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«Palpita en el fondo de estos poemas un trasunto biográfico, una dimensión confesional, pero todo queda trascendido mediante imágenes que intensifican el vitalismo y la pasión. Somos amores que se fueron y a los que todavía esperamos […] Está también la historia presente y la sociedad de nuestro tiempo, pero está sobre todo ese pulso herido que va al encuentro de aquello que fue». Diego Doncel, prólogo. «Escribes poesía porque lees poesía. Podría decir que escribo poesía porque leí unos versos que me dejaron, gran desatino, sin palabras. Por la vía negativa, dirían los místicos, apenas unos versos, el balbuceo enamorado de san Juan de la Cruz: "un no sé qué que queda balbuciendo", que me ofrecía el mapa del tesoro, la llave del reino, un intento permanente de acceder a la paradoja del amor y del lenguaje». Isabel Ordaz
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La geografía de tu nombre
Prólogo de Diego Doncel
© Isabel Ordaz, 2022
© del prólogo, Diego Doncel
Diseño de cubierta: Gabriel Nunes
Edición digital: José Toribio Barba
ISBN ePUB: 978-84-17786-68-7
1.ª edición digital, 2022
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www.taugenit.com
LA POESÍA DE LA ESPERA, prólogo de Diego Doncel
Las palabras
La mar
El escarabajo
Dos piedras
Memoria en rojo
Vida
La mecha (Lo social TV)
La tinta de la ausencia
Estrellas en los charcos
Picassiana
Mortal y rosa
Dónde estaban
Sin título
Cuando se come arena
Y de pronto, Schubert
Ellas, las diminutivas
Un poema sobre todo
Encuentro con la primavera
Vuelve la música de los caballitos
Hombre en la cocina (A ese hombre)
Si yo supiera
De moscas y perspectivas
Memento mori
Y de pronto un jeroglífico (Covidiecinueve)
Dicen que es como la guerra (un entremés)
Cuerpo que sueña
A Caspar David Friedrich
La muerte está al acecho
Sobre los muertos
Extraña compañía
Sin pecado concebida (Fantasía sobre los cisnes)
La pasión
¿Alguien necesita algo?
Llanto por un galgo
Gymnopédies de Satie
Crepuscular
Y se nos viene la noche
Los poetas
Al fin ¿quién fuiste?
Peticiones
Mañanitas de niebla
El disfraz de las mariposas
Aniversario
A mesa puesta
De oro
Palomas
Boceto I – Ambar
Boceto II – Azul
Boceto III – Desvaído
Boceto IV – Blanco aunque verde
Boceto V – Gama
Cada vez que Isabel Ordaz se sube a un escenario, o cada vez que se coloca delante de una cámara, el espectador siente la intensidad, la sencillez, la naturalidad de un modo de interpretación donde nunca se pierde la dimensión humana. Si yo tuviera que definir su arte interpretativo lo haría diciendo precisamente eso, que es intenso, sencillo y natural.
La Isabel Ordaz poeta hace de la poesía una forma de confesión, una forma de revelación. Su personalidad poética está llena de adentros, de geografías sentimentales. Y en su palabra cualquier forma de imaginación es una forma de temblor. Le gusta intensificar la experiencia de la vida mediante imágenes poderosas y un aliento que viene de la tragedia porque en ella se hace cierto aquello que escribía Marguerite Yourcenar al principio de Memorias de Adriano, que vivimos en ese momento en que los dioses antiguos ya no nos sirven y los nuevos están por llegar, es decir, entre el pasado que fue y las llamas de un presente que es sobre todo una espera.
El sentido de la espera es consustancial a La geografía de tu nombre, su último y magnífico libro, tan maduro ya como emocionante. En él, Isabel Ordaz crea una voz que está llena de carnalidad y que evoca el cuerpo y la piel ya idos, la memoria de un amor. Sin duda palpita en el fondo de estos poemas un trasunto biográfico, una dimensión confesional, pero todo queda trascendido mediante esas imágenes que intensifican el vitalismo y la pasión. Somos los amores que se fueron y a los que todavía esperamos, somos el recuerdo de unos labios que dejaron palabras y besos y una vida que todavía arde en el recuerdo. «¿Qué será de mí si tú me olvidas?», dice, y la respuesta es una postura moral: la búsqueda a través de fotos, la resurrección de lo vivido a través del poema. La geografía de tu nombre habla de un trauma, el de la ausencia, y de una esperanza, la de la palabra como camino de vuelta, más allá del vacío. Y señala cómo construir o reconstruir una identidad en medio de la derrota, a partir de los escombros. Todos esos poemas son esa enorme tentativa por encontrar el rostro propio, el conjunto de rasgos que la vida fue erosionando. Están, claro, la infancia, los recuerdos familiares, las intensas escenas de amor en común. Está también la historia presente y la sociedad de nuestro tiempo, pero está sobre todo ese pulso herido que va al encuentro de aquello que fue.
