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El intento de estas páginas es leer el Cantar de los Cantares desde otra "hendidura de la roca", descodificando de alguna manera su lenguaje y buscando las líneas de fuerza que coinciden con las constantes de cualquier relación amorosa, sea cual sea su cualidad concreta (esponsalidad, amistad, filiación...). Eso nos permitirá descubrir, por ejemplo, que, cuando el padre de la parábola le dice a su hijo mayor: "Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo" (Lc 15,31), está expresando algo muy parecido a lo que declara la novia del Cantar: "Mi amado es para mí y yo para él" (Cant 2,16), porque el dinamismo de mutua pertenencia y de totalidad están siempre presentes en el amor. Y, por eso, cuando ella afirma: "Lo agarré y no lo soltaré" (Cant 3,4), se está refiriendo a la misma experiencia de Pablo cuando dice: "Continúo mi carrera por ver si consigo alcanzar a aquel por quien he sido alcanzado" (Flp 3,12). En cada capítulo, después de la introducción, aparecen estos apartados: - Centellas de fuego (Cant 8,6): textos de san Juan de la Cruz, lector por excelencia del Cantar, y de san Juan de Ávila, que, sin hacer referencia explícita a él, se mueve dentro de sus mismas claves y lo expresa en un castellano rotundo y maravilloso. - Con cuánta razón eres amado (Cant 1,4): textos de diferentes autores en los que resuena con música de distintos "instrumentos" el tema de fondo de cada capítulo. - Detrás de la tapia (Cant 2,9): propuestas de lectura del Cantar en clave global y solidaria, en un camino de "descenso" hacia el mundo de los empobrecidos, que paradójicamente invierte la dirección mística de "ascenso" hacia Dios, pero que acaba en idéntico término. Porque "ambas experiencias nos acercan y anticipan, aún en un espejo, lo que será el gozoso encuentro con el Compasivo (Is 49,10)" (J. L. Segovia). - En la hendidura de la roca (Cant 2,14): sugerencias de profundización orante que permitan utilizar el libro en tiempos de oración personal, días de retiro o de Ejercicios.
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Seitenzahl: 228
Veröffentlichungsjahr: 2010
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LA HENDIDURA DE LA ROCA
VARIACIONES SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES
Dolores Aleixandre, RSCJ
Portadilla
Introducción
1. He buscado en la noche (Cant 3,1)
2. El corazón en vela (Cant 5,2)
3. Atráeme... (Cant 1,4)
4. El alma se me fue tras él (Cant 5,6)
5. Frutos nuevos y añejos (Cant 7,14)
6. Soy morena y hermosa (Cant 1,5)
7. Mi viña, la mía, no la guardé (Cant 1,6)
8. Llega el tiempo de la poda (Cant 2,12)
9. Sostenedme con manzanas... (Cant 2,5)
10. Tú que me eres tan cercana (Cant 1,9)
11. Tu nombre, un perfume derramado (Cant 1,5)
12. Grábame como un sello (Cant 8,6)
Apéndice: Cantar de los Cantares
Notas
Créditos
En el Congreso Internacional de Ejercicios ignacianos (Loyola, 1991) hubo un debate interesante sobre si en san Ignacio de Loyola estaba presente la mística esponsal, como en san Bernardo o san Juan de la Cruz, o si más bien prefería hablar de la relación con Dios en términos de «Señor» o «Rey». Alguien dijo que el lenguaje de Ignacio era el de un vasco sobrio y contenido, pero que su expresión «ser puestos con el Hijo» expresa la misma totalidad de relación que el lenguaje nupcial de los místicos.
En todo caso, al hablar de Dios como «Esposo», como «Señor» o como «Padre» estamos empleando algunas de las infinitas metáforas que nos ofrece la Escritura a la hora de dirigirnos a Aquel que es el origen de todo. Lo intuye Rilke en uno de sus poemas:
¿Eres el Padre nuestro? ¿Y yo, yo habré
de llamarte Padre?
Eso sería igual que separarme mil veces de ti.
Tú eres mi hijo. Te reconoceré
como se reconoce al hijo único amado
cuando se llega a ser hombre, un hombre anciano1.
