La lira nueva - José María Rivas Groot - E-Book

La lira nueva E-Book

José María Rivas Groot

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Beschreibung

«La lira nueva» es una antología de poemas compilados por José María Rivas Groot en 1886, en la cual reunión la producción de poetas contemporáneos suyos, que deseaban abrirse nuevos rumbos y renovar el concepto imperante sobre la poesía en Colombia. La recopilación viene acompañada de un análisis del estilo de famosos poetas del romanticismo.-

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José María Rivas Groot

La lira nueva

 

Saga

La lira nueva

 

Copyright © 1886, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680171

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PRÓLOGO.

Breves sean las presentes líneas.

Y líbreme Dios de pensar que necesite de ellas este libro, tanto porque mías no las há menester ninguno, como porque no las requiere en prosa una obra en verso, pues que por sí sola forma ésta, ó tiene de formar, un cuerpo íntegro de ideas, sin ampliaciones ni notas, á causa de que el arte, por serlo, no es susceptible de enmienda ni adición, siendo como es la reducción de lo infinito á lo finito, eterno en intensidad, si bien en extensión limitado.

Empero, trazo estos renglones porque, aunque formada esta obra de elementos heterogéneos (pues tampoco se presenta en lo intelectual esa homeomeria de los griegos, que refutó Lucrecio tan poéticamente), constituye de suyo un conjunto de ideas que engendran deducciones claras para el tinoso lector; tan claras, que á pesar de que abrigo muy poca confianza en mí mismo, la tengo bastante en las razones que se desprenden de este libro, para que ellas brillen por sí solas y hagan que el crítico lea entre líneas lo que en las mías propias, por defecto de estilo, no se exprese debidamente.

Algunos amigos, interesados por el lustre de las letras patrias é iniciados en el movimiento intelectual que de años á esta parte se verifica entre nosotros, concibieron á la vez la idea de un libro que marcara el camino recorrido y enseñara el que debía transitarse en lo venidero; y, como de acuerdo, vinieron al humilde autor de estas lineas para que lo formara, acopiando las poesías que corrían perdidas en nuestras colecciones de periódicos, ó requiriendo privadamente las que, por humildad ó por el sentimiento contrario, guardaban inéditas los autores, como en verdad lo son las más de las que figuran en La Lira Nueva.

Esa coincidencia de pensamiento denota que había necesidad de una obra como la presente.

Notábase dondequiera, á principios de este siglo, si bien no queremos determinar lugares ni épocas, una necesidad de despertar el arte, adormecido en cierto seudo–clasicismo que sólo participaba de la escuela clásica verdadera por la frialdad marmórea de las estatuas helénicas, mas no por el calor de líneas que enseñan las obras de los maestros. Byron en todas las suyas, Hugo en las que dió á luz después de las Baladas y antes de las Contemplaciones, y luégo Heine en Alemania y Zorrilla en España, entre otros tantos, respondieron á la necesidad indicada. De ese movimiento general, y del particular que el último de los poetas citados imprimìó en la Península, se engendró entre nosotros, como ya se ha observado, 1 cierta escuela que fué seguida con juvenil arrebato por los que sentían ardores en las venas y deseos de ritmos marcados que respondieran á sus decantadas pasiones. Los pocos que no quisieron dejarse arrastrar por la corriente, callaron esperando á que pasase, ó buscaron por solo refugio contra la oriental francesa la casera letrilla castellana.

Sólo que toda reacción va más allá del justo medio, y engendra así nuevas acciones y reacciones que se compensen.

Esto por lo que respecta á nuestro pasado en literatura, al pasado anterior á las nuevas causas generadoras de este libro. Y de todo aquello ¿qué nos resta? La memoria simpática, si bien débil, de unos caballerescos caracteres que, mejor conducidos, más alumbrados y menos deslumbrados, sin influencias de artificio y no artísticas, hubieran aprovechado el calor juvenil en labores que hoy nos sirvieran de ejemplo.

Este sólo nos lo han dado los que se apartaron de la escuela indicada, ya por consciente movimiento, ya por natural instinto.

Por eso los autores que figuran en este libro recuerdan hoy día con tanto amor como en los que fué escrita, la poesía nerviosa de Caro, padre, nerviosa en el doble sentido de la palabra, así pujante como sensible; al par que los trabajos de Ortiz, con especialidad aquellos que enseñan nuestra franca y llena poesía explotada por Bello, el americanista por excelencia, y seguida en los Colonos, donde el artista ansía por vindicar los días idos, y los hace renacer á nuestros ojos, no con la sombra de las cosas muertas, sino con la morbidez de las cosas primitivas.

