La jungla del deseo - Sarah Morgan - E-Book

La jungla del deseo E-Book

Sarah Morgan

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Beschreibung

Bianca 1817 En lo más profundo de la selva brasileña había un hombre que lo tenía todo: un negocio millonario y amantes que acudían siempre que él lo deseaba… Rafael Oliveira no tenía tiempo para mujeres, pues no había conocido a ninguna que no fuera falsa y peligrosa. Grace Thacker era joven e inocente. Había acudido a Rafael con el propósito de salvar su negocio y tenía sólo diez minutos para convencer al despiadado brasileño de que la ayudara… Diez minutos en los que tendría que decidir si marcharse y perderlo todo… o saldar sus deudas en la cama.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2007 Sarah Morgan

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La jungla del deseo, Bianca 1817 - julio 2023

Título original: The Brazilian Boss’s Innocent Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411803670

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUÉ DIABLOS estaba ella haciendo allí?

Cuando el helicóptero empezó a descender, Grace sintió que se le revolvía el estómago. A sus pies, kilómetros y kilómetros cuadrados de selva tropical. El techo que formaban las copas de los árboles protegía y ocultaba los misterios de aquella hermosa tierra. En otro momento, ella se habría sentido cautivada por la belleza del paisaje que la rodeaba, pero no podía pensar en nada que no fuera la reunión que la esperaba aquel día. La reunión y el hombre.

¿Qué diablos estaba haciendo ataviada con aquel ridículo y caluroso traje, volando por encima de la selva brasileña para ponerse a merced de un hombre que, aparentemente, no conocía el significado de esta palabra?

Rafael Oliveira.

Genial, peligroso, herido… Le acudían tantas palabras a la cabeza cuando pensaba en él, pero ninguna de ellas resultaba tranquilizadora o amable. Increíblemente rico y con más poder que reyes y presidentes, se decía que era tan hábil con los números que los periodistas de la prensa dedicada al mundo empresarial lo habían comparado con un ordenador andante. Para Grave, esta comparación no auguraba nada bueno, dada la aversión que ella sentía por la tecnología.

–Tiene casas por todo el mundo –le dijo al piloto, mientras observaba el salvaje paisaje que se extendía a sus pies–. ¿Por qué ha decidido vivir aquí?

–Porque el mundo no lo deja en paz. Le gusta tener intimidad.

–¿Es un solitario?

–Bueno, yo no diría de él que es blando y suave como un osito de peluche, si es eso lo que usted me pregunta. No obstante, a las mujeres no parece importarles. Precisamente el hecho de que sea malvado y peligroso las atrae en bandadas, además del poder y del dinero. He de decir que usted no me parece su tipo habitual de mujer.

¿Su tipo habitual de mujer? Sin poder creer que el piloto hubiera creído que ella podía ser la novia de un multimillonario, Grace estuvo a punto de soltar una carcajada.

–Tengo una reunión con el señor Oliveira. Su empresa realizó la inversión inicial de mi negocio. El señor Oliveira es lo que se podría llamar un ángel de los negocios, pero, dado que usted trabaja para él, supongo que ya lo sabrá.

–¿Un ángel? –repitió el piloto, con una carcajada–. ¿Ha dicho usted que Rafael Oliveira es un ángel?

–Es una forma de hablar. Lo que quiero decir es que invierte en pequeñas empresas como la mía –dijo Grace. Efectivamente, había estado muy interesado en la suya, hasta hacía muy poco. De repente, volvió a experimentar un sentimiento de náusea en el estómago, por lo que se agarró con fuerza al ordenador para tratar de recuperar la seguridad en sí misma.

El piloto, por su parte, no había dejado de reír.

–Ángel… Mire, no sé cómo gana el dinero, pero le diré una cosa. Ese hombre no es ningún ángel.

–Yo no creo todo lo que leo en los periódicos –afirmó ella, dispuesta a no dejarse intimidar.

–Evidentemente. Si lo creyera no estaría aquí. Veo que es usted una mujer valiente y decidida y eso es bueno. Le servirá de mucho aquí.

–Le aseguro que no hay que ser valiente para asistir a una reunión de negocios.

–Eso depende de con quién se celebre esa reunión. Y de dónde. No hay muchas personas que tengan el valor de visitar al lobo en su guarida.

–¿Lo ha llamado lobo? –preguntó Grace, sintiendo que la decisión le iba fallando.

–Yo no. Así es como lo llaman los demás. Yo simplemente lo llamo jefe.

