La estrella porno - 4 historias eróticas - Fabien Dumaître - E-Book

La estrella porno - 4 historias eróticas E-Book

Fabien Dumaître

0,0

Beschreibung

La amiga de Mathilde, Stephanie, tiene un nuevo novio y esta noche Mathilde lo conocerá por primera vez. La han invitado a una cena íntima, solo para ellos tres. Mathilde tiene un problema: el nuevo novio de Stephanie es un actor porno, y tan solo pensar en lo bien dotado que debe estar la hace mojarse entera... Pero ¿cómo le hablas a una estrella porno? Tiene el presentimiento de que algo especial pasará durante la cena; su intuición es fuerte y sabe que rara vez se equivoca. ¿Qué habrá planeado Stephanie para esa velada juntos? Esta colección contiene: La estrella porno Stephanie, la mirona desinhibida La velada libertina Escapada tórrida

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 64

Veröffentlichungsjahr: 2021

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Fabien Dumaître

La estrella porno - 4 historias eróticas

 

LUST

La estrella porno - 4 historias eróticas

Original title:

Stephanie, la mirona desinhibida - 4 erotic stories

Translated by Raquel Luque Benítez, Montserrat Soler, Cymbeline Núñez

Copyright © 2019 Fabien Dumaître and LUST, an imprint of SAGA, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726965278

 

E-book edition, 2019 Format: EPUB 2.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

La estrella porno

 

Mathilde estaba incómoda. La noche anterior, cuando dieron las once, su amiga de la infancia, Stephanie, la había llamado para invitarla a una cena íntima para conocer a su nuevo novio. El evento crucial sería esta noche y la pobre chica no tenía idea de qué regalarles a los tórtolos. No quería meter la pata porque el chico nuevo de Stephanie, un muchacho apuesto de piel oscura y ojos azul cielo, era según su amiga nada más y nada menos que un actor de películas pornográficas.

Mathilde había visto algunas películas de ese género, aunque prefería el cine «tradicional», y lo primero que se le vino a la mente fue el tamaño desproporcional de los atributos masculinos. Dio vueltas en su cuarto, intentando idear un regalo simple aunque agradable de recibir. Al ser tan torpe como era, temía que su regalo aludiera al sexo, aunque fuera indirectamente. Se preguntaba si esos hombres y mujeres que trabajaban en la industria del sexo hablarían sólo de esas nimiedades o si tendrían otros temas de conversación. ¿Llevarían todo al campo del sexo? ¿Estarían haciendo siempre comentarios picantes? ¿Acaso cualquier palabra con la más mínima connotación sexual sería llevada hacia allí indefectiblemente? Con la cabeza hundida entre sus manos, trataba de sacar de su mente esas ideas absurdas. ¡Qué estúpida era! Estas personas eran como cualquiera, dejando de lado el hecho de que su trabajo era un tanto tabú y oscuro para los no adeptos. ¡Podría haber tenido un plomero como novio y el hombre definitivamente no hubiera hablado de plomería durante la cena!

 

Era tarde por la mañana cuando Mathilde se incorporó a la multitud parisina de las calles en busca de un regalo. Tenía puestos unos jeans negros y una camiseta con la impresión de Union Jack al frente, que se estiraba sobre su pecho tentador. Entró en una tienda de vinos y salió con un Grand Cru vintage que encontró a un precio razonable. Fue a la peluquería a cortarse el cabello y teñirse. Al terminar, un negro azabache con toques de azul había reemplazado al apocado color castaño. Quería un cambio y lo había obtenido.

Para tomar aire fresco, dio un paseo por un pequeño parque no muy lejos del lugar y observó a los patos atrapando las migas de pan que les lanzaba un viejo con la cara marcada por el tiempo. El día estaba divino ese fin de semana de primavera. Un pensamiento extraño tomó forma en su mente. ¿Cuántas personas, en ese preciso momento, estarían teniendo sexo tras las paredes que aseguraban su privacidad? A un nivel planetario, millones, decenas de millones, quizás cientos de millones... Se sorprendió a sí misma sonriendo, una sonrisa brillante que se veía aún más linda en ese día espléndido. Se sintió un tanto agitada.

