La infancia del procedimiento - Selva Dipasquale - E-Book

La infancia del procedimiento E-Book

Selva Dipasquale

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Beschreibung

La infancia del procedimiento es el nombre de un blog creado en 2006 por Selva Dipasquale y sostenido a lo largo del tiempo por ella y por Rita Kratsman. La convocatoria consistió en que poetas de todo el país respondieran algunas preguntas acerca de sus procedimientos de escritura, acercaran fotos de su infancia y textos poéticos. La propuesta fue exitosa y derivó también en presentaciones, encuentros y nuevas redes de afinidades. El libro que presentamos aquí reúne fragmentos de esas respuestas, fotografías y poemas de ciento cincuenta poetas.

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La infancia del procedimiento

 

 

Rita Kratsman y Selva Dipasquale, compiladoras y editoras literarias

Raúl Tamargo, editor literario

Daniela D. Pacilio, revisora

 

 

 

 

La infancia del procedimiento

1a edición por este sello, 2023

ISBN: 978-987-8907-11-6

 

Villa Los Aromos, Córdoba

www.edicionesacapela.wordpress.com

[email protected]

 

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional.

La infancia del procedimiento / Osvaldo Aguirre ... [et al.] ; compiladoras y editoras literarias, Selva Dipasquale y Rita Kratsman ; editor literario, Raúl Tamargo ; revisora, Daniela D. Pacilio - 1a ed. - Villa Los Aromos : Ediciones A capela, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo digital: descarga

ISBN: 978-987-8907-11-6

1. Poesía. 2. Ensayo literario. I. Aguirre, Osvaldo. II. Dipasquale, Selva, comp. III. Kratsman, Rita, comp.

CDD A860

Palabras preliminares y agradecimientos, por Selva Dipasquale

Hoy, cuando me siento a escribir estas palabras, me doy cuenta de que transcurrieron dieciséis años desde el inicio del blog La Infancia del Procedimiento. Me preguntaba en ese entonces qué era la poesía para mí y cuál mi método, si es que acaso existía alguno.

El surgimiento de los blogs en aquella época me permitió dar rienda suelta a una vasta indagación. Así nació La Infancia del Procedimiento: una convocatoria a poetas para que reflexionaran sobre sus procedimientos de escritura y acercaran fotos de la infancia, manuscritos y textos. Desde el inicio el sitio estuvo bajo el cuidado de Rita Kratsman y de mí.

La Infancia del Procedimiento alcanzó una gran repercusión y se convirtió en un espacio de difusión de poesía contemporánea, abierto a diferentes estéticas y a poetas argentinos o extranjeros de lengua española o traducidos. Aunque, finalmente, la mayoría de los que participaron pertenecen a nuestro país.

La Infancia se trató de una experiencia. Y este libro no pretende ser una antología, como tampoco lo fue el blog, sino un registro de aquella experiencia. Una acción o intervención en el campo poético, un recorte de la poesía que se estaba escribiendo, fundamentalmente en nuestro país.

Las reflexiones que acercaron los poetas sobre su escritura, en muchos casos, responden a un ideario o programa de deseos que no necesariamente se reflejan en sus obras. Parecen más bien bellas obsesiones, poemas sobre el poema, obras por encargo. El blog creció en dos sentidos: como el material que llegaba era muchísimo, convocamos a otros poetas para leer y seleccionar los textos a publicar. Y, por otra parte, se conformó un staff de columnistas. Y La Infancia comenzó a funcionar como una revista literaria. Recuerdo que llegamos a reunirnos en mi casa algunas veces.

Quiero agradecer a quienes formaron parte de esta iniciativa en distintas etapas, a Rita Kratsman, Florencia Castellano, Osvaldo Aguirre, Florencia Fragasso, Sergio De Matteo, Carlos Juárez Aldazábal, Alejandro Méndez, Mirta Colángelo, Paula Jiménez España, Leonor Silvestri, Guadalupe Wernicke. A Fabián Iriarte, que además de prologuista de esta aventura, insiste desde hace varios años con la idea de reunir el material en un libro. Y a Laura Forchetti, que siempre cercana y con sus palabras sensibles ilumina el recorrido. Merece un agradecimiento especial Javier Cófreces que, una tarde del 2007, trajo hasta mi casa, una carta mecanografiada por Jorge Leonidas Escudero y que hemos incluido en este libro.

El 23 de marzo de 2007 presentamos el proyecto en el Centro Cultural de la Cooperación gracias a la gestión de Susana Cella y Daniel Freidemberg. Fue un día inolvidable, un encuentro al que asistieron 100 personas. Incluimos en esta publicación algunas fotos. En un principio, la convocatoria estuvo abierta entre 2006 y 2008. Diez años después se reabrió, hasta que decidimos dar por concluida la experiencia. Y, el último participante fue Raúl Tamargo, quien ahora es el editor de este registro, y quien me acompañó en la tarea de revisar el material, seleccionar fragmentos y poemas para lograr un corpus amable de leer. A Raúl y a Daniela D. Pacilio, quien también es revisora del material: gracias.

La Infancia del Procedimiento no propuso arribar a conclusiones, solo se ramificó como un viaje sin rumbo definido. Y fue la semilla de otras aventuras posteriores, que tuvieron, incluso, una repercusión mayor: El Infinito Viajar y la Biblioteca Virtual. Sobre estos dos últimos proyectos no me voy a extender ahora, pero en la lógica de su construcción, hay algo que los une: el agite, el revuelo, el barajar y dar de nuevo, la búsqueda, una acción transformadora. Finalmente, ¿encontré las respuestas a aquellas inquietudes sobre el propio trabajo poético? No, pero fui inmensamente feliz de crear un espacio de poetas y lectores inspirados, apasionados y generosos. Que cada quien encuentre las derivas, la belleza.

Selva Dipasquale

Tengo una idea, por Rita Kratsman

«Tengo una idea», frase de resonancia cósmica en un atardecer de vuelos y articulada por Selva Dipasquale, quién si no, para iniciar un proyecto que nos involucrara a mí y a otras personas. Ya no conoceríamos el reposo. La palabra «blog» sonó casi extraña, un camino que hasta ese momento no habíamos recorrido y con un formato donde figuraran entrevistas, traducciones, notas críticas, reseñas, videos y poemas de autores con sus respectivas fotos de la infancia. Momento propicio para un intercambio de ideas volcada cada una en una sección con características personales. Un cofre, que al abrirse ofreciera de algún modo un mundo de sorpresas: palabras despertando nuestros sentidos en la intimidad de una lectura. ¿Cómo no ver entonces el alcance de un espacio en permanente mutación? Así que nos adentramos en la vida y obra de los autores con el deleite propio de un lector ávido y con el efecto de una dialéctica búsqueda-encuentro en constante burbujeo. En otras palabras, una perspectiva de fuerza sustancial que aún desconocía su futuro, aunque el tiempo se encargó de definirla. Entonces llegamos a una constelación de voces, no sin el placer que convoca una propuesta colectiva: La infancia del procedimiento. Rincón ideado con el único fin de enhebrar la poesía misma en sus diversas formas, ritmos, imágenes, y en el que se yuxtaponen los estilos, para sumergirnos con su magia en cada atardecer de vuelos.

