el vuelo —responde con desprecio, y huelo el alcohol que emana de él—. Qué asco de gente.

Me giro hacia delante. Estupendo, un borracho en la cola de facturación. Lo que me faltaba.

El aeropuerto de Heathrow está a reventar. El mal tiempo ha retrasado la mayoría de los vuelos y, si soy sincera, no me importaría que retrasaran el mío también. Así podría dar media vuelta, volver al hotel y dormir una semana.

El horno no está para bollos.

Oigo que el hombre se gira y empieza a quejarse con los que tiene detrás. Pongo los ojos en blanco. ¿Acaso hace falta ser tan maleducado?

Me paso los siguientes minutos escuchándolo despotricar, bufar y refunfuñar hasta que no puedo más. Me doy la vuelta para mirarlo.

—Van lo más rápido que pueden. No hace falta ponerse así —le suelto.

—¿Cómo dices? —grita mientras dirige su ira hacia mí.

—Ser educado no cuesta nada —digo entre dientes.

—¿Que ser educado no cuesta nada? —chilla—. ¿Qué eres? ¿Profesora? ¿O es que te gusta tocar los huevos?

Lo fulmino con la mirada. Se va a enterar. Me he pasado las últimas cuarenta y ocho horas en el infierno. He cruzado medio planeta para ir a una boda a la que también ha asistido mi ex, que se ha pasado todo el tiempo en brazos de su nueva novia. Ahora mismo podría arrancarle la cabeza a alguien.

Que no me toque las narices.

Vuelvo la vista al frente. Me hierve la sangre.

Le da una patada a mi maleta. Me giro.

—Ya vale —le espeto.

Me mira a los ojos y me estremezco al notar su aliento.

—Haré lo que me salga de los cojones.

Veo que llegan los de seguridad. No le quitan ojo. El personal ha visto lo que está pasando aquí y han pedido refuerzos. Finjo una sonrisa.

—Deja de darle patadas a mi maleta, por favor —le pido con amabilidad.

—Le daré patadas a lo que me salga de los cojones.

Levanta la maleta y la tira.

—Pero ¿se puede saber qué te pasa? —chillo.

—Eh —grita el hombre que tenemos detrás—. Deja sus cosas. ¡Seguridad!

Don ebriedad y alteración del orden público le pega un puñetazo a mi salvador y se enzarzan en una pelea.

Los guardias llegan corriendo de todos los rincones y me apartan mientras el tío se pone a lanzar puñetazos y gritar palabrotas. No necesitaba esto precisamente hoy.

Cuando al fin lo tienen bajo control, se lo llevan esposado. Un guardia muy amable recoge mi maleta.

—Lo lamento mucho. Acompáñeme —dice mientras desengancha la cuerda de la fila.

—Gracias. —Sonrío avergonzada a los de la fila. No me gusta saltarme la cola, pero, llegados a este punto, me da igual—. Qué bien.

Lo sigo tímidamente hasta el mostrador. Allí, un chico levanta la vista y sonríe de oreja a oreja.

—Hola.

—Hola.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—Sí, estoy bien. Gracias por preguntar.

—Atiéndela —le ordena el guardia de seguridad al vendedor de billetes. Nos guiña el ojo y desaparece entre la multitud.

—Identificación, por favor —me pide el hombre.

Saco el pasaporte del bolso y se lo entrego. Mira la foto y sonríe. Es la peor foto del mundo, en serio.

—¿Salgo en los más buscados? —pregunto.

—Puede. ¿Esta eres tú? —dice, y se ríe.

Sonrío, avergonzada.

—Espero que no o estoy en un buen lío.

Escribe mis datos.

—Vale. Vas a Nueva York con…

Deja de escribir y lee.

—Sí. A poder ser no con ese tío.

—Ese no va a ir a ningún sitio hoy —repone mientras continúa escribiendo a una velocidad vertiginosa—. Aparte de al calabozo.

—¿Qué hace alguien emborrachándose antes de ir al aeropuerto? —pregunto—. Ni siquiera había pasado aún por los bares del aeropuerto.

—Te sorprendería lo que se ve por aquí —masculla, y suspira.

Sonrío. Qué majo es este chico.

Me imprime la tarjeta de embarque.

—Te he subido de categoría.

—¿Cómo?

—Te he pasado a primera clase como gesto de disculpa por lo que le ha hecho a tu maleta el tío ese.

Abro los ojos como platos.

—No hace falta, en serio —tartamudeo.

Me entrega el billete y sonríe de oreja a oreja.

—Disfruta de tu vuelo.

—Muchas gracias —exclamo entusiasmada.

Me guiña un ojo. Me dan ganas de darle un abrazo, pero no lo voy a hacer, obviamente. Fingiré que me pasan cosas geniales como esta todos los días.

—Gracias otra vez —digo, y sonrío.

—Tienes acceso a la sala VIP. Está en la primera planta. Invita la casa. Que tengas un buen viaje. —Tras una última sonrisa, mira a la cola y dice—: Siguiente, por favor.

Paso los controles de seguridad con una sonrisa tonta.

Primera clase, justo lo que necesitaba.

* * *

Tres horas después, subo al avión como una estrella de rock. Al final, no he ido a la sala VIP porque, bueno…, estoy hecha un cuadro. Llevo una coleta alta, mallas negras, un jersey holgado de color rosa y deportivas, pero me he retocado un poco el maquillaje, ya es algo. Si hubiese sabido que me iban a subir de categoría, habría intentado estar a la altura y me habría puesto algo elegante para no parecer una vagabunda. Total, ¿qué más da? Tampoco es que me vaya a encontrar con alguien que conozca.

Le entrego mi billete a la azafata.

—Vaya por el pasillo izquierdo y gire a la derecha.

—Gracias.

Miro mi billete mientras avanzo y veo mi asiento.

1B.

Vaya, no tengo ventanilla. Llego a mi asiento, y el hombre que hay junto a la ventanilla se vuelve hacia mí. Me mira con unos ojazos azules y sonríe.

—Hola.

—Hola.

Ay, no. Estoy sentada al lado del hombre con el que sueñan todas las mujeres… Solo que este está más bueno.

Estoy hecha un asco. ¡Qué mala pata!

Abro el compartimento superior y él se pone de pie.

—Te echo una mano.

Me quita la maleta y la coloca en su sitio con cuidado. Es alto y corpulento, lleva vaqueros azules y una camiseta blanca. Huele a la mejor loción de afeitado del mundo. 

—Gracias —murmuro mientras me paso la mano por la coleta para desenredarme el pelo. Me flagelo mentalmente por no llevar algo decente.

—¿Quieres sentarte aquí? —me pregunta.

Me lo quedo mirando sin entender nada.

Señala el asiento que hay al lado de la ventanilla.

—¿No te importa? —pregunto sorprendida por su gesto.

—Qué va —sonríe—. Viajo mucho. Quédatelo tú.

Fuerzo una sonrisa.

—Gracias.

Es como si me hubiese dicho «sé que te han subido de categoría, pobre persona sin hogar, y me das pena».

Me siento y miro nerviosa por la ventanilla con las manos cruzadas en el regazo.

—¿Vuelves a casa? —me pregunta.

Me giro hacia él. Por favor, no me hables. Me pones nerviosa solo con estar ahí sentado.

—No, he venido a una boda. Ahora voy a Nueva York porque tengo una entrevista de trabajo. Solo estaré allí un día, y después cogeré un vuelo a Los Ángeles, que es donde vivo.

—Ah —musita, y sonríe—. Entiendo.

Me quedo mirándolo un momento. Ahora es cuando tendría que preguntarle algo yo.

—¿Tú… vas a casa? —pregunto.

—Sí.

Asiento. No sé qué más decir, así que me decanto por la opción aburrida y miro por la ventanilla.

