La gaviota y el tío Vania de Anton Pavlovich Chejov - Antón Pávlovich Chéjov - E-Book

La gaviota y el tío Vania de Anton Pavlovich Chejov E-Book

Antón Pávlovich Chéjov

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Beschreibung

El presente volumen contiene una nueva traducción de La gaviota y El tío Vania, dos textos emblemáticos de Antón Pávlovich Chéjov (1860-1904), uno de los más grandes dramaturgos modernos, cuyas obras hacen parte del repertorio escénico mundial y son referentes imprescindibles para la comprensión del denominado sistema Stanislavski, desarrollado por el gran director y pedagogo ruso, quien asoció la puesta en escena de las obras chejovianas a sus indagaciones (específicamente al denominado "análisis activo"). La cuidadosa traducción directa del ruso al español colombiano ha pasado, adicionalmente, por el cedazo del ejercicio de la puesta en escena, lo que permite a los traductores-directores, comprobar de una manera más precisa el sentido de las expresiones y la acción contenida en las palabras. Acompañan a estos valiosos textos de Chéjov, las reflexiones y memorias de algunos de los actores involucrados en dos proyectos del Laboratorio Escénico Univalle: La gaviota (1998) y El tío Ivam (2004), espectáculos presentados en múltiples escenarios y festivales; memorias y análisis con diversos enfoques que capturan el pensamiento emanado de las efímeras puestas en escena.

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Chéjov, Antón Pávlovich

La gaviota y El tío Vania / Antón Pávlovich Chéjov, Alejandro González Puche, Ma. Zhenghong. -- Cali : Programa Editorial Universidad del Valle, 2020.

344 páginas ; 22 cm. -- (Colección Artes y Humanidades - Teatro)

1. Teatro ruso - 2. Teatro dramático - 3. Representaciones escénicas - 4. Literatura rusa - 5. Crítica literaria.

891.7 cd 22 ed.

C515

    Universidad del Valle - Biblioteca Mario Carvajal

Universidad del Valle

Programa Editorial

Título: La gaviota y El tío Vania

Autor: Antón Pávlovich Chéjov

Compiladores y traductores: Alejandro González Puche, Ma Zhenghong

ISBN: 978-958-5144-92-7

ISBN-PDF: 978-958-5144-93-4

ISBN-EPUB: 978-958-5144-94-1

DOI: 10.25100/peu.451

Colección: Artes y humanidades-Teatro

Primera edición

Rector de la Universidad del Valle: Édgar Varela Barrios

Vicerrector de Investigaciones: Héctor Cadavid Ramírez

Director del Programa Editorial: Omar J. Díaz Saldaña

© Universidad del Valle

© Antón Pávlovich Chéjov

Diseño de carátula y diagramación: Sara Isabel Solarte Espinosa

Imagen de la carátula: Vestuario de Pedro Ruiz para La gaviota

Técnica: Óleo sobre cartón

Corrección de estilo: G&G

_______

Este libro, o parte de él, no puede ser reproducido por ningún medio sin autorización escrita de la Universidad del Valle.

El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. El autor es el responsable del respeto a los derechos de autor y del material contenido en la publicación, razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.

Cali, Colombia, septiembre de 2020

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

CONTENIDO

PrólogoJorge Saura

Capítulo 1LA GAVIOTA

La gaviota, de Antón Pávlovich ChéjovTraducción del ruso de Alejandro González Puche yMa Zhenghong

REFLEXIONES SOBRE LA GAVIOTA

Notas sobre nuestra gaviotaAlejandro González Puche

La puesta en escena de La gaviota me quitó horas de sueñoPatricia Tamayo

TréplevGuillermo Piedrahita

¡Ay, Nina, Nina!Susana Uribe

Yo soy Sorin y SerebriakovGabriel Uribe Mesa

Los pliegues del alma en los personajes de ChéjovDouglas Salomón

¡Vuelva a entrar!Martha Márquez

Boris Alexséievich TrigorinRodolfo Silva

Elementos para un análisis activo de La gaviotaFelipe Andrés Pérez Agudelo

Capítulo 2EL TÍO VANIA

El tío Vania, de Antón Pávlovich ChéjovTraducción del ruso, Alejandro González Puche y Ma Zhenghong

REFLEXIONES SOBRE EL TÍO VANIA

Nuestro tío IvamAlejandro González Puche y Ma Zhenghong

De Yákov a VaniaManuel Francisco Viveros

¡Cómo quisiera interpretar de nuevo a Astrov!Felipe Andrés Pérez Agudelo

Sonia tropical, experiencia escénica de interpretación y adaptación de El tío Vaina al Pacífico colombianoAna María Gómez Valencia

La imposibilidad de la cultura en provincia. Un ejercicio de producción de un Chéjov en CaliAdriana Bermúdez Fernández

La cultura en provinciaEddy Janeth Mosquera Hinestroza

Elena Andréievna me descubrióLuz Marina Arcos

¡Qué calor estará haciendo ahora en áfrica! Desafíos estéticos en un tío Vania visto desde los trópicosJhonny Alexander Muñoz Aguilera

Notas al pie

PRÓLOGO

Jorge Saura1

LA IMPORTANCIA DE LAS TRADUCCIONES VERNÁCULAS

Se dice frecuentemente que el español es el segundo idioma más hablado del mundo (405 millones de hablantes nativos), después del chino mandarín (955 millones), sin contar los millones de hablantes de otras lenguas que tienen al español como segundo o tercer idioma.

Sin embargo, ese dato no es totalmente cierto, pues el idioma que se habla en España no es igual al hablado en Argentina y ninguno de los dos son iguales al que se emplea en México, Colombia o Cuba. Podemos entendernos perfectamente entre los hablantes de toda la comunidad latinoamericana grosso modo, pero cuando se trata de afinar en el significado de un concepto, cuando el empleo de una palabra u otra puede determinar el sentido y la intencionalidad de la idea que se quiere transmitir, hay que ponerse en el pellejo del lector y escribir las palabras que él emplea habitualmente en la vida cotidiana.

En España tuvimos hasta hace pocos años únicamente traducciones de Stanislavski, Chéjov, Gorki y otros grandes dramaturgos y teóricos teatrales rusos editadas en México o en Argentina. Escaseaban los traductores de ruso y las editoriales suelen estar poco interesadas en el teatro, anteponiendo la narrativa o la poesía al género dramático, que es el que peor se vende, de modo que era difícil encontrar buenas traducciones directas de literatura teatral rusa y se hacía preciso recurrir a las importaciones del otro lado del Atlántico. De ese modo los que nos dedicábamos al teatro teníamos un conocimiento incompleto de esos autores y cuando se trataba de ensayar una obra destinada a ser representada ante el público, nos veíamos obligados a hacer una adaptación al español hablado por los espectadores. Afortunadamente la situación ha cambiado, gracias a los intercambios culturales realizados con la Unión Soviética y con Rusia desde comienzos de los años ochenta del pasado siglo.

Una lengua es como un organismo vivo en constante transformación. Depende de las circunstancias históricas y geográficas de cada territorio, de los usos y costumbres y de ese contacto con otras culturas al que llamamos mestizaje. En amplios territorios de Latinoamérica se emplea el “vos” y la segunda persona del plural, que es una forma de tratamiento que en España dejó de usarse a mediados del siglo XIX. En España nadie dice “mondar papas”, sino “pelar patatas”; nadie dice “no se ponga bravo”, sino “no se enfade”; pero ambas expresiones españolas pueden resultar ajenas a muchos latinoamericanos. Ni siquiera en toda España se habla el mismo español, pues en las islas Canarias se emplean locuciones más cercanas a la lengua que se habla en Cuba que a la que se habla en la península.