Gracias, Selva, por la convocatoria inicial y lo mismo a todos los autores porque sin ellos no lo hubiéramos logrado.

Rita Kratsman

¿Cómo empezaron a hablar tus poemas?, por Fabián O. Iriarte

Es verdad que insistí un poco, como dice Selva, en que el proyecto del blog La Infancia del Procedimiento se trasladara a libro. Fue en parte debido a cierta obsesión por ordenar y juntar archivos para que no se pierdan, para que queden los testimonios, y en parte debido a que —acaso por una tradición educativa que va quedando un tanto anticuada— soy lector de libros: me gusta ese breve momento de suspensión que sucede justo antes de abrirlo y ver la primera página, cuando sabemos que estamos entrando a un lugar diferente; me gusta la gestualidad de abrir sus tapas; me gusta el azar de hojear una página por aquí, otra por allá, que acompaña ese modo de lectura.

También, a varios años de los comienzos y desarrollo —impredecible entonces— del blog llevado a cabo por Selva y Rita, me pareció una tarea responsable la de «traducir» sus páginas virtuales —que nos proporcionaron tantos descubrimientos, tantos nuevos nombres y poemas y a veces, inclusive, amistades (¡cuántos reencuentros!) que se iniciaron allí— a una compilación que celebrara y diera cuenta de la proporción alcanzada por aquella idea inicial.

De la A a la Z, al leer los nombres y apellidos de poetas en el índice (¡casi 150!), se ve que la selección no se saltea ninguna letra del alfabeto: otro procedimiento que aparenta un orden confiable, pero que también reserva la sorpresa. Alianzas inesperadas entre poéticas distintas; saltos de dicciones oscuras, raras o barrocas a otras dicciones claras, familiares, o coloquiales; ecos entre timbres y coloraturas vocales que resuenan de modos muy diferentes al oído.

El conjunto de ensayos breves que responden a la pregunta o preguntas iniciales: ¿cómo se originó tu escritura?, ¿cuáles fueron tus primeras lecturas?, ¿cómo comenzaron tus procedimientos poéticos?, constituye una serie de artes poéticas en miniatura que dibujan, en conjunto, el mapa de un país, el país de la poesía, cuyos límites nunca son definitivos; en perpetua expansión, anhelan adueñarse de todo el universo.

Ejercicio un poco nostálgico y un poco severo (¿nos reconoceremos en esos poemas, en esas afirmaciones, después de tantos años?), la re-lectura de declaraciones y poemas es no sólo un modo de repaso de lo hecho, sino también de renovación de la fe en las intenciones que teníamos hace casi dos décadas. Una vuelta a esa infancia en la que, a pesar del sentido etimológico del término (in-fante: quien no puede hablar), ya sabíamos que queríamos hablar y escribir y buscábamos los procedimientos que nos permitieran hacerlo, cada una, cada uno, de la manera más genuina.

Fabián O. Iriarte

La pregunta, la foto y el poema, por Laura Forchetti

Cuando tuve la primera noticia del blog, me fascinó la idea de la fotografía de infancia, el pedido que nos hacía Selva como una pregunta.

Eso fue antes del auge de las redes sociales, del predominio de la propia imagen expuesta al mundo para mostrar algo de una misma.

Fuera de mi familia, a nadie había mostrado mis fotografías de infancia. Hubo que buscar en viejas cajas esas fotos, cuadraditos de papel brillante.

La pregunta por la poesía, el título del blog y el pedido de la fotografía enhebraban un hilo transparente pero fuerte que atravesaba el tiempo, nuestra memoria. Entonces, esa fotografía —el acto de buscarla, de elegir— se transformaba en un breve ensayo sobre el origen de nuestra escritura.

Ahora, volver a ese momento, al inicio de La Infancia, es otra vez viajar hacia atrás, buscarnos como en esas fotos de fin de año en la escuela que miramos décadas después tratando de recordar nombres, pequeñas historias. Reconocernos en nuestras diferencias, en nuestras obsesiones, en lo que continúa, en lo que se interrumpió.

Hubo algo potente y precioso en esa convocatoria inicial. Como la invitación a una fiesta, despertó el deseo del movimiento, de salir a bailar. Nos encontramos, nos presentamos, nos hicimos amigues, intercambiamos regalos, poemas. Nos leímos. Porque La Infancia fue la invitación a leernos. Recorrer un mapa poético, nombre a nombre, escuchar las diversas lenguas, los tonos, los gestos, la geografía dibujándose en los versos, las identidades, el amor, la misma fe en las palabras, la misma inquietud.

La infancia se trató de una experiencia —escribe Selva en la introducción. Preguntarnos, como niños y niñas curiosas, qué es la poesía y cómo se escribe, intentar una respuesta que nunca es una afirmación, es un rodeo, un desvío que vuelve a la pregunta y empieza otra vez.

Leemos esas respuestas, esas notas, como poemas, en voz alta, dejándonos llevar por la música, balanceándonos entre la corriente rítmica y el significado. Entramos a la intimidad de cada poeta, a su manera de sentarse a la mesa y escribir, imágenes en pequeño formato, interior con poeta —diría Juana Bignozzi. Queremos saber una verdad, una manera, espiar ese interior, encontrar el camino. Pero el camino está lleno de atajos, las señales son borrosas y hay niebla. Sin embargo, es hermoso caminar en la niebla, en la penumbra, las cosas aparecen de una en una, nos asombran; sabemos que la belleza está en ese caminar con los ojos abiertos y una brújula imprecisa.

Y además, están los poemas en sí, confirmación de ese vagabundeo y esa búsqueda.

El libro es una partitura, cada poema es una nota musical, una altura, una duración, una potencia. Cada poema brilla en el pentagrama en sí mismo y en la relación con los poemas que lo preceden y lo siguen. Aunque hay un orden alfabético, la lectura puede comenzar en cualquier página, seguir su propio orden e inventar la propia melodía.