La azafata trae una botella de champán y copas.

Copas. ¿Desde cuándo las aerolíneas te dan un vaso como Dios manda?

Ah, sí, primera clase. Cierto.

—¿Una copa de champán antes de despegar, señor? —le pregunta la azafata. Veo que en su identificador pone que se llama Jessica.

—Me encantaría. —Sonríe y se vuelve hacia mí—. Que sean dos, por favor.

Frunzo el ceño mientras nos sirve dos copas de champán y le pasa una a él y otra a mí.

—Gracias —digo, y sonrío.

Espero a que Jessica no pueda oírme.

—¿Siempre pides bebidas para los demás? —pregunto.

Diría que le ha sorprendido que haya sido tan directa.

—¿Te ha molestado?

—Para nada —resoplo. Vaya con el pijo este, se cree que puede pedir por mí—. Pero me gusta pedirme mis propias bebidas.

Sonríe.

—Vale, pues las próximas las pides tú.

Levanta su copa hacia mí, sonríe con suficiencia y da un sorbo.

Diría que le hace gracia verme enfadada.

Lo miro inexpresiva. Podría ser la segunda víctima de mi matanza de hoy. No estoy de humor para que un viejo podrido de dinero me mangonee. Le doy un sorbo al champán mientras miro por la ventanilla. A ver, tampoco es que sea viejo. Tendrá unos treinta y tantos. Me refiero a que es viejo comparado conmigo, que tengo veinticinco. De todas formas, da igual.

—Me llamo Jim —se presenta mientras extiende la mano para estrecharme la mía.

Ahora tengo que ser educada. Le doy la mano.

—Hola, Jim. Me llamo Emily.

Le brillan los ojos con picardía.

—Hola, Emily.

Tiene unos ojos de ensueño, grandes y azules. Podría sumergirme en ellos. Pero ¿por qué me mira así?

El avión empieza a moverse despacio y yo miro los auriculares y luego el reposabrazos. ¿Dónde los enchufo? Son de alta tecnología, como los que usan los youtubers pedantes. Ni siquiera tienen cable. Miro a mi alrededor. Parezco tonta. ¿Cómo los conecto?

—Van por Bluetooth —me interrumpe Jim.

—Ah —mascullo. Me siento tonta. Claro que van por Bluetooth—. Cierto.

—¿Nunca has ido en primera clase? —inquiere.

—No. Me han subido de categoría. Un chalado borracho ha tirado mi maleta por los aires. Creo que le he dado pena al chico del mostrador.

Le dedico una sonrisa torcida.

Se humedece los labios como si algo le hiciese gracia y da un sorbo al champán. No deja de mirarme. ¿En qué estará pensando?

—¿Qué? —le pregunto.

—A lo mejor el chico del mostrador pensó que eras preciosa y te subió de categoría para intentar impresionarte.

—No se me había ocurrido.

Doy un sorbo al champán mientras trato de disimular mi sonrisa. Qué cosas dice este hombre.

—¿Eso es lo que harías tú? —pregunto—. Si trabajaras en el mostrador, ¿subirías de categoría a las mujeres para impresionarlas?

—Por supuesto.

Esbozo una sonrisita.

—Impresionar a una mujer que te atrae es crucial —prosigue.

Lo miro fijamente mientras me esfuerzo para que mi cerebro no se pierda. ¿Por qué parece que está coqueteando?

—Y dime… ¿Cómo impresionarías a una mujer que te atrae? —pregunto, fascinada.

Me mira a los ojos.

—Ofreciéndole el asiento que hay al lado de la ventanilla.

Saltan chispas entre nosotros. Me muerdo el labio para que no se me escape una sonrisa tonta.

—¿Intentas impresionarme? —pregunto.

Me dedica una sonrisa lenta y sexy.

—¿Qué tal lo estoy haciendo?

Esbozo una sonrisita. No sé qué responder.

—Lo único que digo es que eres atractiva, ni más ni menos. No le busques más. Era una afirmación, no una pregunta.

—Ah.

Me quedo mirándolo. No tengo palabras. ¿Qué contesto a eso? Era una afirmación, no una pregunta. ¿Qué? No le busques más. Qué raro es este tío… pero qué bueno está.

El avión coge velocidad para despegar y yo me aferro a mis reposabrazos y cierro los ojos con fuerza.

—¿No te gustan los despegues? —pregunta.

—¿Tengo pinta de que me gusten?

Me estremezco mientras me agarro como si me fuera la vida en ello.

—A mí me encantan —responde con total naturalidad—. Me encanta la fuerza que sientes a medida que acelera. Cómo la gravedad te empuja hacia atrás.

¿Alguien me explica por qué todo lo que dice suena tan erótico?

Madre mía, necesito echar un polvo… ya.

Exhalo y miro por la ventanilla a medida que ascendemos más y más. No estoy de humor para que este chico se ponga lindo hoy. Estoy cansada, tengo resaca, voy hecha un cristo y mi ex es un capullo. Quiero dormir y no despertar hasta el año que viene.

Decido que veré una película. Echo un ojo a las opciones que aparecen en pantalla.

Jim se acerca y dice:

—Las grandes mentes piensan igual. Yo también voy a ver una peli.

Finjo una sonrisa. «Solo deja de ser tan sexy y de invadir mi espacio. Seguro que estás casado con una vegana a la que le van el yoga, la meditación y esas cosas».

—Qué bien —mascullo.

Tendría que haber ido en turista. Así, al menos, no habría tenido que respirar el aroma de este hombre tan guapo durante ocho largas horas sin sexo.

Deslizo las películas por la pantalla y luego hago una selección de lo que me gustaría ver.

Cómo perder a un chico en 10 días.

Orgullo y prejuicio.

Cuerpos especiales.

Jumanji… En esta sale la Roca, así que tiene que ser buena.

Notting Hill.

La proposición.

50 primeras citas.

El diario de Bridget Jones.

Pretty Woman.

Algo para recordar.

Magic Mike XXL.

Sonrío a la pantalla. He puesto todas mis favoritas en cola. Este vuelo va a ser una gozada. Aún no he visto la secuela de Magic Mike, así que podría empezar por esa. Miro a ver cuál ha escogido Jim. Justo sale el título.

Lincoln.

Buf, política. ¿A quién le divierte ver eso? Tendría que haber imaginado que sería un tío aburrido.

Cuando levanta la mano para tocar la pantalla, veo el reloj que lleva. Un Rolex enorme de color plata. Y encima está forrado.

Típico.

—¿Qué vas a ver? —me pregunta.

Ay, no. No quiero que piense que soy una pánfila.

—Aún no lo he decidido —contesto.

Vete por ahí. Quiero ver a tíos desnudándose.

—¿Qué vas a ver tú? —pregunto.

—Lincoln. Llevo mucho tiempo queriendo verla.

—Qué rollo —digo.

Mi comentario le hace sonreír.

—Ya te diré.

Se pone los auriculares para ver la peli y yo vuelvo a desplazarme por mis opciones. Me muero de ganas de ver Magic Mike XXL. ¿Importa si mira? Qué vergüenza, no. Parezco una necesitada.

¿A quién quiero engañar? Estoy necesitada. Hace más de un año que no veo a un hombre desnudo.

Pongo La proposición. Cambiaré una fantasía por otra. Siempre he soñado con tener a Ryan Reynolds de asistente personal. Empieza la peli y sonrío a la pantalla. Me encanta esta película. Da igual cuántas veces la vea, siempre me río. Me parto con la abuela.

—¿Estás viendo una peli romántica? —me pregunta.

—Una comedia romántica —contesto.

Qué cotilla es este hombre, por Dios.

Sonríe como si fuese mejor que yo.

—¿Más champán? —pregunta la azafata.

Ojos Azules me mira.

