La liposucción vacuna - Antonella Corallo - E-Book

La liposucción vacuna E-Book

Antonella Corallo

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Beschreibung

Que las vacas se hagan liposucciones es cosa de todos los días, es moneda corriente en un mundo donde los espejos dictan las normas y leyes, pero que con la grasa que les quitan creen moldes de bebés, y tengan que verse afectadas por el ritual de la "famosa bienvenida", además del hecho de coleccionar sapos y ranas en la panza, conforma una extraña afición por responder a los cánones de belleza enfermizos. Desde que una vaca nace debe darle la bienvenida, debe gritar con todas sus fuerzas: "Bienvenida culpa". Sin embargo, la protagonista no entiende por qué ellas deben vivir en corrales, por qué las gacelas, estilizadas y esbeltas pueden recorrer shoppings y pasarelas. No entiende por qué las vacas no pueden salir de esa etiqueta que les han adherido a la existencia, con millones de eufemismos que las condenan. No entiende, especialmente, por qué las vacas no pueden volar, si según ella el peso es solo un recordatorio que el alma inventa para no desaparecer en un planeta de superficialidad. Es ahí cuando se propone volar, despegarse del suelo, del límite que le impusieron, mientras crea lazos con el molde del bebé que está creando, mientras siente a su propia grasa escaparse del cuerpo, mientras se somete una y otra vez, al avance y retroceso, a liposucciones que la harán más bonita, y sobre todo, más propicia para ser aceptada y querida.

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Seitenzahl: 221

Veröffentlichungsjahr: 2023

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ANTONELLA CORALLO

La liposucción vacuna

Corallo, Antonella La liposucción vacuna / Antonella Corallo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3497-2

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

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A mi mamá y a mi papá que siempre me apoyaron en todo.

“Tu misión es: flotar”

Almudena Sanchez

1

Es la primera vez que lo hago, me dijeron que tengo que respirar hondo, y no pensar en lo que está pasando. No sirve para nada porque estoy cada vez más nerviosa. Es por los demás, gracias a esto otros van a poder respirar, tener la certeza de que das algo tuyo y eso que das se convierte en vida, se llama tranquilidad. Entonces me pongo contenta, ¡radiante! Y olvido que están quitándome la grasa con un torno.

—¿Siempre utilizas tornos? Pensaba que eran cosas de odontólogos…

—Sí, tranquila, no va a dolerte, y si llegara a pasar el dolor vale la pena, contás hasta diez o… ¡hasta mil! Y se va —me advierte—. Cuando sientas al ardor recorriéndote, justo ahí me vas a agradecer.

Definitivamente no le enseñaron ninguna forma efectiva de tranquilizar a sus pacientes. No puedo cuestionar, solo acepto lo que está por pasar, si todas lo hacen, ¿qué podría salir mal?

—Sus palabras son tan adecuadas Doctor, espero que me duela mucho entonces.

—Así será —se aleja, pone cara de asco, retrocede. Olvida lo que está por hacer, se coloca alcohol en las manos.

Más tarde terminaría de entender que no era alcohol sino gel, y que solo se estaba peinando. No sabe sobre higiene, deja varios de sus cabellos negruzcos, me pregunta tarde si quiero ir al baño. Recuerda que todos están mirando, toma una cortina, tapa el desastre para no impresionar con la sangre al resto del ganado, ignora que la cortina es transparente.

—Vamos a realizar varias incisiones, con suavidad.

—¿Suavidad?, ¿y cuánto va a durar?

—El tiempo requerido es entre una o dos horas, pero todo depende del tamaño, en tu caso, por ejemplo, podemos estar como quince días. Claro… eso sí tomara los recaudos necesarios.

—¿Y no los tomás?

—Solo si la paciente vale la pena, pero lamentablemente no es tu caso.

—Qué respetuoso…

—Muchos te van a comentar que hago mala práctica.

—¿Mala práctica? Puede ser, quizás les desagrada tu trato —grito, mezcla de furia y dolor, siempre enfocada en continuar con la conversación.