Aceptar esta «movilidad» de lenguajes y esta pluralidad de nombres a la hora de invocar a Dios y relacionarnos con él supone una gran liberación: por una parte nos sitúa en continuidad con la audacia de los profetas, que se dirigen a él desde un «imaginario» variadísimo y sorprendente, y, por otra, nos permite acceder al Cantar de los Cantares con una mirada diferente y asomarnos a su «jardín» sin que nos lo impidan las tapias que a lo largo de los siglos se han ido levantando en torno a él. Una de esas «tapias» ha sido la polémica entre dos posturas que se consideraban irreconciliables: la de una lectura alegórica, inspirada en los Padres, que ve solamente en él una parábola del amor entre Dios y el alma, y la literal, que lo contempla simplemente como un conjunto de canciones de amor con un fuerte componente erótico. Unos han huido de la primera, porque las imágenes nupciales en la relación con Dios les resultan demasiado intimistas e individualistas, mientras que otros han evitado leerlo, desconcertados por el atrevimiento de su lenguaje sexual.
Pienso que hay una «tercera vía» de lectura, y es escucharlo en estéreo, es decir, aprendiendo y disfrutando de su visión tan gozosa y positiva de la relación amorosa entre un hombre y una mujer, tejida de igualdad y reciprocidad, quedándonos a la vez deslumbrados al leer esa relación como una bellísima parábola del amor de Dios. El amor humano se convierte entonces en un «lugar teológico» capaz de expresar algo de la cercanía, la preocupación, el vehemente deseo que fluye entre Dios y los seres humanos, en una metáfora que nos revela algo inaudito: así nos ama Dios y así somos amados: con esa pasión, con esa impaciencia, con ese júbilo2.
«Deseamos a Dios a partir de una experiencia humana», afirma Bernardo Olivera, ex Prior General de la Orden Cisterciense: «En el nivel de la consciencia, estas experiencias se traducen en símbolos que remiten y expresan lo deseable e inefable. Nuestra concepción de Dios nace de nuestras disposiciones y deseos, porque, como dice san Bernardo: “El que llamemos a Dios con los diversos nombres de Padre, Maestro o Señor no quiere decir que haya alguna diversidad en su naturaleza simplicísima y completamente invariable, sino una múltiple variación en nuestros afectos según los diversos progresos o defectos de nuestra alma” (Sermones varios 8,1)»3.
Por eso, el intento de estas páginas es leer el Cantar y, ya que estamos con las metáforas, desde otra «hendidura de la roca», descodificando de alguna manera su lenguaje y buscando las líneas de fuerza que coinciden con las constantes de cualquier relación amorosa, sea la que sea su cualidad concreta (esponsalidad, amistad, filiación...). Eso nos permitirá descubrir, por ejemplo, que cuando el padre de la parábola le dice a su hijo mayor:«Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31), está expresando algo muy parecido a lo que declara la novia del Cantar:«Mi amado es para mí y yo para él»(Cant 2,16), porque el dinamismo de mutua pertenencia y de totalidad están siempre presentes en el amor. Y por eso, cuando ella afirma: «Lo agarré y no lo soltaré» (Cant 3,4), se está refiriendo a la misma experiencia de Pablo cuando dice:«Continúo mi carrera por ver si consigo alcanzar a aquel por quien he sido alcanzado»(Flp 3,12).
«Despierta, cierzo; llégate, austro, oread mi huerto, que exhale sus perfumes»(Cant 4,16). La misma experiencia que aparece aquí con una metáfora olfativa, lo expresa con otra auditiva el subtítulo del libro: «Variacionessobre el Cantar de los Cantares», que también podría haber sido: «A propósito del Cantar».Y es que, al haber hecho la lectio divina durante un año sobre él,su melodía original me ha ido resonando en otros muchos textos, situaciones y relaciones, me ha hecho «aspirar» en todo ello un aroma común: el de estar atravesados por la misma dinámica de un amor siempre herido por el deseo del encuentro y siempre desbordado por la experiencia de su gratuidad.
