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Patricia Toni presenta una obra intensa y emocional que entrelaza cuentos y poemas para retratar, desde una óptica crítica y femenina, las heridas abiertas de la sociedad argentina. Con sensibilidad y humor ácido, sus personajes —niños, madres, trabajadoras, fantasmas del pasado— revelan una verdad que resuena en lo colectivo. Desde el horror de la dictadura hasta los sinsabores del día a día, este libro es una declaración literaria sobre la memoria, la resistencia y la búsqueda de justicia.
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Seitenzahl: 128
Veröffentlichungsjahr: 2025
PATRICIA TONI
Toni, Patricia La mala magia y otros textos / Patricia Toni. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6615-7
1. Cuentos. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Contacto con la autora: [email protected]
Inexplicable
Desapariciones
De cabildos abiertos y cacerolas
El D.N.I.
El mar más extraño
Decir adiós
Poesía a gritos I: Duele
Fotos viejas
La fila
La gitana
Una mujer en colectivo
De demonios y ángeles
Poesía a gritos II: Un trabajo de hormigas
Nuestro ciudadano ilustre
Escalera al cielo
La señora Planchita
El agua y el aceite
Lo que pasa en Lanús, queda en Lanús
Miss Dior
La estantería de las rebajas
Por ese palpitar
Los 22 de Wolffan
Lluvia en mi patio
Poesía a gritos III: Un Soldado
Semilla de maldad
Un nudo en la garganta
Palabras vivas
La mala magia
A Agustina Catalano, por su trabajo de edición y por la amorosidad de su devolución.
A mi familia y amigos que hacen que sea más fácil transitar la vida.
A mi ejército de primos/primas incondicionales, que me ayudan y acompañan siempre.
A mis queridas amigas narradoras, @labrapalabranarradoras y @narrandoando8 por permitir que mis palabras se escuchen en voz alta.
A mi mamá, la mujer más importante de mi vida.
A Luis, mi compañero en todo el sentido de la palabra, mi mejor amigo, mi amor.
A Matías, mi hijo y mi maestro, el que me dice las verdades más absolutas y me sorprende con su sabiduría cotidiana, un hombre íntegro que me llena de orgullo.
A todxs, por hacerme descubrir que hay palabras que no tienen reemplazos, porque no hay sinónimos posibles para decir ¡gracias!
“Papá, mi querido papá,
quiero ser nena otra vez y a los reyes esperar,
para escucharte acomodar los paquetes,
llevándote por delante… algún juguete”
—Permiso mi General, por favor firme acá, es para proceder a…
—No necesito explicación Teniente.
—Con su permiso Almirante, por favor firme acá, es para dar la orden de….
—No necesito explicación Capitán.
—Buenos días, permiso Brigadier, por favor firme acá, es para ejecutar…
—Está bien Comodoro ¡no necesito explicación!
Y así, inexplicablemente, firmaron 29.997 veces más.
La casa de los Aguirre quedó abandonada desde 1977, detenida en el tiempo, ocupando el espacio misterioso del pueblo.
Durante muchos años nadie habló. Era un lugar prohibido, la sola idea de nombrar a esa familia dejaba muda a la gente.
Sin embargo, el miedo se atenuó con el paso de la vida; el tiempo consigue casi siempre el olvido, aunque ante las preguntas insistentes de los más chicos, mil historias diferentes corrieron por las calles de Chas.
En realidad, nunca se supo cuál de todas fue cierta, si es que alguna lo fue, pero es asombroso descubrir el talento de los pueblerinos para inventar cuentos dignos de Poe.
Dicen que, por casualidad, un día glorioso de enero él entró en Chas. No era lo que había planificado, pero el hombre propone y el coche manda. Así que por culpa de una pinchadura en el radiador tuvo que parar en el hotel del pueblo.
No se preocupó demasiado, enseguida ubicó al mecánico, le entregó el Volkswagen y pensó en descansar; era viernes y en Mar del Plata no lo esperaban hasta el lunes. Por primera vez en muchos años un imprevisto no logró ponerlo de mal humor. Al contrario, sintió que le vendría bien un tiempo a solas y se propuso disfrutarlo.
Caminó sin dirección y sin prisa, atardecía con una brisa que aliviaba el calor sofocante del día. Aún no había gente en las calles calientes, era como si todo el pueblo tuviera olor a siesta. De pronto, ante sus ojos, una mujer desobedecía el orden pueblerino y detenida en el camino observaba una casa.
Su vestido ligero se movía con el vientito tibio igual que su cabello oscuro. Lo conmovió esa imagen casi etérea y se acercó. Después de las presentaciones pertinentes se sentaron a conversar sobre un tronco reseco bajo los racimos violáceos de un jacarandá.
Fue una charla amena, ella le contó que esa casa abandonada que miraba como haciendo guardia, era su lugar sagrado, que los recuerdos más hermosos de su infancia estaban encerrados entre esas paredes descascaradas, y que a veces, según cómo soplara el viento, podía escuchar las risas de sus padres que, en otros tiempos, pasaban las tardes bajo los aromos del jardín.