—¡Sí! El trato y... si te preguntan…todo lo que utilizo está en buen estado —mi última imagen fue el torno ensangrentado—. ¡Arriba! ¡Vamos! —Me mueve con violencia—. Resulta que yo no puedo hacer milagros, falta un poco más, vamos a confiar en que podés cambiar. La anestesia local es la forma más segura.

—¡Ah!, supongo que no vas a utilizar esa.

—¡Bien! Ya me estás conociendo, imaginate cuando vengas a diario…

La grasa que siempre se recicla es la de la zona abdominal, la más requerida. La que sirve para crear. ¿Qué creamos? ¿A qué le damos vida? No sé, pero nos preparan para esto, para dar. Sabemos que hacerte la liposucción es amar, el amor al prójimo, un amor especial que se rige en ofrecer, en regalar, en obsequiar, sobre todo en esa palabra, en donar. Tener mucha grasa en una está mal, porque te genera culpa. La culpa de tener mucho y no regalar, la culpa de la avaricia, la indiferencia y la frialdad. Entonces repartís por todos lados, pedazos de vos que no sabés a dónde van a parar. Si te dejás la grasa te congelás, te volvés dura, tiesa, inmóvil, como si hubieras comido un sapo infectado. ¡Lo aseguro! Sentís que hace en tu interior estragos, ¡salta! Se pasea por tu estómago, interrumpe con el paisaje mágico, arruina la fisonomía de tu panza, escupe tus expectativas, y provoca asco, no de vos misma, sino de todo aquel que te está mirando. El sapo crece y el abdomen se hincha, ¡el sapo eructa! Se alejan, por la actividad escandalosa que este practica. Algunas van a hacerse “la lipo” tarde y su creación nace deforme o demasiado exuberante, y ahí ya no pueden encontrarle forma. Sin forma no hay vida, solo un trozo de cuerpo, desarmado, arrancado e inerte, puede ser la pieza de algo, pero nunca alguien.

Sigo muy nerviosa, respiro hondo e imagino que en dos horas voy a estar riéndome de este momento, conversando con mis tías sobre qué modelo seguir, cómo crear el círculo y luego las piezas. El doctor me dice que ya está, que no realice ningún movimiento de más, que tome aire, que me quede quietita jugando con el pasto, claro… le hago caso.

—¿Y te sentís normal ya?

—¡No! —le contesto.

—¡Qué bueno! Porque aunque te sometas a todo este procedimiento nunca lo vas a ser. Voy a ser bueno y como es tu primera vez… voy a darte un vendaje limpio y sin sangre, tenés que estar muy agradecida, pocas pacientes pueden experimentar semejante osadía, lo lógico es que reposes.

—Bueno, descanso entonces.

—Sí, hay muchas formas de reposar, la que a mí me gusta es la manera mental —me comenta.

—¿Y cómo es?

—Tenés que pensar lo siguiente “estoy descansando” y repetirlo en tu mente muchas veces mientras trabajas.

—¿Trabajar?

—Sí gorda, así hacen todas, y vos no sos diferente a las demás.

—Entonces no estaría reposando.

—No entendés nada, reposas pero de mentira, y mientras tanto dañas las zonas deprimidas. La verdad no puedo comprender que sean solo zonas. Si fuera vos tendría el cuerpo entero deprimido —asegura riéndose—. ¡Dale! Andate, que afuera tengo a un ganado interminable, ya no doy más. ¿Sabes lo que es ser testigo de tanta deformidad? Al fin del día yo tengo que ir a operarme, ¡pero de la vista! Para ser completamente sincero no me importa cuidarlas, las aprecio mucho…

Finalizado el gesto bello de solidaridad el cirujano se prepara para su próxima paciente, por último nos hace elongar, creo que solo es para que suframos más.

—Esperá gordita, estás olvidando tu grasa —me grita mientras mueve de lado a lado el frasco.