Imagino que eso mismo les ha ocurrido a los profesionales y estudiantes de teatro colombianos cuando se encuentran con obras teatrales y textos teóricos cuidadosamente traducidos por españoles, pero que en algunos pasajes les parecen ajenos.

Por eso es muy importante la edición de estas dos obras, traducidas por dos personas que conocen a la perfección el idioma ruso y el español que se habla en Colombia. Con toda seguridad habrán conseguido transmitir la sutileza de las frases pronunciadas por los personajes de Antón Chéjov, que casi nunca hablan directamente, sino que encubren sus ideas con la niebla de las mentiras, pero que al mismo tiempo hablan de tal forma que el lector o el espectador pueden descubrir o presentir la verdad que se oculta tras el miedo a expresarse con sinceridad. Traducir a Chéjov es muy difícil y muchas veces se ha cometido el error de traducirle literalmente, cuando lo que hay que hacer es traducir la idea, empleando las palabras que emplearía el espectador. Y todo ello sin perder la poesía que hay en la obra original.

«No es traición a Chéjov traducir la idea en lugar de la letra; a veces es necesario redactar de nuevo un diálogo, la traición sería no hacerlo». Esta frase, o algo muy parecido, me la dijo en una ocasión mi editor, a raíz de una escena de Tres hermanas. Ese editor, que también es autor, admira profundamente a Chéjov.

Espero que el lector disfrute de esta traducción del ruso al colombiano.

CHÉJOV VIVE

Antón Pávlovich Chéjov es uno de los escritores de mayor difusión en todo el mundo; sus cuentos y relatos han sido traducidos a múltiples idiomas, sus obras teatrales son representadas en países tan dispares como Hungría, Méjico, India, Israel o Egipto; es reconocida la influencia ejercida sobre escritores de todas las culturas y el éxito entre el público que empuja a reeditar constantemente sus escritos. Sin embargo, Chéjov es un autor de temática y estilo aparentemente limitados. Nacido poco antes de la abolición de la servidumbre y muerto poco antes del primer estallido revolucionario, retrató siempre a sus contemporáneos rusos, sin hacer incursiones en otras épocas u otros países, viviendo situaciones de aparente cotidianeidad, carentes de acontecimientos extraordinarios o acciones heroicas; sus personajes habituales son comerciantes, esposas y viudas de terratenientes, criadas, escritores sin éxito, militares sin dotes de mando, oficinistas, gendarmes y maestros de escuela. El lugar donde transcurre la acción es casi siempre una aldea rusa o una finca rural. Sus argumentos, en una primera lectura, parecen desprovistos de conflictos y de continuidad, se pasa de una conversación a otra sin que aparentemente nada las una y cuando llega el desenlace lo hace de forma brusca, inesperada, sin una preparación de la atmósfera. Con todos estos elementos, ¿cómo es posible que Chéjov haya tenido tanto éxito, que tantos lectores y espectadores sigan atraídos por sus libros y obras de teatro? Creo que la respuesta es muy simple: Chéjov plantea preguntas y no da respuestas. Nuestro autor muestra con frecuencia a personas con un comportamiento claramente contradictorio, que no hacen nada por salir de la contradicción en que se mueven. Uno de los personajes característicos de Chéjov es el hombre o la mujer de elevados ideales, defensores de sueños que rayan en la utopía, pero que, con el paso de los años, la vida y los desengaños les ha hecho perder fuerza. Lo que Chéjov nos enseña es el resultado, el hombrecillo gris que antaño fue un proyecto de héroe. Pero nada nos dice el autor sobre las causas de tal evolución ni sobre la posibilidad de recuperar la ilusión. Creo que eso es, precisamente, lo que vuelve atrayente la obra de Chéjov. Veamos algunos ejemplos.

El doctor Astrov, uno de los personajes principales de El tío Vania, es un ardiente defensor de la naturaleza, preocupado por la degradación que sufren los bosques de su región y por la progresiva desaparición de la fauna; por otra parte, es un hombre de carácter firme que parece seguro de sí mismo, tal y como demuestra el diálogo con Voinítsky sobre el frasco de morfina que este le ha quitado. ¿Cómo es posible que haya caído en brazos del alcohol?, ¿va a ser capaz de mantener por mucho tiempo la promesa de no beber más?

Gáiev, hermano de la propietaria de la finca en El jardín de los cerezos, es un hombre culto e inteligente a quien no le gusta el despilfarro propio de su hermana. ¿Por qué no intenta salir de la ruina y evitar la venta de la finca?, ¿por qué la pareja protagonista de La dama con perrito no hace nada para separarse de sus respectivos cónyuges, pero tampoco es capaz de romper, prefiriendo mantener una angustiosa relación clandestina?, ¿por qué el coronel Vershinin, de Las tres hermanas, a pesar de sentirse respetado, querido, feliz, en casa de Prójorov, regresa cada día a su casa, donde le esperan una mujer y unas hijas a las que no quiere? Si él lo pidiera, su esposa le otorgaría el divorcio, sin resistencia.

Las demandas de un lector o de un espectador actual son muy diferentes a las de uno de comienzos del siglo XX, época en que las literaturas “con mensaje” estaban llenas de sentido. Es sintomático que durante aquella época se considerase a Chéjov como un autor anticuado, retratista de los problemas de una clase social a la que los acontecimientos parecían haber arrojado al basurero de la historia, un autor que trataba problemas que a nadie interesaban ya. Ahora a pocos les gusta que desde un libro o desde un escenario se diga cuál es el camino a seguir. En ese sentido, Chéjov satisface plenamente los deseos de un público deseoso de reflexionar sobre la naturaleza humana y los erráticos caminos que guían el comportamiento.

Se ha escrito repetidas veces que Chéjov es un fiel pintor del alma rusa. Sabemos que muchos de sus personajes los tomó de la realidad más cercana: el hombre enfundado y el médico Iónich, que dan título a dos de sus relatos más conocidos, fueron dos habitantes de Taganrog, la ciudad natal del escritor, y las casas en las que vivieron están en la actualidad señaladas por placas en la fachada; la familia propietaria de la finca que da título a la última de sus obras teatrales —título mal traducido, pues en realidad es El huerto de los guindos y no El jardín de los cerezos— existió realmente y se conserva una foto suya en el Museo Chéjov de Taganrog; las ciudades de provincias que aparecen en cientos de sus relatos son descripciones más o menos reconocibles de Taganrog y seguramente muchos de los personajes que atraviesan los más de mil cuentos publicados corresponden a seres reales.

Sin embargo, esa pintura del alma rusa está ejecutada con trazos tales que se ha vuelto universal. ¿Quién no ha conocido, aunque sea en carne ajena, el drama sin aparente salida de los amantes de La dama con perrito?, ¿quién no se ha encontrado con un funcionario o con un policía arrogante y cobarde, similar al gendarme de El camaleón?, ¿o con una mujer que no parece tener opiniones propias, sino que reproduce las de sus sucesivas parejas, como le ocurre a Olenka en Amorcito? Los personajes de Chéjov son, efectivamente, rusos, pero no son tan rusos que no puedan ser percibidos como cercanos por lectores y espectadores de otras culturas. El caso de Chéjov no es el caso de Ostrovsky, Nekrásov, Saltykov-Schedrín y otros grandes escritores rusos cuya obra salta con dificultad por encima de las fronteras culturales eslavas. No se agotan aquí los motivos que hacen de Chéjov un escritor universal, pero espero que tengan suficiente impulso para hacer reflexionar al lector más allá de la aparente paradoja que inicia este artículo.

