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Obra que se halla en los inicios de la novela de ciencia-ficción, "La máquina del tiempo" (1895) sigue conservando el mismo poder de fascinación y vigor narrativo que le valieron el éxito inmediato en el momento de su publicación. Afortunada síntesis de los conocimientos científicos del autor, del maquinismo que hacía furor en la época y de la visión escéptica de Herbert George Wells (1866-1946) respecto al rumbo tomado por la sociedad que le tocó vivir, el relato (un clásico) describe un futuro inquietante en el que dos razas semibestiales, los eloi y los morlock, comparten en una peculiar simbiosis un planeta extraño y desolado sobre el que se han cernido catástrofes y transformaciones, pero en el que brilla aún, como tenue esperanza, un hálito de humanidad.
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Seitenzahl: 166
Veröffentlichungsjahr: 2018
H. G. Wells
La Máquina del Tiempo
Capítulo 1. Introducción
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Créditos
El Viajero del Tiempo (pues así convendrá que nos refiramos a él) estaba exponiéndonos un asunto complejo. Sus ojos grises centelleaban y su rostro, generalmente pálido, se encendía animado. El fuego ardía con viveza y el suave brillo incandescente de las tulipas de plata iluminaba el baile de burbujas en nuestros vasos. Los sillones, patentados por él, inconformes con su papel de mero asiento, nos abrazaban y acunaban; se respiraba esa exquisita atmósfera de sobremesa en la que el pensamiento fluye despreocupado y libre de las ataduras de la precisión. Y nos lo presentó tal como sigue –subrayando cada argumento con su esbelto índice– mientras nosotros, apáticamente sentados, admirábamos su seriedad acerca de esta nueva paradoja (al menos, eso pensábamos) y su productividad.
–Deben seguirme con atención. Tendré que contradecir un par de ideas universalmente aceptadas. Por ejemplo, la geometría que les enseñaron en la escuela está basada en un concepto equívoco.
–¿No será pedirnos demasiado para empezar? –dijo Filby, un personaje pelirrojo y dado a la polémica.
–No es mi intención pedirles que acepten algo sin fundamentárselo razonablemente. Pronto admitirán cuanto necesito de ustedes. Por supuesto saben que una línea matemática, una línea de grosor nulo, no existe en realidad. ¿Les enseñaron eso? Tampoco existe el plano matemático. Estas cosas son meras abstracciones.
–Eso es verdad –dijo el Psicólogo.
–Tampoco puede un cubo tener una existencia real, sin longitud, anchura ni grosor.
–Ahí tengo algo que objetar –dijo Filby–. Por supuesto que puede existir un cuerpo sólido. Todas las cosas reales…
–Eso piensa la mayoría de la gente. Pero esperen un momento. ¿Puede existir un cubo instantáneo?
–No le sigo –dijo Filby.
–¿Puede un cubo que no dure absolutamente nada en el tiempo tener una existencia real?
Filby se quedó pensativo.
–Claramente –prosiguió el Viajero del Tiempo– cualquier cuerpo real debe poder medirse en cuatro direcciones: debe tener Longitud, Anchura, Grosor y… Duración. Pero a causa de un error humano, que les explicaré a continuación, nos inclinamos a obviar este hecho. Realmente hay cuatro dimensiones, a tres de las cuales denominamos con los tres planos del Espacio, más una cuarta, el Tiempo. Sin embargo, hay una tendencia a establecer una diferencia irreal entre las primeras tres dimensiones y la última, porque resulta que nuestra percepción se mueve a intervalos en una dirección sobre la última de ellas, desde el inicio hasta el fin de nuestras vidas.
–Eso –dijo un hombre muy joven, haciendo esfuerzos espasmódicos para volver a encender su puro en la llama de la vela–, eso… muy evidente, efectivamente.
–Ahora bien, es increíble que algo así haya sido tan extensamente obviado –prosiguió el Viajero del Tiempo, con un ligero ascenso de jovialidad–. Realmente esto es a lo que me refería con la Cuarta Dimensión, aunque algunas personas que hablen de ella no sepan a qué se refieren. Es, simplemente, otra forma de ver el Tiempo. No hay ninguna diferencia entre el Tiempo y cualquiera de las otras tres dimensiones del Espacio, exceptuando que nuestra consciencia se mueve a través de él. Pero cierta gente estúpida sigue aferrada a la cara errónea de esa idea. ¿No han oído todos ustedes lo que se dice acerca de esta Cuarta Dimensión?