La infancia del procedimiento se vuelve una trama de variados colores y texturas, un tejido que nos recuerda que la poesía se sostiene en un espacio y un tiempo, que cada hilo se vuelve más fuerte en el cruce con los otros hilos, se vuelve resistencia y abrigo.

En ese tejido volvemos a encontrarnos, como en las viejas fotos de infancia.

Laura Forchetti

 

La selección que presentamos muestra fragmentos de las reflexiones de cada poeta. Los textos completos se pueden leer en el blog. Quisimos que el libro propusiera una lectura amable y no incurriera en la repetición de conceptos. Fue nuestra intención generar una sinfonía de voces poéticas.

Selva Dipasquale y Raúl Tamargo

Osvaldo Aguirre*

[…] no importa si es de día o de noche, pero sí que haya un cierto silencio, el silencio necesario para que esas palabras que están apareciendo cobren fuerza y se hagan oír. Para mí escribir es vivir en otra lengua. Recuerdo una vez que hablé con Mario Levrero, el día siguiente al que él terminara de escribir una novela; Levrero me decía que se había ido a vivir a esa novela. Bueno, en determinado momento, llegado a lo que considero puede ser la versión final, paso el texto a la computadora. En cierto sentido yo pienso la escritura de poesía de modo análogo al trabajo agrario. Aclaro que mi familia proviene del campo (y en parte ha vuelto, ahora, al campo) y al escribir poesía, en general, escribo sobre el campo. No obstante, yo no tengo tanto una experiencia directa del campo como de los relatos que he escuchado desde chico sobre el campo, sobre las cosechas, las tormentas, los animales domésticos y los animales salvajes, ciertos personajes fantásticos, etcétera. Pero volviendo a lo anterior: pienso que también yo hago mi «campaña» —como se dice en el campo—, que cada año, entre la primavera y el otoño estoy madurando determinada cosecha.

[…]

Voy haciendo lecturas, pero no están referidas directamente a lo que escribo sino al hecho de escribir, «el oscuro desafío que me enciende», como diría Juan Manuel Inchauspe. […] Hay un modo, pienso, de dejar tranquilo a un texto, de advertir que ya no necesita de uno o que en todo caso es imposible corregirlo; y es cuando uno ya no puede entrar en ese texto. Cuando uno termina de escribir algo —y digo «termina» en el sentido literal— comienza a convertirse en un lector de ese texto, el texto se va volviendo extraño a uno, y uno mismo se aleja del texto. En ese sentido, aunque lo haya escrito, uno es como cualquier otro lector. Me pasa, con algunos poemas (y también con reseñas o artículos que hice), de sentirme absolutamente extraño, de desconocerme; no porque abjure de esos textos sino porque no sé, no comprendo qué me pasaba por la cabeza al momento de escribirlos. Es decir, lo he olvidado. Y agradezco el olvido, porque, como dice Barthes, es porque olvido que leo, y que escribo.

[…]

La poesía se me aparece como un camino, un camino con vueltas, donde es raro cruzarse con alguien.

Diario íntimo

En su cuaderno anota

el día de siembra

y la verdad de la cosecha,

la fecha y el monto

de cada lluvia, aclara

si hubo piedra y otra:

qué daño quiso hacer.

No se hace líos

con tantos números

pero a fines de marzo

como maleta de loco

lleva ese cuaderno,

uno que guarda

de la escuela rural,

forrado con papel araña.

Mide el agua caída

en la quinta

y al final de la trilla

compara las cifras

de la campaña presente

y la campaña pasada,

y otra: saca cuentas

del rinde por cuadra.

Y tiene una letra

tan clara que parece

dibujar sobre las líneas

de la hoja, bien parejos,

los surcos de soja.

 

de Campo Albornoz

Vanna Andreini*

Suelo tener un plan para escribir, aunque a veces no esté tan segura de cómo quiero que se realice o de cuál sería la mejor manera de llevarlo adelante. Escribo y luego el resto del trabajo lo hago en mis viajes en subte, en colectivo o mientras camino para llegar a lo de mis alumnos. En mis desplazamientos sigo pensando, a veces anoto cosas dispersas, otras veces son los textos que elijo para las clases de italiano los que me ayudan a encontrar una forma para llevar adelante mi plan. Es casi siempre viajando que se me ocurre como seguir, una vez que me siento en la compu ya empiezo y si veo que no funciona entonces me levanto y no escribo más, trato de volver a salir o me pongo a leer o, la opción más realista, me ocupo de las cosas de todos los días. No me da placer estar sentada viendo si se me ocurre cómo hacer el trabajo.

Escribir me encanta, adoro las palabras, cómo se ven escritas, cómo suenan y lo que dicen porque siempre dicen millones de cosas. Cuando era niña subrayaba los libros y luego transcribía lo subrayado en un cuaderno. Siempre había mucho que escribir así que casi no volvía a leer lo anterior, pero cuando me sentaba a leer me parecía poseer el cuaderno más maravilloso del mundo. Así que el escribir estuvo siempre cargado de magia, y la palabra, de emoción. Los poemas surgían y surgen de mis experiencias, de mis lecturas y de todo aquello que estaba y está en mi pequeño mundo. En el momento de escribirlos ellos son mi única realidad y me permiten jugar con el italiano recuperando sonidos e imágenes de mi infancia. Los poemas son una pequeña patria dentro de la cual me siento reconfortada, por lo menos hasta que están en mi computadora y son sólo para mí. Luego, como toda patria o casa paterna te expelen y resulta muy extraño reconocerse en ellos. Cuando los empiezo a corregir y los leo con otros, ya me siento otra vez extranjera, incapaz de manejar bien ya sea el español o el italiano, el ritmo y las construcciones, me siento como un albañil al que creyeron arquitecto, que se sabe en falta, pero no se atreve a admitir su culpa, entonces reza en secreto para que nada se derrumbe y para que nadie lo acuse de estafador.

IX

El gusano luminoso que vive en nueva Zelanda desliza por unas finísimas hebras una al lado de la otra una baba. La deja a distancias regulares, son gotitas y brillan como diamantes guardados en un oscuro cofre azul. Las hebras todas juntas y llenas de gotitas cuelgan del techo de una cueva, si entrara un poquito de viento las movería como esas cortinas chinas que venden en Belgrano. Quizás producirían una suave música de cuna. Las mariposas entran atraídas por el brillo de este rocío, vuelan hacia ellas y allí se quedan pegadas. Entonces el gusano baja por la hebra, se desliza sobre sus propias gotas pegajosas y se las come. Me gusta esta mezcla de belleza y repugnancia.

 

de Monsteric

María Teresa Andruetto*

La narrativa va directamente en la computadora. En cuanto a la poesía, como dijera Montale, escribo sólo "cuando ella me visita" y eso no sucede a menudo.