Esa noche sería única, lo podía sentir. Su instinto rara vez se equivocaba y ahora que lo pensaba, todos esos pequeños comentarios de Stephanie no le dejaban dudas. Conocía a su amiga como a la palma de su mano y por eso tenía la sensación de que el sexo estaría en las cartas que se repartirían esa noche. Estaba nerviosa. Tenía que admitir que la idea de conocer a una estrella porno era excitante. ¿Pero cuál era el plan de Stephanie? Ya podía visualizarla contorsionando el cuerpo en alguna de las tantas posiciones acrobáticas típicas de las películas porno.

La única porno que había mirado había sido con algún exnovio. Al principio, le había parecido degradante, pero luego había comenzado a desarrollar el gusto por ellas. Desafortunadamente, sus parejas anteriores no habían resultado ser el semental que había estado esperando y muchos de sus deseos habían permanecido como fantasías. ¿Finalmente podría cumplir alguna al ser la pareja sexual de una estrella porno? Algo más la cautivaba: el inmenso miembro que tenía en mente. Se preguntaba cómo, la maquinaria del tamaño que la imaginaba, podría penetrar tan pequeño agujero. Y especialmente por atrás. De pronto, comenzó a sentirse mojada, el fluido un tanto espeso inundaba su ropa interior.  

 

En el camino de regreso, se detuvo en un pequeño restaurante turco y devoró un kebab mientras caminaba enérgicamente con la cabeza en las nubes. Una vez que llegó a su departamento, tomó una ducha fría para calmar sus ansias y luego se puso lencería nueva. Registró su ropero en busca de un atuendo adecuado para la noche que prometía estar llena de emociones. Su corazonada persistente le susurraba que la pequeña cena privada sería disfrutable. Dudó por un segundo, dividida entre el deseo de agradar y el miedo de ser demasiado sexy.

Al final, optó por una blusa sin mangas, un tanto escotada que mostraba el contorno de sus senos, y una falda que caía hasta sus rodillas con un corte a ambos lados. La falda era color negro carbón y la blusa, gris clara con un diseño asiático delicado. Se puso el Guerlain, un perfume frutal delicioso que le había regalado Claire, su querida prima de Brittany a la que adoraba, aunque sólo se vieran en raras ocasiones. Esas dos habían hecho de las suyas en el pasado. Pero ahora, cuando Claire venía a París, las dos mujeres adoraban pasear por los caminos de los mercados de pulgas atestados de gente durante el día y por las calles de Pigalle por las noches. Mathilde se preguntaba qué pensaría Claire de sus planes para la noche si lo supiera. ¿La juzgaría o la incitaría? Decidió seguir los instintos vibrantes de su cuerpo, los que había tenido desde que Stephanie había llamado. Se puso un poco de maquillaje —evitó excederse— luego se sentó en su pequeño sillón imitación cuero, que había conseguido a un precio atractivo en línea, y permaneció allí sorbiendo un café saborizado caliente, al que le dio vida con un poco de brandy para infundirse coraje.

Sólo agregó el labial fucsia en el último minuto, luego de haber verificado su apariencia una última vez en el espejo del baño. Había estado observándose mucho tiempo, girando hacia un lado y otro, admirando su delgada, pero curvilínea figura. En especial adoraba sus pechos, firmes y bien proporcionados. También le gustaba su trasero algo redondeado que le había conseguido unos cuantos pretendientes. En cuanto a sus piernas, los tacones realzaban unas agradables curvas. Tomó su bolso, un Vuitton, y salió hacia el rendez-vous sin olvidar la botella de vino.

 

El taxi la depositó sana y salva en su destino, al pie de un lujoso edificio de la capital. Esa noche de sábado, la atmósfera eléctrica de la ciudad reflejaba el humor de Mathilde a la perfección: una mezcla de autocontrol y excitación que aumentaba al caer la noche. Luego de subir las escaleras, se detuvo frente a una puerta de madera color marrón oscuro y respiró hondo un par de veces antes de tocar. Su amiga abrió rápidamente. Stephanie llevaba un vestidito amarillo que dejaba al descubierto sus muslos y sus hermosas y suaves piernas. Estaba radiante. Claramente relajada, caminaba descalza. Se abrazaron y murmuraron algunas palabras sobre el hombre que aguardaba en la sala, riendo ridículamente como dos adolescentes intimidadas por un chico lindo.