En cada capítulo, después de la introducción, aparecerán estos apartados:
– Centellas de fuego (Cant 8,6): textos de san Juan de la Cruz, lector por excelencia del Cantar, y de san Juan de Ávila, que, sin hacer referencia explícita a él, se mueve dentro de sus mismas claves y lo expresa en un castellano rotundo y maravilloso.
– Con cuánta razón eres amado (Cant 1,4): textos de diferentes autores en los que resuena con música de distintos «instrumentos» el tema de fondo de cada capítulo.
– Detrás de la tapia (Cant 2,9): propuestas de lectura del Cantar en clave global y solidaria, en un camino de «descenso» hacia el mundo de los empobrecidos, que paradójicamente invierte la dirección mística de «ascenso» hacia Dios, pero que acaba en idéntico término. Porque «ambas experiencias nos acercan y anticipan, aún en un espejo, lo que será el gozoso encuentro con el Compasivo (Is 49,10)» (J. L. Segovia).
– En la hendidura de la roca (Cant 2,14): sugerencias de profundización orante que permitan utilizar el libro en tiempos de oración personal, días de retiro o de Ejercicios.
CLAVES TEOLÓGICAS PARA ENTRAR EN EL CANTAR
«El Cantar es el cántico del amor absoluto que revela y refleja lo absoluto del amor. “Las Escrituras son santas, pero el Cantar de los Cantares es el santo de los santos”, enseñaba Rabí Aqiba, amante y mártir, que introdujo en el canon bíblico este librito en el que el nombre de Dios está ausente. ¿Ausente? Que cada uno se mire en este canto: descubrirá la verdad de Su rostro y de Su voz» (A. Chouraqui)4.
«La lectura simbólica del Cantar parte de un dato real, humano, denso, el del amor de pareja, exaltado por otra parte en el ámbito sapiencial bíblico (cf. Gn 1-2). El Cantar es ciertamente celebración del amor nupcial en su plenitud, pero también es afirmación de todos sus valores referenciales. En este sentido, el amor humano perfecto, en el que la corporeidad y el eros son ya lenguaje de comunión, sin perder su carga concreta y personal, llega por su naturaleza a decir que el misterio del amor tiende al infinito y expresa la realidad trascendente y divina […] El cuerpo es siempre, y más en el Cantar, un gran instrumento de comunicación espiritual. Lo es no de forma alegórica, por medio de la búsqueda exasperada de metáforas morales o místicas, sino de forma auténticamente simbólica, para la que cada dimensión concreta adquiere significados posteriores de vida, de ternura, de amor, de diálogo» (G. Ravasi)5.
«Los significados mesiánicos, filosóficos y místicos del Cantar no son incitaciones a ir más allá del sentido carnal del amor. Al contrario: si la alianza con el Eterno se expresa con tanta frecuencia en la Biblia a través del simbolismo de la alianza conyugal, es también porque, para el judaísmo, la alianza carnal entre dos seres humanos permite aproximarse, mejor que la soledad, al secreto de la vida divina» (C. Chalier)6.
«Se puede decir que los ocho capítulos del Cantar constituyen el desarrollo más bello del éxtasis de la primera creación experimentado por “el primero” (’ish) frente a “la primera” (’ishshah), ambos perfectamente armonizados en su desnudez original (Gn 2,23). Cada lector de este texto, espontáneamente y con sorpresa, se encuentra personalizado en uno de los dos anónimos protagonistas, en ella o en él. Indudablemente, en la propia correspondiente verdad, también lo ha cantado Miryam por José de Nazaret y José por Miryam. E incluso María de Magdala o María de Betania o los “contemplativos” por Jesús, y Jesús por cada uno de los hermanos que el Padre le ha dado. Está “vivo” solo el que ama a los hermanos que ve (1 Jn 3,14; 4,20) y el primer “otro”, el “hermano” que veo, el primer Tú, semejante, pero diferente de mí, que misteriosamente me interpela sobre el amor, es mi hermana / mi hermano, mi tú femenino / masculino. La mujer, que es la protagonista del Cántico(de los 117 versículos del poema, 60 están puestos en boca a ella), repite una docena de veces su pronombre personal: ’any (= yo).