Tengo alta conciencia del oficio y mucho respeto por los oficios. Se trata de una pelea con las formas. De una materia cruda que va en busca de cocción estética.

En ocasiones el buceo en los distintos géneros se da porque no puedo resolver lo que busco por un camino y entonces me cruzo a otro, pero también puede suceder que un asunto, aun habiendo sido ya escrito, siga pretendiendo otros cauces. ¿Ejemplos? Muchos: un episodio de infancia convertido en un poema de Kodak, el poema de Kodak convertido en cuento ilustrado para los más chicos, el mismo episodio como base de reflexiones en torno a la escritura para leerlo en un encuentro de poetas, fragmentos de ese mismo texto ingresando como reflexiones de la protagonista de una novela inédita. Cosas así me suceden con frecuencia. Corrijo mucho, sí. Casi diría que, en la corrección, en el lento trabajo artesanal, es donde encuentro el placer más intenso de escritura.

Abandono por años los proyectos y tengo la sensación de que dejándolos exudan lo que no les sirve, porque cuando los tomo –tanto tiempo después, a veces años- parecen señalarme qué es lo que sobra.

¿Qué significa la corrección para mí? Se trata de un ejercicio vital, creo, una suerte de depuración de uno mismo, de los excesos de uno mismo. Los trabajos y la vida tienen un peso enorme. Todo lo que uno vive/hace es de una importancia crucial para la escritura, hace la escritura o, mejor dicho, la escritura se hace con eso. Hay una corriente que va desde el mundo y los oficios, hacia la escritura, porque ésta no nace de la nada sino de esa relación con lo/los que nos rodea/n.

La voz narrativa, incluso si se trata de poesía, es uno de los aspectos de la escritura que más me interesa y, desde ya, el aspecto formal que, a mi juicio, exige mayor refinamiento: la posibilidad de ser otro, de ser desde otro, de un modo verosímil.

Ese travestismo de la mirada es algo que está íntimamente ligado a aquel núcleo de interés al que me refería antes: lo relativo de toda verdad, la imposibilidad de alcanzar una certeza que sea a la vez propia y del otro. Finalmente es central para mí la mirada –creo que escribir es un modo de mirar muy intenso- eso (la mirada a un mundo interno/el ojo puesto en el mundo) es lo que está al comienzo de la escritura. La música, que no quiero altisonante (siempre busco un tono menor) me importa mucho, muchísimo. Pero se trata de una búsqueda que aparece sobre todo en el trabajo de corrección.

Visita

Hoy vino mi madre a visitarme

y caminamos las dos por estas calles.

Hablamos de mi hermano,

de los hijos, de las chicas del Sur,

de mi cuñado. Otra vez yo critiqué

al gobierno y ella dijo otra vez

"¡Es un país tan grande!". No quiere

que me queje: "¡Este país generoso

recibió a tu padre!" y rodamos las dos

hacia una zona de tristeza, en silencio,

hasta que se detiene y dice: "Ayer

hice dulce de duraznos" y yo digo

que hablaron de mi libro

de Kodak

Carlos Ardohain*

La poesía me parece el deseo de lo que no existe, la curiosidad por el intersticio. Avanzar hacia un lugar blanco como el papel, y uno un punto en movimiento, el rastro de las evoluciones que vamos haciendo, de las curvas y los titubeos, las vacilaciones y los altibajos va escribiendo nuestro texto, con el cuerpo, con el aliento.

La luz escribe y dibuja, dibuja y borra, construye y diluye las formas a la vez, escribe el tiempo y lo olvida, colabora con el misterio. Creo (o quiero pensar) que la poesía es táctil y visual, pienso (o quiero creer) que hay que actuar como un ciego, como un escultor, como un pintor, hay que tocar el cuerpo del texto para construir lo que no se puede tocar, lo que se quiere decir, hay que reventar el ojo para pulverizar el color de lo que está dicho y la voz pueda surgir. Texto, textura en el cuerpo del poema, un tejido de palabras, de sentidos, de evocaciones, una ambigüedad implícita, decir, dar aliento, crear una atmósfera, un espacio donde ocurra, donde pueda ocurrir el poema. El papel debe ser blanco, debe ser liso, la tinta debe ser negra, la hora debe ser cualquiera, si es la tarde mejor, si es la hora donde cambia la luz donde cambia el color donde cambia la temperatura donde todo está en tránsito, mejor.

Llueve sobre el mundo

Está lloviendo sobre Magritte

el tiempo hace una cabriola en el aire,

retrocede un poco, da una curva cerrada

y vuelve a pasar por el mismo lugar

la culpa no la tiene el pintor mental

pero el aire está muy liviano

hay mesas puestas para la cena

que flotan mansamente en medio de la sala

el asesino contempla su crimen por la ventana

con el rostro semicubierto por el humo de la pipa

sería bueno tener la precaución de cubrir

la luna de todos los espejos con un lienzo

sería bueno rasgar el cielo para ver

qué se oculta detrás de tanto azul

sería bueno apuñalar al torturador

con la llama de la vela.

Está lloviendo sobre Magritte

los pájaros echan raíces pero

no dejan por eso de cantar

las palabras se divorciaron de las cosas

y se fueron a vivir solas

ellas también quieren posar

para un retrato imaginario

ellas también quieren tener algo que decir

en estos tiempos hay que caminar mucho

para permanecer en el mismo lugar

pero esto no es culpa del pintor paradójico

sólo sucede que él ve lo que sucede

debajo de su paraguas debajo de su bombín

más allá de su pipa en la punta de su pincel

el paisaje se desdobla en los vidrios

de las ventanas en las telas en blanco

en las mesas de trabajo

en este día en que el mundo es un relato

y una mujer es el mundo

en este minuto conjetural en que el día

y la noche transcurren al mismo tiempo

y el significado oculto de la vida

está en la punta de los dedos

y de la lengua de cualquiera

que desee verdaderamente conocerlo.

Germán Arens*

Ante la aparición del poema, trato que el proceso de transcripción sea completo.

A veces por causas externas abandono esta premisa y el poema descansa en mi memoria…

Mi procedimiento para escribir es siempre el mismo y se inicia en mi disposición a acostarme. Si escribo sobre algo premeditado, trato de ubicar uno de los tantos lugares correspondientes a ese algo. Creo que escribo para ejercicio de mi memoria.