El señor Caro, hijo, eminente por tantos esfuerzos y apreciado por tantos títulos, se ha conservado seguro modelo, pues lleva en sus varios tonos, clásicos todos ellos, para los que gustan de la ingenuidad de los primeros años, la magna sencillez de su poesía intitulada Sueños, y para los que buscan cuerda de nota más grave, la sencilla magnitud de la Vuelta á la patria. Por la delicadeza del pensamiento y de los ritmos, no puedo menos de recordar aquí algunas estrofas de la primera.

Reclinado sobre hojas macilentas

Que el tronco cercan del anciano aliso,

En tu verde ribera solitaria,

¡Oh claro río!

Miro los montes,

Los cielos miro;

Doy suelta al pensamiento, y el pensamiento vago

Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.

………………………………..

Si Adán resucitase no hallaría

Señal ninguna de su Edén perdido

En moradas de reyes ni de damas.

Pero este sitio,

Estos aromas,

Estos sonidos

Le traerían ensueños floridos á la mente

Y olvidados afectos al corazón marchito.

………………………………….

¡Ay, que todo lo bello es momentáneo!

¡Ay, que todo lo alegre es fugitivo!

Las espumas, las nubes, los amores.

¡Oh claro río!

Miro los montes,

Los cielos miro;

Doy suelta al pensamiento, y el pensamiento vago

Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.

……………………………….

¡Ay, que para morir las alegrías

Toman de la tristeza el colorido!

Tus murmullos en ecos se prolongan

Que son suspiros,

Y en sombras mueren,

¡Oh claro río!

Así á las frescas voces de los primeros años

Los años que en pos vienen responden con gemidos...

Gutiérrez González, que «no escribía español sino antioqueño,» nos ha dado muestra, y muy alta, de lo que podemos hacer con los elementos que nos brinda la Naturaleza por estas tierras, pues de la que cría el maíz como ninguna otra, salió el afortudado cantor de aquel afortunado grano; cantor ingenuo y querido que, así como Epifanio Mejía, nos halaga con ese sabroso paisanaje característico en los cuadros rimados de Groot, quien para descansar en ocasiones de sus empresas, y no infructuosas, por limpiar los timbres de la gloria nacional y enderezar conceptos erróneos, buscaba en el campo, con cierta tendencia al realismo flamenco, ocasionada tal vez por inclinaciones de sangre, lejos de las afectaciones de la época, la lozana poesía en las mejillas sonrosadas por el buen aire y el trabajo noble, que ostentan nuestras mujeres de aldea, y en las atléticas formas de nuestros gañanes, domadores de robles en la selva y de torvos novillos en el llano.

No omitiremos, por cierto, á Pinzón Rico y á Isaacs, ambos de imaginación generosa, y orgullo de las letras que han ilustrado. El primero, menos singular y vago en concepciones que el segundo, y deseoso de consultar el oído de los lectores, aspira ante todo á hacer cadentes sus estrofas, como lo son en verdad las muy originales del Despertar de Adán, que vibran en el labio de cuantos las han leído, y que encierran notas tan altas como las siguientes:

Palpó sus miembros: túrgidos, ilesos,

Aun conociendo en Eva sus pedazos;

Y palpitaron en sus labios besos,

Como vibraron en su pecho abrazos.

………………………………….

Se infiltraron doquier fuerzas secretas

De gestación inmensa en los afanes,

Y el éter, envidioso, ardió en cometas,

Y la tierra, envidiada, hirvió en volcanes.

…………………………………..

Y del Edén los ámbitos, estrechos

Quedaron á los seres trasfundidos;

Y el mar cerúleo se pobló de lechos,

Y el bosque inmenso se colmó de nidos.

………………………………………

Isaacs es poeta por sus páginas en prosa y por sus versos, pues ha escrito el libro más popular en Colombia, uno de los más conocidos en América, la María, á la vez que sus fantasías de colorido oriental,—á causa de su sangre judía, en lo cual tiene orgullo el autor del Saulo,—como son esos sus avestruces de gordo plumaje sobre el cual salta la idolatrada, y aquellas sus estrofas colombianas con nostalgia de tierra hebraica, flores de cactus andino guardadas en las amarillas páginas de una Biblia.

Extraño rimador de extrañas filosofías, seduciendo á unos con su frase loca, y espantando á otros con su herejía condensada en estrofas que golpean, Núñez ha hecho impresión marcadísima en los ánimos, y se nos presenta como quien levanta con mano segura, en presencia de soñadores que quisieran mirar el lado azul de la vida, los pliegues de sudarios viejos, y enseña, en medio de una repugnancia que atrae, el vacío de cosas que se creían llenas y la plenitud de cosas que debieran estar vacías.