¡Hizo que muriera de vergüenza! Menos mal que todas éramos vacas, tomé el recipiente y limpié los bordes. Me traumó un poco, pero no tanto, lo más impactante fue descubrir que me mintieron por años, lo que habitaba en mi interior… ¡era una rana! Y no un sapo, tenía el sueño de que esta escaparía saltando, pero… ¡estaba muerta! Con la lengua para afuera, y entonces comprendí lo que siempre me explicaron, cuando comés estás asesinando, dejás muerto a un reinado de ranas, ¡y en un solo rato! ¡Cuántas habremos matado! Ahora me enfrentaba al momento más importante de mi vida… primera vez que sentiría la gloria, gloria que se metería en mis huesos, que me perseguiría. Me habían enseñado cómo darle completamente feliz la bienvenida.

—¡Bienvenida culpa!

Esa palabra quiere decir alegría. Cuando te quitan grasa el mundo está a tu favor, te transportas de lado a lado sintiéndote así, liviana, una cuarta parte del viento está en tu cuerpo, entras en cada pequeño recoveco, no lastimas al suelo con tu peso, no llamas la atención por ser egoísta, llamas la atención por ser amable. Y ahí el ejemplo a seguir de lo que debemos hacer y sentir. Cuando te quitan grasa todo es perfecto, tanto que es imposible que dure mucho tiempo. Resulta que aparece la dependencia, empezamos a extrañar al sapo/rana necesitamos comer, nos obligan a masticar para que regrese a nuestro estómago. Nutrirnos de la culpa, aventurarnos en el incendio. ¿Para qué? Para volver a sentir el momento grato, se repite el mecanismo hasta al cansancio.

—¡Que se reitere! ¡Que vuelvan a operarnos! —lo rogamos.

Me acaban de sacar la grasa y tampoco me siento tan así, admito que es cómodo, pero no me llena el alma, ni tengo ningún brillo estúpido en la mirada, mucho menos estoy emocionada, mamá dice que es porque todavía no la toqué. Tocar la grasa es lo más bonito que puede haber, claro… si ya no está en una. Ahora fuera de mí voy a verla y al mirar esa formación viscosa y hermosa (según todas), se me ocurrirán algunos diseños; lo primero es el rostro. Aprendí hace poco que el rostro puede ser redondito o cuadrado, triangular u ovalado, pero lo mejor es que esté a la moda, y la moda es la del “rostro succionado”, ausencia de cachetes, inestabilidad en la posición de los lentes. Espero ser habilidosa, pero… ¿y si no me gusta diseñar de esos? ¿Qué hago?

2

Llevo mirando hace una hora y media esa especie de arte, que llena al mundo de locura, que parece tener sentido puesta en sectores y al salir de mí solo está vacía. Es fea, no me gusta, ¡brilla! Pero es una obra de arte sin dudas, porque no la entiendo, no comprendo nada de ese estúpido fanatismo que tienen con la grasa, si la quisieran tanto no se la quitarían. Claro, supuestamente es para ayudar a los demás. La idea es que se me tiene que ocurrir algo, no me animo a tocarla, aunque… me la pusieron enfrente, y al lado de “jugar en el pasto”… Me concentro para ver que sale de este asco, es pegajosa se queda en mí. Ahora es el momento, el momento de darle forma a esta cosa chirla, que parece un escupitajo, ¡una basura! Paso número uno: “hacer el rostro”. Recién ayer la profesora me enseñó:

—Se trata de agarrar un pedacito de grasa y hacer una pelotita —habla todo así, porque para ella todo es miniatura—. Entonces agarramos la pelotita, la empezamos a girar, muy suavecito con mucha ternura y… ¡plaf! La aplastamos, tiene que quedar bien chatita —nos comunica.

—¡Profe! ¿Así está bien? —pregunta Manuela.

—¡Ay pero qué preciosidad! ¡No puedo creerlo! Las marcas, el tamaño, la medida, la sutileza… —contesta la experta en enseñar y también en conseguir todos los adjetivos del mundo. Ahora cuando la profe tenía que ser un poco más “dura” se le complicaba—. Carmen te está quedando muy… —no puede pronunciar palabra, se pone nerviosa, traga saliva, se pasea por todo el corral. Piensa, y de pronto lo encuentra, ¡un insulto con mucha delicadeza!—. Qué pelotita tan… ¡bella por dentro! ¿Les había explicado que la belleza no solo es externa?