–Yo no –dijo el Gobernador.
–Es tan simple como esto. Del espacio, según lo conciben nuestros matemáticos, se habla como si tuviera tres dimensiones, a las que se puede llamar Longitud, Anchura y Grosor, pudiéndose definir mediante la referencia a tres planos, cada uno formando ángulos rectos con los otros. Pero algunos filósofos han estado preguntándose por qué precisamente tres dimensiones (¿por qué no otra dirección formando ángulos rectos con las otras tres?), e incluso han intentado construir una geometría Tetradimensional. El Profesor Simon Newcomb así se lo expuso a la Sociedad Matemática de Nueva York hace más o menos un mes. Ustedes saben que en una superficie plana, que tiene solamente dos dimensiones, podemos representar una figura de un sólido tridimensional; de forma similar, ellos piensan que mediante modelos de tres dimensiones se podría representar uno de cuatro (si llegaran a controlar la perspectiva del caso). ¿Entienden?
–Creo que sí –murmuró el Gobernador, quien, frunciendo el ceño, cayó en un estado introspectivo, moviendo sus labios como si repitiese palabras misteriosas–. Creo que ahora lo veo –dijo animándose, de forma transitoria, tras un rato.
–Bien; no me importa contarles que he estado trabajando sobre esta geometría de las Cuatro Dimensiones durante algún tiempo. Algunos de mis resultados son curiosos. Por ejemplo, aquí tengo un retrato de un hombre a los ocho años de edad, otro a los quince, otro a los diecisiete, otro a los veintitrés y así sucesivamente. Está claro que todos ellos son secciones, es decir, representaciones Tridimensionales de su ser Tetradimensional, lo cual es algo inamovible e inalterable.
–Los científicos –prosiguió el Viajero del Tiempo después de la pausa requerida para la correcta asimilación de lo expuesto– saben muy bien que el Tiempo no es más que un tipo de Espacio. He aquí un popular diagrama científico, una representación meteorológica. Esta línea que sigo con mi dedo muestra el recorrido del barómetro. Ayer estaba así de alta, por la noche cayó; esta mañana volvió a subir gradualmente hasta aquí arriba. ¿Seguro que el mercurio no trazó la línea en ninguna de las dimensiones del Espacio usualmente aceptadas? Sin duda la trazó, y, consecuentemente, deberíamos concluir que tal línea fue dibujada a lo largo de la Dimensión del Tiempo.
–Pero –dijo el Médico, clavando obstinadamente la mirada en una brasa del fuego–, si el Tiempo es sólo una cuarta dimensión del Espacio, ¿por qué es, y ha sido siempre, contemplada como algo distinto? ¿Y por qué no podemos desplazarnos en el Tiempo como lo hacemos en las otras dimensiones del Espacio?
El Viajero del Tiempo sonrió.
–¿Está seguro de que nos podemos mover libremente en el Espacio? Podemos ir a la izquierda y a la derecha, así como hacia delante y hacia atrás con suficiente libertad; el hombre siempre lo ha hecho así. Admito que podemos movernos libremente en dos dimensiones. Pero ¿qué ocurre con arriba y abajo? La gravedad nos limita en este caso.
–No exactamente –dijo el Médico–. Ahí están los globos.
–Pero antes de los globos, salvo por algún salto convulsivo y las irregularidades de la superficie, los hombres no tenían autonomía para realizar el movimiento vertical.
–Aun así, podían moverse un poco hacia arriba y hacia abajo –dijo el Médico.
–Más fácil, mucho más fácilmente hacia abajo que hacia arriba.
–Y uno no puede moverse nunca en el Tiempo, no puede escapar del momento presente.
–Mi querido señor: ahí es justo donde usted se equivoca, donde el mundo entero ha errado. Nos alejamos continuamente del momento presente. Nuestras existencias mentales, que son inmateriales y no tienen dimensión, se pasean a través de la Dimensión del Tiempo con una velocidad uniforme, desde la cuna hasta la tumba, de la misma forma en la que nos veríamos obligados a viajar hacia abajo si comenzáramos nuestra existencia cincuenta millas1 sobre el nivel del suelo.
–Pero la gran dificultad es ésta –interrumpió el Psicólogo–: uno puede moverse en todas las direcciones del Espacio, pero no puede circular por el Tiempo.
