La escritura enjuiciada - Heriberto Frías - E-Book

La escritura enjuiciada E-Book

Heriberto Frías

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Beschreibung

La antología recoge algunos de los textos más representativos de Heriberto Frías, en los que plasmó, siempre conservando su particular estilo de denuncia, los más atroces episodios de nuestra historia.

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BIBLIOTECA AMERICANA

Proyectada por Pedro Henríquez Ureñay publicada en memoria suya

Serie VIAJES AL SIGLO XIX

Asesoría JOSÉ EMILIO PACHECO VICENTE QUIRARTE

Coordinación académica EDITH NEGRÍN

LA ESCRITURA ENJUICIADA

HERIBERTO FRÍAS

LA ESCRITURA ENJUICIADA

Una antología general

Selección, edición, cronología y estudio preliminar Georgina García Gutiérrez Vélez

Ensayos críticos Margo Glantz Álvaro Ruiz Abreu Antonio Saborit

 

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA FUNDACIÓN PARA LAS LETRAS MEXICANAS UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Primera edición FCE/FLM/UNAM, 2008 Primera edición electrónica, 2016

Enlace editorial: Eduardo Langagne Diseño de portada: Luis Rodríguez / Mayanín Ángeles

D. R. © 2008, Fundación para las Letras Mexicanas, A. C. Liverpool, 16; 06606 Ciudad de México

D. R. © 2008, Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria; 04510 Ciudad de México Coordinación de Humanidades Instituto de Investigaciones Filológicas Coordinación de Difusión Cultural Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

D. R. © 2008, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4421-3 (ePub-FCE)ISBN 978-607-02-8404-5 (ePub-UNAM)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

Estudio preliminarEn busca de un autor perdido. Una vida de novela: la novela de una vida / Georgina García Gutiérrez VélezAdvertencia editorialAgradecimientosPoeta malditoMelancólicaLos dos delirios: AjenjoOpio y caféSaraMilitar románticoHéroes anónimosElegía épica: 8 de septiembre de 1847Los perros de TomochicAmante del folclorLa fundación de TenochtitlanLa maldiciónLa desgracia de TizocEl ermitaño erranteCronista del puebloEl poetastro de los PericosRasgabarrigasAnan’kEl desfile de los pavos realesEl otro FríasFrente a Tomochic. Muerte de un héroeTintasHistoriador Del EjércitoLa toma de GranaditasAsalto de ChapultepecPeriodista de combateEl triunvirato fatídico. Limantour, Sierra y Spíndola¡Siempre los mismos! En el TorneoVíctimas de la pompa oficial centenaresca. El pueblo y el ejércitoAl recibir la bandera de El ConstitucionalNovelista del siglo XIXBiógrafo del PorfiriatoEl último duelo [fragmentos]Miserias de México [fragmentos]Novelista de la Revolución¿Águila o sol? Novela histórica mexicanaCapítulo I. La leperita canora del barrio de la India TristeCapítulo II. Nieta del Pájaro Verde: “¡Arde, plebe roja!”Capítulo III. Un cura republicano, discípulo de RiveraCapítulo IV. La niña conquistadora de herejes conquistadoresCapítulo V. La dulce madre de una nueva razaCapítulo VI. Bautismo de sangre y ensueños de pazCapítulo VII. Solitita iba y venía como las olas del marCapítulo VIII. La primera gata que arañó a don JuanCapítulo IX. Cien virgencitas y ni un galánCapítulo X. Las solteronas agrias o tristesCapítulo XI. Quién fue el bendito don Anselmo el GalloCapítulo XII. El testamento maldito de un hacendado modeloCapítulo XIII. De cómo el hijo de un mentado charro fue un prodigioso nene intelectualCapítulo XIV. De Acuña y Hugo al Duque Juan y NietzscheCapítulo XV. El Güero don Felipe de la Serna, rey y patriarca de los reporterosCapítulo XVI. El gran banquete del Águila Intelectual MexicanaCapítulo XVII. Así hablaban los histriones y profetas del DiluvioCapítulo XVIII. La mariguana revolucionaria de un verdugo feudal ejecutadoCapítulo XIX. Algo de tragicomedia de un héroe de calabozoCapítulo XX. La sombra de Caín sobre el EdénCapítulo XXI. La barbacoa precusora del diluvio mexicanoCapítulo XXII. Los polvos de aquellos lodos de Caín, de Judas y BarrabásCapítulo XXIII. Las leyendas del águila y el solCapítulo XXIV. Clarín de revolución y bandera tricolorCapítulo XXV. El ruin peón negro del periodismoCapítulo XXVI. Un mustio epílogo que es fin de prólogoEnsayos críticosDe pie sobre la literatura mexicana / Margo GlantzFrías, del realismo a la melancolía / Álvaro Ruiz Abreu¿Águila o sol? El último capítulo / Antonio SaboritCronologíaÍndice de nombres

ESTUDIO PRELIMINAR

EN BUSCA DE UN AUTOR PERDIDOUna vida de novela: la novela de una vida

GEORGINA GARCÍA GUTIÉRREZ VÉLEZ

Heriberto Frías merece y espera reivindicaciones.

MAX AUB, Guía de narradores de la Revolución mexicana

Eran las dos de la tarde. En el extremo de una de las calles que desembocan en tan desolado recinto, Miguel Mercado, joven subteniente del Noveno Batallón, vistiendo ligero uniforme de dril, blancos de polvo los zapatos y flotándole sobre la espalda el paño de sol, contemplaba, perplejo, los portales que se extendían a la izquierda.

HERIBERTO FRÍAS, Tomochic

DE PERIQUILLO SARNIENTO A MILITAR ROMÁNTICO

El pícaro mexicano o la escuela de la vida

La vida de Heriberto Frías está hecha de circunstancias límite, de infortunios y aventuras desde la niñez. Experimentó, sin treguas, la orfandad, la miseria, la cárcel, el hospital, el Colegio Militar, el ejército, la guerra, la dictadura y la Revolución. Ciego y muy enfermo, muere de enterocolitis a los 55 años de edad, en Tizapán, Distrito Federal, el 12 de noviembre de 1925. Había vivido una etapa llena de proyectos, de planes para el futuro, de fraguar la escritura de varias novelas sobre la Revolución mexicana. Tan sólo dos años antes había publicado la primera, ¿Águila o sol? (1923), pero la trilogía quedó incompleta. ¿Águila o sol? fue su última novela. Muere cuando por fin las circunstancias eran favorables para que escribiera con calma al lado de Áurea, su bella y joven esposa. Un final desventurado, ad hoc con todo lo vivido: por enésima vez y para concluir, la vida lo dejó al filo de la seguridad, de la realización plena. Heriberto Frías fue un hombre auténtico hasta en sus contradicciones. Él y su vida agitada resultan fascinantes convertidos en literatura como es posible apreciarlo en su narrativa, en gran parte autobiográfica. Los avatares de la historia personal de Frías hablan del destino que la historia de México ofrece a quienes están en un sitio no privilegiado, lejos del centro de los juegos de poder.

Heriberto Frías nació en la ciudad de Querétaro el 15 de marzo de 1870, a las diez de la mañana. Fue registrado ante el juez Cenobio Díaz, con el nombre de Longinos Eriberto Frías Alcocer, hijo de Antonio Frías y de Dolores Alcocer. En el acta fechada el 16 de marzo, consta que el niño nacido la víspera “llevará por nombre Longinos Eriberto”.1 Al parecer, se dio al recién nacido los nombres del santoral correspondiente a los días de su nacimiento y registro, pues Longinos se celebra el 15 de marzo y Heriberto, el 16. Sólo se quedó con este último; años más tarde, en papeles oficiales aparece simplemente como Heriberto.