—Sí profe, muchas veces.

Resulta que daba ese discurso cada vez que se presentaba una “obra de arte fea”, le buscaba millones de sinónimos; especial, diferente, exótica, original…

—La belleza puede ser interna, cegarte, obnubilarte, comprender la magia que la caracteriza, que no necesita de restricciones ni medidas, que es plena libre, ¡entera! —reflexiona mientras aplasta las bolitas mal hechas, las escupe, las mira con cara de asco y finaliza el discurso con un aplauso—. Aplaudamos a Carmen porque se animó.

—¿A qué se animó profe?

—A hacer un desastre.

Practicábamos con grasa ajena, y la grasa ajena no es la misma que la propia, a la ajena no la miras tan detalladamente, la miras quizás una vez y ya está. En cambio a la propia… ¡es todo un tema! Vas en busca de los defectos, de las grietas, del tamaño, ¡porque es tuya! Y de alguna forma te genera ese sentimiento de posesión que rápidamente debe ser reprimido. ¡Esa maldita grasa no es nuestra! Es para otro, es para ser generoso. Empezás a pensar en el día de “la lipo”, y… el punto es que hay que hacer una pelotita. Rostro: había memorizado muy claramente el significado, pero lo principal es que ahí van los ojos, la nariz, las cejas y las orejas. Sin embargo no es tan simple, el rostro es lo más bonito y preciado, tiene que ser perfecto, ¡delicado! Saber el manejo de la grasa, entenderla, dialogarle, sentirla, ¡besarla! Quererla al mismo tiempo que se la mueve, se la moldea y se la trabaja. No dejar que se escape, está prohibida tirarla, debemos ser dominantes, ¡debemos saber controlarla! Controlar la grasa con cariño, ¡hay que amarla! ¿Y luego qué? Y luego olvidarla, no debemos tomar conciencia del rostro que diseñamos. No debemos aferrarnos a las caras, debe haber una conexión sutil, porque es terrible lo que sucede si nos gusta en demasía una cara; la copiamos en todo diseño, en toda oportunidad, a cada rato y eso... eso es como utilizar siempre el mismo estampado.

Empecé a hacer el circulito, la supuesta pelotita, pero mi círculo era ovalado. Lo seguí intentando (no tenía mucha ductilidad), se dice que hay que charlarle.

—¿Grasa qué sentís?

—Siento que son una manga de inestables, que me echan y después me llaman, ¡que me detestan! —me contesta harta.

—Mirá, conmigo no te vengas a hacer la buena, que no sos ninguna víctima, sos una cosa…

¡Cosa asquerosa e ingrata! Que goza al ver a todas las personas angustiadas, nacida para lastimar, para tener que vivir a través de los demás. ¿No sentís culpa de ser tan detestable? Sos mi esclava, yo no soy ninguna esclava tuya, que te quede bien claro, ¡eh! Por tu causa tengo que matarme haciendo esas bolas de porquería, ir a someterme a la liposucción de mierda, rechazarte y después bancar que vuelvas diciendo: “No podes controlarte, te lo dije”. ¡Estúpida!

¡No! No tenía ganas de establecer una conexión tan profunda, porque no estaba tan loca como todas mis amigas. Hay una diferencia entre lo que querría expresar y entre lo que termino expresando… Ellas me comentaron que entablan este tipo de charlas, se descargan, se dicen sus cuantas verdades y finalmente consiguen una relación amorosa, y muy cordial. La mía era, en cambio, una conversación sin respuestas, de esas que te brindan consuelo y pueden durar horas porque nadie te contradice, porque estás hablando sola, vos y tu grasa recién quitada. Es así como emergió de mí una pelotita muy cuestionable, luego… ¡plaf! La achaté. Al final no iba a tener la cara larga.