—Va, es tu oportunidad para pedir lo que quieras.

Lo miro fijamente. 

—Que sean dos, por favor.

—¿Qué te gusta de las comedias románticas? —pregunta sin dejar de mirar su peli.

—Que los hombres no hablan mientras veo una peli —le susurro a mi copa de champán.

Sonríe de oreja a oreja para sí.

—¿Qué te gusta de…? —Me callo porque ni siquiera sé de qué trata Lincoln—. ¿Las películas de política? ¿Que son un rollo?

—Me gustan las historias reales, independientemente del tema.

—Y a mí —replico—. Por eso me gustan las pelis románticas. El amor es real.

Ahoga una risa mientras bebe como si le hiciese gracia.

Lo miro.

—¿A qué viene eso?

—Las comedias románticas son lo más alejado que hay de la realidad. Seguro que también lees novelas románticas de pacotilla.

Lo miro sin emoción en el rostro. Creo que odio a este hombre.

—Pues sí. Y para que lo sepas, después de esta peli, voy a ver Magic Mike XXL para ver a tíos buenorros quitarse la ropa. —Enfadada, le doy un sorbo al champán y añado—: Y pienso pasarme toda la peli sonriendo, independientemente de lo que opines.

Se ríe a carcajadas. Su risa es profunda, fuerte y hace que note mariposas en el estómago.

Me vuelvo a poner los auriculares y finjo que me concentro en la pantalla. Pero soy incapaz: he hecho el ridículo y me he puesto colorada.

Se acabó la cháchara.

* * *

Dos horas después, me dedico a mirar por la ventanilla. La peli se ha acabado, pero su aroma sigue ahí. Me envuelve y me incita a pensar en cosas en las que no debería pensar.

¿Cómo huele tan bien?

No sé qué hacer para no parecer incómoda, así que decido que me echaré una siesta y que me pasaré las próximas horas durmiendo, pero antes tengo que ir al baño. Me levanto.

—Perdona.

Jim mueve un poco las piernas, pero no lo bastante para que quepa, por lo que tengo que pasar por encima de él. Me tropiezo y para no caerme, le pongo la mano en el muslo; es grande y robusto.

—Lo siento —tartamudeo avergonzada.

—No importa —dice, y sonríe con suficiencia—. En serio.

Me quedo mirándolo un segundo. ¿Eh?

—Hay una razón para que me comporte así. 

Frunzo el ceño. ¿Qué significa eso? Salgo y voy al baño. Me paseo para estirar un poco las piernas mientras reflexiono sobre lo que ha dicho. Estoy perpleja, no se me ocurre nada.

—¿Qué has querido decir con eso? —pregunto mientras vuelvo a sentarme.

—Nada.

—¿Me has cedido tu asiento para que tuviese que pasar por encima de ti?

Ladea la cabeza.

—No, te he cedido mi asiento porque sabía que lo querías. Que hayas tenido que pasar por encima de mí ha sido un añadido.

Lo miro mientras me esfuerzo por responder. ¿Son imaginaciones mías? Los hombres ricos mayores que yo no suelen hablarme así… Para nada.

—¿Estás coqueteando conmigo, Jim? —pregunto.

Me obsequia con una sonrisa lenta y sexy.

—No sé. ¿Tú qué crees?

—He preguntado yo primero. Y no contestes a mi pregunta con otra pregunta.

Sonríe con suficiencia mientras vuelve a dirigir su atención a la pantalla.

—Ahora es cuando te tocaría coquetear a ti…, Emily.

Noto que me estoy poniendo roja de la vergüenza. Intento disimular mi sonrisa tonta.

—Yo no coqueteo. O me gusta un tío o no me gusta —digo.

—Ah, ¿sí? —indaga como si le fascinase—. ¿Y cuánto tardas en tomar esa decisión después de conocer a un hombre?

—Al instante —miento. No es verdad, pero voy a fingir que sí. Fingir seguridad en mí misma es mi superpoder.

—¿En serio? —susurra mientras la azafata pasa por nuestro lado—. Disculpe, ¿podría traernos dos más, por favor?

—Ahora mismo, señor.

Vuelve a mirarme a los ojos.

—Va, dime, ¿qué es lo primero que has pensado de mí?

Finjo que busco a Jessica.

—Es posible que necesites algo más fuerte para oír esto, Jim. Porque no te va a gustar.

Se ríe a carcajadas y yo lo miro sonriendo de oreja a oreja.

—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto.

—Tú.

—¿Por qué yo? —digo mientras frunzo el ceño.

—Por lo recta que eres.

—Como si tú no lo fueses, don «que sean dos».

Llegan nuestras copas y me pasa la mía sonriendo. No deja de mirarme mientras prueba la suya.

—¿Qué hacías en Londres?

—Buf —pongo los ojos en blanco—. He ido a la boda de una amiga, pero, si te soy sincera, desearía no haberlo hecho.

—¿Por?

—Me he encontrado a mi ex con su nuevo ligue, y él ha sido excesivamente cariñoso con ella para molestarme.

—Y le ha funcionado, está claro —añade mientras me señala con su copa.

—Mmm —mascullo, y doy un sorbo a mi bebida con cara de asco—. Solo un poco.

—¿Cómo es la chica?

—Rubia de bote, labios operados, tetas de silicona, pestañas postizas y bronceado de cabina. Vamos, todo lo contrario a mí.

—Mmm.

Me escucha con atención.

—Vamos, una barbie facilona.

Se ríe entre dientes.

—A todo el mundo le gustan las barbies facilonas.

Lo miro con cara de asco.

—Ahora es cuando tendrías que decir que los hombres odian a las barbies facilonas. ¿No sabes el protocolo que hay que seguir para entablar una conversación en un avión o qué?

—Es evidente que no. —Frunce el ceño mientras piensa en lo que acabo de decir—. ¿Por qué tendría que seguirlo?

Abro mucho los ojos para enfatizar mi razonamiento.

—Para ser amable.

—Ah, es verdad —accede, y me mira como si se dispusiera a mentir—. Emily, a los hombres les dan asco las barbies facilonas.

Sonrío mientras le hago un gesto con la copa.

—Gracias, Jim.

—Aunque… —hace una pausa—. Si la chupan bien…

¡Qué diantres!

Se me mete el champán por la nariz y me ahogo. Es lo último que esperaba que dijese.

—Jim —consigo balbucear mientras escupo el champán.

Se ríe mientras me pasa sus servilletas y me limpio la barbilla.

—Los hombres como tú no hablan de mamadas —exclamo entre toses.

—¿Por qué no? —pregunta, incrédulo—. ¿Y a qué te refieres con hombres como yo?

—Serios y ese rollo.

Me mira inexpresivo.

—Define «y ese rollo».

—Pues eso, mayores, ricos y mandones.

Le brillan los ojos. Está disfrutando con esto.

—¿Y qué te hace pensar que soy rico y mandón?

Exhalo de manera exagerada.

—Pareces rico.

—¿Por?

—Tu reloj sofisticado. El corte de tu camisa. —Le miro los zapatos—. Nunca he visto unos así. ¿De dónde los has sacado?

—De una tienda —replica, y se mira el reloj—. Y el reloj me lo regaló una antigua novia.

Pongo los ojos en blanco.

—Seguro que es vegana y le va el yoga.

Sonríe con suficiencia.

—Sé cuál es tu tipo de chica.

—No me digas —musita, y se acerca más a mí—. Por favor, continúa. Este análisis de personajes es fascinante.

Sonrío mientras la vocecilla de mi subconsciente grita que deje de beber.

—Doy por hecho que vives en Nueva York.

—Correcto.

—En un piso.

—Afirmativo.

—Y diría que trabajas en una empresa pija.

Sonríe; le gusta este juego.