Chéjov comenzó a escribir teatro a una edad temprana (Platonov, descubierta tras su muerte, la escribió a los 20 o 21 años); sin embargo, el teatro lo repelía y lo atraía. Ante el frío recibimiento que tuvo la lectura de La gaviota escribió: «En los relatos me encuentro en mi ámbito; en cambio, cuando escribo una obra me siento incómodo, como si alguien me estuviera mirando por encima del hombro». Frente a la rapidez con la que escribía sus relatos, tardó un año en componer Las tres hermanas y otro tanto El jardín de los cerezos. Cuando Dánchenko le pidió montar La gaviota en el Teatro de Arte, Chéjov había renunciado al teatro y se negó. Pero Dáchenko insistió, con éxito.

Guillermo Piedrahísta y Susana Uribe

CRONOLOGÍA ANTÓN CHÉJOV 1860-1904

1860. Nació el 29 de enero en Taganrog, una ciudad a orillas del Mar Negro (Ucrania), tercer hijo de un comerciante que había conseguido emanciparse de su condición de siervo. Estudió Medicina en la Universidad Estatal de Moscú, pero apenas si ejerció como doctor, pues se le diagnosticó tuberculosis.

1880. Empezó a publicar con seudónimo relatos de humor en revistas de Moscú. Eran cortas historias, en las que trataba temas como la pobreza, la tiranía de la burocracia, el hambre..., pero en los que ya le interesa describir los estados emocionales y los ambientes de los personajes.

1886. Se hace muy popular en San Petersburgo gracias a sus relatos. Aparece la primera colección de sus escritos humorísticos, Relatos de Motley, y estrena por primera vez, al año siguiente, en un teatro de Moscú la obra Ivanov. Comienza la época más productiva de su carrera.

1888-90. Recibe el Premio Pushkin de la Academia de Ciencias. Visita la isla penitenciaria de Sajalín, en la costa de Siberia (recoge sus impresiones del viaje en La isla de Sajalín).

1894. Visita a Tolstoi en su casa, por el que siente admiración, pero descubre sus divergencias en torno al papel de la literatura y el arte.

1897. Su frágil salud le obliga a trasladarse de su pequeña propiedad cercana a Moscú a Crimea, de clima más cálido. Es una época en la que también viaja a los balnearios de Europa y a la costa francesa. Conoce a Stanislavski, director del Teatro de Arte de Moscú, que estrenará al año siguiente La gaviota. Esta asociación con el director la mantuvo hasta su muerte y permitió la representación de sus obras más significativas: El tío Vania (estrenada en 1899), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904), así como otros dramas de un solo acto. El autor publicó más de mil relatos y cuentos.

1901. Se casa con la actriz Olga Knipper, protagonista de algunas de sus obras y con la que mantuvo una intensa correspondencia.

1904. Muere en la madrugada del 15 de julio, en el balneario alemán de Badweiler, en compañía de su mujer.

Patricia Tamayo, Douglas Salomón, Jairo Sarmiento, Guillermo Piedrahita, Derby Arboleda, Martha Márquez y Rodolfo Silva.

CAPÍTULO 1

LA GAVIOTA

 

 

LA GAVIOTA2

Comedia en cuatro actos

Antón Pávlovich Chéjov

Traducción del ruso:Ma Zhenghong, Alejandro González Puche

PERSONAJES

IRINA NIKOLÁIEVNA ARKÁDINA, su apellido de casada es Trépleva, actriz.

KONSTANTÍN GAVRÍLOVICH TRÉPLEV, su hijo, hombre joven.

PIOTR NIKOLÁIEVICH SORIN, hermano de Arkádina.

NINA MIJÁILOVNA ZARIÉCHNAYA, joven, hija de un rico terrateniente.

ILIÁ AFANÁSIEVICH SHAMRÁIEV, teniente retirado y administrador de Sorin.

POLINA ANDRÉIEVNA, su mujer.

MASHA, su hija.

BORÍS ALEXSÉIEVICH TRIGORIN, literato.

YEVGUENI SERGUÉIEVICH DORN, médico.

SEMIÓN SEMIÓNOVICH MEDVEDENKO, maestro.

YÁKOV, mozo.

COCINERO.

DONCELLA.

La acción tiene lugar en la hacienda de Sorin. Entre el tercero y el cuarto acto transcurren dos años.

Susana Uribe.

PRIMER ACTO

La escena representa un trozo de parque en la hacienda de Sorin. Al fondo, la ancha alameda que conduce al lago aparece cortada por un estrado provisional, dispuesto para una función de aficionados, que oculta totalmente la vista de aquel. A la derecha y a la izquierda del estrado se ven arbustos. Algunas sillas y una mesita.

Acaba de ponerse el sol. En el estrado, detrás del telón, se encuentran Yákov y algunos mozos más; se oyen toses y golpes. Masha y Medvedenko, de vuelta de un paseo, aparecen por la izquierda.

MEDVEDENKO: ¿Por qué va usted siempre vestida de negro?

MASHA: Llevo luto por mi vida. Soy desgraciada.

MEDVEDENKO: ¿Por qué? (Después de un momento de meditación.) No lo comprendo… Tiene usted salud, y su padre, sin llegar a ser rico, es un hombre acomodado. Cuánto más difícil es mi vida que la suya. No gano arriba de veintitrés rublos mensuales; además, me descuentan para la jubilación y, sin embargo, no me visto de luto. (Se sientan.)

MASHA: El dinero no lo es todo. También un pobre puede ser feliz.

MEDVEDENKO: Eso es en teoría, pero en la práctica la realidad es esta: que somos mi madre, dos hermanas, un hermanito y yo, y que en casa no entra más sueldo que los veintitrés rublos. ¿Y acaso no hay que comer y beber? ¿Acaso no hay que comprar té y azúcar? ¿Y acaso no hay que comprar el tabaco? Y hay que arreglárselas.

MASHA(fijándose en el estrado): La función empezará pronto.

MEDVEDENKO: Sí, Zariéchnaya hace de protagonista, y la obra la escribió Konstantín Gavrílovich. Con lo enamorados que están, sus almas se fundirán en un común anhelo por reproducir la misma imagen artística. Pero entre mi alma y la de usted, en cambio, no hay puntos de contacto. Yo la amo, y la angustia no me deja permanecer en casa. Todos los días camino seis verstas3 para venir aquí, y seis al volver, y no encuentro en usted más que indiferencia. Se comprende. No tengo medios económicos, y sí una familia numerosa… ¿Quién va a querer casarse con quien no tiene qué comer?

MASHA: Qué tontería. (Aspira rapé.) Su amor me conmueve, solo que no puedo corresponderle, eso es todo. (Tendiéndole la tabaquera.) Sírvase.

MEDVEDENKO: No tengo ganas.

Pausa.

MASHA: Hace calor, esta noche seguramente tendremos tormenta. Usted se pasa el tiempo filosofando o hablando de dinero. Según usted, no existe mayor desgracia que la pobreza, mientras que a mí, en cambio, me parece mil veces más fácil andar andrajoso y pedir limosna que... Pero usted no va a comprenderlo…

Por la derecha entran Sorin y Tréplev.