3

Lo peor es cuando te exasperan con la grasa, parece que todo el continente tiene que enterarse.

—¿Cómo fue tu primer día de grasado? —interrogan—. Ya quiero ver esa formita, ¿y?

¿Cómo está quedando?

—¿Sentiste que tocabas la luna, sentiste emerger una rosa, te comiste los pétalos, te tragaste las espinas, deambulaste en el cielo, te sentías adormecida? ¿Te sentiste completa?

Me sentía más vacía que la mierda, esas eran las preguntas que hacía la dramática de mi prima. Steffi es así, perfecta. Mamá dice que es por su emoción al ayudar, por su solidaridad, por sus movimientos en el pasto y no sé qué más, pero ambas sabemos que su supuesta perfección se debe a la “moda costillas”, es una moda muy instalada en nosotras, porque podes verle los huesos, y eso quiere decir que se ha logrado conectar con su “yo hambriento”. ¡Una burrada total! Porque mi prima come hasta lo que no es masticable. Claro, por ese motivo es que todos la adoran, porque tiene la capacidad de dominar su masa corporal. Un día la vez vaca y al otro día parece una gacela, se devora lo que encuentra y después anula la acción con liposucción, así cualquiera… Me da clases de cómo comer: Rápido, sin dudar, ¡atragantándote! Mostrando la comida que estás por tragar. Se hace una pasta, se la maneja con agresión, ¡se tiene que sentir rencor! A mí, en cambio, no me gusta comer así: haciendo ruido, como si fuera una salvaje. Me agrada pensar, me da curiosidad la textura y hasta a veces juego. La trato bien, pero no hay que pensar lo que comemos, lo comemos y ya. El cirujano nos falta el respeto, primero lo ves diciéndonos “gordi” y después cambia y nos trata de “usted”. Tenemos la etapa “engorde” y la etapa “adelgace”, así denominada por él. Se engorda comiendo y se adelgaza con “la lipo”, lo malo de esta es saber que siempre está ahí para salvarte, te quita de la atmósfera calórica y te brinda una atmósfera “no grasable”. No estoy en contra porque según sabemos no produce daños físicos, solo espirituales y no son daños sino evolución. La evolución llega a nosotras cuando damos un poquito, y se vuelve adictivo, cuando terminamos por dar hasta lo que no tenemos para saciar al otro, para complacerlo, para entonces llegar a dar la vida quinientos, esa es la última vida que se da. Mi abuelita lo hizo, podríamos decir que está en el cielo, pero no creo, porque cuando se fue estaba en la “etapa engorde”, y no la subían ni con un avión privado. “Entonces se creó el cielo que está debajo del suelo, para no indicar que las gordas vamos al infierno”. ¿Quién dijo esa frase? Les aseguro que nadie importante, la inventé cuando nos enseñaron el significado de “paraíso” en ese sitio asombroso y fantástico nosotras no entramos, está científicamente comprobado. Una vez “La vaca Rota” intentó ingresar al cielo, hizo fuerza para acabar con los modelos requeridos y lamentablemente lo único que consiguió fue lastimar la atmósfera, de ahí el cielo que hoy en día vemos, irregular, inestable, dejó de poseer un azul constante, quedó en una especie de limbo, ¡atorada! Dice la leyenda: Cada vez que llueve o aparecen nubes es porque ella se queja… Es terrible el dolor que siente en las patas, ¡quebradas de hacer tanta presión! Por no caber en lo que claramente no era su medida, ni su talle, ¡ni su condición!