El padre de Longinos Eriberto fue militar durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada y quizás el pasado lerdista pesó en contra suya durante el Porfiriato. Sin el apoyo de relaciones o contactos que facilitaran las cosas, le fue imposible salir adelante en la ciudad de México, cuando busca tratamiento médico. Enfermo de gravedad, se encuentra en la capital con una familia que mantener y sin recursos económicos. Pocas puertas se abrirían al antiguo comandante del ejército de Lerdo de Tejada, quien pertenecía al bando perdedor.2 Era el año de 1884 y Porfirio Díaz acababa de reelegirse otra vez.

Heriberto es inscrito en la Escuela Nacional Preparatoria, pero meses después el curso de los acontecimientos lo obliga a renunciar a sus estudios. La muerte de Antonio Frías deja en el desamparo total al adolescente de 14 años, quien hereda la ruta hacia la milicia, la salud débil y el sino de no encajar en el porfirismo. Heredó además la incapacidad para medrar y posicionarse socialmente. En 1884 empiezan las cuitas del joven Frías.

La orfandad que vivirá es casi completa, pues la madre viuda regresa a Querétaro. Sin los padres y sin sus hermanas, Josefina y María, Heriberto queda en la soledad, en el desarraigo y la pobreza, en un mundo por descubrir. Asistirá cada vez menos a clases. Estudiará en la noche, trabajará duramente en el día en varios empleos ingratos. Así, en poco tiempo, Heriberto Frías pasó de una infancia tranquila en la recoleta Querétaro, a ganarse el sustento en las calles de la ciudad de México. De vivir entre los suyos, en el resguardo de una familia provinciana de la clase media, en el protegido entorno queretano,3 a la vida callejera en la capital del país.4 Migrante de la provincia a la ciudad, desclasado, infante desprotegido, niño trabajador, vagabundo, su caso es arquetípico. Muy pronto, empezó a ganarse la vida como repartidor de periódicos de la Librería de Budin. Frías llevaba La Moda Elegante y La ilustración Española en una bolsa de cuero cuyo peso debió hendir sus hombros de papelerito frágil. En nada ayudarían al provinciano a soportar la dureza de la calle la constitución débil, la timidez personal, su natural soñador e introvertido de lector precoz y sensible. Debió haber sido terrible no poder dedicarse por completo a leer y al estudio, pese a que tenía al alcance de la mano las publicaciones que entregaba: libros, revistas, periódicos, la biblioteca de la Escuela Nacional Preparatoria. Verdadero suplicio de Tántalo. Aun así, leía en exceso bajo la parpadeante luz de las velas o del gas, lo cual empeoró los problemas de sus ojos miopes. En la crónica “El poetastro de los Pericos”, menciona cómo en esa época se le agravó la vista por la luz artificial, la anemia y la conjuntivitis. La sensibilidad excesiva, la salud y el físico del nuevo habitante de la ciudad de México eran poco apropiados para labores pesadas o para vagar. Frías pasaba gran parte del día recorriendo las calles con el bolsón repleto de impresos.

Quizá la experiencia callejera y el abandono propiciaron que tempranamente se le manifestara el alcoholismo, enfermedad que representó un impedimento serio, entre tantos más, en la profesión y en lo personal. En los vagabundeos descubre el pulque y empieza a beberlo sin medida. Tiene catorce años.5 La calle moldea a Heriberto Frías en una especie de Periquillo Sarniento tímido, destinado a ser uno de los Pericos de Belem (a los muchachos prisioneros se les conocía como los Pericos porque así nombraban las habitaciones en donde los recluían). Por sustraer cinco pesos cuando era cobrador, lo encierran ocho meses en la cárcel de Belem.6 Allí aprende a sobrevivir gracias a la poesía y las letras, se familiariza con las costumbres del lugar, apuesta, fuma mariguana. La calle y la prisión dieron a Heriberto Frías el conocimiento directo, empírico, de los miserables y de los condenados, ya que él mismo fue uno de ellos. Material vivido: las innumerables visitas a las cárceles le descubrieron vetas de la realidad para escribir. La de su adolescencia no fue la única vez que estuvo en Belem. Casi diez años más tarde, cuando regresa por razones políticas, allí escribe las crónicas que registran las condiciones inhumanas del sistema carcelario del Porfiriato. Así, en 1895, sacó en El Demócrata cinco crónicas reunidas con el título “Desde Belem”, y otras diez con el de “Realidades de la cárcel”. A esta última serie pertenece “El poetastro de los Pericos”, crónica autobiográfica en la que Frías rememora su estancia adolescente en la prisión. Se representa a sí mismo como Humberto Safri, anagrama de Heriberto Frías: un aspirante a poeta que se aferra a la literatura para vencer los horrores de la cárcel. Los demás presos aceptan al extravagante joven por su singularidad, pues aparece ante ellos como alguien distinto, debido a que escribe poesía o la recita. El poeta, el “poetastro” prisionero que emplea la escritura como defensa. Antes de Humberto Safri, Frías se había desdoblado en otro personaje, Miguel Mercado,7 el primer sosias literario, el más importante, el que reaparecerá en las novelas autobiográficas. La mención, voz e historia personal de Mercado serán signos de identidad y de autoría, por lo cual en el conjunto de la producción del escritor queretano Miguel Mercado es Heriberto Frías.

“El poetastro de los Pericos” es un texto de compleja significación en el contexto autobiográfico y literario del queretano, en su construirse como escritor y persona. Poetastro es el mote, risueño e irónico, que Frías se da a sí mismo de acuerdo a los usos de los presos de sustituir con apodos el nombre del que ingresa. Se apoda Poetastro como cualquier recluso a otro, en su regreso a Belem, cuando se asume como cronista de la cárcel y denuncia desde dentro el Porfiriato. Humberto Safri, otro alias en la representación autobiográfica de Frías, es captado en esta crónica cuando se convierte en escribiente, en escriba carcelario o en poeta por encargo (escribe cartas o versos para los otros reclusos). En la cárcel se define la vocación de Frías: escritor, con los excluidos. Las dos visitas a Belem corresponden a más fases en la definición del autor testigo y del autor participante. El texto conjuga también al joven romántico, típico porque anhela convertirse en poeta, visto por el escritor que ya publica e informa de las injusticias que observa y le ha tocado vivir.

La primera vez ingresó en Belem víctima de sí mismo y de un sistema inhumano; la segunda, para sacar de ella a su amigo José Ferrel, director de El Demócrata, acusado de difamación. En la nota “Prisión del director de El Demócrata, don José Ferrel”, aparecida el jueves 28 de marzo de 1895, se dice que debido a la enfermedad de Ferrel, éste no pudo ser responsable del artículo en contra de Antonio Salinas y Carbó, pues “ha estado imposibilitado para atender a sus labores diarias y encargó interinamente al Sr. Heriberto Frías de la dirección de El Demócrata, dejado bajo su exclusiva responsabilidad cuanto se publicara en este diario” (p. 1). Frías se hace presente en la prisión de Belem para responder por los cargos y paga la pena, en vez de Ferrel. La estrategia de periodismo de combate le permite a Frías ayudar a un amigo y escribir las crónicas que denuncian ese sistema penitenciario, desde sus mismas entrañas. Con las crónicas, se refuerza además el ataque al doctor Salinas y Carbó, regidor y presidente de la Junta de Vigilancia de Cárceles.

Heriberto Frías no pudo dedicar a la poesía la entrega total que ésta exige, aunque sí publicó algunos poemas al principio de su carrera.