SORIN(apoyándose en un bastón): Yo, hermano, por alguna cosa, no me encuentro a gusto aquí en el campo y, naturalmente, nunca me acostumbraré a él. Anoche me acosté a las diez, y esta mañana me desperté a las nueve con la sensación que, de tanto dormir, los sesos se me habían quedado pegados al cráneo, o algo así. (Ríe.) Y después de comer, sin querer, volví a quedarme dormido, y ahora estoy deshecho, todo me parece una pesadilla, al fin y al cabo...

TRÉPLEV: Es cierto, tú necesitas vivir en la ciudad. (Viendo a Masha y a Medvedenko): Señores, ya se les llamará cuando vaya a empezar, pero ahora no se puede estar aquí. Váyanse, por favor.

SORIN(a Masha): María Ilínichna, si fuera tan amable de decir a su padre que suelten a ese perro que no para de aullar. Mi hermana no pudo dormir en toda la noche.

MASHA: Dígaselo usted mismo a mi padre, yo no quiero. Con permiso. (A Medvedenko.) ¡Vámonos!

MEDVEDENKO(a Tréplev): Entonces, usted mándenos un aviso con alguien cuando vaya a empezar. (Salen los dos.)

SORIN: Eso significa que otra vez se va a pasar el perro toda la noche aullando. Esa es la cosa, nunca me he sentido a gusto en el campo. A veces solía pedir vacaciones de veintiocho días y venía aquí para descansar; pero desde el primer momento me molestaban tanto con toda clase de estupideces, que me daban ganas de salir corriendo. (Ríe.) Siempre estaba muy contento de irme… Claro que ahora estoy retirado, y no tengo otro sitio donde meterme. Quieras o no quieras, hay que vivir...

YÁKOV(a Tréplev): Konstantín Gavrílovich, nosotros nos vamos a bañar.

TRÉPLEV: Bien, pero ya saben que dentro de diez minutos tienen que estar en sus puestos. (Consulta el reloj.) Pronto va a empezar.

YÁKOV: Como usted mande. (Sale.)

TRÉPLEV(echando una ojeada al estrado): Ahí tienes el teatro. El telón, la primera pata, la segunda y detrás un espacio vacío. Ningún decorado. La vista se abre sobre el lago y el horizonte. Levantaremos el telón a las ocho y media en punto, cuando salga la luna.

SORIN: Magnífico.

TRÉPLEV: Claro que si Zariéchnaya llega con retraso, se perderá todo el efecto. Ya debía estar aquí. Su padre y su madrastra la vigilan tanto, que escapar de su casa es tan difícil como salir de una cárcel. (Arreglando la corbata a su tío.) Tienes despeinada la cabeza y la barba. Deberías cortártelo, o…

SORIN(atusándose la barba): Esta es la tragedia de mi vida. Cuando era joven ya tenía el mismo aspecto de borracho empedernido. Las mujeres nunca me quisieron. (Sentándose.) ¿Por qué está mi hermana de tan mal humor?

TRÉPLEV: ¿Por qué? Se aburre. (Sentándose al lado.) Tiene celos. Está predispuesta contra mí, contra mi espectáculo y contra mi obra, porque a su escritor le puede gustar Zariéchnaya. No conoce todavía mi obra y ya la odia.

SORIN(ríe): Qué cosas imaginas…

TRÉPLEV: Ya le fastidia que en este pequeño escenario el éxito lo tenga Nina y no ella. (Consultando el reloj.) Mi madre es un caso psicológico curioso. Tiene indiscutible talento, es inteligente, es capaz de llorar leyendo un librito, te recita de memoria la totalidad de Nekrásov4, cuida a los enfermos como un ángel; ¡pero atrévete a elogiar delante de ella a la Duse!5 ¡Dios te libre! Hay que elogiarla solamente a ella, escribir sobre ella, entusiasmarse con su extraordinaria interpretación de La Dame aux Camélias o El tufo de la vida, pero como aquí, en el campo, carece de esa droga, se aburre y se irrita, y todos somos sus enemigos, tenemos la culpa de todo. Además, es supersticiosa, se asusta si hay tres velas encendidas y el número trece. Es avara. En Odesa, en el banco tiene setenta mil, lo sé con seguridad. Pero si le pides un préstamo se te echa a llorar.

SORIN: Lo que pasa es que imaginas que a tu madre no le va a gustar tu obra, y te pones nervioso. Cálmate, tu madre te adora.

TRÉPLEV(deshojando una flor): Me quiere, no me quiere; me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere. (Ríe.) ¿Ves? Mi madre no me quiere. ¡Claro! Quiere vivir, amar, usar blusitas claras, y yo, con mis veinticinco años, le estoy recordando siempre que ya no es joven. Cuando no estoy delante, no pasa de los treinta y dos años, pero cuando estoy, cuarenta y tres, y por eso me aborrece. También sabe que yo no reconozco el teatro. Ella ama el teatro, y cree hacer un servicio a la humanidad sirviendo al sagrado arte, mientras que, en mi opinión, en el teatro contemporáneo todo es rutina y prejuicio. Cuando se alza el telón y en una habitación de tres paredes, iluminadas por luz artificial, esos grandes talentos, esos sacerdotes del arte sagrado, representan cómo la gente come, bebe, ama, camina, viste sus chaquetas; cuando los veo en cuadros y frases vulgares, esforzándose por exponer una moral, una moral floja, fácil de comprender y útil solamente para uso doméstico, cuando me presentan en mil variaciones siempre lo mismo, siempre lo mismo, siempre lo mismo, huyo, huyo, como escapaba Maupassant de la torre Eiffel, que le aplastaba el cerebro con su vulgaridad.

SORIN: No se puede prescindir del teatro.

TRÉPLEV: Hacen falta nuevas formas. Nuevas formas hacen falta, y si no se encuentran, más vale que no haya nada. (Consultando el reloj.) Amo a mi madre, la amo profundamente; pero ella fuma, bebe, vive abiertamente con ese literato, su nombre anda continuamente en los periódicos y todo eso me cansa. A veces habla en mí el egoísmo de un simple mortal; a veces me da pena que mi madre sea una actriz célebre, y me parece que si fuera una mujer corriente yo sería más feliz. Tío, no hay situación más necia y desesperada que la mía: cuando recibe la visita de toda clase de celebridades, actores y escritores, y el único entre ellos que no es nada, soy yo; y si toleran mi presencia, es solo porque soy su hijo. ¿Quién soy? ¿Qué soy? Dejé la universidad en el tercer curso, por causas, como suele decirse, ajenas a la redacción; no tengo ni talento, ni dinero, y mi pasaporte me describe como burgués de Kiev. Es que mi padre era también un burgués de Kiev, aunque también fue un famoso actor. Pues, como te iba diciendo, cuando en su salón, todos estos actores y escritores se dignaban a dispensar su afable atención, me parecía que sus miradas estaban midiendo mi insignificancia; adivinaba sus pensamientos, y sufría por la humillación…

SORIN: A propósito, dime, por favor. ¿Qué clase de hombre es el literato ese? No se le comprende bien. Está siempre tan callado.

TRÉPLEV: Es un hombre inteligente, sencillo, ¿sabes?; un poco, diré, melancólico. Muy decente. Aunque todavía le falta mucho para cumplir los cuarenta, ya ha alcanzado la celebridad, y está harto, harto de todo... Ahora bebe únicamente cerveza y se interesa solo por mujeres maduras. En cuanto a sus escritos, pues… ¿cómo decirte? Son agradables, se ve que tiene talento… pero… después de leer a Tolstoi o a Zola, no te quedan ganas de leer a Trigorin.