A fe que hemos de hablar de Pombo, «amamantado en el romanticismo,» sin que la originalidad le haga perder la severidad, enemigo personal de los lugares comunes, y amigo, en consecuencia, de pensar lo que nadie haya concebido ó de expresarse en frases que nadie haya gastado; cuya inspiración, así en las interpelaciones de la Hora de tinieblas, que cierto círculo de admiradores se empeña en presentar como la mejor poesía de tan alto poeta, como en las dulzuras tristes y de melancholía yankee, con retoques de Longfellow, contenidas especialmente en la Elegía, halla siempre, en espasmos de ideal, una frase que vibra como saeta, y que como saeta se clava.

De Fallon podríamos decir lo que todo el mundo dice, y así escribir mucho sobre quien finca su gloria en haberlo hecho con parquedad así como con perfección. Basta recordar, si alguien por ventura lo ha olvidado, ó por desventura, que es el autor de La Luna. La poesía de Fallon tiene la serenidad de las cosas grandes.

Consignaríamos aquí un nombre querido para nosotros, que figura al frente de páginas llenas de rica fantasía, si no temiéramos que se llegara á interpretar nuestros conceptos por afecto de sangre; así como trataríamos más en extenso el asunto, estampando opiniones sobre otros autores que se han distinguido, aunque no en tono sostenido, por alguna página feliz; pero el temor de cansar con nuestro estilo, nos hace prescindir de comentar el de otros. Autores hay de éstos que han querido fijar el pié en la huella de algún maestro del siglo de oro, y pretendido marcar tendencias clásicas en sus estrofas, y han logrado en alguna ocasión feliz resultado, si bien las más de las veces caen en rebuscamientos, se engolfan en un clasicismo que no lo es, traen por los cabellos arcaísmos, gastan cierta amanerada sencillez, si cabe la frase, y enseñan á las claras que no ven á las idem ni alcanzan á distinguir entre el espíritu vivo del maestro y la palabra muerta de la obra. Hay escritores de los mismos que omito, que se distinguen por algunas buenas estrofas, pero llevan por lo general rumbo tan perdido en materia de gusto, y se muestran, por el manejo de lengua, tan poco acostumbrados al manoseo de los clásicos en castellano, que hacen olvidar lo que en momentos de calma y seso escribieron.

Esos que atrás mentámos son los que, como ya lo dijimos, han dado ejemplo á las nuevas generaciones.

Pero no ellos solos, que también han ejercido influencia, muy marcada por cierto en los nuéstros, los literatos contemporáneos de la Península, como también los que han escrito en otras lenguas á contar de fecha no remota. Ante todo queremos hacer mención de Núñez de Arce, que desechando asuntos baladíes y respetuoso por la forma y en la forma, ha regenerado la lírica española. Su estrofa predilecta, pero no de su invención como generalmente se cree, 2 es leída con deleite, casi con veneración, y hace que hoy gran número de los poetas jóvenes, como puede verse en este libro, quieran consignar en ella sus pensamientos, imaginando quizás, lo cual no carece en cierto modo de razón, que esa combinación sugiere ideas nuevas y de determinado género, ó que por lo menos las ya usadas alcanzan á no parecerlo.

Campoamor, ese travieso de las cosas serias, revolucionario como ningún otro en ideas y formas, menos en fórmulas de gobiernos; viviente paradoja de la filosofía del arte en contraposición con la autoridad del autoritario; más osado en su pusilanimidad que el autor de la Visión de Fray Martín, el cual es pusilánime en su osadía; Campoamor (á quien,dicho sea entre este paréntesis, tal vez se estima mejor en América que en su patria, á juzgar por ciertos escritos) con su ingenioso ingenio ha colmado entre nosotros la medida que él mismo da para conocer la excelencia de un poeta,—la popularidad, manifestada en el mayor número de personas de gusto que sepan sus versos de memoria, aunque aquéllas no la tengan privilegiada. Sin embargo, no tenemos aquí un solo imitador (al menos úno que valga la pena de llamarse tál), del inventor de las Doloras y de los Pequeños Poemas; y eso por razón muy sencilla:—porque éste es inimitable.

Todo lo contrario diremos de Becquer, nunca bien llorado; pues antes milagro sería el encontrar un joven que no hubiera, al ponerse á medir versos, intentado hacerlos en becquerianas. La regular irregularidad de forma, la sencillez de pensamiento, cierta vaguedad de tono germánico, que forma escuela aparte, constituyen la de Becquer. Y á fe que si ha habido muchos que lo han calumniado con imitaciones que no lo son, no han faltado muchos que den á la estrofa un color blanco de perla que tienen todas las del poeta español, así como en el pensamiento la tristeza delicada de una alma de quince años que ha soñado cuarenta.