En la crónica autobiográfica mencionada, la apariencia y las dificultades visuales marcan al muchacho estrafalario, Humberto Safri, ante los reclusos, quienes lo apodan Roto tuerto y Rotito Ciego. La vida y la literatura bautizaron a Heriberto Frías. Longinos Eriberto fue el nombre legal que prefigura los futuros cambios, más radicales en él que en otros escritores del XIX que también emplearon seudónimos. Una costumbre que proliferó en el medio literario en parte explicable por la Ley Mordaza que obligaba a la crítica a callar. Algunas de las denominaciones localizadas hasta la fecha, que disfrazan el nombre e identidad de Heriberto Frías, son Miguel Mercado, Roto tuerto, Humberto Safri, Poetastro de los Pericos, además de sus anónimos. Se trata de un surtido de motes, apodos, seudónimos ficticios o seudónimos reales, dobles literarios en la autobiografía, sosias, anagramas, sobrenombres, iniciales, alias, anonimato, y hasta la personalidad de otro, Joaquín Clausell, colman la bolsa de máscaras que encubren el nombre de Heriberto Frías. Ramón Gómez de la Serna, en su conocido ensayo “Sentido y curiosidad del seudónimo”, dice que “hay quien no tiene bastante decisión para adoptar un seudónimo, pues en el primer momento tiene el acto algo de suicidio”, y Frías recorrió toda la gama de negaciones y ocultamientos de sí como escritor. Son juegos de identidad literarios, pero también prestidigitaciones del destino propiciadas por él mismo y su circunstancia. En todo caso, juegos riesgosos para el reconocimiento que merece Frías porque disimulan el esfuerzo que significó escribir a contracorriente. La débâcle de Heriberto Frías: una escritura sometida a juicio, un autor encubierto por la injusticia.

Por medio de “El poetastro de los Pericos” Heriberto Frías ajustó cuentas con su primer encarcelamiento, pues escribir esta crónica le permitió reflexionar sobre las causas de su encierro: era cobrador en una casa comercial y sustrajo dinero (incitado por alguien, según cuenta en ella). El poetastro aún no es el subteniente que atraerá hacia su persona el escándalo y la persecución, cuando a los 22 años empiece a publicarse su primer escrito de importancia (aunque lo dé a la luz sin su nombre). Es revelador que reserve para identificar su personalidad de escritor y periodista combativo a Miguel Mercado, el romántico militar de Tomochic; Humberto Safri quedó como la designación para el yo del pasado juvenil, que el hombre de 25 años que era Frías cuando escribió “El poetastro de los Pericos” recuerda lastimosamente y sin poder evitar la autocompasión. El escrito justifica los motivos y el comportamiento del adolescente, con precocidad débil ante una mujer, que si bien se había propuesto regresar los cinco pesos tomados, se embrolla sin embargo con sus propias mentiras y confusiones. En “El poetastro de los Pericos” el periodista joven se esfuerza por entender al que fue diez años antes. Su comprensión revela tanto al padre de sí mismo en que se convirtió al quedar huérfano en el peor de los destiempos, como al hijo que entiende el ostracismo y la muerte del padre relegado. Sobre el robo y su suerte, orientada en la orfandad, en la calle, en la prisión, dice:

El niño de quince años, blanco, vivaz, tímido, descalzo y ensarapado, estaba en la cárcel por esto: A los doce años ya estudiaba física en la Escuela Preparatoria, cuando su padre, viejo soldado republicano y lerdista de broncíneas inquebrantables convicciones, muere solitario como un romano de los últimos heroicos tiempos, al principiar la decadencia y el desquiciamiento postrero […].

Un día, el cobrador, atónito ante el hervor deslumbrante del dinero que manejaba, fue tentado por una mujer, y con ella cometió el inmenso delito de gastar cinco pesos, cinco pesos que se propuso pagar un sábado; mas para pagar ese déficit tuvo que mentir, diciendo que cierto recibo no se había pagado. De allí provino contra el cobrador de 15 años, inepto para la contabilidad, nervioso y enfermizo como siempre lo había de estar, una prisión de ocho meses en los cuartos húmedos y pútridos de los antiguos Pericos …8

Gómez de la Serna, en su revisión del seudónimo, nos dice que éste “…desprende al escritor de lo más pesado de sí mismo; lo coloca en frente de sí como una invención más de su imaginación; pero la invención de la que se poseen los secretos y a la que es más fácil insuflar la vida verdadera”. Frías es radical en el uso del Otro nombre, ser literario o real, para reinventarse, dentro y fuera de la literatura. Entre el Heriberto Frías que ya había experimentado el juicio militar y la prisión, por su obra sobre Tomochic, y el de su recuerdo, hay diez años de por medio. En Belem el cronista prisionero tuvo que cotejar esa época crucial con todo lo que siguió después. Es así que un escritor de 25 años9 llega a una visión muy lúcida del destino que le tocó y resume su vida en unas líneas sobre Humberto Safri: “…un ser predestinado a ostracismos que le provocaron melancolías y anonadamientos”.

Al hacer uso de las anécdotas que vivió para reescribirlas, Frías se ubica en los escenarios en donde acontecieron los hechos y no puede evitar caracterizarse como personaje romántico. Para verse, encuentra procedimientos que serán propios de su poética, la cual muestra cómo se vale de su saber literario y lecturas, para observarse, para concebirse y para recrearse como persona en la literatura. Es decir, si sus escritos autobiográficos toman la vida como material, ésta es recontada por medio de los recursos que los libros frecuentados con avidez fueron proporcionando al poeta cronista. La caracterización de sí mismo cambia según las etapas de su vida real, de acuerdo al momento histórico o de la historia literaria, de las influencias de sus lecturas y de su propia maduración como ser humano. Miguel Mercado no es más el joven idealista de Tomochic (1893) en las novelas abiertamente autobiográficas: El triunfo de Sancho Panza (1911), Miserias de México (1916), ¿Águila o sol? (1923). El Miguel Mercado de esta última reflexiona sobre su vida pasada, como Frías en “El poetastro de los Pericos”, pero también sobre la historia mexicana y sobre el México prerrevolucionario. La novela plantea desde el título la interrogante sobre el futuro de México después de la Revolución. Un tiempo que no le tocó vivir a Heriberto Frías, pero que visualizó con pesimismo: gane el águila o el sol en el volado en que México apueste su suerte, todo seguirá siendo igual para el pueblo, un jugador que no cuenta en la rebatiña del poder.

El romanticismo y el naturalismo atraviesan los textos de Frías, por medio de una intertextualidad no siempre oculta. El propio Frías, los personajes, ambientación, geografía, lugares, son transformados literariamente al ser vistos desde la sensibilidad de un autor que fantasea para llegar a la verdad histórica y que construye sus narraciones con los elementos aprendidos en sus lecturas. Si Frías es creativo formalmente en sus escritos autobiográficos, en el contenido es veraz porque se apega a la historia.

Así, no sólo el escritor se caracteriza románticamente como Humberto Safri en “El poetastro de los Pericos”, sino que la prisión de Belem es plasmada de acuerdo a cánones artísticos, para consignar de un modo literario todo el horror que allí se vivía. Los ingredientes verídicos, no transformados literariamente, o mejor dicho, ficcionalizados, son los hechos de la historia personal vuelta crónica o novela. Por ejemplo, en ese retrato del artista adolescente de los olvidados que es “El poetastro de los Pericos”, Heriberto Frías capta el momento decisivo en los procesos de definir su vocación y de mirar el mundo. Recuerda que la experiencia carcelaria provocó en el adolescente romántico la toma de conciencia como hombre y como artista:

Sombrío, porque aquel niño lanzado tan temprano a la cárcel era un soñador romántico que se sabía de memoria todos los versos de Espronceda, las peripecias de Juan Valjean y las melancolías italianas de las descripciones de Lamartine en su Graziella […] en aquel exótico país del infortunio, fue conociendo a fuerza de picotazos y mordeduras, los espantosos realismos sociales; fue comprendiendo el tímido poeta de las idealidades floridas que recitaban los versos de Bécquer y periodos sentimentales de la María de Jorge Isaacs, que algo más trascendental y más horrible y no por eso menos digno del arte, pasaba en la humanidad. Así lo comprendió a fuerza de amargura: había sufrido mucho.