Él, por su parte, le confesó que volvía a su vida de civil después de haber servido muchos años al ejército, que se dirigía al mar y un imprevisto lo detuvo allí, que no creía en las casualidades porque al mirarse en sus ojos azules sentía que había llegado a su destino. Le pareció que las mejillas de la muchacha se ruborizaron ante su insinuación.
Casi anochecía cuando se despidieron con la secreta promesa de otro encuentro. Él se volvió al hotel tratando de calcular la edad de Alba: ¿17 años?, tal vez 18… Algo le resultaba incongruente y hasta vergonzoso, era apenas una niña y sin embargo despertaba todos sus instintos de conquista. Pensó que quizás era mayor y no lo parecía y se decidió a averiguar algo más mientras tomaba una cerveza en la vereda de un bar.
Había quedado obnubilado. Sentía que desde su nombre toda ella era luz, que un aura especial la protegía y la hacía irresistible, le parecía tan suave que lo tentaba tocarla para comprobar que de verdad estaba ahí; su voz profunda lo seducía y su mirada azul lo invitaba a soñar con ese lugar que ella describía con tanta felicidad.
Cuando preguntó por Alba notó sorpresa en algunas miradas, hasta que el mozo dijo: ¿Alba? ¿Alba Aguirre?
—No sé, dijo el hombre, no conozco el apellido.
—Sin duda señor, no hay otra Alba en el pueblo.
Supo que por alguna razón era la única y se estremeció. El mozo continuó su comentario:
—Los Aguirre, Don, eran buena gente, medio zurdos decían algunos, a nosotros no nos importaba nada de eso, pero en aquel tiempo la cosa estaba brava para los de izquierda… eran muy serviciales, lo que se dice buenos vecinos ¿vio?
Le revolvió el estómago enterarse de ciertos detalles de la familia de esa chica, como ex teniente los zurdos todavía le provocaban urticaria. De todas formas, quiso saber un poco más.
—¿Los padres de Alba viven?
—No maestro, eran muy jóvenes cuando se los llevaron, vivían en la casa abandonada que está justo donde comienza el camino a las estancias, del monumento del gaucho a la derecha.
—Y Alba ¿Dónde vive?
—¿Alba? ¿En serio me pregunta? Cuando los milicos entraban no se salvaba nadie, también se la llevaron. ¡Pobrecita! era más dulce la gurisa…
El hombre se alteró notoriamente.
—¿Usted me quiere decir que nunca más la vieron en el pueblo?… ¡eso es imposible! yo estuve con ella toda la tarde contemplando esa casa.
El mozo no pudo contener la carcajada, pero la mirada del hombre le exigía una explicación.
—¡Por Dios, lo han querido engañar! Seguro que alguna de las chicas que laburan en lo del Froilán lo vio forastero y le quiso hacer una broma pensando que usted conocía la historia.
—No entiendo nada, dijo el hombre, ¿Qué historia es esa?
—Vea Don, en casi todos los pueblos hay rumores de cosas extrañas, en Gral. Belgrano tienen a la Llorona, en Ranchos a King Kong y nosotros para no ser menos la tenemos a Alba.
No se lo tome en serio, pero se dice que en el verano Alba regresa a vigilar la casa de sus padres. ¡Vaya uno a saber!, algún borracho que alguna vez creyó reconocerla y a partir de ahí creció este cuento. Dicen que la chica busca venganza. ¡Imagínese! ¡Un ánima que deambula a plena luz del día! Cosas de campesinos brutos ¿vio? Me parece que lo tomaron para la chacota, como acá nunca pasa nada, a veces se hacen estas bromas de mal gusto…
Esa noche el hombre durmió muy mal, algunos fantasmas de su pasado se empeñaron en aparecer y perturbarlo. Sus recuerdos se proyectaban tan claros, tan nítidos, que parecían del presente. Los secuestros, las torturas, el llanto de los chicos, las locas de los pañuelos blancos preguntando, siempre preguntando…
Se despertó empapado en sudor y se sintió ridículo, una historia vulgar en un pueblo que ni figura en el mapa desafiaba su conciencia.
¡Por favor! ¡Hice lo que tenía que hacer y era lo correcto! Reflexionó con una soberbia que no le permitió dudar.
Desayunó temprano, sintió el impulso de irse rápido de ese lugar y quiso apurar al mecánico para que le terminara el auto. Al rato supo que en los pueblos no hay apuros posibles y se resignó a pasar otra noche en el hotel.
Cuando cayó la tarde se dirigió nuevamente al camino de las estancias. Estaba enojado, esperaba divisar la silueta de aquella muchacha decidido a continuar el juego que ella había empezado la tarde anterior y desenmascararla.
De pronto notó que le temblaban las piernas. Ella estaba ahí, en la misma posición, con el mismo vestido ondulante en la brisa, sublime como una pintura de Dalí.
Él apresuró el paso y gritó su nombre. La muchacha lo miró, le sonrió y comenzó a caminar hacia la casa, el hombre corrió detrás aceptando la invitación que creyó entender en su sonrisa.
Se distrajo mirando cómo Alba acariciaba los postigos de las ventanas trabados por maderas en forma de cruz y cuando se quiso acordar ya estaba dentro de la vieja casona.