SORIN: Pues a mí, hermano, me gustan los literatos. En otros tiempos deseaba ardientemente dos cosas: casarme y ser literato, pero no se me dio ni lo uno ni lo otro. Sí. A fin de cuentas, es agradable ser un pequeño literato.

TRÉPLEV(escuchando): Oigo pasos... (Abraza a su tío.) No puedo vivir sin ella… Hasta el ruido de sus pasos es maravilloso… Soy locamente feliz. (Apresuradamente va al encuentro con Nina Zariéchnaya, que entra.) Hechicera mía, mi ensueño…

NINA(agitada): No llegué tarde… Claro que no llegué tarde…

TRÉPLEV(besándole las manos): No, no, no...

NINA: ¡Pasé un día tan intranquilo, tenía tanto miedo! Temía que mi padre no me dejara venir… pero acaba de marcharse con mi madrastra. El cielo se había puesto ya rojo y empezaba a salir la luna, y yo vine arreando al caballo, arrreando. (Ríe.) Pero estoy contenta. (Estrecha fuertemente la mano a Sorin.)

SORIN(ríe): Me parece que tienes ojitos de haber llorado… ¡Vaya, vaya! ¡Eso no está bien!

NINA: No es nada... Vean cómo respiro con dificultad. Dentro de media hora me voy, hay que apurarse. Por el amor de Dios, no me retengan, no me retengan. Mi padre no sabe que estoy aquí.

TRÉPLEV: En efecto, ya es hora de empezar. Hay que llamarlos a todos.

SORIN: Ya voy, ahora mismo voy. (Sale por la derecha, cantando.)

«En Francia, dos granaderos»… (Mirando alrededor.) Una vez, cuando cantaba así, me dijo un camarada procurador6: «Excelencia, su voz es potente»… Se quedó pensando y después agregó: «Pero… repulsiva». (Ríe y sale.)

NINA: Mi padre y su mujer no me dejan venir aquí. Dicen que aquí anda la bohemia… y ellos tienen miedo, no vaya a ser que yo me meta a actriz… En cambio, a mí el lago me atrae aquí como a una gaviota... Mi corazón está lleno de ustedes. (Mira a su alrededor.)

TRÉPLEV: Estamos solos.

NINA: Me parece que por ahí anda alguien…

TRÉPLEV: Nadie.

Le da un beso.

NINA: ¿Que árbol es ese?

TRÉPLEV: Un olmo.

NINA: ¿Y por qué tiene ese color oscuro?

TRÉPLEV: Ya es de noche y todas las cosas se oscurecen. No se vaya tan temprano, se lo suplico.

NINA: Imposible.

TRÉPLEV: ¿Y si yo voy donde ustedes, Nina? Me pasaría toda la noche en su jardín, mirando su ventana.

NINA: Imposible, lo vería el guarda. Además, Tresor todavía no está acostumbrado a usted y empezaría a ladrar.

TRÉPLEV: La amo.

NINA: Shhh…

TRÉPLEV(al oír pasos): ¿Quién está ahí? ¿Es usted, Yákov?

YÁKOV(detrás del estrado): Así es, precisamente.

TRÉPLEV: Que ocupe cada uno su puesto. Ya es la hora. ¿Está saliendo la luna?

YÁKOV: Así es, precisamente.

TRÉPLEV: ¿Hay alcohol? ¿Hay azufre? Cuando aparezcan los ojos rojos, tiene que oler a azufre. (A Nina.) Vaya usted ya, todo está preparado. ¿Está nerviosa…?

NINA: Sí, mucho. No por su madre, que no le temo, pero está ahí Trigorin… me da miedo y vergüenza actuar delante de él… Delante de un escritor famoso… ¿Es joven?

TRÉPLEV: Sí.

NINA: ¡Qué cuentos tan maravillosos tiene!

TRÉPLEV(fríamente): No sé, no los leí.

NINA: Es difícil actuar en su obra. En ella no hay personas vivas.

TRÉPLEV: ¡Personas vivas! No hay que representar la vida tal como es, ni como debe ser, sino como se nos presenta en los sueños.

NINA: En su obra hay poca acción, todo es recitado. Y en una obra, a mi parecer, debe indispensablemente haber amor...

Salen ambos por detrás del estrado.

Entran Polina Andréievna y Dorn.

POLINA ANDRÉIEVNA: Comienza la humedad. Vuelva y póngase los chanclos.

DORN: Tengo calor.

POLINA ANDRÉIEVNA: No se cuida usted. Qué terquedad. Es usted médico, sabe perfectamente que el aire húmedo le es perjudicial y, sin embargo, le gusta mortificarme; ayer se pasó usted a propósito toda la noche en la terraza…

DORN(canturreando): «No digas que la juventud agoniza».

POLINA ANDRÉIEVNA: Estaba usted tan entusiasmado hablando con Irina Nikoláievna… que no notaba el frío. Confiese que le gusta…

DORN: Tengo cincuenta y cinco años.

Rodolfo Silva, Patricia Tamayo, Doris Sarria, Douglas Salomón, Susana Uribe y Derby Arboleda.

Rodolfo Silva, Susana Uribe, Patricia Tamayo, Doris Sarria, Douglas Salomón y Gabriel Uribe.

POLINA ANDRÉIEVNA: Tonterías, para un hombre eso no es vejez. Usted se conserva perfectamente y todavía agrada a las mujeres.

DORN: ¿Y qué quiere que haga?

POLINA ANDRÉIEVNA: Ustedes siempre están dispuestos a inclinar la cabeza frente a una actriz. ¡Todos!

DORN(canturreando): «Ante ti otra vez estoy…» Mire, el que la sociedad quiera a los actores y los acoja de manera distinta de la que acogería, por ejemplo, a un comerciante, está en el orden de las cosas. Eso es idealismo.

POLINA ANDRÉIEVNA: Las mujeres siempre se enamoraban de usted, y se le colgaban al cuello. ¿Eso era también idealismo?

DORN(encogiéndose de hombros): ¿Y qué? Mi relación con las mujeres siempre tuvo muchas cosas buenas. Lo que amaban en mí, principalmente, era al excelente médico. Hace diez o quince años, recordará usted, era yo el único partero decente de toda la gobernación. Además, siempre fui un hombre honesto.

POLINA ANDRÉIEVNA(cogiéndole una mano): ¡Querido mío!

DORN: Cuidado. Viene gente.

Entran Arkádina del brazo de Sorin, Trigorin, Shamráiev, Medvedenko y Masha.

SHAMRÁIEV: En el año de 1873, durante la feria de Poltava, ella tuvo una actuación magnífica. ¡Un portento! ¡Actuó maravillosamente! ¿No sabe usted por casualidad dónde está ahora el cómico Chadin, Pavel Semiónich? En el papel de Rasplúiev7 trabajó de un modo incomparable. Mejor que Sadovski8, se lo juro, estimada señora. ¿Dónde está ahora?

ARKÁDINA: Me pregunta usted siempre por actores antediluvianos. ¡Cómo voy a saberlo! (Se sienta.)

SHAMRÁIEV(suspirando): ¡Pashka9 Chadin! Ya no hay ninguno como él. ¡El teatro, Irina Nikoláievna, cayó en desgracia! Donde antes había potentes robles, ahora no quedan más que pinos.

DORN: Es verdad, hoy en día hay menos talentos brillantes, pero el actor medio es mucho mejor.

SHAMRÁIEV: No puedo estar de acuerdo con usted. Claro que es cuestión de gusto. De gustibus aut bene, aut nihil10.