Pero regresando al punto, lo de mi abuelita fue el caso más analizado en la historia debido a que fue la única en evolucionar en la etapa engorde, porque la mayoría evoluciona cuando ya no tiene más para dar, cuando no hay carne, cuando se respira con pulmones que parecen descartables, y estás tan frágil que el mínimo suspiro puede matarte. Es la realidad, algunos prefieren decirle evolución pero yo soy sincera y le digo muerte. Mi abuelita fue la única abuelita que murió gordita, y acá aparece el misterio del siglo. De todas formas no estaba para rememorar la tradición familiar, porque esto me conducía obligatoriamente a seguir sus pasos; dar, trabajar, romperme el lomo, ¿y todo para qué? Para hacerme “la lipo”. No tiene sentido, básicamente comés para tener grasa y después buscás quitarla, ¿para qué demonios nos hacen comer tanto entonces? ¿Quién creó este mecanismo, mal estipulado, totalmente desorganizado? ¡No hace más que enriquecer a los cirujanos! Cuando Steffi lo cantaba con fervor no le decía todo esto, porque si no iba a delatarme y tendría que ser de las “excluidas”. Ser excluida es lo peor que puede existir en la vida, es no encajar en el proyecto que tiene para todas la misma medida. Quizás yo no encajaba en ninguno de los estándares, no era vaca, ni gacela, era sino una mezcla de ambas que nunca llega a descifrar de cuál de las dos tiene más, si de grasa o de hueso. Entonces me callaba, la aplaudía, la admiraba como ella necesitaba, porque en el fondo no le tenía envidia, sino lástima, debido a que Steffi se ganaba el cariño de todos solo por dos motivos, ¡que parecen tan contradictorios! Conseguía amor, por los únicos factores relevantes, por sus huesos o por sus carnes.

Estuve pensando en los múltiples significados que tiene la palabra vaca y los encontré. No es la definición de un animal, es sino una condición en la que te encontrás. Decir vaca, no es lo mismo que decir águila… Tiene un significado mucho más amplio y la mayoría de las veces es utilizada para herir, para lastimar. Todo depende de cómo tengas entrenados tus oídos. Yo tengo los oídos afilados, dispuestos a escuchar hasta el mínimo susurro, son demasiado delicados y quizás les preocupa en exceso los comentarios ajenos. Estoy acostumbrada a oír murmullos. Pero este no era un murmullo… era un grito, que se desataba dentro, como cuando te guardas algo, y nunca lo decís, ¡vibraba en la garganta! Estuvo sometido al silencio, era un grito que nadie podía oír, estoy segura que mamá no escuchaba lo mismo, ni mi tía, mucho menos Steffi. Era el grito y yo, contra algo que no puedo entender todavía. Una opresión en el pecho, sentís que no podes respirar, que todo alrededor está mal, pero te dicen que sigas, que hagas lo que hacen todos, ¡callar! A eso… ¡te obligan! Te dicen que no es nada, entonces vos lo creés, hasta que tu cuerpo grita. Las señales son muchas, aunque te educan para saber evadirlas, ¡para resistirte a ellas! No es miedo, no es bronca, no es ira, se parece a la tristeza, y tiene un poquito de confusión. Encarnada a los sentimientos, ¡encarnada a la razón! No es depresión, ¡tampoco frustración! ¡No sé qué es! Pero estoy angustiada porque no me salen las palabras. Porque solo puedo decir eso:

—Muuu.

Y quizás me dicen cosas y yo las empiezo a creer. Sé que soy una vaca, pero no soy solo eso, y no digo “Muuu” solamente, puede decir más cosas. ¡Puedo hacer más cosas que comer y hacerme la lipo! Y dar regalos estúpidos para que los otros se sientan bien. No soy un reparto de grasa, ¡qué se creen esos estúpidos! Que solo nos buscan para hacer los circulitos y las caras, no sé qué estaba sintiendo. No era indiferencia, ni egoísmo, ¡era vergüenza! Vergüenza de ser vaca, muchos creen que las vacas no nos sonrojamos. ¿Pero qué suponen, que por tener más grasa somos extraterrestres? Las vacas nos sonrojamos, y sentimos pena porque nadie nos hizo upa, porque nadie nos compró una cuna, ¡porque la romperíamos! ¡Porque no entramos en esos estúpidos estereotipos! ¡Las vacas lloramos! Nadie nos dice que somos lindas, y es la verdad, somos feas, estamos gordas, te pueden decir como elogio: “¡Uy! Mirá esa no está tan gorda”. Se les puede escapar un: “Esa debe tener buena carne”, y depende para qué quieran usarte, eso puede ser considerado algo no tan ofensivo. Ser vaca no es lo mismo que ser cerda, porque la cerda tiene grasa, pero escuché que las quieren como mascotas dentro de las casas. ¿Y para nosotras? Para nosotras nunca hay nada.