—Puede.

—A lo mejor tienes novia o… —me interrumpo, y miro hacia abajo—. No llevas alianza; quizá le pongas los cuernos a tu mujer cuando viajas por trabajo.

Se ríe por lo bajo.

—Tendrías que dedicarte a esto. Qué precisión. Estoy asombrado.

A mí también me gusta este juego. Sonrío de oreja a oreja.

—¿Qué piensas tú de mí? —pregunto—. ¿Qué ha sido lo primero que has pensado cuando me has visto?

—Veamos… —Piensa en la respuesta—. ¿Quieres la versión políticamente correcta?

—No. Quiero la verdad.

—Vale. Bueno, en ese caso, me fijé en que tenías las piernas largas y un cuello esbelto. Un hoyuelo en la barbilla. Y que eres la mujer más atractiva que he visto en mucho tiempo, y cuando sonreíste, me puse de pie.

Sonrío con dulzura mientras el aire gira entre nosotros.

—Entonces hablaste… y lo arruinaste todo.

¿Qué?

Me echo a reír.

—¿Cómo que lo arruiné todo? ¿Cómo?

—Eres mandona y tienes un punto sarcástico.

—¿Y qué hay de malo en eso? —tartamudeo, indignada.

—Que yo también soy mandón y sarcástico —dice, y se encoge de hombros.

—¿Y?

—Pues que no quiero salir conmigo mismo. Me gustan las chicas dulces y recatadas, las que hacen lo que yo digo.

—Bah. —Pongo los ojos en blanco—. Las que limpian la casa y tienen sexo los sábados.

—Exacto.

Me río y choco mi copa con la suya.

—No estás mal para ser un viejo aburrido con zapatos raros.

Se ríe.

—Y tú no estás mal para ser una jovencita arrogante y sexy.

—¿Quieres ver Magic Mike XXL conmigo? —pregunto.

—Vale, pero que sepas que yo también fui stripper, así que esto no es nuevo para mí.

—¿En serio? —inquiero, e intento que no se me escape una sonrisa—. ¿Te mueves bien en la barra?

Me mira a los ojos.

—Mi trabajo en el poste es el mejor del país.

Saltan chispas entre nosotros. Tengo que concentrarme para que el alcohol no me haga decir alguna guarrada.

Toca la pantalla, le da a Magic Mike XXL y yo… sonrío de oreja a oreja. Este hombre es imprevisible.

No hay nada como volar en primera.

Seis horas después

—Vale, siguiente pregunta. El sitio más raro en el que lo has hecho —susurra.

Sonrío con suficiencia.

—No puedes preguntarme eso.

—Sí puedo. Lo acabo de hacer.

—Es de mala educación.

—¿Quién lo dice? —Mira a su alrededor—. Solo es una pregunta, y nadie nos oye.

Jim y yo nos hemos pasado el vuelo hablando, susurrando y riendo.

—Mmm —digo como si reflexionara en voz alta—. Esta es complicada.

—¿Por qué?

—Porque estoy pasando por un período de sequía. Ya casi ni recuerdo cómo era.

—¿Cuánto hace? —pregunta con el ceño fruncido.

—Pues… —Miro al techo mientras pienso—. Llevaré sin sexo… año y medio.

Me mira horrorizado.

—¿Cómo?

—Es patético, ¿no? —pregunto, y me estremezco.

—Mucho. Tendrás que esforzarte más. Son estadísticas muy malas.

—Lo sé —repongo, y me entra la risa tonta. Madre mía, qué pedo llevo—. ¿Y yo por qué te cuento esto? Solo eres un tío cualquiera al que he conocido en un avión.

—Que resulta que está muy interesado en el tema.

—¿Y eso por qué?

Se acerca para que no nos oigan las azafatas y me susurra:

—Alguien tan sexy como tú merece que se la follen tres veces al día.

Lo miro de hito en hito mientras me recorre un escalofrío hasta la punta de los pies. Un momento. Este tío es demasiado mayor para mí y no es mi tipo.

Me mira a los labios y el aire se carga de electricidad.

—¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Nueva York? —pregunta.

Saca la lengua y se humedece el labio inferior a cámara lenta. Casi puedo sentirlo entre mis…

—Una tarde. Tengo la entrevista hoy a las seis, y luego tomaré el último vuelo —susurro.

—¿Y no puedes cambiarlo?

¿Por qué?

—No.

Sonríe con suficiencia mientras me mira; está claro que se imagina algo.

—¿Qué? —digo, y sonrío.

—Ojalá estuviésemos en un jet privado.

—¿Y eso por qué?

Vuelve a mirarme los labios.

—Porque acabaría con tu sequía y te iniciaría en el Miles High Club.

Me imagino subiéndome encima de él aquí y ahora.

—Es Mile High Club, no Miles —susurro. 

—No, es Miles —me corrige, y sonríe al tiempo que se le ensombrecen los ojos—. Créeme, es Miles.

Algo se desata dentro de mí, y de pronto me apetece decirle algo raro y loco. Me echo hacia delante y le susurro al oído:

—Nunca he follado con un desconocido.

Inhala con fuerza sin apartar sus ojos de los míos.

—¿Quieres follar con un desconocido? —murmura. Los dos estamos cada vez más calientes.

Lo miro fijamente. Esto no es propio de mí.

Este hombre me hace…

—No seas tímida. Si estuviésemos solos… —susurra, y hace una pausa para escoger sus palabras—. ¿Qué me darías, Emily?

Lo miro a los ojos. Tal vez sea el alcohol o la falta de sexo o saber que no lo volveré a ver en la vida… o que en el fondo me excitan estas cosas.

—A mí —susurro—. Me entregaría a mí misma.

Nos miramos a los ojos y, como si hubiese olvidado dónde estamos, se inclina hacia delante y me envuelve la cara con la mano. Qué ojos más azules. Su roce me excita de arriba abajo.

Deseo a este hombre.

Hasta el último centímetro de él.

—¿Una toalla caliente? —pregunta Jessica.

Nos separamos de un salto, avergonzados. ¿Qué pensarán de nosotros? Seguro que nos han visto coquetear descaradamente durante todo el viaje.

—Gracias —tartamudeo mientras acepto la toalla.

—Una ventisca está azotando Nueva York y vamos a sobrevolar la ciudad hasta que podamos aterrizar —nos informa.

—¿Y si no podemos? —pregunta Jim.

—Haremos escala en Boston y pasaremos la noche allí. Los alojaríamos en un hotel, por supuesto. Lo sabremos en los próximos diez minutos. Los mantendré informados.

—Gracias.

Se va a la otra punta del avión y, cuando ya no puede oírnos, Jim se acerca y me susurra:

—Espero que caiga la del quince.

Noto mariposas en el estómago.

—¿Y eso por qué?

—Tengo planes para nosotros —susurra con aire sombrío.

Lo miro mientras espero a que me vuelva a funcionar el cerebro. Me he puesto en plan calientabraguetas, pero yo en realidad no soy así. Es fácil ser valiente y descocada cuando piensas que no va a pasar nada. Estoy sudando. ¿Y quién me mandaría beber tanto? Mira que hablarle de mi sequía… Esas cosas no se dicen, boba.

—¿Otra copa? —susurra Jim.

—No puedo, tengo una entrevista de trabajo esta tarde.

—No creo.

—No digas eso —tartamudeo—. Quiero el trabajo.

—Buenas tardes, pasajeros, les habla el comandante —se oye por megafonía.

Cierro los ojos. Mierda.

—Con motivo de la ventisca que se ha desatado en Nueva York, pasaremos la noche en Boston. Pondremos rumbo a Nueva York mañana temprano. Disculpen las molestias que esto les pueda causar, pero su seguridad es nuestra prioridad.