Tréplev sale detrás del estrado.

ARKÁDINA(a su hijo): Hijo querido, ¿cuándo comienzan?

TRÉPLEV: Dentro de un minuto. Les ruego un poco de paciencia.

ARKÁDINA(recita de Hamlet): «¡Hijo mío, no digas más! ¡Me haces volver los ojos alma adentro, y allí distingo tan negras y profundas manchas, que nunca podrán borrarse!»11.

TRÉPLEV(de Hamlet): «¡Y todo no más que para vivir entre el hediondo sudor de un lecho infecto, encenegado en la corrupción, prodigando halagos y amorosos mimos en una inmunda sentina!».

Detrás del estrado se oye el toque de un cuerno de caza. ¡Señores, comenzamos! ¡Les ruego presten atención! Pausa.

Empiezo. (Da unos golpes con un palito y dice, con voz fuerte.) ¡Oh, ustedes honorables y viejas sombras que vagan en la noche sobre este lago, adormézcannos para que podamos contemplar en sueños lo que habrá de suceder dentro de doscientos mil años!

SORIN: Dentro de doscientos mil años no habrá nada.

TRÉPLEV: Pues bien, que nos representen esa nada.

ARKÁDINA: Que así sea. Ya estamos durmiendo.

Se levanta el telón; descubriendo la vista del lago; la luna, alta en el cielo, se refleja en el agua; sobre una gran piedra está sentada Nina Zariéchnaya, toda vestida de blanco.

NINA: Hombres, leones, águilas y codornices, ciervos astados, gansos, arañas, peces silenciosos que habitan en el agua; estrellas de mar y demás seres que el ojo humano no alcanza a ver. Vidas todas, vidas todas, vidas todas, que después de escribir su triste órbita se han apagado... Hace ya miles de siglos que la tierra no contiene ni un solo ser vivo, y que esta pobre luna enciende en vano su farol. En el prado, ya no se despiertan con grito las grullas, ni se oye el chasquido del escarabajo de mayo en la arboleda de los tilos. Frío, frío, frío. Vacío, vacío, vacío. Miedo, miedo, miedo.

Pausa.

Los cuerpos de los seres vivientes desaparecieron en el polvo, y la materia eterna la transformó en piedra, en agua, en nubes, mientras sus almas se unían hasta formar una sola. Esta alma común y universal soy yo... Yo... En mí vive el alma de Alejandro Magno, de César, de Shakespeare, de Napoleón y de la última sanguijuela. En mí, la conciencia humana se fundió con los instintos de los animales y lo percibo todo y dentro de mí vuelvo a vivir estas vidas.

Aparecen unos fuegos fatuos del pantano.

ARKÁDINA(en voz baja): Esto es algo decadente.

TRÉPLEV(con acento suplicante y en tono de reproche): ¡Mamá!

NINA: Estoy sola. Solo una vez, cada cien años, abro la boca para hablar, y mi voz suena tristemente en este desierto y nadie me oye... Tampoco ustedes, pálidos fuegos, me escuchan... Y ustedes, pálidos fuegos, no me escuchan... Al inicio de la mañana los engendra el pantano fétido, y vagan hasta el amanecer, pero sin sentido, sin voluntad, sin palpitación de vida. El padre de la materia eterna, el diablo, temiendo que en ustedes no surja la vida, los cambia a cada instante en átomos, lo mismo en las piedras que en el agua, y se transforma continuamente. En el universo, permanece inmutable e inalterable solo un espíritu.

Pausa.

Como un prisionero arrojado a un pozo profundo y vacío, yo no sé dónde estoy, ni lo que me espera. Lo único que no está oculto para mí es que, en la lucha cruel y encarnizada contra el diablo, principio de las fuerzas materiales, venceré y que, tras esto, materia y espíritu se fundirán en maravillosa armonía, y se instaurará el reinado de la voluntad universal. Esto, sin embargo, no vendrá hasta que, poco a poco, al cabo de una larga, larga hilera de millares de años, la luna, el claro Sirius y la Tierra se tornen polvo… Pero hasta entonces, todo será horror, horror...

Pausa. Sobre el lago surgen dos puntos rojos.

He aquí que ya se acerca mi poderoso adversario, el diablo. Veo sus terribles ojos purpúreos…

ARKÁDINA: Huele a azufre. ¿Tiene que ser así?

TRÉPLEV: Sí.

ARKÁDINA(riendo): Ah, qué efecto.

TRÉPLEV: ¡Mamá!

NINA: Se aburre sin el hombre…

POLINA ANDRÉIEVNA(a Dorn): Ya se quitó usted el sombrero. Póngaselo; si no, se va a resfriar.

ARKÁDINA: Es que el doctor se quitó el sombrero ante el diablo, el padre de la materia eterna.

TRÉPLEV(encolerizado y con fuerte voz): ¡La obra se acabó! ¡Basta! ¡Telón!

ARKÁDINA: Pero, ¿por qué te enfadas?

TRÉPLEV: ¡Basta! ¡Telón! ¡Baja el telón! (Da una patada en el suelo.) ¡Telón!

Baja el telón.

¡Perdón! Olvidé que escribir obras y representarlas es privilegio de unos pocos elegidos. ¡He violado el monopolio! A mí... ¡yo!... (Intenta decir algo más, hace un gesto despectivo con la mano y sale por la izquierda.)

ARKÁDINA: ¿Qué le pasa?

SORIN: Irina, no se puede, querida, tratar así el amor propio de un joven.

ARKÁDINA: Pero, ¿qué le he dicho?

SORIN: Lo ofendiste.

ARKÁDINA: Él mismo nos previno que todo era una broma, y yo, naturalmente, tomé su obra como broma.

SORIN: De todos modos...

ARKÁDINA: ¡Ahora resulta que escribió una obra grandiosa! ¡Díganme, por favor! De modo que organizar este espectáculo y perfumarnos con azufre no era para hacer una broma, sino un manifiesto… Pretendía enseñarnos cómo se debe escribir y qué se debe actuar. En fin, esto se pone aburrido. ¡Los continuos ataques contra mí y las puyas, señores míos, aburren a cualquiera! Es un joven caprichoso y engreído.

SORIN: Él quiso brindarte un placer.

ARKÁDINA: ¿Sí? Sin embargo, no eligió una obra normal, sino que nos obligó a escuchar ese delirio decadente. Como broma, estoy dispuesta a escuchar incluso delirios, pero aquí hay pretensiones de nuevas formas, de una nueva era en el arte. A mí me parece que aquí no hay ninguna nueva forma, sino simplemente un mal carácter.

TRIGORIN: Cada cual escribe como quiere y como puede.

ARKÁDINA: Pues que escriba como quiera y como pueda; pero que me deje en paz.

DORN: Júpiter, te enfadas…

ARKÁDINA: No soy Júpiter, sino una mujer. (Enciende un cigarrillo.) No me enfado. Pero sí me fastidia el que un muchacho emplee el tiempo en cosas tan aburridas. No era mi intención ofenderlo.

MEDVEDENKO: Nadie tiene fundamentos suficientes como para separar el espíritu de la materia, ya que pueda que sea el espíritu un conjunto de átomos materiales. (Vivamente, a Trigorin.) ¿No le parece que sería buena idea escribir una obra y representarla, sobre cómo vive nuestro hermano, el maestro? ¡Es una vida difícil la nuestra, muy difícil!