Lugar y tiempo

Mi infancia

es la memoria que me guarda:

unos cuantos amigos en desuso,

tres perros negros,

un sauce y un olivo,

un pasado de casa

que no vuelve

(mi madre y mis hermanos),

los cuentos

de un tío Bradburyano

(su guitarra, su canoa, sus amores),

mi abuela

por las bocas chacareras

(el mercurio, su batón y sus manías),

un monte

que quizás nunca haya sido…

para otros ojos

lo que fue para los míos,

un remanso

de imprudencias consabidas

en la orilla

de aquel que fue mi río.

Lugar y tiempo en el que me ha sido asignado

el perdurable dolor de no crecer jamás.

Mario Arteca*De derecha a izquierda Mario Arteca Polito y Rául Arteca, La Plata, 1965

Entiendo mi escritura como una suma de métodos, todos funcionales a distintos proyectos, que terminan siendo libros, en el mejor de los casos.

[…] Me gusta comenzar un poema como si viniera de sitio auxiliar a la poesía; lo mismo debería suceder con los finales de los poemas. Aquellos que cierran redondos me lastiman el ojo, me desencantan; hacen que la confianza en el género se pierda. Es una discusión un tanto banal, pero en definitiva tiene que ver con el recurso del método a llevarse a cabo. Me gusta un poema que sugiera un control de todos sus elementos, no su desborde, aunque existan desbordes controlados. Intento que cada poema, o mejor, que cada libro, circule por una batería prolífica de procedimientos, que se corte abruptamente, que tenga avances, retrocesos, incrustaciones de palabras o vocablos de distinta procedencia. Una escritura que replique, aunque sea aproximadamente, el funcionamiento del pensamiento, en este caso el funcionamiento de la mirada del sujeto. En definitiva, a mi escritura la veo como una escritura literal, no hiperreal, un zurcido sobre la superficie que asoma desde el fondo de un próximo límite. Si hay pliegues, mejor. Si no los hay, mejor también.

[…] La poesía no es iluminación. Si nos iluminara, daría al lenguaje una sintaxis anteriormente oculta, pero ya existente. Quien escribe poesía reconoce en la sintaxis una manera de repoblar la gramática. La poesía es una ineficaz mirada planimétrica del lenguaje. De su ineficacia para apropiarse del presente, se reconoce como poesía.

La eficacia es una condición de la poesía. Es consecuencia del fracaso de apropiarse del presente. En esa pérdida del presente, existe un escribir que es un inscribir, un anotar, un borrar, un ajuste de la lengua a la permeabilidad del idioma. Esos movimientos son flujos, secreciones de la escritura que hacen a la idea de eficacia. Y esto, en literatura, no puede transcribirse como «validez», o mera «utilidad». Lo útil comunica. La información comunica. La poesía se integra a la lectura desde su condición de invalidez.

[…] Colocarse detrás del folleto, del sketchbook, del apunte, del montaje, como una forma preexistente de un creador, es una manera de revelarse detrás del continente de la palabra. De esa manera, el texto-objeto, el texto salido del género para instalarse en otro, prevalece. Imagino los libros publicados, y los demás por publicar, como ese todo renunciado a la forma predeterminada. Elegir una forma de escribir sería permanecer fiel a la forma preexistente. La idea no es respetar cualquier formato, sino perderse en la elección de una manera, respetarla hasta adulterarla, y, por ende, manejarse en la apropiación, o expropiación, de lo instalado. ¿Será eso, en definitiva, una instalación? Tal vez la instalación no sea eso, pero por eso mismo no deja de ser una escritura. Instalar como intervención del texto creativo en la forma predeterminada. Instalar es calzar una cuña y volver el alfabeto un microcosmo acaso cuneiforme. Habrá palabras, no frases, sino formas reconocibles en conceptos, apenas reconocibles. Imagino mi escritura, su forma es lo que no imagino.

[…] Escribir debe mantener al escritor el riesgo principal de saber que puede desplomarse en la escritura, y en eso reside parte del movimiento de palabras y tonos que renueva un poema y lo hace distinto a cualquier otro. Mover, intercambiar, sucederse entre los cortes de versos como si uno estuviera gambeteando un campo minado.

32

Un resplandor blanqueó de repente las sombras

en uno de los extremos de la galería. Había

claridad, y pronto me vi comparecer.

Traía en la mano una de aquellas lámparas

romanas, suspendida en la punta de una cadena

de oro. Su mirada era viva, antojadiza, aunque

toda la persona era un compuesto de dejadez.

Pero ya no tenía luz y me paseaba semidormido

en medio de la oscuridad. De pronto se levantó,

tomó la lámpara, desapareció. “Aquí está lo que

quise decirte. Adiós”. La imaginación,

y su cualidad de fluido, mientras cada vida

sea un centro de interés. Y pienso, con eso,

en las personas como yo: no somos herencia.

De nuevo enrevesado.

Porque no me fue posible conseguir de ella

otra respuesta, quiso insistir, pero en vano,

para que accediese a un sistema de ruegos.

Firme siempre en su proyecto, me tomó

por el brazo. “Allí hay un pozo abundante.

Vos sos joven; por favor, sacá agua, porque

todas mis legumbres están mustias”. Teme

que los días no pasen con suficiente

precipitación. Reserva sus canas para su hija.

Ella necesitará de sus consejos; se siente

como quien echa a un animal de una pradera

donde estaba pastando, para separarlo

de la becerra que sacrificará, ¿a los númenes?

¿Qué lenguaje, o actos de lenguaje, es ése?

En el exterior, un rumor confuso, semejante

al de la caída de un torrente. El mugido

de los vientos, la ignición de unos pinares.

de Circular (inédito)

Raúl O. Artola*

Mil palabras sobre el oficio de escribir

 

Tanto en narrativa como en poesía, más que ritos observo ritmos, períodos de trabajo en los que la convocatoria procede de una determinación interior impostergable. A veces esta disposición se origina en un objetivo marcado desde afuera, como por etapas suelen ser los concursos literarios. Tener en el horizonte un compromiso de esa índole obliga a poner en juego los espacios y los tiempos para cumplirlo.

Escribo lo que surge de un-estar-atento a palabras -o imágenes destinadas a ser transmutadas en palabras- que aparecen en la conciencia en la riquísima fragilidad del instante. Darle sentido a esa fugacidad, a ese relámpago, eso es para mí la poesía. Con otro volumen y densidad de discurso interior, vale lo mismo para la narrativa, para el nacimiento de un personaje que va a decir algo, a hacer algo. O para dibujar una situación que desembocará en una historia. Siempre cito a E. L. Doctorow: escribir «es como conducir un auto en la noche; es imposible ver más allá de las luces altas, pero se puede hacer todo el viaje de esa manera». Lo que no quiere decir que no se sepa hacia dónde vamos, pero a menudo al final del camino nos sorprendemos y en algunos casos esa sorpresa es grata. No dimos en el blanco al que habíamos apuntado, pero quizás hicimos centro en un blanco cercano.