Lo miro a los ojos y él me obsequia con una sonrisa lenta y sexy y arquea una ceja.

Ay, madre.

Capítulo 2

—No te emociones tanto —dice con una sonrisita.

—Jim… —tartamudeo. A ver cómo se lo digo—. No soy la clase de chica que…

Y ahí lo dejo.

—¿Que folla en la primera cita? —acaba por mí.

—Exacto. —La crudeza de esa afirmación me da escalofríos—. No quiero que pienses…

—Lo sé. Por supuesto, ni se me ocurriría —repone—. No lo pienso.

—Vale —digo, aliviada—. Si he coqueteado contigo ha sido porque pensaba que una vez que aterrizásemos, no nos volveríamos a ver.

—Vale. —Sonríe como si algo le hiciese gracia.

—No es que no me gustes. Porque si fuese esa clase de chica, estaría como loca por ti. Follaríamos como…

Me callo mientras trato de dar con un símil.

—¿Conejos? —propone él.

—Exacto.

Levanta las manos.

—Entiendo; solo ha sido algo platónico.

Sonrío de oreja a oreja.

—Me alegro de que lo entiendas.

Siete horas después

Me estampa contra la pared mientras se esfuerza por subirme la falda y se ceba con mi cuello.

—La puerta —digo jadeando—. Abre la puerta.

Madre mía, nunca he sentido esta química con nadie. Hemos bailado, nos hemos reído y nos hemos besado en Boston, y, por alguna razón, estoy a gusto con él. Es como si hiciera estas cosas todos los días, como si fuese lo más natural del mundo. Lo raro es que parece que estemos haciendo lo correcto. Que la situación sea tan espontánea me envalentona. Este hombre es ingenioso, divertido y está más salido que el pico de una mesa, y, en mi opinión —que quizá esté afectada por el consumo de alcohol—, vale la pena correr el riesgo porque sé que jamás volveré a tener la oportunidad de estar con un hombre como él.

He muerto y he ido al cielo de las chicas malas.

Jim introduce la llave con torpeza y entramos a trompicones en mi habitación. Me tira encima de la cama.

Mi pecho sube y baja mientras nos miramos. El aire se carga de electricidad.

—No soy esa clase de chica —le recuerdo.

—Lo sé —susurra—. No quisiera corromperte.

—Pero hay una sequía… —musito—. Una sequía que ya dura mucho tiempo.

Levanta las cejas y jadeamos al unísono.

—Eso es cierto.

Lo miro un instante mientras intento que la excitación no me nuble la mente. Me palpita la entrepierna, que pide a gritos que me haga suya.

—Sería una pena que…

Y lo dejo ahí.

—Lo sé —dice, y se humedece los labios en señal de gratitud mientras me da un repaso de arriba abajo—. Una pena.

Cuando se quita la camisa, me quedo sin aire. Su pecho, de piel aceitunada, es ancho y musculoso. Un reguero de vello baja desde su ombligo y se interna en sus pantalones. Es moreno y sus ojos son de un azul reluciente, pero es la intensidad que se oculta tras ellos lo que hace que me muera de ganas de que me la meta. Su roce tiene algo que no he sentido nunca.

Es un macho dominante puro y duro. No hay duda de quién manda aquí.

Algo en él ha hecho que muestre una parte de mí que no sabía que existía. Soy consciente de que podría estar con quien quisiera.

Pero en este momento me quiere a mí.

Es innegable que tenemos química; es fuerte, verdadera y arrasa con todo. Apenas me ha tocado y ya sé que esta noche va a ser especial.

Quizá, por una vez, el destino me haya dado una buena baza.

Con sus ojos clavados en los míos, se desabrocha los pantalones a cámara lenta y se saca la polla. Es grande y la tiene dura, y mi pecho sube y baja mientras lo miro. El corazón me va a mil. No puedo creer que esté pasando esto.

Ay. Madre.

Se la acaricia poco a poco, y yo lo miro boquiabierta.

Ningún tío se ha tocado delante de mí.

Joder, me va a dar algo. Menuda envergadura.

Pone un pie en la cama y empieza a recrearse. Flexiona los brazos y los hombros mientras se la sacude con fruición. Mis entrañas se retuercen de placer al imaginar que soy yo quien se lo hace a él.

Esto es como ver porno en la vida real… solo que diez veces mejor.

¿Qué narices hago yo aquí? Soy una niña buena, y las niñas buenas no hacen cosas malas con hombres como este.

No nos juntamos con la misma gente, no vivimos en la misma ciudad, y es posible que no lo vuelva a ver jamás, pero eso me brinda una libertad que no esperaba. Puedo ser otra.

Lo que él quiera que sea.

Con los ojos fijos en los míos, tensa la mandíbula.

—Chúpamela, Emily —murmura en tono amenazante.

Bien, sí. Pensaba que no me lo iba a pedir nunca. Desesperada por complacerlo, me arrodillo al instante.

No sé nada de este tío, pero lo que sí sé es que quiero ser el mejor polvo de su vida. Me la meto en la boca como si fuese la campeona de garganta profunda. La agarro con fuerza y paso la mano por donde he usado los labios.

Ha pasado tanto tiempo que se me contrae la entrepierna y siento que voy a tener un orgasmo solo con saborear su líquido preseminal.

—Joder, qué rico —murmuro con la boca rodeando su miembro—. Me voy a correr de lo bien que sabes.

Echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos.

—Desnuda. Quiero verte desnuda —gruñe por la necesidad.

Me baja de la cama y en menos que canta un gallo, mi falda y mis bragas están en el suelo. Me quita la camisa por encima de la cabeza y se deshace de mi sujetador.

Entonces, se queda quieto y, a cámara lenta y con las manos apretadas a los costados, me mira de arriba abajo. Me come con los ojos. Hace que me arda la piel.

Mi mundo deja de girar. Estoy plantada delante de él, desnuda y vulnerable, a la espera de recibir su aprobación.

Esto es nuevo para mí. Nunca he estado con un hombre tan dominante y autoritario. Sus ojos, su voz, cada toque me recuerdan con quién estoy y cuánto significa su placer para mí.

Quiero estar a la altura del desafío. Me invade la imperiosa necesidad de satisfacerlo.

Cuando vuelve a mirarme a los ojos, los suyos arden de deseo. Una corriente subterránea de oscuridad y ternura fluye entre nosotros. Quizá haya olvidado cómo un hombre mira a una mujer cuando cada ápice de su ser la desea. Porque juro por Dios que no he visto esa mirada en mi vida.

—Túmbate —murmura.

Mi cara se contorsiona en una mueca de terror.

Me estrecha entre sus brazos y me besa con pasión mientras me acuna el rostro con las manos.

—¿Qué pasa? —susurra.

—Hace… Hace mucho… —digo con la voz entrecortada.

—Iré con cuidado —musita con dulzura, lo que espanta mis temores.

Se apodera de mi boca y, despacio, mete la lengua y succiona lo justo.

Por poco me fallan las rodillas.

Me tumba y me separa las piernas. Sonríe con aire enigmático mientras va depositando besos por todo mi cuerpo.

Miro al techo en un intento por calmar mi respiración, que se ha vuelto irregular. Ni todo el alcohol del mundo podría haberme preparado para esto. Me levanta las piernas, se pone mis pies sobre los hombros y me separa más las rodillas.

Estoy totalmente abierta para él, que me toma sin reservas y chupa con fuerza.

Doy un respingo.

—¡Ah! —grito.

Pero en vez de apiadarse de mí, me mete tres dedos y los mueve con frenesí.

Joder, ¿no podemos ir más despacio?

Su lengua está en mi clítoris y sus dedos en mi punto G. ¿Qué narices pasa aquí? Mi cuerpo tiembla como una marioneta… Su marioneta.

Este hombre es un dios.