La melancolía, la tristeza de los personajes autobiográficos, románticos, de Heriberto Frías, que si bien experimentan el spleen del siglo XIX, por lo intenso de su malestar, dejan entrever la posibilidad de que el escritor sufriera en ocasiones de algo más serio, quizá depresión psicológica. Si así fuera, el pesimismo y el abatimiento de Frías son comprensibles, al igual que el abandono físico en que muy pronto cayó. Casi siempre vivió inadaptado, fuera de lugar; por así decirlo, marginal. Después de la visita a los cuartos llamados los Pericos de Belem, de todos los trabajos para mal vivir, fue pagador de un teatro, entre otros más; entra en el Colegio Militar, en 1887. Allí fue estudiante desaplicado, rebelde, castigado con frecuencia. Las tribulaciones del estudiante Frías se extendieron a su relación con los condiscípulos. El joven de la calle, el Roto tuerto, aprendiz de poeta, no pudo establecer vínculos con los distinguidos cadetes, quienes al parecer lo hostigaron aún más que los presos en Belem. Una etapa infausta. Deja el Colegio Militar e ingresa en el ejército como su padre.

El romanticismo de un subteniente

La historia personal de Frías parece la trama de un destino regido por una Némesis injusta que obligó a las Parcas a tejer azares, equívocos y sucesos funestos. Podría decirse que la “educación sentimental” de Frías, que tanto tuvo en común con Joaquín Fernández de Lizardi como escritor y periodista combativo del lado del pueblo, lo lleva desde la experiencia del Periquillo Sarniento, cuyo aprendizaje culmina en los Pericos de Belem, hasta las hazañas, rebeldías, batallas, de un Julien Sorel de El rojo y el negro, o de un Fabrice de La cartuja de Parma. Su sensibilidad decimonónica, que se forjó en la lectura de autores románticos, tiene algunos tintes stendhalianos. Por ello, una de sus divisas podría haber sido la conocida frase de Stendhal: “Se es lo que se puede, pero se siente lo que se es” (on est ce qu’on peut, mais on sent ce qu’on est).

Tal vez por ser lector ferviente de grandes obras del romanticismo, Frías se sintió como héroe romántico en su juventud, por más que siempre se haya desenvuelto en la crudeza de una realidad con demasiadas cortapisas. Sensible e idealista, pronto fue copado por circunstancias adversas y por la falta de oportunidades que lo obligaron a vivir la amargura del fracaso o la ignominia de contradecirse. Desde muy joven, fue bohemio en exceso, también, y escritor maldito, hundido hasta tocar fondo en los vicios del fin du siècle. Ya en el siglo XX, el ser político que fue Frías, devino maderista y revolucionario.

No sorprende que Frías convirtiera esa vida excepcional en sustancia de gran parte de sus escritos, los cuales por cierto cruzan originalmente las fronteras entre varios géneros literarios. Y es que aprovecha lo vivido de manera que, en muchas narraciones suyas, el lector puede llegar a inferir que quien las escribió se refiere a experiencias personales, deja leer su vida entre líneas, ésta se “trasluce” o de plano aparece recontada. El uso de la vida y de la propia persona como referentes se vuelve una convención literaria que le permite a un escritor con ciertas características singulares como las de él, establecer un pacto de lectura basado en la confianza. Desde Tomochic, su primera obra importante, Heriberto Frías funda la mirada y la voz confiables del que vive y atestigua su tiempo. Un testigo veraz a pesar de las contradicciones en que incurra. La credibilidad no la pierde pues se distingue al autor real como a un hombre que escribe desde el margen, al lado de los oprimidos, y no junto al poder. El pacto de lectura con un yo que despierta la confianza, más el traslado peculiar que hace Frías de la vivencia personal a la literatura, aun cuando no la emplee literalmente o ficcionalizada por completo, consiguen que lo que cuentan la mayoría de sus novelas y muchas de sus crónicas parezca materia de su propia vida o experiencia. Independientemente de que en efecto así sea. Confidencia, confesión y hasta un mea culpa, pues el escritor no evade mostrarse sin ambages, son algunos de los ingredientes que suscitan la confianza y que el lector se sienta confidente de Frías. Esto ha dado lugar a que gran parte de la recepción a muchos de sus escritos los considere sobre todo testimoniales y “autobiográficos”. O sea, documentos en que se registra una historia individual, pese a las ficcionalizaciones con las que comparta el espacio narrativo. Desde Tomochic Frías construyó sus obras con claves de lectura, además de recurrir a la codificación textual autobiográfica. De ahí que su poética proponga la discusión teórica sobre biografía, autobiografía, ficción o realidad, y sobre crónica, relato, reportaje, novela e historia.

La primera novela de Heriberto Frías se publicó sin su nombre en El Demócrata (1893) como crónica novelada: ¡tomóchic! (Episodios de campaña. Relación escrita por un testigo presencial). La obra apareció por entregas en el periódico de oposición a la dictadura de Porfirio Díaz con el objetivo, sugerido en su titular, de ofrecer la versión atestiguada de los hechos acaecidos en Tomochic. La población de todo el país no estaba al tanto de la masacre en Chihuahua, porque la prensa oficialista no sólo no había informado a sus lectores, sino que cuando se ocupó de la campaña fue para restarle importancia o para elogiar las dimensiones de la represión. Ante tal escamoteo de la verdad, Heriberto Frías decide divulgarla y curiosamente busca hacerlo por medio de un texto que conjuga con originalidad los objetivos de la crónica, la novela, el reportaje. El joven de 22 años crea una obra con la verdad de los hechos, sí, pero también con personajes, una historia de amor y otros elementos novelescos, por lo cual puede salir publicada como folletín anónimo. El “testigo presencial” que menciona el periódico, no es, entonces, sino Heriberto Frías, quien había participado en la campaña que arrasó el poblado Tomoche de Chihuahua en 1892, cuando era subteniente del Noveno Batallón del ejército.

En su testimonio sobre el asalto, Frías relata los acontecimientos que vivió. La “relación” fue apareciendo en El Demócrata, ya en la mira de Porfirio Díaz, por oposicionista incontrolable. Durante la publicación de ¡tomóchic!, Frías cumple 23 años y es ascendido a teniente (los signos de admiración en el título los suprimió después, igual que el acento). El anonimato es entendible, pues el ejército hubiera llevado al patíbulo a cualquier militar que difundiera sus operaciones. Como los rumores en Chihuahua atribuían la crónica novelada a Heriberto Frías, ya conocido en ciertos ámbitos por sus textos primerizos publicados en la región, resultaba lógico que las medidas que tomó el ejército partieran de la necesidad de probar que el joven oficial era el autor. Es cuando la trama de la vida de Frías se teje con complicaciones y tonos oscuros, con situaciones paradójicas que repetirían el modelo del contrasentido en su nacimiento como escritor. Frías nace a la fama pero debe ocultar su nombre y negar su autoría; cuando el éxito debiera haberle sonreído porque triunfa su controvertido escrito, se abren ante él las rutas del fracaso y la segregación. El bautizo literario de Frías fue el Consejo de Guerra, porque el revuelo que causó “la relación” de inmediato lo envió a la cárcel militar, en donde permaneció incomunicado, mientras lo sentenciaban. La revelación de las extralimitaciones e ineficacias de un régimen suponía la muerte para cualquier miembro del ejército que lo hiciera, sobre todo si el denunciante era un oficial. Y en Chihuahua se tenía por responsable de su escritura al joven poeta queretano, Heriberto Frías, teniente del Noveno Batallón del ejército.