–Ése es el germen de mi gran descubrimiento. Sin embargo, se equivoca al afirmar que no podemos movernos a través del Tiempo. Por ejemplo, si estoy recordando un incidente con mucha precisión, retrocedo al instante en que ocurrió: me vuelvo ausente, como dicen. Por un instante, doy un salto hacia atrás. Por supuesto que carezco de medios para permanecer ahí durante un tiempo, no más de lo que un salvaje o un animal podría mantenerse a seis pies sobre la tierra. Pero, en este caso, un hombre civilizado tiene ventaja sobre el salvaje. Si puede elevarse en un globo a pesar de la gravedad, ¿por qué no podría esperar, finalmente, ser capaz de parar o acelerar su rumbo a través de la Dimensión del Tiempo, incluso de darse la vuelta y viajar en sentido contrario?
–Oh, esto –intervino Filby– es todo…
–¿Por qué no? –dijo el Viajero del Tiempo.
–Va en contra de la razón –continuó Filby.
–¿Qué razón? –añadió el Viajero del Tiempo.
–Usted puede demostrar que el negro es blanco mediante argumentos –dijo Filby–, pero nunca me convencerá.
–Probablemente no –dijo el Viajero del Tiempo–, pero ya comienzan a vislumbrar el objetivo de mis investigaciones sobre la geometría Tetradimensional. Hace tiempo tuve una vaga idea de una máquina…
–¡Para viajar a través del Tiempo! –exclamó el Hombre Muy Joven.
–… que viajase indiferentemente en cualquier dirección del Espacio y el Tiempo, según determinara su conductor.
Filby se regocijó con una carcajada.
–Pero lo he constatado mediante la experiencia –dijo el Viajero del Tiempo.
–Sería extraordinariamente práctico para los historicistas –sugirió el Psicólogo–. ¡Uno podría viajar hacia atrás y verificar la versión oficial de la Batalla de Hastings, por ejemplo!
–¿No cree que llamaría la atención? –dijo el Médico–. Nuestros ancestros no tenían gran tolerancia a los anacronismos.
–Se podría aprender griego directamente de los propios labios de Homero y de Platón –opinó el Hombre Muy Joven.
–En tal caso le suspenderían a usted en la primera prueba universitaria. Los eruditos alemanes han perfeccionado muchísimo el griego.
–Y luego está el futuro –dijo el Hombre Muy Joven–. ¡Imagínense! ¡Uno podría invertir todo su dinero, dejarlo para que acumulase intereses y apresurarse hacia delante!
–Descubrir una sociedad –dije– levantada sobre una base estrictamente comunista.
–¡De todas las teorías desenfrenadas y extravagantes…! –comenzó a decir el Psicólogo.
–Sí, eso me pareció a mí, así que nunca hablé de ello hasta que…
–¡Verificación experimental! –exclamé–. ¿Va a demostrar eso?
–¡El experimento! –reclamó Filby, que comenzaba a tener cansancio mental.
–De todas formas, veamos su experimento –dijo el Psicólogo–, aunque sea todo una patraña, ya saben.
El Viajero del Tiempo nos dedicó una ronda de sonrisas. Después, riendo todavía ligeramente, con las manos hundidas en los bolsillos de sus pantalones, salió con tranquilidad de la sala y pudimos oír sus zapatillas arrastrándose por el pasillo hacia el laboratorio.
El Psicólogo nos miró.
–Me pregunto qué tendrá.
–Algún truco de magia o algo parecido –dijo el Médico, y Filby intentó hablarnos sobre un prestidigitador que había visto en Burslem; pero, antes de que hubiera terminado su introducción, el Viajero del Tiempo volvió y la anécdota de Filby se interrumpió.