Se me elevan las piernas solas. Cuando el orgasmo arrasa conmigo como si fuese un tren de mercancías, me convulsiono.

Habrá tardado cinco segundos. Madre mía, qué vergüenza. Que no se te note. Él suelta una risita como si estuviese orgulloso y yo me tapo los ojos con el brazo para que no me vea la cara.

Me aparta el brazo y me sujeta del mentón para acercarme a su rostro.

—No te escondas de mí, Emily. Nunca —ordena.

Lo miro a los ojos. Este tío no se anda con chiquitas. Es demasiado intenso.

—Contéstame.

—¿Qué quieres que te diga? —susurro.

—Di que sí para que sepa que lo entiendes.

El aire cruje entre nosotros.

—Sí —musito—. Lo entiendo.

—Buena chica —susurra, y vuelve a besarme. Su lengua es suave y me acaricia a la perfección. De nuevo, las piernas se me abren solas. Se incorpora y saca cuatro condones de la cartera. Abre uno y me lo da—. Pónmelo.

Lo acepto, le beso con ternura el pene y se lo pongo.

—Qué mandón eres. —Sonrío con suficiencia.

Él sonríe de oreja a oreja. Se tumba, me pone encima de él y acerca mi rostro al suyo.

—Primero me follarás tú —murmura contra mis labios—, y cuando ya hayas entrado en calor, te follaré yo.

Sonrío.

—Yo solo follo una vez y luego me duermo, grandullón.

Me obsequia con una sonrisa lenta y sexy.

Me siento a horcajadas encima de él y nos besamos con más pasión. La polla le toca la barriga. Se la agarra, me sujeta de las caderas y me baja.

Auch, escuece; es grande.

—Ay —gimoteo.

—Tranquila —susurra—. Muévete de lado a lado.

Me acaricia los pechos mientras me mira con asombro.

Le sonrío.

—¿Qué?

—Desde que te he visto subir al avión he querido tenerte así.

Me entra la risa tonta.

—¿Siempre consigues lo que quieres?

—Siempre.

Me coge de las caderas y me baja de golpe. Ahogamos un grito de placer.

Dios… Es…

—Joder, cómo te noto —masculla con los dientes apretados.

Sin dejar de mirarme a los ojos, me sube y me baja poco a poco. Noto hasta la última vena de su miembro.

Mientras me mira con los ojos entornados, me inclino hacia delante y lo beso con dulzura.

—¿Tienes idea de lo bien que encajas dentro de mí? —susurro, y le paso la lengua por la boca, que está abierta.

Pone los ojos en blanco.

—Qué buena estás, joder.

Me agarra de los huesos de la cadera y me baja hasta metérmela entera. La sensación es tan abrumadora que no puedo evitar soltar una carcajada.

—Métemela más. Dámelo todo —le ruego.

Me encanta que pierda el control. Me alucina. Entonces, como si estuviésemos en un universo paralelo, pego la boca a su cuello y succiono con fuerza mientras me muevo.

Sisea y, como si se hubiese desatado del todo, me alza y me tumba en la cama. Se pone mis piernas encima de los hombros y me la mete hasta el fondo con tanto ímpetu que me quedo sin aire.

Sonrío. Conque le gusta que le digan guarradas, ¿eh? Pues resulta que es mi especialidad.

Que empiece el juego.

Le acaricio la cara con las manos.

—Qué polla más gorda tienes. ¿Vas a hacer que chorree para mí? —susurro mientras me contraigo a su alrededor—. Noto cómo late.

Me dedica una sonrisa lenta y sexy mientras me embiste.

—Me voy a quitar el condón y me voy a correr en esa boca tan sucia que tienes.

—Sí, por favor.

Me río mientras me empotra con fuerza, y en un momento de lucidez, gira la cabeza y me besa con ternura el tobillo. Nos miramos mientras algo íntimo fluye entre nosotros. Una cercanía impropia de las circunstancias.

—Como me sigas mirando así —susurro para quitarle hierro al asunto—, te hago otro chupetón.

Abre mucho los ojos.

—Me cagaré en ti como tenga alguna marca. 

Me río a carcajadas cuando veo el moretón que tiene en el cuello. Madre mía, he leído demasiadas novelas románticas de vampiros.

—¿Tu mami te va a echar la bronca? —digo para chincharlo.

Se ríe y me la clava en el punto justo. Gimo. ¡Dios! Este hombre conoce el cuerpo de una mujer.

Cada toque está perfectamente medido y magnificado. Sabe perfectamente cómo llevarme al cielo. Me levanta de la cadera y traza círculos amplios, y mi cuerpo toma la iniciativa porque tengo que correrme. Ya.

—Fóllame —le suplico—. Bendíceme con esa polla tuya. Más fuerte. ¡Más fuerte, no pares!

Cierra los ojos a causa del placer y me embiste a ritmo de pistón. Me aferro a él lo más fuerte que puedo mientras me convulsiono. Él se mantiene en mi interior y grita con la cara enterrada en mi cuello. Noto cómo se le mueve el pene cuando se corre.

Empapados en sudor y pegados el uno al otro, jadeamos. El corazón nos va a mil. Entonces sonríe contra mi mejilla como si hubiese recordado algo.

—¿Qué?

—Bienvenida al Miles High Club, Emily.

Se me escapa una risita y lo beso.

—No hay nada como volar en primera.

* * *

Jim me obsequia con una sonrisa de lo más sensual mientras estoy tumbada en la cama tal y como Dios me trajo al mundo. Él está vestido y tiene la maleta en la puerta.

—Tengo que irme.

Hago un mohín y alargo los brazos.

—No, no me dejes —le digo en broma con voz quejumbrosa.

Se ríe entre dientes y me coge en brazos por última vez. No vamos en el mismo avión a Nueva York; su vuelo sale antes que el mío. Me besa con cariño.

—Vaya noche —susurra.

Sonrío mientras entierra la cara en mi cuello y me da un mordisquito en la clavícula.

—No voy a poder caminar en un mes. Qué digo en un mes, en un año —mascullo en tono seco.

Doy un respingo cuando me muerde en el pezón. Entonces me mira de nuevo a los ojos. Le acuno ese rostro tan bello que tiene.

—Me lo he pasado muy bien esta noche.

Esboza una sonrisita.

—Y yo.

Le toco el chupetón que tiene en el cuello, y sus dedos van hacia él también.

—¿En qué diantres pensabas?

—No sé qué me ha dado. —Me río como una tonta—. Tu polla me ha convertido en una salvaje.

Vuelve a morderme.

—¿Cómo me subo yo ahora a un avión con esta cosa gigante en el cuello? —dice a modo de regañina—. Con la de reuniones importantes que tengo esta semana…

Nos echamos a reír, pero en cuanto me mira le cambia la cara. No estoy de broma, no quiero que se marche. Este hombre es todo lo que no estoy buscando, pero, de alguna forma, cumple con todos los requisitos.

¿Y si no vuelvo a verlo en la vida?

¿Cómo voy a seguir adelante después de esta noche? ¿Cómo voy a borrarla de mi memoria y fingir que nunca ha pasado? Enfadada conmigo misma, cierro los ojos. Por eso no tengo líos de una noche. No estoy hecha para el sexo sin compromiso; no soy así y nunca lo seré.

Pero detesto que él sí.

—Llevo una bufanda en la maleta. ¿La quieres? —pregunto.

—Sí —contesta al segundo.

Salgo de la cama y rebusco en la maleta. Aprovecha que estoy de espaldas y se planta detrás de mí. Me sujeta de las caderas y me provoca con las suyas. Me pongo de pie y me giro para mirarlo.

—Lo digo en serio, quédate esta noche también.

Me acaricia el rostro con un dedo y me levanta la barbilla sin dejar de mirarme a los ojos.