El helicóptero siguió perdiendo altura. Grace, sintiendo que iba perdiendo el valor, cerró los ojos para tratar de no vomitar. Nunca le habían gustado las montañas rusas.

–Estoy segura de que el señor Oliveira es un hombre muy razonable.

–¿De verdad? Eso es porque no lo conoce. Ahora, agárrese fuerte. Vamos a aterrizar.

Durante un instante, pareció que se iban a chocar contra las copas de los árboles. Entonces, de repente, apareció un pequeño helipuerto sobre el que el aparato aterrizó como un insecto gigante.

–He de advertirle –añadió el piloto, tras detener los motores–, que he visto hombres hechos y derechos llorando como niños después de pasar cinco minutos con él. Si quiere que le dé un consejo, no se amilane. Si hay algo que el jefe odie son los cobardes. Bienvenida a la selva amazónica, señorita Thacker. Es uno de los ecosistemas más amenazados del planeta.

–¿Me va a dejar aquí, en este lugar apartado de la mano de Dios?

Grace miró a su alrededor y, entonces, vio la casa. Se trataba de una estructura que parecía ser básicamente cúpulas de cristal y madera, por lo que armonizaba perfectamente con la selva.

–Dios –susurró ella–. Es asombroso. Maravilloso.

–Baje la cabeza al salir hasta que haya dejado atrás las palas de la hélice. Yo tengo que marcharme.

–¿No me va a esperar? –preguntó Grace, alarmada. Permanecía inmóvil, con pocas ganas de abandonar el último vínculo con la civilización–. Él me dijo que me concedería sólo diez minutos…

Resultaba completamente ridículo haber hecho un viaje tan largo para tan sólo diez minutos, pero a Grace no le había quedado elección. O eso o rendirse, y ella no estaba dispuesta a esto último.

–Si queda algo de usted cuando él haya terminado, regresaré y recogeré los trozos. Ahora, tome el sendero hasta la casa. No abandone nunca el sendero. Le recuerdo que está en medio de la selva. Tenga cuidado con los animales salvajes.

–¿Animales salvajes? –replicó Grace, mirando con preocupación la espesa vegetación que los rodeaba–. ¿Se refiere a insectos?

–Bueno, según los últimos cálculos, hay unas dos mil especies diferentes. Y eso sólo las que conocemos.

–¿Y serpientes?

–Sí, por supuesto –comentó el piloto, con una sonrisa–. Además, de osos hormigueros gigantes, jaguares y…

–Está bien. Creo que ya he oído suficiente. No obstante, no creo que el señor Oliveira viviera aquí si fuera tan peligroso.

El piloto se echó a reír una vez más.

–Evidentemente usted no sabe nada sobre él. Vive aquí porque es peligroso, muñeca. Si no vive al límite, se aburre.

¿Muñeca? El hecho de que el piloto le tuviera tan poco respecto le irritó lo suficiente para hacer que se olvidara de sus nervios. A lo largo de toda su vida siempre se había sentido subestimada por la gente, pero, una y otra vez, ella les había demostrado que se equivocaban. Hasta aquel momento. En aquellos instantes corría el peligro de perder todo por lo que había luchado, pero no iba a dejar que eso ocurriera. Aquélla era probablemente la lucha más importante de toda su vida y tenía que ganar. No podía perder. Además, las personas que dependían de ella perderían sus trabajos si ella fracasaba. Así de sencillo.

Si Rafael Oliveira quería recuperar su inversión, estaba todo perdido.

Sabiendo que si escuchaba más detalles sobre él no tendría el valor de enfrentarse a él, Grace descendió del helicóptero. Las piernas le temblaban, pero, en aquellos momentos, no habría podido decir si tenía más miedo de la selva o de Rafael Oliveira.

Gracias a las exuberantes rubias que habían accedido a contarlo todo por la cantidad de dinero adecuada, todo el mundo sabía de la pericia de Oliveira para ganar dinero, de sus proezas como amante y de su determinación para dejarse llevar por los finales felices.

Sólo lo había hecho en una ocasión. Entonces, los periódicos se habían frotado las manos cuando saltó la noticia de que su hermosa esposa lo había abandonado menos de tres meses después de la boda. Las páginas que se llenaron al respecto ocuparon a los lectores más tiempo que su matrimonio. Se decía que a ella le había resultado imposible vivir con él y que había terminado la relación con su esposa por correo electrónico. Que sólo le interesaba ganar dinero. Las especulaciones habían sido variadas e interminables, pero todas parecían describir a Rafael Oliveira como una máquina. Por eso, Grace estaba convencida de que Oliveira iba a ser la clase de hombre que sacaría lo peor de ella.