El Viajero del Tiempo traía en su mano un artefacto metálico resplandeciente, apenas mayor que un reloj pequeño, delicadamente confeccionado. Contenía marfil y algún tipo de sustancia cristalina. Y ahora debo ser explícito, pues lo que sigue –de no ser aceptada su explicación– es algo absolutamente inexplicable. Tomó una de las mesitas octogonales repartidas por la sala y la situó enfrente del fuego, con dos patas sobre la alfombrilla de la chimenea. Encima de esta mesita colocó el mecanismo. Luego acercó una silla y se sentó. En la mesa había tan sólo una pequeña lámpara con pantalla, cuya luz se proyectaba de lleno sobre el objeto. También lucían unas doce velas alrededor, dos en candelabros de latón sobre la repisa de la chimenea y varias en apliques de pared, de forma que la sala estaba intensamente iluminada. Yo me senté en un sillón cerca del fuego y lo arrastré hacia delante hasta que estuviera casi entre el Viajero del Tiempo y la chimenea. Filby se sentó detrás de él, mirando por encima de su hombro. El Médico y el Gobernador lo observaban de perfil desde la derecha, el Psicólogo desde la izquierda. El Hombre Muy Joven se encontraba detrás del Psicólogo. Estábamos todos alerta. Me parece increíble que cualquier tipo de truco, por muy sutilmente concebido y hábilmente realizado que estuviera, pudiera habérsenos escapado en estas condiciones.
El Viajero del Tiempo nos miró y nos dio a conocer su artefacto.
–¿Y bien? –dijo el Psicólogo.
–Este pequeño trasto –continuó el Viajero del Tiempo, descansando sus codos sobre la mesa y uniendo sus manos sobre el aparato– sólo es una maqueta, mi proyecto para una máquina que viaje a través del tiempo. Podrán observar que esta barra se halla apreciablemente torcida y que presenta una extraña apariencia áurea, como si fuera algo irreal –la señaló con el dedo–. Además, aquí hay una pequeña palanca blanca y aquí otra.
El Médico se levantó de su silla y observó de cerca el objeto.
–Está hecho con esmero –aseveró.
–He tardado dos años en construirlo –replicó el Viajero del Tiempo.
Después, cuando todos habíamos imitado el gesto del Médico, dijo:
–Ahora quiero que entiendan claramente que esta palanca, al ser presionada, envía a la máquina planeando hacia el futuro y, esta otra, invierte el movimiento. Esta pieza representa el asiento del viajero del tiempo. Ahora voy a activar la palanca y la máquina se disparará. Se desvanecerá, pasará al Tiempo futuro y desaparecerá. Observen bien el objeto. Miren también la mesa y convénzanse de que no está trucada. No quiero perder la maqueta y luego ser tachado de farsante.
Hubo una pausa de un minuto aproximadamente. Parecía que el Psicólogo iba a hablarme, pero cambió de opinión. Entonces el Viajero del Tiempo aproximó su dedo a la palanca.
–No –dijo, de pronto–. Déjeme su mano.
Y, volviéndose hacia el Psicólogo, agarró su mano y le pidió que extendiera el dedo índice, de forma que fue este mismo quien lanzó la maqueta de la Máquina del Tiempo a su viaje interminable. Todos vimos mover la palanca. Estoy completamente seguro de que no hubo truco. Hubo una ráfaga de viento y la llama de la lámpara se combó. Una de las velas de la chimenea se apagó y la pequeña máquina se balanceó, se volvió borrosa; la vimos como si fuese un fantasma durante un segundo tal vez, como un remolino de latón y marfil centelleando débilmente; y desapareció… ¡Se desvaneció! Sobre la mesa quedó sólo la lámpara.
Todo el mundo permaneció en silencio durante un minuto. Entonces Filby dijo que estaba endemoniado.
El Psicólogo se recuperó de su estupor y, de repente, miró debajo de la mesa, mientras el Viajero el Tiempo se reía alegremente.
–¿Y bien? –preguntó, remedando al Psicólogo. Entonces, levantándose, se dirigió a la tabaquera que había sobre la chimenea y, dándonos la espalda, comenzó a rellenar su pipa.
Nos miramos asombrados unos a otros.
–Oiga –dijo el Médico–, ¿qué es lo que pretende con esto? ¿De verdad cree que esa máquina está viajando en el tiempo?
–Por supuesto –dijo el Viajero del Tiempo, inclinándose para prender un fósforo en el fuego. Luego se volvió, encendiendo su pipa, para ver la cara del Psicólogo. (Para demostrar que no estaba desquiciado, éste se sirvió un puro y trató de encenderlo sin cortarlo)–. Es más: ahí dentro tengo una máquina grande casi terminada –señaló al laboratorio–, y cuando esté montada tengo la intención de desplazarme por mi propia cuenta.
–¿Pretende decir que esa máquina ha viajado hacia el futuro? –dijo Filby.