La lectura del carácter nupcial y real del amor que el Cántico introduce en clave simbólica, se retoma en la Biblia en clave explícitamente teológica por la tradición exegética de los profetas, que desde Oseas (1-3) identifica explícitamente al esposo con YHWH y a la esposa con Israel o con Jerusalén-Sión, y permite vislumbrar el tiempo de la divina boda real-mesiánica (Is 54; Jr 2,1-4,4; 31,1-6.21-22; Ez 16; 20-23; etc.) en el último tiempo –el “nuevo”–, el de la única alianza (Jr 31,31). En esta clave, y solo en ella, saldrá vencedor el Amor en el trágico desafío entre el Amor y la Muerte.
Si las “grandes aguas” no pueden apagar el amor ni los ríos sumergirlo, y puesto que las grandes aguas y los ríos son indudables signos de muerte, se nos está diciendo que, a pesar de toda su fuerza, la Muerte es finalmente vencida por el Amor, que es un fuego, una “llamarada divina”. El amor no desaparece nunca, no acaba nunca (1 Cor 13,8). El porvenir escatológico no es del Sheol, sino del Amor (Cant 8,6-7).
La tradición judía y la cristiana han interpretado con perfecta legitimidad el alcance simbólico del amor humano cuando han leído el Cantar como la celebración del amor nupcial de YHWH por Israel; o como la historia de la alianza del Señor con Jerusalén; o como el poema del amor del Mesías por su Iglesia; o como una página de la historia amorosa entre el Espíritu Santo y la Iglesia-Esposa (Ap 22,17) o María (Lc 1,34-35); o como las Canciones entre el alma y el Esposo divino de Juan de la Cruz.
Solo en estas tradiciones el Cantar llega a su plenitud interior de sentido, convirtiéndose en el canto más propio del pueblo de la primera y de la última alianza, la canción de amor del Israel-Iglesia por su Esposo, el canto del creyente enamorado (¿y cómo se podría llegar a ser creyente sin estarlo?).
La teología de la alianza y de la encarnación, la eclesiología, la teología de la belleza, la espiritualidad de los iconos, el itinerario espiritual de la fe desnuda como noche de los sentidos y del espíritu y luz deslumbrante del conocimiento, las sendas vertiginosas de la oración de fe y la más agitada pasión de amor por Dios y por los hermanos y hermanas, las palabras de éxtasis, el alimento de la pura esperanza teologal y escatológica, son algunas de las dimensiones fundamentales y de los horizontes ilimitados de la vida, según el espíritu que el Cantar abre y despliega para todo el pueblo de Dios, para los creyentes y, finalmente, para cada hombre o mujer en los que estalla la pasión más humana: el amor.
El anuncio evangélico al mundo está confiado a este testimonio de llevar y hacer visible hasta los confines de la tierra la noticia de que Dios se ha enamorado de nosotros.
“Queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. El que teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amémonos, porque él nos amó primero”(1 Jn 4,7-8.16b.19)» (F. Rossi de Gasperis)7.
1
El Cantar se abre con una exclamación apasionada y apremiante: «¡Que me bese con los besos de su boca!»(1,2). La palabra hebrea que designa el beso (nashaq) evoca en otras lenguas semíticas el hecho de respirar al unísono, abrazarse, aspirar el mismo olor. Jacob, atraído por Raquel, la besó al encontrarla (Gn 29,11); Esaú expresará con besos la reconciliación con su hermano (Gn 33,4), y lo mismo hará José con los suyos (Gn 45,15). Cuando el padre de la parábola corrió al encuentro del hijo que volvía, «lo cubrió de besos»(Lc 15,20), y la mujer pecadora que ungió a Jesús también besó sus pies (Lc 7,38).
La efusión que expresan los besos va siempre precedida por una búsqueda que invita a entrar en los registros del deseo, en la tensión ardiente hacia «el Deseable» con ansia de permanecer en él. «En mi lecho, por la noche, busqué al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré. Me levanté, recorrí la ciudad, las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré» (Cant 3,1-3).«Yo os conjuro, muchachas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué le diréis? Decidle que estoy enferma de amor»(Cant 5,8).