ARKÁDINA: Muy justo; pero no vamos a hablar de obras ni de átomos. ¡La noche está tan agradable! ¿Lo oyen, señores, cantan? (Escuchan.) ¡Qué maravilla!

POLINA ANDRÉIEVNA: Es en la otra orilla.

Pausa.

ARKÁDINA(a Trigorin): Siéntese a mi lado. Hará diez o quince años, aquí, en el lago, todas las noches, ininterrumpidamente, había música y canto. Aquí, por la ribera, había seis caseríos. Y todavía recuerdo las risas, el alboroto, los disparos, y siempre romanzas y romanzas... El Jeune premier e ídolo de todos estos seis caseríos era, entonces, el insigne y aquí presente (señalando a Dorn con la cabeza), doctor Yevgueni Sergueich12. Ahora también es un hombre encantador, pero en aquel entonces era irresistible. Sin embargo, empieza a remorderme la conciencia. Para qué habré yo ofendido a mi pequeño niño ¡Me siento intranquila! (Alzando la voz.) ¡Kostia! ¡Hijo! ¡Kostia!

MASHA: Yo voy a buscarlo.

ARKÁDINA: Hazme ese favor, querida.

MASHA(avanzando hacia la izquierda): ¡Eh! ¡Konstantín Gavrílovich…! ¡Eh! (Sale.)

NINA(saliendo por detrás del estrado): Por lo visto no va a haber continuación, así que puedo salir. ¡Buenas! (Se besa con Arkádina y con Polina Andréievna.)

SORIN: ¡Bravo!, ¡bravo!

ARKÁDINA: ¡Bravo!, ¡bravo! La hemos admirado. Con esa figura, con esa voz tan maravillosa, es imposible, es un pecado vivir metida en el campo. Usted tiene que tener talento. ¿Me oye? ¡Debe dedicarse a la escena!

NINA: ¡Oh, ese es mi sueño! (Suspira.) Pero nunca se realizará.

ARKÁDINA: ¿Quién sabe? Permítame que la presente: Trigorin, Borís Alexséievich.

NINA: Ah, estoy tan contenta… (Turbándose.) Yo siempre lo leo...

ARKÁDINA(haciéndola sentar a su lado): No se azare, querida. A pesar de su celebridad, es un alma sencilla. ¿Lo ve?... él también está azarado.

DORN: Creo que ya se podría levantar el telón, si no, esto parece lúgubre.

SHAMRÁIEV(alzando la voz): ¡A ver, Yákov, hermanito, levanta el telón!

Se levanta el telón.

NINA(a Trigorin): ¿No es verdad que es una obra extraña?

TRIGORIN: No comprendí nada. Sin embargo, la estaba viendo gustosamente. Actuaba usted con tanta sinceridad. La decoración, además, era maravillosa.

Pausa.

Con seguridad que en este lago hay muchos peces.

NINA: Sí.

TRIGORIN: Me gusta pescar. Para mí no hay mayor placer que sentarme en la orilla al atardecer, y contemplar el flotador de la caña.

NINA: Pues yo creo que para el que ha experimentado el placer de crear, ya no puede existir ningún otro placer.

ARKÁDINA(riendo): No le hable así. Cuando le dicen cosas bonitas, se confunde y no sabe qué responder.

SHAMRÁIEV: Recuerdo que una vez, en Moscú, en el teatro de la ópera, cuando el célebre Silva dio el más bajo do de la escala, en ese momento, como de aposta, se encontraba en el gallinero un bajo de nuestros cantores sinodales y, de repente, figúrese cuál sería nuestro absoluto asombro al oír un «¡Bravo, Silva!», desde gallinero y en una octava todavía más baja... Así (con voz de bajo profundo): «¡Bravo, Silva!»... ¡El teatro entero se quedó petrificado!

Pausa.

DORN: Pasó el ángel del silencio.

NINA: Tengo que marcharme. Adiós.

ARKÁDINA: ¿A dónde? ¿A dónde vas tan temprano? No la dejaremos.

NINA: Me espera mi padre.

ARKÁDINA: Cómo es él, en serio… (Se besan.) Bueno, qué le vamos a hacer. Es una lástima, una lástima dejarla ir.

NINA: ¡Si supieran la pena que me da irme!

ARKÁDINA: Alguien tendrá que acompañarla, pequeña mía.

NINA(asustada): ¡Oh, no, no!

SORIN(a ella, en tono de suplica): ¡Quédese!

NINA: No puedo, Piotr Nikoláievich.

SORIN: Quédese una hora más, siquiera. De verdad...

NINA(después de pensarlo y a punto de llorar): ¡Imposible! (Le estrecha la mano y sale, apresuradamente.)

ARKÁDINA: Realmente, es una muchacha infeliz. Dicen que su difunta madre dejó al marido toda su enorme fortuna, toda, hasta el último kopek. Por eso, ahora esta niña se quedó sin nada, pues su padre le dejó todo en herencia a su segunda mujer. Es indignante.

DORN: Sí, el papito, la verdad sea dicha, es un perfecto cerdo, hay que ser justo con él.

SORIN(frotándose las frías manos): Señores, vámonos nosotros también, esto se pone húmedo. Me duelen las piernas.

ARKÁDINA: Las tienes como de madera, a duras penas caminas. Vámonos, pues, viejo desdichado. (Lo toma de la mano.)

SHAMRÁIEV(ofreciendo el brazo a su mujer): ¡Madame!...

SORIN: Oigo otra vez ladrar al perro. (A Shamráiev.) Tenga la bondad, Iliá Afanásievich, de decir que lo suelten.

SHAMRÁIEV: Imposible, Piotr Nikoláievich, temo que entren ladrones al granero. Allí tengo almacenado el mijo. (A Medvedenko, que camina a su lado.) Sí, en toda una octava más grave: «¡Bravo, Silva!» Y no se trata de ningún artista, sino de un simple cantor del sínodo.

MEDVEDENKO: ¿Qué sueldo es el de un cantor del sínodo?

Salen todos, salvo Dorn.

DORN(solo): No sé, puede que yo no entienda nada, o que me haya vuelto loco, pero la obra me gustó. Hay algo, algo en ella. Cuando esa niña habló de la soledad, y después, cuando aparecieron los ojos rojos del diablo, de la turbación me temblaron las manos. Es fresca, ingenua… Me parece que ahí viene él. Quisiera decirle muchas cosas agradables.

TRÉPLEV(entrando): Ya no hay nadie.

DORN: Estoy yo.

TRÉPLEV: Máshenka me está buscando por todo el parque. Es una criatura insoportable.

DORN: Konstantín Gavrílovich, su obra me gustó muchísimo. Es un tanto extraña, y no escuché el final; pero, sin embargo, la impresión que produce es fuerte. Es usted un hombre de talento, y debe continuar.

Tréplev, tras estrecharle fuertemente la mano, movido por un arranque espontáneo, lo abraza.

Ufff, qué nervioso está usted. Si hasta se le llenan los ojos de lágrimas… ¿Qué otra cosa quería decirle? Usted tomó un argumento de la esfera de las ideas abstractas. Así tiene que ser, porque la obra de arte debe, desde luego, expresar algún gran pensamiento. Solo es bello lo que es serio. Pero, ¡qué pálido está usted!

TRÉPLEV: ¿De modo que usted opina que debo continuar?

DORN: Sí... Pero represente únicamente lo importante y eterno. Usted ya sabe que tuve una vida muy variada, provechosa y me encuentro satisfecho, pero si me hubiesen dado, como a los artistas, sentir el levantamiento del espíritu en el momento de la creación, me parece que hubiera despreciado mi envoltura material, y todo lo que a esa envoltura concierne, y hubiera volado lo más alto y lejos posible de la tierra.