—No puedo —susurra. Es como si sus ojos quisieran decirme algo.

¿Le espera alguien en casa? ¿Por eso no me ha pedido mi número? Me embarga la inquietud. No estoy hecha para esto de los líos de una noche.

Me vuelvo, saco la bufanda y se la doy. Es de color crema, de cachemira y tiene mis iniciales.

E. F.

Las compañeras de tenis de mi madre me la regalaron cuando acabé la universidad. Me encanta…, pero bah, qué más da.

Frunce el ceño al ver las letras bordadas. Se la quito de las manos y se la pongo de manera que le tape el moretón. Sonrío con suficiencia mientras lo miro. Ni siquiera sabía hacer un chupetón. Pues sí que me habré dejado llevar.

—¿Qué significa la F? —pregunta.

—Feladora profesional —digo, y sonrío para disimular mi decepción. No quiero que sepa que me ha sentado mal lo último que ha dicho.

Se ríe entre dientes y, sin una pizca de delicadeza, me toma en brazos y vuelve a llevarme a la cama.

—Qué descripción más apropiada.

Me agarra una pierna, se la lleva a la cintura y nos recreamos con el último beso que nos damos.

—Adiós, mi hermosa conejita —susurra.

Le paso los dedos por el pelo mientras contemplo su rostro.

—Adiós, Ojos Azules.

Se acerca la bufanda a la nariz e inspira.

—Huele a ti.

—Póntela cada vez que te vayas a hacer una paja —murmuro y sonrío con dulzura—. Imagina que soy yo quien hace todo el trabajo.

Le brillan los ojos de la emoción.

—Para alguien que no se ha liado con nadie en dieciocho meses, eres una ninfómana de categoría.

Se me escapa una risita.

—Volveré a mi sequía. Se está bien ahí… y puedo caminar sin ayuda.

Se le descompone el semblante. Me da la sensación de que quiere decirme algo, pero que se está conteniendo.

—Vas a perder el vuelo —le apremio, y finjo una sonrisa.

Volvemos a besarnos y lo abrazo con fuerza. Qué pasada de hombre, Dios.

Se queda ahí plantado, y tras un último repaso a mi cuerpo desnudo, se da la vuelta y se va.

Miro la puerta por la que se acaba de ir y sonrío con tristeza.

—Sí, ten mi número —susurro al aire.

Pero no lo ha querido. Se ha ido. 

Doce meses después

Exhalo y me llevo la mano al corazón mientras me planto en la acera y miro el rascacielos de cristal que tengo delante. Me suena el móvil; la pantalla se ilumina con el nombre de mi madre.

—Hola, mamá —digo, y sonrío.

Pienso en mi preciosa madre. Tiene una melena rubia perfecta, ni una arruga, y siempre va impecablemente vestida. Si cuando tenga su edad estoy la mitad de bien que ella, habré triunfado en la vida. Ya la echo de menos.

—Hola, cielo. Llamaba para desearte suerte.

—Gracias. —Doy golpecitos con la punta de los pies, incapaz de estarme quieta—. Estoy tan nerviosa que he vomitado esta mañana.

—Te van a coger, tranquila.

—Jo, eso espero —exhalo con pesadez—. He tenido que pasar seis entrevistas para conseguir este trabajo, y recorrer medio país.

Pongo cara de asustada.

—¿He hecho lo correcto, mamá?

—Claro. Es el trabajo de tus sueños. Y así te alejas de Robbie. Te vendrá bien poner tierra de por medio.

Pongo los ojos en blanco.

—No metas a Robbie en esto.

—Estás saliendo con un hombre que no tiene trabajo y vive en el garaje de sus padres. No entiendo qué ves en él.

—Es que no le sale nada —suspiro.

—Pues si no le sale nada, ¿por qué no se va contigo a Nueva York?

—No le gusta Nueva York. Es demasiado bulliciosa para él.

—Por Dios, Emily, ¿oyes cómo lo justificas? Si te quisiera, iría allí y te animaría a cumplir tu sueño, dado que él no tiene ninguno.

Exhalo con fatiga. Yo misma he pensado eso mismo, pero no lo reconocería ni harta de vino.

—¿Me has llamado para estresarme por lo de Robbie o para desearme suerte? —pregunto, cortante.

—Para desearte suerte. Suerte, cariño. Demuéstrales de qué pasta estás hecha.

Me muevo nerviosa mientras miro el imponente edificio que se cierne sobre mí.

—Gracias.

—Esta noche te llamo para que me hagas un informe completo.

—Vale —accedo y sonrío—. Entro ya.

—A por ellos, tigresa —me anima, y cuelga.

Miro el edificio y las elegantes letras doradas que hay encima de las enormes puertas dobles de la entrada.

MILES MEDIA

Exhalo y relajo los hombros.

—Vale, tú puedes.

Es la oportunidad de las oportunidades. Miles Media es el mayor imperio de medios de comunicación de Estados Unidos y uno de los más grandes del mundo, con más de dos mil empleados solo en Nueva York. Mi fascinación por el periodismo empezó cuando estaba en octavo y presencié un accidente de tráfico mientras volvía del instituto. Como era la única testigo, tuve que dar parte a la policía, y cuando más tarde se descubrió que el coche era robado, el periódico local vino a entrevistarme. Ese día me sentí como una estrella de rock. En ese momento, se prendió una chispa en mí que nunca se apagó. Me saqué la carrera de Periodismo e hice prácticas en las mejores empresas del país. Pero siempre tuve la mira puesta en Miles Media. Sus historias superan con creces las de los demás; ningún otro medio las publicaría. Me he postulado para todas las vacantes que ha habido en los últimos tres años y nunca me habían contestado hasta hace nada. Y aun así he tenido que pasar por seis entrevistas para que me ofreciesen el puesto, así que por tu madre no la cagues.

Me cuelgo la tarjeta de identificación y miro el móvil.

No hay llamadas perdidas. Robbie ni siquiera me ha escrito para desearme suerte. Hombres…

Me dirijo a recepción. El guardia de seguridad de la entrada comprueba mi identificación y me da un código para que pueda subir a mi planta. El corazón me va a mil cuando me meto en el ascensor con todos los pijos. Pulso el número cuarenta. Me miro en el reflejo de las puertas. Llevo una falda de tubo negra que me llega por la pantorrilla, medias negras transparentes, tacones de charol y una blusa de seda de manga larga color crema. Mi intención era parecer profesional y elegante. No sé si lo habré conseguido; ojalá que sí. Me paso la mano por la coleta conforme el ascensor sube. Miro de reojo a mis acompañantes. Los hombres van con trajes caros y las mujeres parecen megaprofesionales y van pintadas hasta las cejas.

Mierda, tendría que haberme puesto un pintalabios fuerte. Me compraré uno en el descanso para comer. Cuando se abren las puertas en mi planta, salgo como si me fuera a comer el mundo.

Fingir seguridad en mí misma es mi superpoder, y hoy no pienso parar hasta que lo borde.

Eso o moriré en el intento.

—Hola —digo, y sonrío a la mujer de aspecto amable que aguarda en recepción—. Me llamo Emily Foster. Empiezo hoy.

Ella sonríe de oreja a oreja.

—Hola, Emily, me llamo Frances. Soy jefa de planta —me estrecha la mano—. Encantada de conocerte.

Parece maja. 

—Te acompañaré a tu mesa.

Echa a andar. Me fijo en lo grande que es la oficina. Las mesas se dividen en grupos de cuatro o seis y están separadas por tabiques.

—Como sabes, cada planta pertenece a una sección de la empresa —explica mientras camina—. De la uno a la veinte están internacional y revistas. De la treinta a la cuarenta, actualidad, y más arriba están los de la tele.

Asiento, nerviosa.