Los orantes bíblicos están habitados por ese mismo deseo: «Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti…» (Sal 62,1)8. «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío…» (Sal 41,2). «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia, como un fuego que prende en los sarmientos y hace hervir el agua!» (Is 64,1).
Y es que no existe relación profunda sin exigencia de contacto y proximidad y sin impaciencia por vencer ausencias, distancias y separaciones. La raíz hebrea dbq expresa en su sentido más primario «estar en contacto, pegarse, adherirse, aferrarse, arrimarse, juntarse»: «Como un cinturón se adhiere a la cintura de un hombre, así había yo hecho que se adhiriera a mí toda la casa de Israel, para que fuera mi pueblo, mi renombre, mi honor y mi gloria…»(Jr 13,11). Así se adhirió Rut a Noemí (Rut 1,14) y así se expresa la actitud que el Señor espera de su pueblo: «Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voluntad y adhiriéndote a él, pues él es tu vida» (Dt 30,19; cf. Dt 4,4; 13,5).
«Mi alma está unida a ti...». «Para mí lo bueno es estar junto a Dios», reconocen dos salmistas (Sal 62,9; 72,28), haciendo la confesión más solemne de la fe del Antiguo Testamento: «lo bueno», todo lo que existe en el mundo de deseable y de atractivo, consiste en la cercanía de Dios y en una relación de comunión con él que se fundamenta en la fidelidad de su amor.
El Nuevo Testamento comunica la misma experiencia: «Permaneced en mí y yo en vosotros. Permaneced en mi amor…» (Jn 15,4.5.9), y el término griego koinonía significa comunión de vida, relación interpersonal cercana, bienes compartidos, participación mutua: «Fiel es Dios, que os llamó a la comunión con su hijo Jesucristo» (1 Cor 1,9). «Lo que vimos y oímos os lo anunciamos también a vosotros, para que estéis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1,3). Desde este deseo de «estar en comunión» hay que interpretar el gesto del discípulo a quien Jesús tanto quería cuando se reclinó en la cena sobre el pecho del Maestro (Jn 13,25).
La impaciencia y el apresuramiento también forman parte de una búsqueda que no admite dilaciones, demoras ni tardanzas; por eso la novia suplica: «Atráeme, ¡corramos…!» (Cant 1,4), y él llega«saltando sobre los montes, brincando por las colinas»(Cant 2,8).
Abrahán «había corrido» al encuentro de sus visitantes y «entró corriendo» en la tienda donde estaba Sara pidiéndole que amasara «deprisa» una hogaza Y «corrió»a la vacada para escoger un ternero hermoso (Gn 18,3-7). Esaú «corrió» a recibir a Jacob, «lo abrazó, se le echó al cuello y lo besó, llorando» (Gn 33,4). También María fue «a toda prisa» al encuentro de Isabel (Lc 1,39), los pastores fueron «corriendo» al pesebre (Lc 2,16), Zaqueo fue invitado por Jesús a bajar «deprisa»del árbol en que se había subido (Lc 19,5.6), el padre del hijo que se fue de casa «corrió»a su encuentro para abrazarle y cubrirle de besos (Lc 15,20), las mujeres que fueron al sepulcro en la mañana de Pascua escucharon del ángel la orden de ir «corriendo»a anunciar... y ellas se alejaron «deprisa»del sepulcro y«corrieron»... (Mt 28,7-8). María Magdalena llegó «corriendo»adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo... (Jn 20,1-2), estos«corrieron» a la par al dirigirse al sepulcro, y los de Emaús «volvieron corriendo» a Jerusalén: cuando el corazón «está en ascuas», el ritmo vital se contagia de ese fuego, hace los pies ágiles e impulsa a correr. Por eso Pablo, olvidando lo que dejaba atrás, emprendió la«carrera»para alcanzar a Cristo Jesús (Flp 3,13-14).