El método, para mí, comienza con la corrección de los textos, que a veces son casi completas reescrituras, aunque esto es menos común. Este trabajo es el de la verdadera escritura, porque el primer texto es un pre-texto, siempre. Que si no pasa de esa condición habrá sido un intento fallido, tal vez un mero apunte.

Juan Carlos Moisés dice que la mirada del niño cría los ojos del poeta que será (o algo parecido, cito de memoria). Y no puede menos que creerle quien supone haber visto con sus propios ojos y no con miradas de préstamo o alquiler. A esta altura, como dice Gelman, intento ser poeta. No es posible serlo todo el tiempo, vivir en estado de poesía es un ideal precioso y arrogante que nuestra cuota de romanticismo acarició alguna vez. Hoy creo con cierto realismo que el proyecto consiste en estar dispuesto, abierto y alerta como para que la poesía me habite cada tanto y me use de medio para expresar, captar una brizna de realidad –íntima o exterior, siempre propia- y convertirla en ese objeto nuevo que es el poema. Una mirilla para atisbar un mundo otro, una forma de conocimiento (y de autoconocimiento) que suele darse, también, como don de profecía.

Bandera blanca

El poeta acuerda silencios

con las palabras.

Cuando el pacto se levanta

nace el poema.

En todo parlamento

algo se pierde

y una victoria

siempre es discutible.

de Croquis de un tatami

Jorge Aulicino*

La PC fue una bendición para mí. Cuando empecé a usarla, entendí que esa sería siempre mi herramienta. Esas oraciones en estado virtual, que pueden borrarse y volverse a escribir. Letras que se deshacen y recomponen. Una maravilla. No tomo apuntes. Me siento a escribir. Si la letra levanta vuelo, sigo. Me cuesta mantenerla en vilo. Pero no quiero dejar que pase el momento y escribo todo cuanto puedo en cada sentada. Después borro. Casi siempre sobra. Es poco lo que reemplazo. Se trata más bien de borrar. La poesía es lo que falta. Paradojalmente, se borra para obtenerlo. Si escribo de noche, y en la computadora, y en silencio, es porque en esas condiciones y con esas herramientas siento que las palabras se ponen en un estado de libertad especial. Es lo necesario para desencadenar un fenómeno. El fenómeno sí, tal vez sea mágico. Siempre hay libros que me acompañan. Auden, por ejemplo. Creo que lo que escribo es fragmentario, pero responde a un plan general.

La corrección significa lograr la mayor distancia, para aliviar de adjetivos, subjuntivos, etc., y luego, en otra pasada, para eliminar la hojarasca, las limaduras, la viruta, el resto. La poesía se va haciendo.

No escribiría si supiera cuál es su finalidad o su origen. Sólo busco el esfuerzo y el placer de escribir. Mantener el estado de levitación el mayor tiempo posible. Cuando sostener el poema no me cause ese leve retorcijón, esa pregunta: ¿sigo? ¿puedo seguir o me voy a la cama? entonces creo que habré logrado el nirvana. Mi vínculo con la poesía es un vínculo con la historia cruzada de religión. Desde la historia social del arte hasta las películas épicas, fantásticas y de acción, pasando por la crónica y la divulgación científica, la geografía y la arquitectura, hay una amplia gama de asuntos que son el sustrato de la poesía para mí. La falta y la presencia de Dios. Pero si no logro que eso adquiera «estado de poesía», pues es un fracaso. Borrar a veces significa eliminar completamente. Lo que no se sostiene, no se sostiene, es inútil maquillarlo, operarlo, peinarlo. Pareciera que para mí la poesía estuviese mediada por la escritura (la ciencia, el arte, la historia, la religión, el cine, los juegos de PC) pero juro que he visto muchas de las cosas que escribí, en la llamada vida real.

5

Incensar la tarde con lo que apronta el corazón.

El corazón, como el muelle donde andan, dormidos,

raros marsupiales. O el tipo aquel, de la bufanda.

Y el corazón, donde un rostro de mujer se estira,

hecho de humo en alborada, allá, contra un cielo

poroso aún, esponjado; espalda de desierta mañana.

El corazón con el crujido de un mueble o de un libro.

El corazón, la gastada palabra, la lavada palabra.

El corazón, abierto a las rutinas industriales,

al costillar de los hechos; el corazón que cuenta las costillas.

Incensar la tarde, limpiar el rincón, tender la cama.

de Hostias

Luis Bacigalupo*

La poesía es la posibilidad de una resistencia, y la primera es, insisto, a ser sometida a toda definición. Pero es también la posibilidad de una magnificencia sin límites que sabrá entregar -a quienes deseen tener con ella un trato del orden, digamos, de lo amoroso, sin cálculo ni mezquindad-, desvelando aun una condición, una aptitud o una vocación hasta entonces tan secreta como ignorada. Luego, nuestros poemas hablarán mejor que nosotros acerca de qué es poesía. No conozco acto más franco para dar cuenta de este errático saber que intentar escucharla.

Normalmente no escribo lo que va surgiendo ni obedeciendo a un plan predeterminado. «El poeta es la parte del hombre refractaria a los proyectos calculados», escribió René Char. Yo escribo, por mi parte, para sortear una incómoda tensión, improductiva hasta el momento en que consigo trasvasarla a la pantalla o al papel. Se trata de la tensión o nudo que existen entre un propósito y un acto, un deseo o pulsión de escritura y su formalización.

Escribo y corrijo, no hago mayores distingos entre una operación y otra. Siempre hay escritura. Lo incorregible de la misma es que a menudo se presenta vestida de imperfección. Nada más inadmisible para la neurosis de un escritor que esa suerte de mojadura de oreja a la que el texto nos somete. Nada más gozoso entonces que esta intervención que representa una tensión insostenible hasta lo insoportable, que solo se realiza en la renuncia o la suspensión.

Después de un largo tiempo en el trabajo con la escritura de poemas, el procedimiento pasa a ser, al momento de dar forma a un texto, una incidencia imperceptible, disipada, olvidada pero vital como lo es a todo ser vivo la respiración. A cierta altura terminamos dando con un asidero, un mojón en el monte más cerrado, algo en que fiarnos: en mi caso la última palabra no está en mí, sino en mi oído. A veces entre mi oído y yo existen mínimas discrepancias, pero a la larga mi oído sabe decirme cómo escuchar. Finalmente, cuando siento que el poema me lo agradece, abandono el proceso de corrección dejando en el camino un reguero de versiones o variaciones del mismo texto.