TRÉPLEV: Perdone, ¿dónde está Zariéchnaya?

DORN: Y, además, otra cosa. La obra debe tener un pensamiento claro y resuelto. Tiene usted que saber para qué escribe, de otro modo, si sigue usted por este camino pintoresco, sin un fin determinado, se extraviará y su propio talento será su destrucción.

TRÉPLEV(con impaciencia): ¿Dónde está Zariéchnaya?

DORN: Se fue a su casa.

TRÉPLEV(desesperado): ¿Qué voy a hacer yo? Quiero verla… Es indispensable que la vea... Me voy…

Entra Masha.

DORN(a Tréplev): Cálmese, amigo mío.

TRÉPLEV: De todas formas, me voy. Tengo que irme.

MASHA: Vaya a su casa, Konstantín Gavrílovich. Su madre lo espera. Está intranquila.

TRÉPLEV: Dígale que me fui. ¡Les ruego a todos ustedes que me dejen en paz! ¡Déjenme! ¡No me sigan!

DORN: Pero, pero, pero querido... no puede ser así... Eso no está bien.

TRÉPLEV(entre lágrimas): Adiós, doctor. Gracias… (Sale.)

DORN(suspirando): ¡Juventud, juventud!

MASHA: Cuando no se tiene otra cosa qué decir, se dice: Juventud, juventud. (Aspira rapé.)

DORN(quitándole la tabaquera y tirándola entre los arbustos): ¡Es repugnante!

Pausa.

Parece que en la casa están tocando. Tengo que ir.

MASHA: Espere.

DORN: ¿A qué?

MASHA: Vuelvo a decírselo una vez más. Quisiera hablar... (Nerviosa.) No quiero a mi padre y… sin embargo, el corazón me guía hacia usted. Por alguna razón siento con toda mi alma que usted me es próximo... Ayúdeme, pues. Ayúdeme; porque si no, haré una tontería; me burlaré de mi vida, la arruinaré... No puedo más…

DORN: ¿Cómo? ¿En qué puedo ayudarla?

MASHA: Sufro. ¡Nadie, nadie puede imaginar mis sufrimientos! (Reclina la cabeza sobre el pecho de él, y en voz baja.) Amo a Konstantín.

DORN: ¡Qué nerviosos están todos! ¡Qué nerviosos! Y cuánto amor… ¡Oh, lago embrujado! (Tiernamente.) ¿Y qué puedo hacer yo, criatura mía? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?

Telón

 

Susana Uribe, Douglas Salomón, Jairo Sarmiento, Patricia Tamayo, Martha Márquez y Rodolfo Silva.

Patricia Tamayo, Martha Márquez, Gabriel Uribe, Doris Sarria, Rodolfo Silva y Douglas Salomón.

Rodolfo Silva, Douglas Salomón, Patricia Tamayo, Susana Uribe, Jairo Sarmiento, Doris Sarria y Gabriel Uribe.

SEGUNDO ACTO

Campo de cróquet. En el fondo, a la derecha, casa con gran terraza; a la izquierda, sobre el lago se refleja la luz brillante del sol. Ramos de flores. Es mediodía. Hace calor. En un banco, junto al campo de cróquet, y bajo la sombra de un viejo tilo, están sentados en un banco Arkádina, Dorn y Masha. Sobre las rodillas de Dorn descansa un libro abierto.

ARKÁDINA(a Masha): A ver, levantémonos.

Se levantan.

Pongámonos juntas. Usted tiene veintidós años, y yo, casi el doble. Yevgueni Serguéievich!, ¿cuál de los dos parece más joven?

DORN: Usted, por supuesto.

ARKÁDINA: Ya ve... ¿Y por qué? Porque yo trabajo, siento, estoy continuamente en movimiento, mientras que usted está siempre sentada en el mismo sitio, no vive... Además, tengo por regla no mirar el futuro. Nunca pienso en la vejez, ni en la muerte. El que las debe no se salva13.

MASHA: Pues yo tengo la sensación de haber nacido hace mucho, muchísimo tiempo; arrastro la vida como si fuera la interminable cola de un vestido… Me ocurre, con frecuencia, que no siento ganas de vivir. (Se sienta.) Claro que son tonterías. Hay que sacudirse y quitarse de encima todo eso.

DORN(canturreando bajito): «Flores mías, habladle de mi amor…».

ARKÁDINA: Además, soy correcta como una inglesa. Yo, querida, como dicen, nunca me descuido, y me visto y me peino de un modo muy comme il faut. ¿Permitirme a mí misma salir de casa, tan solo para ir al jardín, en bata o despeinada? Jamás. Por eso me conservo bien, porque nunca he sido desaliñada, y no me he abandonado como otras... (Levantándose y con las manos en las caderas se pasea por el espacio.) Vean ustedes, como una jovencita. Capaz de representar papeles de niña de quince años.

DORN: Todo estará muy bien, pero yo voy a continuar. (Coge el libro.) Quedamos en lo del tendero y las ratas…

ARKÁDINA: Y las ratas. Lea. (Se sienta.) Mejor, deme, que voy a leer yo. Es mi turno. (Coge el libro y busca con la vista.) Y las ratas... aquí está… (Leyendo.) «Y, naturalmente, para la gente de mundo, el atraer y mimar a los novelistas resulta tan peligroso como para un tendero criar ratas en sus almacenes. A pesar de eso, se les ama. Así, pues, cuando una mujer elige un escritor que quiere cautivar, lo asedia por medio de elogios, amabilidades y complacencias...» Bueno, eso será entre los franceses porque entre nosotros no ocurre nada parecido, no puede predecirse. Entre nosotros, la mujer, por lo general, antes de conquistar al escritor, ya está enamorada de él hasta las orejas, denlo por seguro. Sin ir más lejos, aquí estamos Trigorin y yo…

Aparece Sorin, apoyándose en un bastón y lleva a su lado a Nina; los sigue Medvedenko, empujando una silla de ruedas vacía.

SORIN(a Nina, en el tono cariñoso con que se habla a los niños): ¿Sí? ¿Tendremos esa alegría? ¿Hoy estamos contentos, por fin? (A su hermana.) ¡Tenemos una alegría! Su padre y la madrastra se marcharon a Tver, y nos vamos a ver en libertad durante tres días completos.

NINA(sentándose al lado de Arkádina y abrazándola): ¡Soy feliz! Ahora les pertenezco.

SORIN(sentándose en su silla de ruedas): Hoy está muy bonita.

ARKÁDINA: Bien vestida, interesante… Por eso es usted muy inteligente. (Besa a Nina.) Pero no la alabemos demasiado, no vaya a ser que le echemos mal de ojo. ¿Dónde está Borís Alexséievich?

NINA: Está pescando cerca de la caseta del baño.

ARKÁDINA: ¡Cómo no le aburrirá! (Se dispone a reanudar la lectura.)

NINA: ¿Qué leen?

ARKÁDINA: Sobre el agua, de Maupassant, querida. (Lee para sí algunos renglones.) Lo que sigue es poco interesante e inexacto. (Cierra el libro.) Tengo el alma intranquila. Dígame, ¿qué le ocurre a mi hijo? ¿Por qué está tan aburrido y serio? Se pasa los días enteros en el lago y es rara la vez que lo veo.

MASHA: No está bien en su alma. (A Nina, con timidez.) ¡Recite algo de su obra, se lo ruego!

NINA