Puede especularse sobre la situación, pero es innegable que ni a la milicia ni al gobierno les convenía que se conociera la campaña que masacró a la población de un lugar hasta entonces ignorado por el Porfiriato. Para David López Peimbert, de los primeros estudiosos del tema, aunque Frías no reveló secretos militares, sí comprometió la credibilidad del ejército al exponer sus defectos, lo cual podría alentar la rebeldía en otros lugares, así que

De todo ello se sigue que la culpabilidad de Frías no era aparente, sino efectiva. No obstante, no fue consignado a un Consejo de Guerra Extraordinario, pues no hay que olvidar que esa región de Chihuahua no estaba aún pacificada, siendo sumamente fácil para la dictadura convocar dicho Consejo, y lo peor para Frías era que jurídicamente no podía esperar de dicho Tribunal otra sentencia que no fuera la pena capital.10

Frías fue aprehendido porque en Chihuahua, como registra López Peimbert, se le identificaba como autor del escrito y el dato circulaba como secreto a voces. De ahí que la sospecha que motivó su captura apareciera en la orden de consignación. No quedó al Cuartel General de la 2ª Zona Militar en el Estado de Chihuahua sino pedir que se investigaran las presunciones de culpabilidad del teniente.11 De acuerdo al Código de Justicia Militar, Frías infringió los artículos 873, 968, 974 y 1056 “por murmuraciones y censuras a sus superiores, por haber vertido especies que causaran tibieza o desagrado en el servicio; por faltar a sus deberes militares al revelar asuntos de campaña; y de haber ocasionado intencional [y] maliciosamente falsa alarma”.12

La escritura enjuiciada

Frías se defendió a sí mismo, ya que se negó a tener un defensor en primera instancia. Su estrategia consistió en inconformarse por las razones que adujeron para proceder en su contra y en negar los cargos. Los procesos militar y civil seguidos a los implicados, Heriberto Frías y El Demócrata, tejen un intrincado enredo, más denso que el de la defensa, que luchó para librar de la muerte al escritor de Tomochic. Antonio Saborit se ocupa de esta etapa de la historia de Tomochic en Los doblados de Tomochic. Un episodio de historia y literatura. Se refiere a las consecuencias que el controvertido anónimo acarreó a Heriberto Frías y a los periodistas de El Demócrata, en especial a su director, Joaquín Clausell, quien se declaró autor del escrito enjuiciado. Según Saborit, el anonimato y la confesión de Clausell crearon un “equívoco” sobre la autoría de la obra.13 En mi opinión, no hay bases literarias que sostuvieran un “equívoco”, pues las confesiones sobre quién fue o no el autor del escrito, que conducen a propósito a una suplantación legal, no son sino tácticas para ganar el juicio. Tácticas no ajenas a los periodistas perseguidos de El Demócrata y en las que participó con una función diferente Heriberto Frías, por ejemplo cuando se inculpó y fue a prisión en lugar de José Ferrel, en 1895, ocasión en la que escribe, como dije, “El poetastro de los Pericos”. Desde mi punto de vista, la poética y el estilo de Heriberto Frías desvanecen cualquier duda sobre su autoría, sobre lo cual volveré más adelante.

En el juicio militar, la parte acusadora trató de demostrar la culpabilidad de Frías, pero no se encontraron pruebas de que un miembro del Ejército Nacional hubiera escrito las 24 entregas de Tomochic. Así que finalmente el acusado principal sale libre del consejo de guerra ordinario que se le siguió en Chihuahua, en agosto de 1893. Pero en más de un sentido la libertad no significó para Frías salir del embrollo, ni que el peso de la experiencia ni sus alcances quedaran para siempre atrás. Saborit expresa muy bien la situación cuando dice que el ex teniente “…iba a empezar a comer y cenar sin levantarse de su pobre mesa de trabajo, deambularía como el autor innombrable de un escrito candente”.

El futuro no podía ser más negro para Heriberto Frías, que perdió el rango y fue dado de baja del ejército por orden expresa de Porfirio Díaz, como puntualiza Saborit. Para mí, esta instrucción presidencial puede interpretarse como uno de los numerosos indicios que muestran la interferencia del dictador en el caso y su seguimiento cercano. Otro indicio podría ser el tipo de juicio que se le siguió, pues como apunta López Peimbert se le pudo llevar a un Consejo de Guerra extraordinario y aunque fue absuelto, se le licenció de manera absoluta. López Peimbert señala con razón que esta medida era “contraria a la justicia castrense”.14

Puede lucubrarse que el interés del dictador por el joven enjuiciado hacía temer represalias soterradas y una condena en el ámbito civil, como en efecto sucedió: Frías cayó en desgracia durante todo el Porfiriato. La participación del incipiente escritor en el asunto de Tomochic lo confrontó con el poder cuando el régimen dictatorial seguía en todo su esplendor. Un atrevimiento que marcó para bien y para mal toda su vida. El poder nunca olvidó que Frías había sido el oficial señalado por denunciar una de las más terribles extralimitaciones de la dictadura en su imposición de “paz, orden y progreso”. La novela aporta un ejemplo del absolutismo del gobierno de Díaz, por lo cual puso en evidencia ante el mundo la falta de paz, de orden, de progreso. Algunas secuelas fueron el ostracismo y la miseria para el culpable, pues los círculos dadores de oportunidades se cerraron ante el ex oficial que así vivió la experiencia del exilio en su propia patria.

Si Frías no fue condenado a morir por los militares, sí se le sancionó subrepticiamente con la muerte civil. Podría especularse que, para acallar los ánimos, quizá se le perdonó la vida por mera táctica y por tanto no fue enviado al Consejo de Guerra extraordinario, sino al ordinario. La paradoja aparece en el castigo encubierto que consiste en darlo de baja a pesar de la absolución legal. No es descabellado especular que, para el gobierno porfirista, el joven oficial no “merecía” ser convertido en mártir por medio de una sentencia contundente. Y mucho menos dictada por un consejo que además no estaba a su altura, dada la trayectoria del militar de conducta reprobable. El Porfiriato fue muy clasista y Frías no sólo carecía de un apellido encopetado, sino que por su historial de libertinaje y rebeldía, y hasta por su familia lerdista, tampoco calificaba como “decente”, aunque había sido cadete del Colegio Militar. Quizá Díaz quiso evadir los peligros de la creación de un héroe dentro del mismo ejército, pues la conmoción que suscitó el escrito podía haber crecido con la condena a muerte del autor; de ahí la conveniencia de neutralizarlo. En un régimen de favores e intrigas palaciegas, de privilegiados, de favoritos, no resultaba difícil evitar que Frías saliera adelante y mucho menos reducirlo a un verdadero proscrito. Contribuyeron a su situación marginada, aparte de su no pertenencia a la clase dominante, la enfermedad del alcoholismo, la bohemia y la depresión que tal vez sufrió. La vulnerabilidad física ante el alcohol, la tendencia a abatirse, le quitaron arrestos para luchar. Desventajas para un rebelde y un crítico. Sus lastimosas tentativas de sobrevivir, con las cuales se contradijo, exponen su inexperiencia en las lides sociales o en la política cortesana, más su implacable desubicación. Por ejemplo, solicitó infructuosamente trabajo a Justo Sierra, a pesar de haberlo atacado por escrito.