–Hacia el futuro o hacia el pasado… no sé, con certeza, hacia cuándo.
Tras una pausa, el Psicólogo tuvo una inspiración.
–Tiene que haber ido al pasado, si es que ha ido a algún sitio –dijo.
–¿Por qué? –preguntó el Viajero del Tiempo.
–Porque supongo que no se habrá movido en el espacio y, si hubiera viajado al futuro, debería haber permanecido aquí todo este tiempo, pues tiene que haber viajado a través de este momento.
–Pero –dije yo– si hubiera viajado hacia el pasado, habría estado visible cuando entramos al principio en esta sala; y el pasado jueves, cuando estuvimos aquí; y el jueves anterior, ¡y así sucesivamente!
–Serias objeciones –comentó el Gobernador, con un aire de imparcialidad, volviéndose hacia el Viajero del Tiempo.
–Para nada –dijo el Viajero del Tiempo, y dirigiéndose al Psicólogo–: piénselo. Usted puede explicar eso. Es la proyección por debajo del umbral, ya sabe, una proyección atenuada.
–Por supuesto –dijo el Psicólogo, tranquilizándonos–. Es una simple cuestión de psicología. Tendría que haber pensado en ello. Es muy sencillo y facilita divinamente el enigma. No podemos verlo, ni tampoco apreciar esta máquina, como tampoco veremos el radio de una rueda mientras gira, ni una bala ondeando por el aire. Si está viajando a través del tiempo cincuenta o cien veces más rápido que nosotros, si atraviesa un minuto mientras nosotros un segundo, por supuesto que causaría una impresión de tan sólo una quincuagésima o una centésima parte de la que causaría si no estuviera viajando en el tiempo. Es bastante sencillo.
Cruzó con su mano el espacio en el que la máquina había estado.
–¿Lo ven? –dijo sonriendo.
Nos sentamos y miramos fijamente la mesa vacía durante un instante. Entonces el Viajero del Tiempo nos preguntó qué pensábamos de todo aquello.
–Esta noche parece bastante verosímil –dijo el Médico–, pero esperemos a mañana. Esperemos al sentido común de la mañana.
–¿Les gustaría ver la auténtica Máquina del Tiempo? –preguntó el Viajero del Tiempo.
Dicho lo cual, tomando la lámpara en su mano, capitaneó la bajada por el largo y angosto pasillo hacia su laboratorio. Recuerdo gráficamente la luz titilante, la silueta de su peculiar y ancha cabeza, el baile de las sombras, cómo lo seguimos, estupefactos pero incrédulos, y cómo allí, en el laboratorio, contemplamos una versión mayor de la pequeña maqueta que habíamos visto desvanecerse delante de nuestros ojos. Tenía partes de níquel, partes de marfil y otras habían sido posiblemente aserradas o pulidas a partir de un cristal de roca. El aparato estaba casi terminado, pero las barras de cristal tallado permanecían inacabadas sobre el banco, junto a algunos folios de dibujos; yo cogí una para echarle un vistazo. Parecía estar hecha de cuarzo.
–Oiga –dijo el Médico–: ¿nos habla usted absolutamente en serio? ¿O se trata de una broma… como la de aquel fantasma que nos enseñó las últimas Navidades?
–En esa máquina –dijo el Viajero del Tiempo, sosteniendo la lámpara en el aire– pretendo explorar el tiempo. ¿Queda claro? En mi vida he hablado más en serio.
Ninguno de nosotros supo muy bien cómo tomárselo.
Capté el ojo de Filby sobre el hombro del Médico y me lo guiñó solemnemente.
1. En la traducción se ha optado por conservar las unidades de longitud del sistema británico. La milla equivale aproximadamente a 1,6 km, la yarda a unos 90 cm, el pie a unos 30 cm y la pulgada a poco más de 2,5 cm. (N. del E.)
Pienso que, en aquel momento, ninguno de nosotros creía realmente en la Máquina del Tiempo. La verdad es que el Viajero del Tiempo era uno de esos hombres demasiado astutos como para confiar en él: nunca daba la impresión de ser transparente; siempre sospechabas que ocultaba un as en la manga, alguna genialidad enmascarada detrás de su lúcida franqueza. De haber sido Filby el que nos hubiera enseñado el prototipo y explicado el asunto con las mismas palabras del Viajero del Tiempo, habríamos sido menos escépticos con él