Decidió que lo mejor sería no mirarlo. Así, no tartamudearía ni se atascaría. Aquélla era la prueba definitiva para ella y no fallaría. Simplemente, no podía hacerlo. Había demasiado en juego.

No había razón alguna para tenerle miedo a Rafael Oliveira. Mientras avanzaba por el sendero, se dijo que la vida personal de aquel hombre no era de su incumbencia. Además, fuera lo que fuera, era un hombre de negocios, como el padre de Grace. Cuando ella le mostrara los planes que tenía para conseguir que su negocio diera más beneficios, él se mostraría mucho más receptivo y cambiaría de opinión sobre lo de recuperar su inversión. Así, Grace salvaría los trabajos de todo el mundo y podría marcharse de aquel lugar infestado de animales salvajes.

El calor tropical hacía que el traje se le pegara al cuerpo. De repente, se dio cuenta de lo poco preparada que estaba para conocer a aquel ogro. Ni siquiera se sentía cómoda con la ropa que llevaba puesta. Mientras pensaba que debería haber repasado de nuevo las cifras en el helicóptero, sintió que el zapato se le enganchaba entre los tablones de madera que componían el camino.

Cuando por fin consiguió zafarse y volvió a erguirse de nuevo, lo vio.

Él estaba justamente frente a ella, tan misterioso y peligroso como cualquiera animal de aquella selva. Sin poder hacer otra cosa, Grace se limitó a mirarlo como seguramente solían mirarlo las mujeres. Su cuerpo parecía presa de un extraño letargo, como si algo la hubiera apresado sin remedio.

–¿Señorita Thacker? –dijo él, con profunda voz masculina.

Las intenciones de Grace de no mirarlo se quedaron simplemente en intenciones. La presencia y el atractivo físico de aquel hombre requería atención, pero resultaban amenazadores como los de los predadores de la selva. Grace comprendió que el piloto tenía razón. Aquel hombre no era ningún ángel.

Por fin, consiguió avanzar hacia él. Poco a poco, fue comprobando que, sin el añadido de sus millones, Rafael Oliveira también habría resultado atractivo para las mujeres. Tenía el cabello negro, peinado hacia atrás y dejando al descubierto un rostro que era tan duro como hermoso. La piel bronceada revelaba claramente su nacionalidad y la suave tela de la camisa moldeaba unos hombros anchos y poderosos.

Grace observó para ver qué reacción le producía a él su llegada, pero Oliveira no reveló nada. Su actitud era tan antagónica como hermoso era su rostro. Ella decidió que Oliveira no tenía por qué tener simpatía hacia ella. Sólo necesitaba que aquel hombre no decidiera retirar su inversión. Con este detalle en mente, recorrió los últimos metros.

–Encantada de conocerlo, señor Oliveira –dijo, cuando estuvo frente a él.

–Esto no es una visita de cortesía ni una fiesta infantil, señorita Thacker –replicó Oliveira, con cierta impaciencia–. Ni deseo ni espero buenos modales. Tampoco hablo del tiempo, ni de la naturaleza o del viaje. Si este hecho le resulta incómodo, es mejor que se marche ahora.

–Como usted quiera –afirmó ella, a pesar de que se moría de ganas de hacer eso precisamente. No obstante, el helicóptero ya se había marchado y ella tenía un trabajo que hacer–. Tengo todos los datos que necesitamos en mi maletín. Todo lo que usted necesitará para ayudarlo a tomar una decisión.

–Ya he tomado una decisión y mi respuesta es «no» –afirmó, observándola con sus ojos oscuros.

–Sin embargo, ha tomado esta decisión antes de que yo tuviera oportunidad de hablar con usted. Espero que, una vez que le haya explicado lo que ocurre, cambie de opinión.

–¿Y por qué iba a hacerlo?

–Cuando usted vea las cifras y nuestros planes de futuro, creo que se replanteará su decisión de recuperar su inversión.

Grace observó atentamente el rostro de Oliveira, buscando algo que le indicara que no había realizado aquel viaje en vano, pero no encontró nada. Ella giró la cabeza y observó la selva que tenían alrededor. Los sonidos de los animales los rodeaban por completo, creando en ocasiones un ruido casi ensordecedor, como si la selva estuviera viva.