Satanizado, no pudo incorporarse a la burocracia gubernamental ni encontrar un empleo que le permitiera escribir. Fuera del ejército, quedó sin alternativas al cerrársele los caminos de la empleomanía del siglo XIX que analiza José María Luis Mora. En Ensayos, ideas y retratos Mora describe la irracionalidad de la figura del burócrata trepador del XIX, en la que no encajaba Frías, pues ni su personalidad ni su historia personal se avenían a ser el oportunista descrito como “el eterno y constante adulador de aquel de quien espera su colocación; jamás tiene opinión propia, pues acostumbrado a mentirse a sí mismo y a los demás, y a tener en perpetua contradicción sus ideas con sus palabras, calcula lo que le conviene manifestar…” La autenticidad, las limitaciones personales, su crítica de francotirador o “ahuizote” solitario y amarillista, mantuvieron a Frías lejos del éxito y en la miseria. Un escritor maldito, disoluto, genuino en su autodestrucción y fatalmente destinado a ser puesto en tela de juicio, como su escritura.

En mi opinión, las máscaras en el nombre de Heriberto Frías deben ser obervadas desde distintos ángulos, en especial la primera, por las inquietantes implicaciones, ya que aparece cuando se gesta su identidad como escritor ante los demás. La máscara inicial empieza a delinearse con el anonimato de Tomochic, ausencia trascendente que significó quitar el propio nombre de la obra con que es presentado al mundo. Mas esta ocultación no quedó allí, sino que las circunstancias dieron otro autor a la crónica novelada, pues el vacío permitió un desplazamiento, un desdecirse y abolir la propia autoría. Como la obra más importante de Heriberto Frías es autobiográfica, implícita o explícitamente, urge examinar con calma la conformación de este primer disfrazamiento. Pese a los malentendidos, el yo que escribe sobre su vida y el que la vive, son el mismo: Heriberto Frías.

Es así que las contradicciones y paradojas apuntan con fuerza en la vida de Heriberto Frías, a partir de que por ser fiel a ciertos principios e idealismos, escribe sobre la masacre, pero se ve obligado a desconocer que lo hizo. La negación de la escritura de Tomochic ante el Consejo de Guerra es quizá una de las paradojas más terribles en la vida de Frías, y la más ineludible de sus contradicciones: exponer la verdad, volverse célebre por ese acto, pero rechazarlo frente a un tribunal, con una mentira de enorme trascendencia para un escritor. Fue absuelto en el juicio porque negó sistemáticamente las acusaciones. Nada se le pudo probar pues al negar cualquier responsabilidad sobre el escrito incriminatorio se esfumó como culpable, pero también como escritor. Reconocer la autoría hubiera implicado la aceptación de su culpabilidad como infractor del Código de Justicia Militar, por eso Frías enfatizó su desacuerdo con las “razones” alegadas. De vital importancia fue que no se legitimara el nombre de Heriberto Frías como el del autor anónimo, por lo cual el teniente debió permitir que otro pasara por haber escrito su texto. Por si fuera poco, tal capitulación queda consignada legalmente.

Como se ha mencionado, para Antonio Saborit la denegación y que el paisajista Joaquín Clausell confesara, como consta en los procesos, que era el escritor de Tomochic, habrían producido un “equívoco” sobre la autoría de la obra.15 No obstante, para mí los hechos pueden ser valorados desde otro punto de vista, con el cual podría enriquecerse el conocimiento del autor y de su obra. Me extenderé entonces un poco más en la revisión de la génesis de esa primera máscara en el nombre y la identidad de Heriberto Frías como escritor.

Frías es liberado de toda infracción al Código de Justicia Militar, y la posibilidad de que no fuera el escritor del texto en cuestión no se planteó o careció de importancia fuera de los procesos que estuvieron lejos del alcance del público, durante años. No trascendió lo que allí se dijo, excepto entre los involucrados, y ni en Chihuahua ni en la ciudad de México se atribuyó a otro escritor la controvertida “relación”. Mucho menos se pensó en la posibilidad de dos autores. Frías fue consignado porque se le tenía por autor del escrito, lo cual no pudo probarse debido a la estrategia del juicio: Frías, negar; Clausell, afirmar.

Después del juicio, para los que generaron los rumores en Chihuahua la situación no cambió: el oficial queretano había escrito la “relación”. Los resultados del Consejo de Guerra no modificaron la opinión pública, que comprensiblemente desconfiaba de la impartición de justicia durante la dictadura. Vistas con más detenimiento, las estrategias resultan casi mecánicas. La parte acusadora basó su ataque en la autoría de Frías de modo que la defensa tuvo que demostrar lo contrario. Así se lee en los mismos procesos. Por ejemplo, en la “Declaración del C. Jesús M. de la Garza (periodista)” se habla de la existencia de conversaciones con “el teniente Frías, inculpatorias de indebido comportamiento militar”. El periodista del lado acusador menciona que Frías

… es colaborador de El Eco de Chihuahua, de esta ciudad, porque ha visto su nombre en la lista de colaboradores de ese periódico. Que cree, además, que el señor Frías es autor de los escritos que sobre la campaña de Tomochic se han publicado en el periódico de México intitulado El Demócrata fundando su creencia en lo siguiente: que después de que el Noveno Batallón volvió de la campaña de Tomochic, el señor Frías habló varias veces con el declarante preguntándole por la situación topográfica de Tomochic, al rumbo y la distancia a que se encuentra de esta población y Ciudad Guerrero, la situación en que se encuentra el cerro de la Mediano, la cueva y algunos otros puntos de Tomochic respecto a este pueblo; que después le habló de las relaciones que le unían a él [Frías] con el señor Clausell, de quien decía haber sido compañero de colegio, de las cartas que con frecuencia escribía y recibía del señor Clausell, y por último que El Demócrata iba a publicar la historia de la campaña de Tomochic a la que se procuraría darle la misma forma que tiene La Débâcle del novelista francés Emilio Zola; que algún tiempo después supo que el periódico citado había empezado a publicar la historia de esa campaña precisamente en la forma en que le había dicho el señor Frías, circunstancia que vino a confirmar la sospecha de que este señor es el autor de la historia.16

Parece lógico que las declaraciones de Jesús M. de la Garza contravengan las de Joaquín Clausell, pues las acusaciones se basaron en los comentarios que circulaban en Chihuahua, mismos que dieron lugar a la aprehensión de Frías como supuesto culpable. La resolución del caso se sustenta, en gran medida, en la palabra del director de El Demócrata contra la del desconocido periodista de provincia. Sin tomar en cuenta la intervención del propio Frías, avezado en los reglamentos y usos militares, por así decirlo, vence la prestancia y capacidad argumentativa de Clausell para autoinculparse, lo cual no significa que en verdad haya escrito tomochic. En una lectura no literal de los procesos y aun sin considerar las razones de tipo literario que desmontan el “equívoco”, ¿por qué no creerle a Jesús M. de la Garza que no quería salvar a un casi desconocido para él, con la verdad que lo condenaba? ¿Por qué creerle a Clausell que sí quería salvar a un amigo suyo con el engaño? Si se sacan del contexto del juicio y de sus estrategias las afirmaciones que se hicieron en los procesos, las consecuencias serían injustas. Las dudas o confusiones sobre la escritura de la obra que lanzó a Frías a la fama vendrían a ser el peor castigo destinado a un escritor y ciertamente un baldón en el ámbito literario equivalente a la deshonra militar. La historia ha exculpado al joven oficial de su toma de posición en un régimen tan represivo como el de Porfirio Díaz y es comprensible su conducta, defenderse rechazando todas las acusaciones fundadas en su autoría, pues se enfrentaba al ejército, una institución autoritaria por excelencia. Instrumento ejecutor de las órdenes inhumanas del dictador, como lo atestiguó el propio Heriberto Frías que conocía la institución desde dentro. Por eso quizás y por conocer las leyes militares, se defendió a sí mismo.