Ella balbuceó una frase que él comprendió una vez que estuvo dentro.
Algunas casas son como sepulcros.
La muchacha se mostró sorprendida:
—Es extraño que la puerta estuviera abierta, dijo y deliberadamente la cerró con un golpe seco.
El hombre, por instinto tal vez, intentó abrirla en vano y notó que del lado de adentro ya no tenía apariencia de puerta, parecía un muro más de esa sala húmeda y penumbrosa.
—¡Dios mío! –dijo notablemente alterado–. ¡No abre!, esta puerta de mierda no abre. ¡Increíble! ¡Estamos encerrados en medio de la nada!
Calmada y con una sonrisa en sus labios, la muchacha serenamente, pasó a través de uno de los gruesos muros y desapareció.
En el pueblo de Chas todavía se preguntan: qué oscura historia escondería el forastero que se esfumó de repente dejando abandonado su Volkswagen.
Dice la historia que, bajo la lluvia, el pueblo esperaba saber de qué se trataba aquel asunto. Lo del pueblo nunca entró en discusión porque a lo largo de los años nuestro pueblo dio sobradas pruebas de esperar en la plaza lo que sea. A lo sumo y con la única intención de elegir una vereda donde plantarse, se podrá discutir lo de la lluvia o lo del uso del paraguas, aun teniendo en claro que tales características no hacen a los hechos trascendentales de la semana patria.
De todas formas, como en este país es siempre imprescindible definir posiciones, yo elijo el bando de la lluvia y los paraguas porque creo que es el marco ideal para una revolución.
Lo cierto es que me pongo a repasar con nostalgia tanguera los acontecimientos de nuestro mayo para ir entrando en el clima de los próximos festejos y descubro que también estoy del lado de los que aseguran que nuestra historia es temerosamente cíclica, que se regodea sobre lo mismo una y otra vez como en un eterno déjà vu.
Es como si quedáramos atrapados en una espiral diabólica, pensando que ahora todo será diferente para terminar en el mismo lugar y haciendo los mismos reclamos:
¡Libertad, libertad, libertad!
Fue gracias a Don Baltazar Hidalgo de Cisneros que pude detectar esta circularidad histórica a la que estamos condenados. Porque mientras leía sobre los avatares de aquella Buenos Aires de 1810, cerré los ojos y proyecté la escena:
El pueblo furioso en las calles (siempre provoca temor el pueblo en las calles), la gente enardecida revelando en sus dichos que está dispuesta a todo para liberarse de la opresión y adentro, el gobernante cobarde que no para de consultar asesores para terminar huyendo como rata por tirante.
Un final totalmente previsible y circular: Cisneros tomándose el buque y De La Rúa un helicóptero.
¿El próximo se teletransportará?
La comisaría me pareció el lugar más seguro, al menos en mi pueblo es así. No dudé en entrar y dirigirme directo a un pelado que golpeaba las teclas de una computadora con la velocidad de una tortuga.
—Buenos días agente…me puede….
El tipo no me dejó terminar y sin más me pidió el documento de identidad.
—¿Documento? Dije casi sorprendida
—Sí señora, el DNI.
—Pero si yo…
—Primero el DNI y después me cuenta.
Pensé en cómo se complican la vida en la capital, pero la mirada de hielo del oficial no me dejó más alternativas, así que casi conteniendo la respiración empecé a revisar la cartera para encontrarlo.
El primer intento fue fallido. El segundo y el tercero también. El policía empezaba a perder la paciencia, entonces no me quedó otra opción que comenzar a vaciar el contenido de mi bolso sobre su escritorio. Encima había viajado con una cartera grande, para que me entrara todo ahí y no andar con bolsas y bolsitas. Se lo Expliqué, pero fue como decírselo a una pared.
Me tocó un tipo tan fastidioso y antipático que por un momento logró ponerme nerviosa y hacerme creer que me lo había olvidado.
Un poco de paciencia, le dije, ya va aparecer.
Lo primero que saqué fueron los lentes, le dije que sin ellos no voy ni a la esquina, que por eso siempre los tengo a mano. Al policía no le importó. Después saqué la bolsa con los remedios, la radio chiquita y un sobre con las fotos de mis nietos que traía para que la Mabel viera lo grande que están. Cuando le mostré a los chicos retratados en la plaza, el muy asqueroso casi ni los miró, no sé para qué me gasté en explicarle que Belén era la única nena de la familia y que Jaime y José ya jugaban al baby fútbol, si lo único que hizo fue poner los ojos para arriba y volvió a insistir con lo del documento.
—Ya va, señor, acá viven todos apurados.
El maldito documento no aparecía. En cambio encontré la estampita del bautismo del nene de mi sobrina y la bolsita con caramelos que siempre llevo para dar como propina en caso de que la situación lo amerite. Saqué también el nuevo testamento y lo revisé para ver si por las dudas se me había colado ahí, pero no. El pelado se rascaba la cabeza y bostezaba mientras yo seguía vaciando mi cartera.
—¡Por el amor de Dios! ¿Qué lleva ahí señora?
—Ya falta poco.