El cielo de las niñas

Nieva.

Éramos niños.

Ser y parecer contra lo que se espera de uno

en la infancia

a pesar de ella y a pesar de uno.

Aquella nieve que vi caer sobre mi cabeza

del cielo azul de los candorosos

todo visto a través del ámbar

de las niñas

que acaricié ayer.

Labios

balbucientes cuando las palabras aún decían.

Aún nevaba

todavía esos labios dicentes

enmudecían.

A más tardar en un par de días

aunque las fuerzas no sean las suficientes

como para replegarnos con la rabia allí

con la rebeldía apretada en el pecho

y más

nieva sin cesar.

de 99 nubes y La terquedad sin fin (inéditos)

Claudia Bakún*

Es mucho más frecuente que la poesía se me presente como una canción, un canturreo, una música o melodía, de la cual a veces he tomado el automatismo más puro que he podido, tratando de recoger el sonido en desmedro de la lógica.

Lo más habitual es que escriba según el discurrir que aparece en un momento dado sin racionalizar el propósito o la ilación que pueda tener respecto de otros poemas. Descubro muchas veces que esa ilación se impone por sí misma, cuando los temas que se van presentando tienen estrecha conexión con mi vida.

(fue hoy así...)

fue hoy así

como recorrer los parques hasta donde tienen esquinas azules

y sentarse cuando el sol va bajando a mirar las rosas

y que sea demoledora la belleza y azorarse

decirse qué es todo esto, qué hermoso es el mundo

¿estaré sobre el infierno mirando las flores

como decía el haiku?

y si así fuera, si me fuera dado elegir con quién

contemplar esta belleza

te elegiría

inédito, 2021

Carlos Battilana*

Escribir es un aprendizaje de algo inasible que quiere tomar el lugar de una forma. Por lo tanto, es una tarea que nunca alcanza.

Por eso escribo, para comprender ese acto que nunca se termina del todo y que compromete un aspecto físico notable.

Me parece que cada uno tiene una enciclopedia de imágenes, olores, sensaciones de todo tipo, recuerdos explícitos, algunos flotantes, otros más adormecidos, y eso es el material de la escritura. Una especie de música del presente y una música de la memoria encuentran en la escritura un lugar de reunión.

La escritura no sólo es inscripción, y mucho menos «expresión» o «reproducción», sino que su origen, su presente y su porvenir hallan en el sonido su más fuerte conexión con la vivacidad de la lengua. A veces una imagen persistente es su origen, a veces un rumor, un ruido, una frase escuchada en el subte, a veces el vacío del presente, a veces la estimulación del presente. Pero, sobre todo, sin tener necesaria relación con que si lo que se cuenta es o no extraordinario, la escritura poética se conecta con lo extraño, o mejor, con un extrañamiento de la mirada que torna las palabras en un poco más densas.

El viento

Toco con mano indeleble

lo escaso de la materia.

En mi habitación

retiro a mis hijos, los abrazo,

les recuerdo

con palabras pequeñas

que el viento

es indestructible.

Brilloso como un témpano

el día

persiste

aquí, allí. Sin cansancio

recibo el deterioro

como una forma de avance.

de La demora

Carolina Béjar*

Cuando ya estoy sobre un tema, me siento en estado de extrema atención sobre aquello que me interesa, es decir, puedo estar mirando Discovery Channel o leyendo un artículo del diario o mirando por la ventana en un bar, pero hay algo de eso que se liga al tema en el cual estoy trabajando, es como si todo el tiempo, por más que mire o lea sobre temas totalmente diferentes, aparece algún señuelo, que voy siguiendo a través del espacio. Es bastante extraño y abarca períodos cortos de tiempo. En ese momento puedo dejar de leer o de mirar y ponerme a escribir o si no, tratar de retener de alguna manera ese hilo de pensamiento o esa imagen que se cruzó en un instante para trabajar luego sobre eso. Hay dos momentos, en una primera escritura en la que surge determinada voz o cauce y entonces aparecen saltos y recorridos que avanzan sobre el texto y otros que quedan truncos, tácitos, eludidos y se produce el borrón o tachadura.

[…]

Con respecto a las imágenes, suele pasar que vea un juego de luces, un reflejo, un brillo de agua, y pareciera como si algo se develara en ese momento, justo una mirada en cruce con cierta disposición de objetos iluminados; allí veo algo que creo único, y por lo general me lleva a escribir al respecto.

[…]

Si veo algo de los osos y sus berrinches, por ahí me quedo pensando en sus movimientos, en oso bailando, en celo de oso, en ojo de oso, en cómo se miran, y quizás me dan ganas de escribirlo.

Otra: los nombres, ya no por su significado sino por su sonido, son como sonajeros, sólo hay que hacerlos sonar.

Poesía es más bien música para mí, entrar al sonido de las palabras a través de la imagen que proyectan sobre mí y mis objetos.

Tu única iluminación fue la nostalgia

En tus ojos, el campo grande

y en el medio una niña azul

y a su lado un minúsculo gimnasta

dándole vueltas carnero,

las manos con tiza

Tenías, yo vi, un sector de huertas, con tomates alargados, y risas

no sé cómo no se te salían

y entonces los miré bien,

frente al muro eléctrico

el rincón dormido del mundo

siempre verdes tus ojos.

Eliana Belén*

Para mí la poesía es una disposición hacia el lenguaje del universo que encuentra su expresión a través de ideas, movimientos, cosas, sonidos y palabras. Hay que estar alerta para verla venir, como a un pájaro. La poesía es una emoción intensa, es premeditación y también sorpresa.

[…] Corregir para mí es el momento en el que sé, voy a encontrar la clave, por eso gozo. En esa dedicación al acabado de la pieza, como en la poda del manzano, voy cortando ramas para que entren luz y aire, y así se puedan ver muy bien los frutos. No es una tarea que me resulte fácil, porque tiene momentos de éxtasis y otros de tedio. Todo lo que escribo, vuelvo a leerlo y le hago arreglos. Cuestionar mi propia escritura en general me abre pista, me aventura. Eso lo aprendí de las críticas que recibí, de gente que admiro por su arte.

Tengo dos procedimientos creo. Uno que es más intuitivo: como cuando escribo de tiro un verso, una palabra, alguna idea que me sorprende. El otro procedimiento es el de sentarme a escribir, pero casi siempre desarrollando los disparadores que recolecté anteriormente. Después ya es un devenir que emerge si siento interés por la trama o el tema, son momentos de dedicación y ahí es cuando corrijo. A veces, lo dejo reposar un tiempo y sigo trabajándolo luego. Encontrarse con un poema es un largo camino, no sucede siempre, por eso también tiro mucho de lo que emprendo.