Hasta el marco temporal en que se desarrollan las escenas del Cantar refleja esa urgencia que nace del apasionamiento: «Antes de que sople la brisa del día y huyan las sombras, vuelve» (Cant 2,17); «Vamos…, salgamos…, pasemos la noche…, de madrugada iremos a las viñas…»(Cant 7,12-13). También en el primer día de la semana todo sucede en ese momento en que la luz se anticipa al día: «El primer día de la semana, muy temprano, llegan al sepulcro al salir el sol» (Mc 16,1); «... al despuntar el alba del primer día de la semana» (Mt 28,1); «El primer día de la semana, de madrugada...» (Lc 24,1); «... yendo de madrugada al sepulcro» (Lc 24,24); «El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras...» (Jn 20,1). El amor crea un estado de vigilia para acechar la presencia de quien se ama aun en medio de la oscuridad de la noche. Los perfumes de las mujeres son las lámparas encendidas que iluminan su espera, y por eso hay preparativos, impaciencia, prisa por adelantarse al amanecer. Es la primera mañana de la nueva creación, y las tinieblas del caos primitivo están a punto de dejar paso al resplandor del lucero de la mañana (2 Pe 1,19).
Dios mismo aparece atravesado por ese mismo impulso de búsqueda desde que, según el relato de Génesis, bajó al atardecer al jardín preguntando a Adán: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9). Las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Marcos constituyen la respuesta de Dios al deseo humano: «El plazo se ha cumplido, se ha acercado el reino de Dios»(Mc 1,15). «Ha acampado entre nosotros», dirá Juan(Jn 1,14). Las imágenes de un pastor o de una mujer en búsqueda comunican la convicción de Jesús: «Así es vuestro Padre», y la última palabra del Nuevo Testamento es la del deseo del encuentro: «El Espíritu y la novia dicen: ¡Ven!»,con la respuesta final de él:«Sí, ¡vengo pronto!», y el «amén» de una espera que llenará los siglos como un solo día: «¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22,20).
CENTELLAS DE FUEGO
Salir a buscarle. «Acordándose aquí el alma del dicho del Amado, que dice (Lc 11,9): “Buscad y hallaréis”, ella misma se determina a salir a buscarle por la obra, por no se quedar sin hallarle, como muchos que no querrían que les costase Dios más que hablar, y aun eso mal, y por Él no quieren hacer casi cosa que les cueste algo. Y algunos aun no levantarse de un lugar de su gusto y contento por Él, sino que así se les viniese el sabor de Dios a la boca y al corazón, sin dar paso y mortificarse en perder alguno de sus gustos, consuelos y quereres inútiles; pero hasta que de ellos salgan a buscarle, aunque más voces den a Dios, no le hallarán; porque así le buscaba la Esposa en los Cantares (3,1). Y no le halló hasta que salió a buscarle, y dícelo por estas palabras: “En mi lecho de noche busqué al que ama mi alma; busquele y no le hallé; levantarme he y rodearé la ciudad; por los arrabales y las plazas buscaré al que ama mi alma”. Y después de haber pasado algunos trabajos, dice allí que le halló.
De donde el que busca a Dios queriendo estar en su gusto y descanso, de noche le busca, y así no le hallará; pero el que le busca por el ejercicio y obras de las virtudes, dejado aparte el lecho de sus gustos y deleites, este le busca de día, y así le hallará; porque lo que de noche no se halla, de día aparece» (san Juan de la Cruz)9.
¿De quién huí que me buscase? «¿Cómo os negaré a los que me buscáis para honrarme, pues salí al camino a los que me buscaban para maltratarme? Ofrecime a sogas y cadenas que me lastimaban, ¿y negarme he a los brazos y corazón de cristianos adonde descanso? Dime a azotes y a columna, ¿y he de negarme al alma que me está sujeta? No volví la cara a quien me la hería, ¿y he de volverla a quien se tiene por bienaventurado en la mirar para la adorar? ¡Qué poca confianza es aquesta que, viéndome de mi voluntad despedazado en manos de perros por amor de los hijos, estar dudando los hijos de si los amo, amándome ellos! Mirad, hijos de los hombres, y decid: “¿A quién desprecié que me quisiese? ¿A quién desamparé que me llamase?” (Eclo 2,12). ¿De quién huí que me buscase? Comí con pecadores, llamé y justifiqué a los apartados y sucios. Importuno yo a los que no me quieren, ruego yo a todos conmigo, ¿qué causa hay para sospechar olvido para con los míos, donde tanta diligencia hay en amar y enseñar el amor? Y si alguna vez disimulo, no lo pierdo; mas encúbrolo por amor de mi criatura, a la cual ninguna cosa le está tan bien como no saber ella de sí, sino remitirse a mí: en aquella ignorancia está su saber; en aquel estar colgada, su firmeza; en aquella sujeción, su reinar. Y bastarle debe que no está en otras manos, sino en las mías, que son también suyas, pues por ella las di a clavos de cruz; y más son que suyas, pues hicieron por el provecho de ella más que las propias suyas, y por sacada de su parecer y que siga el mío, le hago que esté como en tinieblas y que no sepa de sí. Mas si se fía de mí y no se aparta de mi servicio, librarla he y glorificarla he (Sal 90,15), Y cumpliré lo que dije: “Sé fiel hasta la muerte, y darte he corona de vida” (Ap 2,10)» (san Juan de Ávila)10.