Al divulgar esos excesos, y por la negación que siguió ante el Consejo de Guerra, el militar romántico se adentra en un laberinto. Si afirma durante el juicio que no escribió Tomochic, no significa que rechace su autoría para siempre; su nombre aparecerá a partir de la tercera edición (1899). No obstante, aunque la negación no fue difundida, sí quedó consignada en papeles oficiales y ha dado lugar, como he dicho, a que Antonio Saborit encuentre en ellos un “equívoco”. Para él, habría un contrasentido entre la presencia de Frías, que sí estuvo en el campo de batalla el martes 5 de octubre de 1892, cuando el ejército tomó el Cerro de la Cueva, y la confesión de Clausell que se hallaba en la ciudad de México y no pudo ser “el testigo presencial”. Saborit propone una posible explicación, desprendida de las incongruencias entre el lugar descrito por la obra y la realidad de los accidentes del terreno invadido, lo cual apuntaría a otro escritor

… que completara su relato en otro lugar, lejos de Chihuahua y de la sierra, como Clausell.

Esta situación tal vez pueda explicarse si se contempla la posibilidad de que alguien distinto al testigo presencial que fue Frías completara su relato en otro lugar, lejos de Chihuahua y de la sierra, como Clausell.

En las palabras de Clausell estaba la clave. Y ahí ha estado desde entonces (p. 155).

Otra posible lectura de los hechos y de los procesos, para mí, es que el “equívoco” no existe o desaparece, si se toman en cuenta todo el proceso, el conjunto de la narrativa de Heriberto Frías, su estilo y personalidad (tímido y enfermizo; rebelde e idealista), más las características de su modo de narrar, que atestigua a la vez que novela. Desde mi punto de vista, no se requiere una clave y no hay razones literarias para creerle a las palabras de Clausell, obligadas a mentir. El propio Frías y su literatura pueden desmantelar un caso montado sobre el encubrimiento de su autoría como defensa ante la muerte: una máscara con que se vence al enemigo pero que a la larga se vuelve contra el autor. Son dignas de admiración la solidaridad y la destreza convincente de Joaquín Clausell, acusado y defensor que se autoinculpa, con nutrida experiencia en las represiones porfiristas, quien defendió a Frías con argumentos irrefutables lógica y legalmente, muchos de ellos basados en su conocimiento de la literatura y de los juicios en el Porfiriato.17 Si bien su demostración fue irreprochable en los documentos legales, porque así tenía que ser, salvar a Frías “matándolo” como escritor ante el tribunal, las pruebas de la autoría del propio Frías debían ser literarias. Las que argumentó Clausell para culparse revelan un conocimiento general, pero no una interiorización de la génesis de la obra. Curiosamente los argumentos que esgrime son la contrapartida exacta de la parte inculpadora citada arriba:

Declarado en forma el director de El Demócrata Joaquín Clausell, manifestó que él concibió la idea de escribir una novela sobre los acontecimientos de Tomochic tomándola de modelo La Débâcle; que para su objeto aprovechó los datos publicados por la prensa de México y de los Estados Unidos y los que se le comunicaron de esta ciudad por los señores Pedro Ortega y Leoncio Buenfild y un señor Sánchez; que aunque en el encabezado de la novela se hace referencia a un testigo presencial, este testigo no existe y sólo se le designa para dar mayor verosimilitud a lo que se cuenta; que Agustín Páez le proporcionó algunos datos, entre ellos, la topografía del terreno; que el referido Páez le refirió que estuvo en esta Plaza y habló varias veces con el teniente Heriberto Frías, pero sin hablar con él sobre los sucesos de Tomochic; que en enero último le escribió Frías una carta diciéndole que sabía por Páez que iba a publicar en El Demócrata los episodios de Tomochic y que le suplicaba le remitiera los números que se publicaran, pero sin cobrarle su valor por estar muy pobre y enfermo de reumas.18

Las declaraciones de ambas partes no aclaran, leídas ahora, nada sobre la autoría de la obra, pues la de Clausell parece hecha para refutar la de Jesús M. de la Garza y a la inversa. Y es que la acusación y la defensa se elaboran a partir de los enunciados incriminatorios, por lo cual coinciden en ser la réplica exactamente opuesta, una de la otra.

Otra posible explicación al “equívoco” que suscitan los papeles oficiales, podría estar, según yo, más en lo literario y menos en lo literal. Los documentos no aportan, ni pueden hacerlo, por unívocos, la respuesta a una pregunta que pertenece a otros terrenos. Es el caso de la ley frente al arte, de la verdad frente al poder dictatorial. La declaración del paisajista amigo, tan bien argumentada, no pudo ser rebatida porque lo que estaba en juego no era la verdad, que no ganó allí, sino la vida de Frías. La verdad ya había triunfado en lo social, al difundirse los hechos de la campaña. El aspecto militar del proceso fue ganado por el propio Frías al demostrar legalmente que no había incurrido en falta, por lo tanto no fue deshonrado. Hay que recordar que Frías, hijo de miltar, respetaba al ejército como institución, por lo cual el honor militar pudo haber tenido especial significado para él. Más tarde, sale del anonimato y hasta le hace llegar un ejemplar de la obra a Porfirio Díaz: otra contradicción más de todas las que nunca le acarrearon beneficios.

La eficiencia de Clausell en los tribunales no demuestra en el terreno literario que hizo lo que dijo haber hecho. La dilucidación del “equívoco” no puede estar en uno solo de los documentos de los procesos sino en todos, leídos con referencia a la estrategia del juicio y sobre todo desde las preguntas que propone la literatura. Si se sigue al pie de la letra la confesión de Joaquín Clausell, legalmente él es el autor de Tomochic, pero la obra lo contradice en el plano literario (aunque en el siglo XIX aún no se reglamentaban los derechos de autor, de haber existido la ley se le tendrían que haber adjudicado a Clausell, sin serlo, así como la propiedad intelectual de la obra). Este capítulo de la biografía de Frías, oculto entre los procesos de 1893, sólo leídos por especialistas, no tiene por qué empañar en la historia su imagen como autor, por lo que debe leerse desde varias perspectivas.

Aunque hace más de cien años, coyunturalmente, Heriberto Frías no pudo defender de un modo abierto su obra, reconocida por todos como suya, de ahí la persecución del ejército y la de Díaz después del juicio, sí lo hizo después de un modo subrepticio, imaginativo y durante el resto de su vida. En la misma novela ya están las pistas de quién la escribió y no sólo los rasgos estilísticos de Tomochic “delatan” a su creador a pesar de que él tuvo que callar durante el juicio en que fue desplazado, sino que existen otros elementos literarios, también de peso. Puede lucubrarse que a Heriberto Frías sí debió incomodarle la negación de su autoría y la atribución de su primera obra a Clausell, aunque en ello le iba la vida y se haya hecho en el ámbito cerrado de un consejo de guerra. Que tuvieron que inquietarle las lecturas que podrían desprenderse de las declaraciones, si se conocieran fuera del juicio, como la que haría un siglo después el investigador Antonio Saborit.