Mi tía me preguntó qué me pasaba. Ella era así, se preocupaba por mí solo cuando me veía a punto de desmayarme, de morirme de tristeza y notar que le estaba arruinando el ambiente ideal de su hogar. Uno de esos corrales en donde se venera la alimentación y comer es casi una sanación. Ahí no se reza, ahí solo se alaba a la “Santa Comida”. Cuando voy debo ser respetuosa, no maldecir ningún bien alimenticio y jamás puedo negarme… Seguido del saludo viene esa pregunta:

—¿Querés…?

Acompañado del “querés” aparecen todo tipo de manjares, “pasto pastoso”, “pasto verdoso”, “pasto reseco”, “pasto rasposo”, y el más requerido “pasto quemado”. Para mí todos eran iguales, pero si llegaba a pronunciar esas palabras me echaban, porque era considerado una falta de respeto total. Cada vez que empezaba a ofrecerme comida, venía la crítica y la masacre, porque yo no contestaba normalmente, sino que daba espacio a la duda.

Era como un “sí asqueado” que acepta de compromiso y sin entusiasmo.

—¡Pero dale chiquita!, ¡hay que darle a la comida! ¿Dónde está el ánimo por hacerte la liposucción? —decía cada vez que iba.

—Tía, ¿nunca te preguntaste por qué naciste vaca?

—¿Cómo me hice vaca? Pensaba que ya te lo habían explicado en la escuela… ya estás bastante grandecita para entender cómo viene una vida al mundo… ¿No tienen biología?

—¡Ay tía! Eso ya lo sé, me refiero a otra cosa mucho más profunda, algo más espiritual.

—¿Es de esas cosas a las que llaman una crisis existencial?

—Quizás…

—¿Te doy un consejo? Nunca vas a poder ser una buena vaca si no comés.

Y entonces me comporté como lo que era… y comí lo que me dio.

—¿Qué sentías? —preguntó.

—Supongo que solo era hambre tía.

Sentir vergüenza de decir que tenés vergüenza quizás era peor.

4

Es insoportable, la estoy escuchando como hace diez horas repetir las mismas tonterías.

—El manejo de la grasa se trata de una conexión espiritual.

—Steffi me tenés harta, manejá tu grasa como quieras que mi grasa la manejo yo como se me canta —grito exasperada.

—Sí, ¡eso! Podés cantarle —y entonces comenzó con todas las canciones románticas que le gustaban. Un gusto cuestionable, pero admito que era muy expresiva, tendrían que ver… hasta parecía que sufría con esa música dolida.

—¿Vos querés animar a la grasa o matarla de depresión Steffi?

—Calláte.

A la grasa podemos cantarle, bailarle, así como una especie de seducción cálida y sin malicia, solo para llamar su atención, que nos haga caso y respete el modelo de diseño que tenemos pensado. Se le puede cantar todo, menos canciones infantiles, no sé por qué. Pero bueno, tampoco iba a estar curioseando.

—Escuchame chiquita, vos tenés que hacerme caso a mí, porque yo ya di dos vidas —me decía como si eso fuera una marca de superioridad.

—No necesito dar vida con grasa, más adelante voy a dar vida de verdad, y no van a ser diseños, sino hijos.

—¡Estúpida! ¿En qué año te creés que estamos? Eso ya no se estila, grábatelo en el cerebro de mosquita que tenés… la vacas no pueden parir. Dejá de ser la típica vaca Susanita, nadie quiere a nadie en estos corrales de porquería, solo te usan y te usan, ¡y te usan! Hasta que ya no haya más para usar y aparezca otra vaca con mejores carnes.