CON CUÁNTA RAZÓN ERES AMADO
Él me buscó antes. «Al principio estaba yo equivocado en cuatro puntos. Me aplicaba a tener a Allâh presente, a conocerle, a amarle y a buscarle. Al llegar al fin me di cuenta de que él me tenía presente antes que yo lo hiciera, que su conocimiento había precedido al mío, que su amor hacia mí había existido antes que el mío hacia él y que me buscó antes que yo le buscara» (Tayfur Abú Yazid al-Bistami, siglo IX).
Mi deseo en tu presencia. «Si la violencia del deseo que se apodera del corazón de un hombre es tan fuerte que su herida interior acaba por expresarse con una voz más clara, entonces se busca la causa. El Salmo 37 dice: “Todo mi deseo está en tu presencia”. Que tu deseo esté en su presencia y el Padre, que ve lo escondido, te atenderá. Tu deseo es tu oración; si el deseo es continuo, continua es también tu oración. Existe una oración interior y continua que es el deseo. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo. Tu deseo continuo es tu voz, tu oración continua. Callas cuando dejas de amar. La frialdad en el amor es el clamor del corazón. Mientras el amor permanece estás clamando siempre; si clamas siempre, deseas siempre. Si tu deseo está en tu interior, también lo está el gemido. Y el gemido no siempre llega a los oídos del hombre, pero jamás se aparta de los oídos de Dios» (san Agustín)11.
El deseo ardiente de lo imposible. «“Es urgente izar nuevos versos, escalar nuevas metáforas y traer esperanzas reprimidas por la angustia” (Armando Artur, poeta mozambiqueño). Vivir desde la urgencia saludable no es situarse en un frenesí algo alocado que le hace a uno ir por la vida sin disfrutar del momento, sin sosiego y sin respiro. Es, tal como lo denominaba J. B. Metz, vivir con “aguijón”, es decir, con algo por dentro que espolea, que empuja, que sugiere. Es vivir con la imaginación activada, con el anhelo puesto en clave diaria, con la ilusión siempre fragante. […] Sentir la urgencia saludable es sentir la vida que fluye y también que se escapa; es ver que hay posibilidades de aportar algo al camino humano y percibir el peligro del atontamiento de vivir los días sin relevancia; es tratar de saber hacia dónde apuntan nuestros esfuerzos vitales y qué pretenden nuestros días. En el fondo, la urgencia saludable es algo muy próximo a la pasión. Sin pasión por la vida y por la fe no se puede sentir la urgencia como anhelo y como búsqueda.
“Dime, cuando ya tantos años se han perdido/ y nos quedan tan pocos por vivir,/ si no fue lo más consolador de nuestra vida/ esta tristeza honda de imaginar un mundo/ más perfecto que el mundo tan amado,/ haber ardientemente deseado un imposible” (F. Brines, Obras completas, p. 263). Para nosotros, el “deseo ardiente de lo imposible” no es una pérdida, no es una tristeza honda. Por Jesús creemos que es una posibilidad siempre abierta al camino humano. De ahí que el vivir esta vida en los modos de una urgencia saludable creemos que puede ser camino para hacer posible ese hermoso imposible. Jesús va delante marcando el camino» (F. Aizpurúa)12.
DETRÁS DE LA TAPIA
Busca a tu hermano, a quien ves