Por más que no se hayan divulgado los procesos y que el proverbial secreto militar sellara lo que estaba por escrito, la conciencia histórica que caracterizó a Frías quizá perturbó sus pensamientos, pues no debe olvidarse que las declaraciones constan en documentos oficiales. Si su táctica para defender la vida durante el juicio fue la negación de todos los cargos, entre ellos el que los sustentaba, la escritura de Tomochic, la táctica de sustentación de la autoría de la obra, de la posteridad de su nombre en ella, fue afirmar sistemáticamente que sí era el autor. La defensa de Frías se encuentra en la novela, si se la lee en relación con varias publicaciones suyas, vinculadas entre sí. En escritos posteriores incluye claves de identificación fundadas en su vida que lo señalan como el verdadero autor de Tomochic. Para hacer ver la verdad acerca de quién escribió su propia novela, Frías, que lucha en contra del anonimato, reitera en otras narraciones la presencia de Miguel Mercado: la literatura valida la realidad que sirve de base a la misma literatura. La afirmación sistemática de que es el autor de la crónica novelada está por ejemplo en El triunfo de Sancho Panza (1911),19 que sale acompañada de la explicación “Novela de crítica social mexicana: continuación de Tomochic”. Antes, en 1895, publica en El Demócrata otra novela, Naufragio, presentada con titulares que divulgan públicamente su autoría: “Novela del autor de Tomochic. Costumbres mexicanas”. La necesidad de mostrar que es el autor de la novela habla de las dificultades que se le presentaron para romper el anonimato; no debe serle fácil a un autor persistir en el incógnito y olvidarse de que escribió una obra destacada. Estas circunstancias pudieron haber influido en la construcción de la poética de Frías, cuyos principios están en una obra que participaba del testimonio individual y de la recreación de la realidad. Rasgos que también tendrán otras narraciones. De hecho, al reaparecer Miguel Mercado en obras posteriores, se refuerza la idea del “testigo presencial” que comparte lo vivido y atestiguado. Por otra parte, esta fusión característica generó la línea de lectura de lo testimonial en busca del dato verificable, más allá de la ficción, del montaje artístico, de su calidad de elaboraciones verbales y por tanto modificadoras de lo real. La orografía de la novela difiere de la de los alrededores del pueblo Tomochic, porque hay varios criterios literarios entremezclados con los del objetivo testimonial de la obra. La intención principal del autor no fue conseguir la fidelidad en las descripciones de los escenarios, sino el desenmascaramiento de los hechos a los que sí se apega. Por otra parte, un reporte al dedillo sobre las características del campo de batalla hubiera implicado revelar secretos militares y tal vez restara lo literario al texto. La misma novelización habla del ingrediente imaginativo en la manera de plasmar la verdad histórica de un creador conmovido hasta llegar a la denuncia, pero conformado por sus lecturas y sensibilidad. Los personajes, los lugares están caracterizados o descritos de acuerdo con el romanticismo, el realismo y el naturalismo que influyeron a Frías, como es evidente en toda su producción literaria.

Heriberto Frías no sólo era identificado en Chihuahua como autor de la crónica novelada, sino en el ámbito periodístico de la ciudad de México, al tanto del secreto. Misterio imposible de guardar entre periodistas, dada su habilidad para enterarse de todo. Un “testigo presencial” en favor del autor anónimo fue José Ferrel, que recuerda la coyuntura. Así, en su crítica “La novela nacional”, incluida en la quinta edición de Tomochic,20 relata:

—¿Quién es este Heriberto Frías? —nos preguntábamos entusiasmados en la redacción de El Demócrata, luego que leíamos el folletín del periódico. ¿Quién es este novelista nacional tan mexicano, que parece que cada capítulo de su obra lleva como epígrafe un certificado del Registro Civil?

—Es un muchacho —nos decía un compañero—, es un tenientito del Colegio Militar que ahora hace la campaña en Chihuahua… un jovencito, un niño al que no le apunta el bozo todavía.

—¿Pero es escritor? —preguntábamos.

—¡Ahí está su novela que lo diga…! —replicaba nuestro informante […]

—¿Y cómo es él? ¿Usted lo conoce personalmente? ¿Es usted su amigo?

—Sí; somos amigos; lo conozco personalmente…; es un imberbe, pero ya se bate como los hombres… ¡Esos indios de Chihuahua son los más bravos del país! Al que cae en sus manos lo descuartizan… ¡son feroces! ¡Y contra ellos anda peleando Heriberto Frías!

Y cada folletín del periódico era una punzante excitativa a nuestro creciente afán de conocer a aquel muchacho, a aquel tenientito tan valiente, tan intrépido y tan observador que recogía sus impresiones artísticas en el campo de batalla, que no palidecía ni al oír el rugido trágico del capitán … (pp. I-II).

José Ferrel recuerda cómo se recibió el manuscrito de Frías en la ciudad de México, y hace la crónica del momento de aparición de Tomochic, en el mismo periódico que lo publicó. Su testimonio recoge la opinión del gremio sobre el autor, admirado por los periodistas de El Demócrata, por su controvertida crónica novelada. En el hacer y rehacer de las visiones históricas cabe la diferencia de puntos de vista. Si bien la lectura de Antonio Saborit es legítima al apegarse a los documentos y puede abrir una línea de interpretación, mi lectura, que toma en cuenta también otros factores, difiere de la suya y coincide en lo esencial con la de López Peimbert y la de Brown.

David López Peimbert, quien fue el primero que trabajó los documentos de los procesos, no halló ambigüedades respecto a quién escribió Tomochic. Ni siquiera sugiere que pudiera haber habido suspicacias sobre la autoría. Por su parte, James Brown, estudioso de Heriberto Frías, no menciona la posibilidad de que hubiera dudas sobre el autor de la novela. En su “Prólogo” a Tomochic, Brown se refiere a los acontecimientos del juicio y dice sobre las acusaciones al teniente Frías:21

… todo lo cual acarreaba la pena de muerte por haberse cometido en una zona de combate: Chihuahua. Durante el proceso, Joaquín Clausell, apoyando las declaraciones de inocencia de Frías, se hizo pasar por autor, pues no siendo soldado corría menos riesgo su vida; además, la prisión le era muy familiar a este valiente oposicionista. Entre tanto, en la capital, Adalberto Concha, otro periodista amigo de Frías, entró de noche a la oficina clausurada de El Demócrata y destruyó el manuscrito, escrito de puño y letra de Frías y… ¡en papel sellado del Noveno Batallón! Así, no habiéndose probado plenamente su culpabilidad, Frías fue absuelto el día 22 de agosto de 1893 (p. XII).

La destrucción del manuscrito inculpador fue relatada por Heriberto Frías en ¿Águila o sol?,22 con lo cual el recuerdo autobiográfico se vuelve otra vez uno más de los datos con que su novelística informa sobre el autor de Tomochic. Aun en su última novela, de nuevo la historia personal aparece “interpolada” en la ficción y establecidas las relaciones entre vida y obra. Dentro de una novela que refiere a las demás y en la que reaparece Miguel Mercado, el yo narrativo de Frías.

En ninguna de las ocasiones en que Frías se asumió como el escritor de Tomochic, Joaquín Clausell (1866-1935), que sobrevivió diez años a Heriberto Frías, el mismo Adalberto Concha, ni los otros sobrevivientes involucrados, nadie jamás desmintió al escritor queretano (ni se generaron rumores al respecto). En diferentes terrenos, repetidamente, Heriberto Frías reafirma su relación de propiedad de la novela que definió su destino. Una estrategia originada en el fantasma del anonimato que presidió la aparición de Tomochic y que al parecer lo acompañó toda la vida. No sorprende que diera muestras de su predilección por esa primera obra, la más entrañable, cuya difícil paternidad debió enmascarar para no perder el honor y la vida: “…siendo la que yo más estimo…” Así lo declara, de un modo conmovedor, en una carta dirigida “A los señores Francisco Valadés y Andrés Avendaño”, de la Imprenta y Casa Editorial de Valadés y Cía. Sucs., que publicaron la cuarta edición de Tomochic. Les confía que para él, esa novela, la más preciada, es también “…grito de mi primer dolor y de mi primer amor; fruto amargo y terrible, empapado en lágrimas y sangre, íntima primicia de mi juventud desventurada y borrascosa, reflejo de una inmensa tragedia épica en la que fui actor y testigo, esta obra mía es la primera y la más espontánea. Por eso es, también, la más querida para mi alma de viejo taciturno”.23