–Parece que están asesinando a alguien allí –bromeó ella.

Nada. Ni un comentario ni una sonrisa.

–¿Acaso tiene usted miedo de la selva, señorita Thacker? –dijo él, por fin–. ¿O es otra cosa lo que la está poniendo nerviosa?

–Yo no estoy nerviosa –mintió.

–¿De verdad? –replicó él. A continuación, la observó durante unos instantes con ojos entornados–. En ese caso, permítame darle un consejo sobre cómo hacer negocios conmigo. No pierda mi tiempo ni me mienta y, sobre todo, no trate de engañarme. Son las tres cosas que más me irritan y yo jamás accedo a nada cuando estoy irritado.

–Le aseguro que no le mentiré –afirmó Grace, sin poder comprender por qué Rafael Oliveira tenía tanto éxito entre las mujeres–. Yo no miento a nadie.

Desgraciadamente, sabía que esto no era del todo cierto. No había sido del todo sincera con él cuando aceptó su préstamo. Para tranquilizarse, decidió que ningún contrato estipulaba que tuviera que contarle todo sobre sí misma. Ningún detalle de su historia personal tenía relevancia alguna para su habilidad como directora de su empresa. Ella se había asegurado personalmente de ello.

–Usted es una mujer, señorita Thacker –comentó Oliveira, con una cínica sonrisa–. La mentira forma parte de su ADN. Sólo podemos esperar que logre usted luchar contra miles de años de evolución cuando esté a mi lado.

Con eso, Oliveira abrió la puerta de la casa y se hizo a un lado para que Grace pudiera pasar. Sin embargo, ella decidió seguir hablando.

–Mi empresa no va bien y sé que tenemos cosas de las que habar, pero le ruego que no trate de intimidarme.

–¿Acaso la intimido?

–Creo que, por lo menos, podría mostrarse un poco más amable.

–¿Amable? ¿Quiere usted que sea amable?

–No veo por qué una reunión de negocios tiene que ser algo frío e impersonal.

Oliveira dio un paso al frente, lo que obligó a Grace a dar un paso atrás.

–¿Acaso quiere tener una relación más personal conmigo, señorita Thacker? –preguntó, mirándola de arriba abajo–. ¿Cómo de personal?

Oliveira no la había tocado, pero Grace era muy consciente de su masculina presencia

–Simplemente estoy diciendo que siempre he creído que los negocios, aparte de serios, pueden ser también divertidos.

–¿De verdad? Yo diría que esa actitud explica en gran medida el estado actual de las cuentas de su empresa.

Grace quiso responderle, pero Oliveira no le dio opción. Se dio la vuelta y entró por la puerta, esperando que ella lo siguiera.

«No me extraña que su esposa lo dejara», pensó, tras cerrar la puerta cuidadosamente. ¿O acaso era arrogante y cínico precisamente porque su esposa se había marchado?

Mientras trataba de encontrar respuesta a aquella pregunta, miró a su alrededor y, muy sorprendida, se dio cuenta de que no habían abandonado la selva. El exterior y el interior de la casa se fundían en perfecta armonía y la selva formaba parte de la casa. En cualquier otro momento, Grace habría hecho un comentario al respecto, pero la actitud de Rafael Oliveira le indicaba claramente que no le interesaba su opinión.

Él la condujo a un enorme despacho y le indicó una butaca.

–Siéntese.

Grace obedeció y, una vez más, miró fascinada a su alrededor. A través de paneles de cristal hexagonales, la selva los rodeaba por todas partes.

–Es maravilloso –susurró–. Es como estar sentado en un invernadero en medio de la selva. ¿Se acercan aquí los animales? ¿Saben que está usted aquí?

–Los depredadores siempre saben dónde está su presa, señorita Thacker –replicó, tomando asiento también–. Bien. He accedido a concederle diez minutos. Su tiempo empieza ahora.

Sorprendida por aquella actitud tan poco amistosa, Grace se quedó mirándolo boquiabierta.

–¿Habla en serio? ¿De verdad son sólo diez minutos los que me va a conceder?

–Soy un hombre muy ocupado. Jamás digo nada que no sea en serio.

–Bien –repuso ella, tras tomarse un segundo para serenarse–. Bueno, supongo que sabe por qué estoy aquí. Hace cinco años, su empresa me prestó un dinero para comenzar mi negocio. Ahora, usted quiere recuperar su inversión.