Víctor Hugo, que física y moralmente ha llenado el siglo, como privilegio concedido de lo alto, y que al comenzar, visto sólo el artista en el arte, ideó imposibles ideales, inició imposibles conquistas, y al concluír, si puede decirse que ha concluído, deja fundadas esas conquistas y realizados esos ideales, sin restricción alguna; Víctor Hugo, con sombras del Dante, osadías de Shakespeare, gritos de Job, coloridos de Góngora y frescuras de selva aprendidas en Lucrecio, ha tenido como ninguno otro atracciones para los espíritus abiertos, y muy especialmente (bueno es consignarlo, aunque pleonástico decirlo) para los poetas de La Lira Nueva. Es opinión general entre éstos que quien no estudia el procedimiento de el Maestro, que registró toda el arpa, no alcanza ni á mediano versista.

Vistas someramente las causas, aunque sin atender á las facultades poéticas de los que han sido así encaminados, podríamos entrar en consideración de los efectos y estudiar los versos que á continuación verá el lector; pero preferimos que éste doble la hoja y lo haga por su propia cuenta. Sólo sí llamamos la atención hacia algunos rasgos principales y generales que hacen del libro un cuerpo íntegro de ideas, como son, en el fondo, la aspiración á los asuntos filosóficos docentes y la ausencia de otros baladíes, en antes gastados por individuos egoístas é insulsos que referían al público intimidades que éste ni necesitaba ni quería saber, y desdenes de ingratas, pérdida de ilusiones, flaquezas ante la suerte, ó desventuras por el estilo, que dejaban al relator malparado á los ojos del oyente, y aburrido al oyente con los lugares comunes de versificador tan sin fortuna; así como, en la forma, el deseo de revestir la idea con imágenes que destaquen objetivamente sus contornos, y la carencia absoluta de versos agudos, agonizantes ó ya muertos, pues si se atiende á los síntomas, se ve que los maestros contemporáneos de la lengua los han echado en completo desuso, y si á las causas, se viene en cuenta de que no tiene razón de ser aquello que no está en armonía con la índole del idioma. Séales á los agudos, así como á los esdrújulos, en otro tiempo unos y otros tan en boga, y también á los temas sin trascendencia, ya eróticos ó epigramáticos, al par que á ciertos rasgos de subjetivismo inverosímil, ligera la tierra, si bien se la deseamos pesada caso de que pretendan levantarse.

Con diversos propósitos y con tendencias filosóficas distintas han escrito los que figuran en esta obra; de consiguiente, en tal divergencia de asuntos, sólo me restaba requerir de cada cual aquello que más lo caracterizara, aquello donde mejor exprimiera su propio sér, siguiendo yo de tal suerte esa liberal independencia de ánimo resaltante en el eminente Menéndez Pelayo, á quien me unen doblemente la admiración por sus obras y el afecto que me inspira por haberme dispensado su amistad y accedido á ejecutar cierto trabajo que le pedí para una obra colombiana; independencia por la cual el autor de los Heterodoxos lo es en el arte, y como ninguno otro se dice pagano en estética y da todo su corazón á los poetas ante y anticristianos.

Deseamos la prosperidad de este libro, como es natural, y para esto hacemos votos por que le salgan al paso críticos de toda suerte: si los Hermosillas, que sólo estudian un lado del asunto, el detalle, sin hacerse cargo de los propósitos más altos ó más hondos, y tienen por paradójica la paradoja y el pleonasmo por pleonástico, á fin de que, como siempre han servido, sirvan de escabel al pretender cruzarse y cerrar el paso; y si un Macaulay ó un Revilla, para que, abarcando todo el tema, haciendo hincapié en la obra con el propósito de presentar desarrollos generales, muestren el movimiento del arte, no perfectible pero sí mudable, y el camino determinado que debe seguirse en determinada época.

***

De los que figuran en La Lira Nueva, tres poetas hay que ya reclinan la cabeza en esa sombra donde mejor se destacan las auréolas de las frentes pensadoras. Obeso, Espinosa y Escobar murieron todos tres al empezar la vida. En distintas circunstancias de origen, con diversos propósitos y carreras, y con fines ocasionados por causas diferentes, nacieron, lucharon y pasaron; pero ello es lo cierto que á cortos intervalos llegaron á reunirse en lo que empieza donde todo acaba.