A la poesía de Isabel Ordaz le gusta dialogar con el silencio, le gusta derramarse por los espacios blancos de la página. Como en Mallarmé, los poemas se construyen a partir de la dramatización del espacio. La dramatización del espacio es en ella la dramatización de la voz, del sentimiento. Los largos poemas se van derramando con una respiración entrecortada, como cuando se llora o se está lleno de pasión. El verso se fractura para que la tragedia se exprese en ese territorio donde el grito toma la forma del recuerdo y la reflexión.
La geografía de tu nombre es esencialmente un único poema, incluso estilísticamente nada en él cambia. Isabel Ordaz va aportando intensidades, nuevas perspectivas, ampliaciones de su visión en una estructura sólida, muy medida y muy arrolladora. Es un libro para pensar y para sentir, para conmoverse y para acompañarse con el dolor, con el amor y el erotismo de fondo. Un estupendo libro de madurez que nos muestra a una Isabel Ordaz que ha venido a la poesía de hoy para quedarse, es decir, para emocionarnos desde la imaginación y el temblor, desde la vida y sus encrucijadas, las dimensiones donde las obras de arte se hacen humanas y las biografías muestran toda su fuerza. Lo demás, ya se sabe, es pobre literatura, algo de lo que Isabel Ordaz huye con ese gesto suyo aprendido en una palabra llena de memoria, de deseo y de intemperie.
Diego Doncel Madrid Otoño, 2021
«… cuando pienso que el ser humano está abandonado a sí mismo, como un extraviado, en este rincón del universo, se apodera de mí el espanto». BLAISE PASCAL
«Una palabra muere al salir de los labios, dicen algunos. Sin embargo, yo creo que su vida comienza en ese instante».EMILY DICKINSON
Las palabras alcanzadas por las absortas novias,
alcanzadas por el rayo de la revelación,
húmedas en mi boca, se muerden a sí mismas
porque tú te has ido.
Palabras como olas que buscan el abrazo,
palabras con vocación de playa y nacimiento, palabras
que me salvan del desorden de tu ausencia,
palabras que me anidan en la caricia de lo verde.
Pero tú no estás y mi cuerpo, y tu cuerpo,
se hunden en el abismo vegetal de las sombras.
¿Qué sentido tiene todo esto?
Nuestros cuerpos ahogados en la perla líquida del ojo.
¡Fragilidad! Esa soy, eso queda de mi canto.
Oh, santa madre, palabra santa,
cómo dueles cuando callas tu recóndito escondite, cómo dueles
cuando niegas la carne,
la embriaguez de su horizonte, el arrebato
encendido
de los placeres soñados.
Te has ido y ahora son extrañas las auroras,
son extrañas las preguntas y los besos.
Palabras frías solo tengo
sobre chimeneas frías,
sobre fuegos apagados.
Ellas me consuelan de tanta despedida,
de la memoria amarilla de nuestro lecho soleado,
ellas, sí, mis compañeras
en el pronóstico reservado,
en el pronóstico polar,
en el pronóstico del despojo.
Paso mi mano sobre tu cuerpo sin cuerpo y solo alcanzo el hueco
de tus labios,
tus ojos idos, que ya no me sostienen, que ya no me reflejan.
Es tu herencia,
las letras de tu nombre, mis amigas,
las leales,
mis aliadas de nieve,
las letras de tu nombre que alivian este exilio.
La mar está embriagada.
Las invioladas vestales me traen joyeros de entusiasmo.
Cogidas de la mano me invitan a arder.
¿Todo, al fin, será ceniza?
Les pregunto, tan bellas, sus túnicas y peplos,
sus rostros de efigies enmudecidas, sus trenzas macizas,
sacrificadas al humo de los incensarios.
«Quémate», me dicen sus morritos de fresa
(ellas, que siempre han habitado en sueños ajenos).
Sus boquitas de piñón alimentadas de falsos capullos,
adornadas con los hilos de seda
con los que otros se ahorcan.
«Quémate»,
me aconsejan las custodias,
«en el humo desencarnado de los dioses».
Pero no, no es eso, no es eso.
No es ese el asunto, les respondo, ya no,
ahora soy gaviota quebradiza
y mi palabra está rota y mis dioses desvanecidos.
Me duelo entre un sueño de maizales y busco la luz en retirada,
el color naranja de la tarde y la carne
a plomo.
No, ya no,
ahora soy una mandolina herida y a la espera
del advenimiento de un susurro, de algún pacto
de sosiegos.
Mirad, es como jugar con las raíces del sueño,
a cada paso soy vencida por el tiempo pero a cambio
habito el desdén de una sonrisa triste
frente a los acontecimientos secuestrados.
En la filigrana de una ausencia espero