–No pierda el tiempo en hechos que ya conocemos los dos. Sólo le quedan nueve minutos.

Grace sintió que el pánico se apoderaba de ella. Oliveira se mostraba completamente agresivo hacia ella. Estaba perdiendo el tiempo. No iba a conseguir nada.

–Esa empresa es muy importante para mí. Lo es todo en mi vida…

–Y a mí lo que me interesan son las cifras y los datos. Ya le quedan sólo ocho minutos…

–Como usted sabe –dijo ella, tratando de no dejarse llevar por la impotencia–, yo fundé una cadena de cafeterías con su inversión, pero no son sólo eso. No sólo vendemos tazas de café, sino una verdadera experiencia brasileña.

–¿Y qué es para usted una experiencia brasileña, señorita Thacker?

–Las personas que vienen a nuestros cafés reciben mucho más que un chute de cafeína. Mientras se toman su café o su almuerzo, se les transporta a Brasil. Con su inversión, abrimos veinte cafeterías en Londres. Estamos preparados para abrir más, pero no si usted decide retirarnos su apoyo… ¿Le importa que me levante y pasee por el despacho? –le preguntó, de repente. No podía soportar tener que mirar aquel hermoso rostro–. No se me da muy bien sentarme a las mesas y, si sólo me va a conceder unos minutos, prefiero estar cómoda para aprovecharlos al máximo.

–Francamente, me sorprende que pueda ponerse de pie y mucho menos caminar. Veo que ha pensado muy bien qué clase de zapatos debía ponerse para venir a la selva.

Grace decidió que no iba a permitir que aquel sarcástico comentario le acobardara.

–Esto es una reunión de negocios y por eso voy vestida y calzada de este modo, señor Oliveira. Creo que no me tomaría muy en serio si fuera vestida con pantalones de camuflaje.

–Lo que quiere decir es que pensó que un par de zapatos de tacón alto podría hacerme cambiar de opinión. Tal vez no haya comprendido mi reputación, señorita Thacker. Yo nunca mezclo el placer con mis negocios…

Sin poder evitarlo, Grace se imaginó a Rafael Oliveira tumbado sobre unas sábanas de seda, con el cuerpo cubierto de sudor y una mujer agotada y saciada a su lado.

Aquella imagen la escandalizó y trastornó, por lo que tuvo que apartar rápidamente la mirada.

–¿Señorita Thacker?

Grace decidió utilizar treinta preciosos segundos del poco tiempo del que disponía para tranquilizarse.

–Me he puesto zapatos de tacón porque me parecían adecuados para el traje que llevo puesto –dijo, con tranquilidad–. Por cierto, usted me debe un minuto.

–¿De verdad? –preguntó él, entornando la mirada.

–Sí. Ése es precisamente el tiempo que ha desperdiciado en hablar sobre mi atuendo.

–Está bien –dijo él, tras un largo y profundo silencio–. Le quedan ocho minutos.

–Bien. Lo único que espero es que me dé la oportunidad de presentarle los hechos. He venido aquí porque deseo que usted cambie de opinión.

–Ya le he dicho que yo no cambio de opinión.

–También me ha dicho que quiere datos y aún no los tiene –le espetó ella–. Me prometió diez minutos y aún no han terminado, señor Oliveira…

A pesar de la seguridad que mostraba en sí misma, las rodillas no dejaban de temblarle. Evidentemente, él se dio cuenta porque sonrió.

–¿Está nerviosa, señorita Thacker?

–Por supuesto que sí. Dadas las circunstancias, es comprensible, ¿no le parece?

–Por supuesto –repuso él, con voz dura y cruel–. Si yo fuera usted, estaría muerto de miedo y tratando de utilizar cualquier truco para salvarme, incluso el de los zapatos de tacón, la sonrisa inocente y el cabello brillante. Adelante.

–No sé lo que está sugiriendo…

–Lo que le digo es que su negocio tiene problemas muy serios y que yo soy el único que puede salvarlo. Por eso, no la culpo por haber utilizado todos los trucos que tiene a su disposición. Sin embargo, es mi deber advertirle que no le van a servir de nada. Yo no voy a extender mis inversiones en su empresa. Además, por lo que a mí respecta usted tiene todo lo que se merece.

–¿Cómo puede decir eso? –exclamó ella, indignada–. ¿Cómo puede ser tan cruel? Esto no tiene nada que ver conmigo. Si Café Brasil desaparece, muchas personas van a perder sus trabajos.