Era Obeso colosal de estatura y de ambiciones. Nacido de la raza que han vindicado entre nosotros caracteres como Infante, criado en regiones donde estalla la Naturaleza, y llegado luégo á la ciudad para consagrarse al estudio en una sociedad que le era desconocida, tuvo el noble negro que encauzar sus fuerzas, las que en ocasiones le servían para emprender en estudios que fatigarían á otros, y en ocasiones pidiendo cuenta á la vida, se rebelaban y desbordaban en pasiones y aventuras extrañas. De Obeso quedan, por ambas razones, algunos libros didácticos y de sana labor, y la Lucha de la vida, cuyo título indica el vigor de sus estrofas, á la vez que los Cantos de mi tierra, libro que, por sus tendencias y peculiaridades hará escuela poética entre nosotros; como también quedan los recuerdos de su carácter dulce y sombrío, de sus amores tan intensos como infortunados, de su caballerosidad unida á una voluntad de hierro, con la suavidad de la mano del león, y las hazañas á que lo impelía todo el fuego que una raza oprimida había puesto en su pecho de bardo atleta.

Decía un amigo nuéstro que Obeso fué un Otelo sin Desdémona que lo amara, y que hoy aguarda un Shakespeare que lo cante.

Opuestos á Obeso en constitución y carácter fueron Espinosa y Escobar: debilitados por el estudio, deseosos de afrontar la vida, al par que flaqueando físicamente al hacerlo, demasiado sensibles, como esos pobres instrumentos que abandona el artista sin poner á flojo las cuerdas, sufriendo la atrofia del cuerpo á expensas del pensamiento, aspiraron al ideal y pasaron, al lado de tantos que ni pasan ni aspiran.

Temeroso de que luégo me asaltara tardío arrepentimiento, cuando supe que Emilio Antonio Escobar estaba desahuciado, resolví ir á visitarlo, pues conocía varias composiciones suyas, si bien es cierto que no tuve ocasión de ver su drama. Fuíme con dos amigos á casa del poeta. Un zaguán oscuro nos condujo á la puerta de un cuarto estrecho, con olor de humedad y de cirios apagados, como si ya se presintiera que allí, no muy tarde, había de velarse á un muerto. Y casi lo parecía el poeta, ahí, á la orilla de la cama, enjuto, alisado el rubio cabello que le caía sobre los hombros, por detrás, vestido con una especie de sayal, y sentado enfrente de una mesita cubierta de rimeros de libros, entre los cuales parpadeaba una vela con una claridad amarillenta que iluminaba ese rostro y esas manos entre las cuales yacía un libro viejo, y los alumbraba con esa caliente luz de oro que destaca las peregrinas figuras sobre el fondo extrañamente oscuro de los mas hermosos cuadros de Rembrandt. Volvía la espalda al muro, sobre el cual se levantaba una sombra grotesca que se partía en el ángulo y se encorvaba en el techo con gesticulaciones torpes, dignas de una frase de Poe, que habrían hecho reír á un loco; y sobre esa sombra que tenía deslumbramientos, relucían en la palidez moribunda de la cabeza unos ojos grandes, sondeadores, animados por la fiebre, que contrastaban con la dejadez de unos labios entreabiertos, de donde salían las palabras lenta y débilmente, á suaves pausas, como de quien ve que en cada sílaba se sale un aliento de vida, y no quiere agotarse en un esfuerzo.

Nos recibió con afabilidad, nos enseñó, fija en la pared, la corona que le había remitido el Ateneo ; nos habló de las esperanzas que había concebido respecto de su drama, de la lluvia que impidió la concurrencia la noche del estreno, de sus deseos de gloria ó al menos de que no lo olvidaran, de sus contrariedades en la vida, de que se sentía morir, llevándose muchas creaciones en esa cabeza que pronto iba a descansar sobre una piedra; de que no alcanzaría á concluír su otra pieza dramática, el Infierno de los Santos, de que estaba resignado á todo. Y se expresaba así, encadenando unas ideas á otras, con melancolía, es verdad, pero sin alteración en la voz, sin anublársele los ojos, como habituado ya á ver claro en esa sombra donde se van hundiendo en silencio, uno á uno, y sin que podamos acompañarlos, tantos seres queridos que dejan las peregrinaciones de aquí abajo.

Le prometí volver muy pronto, y salí aturdido, sin reconocer el camino, pensativo, y reconciliado con la muerte, que iba á desligar esa vida de aspiraciones y miserias en que el poeta, en aleteo insensato, se había roto las alas contra los barrotes de hierro de la realidad; lleno de emociones extrañas, llevando en el oído el eco de esas palabras que parecían revelaciones, presente ese perfil que ya se disolvía en penumbras desconocidas, é impresionado al sondear ese espíritu que tenía desbordamientos de ternuras.