—En las dos últimas plantas solo están los jefes, por lo que no podrás acceder allí con tu tarjeta. Tenemos la costumbre de hacer una visita guiada por el edificio a los nuevos empleados, y Lindsey, de recursos humanos, vendrá y te acompañará a las dos en punto de esta tarde.

—Vale, genial. —Sonrío cuando siento que la seguridad en mí misma se queda en la moqueta.

Madre mía, qué profesional es esto.

—La mayoría empiezan en la planta cuatro y van subiendo, así que felicidades por empezar en la cuarenta. Es asombroso —me dice con una gran sonrisa.

—Gracias —digo, nerviosa.

Me conduce a un grupo de cuatro escritorios que hay junto a la ventana y saca una silla.

—Tu mesa.

—Vaya.

Me quedo blanca. Quien mucho abarca poco aprieta. Nada más sentarme, noto cómo el pánico empieza a apoderarse de mí.

—Hola, me llamo Aaron —dice un hombre mientras toma asiento a mi lado. Me estrecha la mano con una gran sonrisa—. Tú debes de ser Emily.

—Hola, Aaron —musito.

Me siento una inepta total.

—Te dejo con Aaron. Estarás bien —me indica Frances, y sonríe.

—Gracias.

—Que tengas un buen día —se despide, y vuelve a su mesa.

Miro el ordenador mientras el corazón me late desbocado.

—¿Estás emocionada? —pregunta Aaron.

—Estoy muerta de miedo —susurro mientras me vuelvo hacia él—. Nunca he estado en un puesto así. Normalmente, encuentro las historias con mis colegas.

Me sonríe con cariño.

—No te preocupes, todos estamos igual el primer día. No te habrían dado el puesto si no confiasen en ti.

Esbozo una sonrisa torcida.

—No quiero decepcionar a nadie.

Me cubre la mano con la suya.

—Eso no va a pasar. Este equipo es muy bueno y nos ayudamos mucho los unos a los otros.

Miro su mano.

—Uy. —Se da cuenta de que estoy incómoda y la aparta—. Soy gay y me encanta tocar a la gente. Si ves que invado tu espacio, me lo dices, que yo no me corto un pelo.

Sonrío. Agradezco su sinceridad.

—Vale —digo, y veo que la gente llega—. ¿Cuánto llevas aquí?

—Cuatro años. Me encanta —exclama moviendo los hombros para darle énfasis—. Es el mejor trabajo que he tenido en mi vida. Me mudé de San Francisco por él.

—Yo de California —digo, y sonrío orgullosa.

—¿Has venido sola? —pregunta.

—Sí —respondo y me encojo de hombros—. He alquilado un pisito de un solo dormitorio. Llegué el viernes.

—¿Y qué has hecho este finde? —pregunta.

—Flipar por lo de hoy.

Se ríe.

—No te preocupes. Todos hemos pasado por lo mismo.

Miro a las dos sillas vacías.

—¿Con quién más trabajamos?

—Con Molly. —Señala la silla que tengo delante—. Ella ficha a las nueve y media. Es madre soltera y tiene que llevar a los niños al cole.

Sonrío. Me parece bien.

—Y con Ava, que seguro que salió anoche y por eso llega tarde.

Sonrío y pongo los ojos en blanco.

—Se pasa el día de fiesta y nunca está en su mesa; siempre se las ingenia para estar en otro sitio.

—Hola —saluda una chica. Llega corriendo por el pasillo y se sienta en su silla. Para cuando me extiende la mano, está jadeando—. Me llamo Ava.

Le estrecho la mano y sonrío.

—Yo soy Emily.

Ava es más joven que yo. Es muy guapa, lleva el pelo corto en tono miel y su maquillaje es espectacular. Es muy moderna, muy neoyorquina.

—Enciende el ordenador y te enseñaré qué programas usamos —me dice Aaron.

—Vale —acepto, y me concentro en mi tarea.

—Bua, Aaron —exclama Ava—. Anoche conocí al tío más sexy del mundo.

—Y vuelta la burra al trigo —suspira Aaron—. Conoces al tío más sexy del mundo todas las noches.

Caigo en la cuenta de que estoy sonriendo al escucharlos.

—No, esta vez es en serio, lo juro.

Miro a Aaron, que sonríe con suficiencia y pone los ojos en blanco como si ya hubiese oído eso antes.

Ava se pone a trabajar y Aaron me explica cómo van los programas mientras yo tomo notas.

—A las diez nos llegan las historias.

Escucho con atención.

—Nosotros, como periodistas, tenemos que leerlas, decidir si se les puede sacar chicha o no y si vamos a documentarnos al respecto.

Frunzo el ceño.

—¿Y cómo tomáis esa decisión?

—Apostamos por lo que nos interesa —interviene Ava—. A ver, es obvio que las noticias de última hora son importantes, pero no nos pagan por eso.

Lee un correo.

—Por ejemplo, tres cafeterías a dos manzanas de distancia han cerrado esta semana. —Pone los ojos en blanco—. En serio, ¿a quién le importa? Esto no es noticia.

Se me escapa una risita.

—Tengo una —dice Aaron, que procede a leerla—: «Un conductor que viajaba a doscientos cincuenta kilómetros por hora se ha saltado un control policial. La persecución acabó cuando…

Ava asiente.

—¿Ves? Esto sí.

—Esta me la guardo.

Escribe algo y guarda el archivo en una carpeta.

—Entonces, ¿esto cómo va? —pregunto.

—A ver, nosotros recopilamos historias, hablamos de lo que ha encontrado cada uno y hacemos una lista. Investigas tus historias, y para las cuatro o así ya tienes que haber preparado unas cuantas para que salgan en las noticias del día siguiente. Se las enviamos a Hayden, que a su vez se las envía a redacción. Obviamente, si nos llega una buena, esa tendrá prioridad sobre el resto y saldrá en las noticias al momento.

Frunzo el ceño a medida que voy escuchando.

—Entonces, ¿cada uno recibe sus historias con su encabezado?

—Sí. Otros compañeros de esta planta nos las envían al correo.

Echo un vistazo a los demás empleados.

—Estamos al tanto de lo que vende y de lo que de verdad es noticia —añade Ava—. Es el trabajo más chulo del mundo.

Sonrío. Quizá sí pueda hacerlo. 

—Abre tu bandeja de entrada —me indica Aaron, que abre algo en mi ordenador que no deja de pitar mientras yo observo.

—¿Todo eso son posibles historias? —pregunto con el ceño fruncido.

—Sí —dice, y me guiña el ojo con aire juguetón—. Espabila, que no paran.

Sonrío emocionada.

—Pero asegúrate de que todos los datos estén bien. Nada cabrea más a los de arriba que encontrar algo mal. Te meterás en un buen lío.

—Entendido.

* * *

Justo cuando vuelvo de almorzar, me suena el teléfono.

—Hola, Emily, soy Lindsey, de recursos humanos. Te recojo en cinco minutos —dice una voz muy amable.

Me estremezco. ¡Ostras, es verdad, la visita guiada!

—Vale, gracias.

Cuelgo.

—Tengo que hacer la visita guiada —les susurro a mis compañeros.

—No pasa nada —dice Aaron sin dejar de leer el correo.

—Tengo muchos encabezados —tartamudeo—. No puedo seguiros el ritmo.

—No te preocupes, no pasa nada —me dice a modo de consuelo.

—¿Y si se me escapa un bombazo?

—No te va a pasar eso, tranquila. Echaré un vistazo a tus correos mientras no estés.

—¿En serio?

—Pues claro. No se espera que lo sepas todo el primer día.

—Tienes que ir arriba —indica Ava, que hace una mueca.

—¿Qué hay arriba? —pregunto.

—Los despachos de los altos cargos.

—¿Y son majos?