3

Con cada explosión los peces

se dispersan

agarrados de las escamas

uno a uno en la revuelta

cruzan las barreras

veteados como algas

entran al bosque salvaje

observándolo todo.

Noni Benegas*

Es importante, dicen, mantener una actividad del cuerpo para que no caiga en la fiebre. La fiebre de la complacencia, del dejarse ir río abajo, somnoliento. Importa el paréntesis, el guión largo a la manera de Dickinson, alzar la vista, mirar por la ventana y descubrir a la vecina que vuelve del mercado con una cesta vacía. ¿Vacía?, sí.

Ahora debo componer las cosas que entrarán ahí: caerán las acelgas y los apios, serán guirnaldas verdes; en medio, los pimientos rojos como gemas, las manzanas como oro, y volverá Grecia a su cesta, las hespérides, el Ática entera una mañana de enero pues al fondo, bien envuelto en papel de estraza, medio mar boquea.

La Casa

Cómo disolver una casa, la estructura

de canela simple, sólida en la memoria,

los travesaños de letras de molde

y las ventanas, que enmarcan un único paisaje,

lívido, de la infancia.

Cómo estallar la ceniza y absorberla

por un agujero negro, o mejor luminoso, clarísimo

que brille hasta el fin y se apague.

Cómo no entrar ni salir, que no haya un porche

ni una escalera, ni una sala, ni una madre

al fondo de un sillón, y un hermano por siempre en el baño

descubriendo su adolescencia.

Cómo, una vez la casa quieta, borrar

la ausencia del padre

instalada con rabia de polvo en el vacío.

de Centro de Arte Moderno

Concepción Bertone*

Para mí, en la escritura poética nada surge de la nada y cualquier plan es un fin utópico. Salvo que la intención sea escribir un poema que entrañe un tema histórico o filosófico muy puntual. Yo sólo investigo y muy profundamente cuando escribo un ensayo o tengo que hacer la crítica de un libro muy codificado. Cuando me siento a escribir un poema es porque algo que ya se ha materializado dentro de mí, va soltando su cuerpo, su forma. No puedo inventar nada, pero la realidad y la imaginación siempre amasan la idea. Cuando esa idea y mi postura ética y estética confluyen, cuando logran confluir hacia lo que intento decir, el poema me sorprende. El poema siempre me sorprende. Él maneja los hilos, no yo. Y las lecturas son la levadura de este pan. Sin los hongos que crecen en los sedimentos de la lectura no hay posibilidad de escritura, al menos para mí.

[…]

El poema es un tejido vivo, que respira y muta su sentido, naturalmente. Un atajo, un haya en un calvero, un río subterráneo que va hacia el río que no sabemos hacia dónde va… Al retomar el texto, puede ser al día siguiente, al mes siguiente o al año, el texto te dice cuán infiel has sido o cuan fiel al poema y a vos misma, y muchas cosas más que hacen que sigas trabajando en él, o lo tires al cesto de papeles. La corrección, para mí, es ajustar algo que quedó suelto y baila, pulir una rebaba que lastima. Mi vínculo con la poesía es carnal, no sólo porque es un modo del Eros, como dice Barthes, sino también porque se corresponde visceralmente con mi forma de ver y de sentir el mundo. No soy un ser analítico por naturaleza y la poesía no es un género analítico por naturaleza, todo deriva en ella de asociar y enlazar imágenes, música, variaciones de un tema y sus combinaciones, eslabón con eslabón, «una cadena que flota». Con todo lo que traemos desde antes de nacer y acarreamos antes de morir, con toda la dicha y el dolor necesitamos hacer algo infinito. Necesitamos arrancarle a un lenguaje gastado una expresión nueva, diferente, porque un poeta es su voz, su originalidad. Eso trato.

[…]

El ritmo que sigue y se gana el poema, es para mí ese jadeo asmático de la vida vivida con viento en contra y corriente a favor o viceversa. Y no importa cuánto cueste, es el precio que hay que pagar por la esperanza puesta no en ser comprendidos o acogidos, sino en el tratar de hallar esa palabra segunda a las palabras preexistentes de este mundo tan lleno y tan falto de lenguaje.

Cobardía moderna

Llueve con sol. A rachas hilos ambarinos

y un paraguas que me recuerda a Matisse

achacoso en la cama,

recortando papeles. El paso

del pincel explosivo a la gracia

que contrasta con la rebelión

de la paz del collage. Eso pasa en la calle,

también en mi depresión privada que observa:

la hierba mojada, la nube baja, la fraterna

relación del cordón inmóvil

con la mujer del paraguas, que corre

hacia la esquina donde su niño juega

como un hado tremendo juega

con el mundo y nosotros.

de Aria da capo

César Bisso*

Lo que más importa en esta experiencia, no es tanto la diferencia entre ritmo y métrica, entre música e imagen, sino la escritura que deviene pensamiento, es decir, que propone ideas, que describe realidades, que elabora fantasías, que construye nuevos escenarios simbólicos. La escritura poética trasciende cuando impone su deseo sin atajos, es decir, cuando logra hablar por sí misma.

Camino del agua

Escucha la canoa,

habla con voz del agua.

El decir de mi padre

resuena en dóciles remos.

Circulo humedales del monte,

allá lejos,

donde los arroyos desaguan

en la enjundia isleña

y los naranjeros

salen al encuentro del sol.

La voz del agua es la infancia.

Luz y sombra del primer deseo.

Ardoroso temblor de verano

en las espigas del viejo curupí.

Turbia nube se vuelve verde,

más verde todavía

al caer como una exhalación

en el incendio del universo.

Escucha la canoa.

Revela el milagro del regreso.

La tozudez de bogar y bogar.

Atravieso el camino del agua.

Percibo su voz. Diviso Coronda.

Recuerdo el adiós de mi padre.

Allá voy. Ávido de vida y muerte.

Arremete la infancia con su daga.

El melodioso acordeón de las olas

estremece la hojarasca.

En la orilla desgranada vibra el juncal.

Lucila Bodelón*

La poesía es un presagio. Escribo aquello que quisiera ser y no me animo. Creo que existe una verdad bajo la superficie de las palabras.

La poesía me guía y si me dejo guiar, escribo todos los días. Cuando estoy encerrada en mí misma dejo de escribir y esa es la señal que me avisa que he perdido la fe. Entonces vuelvo a escribir y entregarme a su ritual. Me amplío en su territorio y me siento libre.

A veces, imagino que vivo así, escribiendo y leyendo como en una danza por fuera del mundo.